Hemos asistido en vivo y en directo al espectáculo de cómo funciona la llamada cultura (in-cultura) de la cancelación, también conocida en inglés como ‘woke’. Me refiero al caso de Karla Sofía Gascón, la actriz española candidata al Oscar de Hollywood por la actuación en la película Emilia Pérez.
Ese espíritu de cancelación no es otra cosa que una inquisición brutal para condenar a una persona a una muerte civil, porque manifiesta opiniones (o insultos) en desacuerdo con la ortodoxia más radical, con el pensamiento único y con lo políticamente correcto.
En pocos días, la actriz Karla Sofía Gascón ha pasado de ser un símbolo de las minorías que alcanzan éxitos memorables (el premio de Hollywood lo es), a ser una maldita indeseable y, lo que es peor, una persona borrada y cancelada del mapa universal.
La noticia de que Karla estaba entre las candidatas al Oscar por su trabajo en la película del cineasta francés, Jacques Audiard, causó un revuelo sin precedentes en nuestro país. Muchos de los aplausos no hacían hincapié en la interpretación de la protagonista, sino en el hecho de que por primera vez en la historia de los premios una mujer transgénero se codearía con otras actrices. Un ministro Urtasun eufórico la recibió en el Ministerio y destacó “el enorme talento y dedicación de la actriz”. Muchos ya daban por seguro de que su nombre sería pronunciado en el auditorio de Los Ángeles. En un santiamén, Karla fue convertida en la ¡figura inspiradora del momento!.
Pocos días después, una periodista musulmana canadiense, Sarah Hagi, dio a conocer algunos tuits en que Karla Sofía hablaba despectivamente del Islam y de los musulmanes. Fue entonces cuando los sabuesos de la ‘cancelación’ agitaron las aguas y comenzó, así, la caída al abismo de la actriz de Alcobendas. De nada sirvieron las disculpas y la petición de perdón: “Como miembro de una comunidad marginada, conozco muy bien este sufrimiento y lamento profundamente haber causado dolor”. Querían su cabeza y la muerte civil de la actriz. El objetivo se consiguió en pocas horas. Muchas voces pidieron que se le quitase la candidatura. La distribuidora dejó de pagar su carrera a los Oscar, ni permitiría tampoco su presencia en actos de promoción. Se la ha presionado para que no asista a los Goyas. No se publicará su libro que estaba a punto de reeditarse. Se la ha dejado de invitar a saraos, entrega de premios, y así sucesivamente… La actriz optó por desaparecer.
Leídos los tuits, escritos hace algunos años, no se puede negar que son zafios y que la dejan en mal lugar. Y aunque se pueda estar de acuerdo o no en el fondo de alguno de ellos, no parece de recibo el tono de desprecio e insulto, sin argumento y sin razones. Karla Sofía se ha servido de las redes para opinar de forma insultante. Pero es una más. Las redes están llenas de haters que cada día vomitan sus palabras malolientes contra los de izquierdas, los de derechas, los machistas, las feministas, los católicos, los musulmanes, los gays, los heteros, los que aplauden o no aplauden el cambio climático o la agenda 2030, los veganos, los carnívoros, los amantes o no amantes de los perros… Tal vez lo que sucede es que lanzarse a la yugular de algunos está bien visto, un pecadillo de nada, una broma, una inocente provocación. Mientras que hacerlo contra las ideologías intocables del momento son pecados mortales que merecen un infierno eterno.
Jacques Audiard (el mismo que dijo que el español “era un idioma pobre porque lo utilizaban los inmigrantes”), y que hasta ese momento no había tenido más que palabras elogiosas para la actriz, hizo leña del árbol caído: “Sus comentarios son odiosos. Hay cosas que son imperdonables”. ¡Caramba! En Europa, aunque no nos guste o aunque tardemos, las palabras y las conductas son perdonables, porque la cultura a la que pertenecemos tiene como pilar y cimiento el perdón. Se ve que la nueva inquisición cree en la eternidad de las condenas. Por otra parte, algunos partidos políticos, que tanto habían jaleado su candidatura por el hecho de que Karla era un personaje activo en el mundillo LGTBI, la han condenado ipso facto y no han querido saber nada de ella, incluido el ministro de cultura español. Y ahora llegan las preguntas: “Si Karla era una actriz de talento, merecedora de un importante premio, deja de serlo por el hecho de que opine groseramente en contra de los musulmanes? ¿Si en lugar de lanzar improperios contra los musulmanes los hubiera lanzado contra los cristianos, no esgrimiríamos el derecho a la libertad de expresión, como así recientemente ha ocurrido? ¿Quién va a ver una película espera encontrarse ante una obra de arte o ante unos cineastas que, en su vida privada, escriben, piensan y dicen lo que en cada momento hay que escribir, pensar y decir?
Si de algo podemos aprender de este y otros casos es que las opiniones no siempre son respetables (de hecho sabemos que muchas veces de respetables no tienen nada) Pero las personas sí que lo son. Esa debe ser la diferencia. La cultura de la cancelación pretende que las personas dejen de ser respetadas, si sus opiniones no concuerdan con los grupos de poder y las ideologías que en cada momento establecen lo que es o no es correcto.
No tenía ni idea de esta actriz hasta que se generó esta polémica. Ahora en el fondo, me da un poco de pena esta mujer condenada al vacío y a la nada. Pero me da más pena de los que la aplaudieron a rabiar dos días antes y no la han sostenido ni durante cinco minutos. ‘Asín’ es el mundo, que decía el otro.
Y termino con una línea del periodista Rafa Latorre, y que creo que puede resumir perfectamente todo este caso de Karla Sofía Gascón y de los premios en general: “Si un premio artístico te lo pueden arrebatar por cuestiones políticas, cuestiones políticas pudieron convertirte en candidato”.
Siento no poder aportar nada ante esta disertación , tan bien realizada . Solamente que lo suscribo.
ResponderEliminarJuan, has hecho muy bien trabajo. Gracias!
ResponderEliminar