miércoles, 25 de agosto de 2021

Sumisión, de Michel Houellebecq

El 7 de enero de 2015 era el día elegido para el lanzamiento de la última novela, por entonces, del que es considerado uno de los mejores escritores franceses del momento, Michel Houellebecq (para algunos el nuevo Sartre). Pero a primera hora de ese fatídico día de enero, unos yihadistas irrumpieron violentamente en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo y mataron a 12 personas. Una ola de consternación sacudió Francia y Europa. Michel Houellebecq se vio obligado a cancelar la promoción de su libro, para no encender más los ánimos de muchos franceses.  

El libro en cuestión, que acabo de leer en mi retiro de Quintanilla, es Sumisión, una ficción política. Es el año 2022 y en Francia es elegido Presidente de la República un musulmán que recibe el apoyo del partido socialista, para así aislar al Frente Nacional de Le Pen. A través de la mirada de un profesor de la Universidad de La Sorbonne, François, vamos conociendo todas las vicisitudes personales y los cambios que se operan en la propia Universidad y en la sociedad francesa.

François, el protagonista, bien puede ser ese europeo al que nunca ha faltado de nada en la vida, y que puede permitirse el lujo de vivir en un buen distrito de París. Cuarenta y pico años, buen nivel económico, hijo de padres separados, soltero empedernido que no acepta ningún compromiso de pareja, y sin hijos. Un hombre completamente desapegado de sus padres, a quien su muerte deja indiferente y frío; un hombre que vive sin desgarro el exilio al que, por judía, tiene que someterse Miriam, su última amante; el hombre que dedica sus días a su trabajo literario en la universidad, a sus múltiples y variados escarceos sexuales, y al saboreo de excelentes bebidas espirituosas. Un hombre que no se siente comprometido con ninguna idea política ni solidaria, acunado únicamente por un lánguido fatalismo. François representa al individuo hedonista, indiferente, que espera poco del mañana. En fin, con François pudieran identificarse, más o menos, muchos de los europeos que transitan por las calles, las escuelas, las fábricas y los cafés de cualquier ciudad del Viejo Continente.

Considerada, por unos, como una novela no muy alejada de la realidad y como una seria advertencia a esta Europa confusa y paralizada ante el empuje del islamismo, y, por otros, como un relato catastrofista, una provocación, Sumisión causó verdadero estupor y escándalo en Francia, y el autor fue acusado de oportunista y de islamófobo.

El título de la novela hace referencia a una doble sumisión, como se nos dice en una de sus páginas: “La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta. Para mí hay una relación entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre, tal y como la entiende Historia de O, y la sumisión del hombre a Dios, tal como la entiende el islam”. La novela, implícitamente, nos habla de otra sumisión, tal vez más peligrosa y más vergonzante: la de Europa al islamismo.

Hay un momento en que en la novela se menciona al escritor Toynbee que afirmaba que las civilizaciones no mueren asesinadas, sino que se suicidan, y que esto mismo es lo que sucedió al Imperio Romano en el siglo V. Europa, alegre e inconsciente, reniega de su pasado, se siente abochornada por su Historia, desprecia y ridiculiza sus raíces cristianas, siente una dulce y abierta tolerancia por el resto de religiones, en nombre de la multiculturalidad, la globalidad, el respeto a las creencias ajenas y un largo etcétera de bondades, pero también de ‘buenismos’. Europa, al igual que el protagonista, parece aceptar, sin drama y sin escándalo, su propia decadencia, al mismo tiempo que trabaja, sin pausa, por su suicidio.

En una escena, el nuevo rector de la Universidad de la Sorbonne, Mr. Rediger, hace proselitismo con el protagonista y le explica dónde radica el éxito del islam: “El individualismo liberal podría llegar a triunfar si se contentara con disolver las estructuras intermedias que eran las patrias, las corporaciones y las castas, pero si ataca a esa estructura última que es la familia, y por lo tanto a la demografía, firmaría su fracaso final, entonces llegaría, lógicamente el tiempo del islam”

En la novela se nos dice que “El verdadero golpe genial del líder musulmán que llega a ser Jefe del Estado había sido comprender que las elecciones no se jugarían en el terreno de la economía sino en el de los valores. En lo concerniente a la restauración de la familia, de la moral tradicional e implícitamente del patriarcado, se abría ante él un amplio camino que la derecha no podía tomar, y tampoco el Frente Nacional, sin ser tildados de reaccionarios o de fascistas por los sesentayochistas, momias progresistas agonizantes, sociológicamente exangües pero refugiados en ciudadelas mediáticas desde las que aún eran capaces de lanzar imprecaciones sobre la desgracia de los tiempos y el ambiente nauseabundo que se abatía sobre el país; solo él estaba al abrigo de todo peligro. Paralizada por su antirracismo constitutivo, la izquierda había sido incapaz de combatirlo.” Y a continuación: “El verdadero enemigo de los musulmanes, lo que temen y odian más por encima de todo, no es el catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo”.

Con la fórmula “Doy fe de que no hay sino un Dios y Mahoma es su profeta”, el profesor de la Sorbona, que rastreó durante toda su carrera intelectual la aventura existencial del escritor francés convertido al catolicismo, Joris-Karl Huysmans, se convertirá, sin dolor y sin culpa, en un musulmán, un paso imprescindible para continuar como profesor de la Universidad, con derecho a la poligamia y con un alto sueldo, pagado por las petromonarquías, los nuevos patronos de la Sorbona. Sin grandes escrúpulos de conciencia, sino con lánguida indiferencia, el protagonista se rinde a una religión fuerte, “una religión de hombres”. La reducción de derechos y la merma de libertades son, quizás, poca cosa, parece indicarnos el profesor François.

Michel Houellebecq nos ofrece material suficiente para hacernos reflexionar sobre el europeo de este siglo XXI. El ciudadano europeo medio, alejado de la fe y de los ideales humanistas de sus mayores, aspira únicamente a su propio placer y rehúye, en nombre de un hedonismo elevado a la categoría de dios, a cualquier limitación: ya sea la paternidad, el matrimonio, el cuidado de los padres, los deberes cívicos o los valores humanos. Al mismo tiempo, más acá y más allá de las fronteras del Viejo Continente, el suicidio de Europa es visto como una oportunidad única, una auténtica ganga para los especuladores procedentes de otras maneras de pensar y de creer.





miércoles, 18 de agosto de 2021

El recuerdo de aquellos “bultos andantes”

 


“Eso es lo que son, unos cobardes y unos sinvergüenzas que son capaces de dejar a las mujeres y a las niños en manos de esos desgraciados”. La sentencia procede de un hombre jubilado que toma su primer café en el bar del pueblo. Son las ocho y media de la mañana. He salido de mi casa cuando aún las luces estaban encendidas en las calles de Quintanilla. He recorrido los casi ocho kilómetros en un estado de gracia. Es esta la hora que más gusta al caminante. La tierra huele a recién estrenada, los pajarillos bailan sobre mi cabeza con sus trinos y sus chillidos, tres corzos brincan por el pinar, el agua del Duero prosigue sin pausa su marcha hacia el mar en medio de chopos y álamos. Cuando llego a Pesquera de Duero, me encamino al bar Cañas y barro, donde una jovial camarera me sirve, antes de pedirlo, mi café con leche. En otra mesa de la terraza, dos hombres toman su café. Uno de ellos, voz clara y seria, es el que pronuncia la frase que encabeza este escrito. Una frase que en seguida entiendo: los “cobardes y los sinvergüenzas” son Estados Unidos, Europa, la Otan y España; los “desgraciados” son los talibanes; las “mujeres y las niñas” son las mujeres y niñas afganas.

Después de una caminata pastoril, la realidad irrumpe abruptamente. Y en este caso no me llega por el corresponsal en Kabul, asomándose al telediario, sino por la sentencia acertada de un cliente del bar. La realidad violenta de Afganistán se impone sobre pinares, vencejos, corzos y amaneceres.

Al volver a casa, busco más noticias. Efectivamente en el aeropuerto de Kabul se están viviendo horas dramáticas. Los seis mil soldados norteamericanos se ven impotentes para contener a los miles de afganos que desesperadamente buscan una plaza en algunos de los aviones fletados por las cancillerías para sacar a toda prisa a los diplomáticos, a los ciudadanos extranjeros y a los traductores afganos que colaboraron estrechamente con los soldados de muchas naciones. ¡Desesperados afganos que se aferran como pueden al fuselaje de los aviones para, al instante, caer sobre la pista de cemento.


Veo otra foto: un grupo de afganos hacen cola ante la frontera de Pakistán e imploran piedad para entrar en el país vecino. Van conduciendo carretillos sobre los que han colocado a sus hijos pequeños y las maletas donde encierran toda una vida.

Después de leer las noticias en varios periódicos, la sentencia airada del jubilado del bar me parece un resumen excelente. Veinte años de esfuerzos diplomáticos, miles de soldados, millones y millones de dólares invertidos no han servido absolutamente para nada. ¿Qué estrategia ha seguido el presidente de Estados Unidos, Sr Biden, para retirar súbitamente a sus tropas? ¿Qué fuentes manejaba para declarar que el gobierno afgano estaba en condiciones de hacer frente a los grupos talibanes? ¿Qué canales de información tenían las cancillerías extranjeras para no percibir, ni de lejos, el rapidísimo avance de los talibanes y su llegada a Kabul en pocos días? ¿Le importa algo a Naciones Unidas la suerte de tantos afganos, sobre todo la suerte de tantas mujeres y niñas? ¿O es que tanto los Estados Unidos o el resto de naciones con soldados en la zona lo han hecho tan rematadamente mal que la población civil estaba tan harta que ha franqueado el paso a los talibanes? ¿Dónde iba a parar el dinero que llegaba a espuertas para la reconstrucción de Afganistán y para poner las bases de una pacificación duradera? ¿Nadie va a rendir cuentas de esa corrupción generalizada que, según los periodistas internacionales, nadie quería ver, hasta el punto de que Occidente pagaba y armaba compañías y batallones del ejército afgano que no existían más que en el papel? ¿Qué países o qué inconfesables intereses económicos están detrás de esta victoria relámpago? ¿Quiénes han pagado la factura del avance imparable de las milicias de talibanes? ¿Por qué la comunidad internacional ha abandonado Afganistán a un régimen brutal, después de poner sobre la mesa tantos recursos humanos y tantos dineros? ¿Han cambiado los intereses de unos y de otros? ¿Ha tirado la toalla Occidente, tras comprobar que democracia e islamismo son absolutamente incompatibles?

Los periodistas que conocieron el anterior régimen talibán y que fotografiaron o escribieron sobre las brutalidades cometidas, no se creen del todo el discurso moderado de los jefes talibanes que hablan de respeto a los que colaboraron con el gobierno afgano o con los soldados extranjeros desplazados, y que dicen estar interesados en una transición pacífica y en poner las bases para la pacificación del territorio afgano que tantas páginas dramáticas ha ocupado en las últimas décadas. Gervasio Sánchez, el fotógrafo y periodista y uno de los que mejor conoce Afganistán escribía hoy mismo: "La comunidad internacional, es decir Estados Unidos, la OTAN, España, la ONU... han dado una lección de cobardía escandalosa, han actuado de manera vergonzosa, son unos cobardes que han dejado empantanado a un país en manos de un régimen brutal"

Todos tenemos en la memoria las imágenes de “bultos andantes bajo el burka”. ¡Eran mujeres, no eran bultos! Pero habían sido reducidas a simples bultos que caminaban por las calles polvorientas de Afganistán. La mitad de la población condenada a la invisibilidad. ¿Cuál será su destino a partir de ahora? (Por cierto y entre paréntesis ¿Dónde está el clamor del feminismo de este país, habitualmente tan vocero?) ¿Qué veneno de odio tan eficaz encierra el discurso talibán para que un padre, un hermano, un hijo, un amigo sea capaz de asentir a tamaña vileza? En fin, muchas preguntas y muy pocas respuestas. Cuesta creer el discurso de algodón de azúcar de los talibanes. Y también cuesta creer que los 20 años de ayuda internacional multimillonaria se hayan desvanecido en pocos días. ¿Alguien lo entiende? ¿Qué razones oscuras mueven a los hombres y a la Historia?

El solo recuerdo de “aquellos bultos andantes”, verdadera página ignominiosa de la Historia, nos debería avergonzar un poco y presagiar lo peor.








miércoles, 11 de agosto de 2021

Multiplicación de las casas de apuestas

 




La brillante serie de televisión Broken (de Ashley Pearce y Noreen Kershaw, 2017) cuenta la historia de un cura católico en una ciudad provinciana del Norte de Inglaterra, y todo  los dilemas morales a los que tiene que hacer frente en un barrio golpeado por la crisis económica. Uno de los personajes que aparece es una mujer adicta a las casas de apuestas. Aparentemente lleva una vida normal, casi exitosa, pero su incapacidad para abandonar el juego hace que tome decisiones equivocadas que, al final, la precipitan a un callejón sin salida o  con una salida desesperada: el suicidio.

Al mismo tiempo que veía esta serie, notaba cómo surgían en los barrios de mi ciudad, barrios obreros y humildes, casas de apuestas por doquier. Conjugan las pequeñas apuestas, las máquinas tragaperras, la cafetería y la retransmisión de importantes partidos de fútbol. Tras los cristales biselados se intuía la emoción por la apuesta, la alegría por el premio, la  decepción por la pérdida, la culpa, el arrepentimiento, la promesa de nunca más.

Desde el primer momento me llamó la atención que muchos de los que cruzaban el umbral de esta casa de apuestas eran personas humildes, trabajadores, emigrantes, parados y chicos jóvenes. Quizás mi observación no sea exacta, pero no creo que me equivoque demasiado. Antes el Casino gozaba de un cierto prestigio y de un cierto glamour. Estaba instalado en la parte noble de la ciudad o en las afueras, en palacetes, y la gente que lo frecuentaba, muy probablemente podía permitirse algunas pérdidas y algunas deudas.

Al mismo tiempo que instalaban una o varias casas de apuestas en cada barrio se multiplicaban las apuestas on line. Y lo que resulta vergonzoso: unos cuantos personajes célebres y conocidos, muchos de ellos del ambiente del fútbol, es decir, una especie de héroes a imitar, hacían publicidad de las apuestas, y nos invitaban a jugar unos pocos euros porque rápidamente se multiplicarían y podríamos olvidar un poco nuestras vidas vulgares y grises. Como cualquier juego de dinero, las apuestas nos prometen el dinero rápido envuelto en colorines de felicidad y superación de nuestras pobres existencias.

En un momento en que estaban prohibidos taxativamente los anuncios de bebidas espirituosas y de tabaco, se daba una tolerancia intolerable con la publicidad de casa de apuestas (sé que esto ha cambiado en parte y parece que aún serán más estrictos en el futuro inmediato). Espero que la tolerancia sea cero en este caso. No parece lógico que no se pueda anunciar un vino, porque incita al alcoholismo, o una cajetilla de tabaco, porque incita al tabaquismo y se pueda anunciar las apuestas que llevan a la ruina a tantas familias, y que generan, además de endeudamiento,  discusiones y rupturas en el seno familiar, y bastante violencia.

“Las casas de apuestas son la ruina de un barrio”, rezan de vez en cuando los grafittis y pasquines que protestan contra esta lacra de las casas de apuestas. No sé si es la ruina de un barrio, pero sí la ruina de muchas familias. El sueldo de un humilde trabajador merma un tanto antes de llegarlo a compartir con la familia. Y algunos jóvenes prefieren apostar los 20 euros de propina dominguera antes que ir al cine o a tomarse unas cañas con los amigos. Y más de un emigrante se gasta la remesa destinada a su familia en cualquier país de África o de Latinoamérica. Las adicciones –y esta lo es- a veces arrastran a sus protagonistas a callejones sin salida, donde nunca hubieran querido entrar.

El fenómeno de la multiplicación de las casas de apuestas por los barrios y la explosión de las apuestas on line (algo que cuenta con la discreción social) son datos sociológicos preocupantes. Y también el síntoma de una sociedad que quiere escapar de la realidad y abandonar la mediocridad económica por caminos equivocados que suelen pagarse caros. ¿O asistimos, quizás, al resultado de una sociedad programada para las adicciones compulsivas? ¿Quiénes están tan interesados en ello?



miércoles, 4 de agosto de 2021

Montañas para un creyente

 


Mons, la edición de las Edades del Hombre de Aguilar de Campoo, constituyó una bella reflexión sobre un aspecto bíblico fascinante: la montaña como lugar donde Dios se manifiesta y se encuentra con el hombre. El movimiento que mejor define a Dios es el descenso, mientras que el movimiento que mejor habla del hombre es el ascenso. Dios deja el cielo y baja a la montaña. El hombre deja el valle y sube a la montaña. Y allí se encuentran.

El creyente se mueve entre el Monte Tabor, el Monte Calvario y el Monte de las Bienaventuranzas. La fe de un creyente depende, en gran medida, de cómo vive el Tabor, el Calvario o las Bienaventuranzas.


El Monte Tabor. Representa aquellos momentos en que sentimos la fe como consuelo, como luz y como paz. Son los momentos en los que la religión proporciona un bálsamo bienhechor en medio de los trajines y sinsabores de la vida o en momentos de pérdida y de duelo. Hay muchas veces en que un creyente siente una cercanía inenarrable a Dios y, entonces, el alma se inunda de beatitud, esa suave dicha que sólo podemos hallar en las cosas del espíritu. A veces la contemplación de una obra de arte religiosa, ya sea una catedral, una pintura de devoción, una custodia, el canto de una determinada música o la asistencia a una hermosa liturgia, tienen sobre nuestros sentidos un efecto ‘Tabor’. También la naturaleza, en toda su hermosura y diversidad, ejerce, para quien sabe admirar la obra del Creador, un efecto Tabor. En esos instantes, como los apóstoles, tenemos ganas de exclamar: ¡Qué bien se está aquí!

También es cierto que el Tabor puede ser una trampa y una tentación. Existe una tentación grande a ‘instalarse’ en el Monte Tabor. El creyente puede pensar que la religión es únicamente un consuelo y una anestesia. Una luz sin sombras, un bello día claro sin noche oscura. La tentación de construir una tienda-refugio en la cima del Tabor es muy grande. La religión sería un intento de autoprotección en la pequeña tienda de nuestras seguridades religiosas, en el confort que pueden producir las prácticas devocionales, los ritos y las plegarias consoladoras. La religión reducida a un ‘bienestar’ y a una ‘confortabilidad’. El Tabor es necesario, como es necesaria la luz, el agua, la sombra de un árbol. El Tabor nos da aliento y empuje para seguir caminando. Pero uno debe saber que el monte del Calvario puede estar a la esquina y que el Monte de las Bienaventuranzas nos espera. El creyente debe saber que vendrán túneles oscuros, largos desiertos, parameras sin un solo árbol. Y sin embargo, quien ha conocido un instante de Tabor sabe que siempre quedará ese poso de dulzura en el alma: la nostalgia del absoluto, la esperanza de lo venidero.


El Monte Calvario.  Al Calvario –y a los calvarios- se llega tarde o temprano. Y se llega a menudo. La cruz forma parte de la vida  -y hasta nuestro cuerpo tiene forma de ella-. En el Monte Calvario nos medimos con nosotros mismos y medimos a los demás. En el Calvario descubrimos nuestra debilidades, nuestras heridas, nuestras llagas, nuestra sed y nuestro abandono por parte de un Dios al que habíamos imaginado como un mago poderoso, y que, sin embargo, solo es -pero nada menos- un padre amoroso aunque “humanamente impotente”. 

Pero también el Calvario tiene sus trampas y sus mentiras. El Calvario como mentira es resignarse a un mundo como perpetuo valle de lágrimas. Creer que el sufrimiento nos hace ganar méritos para el cielo. El Calvario como trampa es instalarse en la perpetua tristeza, en la pesadumbre, en la amargura, en un fatalismo que nos ensimisma en nuestras propias llagas. El riesgo de reducir nuestra mirada a los sayones y verdugos, a los esbirros y soldados impíos. Pensar en la vida como una sucesión interminable de estaciones de viacrucis. Teresa de Jesús creía que la tristeza estaba reñida con la santidad: “Dios nos libre de los santos encapotados”. Dios nos libre de los que se empecinan en la tristeza.

En el Calvario están Anás y Caifás, la chusma vociferante, la cobardía de Pilatos, o el escapismo de Herodes, los soldados amenazantes, la traición de Judas, el miedo y la negación de Pedro, el abandono de los amigos, la violencia de los sayones, pero también en el Monte Calvario están la ternura de María, la lealtad de Juan, las lágrimas de Pedro, el cariño de la Magdalena, el consejo de la mujer de Pilatos, las lágrimas de las mujeres de Jerusalén, la fe del buen ladrón, la verdad del centurión, el arrojo de Nicodemo y Arimatea, la colaboración del Cirinero… En el Monte Calvario medimos la estatura de nuestra fe y medimos también la humanidad de los que nos rodean.

En el Calvario solo caben la aceptación del misterio del dolor o la desesperación nihilista ante el propio infierno. Los grandes místicos han degustado las delicias del Tabor, pero no les ha sido ahorrado la sequedad de espíritu, el silencio impenetrable de Dios y las espinas del Gólgota.

El Monte de las Bienaventuranzas. Pero la mayoría de los días de un creyente no transcurren ni en el Monte Calvario (sufrimiento) ni en el monte Tabor (gozo), sino en el Monte de las Bienaventuranzas, que es el espacio de la cotidianidad, de lo ferial, de la rutina, del bregar cotidiano. El espacio del compromiso y de la caridad. El Monte de las Bienaventuranzas es nuestra oficina, nuestro campo, nuestra fábrica, nuestra escuela y nuestra casa. Es el ágora, la plaza y la encrucijada donde se producen todos los encuentros cotidianos. Y cada uno de estos encuentros es una llamada,  un grito de socorro, una invitación, porque, como decía Enmanuel Lévinas, el rostro del hombre es una interpelación para el que lo contempla. Nos interpela la violencia, la sed, el hambre, la injusticia, la pobreza, o por decirlo más acertadamente, nos interpela el que sufre violencia, el sediento, el hambriento, el pobre, el analfabeto, el niño abusado y la mujer violada; nos interpela el sinhogar y el emigrante. Y ante cada uno de ellos, entra en juego nuestra libre decisión: o cuidar de los heridos o pasar de largo.

Y también el Monte de las Bienaventuranzas tiene su trampa y su mentira. Solo quien se sabe poca cosa, puede de verdad sanar y cuidar. El que se cree alguien e importante solo es capaz de mover los brazos, las piernas, como un autómata, repartir palabras o monedas como una máquina. La suya es una carrera insensata para afianzar su yo, engordar su ego, creerse mejor que aquellos a los que ayuda, entrar en un activismo mesiánico que sólo busca el reconocimiento de los demás, el sobresalir en el pódium de la sociedad, y alcanzar prestigio y fama. Quiere ser fuego y no es más que humo.


Solo el corazón es capaz de cuidar, sanar, proteger y amar. Solo quien se sabe vulnerable puede ayudar a los vulnerables. Solo quien acepta que no es él quien ayuda, sino que hay Otro, por encima de él, que mueve su corazón y sus manos, puede hacer el bien.

En las distintas montañas, Dios nos conoce. Y lo que es aún más importante, nosotros conocemos al otro, y el otro nos conoce a nosotros.

 

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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