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domingo, 1 de junio de 2025

Exalumnos de los ‘Italianos”: ¡Viva la gente!


Encuentro Anual de los Ex Alumnos del Colegio San José ("Los italianos"). Desde el aparcamiento de coches (antes, cancha de tenis) tomamos un sendero en rampa, junto a los pinos que de niños plantamos y regamos, hasta alcanzar la puerta de entrada. En el cristal hay pegado un cartel con un “Bienvenidos, guanelianos”, y una foto en blanco y negro de un numeroso grupo de alumnos, serios y formales, tomada poco antes de las vacaciones de verano, a principios de la década de los setenta. Hemos entrado en la Residencia Tercera Actividad, para personas mayores que ahora ocupa el edificio del Colegio San José (Aguilar de Campoo). Algunos ancianos pasean con sus familiares; otros sentados ven la vida pasar al lado de su inseparable andador. Amables trabajadores nos saludan con una inclinación de cabeza y nos indican la sala donde nos reuniremos. Al ver la puerta de madera castellana, todos sabemos que la reunión tendrá lugar en la antigua capilla del internado, hoy transformada en sala de actividades de ocio.

Y es suficiente cruzar esta puerta para meternos de lleno en el día a día del Colegio San José. ¡La capilla! Misas de diario y misas de domingo. Vísperas y bendición con el santísimo. Plegarias de corazón o de rutina. Confesiones con D. Gonzalo de pecadillos 'hormonales' y alguna trastada sonora. Vesticiones de novicios. Profesiones religiosas. Fiestas de los Padres cada mes de mayo. Fiestas del Beato Luis Guanella cada 24 de octubre. Anuncio de la muerte del Hermano Juan. Ensayos de nuevas canciones, Resucitó, de Kiko Argüello, o Pescador de Hombres, de Cesáreo Gabaráin. La luz entra a raudales por los amplios ventanales. Esas cristaleras por las que volaba nuestra imaginación distraída en homilías pronunciadas en un español transalpino. Fue suficiente entrar en este territorio, decía, para encauzar la jornada y dar rienda a suelta a emociones dormidas y gratitudes nunca expresadas, por esa contención y adustez castellana.

Algunos alumnos, que nunca habían asistido a estos encuentros, y que cuarenta años después se encontraban con sus compañeros estaban especialmente ‘tocados’. Comienza el saludo y la presentación de cada uno de los presentes: Uno: “estuve poco tiempo, pero me marcó la vida”. Otro: “He trabajado siempre en el sector de la discapacidad, algo que aprendí de la sensibilidad guaneliana”. Alguien: “Agradezco infinitamente que se nos inculcase el esfuerzo y la responsabilidad”. Alguno: “Sueño muchas veces que vuelvo al colegio y me siento feliz y contento”. Otro: “Los ‘italianos’ eran diferentes a todos los frailes y curas que conocíamos”. Otro: “Cuando alguien me pregunta si no lo pase mal en el internado, siempre digo lo mismo: yo fui un niño feliz aquí”. Otro: “Lo que mejor recuerdo es la cantidad de actividades de todo tipo que nos proponían. No había espacio para el aburrimiento”. Uno: “El amor a la música lo aprendí en ese coro del colegio, y la mantengo hasta ahora”. Otro: “De pequeño venía a ver a mi hermano, Amable, que estudiaba aquí. Luego lo acompañé muchos años a este encuentro. Ahora que él ha fallecido, yo sigo viniendo por los dos”. Otro: “Por aquí han pasado educadores verdaderamente grandes. Y todos sabemos sus nombres”. Alguien más: "Pasaba mucho tiempo junto a las hermanas, sor Clelia y sor Antonina. Hicimos una buena amistad. Y su ejemplo de entrega me ha acompañado siempre".

Pero sin duda hubo dos discursos que nos llegaron muy dentro. José Antonio, chico con discapacidad en Villa San José, abrió el turno de saludos. Es un invitado habitual en estos encuentros. Encantado y feliz nos saludó y nos metió de lleno en el espíritu del seminario San José: "los últimos serán los primeros". Mariano Martínez. Su sola presencia en medio de nosotros, fue su mejor discurso. A su venerable edad, se atrevió con una larga jornada que cansa a cualquiera, pero ¿podía perderse este encuentro de abrazos y gratitudes? Muchos años después, Don Mariano, profesor de geografía y lenguaje recibió el cariño de sus alumnos, porque no fue sólo un dispensador de conocimientos, sino y sobre todo, un formador en valores y en afectos. En este colegio dejó lo mejor de sí. Y el recuerdo de tantos momentos felices vividos entre estas cuatro paredes lo ha sostenido en días amargos de su existencia que no le han faltado.

Cada año el calendario nos regala un día de abrazos. Las brasas de la infancia se avivan, y surgen recuerdos, anécdotas, pensares y sentires completamente olvidados. Saludos de bienvenida. Visionado de vídeos y fotos. El micrófono que pasa de mano en mano para expresar con emoción todo lo que se siente. La eucaristía, celebrada por los padres Teo García, Fernando de la Torre y José Ángel Villegas, que fueron nuestros compañeros de pupitre y campo de fútbol. El recuerdo de los que ya no están, especialmente de P. Adelio Antonelli, recientemente fallecido. Las  fotos del grupo en la escalera del colegio que da al patio, o ante la placa que junto a la iglesia parroquial recuerda el paso de "los italianos" por esta Villa de Aguilar de Campoo. La comida de hermandad y la tertulia, las despedidas y más abrazos…

Hubo momentos para el álbum de los recuerdos: Reencuentro con compañeros a los que no habíamos visto desde el final de COU, año 1977. La canción todos a una del Bella Ciao, que frailes entusiastas nos enseñaron en italiano, y que nosotros cantábamos en las marchas a las Tuerces, al monte Bernorio, a la playa del pantano, sin saber lo que verdaderamente esa himno significaba. La comida en el restaurante La dolce Vita, como no podía ser de otra forma, junto al cine Campoo en el que tantas buenas tardes pasamos, veladas solidarias de Navidad o Campaña contra el Hambre, pero también estrenos memorables como El Cristo del océano, Ben Hur o El jardín de los Finzi-Contini. El agradecimiento a los ex alumnos que cada año sostienen el Proyecto Caramelos, en memoria del hermano Juan, Un proyecto solidario de Puentes a favor de los más pobres en alguna misión guaneliana del mundo. La recitación, 40 voces al unísono de los versos de Espronceda: “Con diez cañones por banda / viento en popa a toda vela / No cruza el mar, sino vuela / un velero bergantín / Bajel pirata que llaman por su bravura el temido / de un mar a otro conocido…

Nada más iniciar el encuentro y como ya es tradición, cantamos Viva la gente. Una especie de himno no oficial del Colegio San José. La canción de fama internacional del grupo americano Up with people, se convirtió en uno de los temas favoritos de todas las fiestas y todas las acampadas. Resumen musical de una manera de entender la vida, la espiritualidad, los valores para caminar sin herir a ninguno e intentando cuidar a todos. Prestar atención a cualquier persona con la que uno se encuentra. Saber que Dios tiene un plan para cada uno, y que cada uno debe luchar por ello. Ser consciente de que, si nos mostramos a favor de la gente, la gente cambiará su corazón. Y lo más importante: el mandato de poner a las personas en el centro de nuestra vida, mucho antes que a las cosas, “porque las cosas son importantes, pero la gente lo es más”. Mucho más. Muchísimo más.





https://www.youtube.com/watch?v=ZiMW7CwwHjU

 

¡Viva la gente!

Esta mañana de paseo
Con la gente me encontré
Al lechero, al cartero y al policía saludé
En puertas y ventanas también reconocí
Mucha gente que antes ni siquiera la vi

Viva la gente, la hay donde quiera que vas
Viva la gente, es lo que nos gusta más
Con más gente a favor de gente
En cada pueblo y nación
Habría menos gente difícil y más gente con corazón
Habría menos gente difícil y más gente con corazón

Gente de las ciudades y también del interior
La vi como un ejército
Cada vez mayor
Y entonces me di cuenta de una gran realidad
Las cosas son importantes
Pero la gente lo es más

Dentro de cada uno hay un bien y hay un mal
Mas no dejes que ninguno
Ataque a la humanidad

Ámalos como son y lucha porque sean

Los hombres y las mujeres

Que Dios quiso que fueran

jueves, 29 de mayo de 2025

60 años de arquitectura guaneliana

 


Hace unas semanas recibí la tradicional convocatoria para el encuentro de exalumnos del Colegio San José, en Aguilar de Campoo. En la carta se decía también que el encuentro podría llevarse a cabo en el mismo edificio que nos vio como niños y adolescentes. El Colegio cerró sus puertas hace muchos años –ahora funciona como residencia de ancianos y taller de la Fundación Santa María la Real- pero la actual dirección ha tenido a bien ceder por unas horas un salón del colegio para celebrar esta reunión.

Después, mucho después, la vida fue por donde fue. Y los caminos se encontraron unas veces, y se bifurcaron otras. Pero esto nunca me impedirá reconocer la magnífica huella, la impronta que los guanelianos –los italianos, como todo el mundo los conocía- dejaron en mi carácter y en mi manera de ver la vida y mirar el mundo. Conformaron mi osatura y mi arquitectura humana, por lo cual nunca podré entenderme a mí mismo sin utilizar una categoría sin la cual no puedo entenderme: guanelianidad.

Los guanelianos llegaron a España en 1965, hace ahora justo 60 años. Y yo llegué al 'Mundo Guanella' en 1971. No debe estar de moda, ni ser de buen tono o buen gusto, o incluso políticamente correcto, hablar bien de tus maestros o educadores. En cambio, despotricar y echar la culpa de nuestros complejos o de nuestras fracasos y límites a los que un día nos guiaron en la escuela, sí que es moneda común por estos pagos. Pero como no puedo faltar a la verdad y a la justicia, tengo, por fuerza, que hablar bien de cuantos me educaron, formaron, instruyeron, e incluso 'domesticaron', por utilizar un término de El Principito.

Se ha dicho repetidas veces que, cuando los guanelianos desembarcaron en España, vinieron con el mejor equipo posible, la mejor ‘squadra’, sino azzurra, sí guaneliana: Vincenzo Simione, Adelio Antonelli, Aldo Recco, Leo Bigelli, Alfonso Crippa, Mario Nava, Bruno Capparoni, Mario Bellarini, Jose Cantoni, Bautista Pagani, Ezio Canzi... ¿Van 11? Y también algún reserva o en el banquillo, que ahora no recuerdo... y dos estupendas ‘socorristas’, sor Clelia y sor Antonina. Y sin duda, como entrenador, el Hno. Juan Vaccari, que no era el superior del Colegio San José, pero era un hombre ‘superior', y que moriría muy joven en un accidente de coche en 1971, dejándonos a todos en estado de admiración permanente hacia una vida edificada con los ladrillos de la servicialidad, la alegría y la oración.  No nos equivocábamos de niños cuando pensábamos que el hermano Juan era un santo. De hecho, su proceso de beatificación anda ahora en el Vaticano.

Frente a la moral ultracatólica de las parroquias mesetarias y pueblerinas de aquellos años, frente a la disciplina militar de tantos internados dirigidos por curas casposos y monjas amargadas, los "italianos" nos enseñaron una 'religión’ de un Dios Padre más bueno que el pan y más maternal que una madre, que nos quiere a ciegas, que nos acoge con los brazos abiertos, que nos perdona los pecadillos y los pecadazos, y que se asoma, cada mañana, a ver si, por un casual, estamos de regreso a casa, después de haber dilapidado nuestra existencia en las posadas del desvarío y la ruindad.

Llegué –llegamos- a un Colegio que era un mundo de posibilidades, un universo de oportunidades, especialmente para los ‘paletos’ venidos de pueblos donde Cristo perdió el zapato: el aliciente del crecimiento intelectual, la curiosidad por el saber, el disfrute de la música, con el descubrimiento de los últimos discos, pero también con la música clásica, el esfuerzo placentero del deporte y sus olimpiadas, el teatro y la poesía, los campamentos veraniegos, las excursiones, el cine de los domingos, la formación de grupos y su magnífico hallazgo de la amistad, la fiesta del Beato, las filminas, los paseos a las Tuerces y alrededores, las milhojas o los pepitos de muchos domingos bajo los soportales de la Plaza Mayor o por la Cascajera, los juegos en el patio, las canciones en varios idiomas, los concursos culturales, las comidas variadas de gastronomía italo-española, los festivales navideños del cine Campoo, las míticas semanas de la Juventud cuando nos uníamos a todos los y las jóvenes de los colegios de Aguilar, que eran un sobresalto para el corazón y las hormonas efervescentes de la edad…

Pero sin duda, lo más valioso y auténtico era el trato afectuoso, el tono de confianza, esa fe y esa ilusión que cada día nuestros educadores demostraban que sentían por los alumnos y sus circunstancias. El hecho de que todas las puertas del Colegio careciesen de cerradura y de llave, es probablemente la metáfora que mejor explica una educación abierta y de gran confianza en cada alumno, con su nombre y sus apellidos y su historia personal y familiar.

Se respiraba en el Colegio San José un equilibrio en la educación, una traducción del famoso ‘Pan y Señor’ al ámbito educativo: nos inculcaban que creyésemos en nosotros mismos, sin complejos, pero sin que se nos subiesen los humos. Nos animaban a destacar en algo, pues todo ser humano necesita el reconocimiento, aunque sea en una pequeña parcela: en las notas escolares, en la religiosidad, en el deporte, en la música, en el teatro, en la pintura, en la devoción, en la capacidad de liderazgo, en la alegría, en la disponibilidad, en el servicio…

Pero había exigencia, mucha exigencia. Una exigencia que entonces nos podía parecer latosa, y que nos sacaban la rebeldía y el enfado más de una vez, pero que, con el paso del tiempo, he podido apreciar y valorar como lo más importante en la formación. Si podíamos dar diez y sólo dábamos ocho, nos consideraban como 'defraudadores' de la sociedad. Perder el tiempo era un pecado a confesar. Eran exigentes, empezando por la limpieza del Colegio (cada uno de nosotros era responsable de limpiar una parte). Exigentes con el orden, el aseo, el esfuerzo personal, la meditación matutina. Y verdaderamente implacables con el estudio, la atención y el esfuerzo intelectual. Exigentes también, y mucho, con el crecimiento espiritual, con los progresos en la ayuda a los demás. Y exigentes en la crítica hacia uno mismo, o como se decía antes, con el examen de conciencia nocturno, que debía ser serio y consecuente.

Y nos educaban o 'catequizaban' (y aquí el verbo no tiene una connotación negativa), en los valores del compartir, del ayudar a los más débiles, y de ser generosos con los lejanos, con los pobres del mundo. Recuerdo como si fuese hoy, aquellas campañas contra el hambre en que, por primera vez, aparecieron ante nuestros ojos las fotos en blanco y negro de los niños panzudos de Biafra. Debíamos sacrificar una golosina o una bolsa de pipas y contribuir con nuestras pocas monedas a engordar la hucha solidaria. Y debíamos también experimentar lo que era ‘ayunar’ la merienda, para que, aunque simbólicamente, supiésemos lo que era el hambre. Todo ello explica que, más de una vez, un educador se mostrase iracundo cuando tirábamos algo de comida: "Es un puñetazo en el ojo de la Providencia", clamaba. Y esto nos acongojaba, porque una cosa era darle un patadón en la espinilla al adversario en el partido de fútbol, y otra distintas propinar un puñetazo en el ojo a la mismísima Providencia. Para mi generación, ‘los niños de Biafra’ serán la imagen del hambre que azotará eternamente al mundo. Pero también, y unido a ello, una lección para toda la vida: cada uno de nosotros es responsable de esa ‘hambre’ y de todas las ‘hambres’ del mundo, y por lo tanto, puede y debe contribuir a paliar sus estragos.

Algunos de los que fueron nuestros educadores nos contemplan ya desde el cielo. Y no es exagerado decir que siento sobre mi caminar diario su continua bendición. El último en dejarnos ha sido P. Adelio Antonelli, justo apenas iniciado este año de 2025. Su muerte provocó en muchos de nosotros una catarata de recuerdos. Y también una sincera gratitud por una vida que fue una invitación a la alegría y al optimismo. También la alegría y el optimismo formaron parte de nuestra educación sentimental en las aulas, en los salones y en el patio del Colegio San José.

Por todo ello, 60 años después de la llegada a España, quiero unirme a esta corriente de simpatía y agradecimiento que ha suscitado siempre la presencia guaneliana en tierras españolas. Algo que los que hemos sido alumnos, voluntarios, trabajadores o amigos de la ‘Casa’ hemos experimentado en grado aún mayor: una lluvia y un sol bienhechores que nos han conformado como personas y como cristianos.

Este sábado de mayo, con menos pelo, con más arrugas, con más kilos… aquellos niños y adolescentes volveremos a este territorio amable de nuestra infancia. La nostalgia puede ser dulce, pero también paralizante. En cambio, la memoria de la infancia, de su inocencia y su mirada limpia, aún puede darnos motivos para una vida un poquito más plena y más dichosa.



































 






























lunes, 21 de abril de 2025

Un Panettone de Oro para Leo Bigelli

 


(Artículo escrito el 5 de abril de 2013) 

        En estos tiempos de indignación y de rabia. En estos tiempos en que salen a la luz tantos trapos sucios, tantas canalladas y tanta rapiña. En estos tiempos en que es más fácil señalar el lado más tenebroso de los otros, yo quiero descubrir un trozo de bondad, mostrarla y seguirla. 
        Lo he sabido ahora, aunque la noticia es de las navidades pasadas. El Ayuntamiento de Milán concedió su ‘Panettone de oro’ solidario a Leo Bigelli, por su incansable trabajo en favor de los sin techo de la metrópoli italiana, a través de la Casa Gastone.
        Hace ya muchos años, cuando Leo Bigelli era el responsable de un colegio en Milán, solía visitar junto a un grupillo de jóvenes a los vagabundos y sin techo de la estación de trenes de Milán. Hablaban con ellos y les ofrecían un café y un dulce.
        En la estación de trenes Leo conoció a todo un personaje, Gastone, con su alma, con su historia trágica, con su sabiduría.
        Leo pudo conocer así otro Milán, más allá de los grandes industriales, las pasarelas de moda, los jugadores del equipo de fútbol y los abonados a la temporada de ópera en la Scala. Eran los ciudadanos a los que la pobreza había dejado al margen de la sociedad y, sin techo ni hogar, vagaban de estación en estación.
        Años después, Leo Bigelli puede hacer realidad un viejo sueño: abrir una casa para los sin techo y crear una familia para los que, por tantas razones, no la tenían. La casa en cuestión –y por primera vez en la historia de la Congregación- no lleva el nombre de un santo, sino el nombre de aquel hombre sin techo de nombre Gastone.
        Visité a Leo en 2011 en la Casa Gastone. Era el Leo de siempre. Aquel Leo entusiasta y juglar, original y profundo, abierto y creativo que había conocido en 1973 cuando llegó al Colegio de Aguilar recién ordenado sacerdote.
        Casa Gastone no era un almacén de ‘sin techo,’ sino una familia donde un grupo de personas era recuperado para el trabajo, el afecto, la convivencia y la dicha. Compartí cena con ellos, y también turrón español y helado italiano. Luego, Leo se puso a llenar las fiambreras con pasta y filete empanado para los que, al día siguiente, tenían que ir a trabajar. Tarteras amorosamente preparadas como sólo un padre y una madre saben hacer.
        Leo me acompañó a la estación. Me fue contando historias dramáticas e historias de superación, historias de fracasos e historias de dignidad de muchos de sus ‘hermanos’ de Casa Gastone. Y como suelen hacer los pobres, al final de mi visita compartió algo de lo poco que tenía y me entregó un donativo para los niños pobres de África a los que PUENTES cuida.
    Ahora, el Ayuntamiento de Milán reconoce la magnífica labor que ha llevado a cabo este buen sacerdote guaneliano en favor de los pobres más pobres, tal y como aconsejaba Luis Guanella.
        Probablemente nunca un premio ha caído en tan buenas manos. Leo Bigelli, que ha alegrado las navidades de tantos sin techo con un trozo de panettone ha recibido este Panettone de oro. Enhorabuena, no por el premio, sino por tu trabajo.



domingo, 12 de enero de 2025

Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli

 


“¡Sí!, toda nuestra vida es  como una bella fiesta. / Y para todos puede ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás  / lo mejor que hay en él con sonrisa y esperanza.”

Estos versos de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7 de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.

Hay personas cuya desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación, tan personal como subjetiva.

¡La vida es bella!

Teníamos 17 ó 18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes, creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar, dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel pessimiste”.  Y entonces un día nos armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben ser  respetadas.

La respuesta llegó en la homilía del domingo siguiente: “La vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel Marcel)”.  Y llevando la contraria a Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas, lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto, sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía.  Era la primavera de 1977. El lugar, la capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia. Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”. Adelio nos dijo algo más: “la vida será bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.  

Optimismo, entusiasmo, esperanza…

Adelio Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?

Siempre le recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta, a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la mesa,  P. Adelio nos insuflaba ilusión y energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues. Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún caramelo de menta o limón en la mano

Solamente le vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971, cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y también, en otro momento, le vimos apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.

Con la música a todas partes

“La música –está escrito con hilos de seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines. Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli (bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.

En la capilla colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada, continuar con la jota Por el Puente de Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción, A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera de todas O bella ciao, pero también La domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.

Educar desde el corazón

Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo,  a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo.  Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón. 

En su época aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud. Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas, conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a la ‘Operación ladrillo’ que tenía como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.

Años después, ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante el mes de agosto.

Cuando ni en colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.

Le recuerdo en mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio, oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos, curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.

El don de la amistad

Adelio fue un cura increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear lazos, fortalecer vínculos y  cuidar a las personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez, acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración, aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.  

Era el más italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo, cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.

La amistad la cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.

La curiosidad por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos como un relámpago, haikus delicados, destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En 2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia” (Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema titulado ‘Felicità’

Alba radiante, / ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, / amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas. / Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.

En su existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo. Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.


Colegio San José: Concurso Cultural

Al lado de Bruno Capparoni

El equipo de fútbol de los curas y profesores


En una reunión de ex alumnos de Aguilar 

En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos

Bendición de coches en el patio del Colegio

Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini

Un libro con los mejores poemas de P. Adelio

En una entrega de premios en Colegio San José

Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan

Ejerciendo de cortador de jamón. Roma

    

Con José Ángel Villegas y sor Clelia

Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez

En Roma, transcurrió sus últimos años

2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan

Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe

El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.

Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez 




 



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