lunes, 30 de abril de 2018

¿Llegarán repúblicas de Gilead?



 
 
Produce un cierto miedo la lectura del libro de la escritora canadiense Margaret Atwood, El cuento de la criada, una distopía que tiene lugar en Cambridge, Massachussetes, precisamente en el lugar donde hoy se levanta la Universidad de Harvard, en Estados Unidos.
Muchos años después de la República de Gilead, aparecen varios cassettes grabados en los que una mujer cuenta su propia historia: una criada durante los tiempos oscuros de esta teocracia de la república de Gilead. A lo largo de las 400 páginas de la novela no sabemos el verdadero nombre de la criada, porque en esta época ella fue simplemente una mujer fértil puesta al servicio de un comandante para ser inseminada. El comandante se llamaba Fred, y en consonancia era ella Defred, una pertenencia más de este alto cargo republicano.
Después de un periodo de grandes atentados contra las centrales nucleares y después de que los mares, las tierras y las personas se volviesen prácticamente infértiles por culpa de los sustancias tóxicas, se proclamó la teocracia puritana de Gilead. Las mujeres fueron rebajadas a un status de meras reproductoras destinadas a los varones directivos de la república.
El libro es también una estupenda enseñanza. Esta distopía no es tan distópica. En la historia ha habido regresiones e involuciones sin cuento. ¿A un yihadismo de atentados terribles puede suceder una teocracia de inspiración veterotestamentaria? ¿Al terrible desprecio por la natalidad y a los agentes de infertilidad que ya están presentes en nuestra sociedad contaminada, puede suceder una sociedad en que las mujeres sean rebajadas a ser mero ganado reproductor en la granja del mundos? ¿Después de Chernobyl y otras amenazas nucleares puede suceder un tiempo en que los campos y los mares dejen de dar sus frutos y los varones y mujeres se vuelvan en su mayoría estériles? ¿A los derechos y libertades que suponemos definitivos e invulnerables puede suceder un tiempo en que el ser humano ya no sea la medida de todo y en que una minoría de Jefes, Tías, Ojos, Señoras controlen a una mayoría de ‘seres para las colonias’, es decir de seres que tengan que trabajar para limpiar los elementos tóxicos arriesgando vida y salud?
La historia fue publicada en 1985, un año antes de Chernobyl y varios años antes de la explosión de violencia islamista en todo el mundo. Por lo tanto, la novela en cierto modo tiene algo de premonitorio.
El auge de los populismos de soluciones extremas para problemas complejos, el crecimiento de una religión islámica entendida de forma violenta, nos pone sobreaviso de que nunca debemos bajar la guardia.
A lo largo de la historia, la tentación de resolver los problemas de forma autoritaria y violenta ha sido una constante. El surgimiento del nazismo y del comunismo no están tan lejos, como tampoco lo están las actuales teocracias islamistas en algunas naciones y su intención de imponer su forma de pensar al mundo occidental. Si cambian las tornas, una mujer puede ser convertida en no mujer, en ‘Defred’, es decir, en propiedad y pertenencia de cualquier comandante.
Siempre queda la voluntad de no someterse y resistir, también la de contar lo que pasó. Y por supuesto el deseo de abrazar de igual a igual a otro ser humano. Como así sucede entre Defred y Nick, el chófer del comandante. Esto abre una línea a la esperanza, pero es una línea muy delgada. De ahí el miedo a esa espada que amenaza siempre nuestra cabeza.  

viernes, 20 de abril de 2018

Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoiveski




Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoiveski, estaba desde hace años en la ‘lista de espera’. Y la verdad es que yo no me atrevía a hincarle el diente, en parte por las 1100 páginas y en parte porque no es fácil entrar en el lenguaje ampuloso y en las minucias descriptivas y lentas de la grandes novelas del siglo XIX. Pero la novela me ha encantado. He entendido mejor lo que dice Vargas Llosa en su libro autobiográfico El pez en el agua. El escritor recuerda que, cuando la novela cayó en sus manos, estuvo más de un día despierto, entre febril y ansioso, sin comer y sin dormir, hasta acabarla.
Los tres hermanos Karamazov, Dimitri, Iván y Aliosha viven y se mueven en una ciudad rusa, agitada por las injusticias y las miserias de la época zarina. Una infancia compleja y de desamor da lugar a vidas marcadas por la tragedia, la desesperanza o el misticismo. Su padre, Fiodor Pavlovich, es un borracho y un sinvergüenza, vencido por la lujuria y el dinero. Iván es un indiferente, que representa muy bien las dudas y la naciente distancia y rechazo de  Dios. Aliosha es un místico, un ser angelical, un hombre bueno subyugado por la santidad del starets Zósima de quien recibe la bendición. Dimitri, el mayor, es un pendenciero, aunque de alma noble, un joven que se enfrenta a su padre que quiere quedarse con su herencia materna, capaz de amenazar a su padre e incluso de golpearle. Y en el medio dos mujeres. Ivanovna que ama a Dimitri, pero que se siente traicionada por él, y que terminará amando a Iván. Y Grushenka, una mujer de mala fama, protegida por un hombre casado, de la que se enamorarán perdida y lujuriosamente tanto Dimitri como su padre.
Y en medio de la novela un crimen: El padre de los Karamazov, Fiodor Pavlovich, aparece muerto y todos culpan a Dimitri que le había amenazado públicamente de muerte. Todas las pruebas son claras. El juicio a Dimitri ocupa una gran parte de la novela. Es un crimen horrendo, y por él tendrá que pagar un inocente, Dimitri. Y aquí, por fuerza, tenemos que hablar de Lisavieta Smerdiaschaia, un personaje trágico, una 'inocente' atropellada por un sinvergüenza, probablemente Pavlovich. Representa la miseria y la degradación. Smerdiakov es el hijo de Lisaveta. Ha sido cuidado por Grigori, el criado de Pavlovich. Es un personaje sibilino y retorcido. Él fue quien mató a Pavlovich, para congraciarse con Iván, para vengarse del que algunos creían que era su padre, para vengarse de sus hermanos Karamazov, que tienen otro estatus, mientras que él no era sino un simple criado.
No podemos olvidar a personajes como Iliusha, el niño pobre que defendió a su padre, un borracho impenitente, del desprecio de todos. La novela es una pintura magnífica de una época y también de una forma de estar en el mundo de la marginación y de la exclusión.
Capítulo memorable es el dedicado al Gran Inquisidor. Cristo vuelve a la tierra y el Gran Inquisidor de Sevilla mantiene un diálogo con él para darle a indicar que era un iluso, que creía que los hombres buscaban la verdad y la libertad mientras lo que buscan es el pan y la felicidad.
En el centro de la novela está la cuestión de la existencia de Dios. La frase célebre de "si Dios no existe, todo está permitido" resume muy bien todo ese humus que se va depositando en las conciencias. Las consecuencias de la muerte de Dios las conocería Rusia durante su etapa trágica comunista. Pero la advertencia y la premonición ya estaban en esta novela. Si no existe Dios, quién puede impedir al hombre constituirse en hombre-dios. Estamos ante una novela psicológica, pero sobre todo una novela de ideas. Una magnífica novela. Y tan actual como la Rusia zarina que le tocó vivir al gran escritor ruso Dostoievski.
De una cosa podemos estar seguros: El mundo girará siempre sobre los goznes de la bruticie y del horror, pero también existirán otros hombres que echen arena en el engranaje de la maquinaria terrible del mundo, para que esta no funcione tan de prisa e incluso para que se pare por unos instantes.

jueves, 5 de abril de 2018

¿Sólo amor a los perros?


 
¿En verdad es tan grande el amor a los animales, especialmente a los perros, que se está produciendo en nuestra sociedad? Puede que sí. ¿O es la compensación, el síntoma, de ese odium por todo lo humano que se está dando también, especialmente en nuestra vieja Europa? Dentro de no mucho, las personas valdrán menos que un animal de compañía. Los perros nos ganarán en derechos. Los animalistas y sus potentes asociaciones no sé si están luchando por la protección de los animales o simplemente están gritando que el ser humano vale bien poca cosa, especialmente si este ser humano tiene criterio propio. Y, sobre todo, si este ser humano está indefenso y desprotegido, por ejemplo un niño, o un anciano, o un enfermo.
Ves a jóvenes que se arrodillan para recoger las cacas de los perros a una edad en la que deberían arrodillarse para limpiar las cacas de sus propios hijos. Las parejas jóvenes piensan inmediatamente en ‘animales de compañía’, antes que en formar una familia, tener hijos, sacrificarse por ellos. Los perros se han convertido en el objeto de nuestro amor, de nuestras atenciones, de nuestros recursos. Por ellos sacrificamos la siesta y la película, con tal de que se den su paseo diario. Sacrificamos el hotel o el restaurante que nos gustaba porque no admiten a perros. El llanto y la desnutrición de un niño africano nos dejan indiferentes, pero no así el aullido lastimero de un perro abandonado o con una espina en la pata. Ya hay más jóvenes parejas paseando perros que paseando niños. Y tristemente, ninguna pareja pasea a ancianos, es decir, a sus propios padres o a sus propios abuelos. Nos cuesta ir una vez a la semana a la residencia donde tenemos a nuestro padre, pero no nos cuesta nada salir todas las tardes, haga frío o calor, llueva o nieve, con el perro, para que haga sus necesidades, se pegue cuatro carreras y vuelva contento a dormir a nuestro lado. No permitimos que la vieja vecina bese a nuestro niño, pero sí permitimos y jaleamos que los perros laman las caras de nuestros bebés. El perro de compañía aparece más veces en el perfil de whatsapp que nuestra madre anciana o nuestra abuela.

Que los animales deben ser tratados con respeto, nadie debería dudarlo y todos deberían practicarlo, pero cuando los perros y los animales de compañía reciben mejor trato que las personas, más cuidados, más tiempo y más afectos… es el síntoma inequívoco de que nuestra sociedad ha empezado a enfermar.

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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