miércoles, 24 de febrero de 2016

Sobre abuelos y perros



    Cada mañana y también cada tarde y cada noche también, los abuelos de este país llevan a sus nietos a la guardería o al colegio, les van a buscar, les preparan la comida, juegan con ellos en el parque, les bañan, les cosen el babi o el pantalón roto, les entretienen, duermen o lo que haga falta. En muchas ocasiones, veo a abuelos corriendo jadeantes detrás de algún nietecillo díscolo o desobediente o arrastrando con sus menguadas fuerzas el carrito con el bebé o la cartera panzuda de libros del colegial.
    Cada tarde, los nietos, ya crecidos y jovencitos, pasean a sus perros, acarician a sus perros, hacen monerías a sus perros, recogen sus cacas de la acera o les llevan amorosamente al veterinario.
    Se echa de menos a los adolescentes o a los jóvenes pasear a sus abuelos, que, cuando ellos eran unos niños, tantas horas, desvelos y sacrificios les dedicaron. Pero no, no se ven jóvenes paseando a sus abuelos, tomando con ellos un café en una terraza, dándoles palique o acompañándoles al médico, o a la tienda a elegir una bufanda nueva.
    Es algo bien triste. Una de las mayores tristezas que suceden en la ciudad que vivo, y probablemente en el mundo que vivo. Los abuelos pasean a sus nietos y estos, cuando crecen, pasean a los perros.

martes, 23 de febrero de 2016

El poder y la política, según Zygmun Bauman


 


 
    Zygmun Bauman ha pasado por Burgos para un encuentro de pensamiento. Desde hace algún tiempo, sus análisis son certeros. Algunos le tachan de pesimista, pero es quizás ese rechazo del hombre actual a sentirse incómodo con lo que no quiere oír.
    Habla, por ejemplo, de la crisis de las instituciones democráticas por el solo hecho de que los problemas son globales y los gobiernos son locales: “Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia. La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas”.
    El autor también ha hablado de la crisis que se ha suscitado en Occidente por la lucha entre libertad y seguridad, que es un debate muy actual, exasperado a raíz de los últimos atentados yihadistas en suelo europeo.
    Bauman se muestra muy crítico con las redes sociales que nos dan una sensación de protección y amistad, pero que en el fondo son una trampa. En las redes sociales, podemos poner y quitar amigos con facilidad sorprendente; en cambio en la vida real, tenemos frente a nosotros un interlocutor que nos interpela, que nos exige definición, que nos critica, con el que tenemos que llegar a pactos o compromisos. Las redes sociales se están convirtiendo en ghettos, en grupúscolos donde nos sentimos cómodos porque todos nuestros amigos opinan lo mismo que nosotros.
    En este mismo orden de cosas, acabo de leer esto de Richard Rorty  “Tenemos ahora una clase superior que toma todas las grandes decisiones económicas y lo hace con independencia de los Parlamentos y, con mayor motivo, de la voluntad de los votantes de cualquier país dado. Esas élites son las que inician el alejamiento de la democracia y consiguen la separación del poder y la política, que es una de las razones que explican la incapacidad de los Estados para tomar las decisiones apropiadas. Así surge la indignación”.

viernes, 19 de febrero de 2016

El amor armado, de J.M. Mendiluce


Dos capítulos me han llamado la atención del libro de José Mª Mendiluce, El amor armado, el dedicado a Nicaragua, recién estrenada la revolución sandinista, y el que cuenta el cerco de Sarajevo dentro de la guerra de la antigua Yugoslavia.
Para Mendiluce, la revolución sandinista quiso aunar lo mejor del comunismo y lo mejor del cristianismo, pero ni la revolución era buena para los comunistas, ni era buena para los cristianos. Desde Honduras, EEUU hostigó a los sandinistas mediante la Contra. Es éste uno de los episodios más dramáticos de esa ingerencia norteamericana en todos los asuntos de hispanoamérica. Mendiluce dedica unas páginas a la visita polémica que Juan Pablo II realizó a Nicaragua. Mendiluce dice que tanto el Gobierno como el pueblo nicaragüense estaban bienintencionados respecto a la visita de Wotyla, pero que desde su llegada al aeropuerto Juan Pablo II regañó a los ministros sacerdotes. El clima se fue enrareciendo y durante la misa central, el pueblo empezó a corear consignas de paz que crisparon los nervios a los vaticanistas y a Occidente.
El amor armado es un libro de recuerdos de José Mª Mendiluce (para el autor este era su libro más querido) en su papel de mediador como alto representante de ACNUR en conflictos como Angola, Nicaragua, el Kurdistán, Bosnia, Guatemala, etc. Mendiluce tiene un tono más aventurero cuando habla de su estancia en África, quizás era más joven. Pero el tono del libro adquiere tintes dramáticos, de clara denuncia en el caso de Sarajevo. La pasividad occidental, la incapacidad de las fuerzas de la Onu, la equidistancia de los políticos que hablaban de conflicto armado en lugar de limpieza étnica por parte de los serbios respecto a los bosnios, el pacifismo tontorrón de quien lanza consignas de buen tono mientras los armados reparten tiros, obuses y violaciones a diestro y siniestro. El pacifismo de los que dicen que no les gusta el odio como si eso bastase para que desapareciera. De los que predican una cultura de la paz, del desarme, pero no parecen darse cuenta de que entretanto se mata, se viola, se destruye.
Si queremos sobrevivir en nuestro derecho a ser como somos, tendremos que entender que en tiempos de guerra y de conflictos, sólo cabe un pacifismo beligerante para defendernos de los que nos odian, mientras seguimos tratando de construir una cultura de la paz, de la tolerancia, una cultura positiva de la diversidad.

Tardaron tiempo en ver que era diferente




    Y un episodio escalofriante –uno entre miles- de la guerra en Bosnia. En la guerra todo está permitido, es como si levantaran la veda. Los vecinos no reconocen a sus vecinos y los hermanos no reconocen a sus hermanos. El hecho de ser cristiano o musulmán, que hasta la víspera de la guerra era un dato sin importancia entre bosnios y serbios, se transformó en una condena o un salvaconducto. Cuenta José Mª Mendiluce en su libro El amor armado: "Cuando a Damir lo mataron por ser distinto tardaron casi dos horas en darse cuenta de que lo era. Hablaba como ellos, era como ellos, pero quizá algo en su mirada de artista incapaz de odiar, algo en esos ojos que reflejaban ternura y miedo en vez de odio y arrogancia étnica, hizo que los cazadores no creyeran en sus papeles de salvaconducto. Entonces le hicieron bajarse los pantalones. Estaba circuncidado. Se la cortaron y se la metieron en la boca con los testículos y luego, afortunadamente, alguien le pegó un tiro en la nuca antes de que pasara demasiado tiempo"

jueves, 18 de febrero de 2016

El abrazo de la Habana




    El abrazo entre el Papa Francisco y el Patriarca de todas las Rusias, Kiril, en la ciudad de la Habana, el pasado 12 de febrero, me parece a mí que es una buena noticia. Ya sé que en un mundo desacralizado como es el nuestro, esta noticia ‘religiosa’ se ha visto muy relegada en la información. Ha ocupado menos primeras páginas que el último gol de Ronaldo o la ola de frío.
En un mundo en que las religiones están bajo sospecha (el islamismo, sobre todo, pero también el resto), este puente creado por un abrazo histórico entre ‘dos hermanos separados’, después de mil años de distanciamiento, es una primavera, un rayo de sol en medio de los negros nubarrones.
 

    “El Gran Cisma es – explica el profesor José Antonio Molero en un interesante artículo-  la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla. Miguel I Cerulario y la separación definitiva”. Miguel I Cerulario (ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y ambicioso, de poca formación intelectual, pero lleno de odio contra la Iglesia romana. Elevado a la Sede Patriarcal de Constantinopla en 1043, su ministerio coincidiría con el del papa León IX, y ambos consumarían el cisma que se venía gestando entre ambas Iglesias. Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena que se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no adoptaran el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa, y dirige una carta al clero en la que renovaba todas las antiguas acusaciones contra las dignidades eclesiásticas occidentales. En el año 1054, el papa León IX envió a Constantinopla una legación encabezada por el cardenal Humberto de Silva y los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, portando un escrito en el que se conminaba a Cerulario a la retractación de algunos aspectos en conflicto y un decreto de excomunión en caso de que éste se negase a ello, pero el patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos.     Ante esta actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”, plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054, depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de inmediato. Unos días después, el 24 de julio, el patriarca Miguel I Cerulario quemaba públicamente la bula papal y excomulgaba al cardenal Humberto y a su séquito. El cisma entre ambas Iglesias, que aún se perpetúa, se había consumado. Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en la Historia a partir del papado de León IX, no son pocos los investigadores que cuestionan la trascendencia de estos hechos en la efectiva separación de ambas Iglesias, pues, por una parte, cuando la excomunión recíproca tuvo lugar, León IX ya había muerto, lo que implica que cualquier actuación llevada a cabo por el cardenal Humberto carecía ya de validez como legado papal, y, por otra, las excomuniones afectaban a individuos, no a Iglesias. Desde aquel instante hasta la actualidad, ambas se denominan a sí mismas Iglesia Católica Romana e Iglesia Católica Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula “Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una se considera como la única heredera legítima de la Iglesia primitiva fundada por Cristo y atribuye a la otra el “haber abandonado a la Iglesia verdadera”.


    En un mundo convulso y violento, las religiones están llamadas a desempeñar un papel de mediación, de conciliación y de entendimiento. Las religiones siempre han sabido llegar al corazón del hombre, tocarlo y transformarlo. En esta hora histórica, pueden jugar un papel importantísimo en la búsqueda de la paz entre los hombres y los pueblos. Este encuentro, muy deseado desde los tiempos del Concilio Vaticano II, abre un camino de confianza para los cristianos de buena voluntad. Las diferencias teológicas, doctrinales, litúrgicas o de carácter disciplinar, no pueden hacernos olvidar las cosas que unen a católicos y a ortodoxos, es decir, la fe en una persona, Jesús, que vino a traer una palabra de misericordia y un gesto de amor a cualquier ser humano, a todos los seres humanos.

Memorias de la casa muerta, de Dostoievski




    Dostoievski escribió en Memorias de la Casa muerta sus recuerdos del tiempo que pasó en una cárcel de Siberia. No es un libro tétrico, ni el autor se deleita en contarnos la indignidad en la que vivían. Podríamos decir que, sin escamotear las escenas de pobreza, los palos que recibían por cualquier motivo, las condiciones pésimas de alimentación o de higiene, Dostoievski sabe ver el lado humano del asunto, el lado a veces esperanzado de la prisión. Quizás por todo ello lo que más me ha llamado la atención ha sido el capítulo dedicado a la obra teatral que los propios presos montaron en la cárcel. Con trapos supieron hacer un telón o disfrazarse de señoritas. En este momento de solaz, de creatividad, de colaboración, los presos dieron lo mejor de sí, mejoraron su actitud, se ilusionaron por algo, rompieron la monotonía grisácea del penal. "Ha bastado con permitir a estas pobres gentes que vivieran a sus anchas por un rato, que pasaran al menos una hora apartados de la rutina del penal, y estos hombres se han transformado moralmente". "Los reclusos se separan alegres, satisfechos, elogian a los actores, dan las gracias al suboficial. No se oye ni la menor discusión. Todos están contestos, cosa insólita en ellos, parecen incluso felices, y se duermen con la conciencia tranquila, algo a lo que nos están acostumbrados".
    Los piojos, los chinches, la bazofia que comen, los trabajos forzados, los baños indignantes apenas dos veces al año, los castigos corporales que los dejaban molidos a palos por cualquier motivo, los grilletes que llevaban a cuesta las 24 horas del día, la muerte dramática de un compañero en el hospital... todo puede ser olvidado gracias a esa capacidad innata en el ser humano de buscar una lucecilla para soportar la noche cerrada.

La mirada de Wróblewski sobre el horror




A veces conviene ir a lo desconocido, por el placer de ver algo que nunca habíamos visto antes. Me sucedió hace unos días en una visita a Madrid, me acerqué al Palacio de Velázquez para ver la obra del polaco Andreij Wróblewski, un artista del que yo nunca había oído hablar.
Toda su obra se reduce a un periodo de 10 años, desde 1948 a 1957, fecha en la que encontraría la muerte mientras hacía una excursión en solitario por los montes Tatras de su tierra natal.  ¿Recordaría entonces aquel día en que los soldados alemanes entraron en su casa y brutalmente la saquearon, lo que provocó que su padre muriera pocas horas después, de la impresión y de la humillación?
En Polonia, Wróblewski es considerado uno de los grandes artistas de después de la Guerra. Murió a los 29 años y dejó atrás 150 pinturas y cientos de dibujos, además de muchos artículos sobre arte.

Wróblewski se inició en la pintura abstracta, para después compaginar ésta con la pintura figurativa, fuertemente auspiciada por la Unión Soviética a través de su ‘realismo social’. Muchas de sus escenas reflejan la persecución de los polacos por parte de los nazis, una experiencia que marcaría a fuego el alma polaca: las escenas de ejecuciones en las calles se grabarían para siempre en su memoria. En sus pinturas, la muerte está muy presente, a la que representa siempre con el color azul. Muchos de sus cuadros están pintados por ambas caras, de ahí el título de esta exposición madrileña ‘Verso-Reverso”.
Me llama la atención el cuadro Madre con hijo muerto y también La colada o La sala de espera. Inquietante pintura la de Wróblewski, y sin embargo fascinante. Hay denuncia en sus obras, pero también esperanza, una resignada esperanza, como nos muestra ese cuadro suyo titulado Los amantes.

martes, 16 de febrero de 2016

Sobre titiriteros y sobre víctimas



    ¿Se sentirá orgullosa e ingeniosa Ada Colau de su ‘Gora marion-eta’? Puede que sí. Quizás hemos llegado a un punto en que todo da igual. Y bajo la capa de ‘libertad de expresión’ cabe todo, también la ofensa a las víctimas. Quizás en el marco de una obra teatral se puede decir lo que se quiera o se crea oportuno, ya que, al fin y al cabo, es ficción, creatividad. La cuestión más seria es cuando una función se representa para un público infantil. No parece que el ahorcamiento de un juez, la violación de una monja o el grito de ‘Gora Eta’ sean muy adecuados para unos niños, en los que sólo se puede crear confusión moral. ¿Pero no es acaso el propósito último crear confusión ética ya en los más pequeños? En estos mismos días hemos recordado los 20 años del asesinato de Fernando Múgica y de Tomás Valiente, que sacudieron el corazón y las conciencias de las gentes de esta España nuestra. Lo hemos olvidado demasiado pronto. Y más pronto hemos olvidado que, durante muchos años, gentes del propio País Vasco, en proporción considerable y escandalosa, jaleaban a los terroristas y humillaban a las víctimas y a los familiares de estas, hasta negarles el pan y la sal.
    Con motivo del 20 aniversario de Fernando Múgica, su hijo Rubén recordaba en una entrevista a su padre: “Mi padre era un donostiarra hasta la médula, un vasco hasta la médula, socialista desde el franquismo mismo y abogado. Un apasionado de su ciudad, de la abogacía y del partido socialista". Pero no satisfechos con matar a su padre, buscaron convertir a la familia y amigos en apestados. "En la casa familiar nos hicieron pintadas, a mi madre la escupieron por la calle, a los tres hijos nos insultaban por la calle y tuvimos que disponer de protección policial con escolta desde unos días después del crimen. Era el decorado que los ‘batasunos' tenían diseñado para las familias y para las víctimas del terrorismo. Las víctimas tenían que ser enterradas y sus familiares silenciados".

lunes, 15 de febrero de 2016

Flor de almendro: contra toda prudencia



    Había caído un sonoro chaparrón, acompañado de fuerte viento, a eso de las cuatro de la tarde. Pero pocos minutos después el viento barrió las nubes, el sol salió majestuoso, la temperatura subió unos grados y la tarde se hizo primavera: azul, luminosa y límpida.

    Me calcé mis zapatillas y me eché al camino de Renedo, que transcurre al lado de la Esgueva y de tierras de labrantío, cebadas y maizales. La Esgueva es un río chico o un garrido arroyo, como le queramos llamar. El camino de grava ha absorbido ya el chubascón y se camina con facilidad y sin barros. Los almendros han florecido. Más pronto que nunca, al menos que yo recuerde. Hay una hermosura en esta frágil flor, tan delicada, casi translucida, que desconcierta y embelesa a la vez. Los almendros siempre se adelantan, como todo el mundo sabe.
    Se ve que los almendros tienen muchas cualidades, pero no la de la prudencia. Si fueran prudentes y astutos florecerían unas semanas después para asegurarse que las heladas no les iban a arruinar su belleza y su fruto. Pero el almendro, cree, contra toda previsión y buen sentido, contra todo diagnóstico y estudio sesudo, que anunciar la primavera, pregonar la esperanza aún en medio del largo invierno, merece la pena. Luego, quizás, lo pague caro. Y es este temblor ante el futuro incierto de la flor del almendro, lo que la hace increíblemente bella y esperanzadamente hermosa. Por eso uno ama tanto la flor del almendro, porque tiene el arrojo y la osadía de la juventud y no la amarga previsión y la reseca prudencia de la ancianidad.

miércoles, 10 de febrero de 2016

El multiculturalismo según Sartori




    Giovanni Sartori fue Príncipe de Asturias en 2005. Este longevo escritor de 92 años es uno de los pensadores más brillantes que lleva mucho tiempo reflexionado mucho sobre el devenir político en nuestra sociedad (ahora les llaman 'politólogos'). El año pasado publicó su último libro “La carrera hacia ninguna parte. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro”.
    En una reciente entrevista habla de la ignorancia de nuestros políticos europeos: “No hay líderes ni hombres de Estado y así nos va: la Unión Europea es un edificio mal construido y se está derrumbando. La situación se hace más desastrosa porque algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible”.
    Pero sobre todo se centra en el Islam y el llamado multiculturalismo: “El islam es incompatible con nuestra cultura. Sus regímenes son teocracias que se fundan en la voluntad de Alá, mientras que en Occidente se fundan en la democracia, en la soberanía popular. El multiculturalismo no existe. En nuestra sociedad tenemos unas normas generales, unos principios. El inmigrante puede hacer en su casa lo que quiera, pero debe aceptar las reglas del Estado que le acepta”.
    A este respecto, se podrían mencionar las declaraciones del imán de Colonia Sami Abu-Yusuf, quien en una entrevista declaró que la responsabilidad de las violencias sexuales de Nochevieja no se debían atribuir a los jóvenes, sino a las mujeres que iban por la calle medio desnudas y perfumadas. El imán lleva decenios en Alemania, pero no ha dado un solo paso hacia la cultura que le ha acogido, mostrándose como un invasor arrogante. ¿Se puede dialogar con un troglodita que ve un demonio en la feminidad? El profesor Sartori lo tiene muy claro: «A quienes no están dispuestos a aceptar nuestras normas, se les debe colocar en la frontera para que se marchen a su casa».

Moira, de Julien Green



 

    Es un gusto encontrarse de nuevo con Julien Green, este escritor americano que vivió casi todas su vida en Francia y escribió en francés, aunque nunca quiso renunciar a su patria de origen. Green perteneció a esa pléyade de escritores (Maritain, Mauriac, Bernanos) para los que la relación del ser humano con Dios era el núcleo de su atormentada o esperanzada escritura, una escritura desprovista, en todo caso, de beatería o de barata catequesis.
Leviatán, de este mismo autor, me fascinó. Julien Green tiene un lenguaje que, más que afirmar o evidenciar, insinúa y sugiere. Un palabra, un roce de la mano, una puerta que se cierra, la nieve que cae … tienen un valor muy importante en la trama, porque parece que todo está puesto a posta, como cada hilo de un tapiz.
Green tiene la escritura elegante y un estilete afilado para rasgar las entrañas y dar a conocer lo que allí sucede y, cómo el alma es, unas veces, torpe o desrazonada y, otras veces, sutil y armoniosa.
La novela que acabo de leer lleva por título Moira. Moira cuenta la historia de un jovencísimo metodista, Joseph Day, educado en el más severo rigor moral, que llega a la Universidad, y que encuentra un ambiente donde se blasfema, donde se acude al prostíbulo, donde se bebe, donde se burla... El joven Joseph Day vive obsesionado por su pureza, pero mucho más obsesionado por su posible condenación: “Seré uno de los elegidos”. Probablemente esta novela se lea con dificultad por las nuevas generaciones, donde 'Dios ha dejado de ser un problema'. Y sin embargo, actitudes como las del protagonista, como por ejemplo bajando los párpados ante esculturas clásicas desnudas o arrojando el ejemplar de Romeo y Julieta al leer un pasaje amoroso, son de bastante actualidad en nuestro mundo. En la Universidad traba amistad con un joven muy espiritual, David, que quiere ser pastor pero que tiene una idea más misericordiosa de Dios. Y allí encuentra a la joven Moira, que lo turba y lo perturba. El rigor religioso extremista crea sus propios demonios. Y cuando no se espera el perdón de Dios, la vida se vuelve difícil y el pecado aterra al pecador. El desenlace es lo que otro joven universitario, Praileau, había pronosticado: ‘llevas en tu alma un asesino’. Joseph se acuesta con Moira y, luego, el peso de una culpa atroz le arrastra a matarla y a enterrarla bajo la nieve. El problema de Dios está ahí. Se puede vivir la fe desde el rigor, desde la misericordia e incluso desde la blasfemia. Una frase de la primera carta de Juan parece resumir la idea que sobre Dios tiene Julien Green: “Si vuestro corazón os condena, Dios es más grande que vuestro corazón”.

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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