Pocos discuten a Rafa Nadal su valía como deportista de élite en las canchas de tenis. El mejor tenista de la historia en tierra batida tiene un palmarés abrumador. Catorce victorias le avalan como rey del Roland Garros. Premio Príncipe de Asturias de deporte y otros tantos galardones que llenarían una amplia vitrina. Casi nadie discute su humildad y su valía humana que le han acreditado durante su trayectoria como un modelo a imitar, especialmente por los jóvenes deportistas. No es un hombre de muchas palabras, pero todos le vimos arrimar el hombro y el bolsillo cuando las inundaciones de Mallorca.
Francia y París le
han tributado recientemente un homenaje en su despedida como tenista profesional en ese
templo del tenis que es Roland Garros. Por ello, la vida de Rafa Nadal nos
parece la de un hombre sencillo, leal a sus amigos, a su entrenador, a su
familia, a los chicos que estudian en la Academia de Tenis por él fundada. Nos
sobran divos del deporte que hacen exhibición de rolex, coches de alta gama,
yates, mujeres despampanantes y dudosa relación con Hacienda. Los grandes no
son verdaderamente grandes si les falta la humildad. Tal vez por todo ello, la
admiración, no sólo deportiva, ha acompañado siempre a este chico de Manacor, incluso la admiración
de los que entendemos poquito de tenis.