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miércoles, 4 de octubre de 2023

Los maratones del hermano Juan


 Cuando Juan Vaccari (1913-1971) llega a España en el año 1965 convierte a muchos de sus amigos italianos en generosos bienhechores del Colegio San José (Aguilar de Campo). Hacer frente a la construcción del colegio, al mobiliario, a los sueldos de los profesores, a la manutención de los alumnos y al mantenimiento del edificio, con las mensualidades mínimas de los seminaristas, normalmente de familias humildes campesinas, era pensar en lo impensable. La primera obra española debe mucho, muchísimo, a los numerosos bienhechores italianos del Hno. Juan: las propias casas guanelianas diseminadas por Italia, pero también amigos que él hizo a lo largo de su vida, especialmente a su paso por el Palacio de la Cancillería de Roma, contribuyeron con gran generosidad.

Cuando los números en rojo empezaban a aparecer en las cuentas de Aguilar, los frailes decían al superior: “Manda al hermano Juan a Italia, y ya verás cómo vuelve con mucha providencia”. Esto explica los numerosos viajes que Juan hizo a Italia por aquellos años. ¡Era el imán de la Providencia! Los bienhechores le correspondían con largueza de propinas y donativos.  Y Juan no se cansaba de rezar por ellos: “Por todos nuestros queridos bienhechores, rezo continuamente. Desde el Cielo haré mucho más por ellos”.

¡Cuántos baúles habrá traído de Italia! Ropas litúrgicas, ropa de hogar, vajilla, camisetas de fútbol, equipamiento deportivo para los niños, material escolar, juegos de mesa, filminas y dibujos, instrumentos musicales, vestuario para obras teatrales, dulces navideños, figuras para el nacimiento… ¡de todo! En una ocasión, en la frontera hispano-francesa, los aduaneros querían hacerle pagar una suma descomunal por los baúles, y amenazaban con retenerlos en la frontera. Eran las vísperas de la navidad. Había recogido en Italia muchas cosas para los colegiales. El hermano Juan se puso triste hasta el punto de que se le saltaron las lágrimas. Finalmente, un guardia dijo a su compañero: “Déjale pasar. ¿No ves cómo está llorando?”. Juan pudo llegar a Aguilar con todo su cargamento de regalos y dulces para la Navidad.

Cada vez que regresaba a Italia, realizaba auténticos maratones, en tren o en coche, para visitar, agradecer, regalar algún detalle y, de paso, “recoger providencia”.  Escribe: “He salido de Sanguinetto, he llegado a Milán. Luego he viajado a Albizzate, a Varese y finalmente a Barza. Mañana me acercaré a Anzano del Parco y a Como” (enero 1969). Y también: “En Como hablé con el Superior General; luego, fui a Varese. Hice una breve visita a los de la fábrica Ignis. En Barza, me encontré con los cohemanos, y el ecónomo me dió una suma importante de liras. Bendice, Señor, a todos los bienhechores”.

            Pero un donativo para el Colegio San José le toca el corazón: “Bendice, Señor, a estos niños pequeños de la guardería de nuestra parroquia de San José (Roma). Me han conmovido profundamente cuando me han entregado sus pequeñas ofrendas” (Diario, 19-2-71).

            Sus viajes a Italia eran una travesía de ciudad en ciudad, de casa en casa guaneliana, de familia en familia. Hubo jornadas en las que estuvo en cuatro y cinco localidades. El hermano Juan suscitaba la simpatía, la admiración, las ganas de imitación. Delante de sus amigos italianos se comportaba como el misionero destinado en tierras lejanas que cuenta con pasión sus aventuras. Y tenía para contar muchas cosas: el Colegio crecía gracias a la Providencia, admiraba la fe todavía recia de las familias campesinas, la sencillez y la honradez de los muchachos, la acogida de los religiosos españoles en sus casas (pasionistas, jesuitas, oblatos, maristas, combonianos, hijos de la Consolata…). Antes de que abriese la boca para pedir, ya le estaban dando un donativo. Su testimonio, su inmensa gratitud, su fe de niño estimulaban la generosidad: cardenales, monseñores, monjas y frailes guanelianos, laicos, confesores, amigos… “Gracias, Providencia, por todas las ayudas que de ti he recibido en este periodo. Y te pido que bendigas y ayudes a los queridos bienhechores”.

            En Puentes honramos la memoria del hermano Juan con dos iniciativas.

            Premio Hermano Juan: Cada 9 de octubre (fecha de su muerte) se da a conocer el Premio Hermano Juan. Dotado con una pequeña cantidad, exactamente el 1% de los donativos particulares que la Ongd haya recibido el año anterior (el premio en 2023 será de 800 euros), quiere subrayar la importancia del compartir, aunque sea poco, con otras asociaciones que en nuestro propio país luchan contra la pobreza, en general, y a favor de las personas con discapacidad, en especial.


Proyecto caramelos. Puentes, también cada 9 de octubre, invita a renovar el “testamento” de Juan Vaccari, colaborando con un proyecto a beneficio de las personas con discapacidad (los ‘buonifigli’ que él menciona en su testamento). En esta ocasión el proyecto elegido es “Asistencia de logopedia para personas con discapacidad en la Ciudad de México”. Este “proyecto caramelos” está especialmente dirigido a los antiguos alumnos que estudiaron en Aguilar de Campoo y Palencia y a todas las personas que sienten especial devoción por la figura del hermano Juan.

Puentes invita a los antiguos alumnos a devolver un poco de lo mucho que recibieron en su infancia y adolescencia. Y a los que sienten devoción por su figura, a agradecer, con obras, el bien que este hombre bueno sigue haciendo a nuestro corazón.

Nos parece aún escuchar, de los labios del hermano Juan, una oración muchas veces repetida: “Ayuda y bendice a los bienhechores”.

 IBAN ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (B. Santander): “Proyecto Caramelos”









miércoles, 17 de mayo de 2023

Cap. IX (y último) - El permanente "pensamiento de las buenas noches" (Juan Vaccari: un hermano para siempre)


 

CAP. IX.- El permanente “pensamiento de las buenas noches”

(Cinco enseñanzas del Hno. Juan para nuestro momento actual)

¿Y ahora, qué?, podemos preguntarnos. ¿Esperar, sin más? ¿Esperar que Roma acepte, sin reservas, el proceso diocesano de Palencia? ¿Esperar a que, por intercesión de Juan Vaccari, se produzca un milagro de curación lo que facilitaría su Beatificación y Canonización?

Cuando el proceso de canonización de Luis Guanella ya estaba muy avanzado y la extensa documentación en torno al milagro sobre el joven patinador americano, William Glisson, yacía empolvado en estanterías vaticanas, el Papa Benedicto XVI recibió en una audiencia a los Superiores Generales. P. Alfonso Crippa dijo al Papa que toda la Congregación esperaba la canonización. Con la consabida ‘esencialidad ratzingeriana”, el Papa contestó: “mientras tanto, haceos santos vosotros”. Intanto, fatevi voi santi.

Mientras tanto, mientras esperamos la finalización del larguísimo proceso de beatificación (algo que, por mi edad, yo no conoceré), intentemos nosotros hacernos santos, al modo y manera del hermano Juan Vaccari. Un cardenal, no recuerdo el nombre, dijo hace unas semanas, y yo creo que con mucho acierto: “Uno no es santo porque haya hecho buenas obras, sino que hace buenas obras porque es santo”.

Por lo tanto, tratemos de ser santos, y de seguro que seremos capaces de hacer buenas obras. El legado del hermano Juan, me parece a mí, es un hermoso legado y una preciosa herencia. ¿Qué nos diría hoy el hermano Juan si pudiera dirigirse a nosotros como se dirigía a los alumnos de Aguilar de Campoo, al final de cada día, con el ya célebre “Pensamiento de las buenas noches”? El sonido del silbato ponía fin al recreo posterior a la cena. Era la hora de irse a la cama o, tal vez, de pasar por el estudio para el último repaso a las tareas. En cualquier caso, era el final del día. En el patio de cemento, cuando el buen tiempo lo permitía, o en el gran salón, de futbolines ping-pongs y billar, en las frías noches invernales, se nos ordenaba que formásemos en fila de a dos, por cursos. Entonces, el hermano Juan esperaba nuestro silencio, para hacer la señal de la cruz. Comenzaba, así, el “pensamiento de las buenas noches”: una breve reflexión, un apunte, una historia, una idea, algo para hacernos pensar, para ayudarnos a hacer examen de conciencia, para exhortarnos a rezar, para mirar nuestro interior y provocar un pequeño cambio en nuestra conducta.

Los santos son siempre actuales, porque su mensaje puede ser leído con ojos nuevos. Más allá de las palabras o incluso de algunos gestos o devociones que nos pueden parecer “pasados o de moda” o “lejanos de nuestra espiritualidad actual”, la vida y el testimonio del hermano Juan siguen inspirando, interrogando, alentando al bien, facilitando la bondad…

Su vida sigue siendo para nosotros un permanente “pensamiento de las buenas noches”. He resumido en cinco pensamientos que son, entre otros, su perenne enseñanza.

 

1.- La oración a todas horas… frente a un activismo desquiciante y un eficientismo obsesivo.


Aguilar: Santa Misa en la capilla de la sede provisional 

Una cita de su Diario nos viene bien en estos tiempos de velocidad y de afanosa búsqueda de éxito: “María, enséñame a vivir en lo escondido, para que así pueda atraer la mirada de Jesús. Defiéndeme de las prisas y del ansia de actuar y de tener éxito”.

Y también este bellísimo párrafo: “Me conozco de sobra y veo qué poca cosa soy. Conozco a Dios y sé que con él todo lo puedo. Cuanto más pequeño, débil, arrastrado hacia el pecado me siento, tanto más crece en mí la necesidad de abandonarme en Dios”.

En la vida del hermano Juan, no hay tiempos para la oración, sino que la oración llena todo el tiempo desde que suena el despertador hasta que los párpados se cierran y la cabeza cae sobre la almohada. Respirar es oración, conducir el coche es oración, jugar es oración, rezar también es oración

Su Diario espiritual da buena cuenta de esta actitud. Sus escritos, raramente son crónica, narración, perfil biográfico, ensayo, análisis, sino y sobre todo una oración. A la oración interior, a la oración vocal, el hermano Juan añade la oración escrita.  Ya en la primera entrada de su Diario, escrita el 20 de marzo de 1952, en la estación de Ostiglia mientras espera el tren, escribe: “Os pido, Jesús, que aumentéis en mí el espíritu de oración mediante la unión con Vos”.

Cuando entraba en una casa, según nos refiere un testimonio de Monteggia: “nos metía a todos en un espíritu de oración, con una avemaría y un gloria”. Las largas jornadas conduciendo el coche en busca de niños por Castilla, se las pasaba rezando el rosario y, si le acompañaba alguien en el asiento, le invitaba a rezar con él. P. Leo Bigelli refiere que “cuando iba a las tiendas a comprar y había mucha gente, especialmente mujeres, él sacaba su rosario y esperaba su turno en oración, y alguna mujer impaciente se le adelantaba, cuando le veía tan concentrado rezando y tan poco atento a la cola”.

El activismo es uno de los riesgos del creyente y más aún del religioso consagrado. La velocidad de los aviones, trenes o coches, no es nada comparada con la velocidad a la que se nos invita a trabajar, a pensar, a actuar y a vivir hoy en día. Se nos exige que respondamos velozmente a mil estímulos, mil llamadas, mil presiones. El inmediatismo y el productivismo nos arrastran a un precipicio del que no somos conscientes hasta que caemos en él. El remitente de un whatsapp exige una rápida respuesta, y, si no le llega pronto la contestación, se pone nervioso. Y así con todo lo demás. Todo parece urgente. Recibimos emails con la marca de la exclamación roja para que respondamos inmediatamente. Lo urgente devora a lo importante. Y como la oración no lleva la marca roja del urgentismo, la vamos relegando y relegando, hasta que el final un activismo nervioso y un eficientismo delirante se convierten en monstruos que nos devoran.

¿Cuándo es la última vez que nos hemos detenido a oler una flor? ¿Cuándo la última vez que hemos desconectado el móvil 24 horas seguidas? ¿Cuándo nos hemos citado con alguien por el mero placer de escuchar y hablar sin tasa de tiempo? ¿Cuándo a leer una tarde entera una novela o uno libro de versos, a contemplar las pinturas de un museo o a caminar sin rumbo por un bosque?

La oración nos centra en el Centro, en el Importante, y nos concentra, es decir nos devuelve al centro de nuestro yo. Por otro lado, no deja de ser curioso que por doquier surjan gurùs y coach personales. Grupos pseudorreligiosos, filosóficos, promueven jornadas, retiros, seminarios para aprender a meditar, a estar en silencio. Y las gentes parecen encantadas de pagar, a veces altos precios, para aprender a meditar, hacer silencio, contemplar la naturaleza o vaciar la mente de imágenes y pensamientos, en pocos días y con resultados ‘asombrosos’.  Al mismo tiempo, sin embargo, los cristianos hemos ido abandonando las prácticas religiosas para zambullirnos en un activismo sin límites, dejando a un lado la oración porque es ‘una pérdida de tiempo’. Nos hemos creído tan importantes que hasta hemos llegado a pensar que, sin nuestras eficientes obras solidarias, el mundo se vendría abajo. Hemos llegado a olvidar las palabras de Jesús: “siempre habrá pobres entre vosotros”. Tal vez no caemos en la cuenta de que el derrumbe del mundo se producirá el día que se enfríe nuestro amor por el Amor. Decimos que nos falta tiempo para la oración, pero no es esa la razón verdadera. Es nuestro miedo a encontrarnos con nuestras zonas oscuras, nuestros demonios personales, nuestros territorios indeseables. Miedo a encontrarnos con la advertencia de Jesús “Ella ha elegido la mejor parte”, dirigida a una María contemplativa. Cuando nuestro pozo se quede sin agua y nuestra lámpara sin aceite, nos encontraremos desnortados, frustrados, preguntándonos con dolor: ¿mi vida ha merecido la pena?

El hermano Juan nos invita a acompasar nuestra respiración con la oración, mediante un pensamiento dirigido a Dios, unos labios que invocan al Señor y un corazón que se calienta en la lumbre de Dios.

El hermano Juan nos diría: “¡Pobre mundo! Cómo se agita y se desvive buscando la felicidad, mientras que la verdadera y única felicidad está en poseer el amor de Dios” (11 de abril 1964).

Cuando faltaban apenas unas horas para viajar a España, precisamente en la festividad de Teresa de Ávila, escribe: “Santa Teresa, inflámanos de amor de Dios, como tú lo estabas, y revélanos el secreto, o mejor, ayúdanos a descubrir el secreto del éxito en el apostolado…imitándote en el ejercicio de la vida interior”.

Un buen día anota, dándose un consejo a sí mismo: “Hermano Juan, aprende y practica lo que ha hecho San José: vida interior, vida de unión con Dios, vida de oración” (agosto, 67).

Y en otro momento, en junio de 1970, resumiendo la charla de un predicador: “Necesito rezar. Si no rezo, es porque no amo. Si amo a Dios necesariamente le rezo, le pido, le pregunto, le deseo”.

Juan confiaba en las palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. Y por eso pudo escribir: “Que mi descanso sea tratar contigo”. Juan terminaba sus larguísimas jornadas ante el Santísimo. En Barza era el último que dejaba de trabajar, pero no se iba a la cama sin pasar antes por la capilla. En una ocasión, un hermano se dio cuenta de que Juan estaba literalmente exhausto y fue a decírselo al superior: “Di al hermano Juan que se acueste; no puede más”.

 

2.- El enamoramiento del Amor… frente a un tiempo de poliamoríos e infidelidades sin número


Roma: El Hno. Juan con los buonifigli (personas con discapacidad)

En muchos aspectos, la espiritualidad del hermano Juan es hija de su tiempo, de las corrientes de devoción popular transmitidas por su familia y en su parroquia de Sanguinetto, en las vivencias de Fara Novarese y Barza d’Ispra. La continua oración de repetición, la concepción de la vida como un valle de lágrimas, el pensamiento dirigido a la muerte, la voluntad de hacer méritos para ganar la vida eterna, la penitencia y el sacrificio personales… todo ello es común a las biografías y a los escritos de sus contemporáneos.

Es preciso reconocer que el Concilio Vaticano II fue deseado, seguido, interiorizado y vivido por las mentes más inquietas, más ilustradas o avanzadas de pensamiento. El CVII supuso un antes y un después en la Historia de la Iglesia, pero la implantación fue lenta; en muchos casos, aún no ha llegado. Hubo rechazos y obispos que no se enteraron de la novedad, seminarios que siguieron con las viejas enseñanzas y congregaciones que muy lentamente se hicieron eco de la nueva visión conciliar. Quizás las Congregaciones más inquietas o intelectuales, como los jesuitas, empezaron muy pronto a debatir y a proponer; otras, como la de los Siervos de la Caridad, más tradicional y conservadora, cambiaron más lentamente.

Alguien ha insinuado que la espiritualidad del hermano Juan no era acorde con lo expresado por el CVII. No estoy de acuerdo. No se puede pretender que el hermano Juan tuviera el lenguaje de los grandes intelectuales y teólogos que propulsaron el Concilio: Karl Rahner, Yves Congar, Joseph Ratzinger, Henri de Lubac, Hans Küng, Jean Daniélou... Su arquitectura espiritual ya estaba formada en 1962. Pero hay aspectos de su espiritualidad que son completamente actuales: uno de ellos es la  súplica de “enamorarse de Jesús”. Y esta súplica es ansia, deseo, anhelo, búsqueda, hambre y sed de Jesucristo. Más allá del miedo al pecado y el temor a no obtener la salvación, más allá de la ascesis, la penitencia y el sacrificio, nos encontramos con ese pasión de Dios, anhelo de gozar de su íntima amistad, de que Cristo fuera su único esposo, su novio para siempre. “Enamórame, Señor”, remite a lo más íntimo, al corazón, a la pasión, al deseo, a la esperanza, al noviazgo, al Cantar de los Cantares de la Biblia o el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz. Correr tras el amado, gozarse en el amado, disfrutar del amado, no enfriarse nunca en su amor al amado. Esto es verdaderamente hermoso. P. Andrés García fue el primero en captar este rasgo tan importante de la espiritualidad vaccariana. El enamoramiento implica la mente, el corazón, el alma y hasta el cuerpo.

Esto es también el legado del hermano Juan. ¿Y por qué? Por qué vivimos en una sociedad de amores minúsculos y en minúsculas. En una sociedad sin grandes relatos e historias de amor duraderos. Nuestro mundo es el mundo de los amoríos, los affaires, los flirteos, los devaneos, las sensualidades, las infidelidades, los noviazgos y matrimonios con fecha de caducidad, ¿tal vez obsolescencia psíquicamente programada? Una época en que el amor únicamente es eterno mientras dura. Pero tal vez este tiempo de ‘amores inconstantes” no se refiere únicamente a las relaciones de pareja, sino que hay inconstancia y deslealtad en las amistades personales, en las familias, en las ideas y en los trabajos.

Es fácil, hoy en día, dejarse llevar por las novedades, por lo trending topic sociales, por las corrientes de cada momento, por la agenda de la modernidad (la cuestión de género, el aplastamiento de la autoridad, la exaltación del animalismo, el mito de la ecología, el recelo contra los ricos, el panteísmo, el supermercado espiritual, los códigos del movimiento LGTBI+, el revisionismo histórico, los discursos del odio en las redes sociales, la banalidad de la pornografía … y aquí cada uno puede añadir las que quiera) . Bailando de una flor a otro, como hacen las abejas, vamos cambiando de ‘amores’ a golpe de novedad, de me gusta, de me apetece, de esto es lo que se lleva. Vivimos en la sociedad del like. La rutina, la repetición, lo cotidiano son “maldiciones” en nuestro mundo de hoy. Y fácilmente, la novedad de las cosas y las personas nos deslumbra y nos seduce.

El hermano Juan centra su vida en el Centro: “Oh, Jesús, haz que pueda acariciarte siempre con una fe inmensa. Oh, Jesús, que sienta que tú también me acaricias”.

“Enamórame, Señor” es una invitación a no perder de vista el único objeto de nuestro amor; es más, la única persona de nuestro amor. Con las sencillas palabras de un rústico enamorado, de un romántico empedernido, los creyentes podríamos decir, con palabras de Juan Vaccari: “Enamórame, Señor”.

Enamórame” es el verbo-súplica que más sorprende y llama la atención en sus escritos, teniendo en cuenta la época en la que el Hermano Juan vive y la espiritualidad en la que se había formado. Dios deja de ser Todopoderoso y Omnipotente, y pasar a ser compañía, consuelo, descanso, refugio, solaz... Como solía decir el Hermano Rafael, este sentirse ‘chiflado’ por Dios transformó toda su vida.

La obsolescencia programada, que las fábricas aplican a los electrodomésticos, es decir ese dispositivo por el que dejan de ser útiles cuando llevan determinadas horas de funcionamiento, podemos correr el riesgo de aplicarla también a las personas y a los valores. Descarte, utilitarismo, caducidad… también están siendo aplicadas a las personas y hasta a las ideas virtuosas.

 Hay un paralelismo entre el pensamiento de Pedro Arrupe, Prepósito de los Jesuitas, y cabeza pensante de su época, y el del Hno. Juan, un sencillo hermano lego, de estudios y cultura limitadas. Dice Pedro Arrupe: “No hay nada en el mundo que me atraiga sino Tú sólo, Jesús mío. A él me debo entregar y de él debo recibir su amistad apoyo, su dirección. Pero también su intimidad, el descanso, la conversación, la consulta, el desahogo…; el lugar es ante el sagrario: Jesucristo nunca me puede dejar. Yo siempre con él. Señor, que yo no te deje y no permitas que me separe nunca  de ti”. El hermano Juan, por su parte, llegó a escribir: “Jesús, ata mi corazón al tuyo, para que nunca me separe de ti” (junio, 1970).

Reflexionando sobre qué le diría Dios, escribe: “A pesar de todas tus infidelidades –¡cuántos eran mejores y más dignos que tú!- mi mirada se ha posado sobre ti, he pensado únicamente en ti, te he amado solo a ti. Y la mirada de ese día que decidiste seguirme te sigue acompañando en todos los momentos, y ¡pobre de ti, si yo me alejase!”  (agosto 67). 


3.- Irradiar luz como una luciérnaga… frente a un mundo de crecientes sombras y oscuros extravíos.


Aguilar: Trabajando la tierra con los bueyes al lado del señor Teófilo

Es ya un clásico cuando se habla del Hermano Juan recordar la breve reflexión que escribió la noche del 20 de junio de 1970, conocida como la “parábola de la luciérnaga”. La acción transcurre en la casa de ejercicios que los jesuitas tenían en Pedreña (Cantabria). Dejemos que nos los cuente él: “Una noche, paseando por el parque de la casa de ejercicios, vi a lo lejos, en la oscuridad, una luciérnaga; me acerqué y observé que todo el jardín estaba sepultado en una profunda oscuridad y no se veía nada, ni plantas, ni árboles, ni hierbas; en cambio, alrededor de este pequeño animalito, con el resplandor que emanaba, empecé a ver hierba, algunas flores, y la piedra donde estaba... Este animalito daba luz... Que yo también sea, a mi alrededor, luz de buen ejemplo. La luciérnaga no envidia a la luna, ni a las estrellas, ni mucho menos al sol. Yo no tengo que envidiar, ni tampoco desanimarme, porque no tenga tanta capacidad, dones, y tampoco porque no tenga santidad…”.

Esa pequeña luciérnaga que irradia una luz muy tenue, casi insignificante, es para el hermano Juan, una metáfora de lo que debe ser su vida y la vida de cada cristiano: irradiar un poco de luz para que nuestra alma y otras almas no se extravíen por el inmenso y oscuro bosque del mundo. Esta es la misión que Dios quiere de él: ser en la vida luciérnaga. El hermano Juan, dada su humildad, no aspiraba a ser un faro en medio del océano, sino tan solo una luciérnaga en un sendero una noche cualquiera.

Y esta ‘parábola de la luciérnaga” es también parte de ese legado del hermano Juan para nosotros. En una reflexión se aconseja a sí mismo: “Esparce a tu alrededor toda la luz que te viene de Dios”. En un mundo de sombras crecientes, inmersos en una realidad tan ajena y tan lejana a la lux Christi, extraviados en la selva mundana de los consumismos y de las idolatrías atractivas, de los becerros de oro, de los cantos de sirena, de la antítesis de valores morales y culturales que hasta ayer mismo creíamos que formaban parte indisoluble de nuestra civilización occidental, tener como misión “ser luciérnaga para los demás”, es un proyecto que puede abarcar toda nuestra vida y convertirse en la razón de una existencia.

Ideologías cambiantes suplantan a la teodicea, la religión se vende en los supermercados. Dios es colocado al mismo nivel que Pachamama, el centro del mundo ya no es el hombre en sí, desde su concepción hasta su muerte natural, sino una visión utilitarista del ser humano, con distintos valores y precios dependiendo de la influencia, el dinero, la juventud, la salud, etc. Algunas voces reclaman que el ser humano y el animal (especialmente las mascotas) tengan el mismo nivel de derechos. Llamamos derechos a lo que son solamente caprichos (como nos había advertido Chesterton). A veces se tiene la sensación de que el hombre puede prevalecer sobre Dios. Y es que en esta idea llevan abundando desde las ideologías totalitarias del siglo XX hasta los populismos crecientes del XXI. Prevalecer sobre Dios es la aspiración demoniaca de todas las ideologías que aspiran a la totalidad, a ocupar el nicho que ha ocupado siempre Dios. La relativización de la verdad lleva a la posverdad que no es sino la mentira. El auge de las fake news, la implantación de una cultura woke, o cultura de la cancelación que borra a las personas y sus creaciones por simples razones ideológicas o por su inadaptación a lo políticamente correcto en cada momento. Dios sería un estorbo para el hombre. La historia de la Iglesia vista como una sucesión de guerras de religión e inquisiciones. La cultura cristiana que ha inspirado la literatura, la música, el arte, los Derechos Humanos y hasta las fiestas, los topónimos, la gastronomía y el lenguaje mismo…  se olvida o se reduce a pura arqueología muerta.

En este mundo de crecientes sombras, se necesitan cristianos-luciérnagas que, a pesar de su pequeñez, ayuden a aminorar el extravío de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Acoger la luz, atraparla en nuestro corazón e irradiarla en medio de las sombras espesas de nuestro momento histórico. Esta podría ser también parte de su legado y parte de nuestra misión.

“Esto es lo que Dios me pide. Con mis oraciones, con practicar la regla, con sacrificios, condimentar mis conversaciones con algo de espiritual, inoculando algo de bien a todos y en todas las formas de apostolado que se presenten. Esta luz es la que Dios quiere de mí. Por tanto, tranquilo y ¡adelante!”

Cuando estamos llenos de Dios y vacíos del mundo, cambia nuestra forma de ver a los demás y de ver este pobre mundo. La propia naturaleza se transforma en maravilla para quien está instalado en Dios: Así, en la mañana de Pascua de 1970 escribe: “¡Aleluya! Estaba sentado en la mesa cuando amanecía en el horizonte… ¡Qué maravilla! La salida del sol produce gozo, alegría, vida. Jesús, sol eterno como el de esta mañana, mañana lejana pero siempre nueva. Jesús, ilumíname y embriágame de tu luz eterna. Que mi alma esté siempre inundada de santa alegría, para que pueda infundir en mis hermanos, tu amor”.

 

4.- Ser hierro candente y dócil a las manos de Dios… frente a una sociedad de yoes inflados.


Aguilar de Campoo, 1967. Los primeros estudiantes del Colegio San José

El 6 de enero de 1971, escribe uno de sus párrafos más luminosos: “Siempre habrá en mí gozo interior y también exterior si me mueve una vida de fe viva y mi alma es maleable en las manos de Dios y de mis superiores. Seré como un metal en el fuego; mientras el metal está en el fuego o, cuando se lo aparta, pero conserva aún todas las cualidades del fuego, el herrero hace de él lo que quiere y no encuentra ninguna dificultad en trabajarlo. Pero si se enfría, le resultará difícil trabajarlo. Así sucederá con mi alma. Si estoy, si vivo, si miro con espíritu de fe, seré como un metal abrasado y no me opondré nunca ni a la santa voluntad de Dios ni tampoco a la de mis superiores”. El hermano Juan no sólo pide docilidad en las manos de Dios, también en las manos de sus superiores. Nos puede parecer un poco fuerte, incluso trasnochado y obsoleto. Pero para alguien que hizo de la obediencia una norma básica de su vida religiosa, resulto normal y lógico, aunque resulte chocante para nuestra mentalidad de negar toda autoridad y “matar a toda costa al padre”.

El yo no ha dejado de crecer desde que los primeros pintores y escritores dejaron su firma en el lienzo o en el frontispicio de la portada de un libro. Vivimos en una sociedad de yoes inflados que, con el paso del tiempo, se convierten en monstruosos. En todo tenemos que dejar la baba de nuestra marca. El culto a la personalidad ya sea esta política, económica, cultural o religiosa no ha dejado de crecer. 

Todo ser humano que aspira a la verdadera grandeza interior sabe que llega un momento en el que el yo no debe notarse, no debe aparecer. Y lo que es más grave y tiene repercusiones nefastas: Un ‘yo’ invasor y desmesurado aniquila y aplasta al ‘nosotros’.

Es una batalla para toda la vida. Dicen que la civilización cristiana empezó el día que San Agustín puso punto final a sus Confesiones. Él que fue un homo romanus acabó por ser un homo christianus. El mundo había dejado de ser, culturalmente, romano y empezaba a ser cristiano. Él fue el primero consciente de ello. En ese periodo en el que su alma oscilaba entre el pecado y la conversión, escribió: “Hazme casto, pero todavía no”.  Agustín, que conocía perfectamente todas las trampas y los engaños del corazón humano, pudo escribir esta súplica realista, acorde con nuestra condición humana de barro. La oración más humana, la más frecuente en los cristianos imperfectos y débiles, repite palabra por palabra lo expresado por San Agustín.

Noche a noche repetimos lo mismo: “Hazme obediente, orante, juicioso, caritativo, fiel, limpio… pero todavía no”. Todavía quiero hacer mi voluntad, mi santa voluntad, mi real gana. Son expresiones hechas pero que nos hablan de una profunda verdad: creemos que nuestra voluntad, por el hecho desearla nosotros, es santa y es soberana. Y pensamos que nuestra real gana, porque es nuestra, nos hace reyes. Y al final nos maravillamos si el otro no comparte nuestro punto de vista y no aprueba nuestro obrar. Nos dan ganas de exclamar: “Pero si es obvio que lo que yo digo y pienso es lo justo y lo correcto”. En cambio, Juan escribe: “Os agradezco, Señor, que las cosas no vayan a mi manera”. Esto es puro Charles de Foucauld. A medida que disminuye el yo, el nosotros crece y florece.

El Hermano Juan quería ser el hierro abrasado, dócil al martillo del herrero. Es una imagen poética que él mismo nos ha suministrado. Ningún herrero puede torcer un hierro en frío. Ni Dios es capaz de moldear a un cristiano frío de fe, esperanza y amor. Solamente cuando nuestra alma, e incluso nuestro cuerpo, es hierro candente, Dios puede hacer algo, reorientar nuestra vida, enderezar nuestra dirección, encauzar nuestra mirada. Doblarnos y doblegarnos, para bien nuestro.

Escribe en 1968: “Mi tarea en cada momento es hacer la santa voluntad de Dios. No hay alegría más grande ni seguridad más sólida”

 

5.- Vivir la serena alegría cristiana… frente a una civilización del tedium vitae y el vacío existencial.

                                   

Aguilar: el Hno. Juan preparando la piñata en un día de fiesta

 “Ánimo, mis queridos chicos del Colegio San José, que os encuentre siempre alegres en la gracia de Dios, fuente de la verdadera alegría”, escribe en una carta a los seminaristas de Aguilar.

Los que le conocieron dan testimonio de su alegría. Y a los que no lo conocieron les invito a mirar algunas fotografías y algunos vídeos de su etapa en Aguilar, para caer en la cuenta de que este hombre que miraba cara a cara a la muerte, no era, ni mucho menos, un hombre funerario, sino la viva imagen de una alegría sencilla, serena, espiritual y vivificante.

El 5 de junio de 1961, Juan cumple cuarenta ocho años y escribe: “¡Qué gran regalo el de la vida!” Y así debería ser siempre para un cristiano. Somos hijos de un ‘evangelio’, de una buena noticia. ¿Por qué la alegría ha tenido tan mala fama entre los devocionarios, los libros y la praxis en seminarios y parroquias? Nunca lo sabremos. ¿Cómo es posible? La alegría debería ser una virtud, y ‘oficialmente’ aún no lo es. Pero, ¿cómo vamos a ser creíbles los cristianos con estas caras de palo, con estas expresiones mortecinas, con esta actitud cuaresmal que tienen los curas, los catequistas y los teólogos a la hora de hablar, y los cristianos, en general, a la hora de vivir su cristianismo? Basta asistir a una misa, especialmente en Europa, para ver el mortal aburrimiento en el que transcurren nuestras liturgias, que deberían ser expresión de celebración y de belleza. Todo parece indicar que no celebramos nada y que no hay nada que celebrar.

Si algo nos llamaba la atención en el hermano Juan, si algo nos atraía de él en el día a día era su alegría. En una carta escribe “manteneos siempre contentos y alegres”.  ¡Cómo nos maravillaban esos juegos de fantasía que nos tenían con la boca abierta! Pero también cuando jugaba en bromas a boxear, cuando animaba las luchas con almohadas, cuando preparaba una cucaña o una piñata en los días de fiesta.

Pero era sobre todo su alegría interior, su manera de contagiarnos el amor a Maria, después de una jornada extenuante por tierras de Castilla, lo que causaba nuestro estupor. Él era un hombre feliz. Feliz de ser religioso, de ser guaneliano, de ser cocinero, sirviente o reclutador vocacional: “supercontento de ser un siervo de la caridad”

¡Cuántos baúles habrá traído desde Italia a España, cargados de regalos, de figuras y adornos navideños, de juegos, para que todos estuviesen contentos!

No son estos los tiempos de “la vita è bella”, sino del “odio vivir”, frase espeluznante que apareció hace algún mes en un grafitti. Hemos probado todos los placeres de la vida y nos han dejado insatisfechos, hemos leído todos los libros y no nos han hecho sabios, hemos ido tras todos los becerros de oro y no nos han hecho felices. El aburrimiento, el hastío, la frustración forman parte del ADN del hombre actual como no lo habían hecho nunca. Nunca hemos tenido tanto y nunca nos hemos sentido tan poco. Acabo de leer una novela Los vencejos, de Fernando Aramburu, un libro que refleja muy bien el cansancio de vivir. Ni el sexo, ni el alcohol, ni el ascenso laboral, ni la familia, ni el abandono de la fe, nos hacen más alegres, sino más sombríos, apagados y tristes. Una tristeza mortal se ha apoderado del hombre de hoy. Y por todos los sitios nos venden estimulantes, picantes, afrodisiacos, para ponernos a tono y tener una efímera sensación de felicidad, ya sea un viaje, una experiencia, una novedad, una comida gourmet, un vino gran reserva, la pornografía más transgresora…

En este mundo de hastío, el hermano Juan nos enseña el secreto de la alegría, nos invita a participar de esa fuente de leticia que es anclarse en Dios y trabajar, como buenos peones, en la construcción del Reino de Dios aquí abajo. En su testimonio, Alfonso Martínez recuerda la honda impresión que causaba la alegría del hermano Juan: “Una de las virtudes que más recuerdo del hermano Juan es la alegría que producía en mí su presencia. Cuando él estaba presente en el Colegio San José, yo sentía una gran alegría y serenidad. Daba mucha tranquilidad su presencia entre nosotros”.

Un alma que es capaz de admirar la obra de Dios, fuente de tantas alegrías: “Una verdadera maravilla volar sobre las nubes blanqueadas por el sol, que unas veces parecen montañas o prados inmensos; otras, cumbres o rebaños de infinidad de ovejas, como nubes de algodón que el Creador hubiera esparcido aquí y allá”.

En uno de sus viajes a Italia desde España, es invitado a dar una catequesis a las guanelianas. Y elige el tema de la alegría. Cito un párrafo: “El pasado ya no nos pertenece. ¿El futuro? No sabemos si lo tendremos. Lo único que tenemos es el presente. Es este presente el que tenemos que llenar de alegría, rociarlo de alegría, sembrarlo de alegría. La alegría de contar con el Corazón de Jesús, de tener a María, madre nuestra. La alegría de poseer a Jesús en la Eucaristía, los santos Sacramentos. La alegría de las inspiraciones santas y de poseer, a través de nuestros superiores, al mismo Jesús: “quien os escucha a vosotros, a mí me escucha”. La alegría de poder repetir a cada instante: “Padre nuestro que estás en el cielo…” La alegría de tener una vida, un alma, un corazón, una inteligencia y una voluntad. La alegría de poseer pronto a nuestro Dios y de encontrarnos con nuestros seres queridos. La alegría de la vocación… y precisamente de la mía, como Siervo de la Caridad, y de la vuestra, como Hijas de Santa María de la Providencia”.

Amor, felicidad, dicha, bienestar, santidad van de la mano: “Sin amor, es decir, sin la caridad no es posible la santidad. Hermano Juan, recuerda que debes procurar hacer felices a todos. Caridad con todos y para todos” (agosto 67)

De vez en cuando, Juan imagina lo que le diría Dios. Y así escribe: “Por eso quiero que estés contento y alegre, porque tienes derecho a estarlo, por todo lo que he hecho y todo lo que te he dado y todo lo que te he prometido”

         Y para concluir este legado vaccariano, una cita de Juan en el que aúna el testimonio de la alegría y el éxito del apostolado: “Ayúdame, Madre, a no desanimarme, a pesar de mis miserias, sino que con humildad empiece de nuevo cada día, ¡y además con alegría! Mi vocación es una llamada a la alegría, y encontraré las vocaciones, no solo con la ayuda de Dios, sino también si vivo el gozo que me da mi vocación” (junio, 70).

       

Epílogo: “Dios envió para nuestro bien al hermano Juan”

Recordatorio del 25 Aniversario de Profesión Religiosa


Ojalá que, gracias a nuestras oraciones y gracias a nuestras acciones, la vida del Hermano Juan pueda un día ser admirada, propuesta e imitada en el ancho orbe católico. El pequeño sendero de humildad y de alegría, de devoción y de entrega que abrió a su paso por tierras de Sanguinetto, Fara Novarese, Barza d’Ispra, Roma, Aguilar de Campoo y por tantos otros pueblos y ciudades, pueda convertirse, oficialmente, en un sendero fiable y seguro que conduce y desemboca en el Camino de Jesús, para nuestro bien y nuestro provecho.

Cuentan que al día siguiente de los funerales por el hermano Juan, el profesor de latín escribió en la pizarra un versículo del evangelio, referido a Juan el Bautista, para que sus alumnos de bachillerato lo tradujesen: “Fuit homo missus a Deo, cuius nomen fuit Ioannes”. 

Cuentan también que los alumnos tradujeron, con más o menos acierto, la frase del evangelio de San Juan, es decir: ‘Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre fue Juan”, o también, los menos literales: “Hubo un hombre enviado por Dios de nombre Juan”. Pero un alumno, el que siempre maltrataba el latín hasta la irrisión y el disparate, ya fuese un texto de las Catilinarias, ya fuese De Bello Gallico, tradujo: ‘Dios envió para nuestro bien al hermano Juan’. 

            Y cuentan, finalmente, que sólo este bachiller, este pésimo latinista, fue del agrado total del profesor, que sólo él recibió su beneplácito, antes de ocultar el rostro entre las manos, para que sus alumnos, atónitos, no le viesen llorar. Este alumno dio en la diana y acertó de pleno: el hermano Juan Vaccari fue un hombre de Dios enviado para nuestro bien. 

 Por ello, con él podemos rezar y cantar: “Oh, Señor, perdona mis pecados y los pecados del mundo. Ten piedad, ten piedad, por tu inmensa misericordia, de todo el mal que existe. Por tu naturaleza (¡Dios de misericordia!) tú te inclinas más, mucho más, a la misericordia que a la justicia, así como a los buenos y al bien que todavía existen en este pobre pero maravilloso mundo, hecho para mí y para mis hermanos”.

 

La foto:


Cursillo de Julio 1971.Única foto en la que coinciden el Hno. Juan y el autor de este blog

            He escrito muchas veces sobre el hermano Juan. En más de una ocasión he lamentado no tener ni una sola fotografía a su lado. En la tarde del 1 de octubre de 2022, repasaba en mi ordenador el archivo “Fotos hermano Juan”, para seleccionar algunas que me sirvieran para un artículo que estaba escribiendo. Debo decir que muchas de esas fotos las conocía de memoria. De repente, en la pantalla del ordenador apareció una fotografía desconocida para mí, o en la que antes no había reparado. ¿De cuándo es esta foto?, fue la primera pregunta. Una imagen de mala calidad, con excesivo contraste lumínico. En ella aparece un numeroso grupo de alumnos y tres hermanos educadores: Juan Vaccari, poniendo su sombrero de segador sobre la cabeza de un chaval, Pedro Tomasetti y Jorge. Había sido tomada en la escalinata de cemento que, desde el salón de juegos, conducía al patio donde estaban las canchas de voleibol y baloncesto. Agrandé la foto todo lo que pude: empezaron a aparecer rostros conocidos, compañeros de internado. ¡Finalmente también mi cara! Después de hilvanar varias hipótesis, llegué a la conclusión de que la foto había sido tomada en el cursillo de julio de 1971. El cursillo solía durar poco más de una semana y se celebraba en el mes de julio. Los muchachos que el hermano Juan había buscado por los pueblos durante todo el curso anterior eran convocados a unos días de convivencia en el Colegio. Un periodo de prueba, en definitiva. Los alumnos veían si eso del seminario iba con ellos y los educadores veían si esos alumnos eran los adecuados para el seminario. En el fondo, un examen para unos y otros. Al final del cursillo, algunos chicos preferían seguir en el pueblo en lugar de entrar en un internado. Y también los frailes desanimaban o directamente comunicaban a los cursillistas un ‘no apto’ para el internado. 

        Ahí estoy yo y están los que luego fueron mis compañeros durante los siguientes años. Aún puedo reconocer sus rostros: Fernando de la Torre, Alfonso Tordable, Hilario Carrascal, Gaspar Benito, Constantino de la Parte… y el que esto escribe, Juan Bautista Aguado Tordable, por entonces un muchacho de 12 años. FIN

 

Adán Breca

Valladolid, septiembre 2022.

Quintanilla de Arriba, mayo 2023


Barza: Cartel del llamado Rosario con el Hno. Juan 

                             

Barza: Presentación del libro sobre Juan Vaccari



Barza: rezo delante de la capilla con la Virgen de Monteggia erigida por el Hno. Juan



Barza: Sepulcro del Hno. Juan en la capilla de Nuestra Señora
 

Barza: Detalle de la tumba del Hermano Juan

jueves, 11 de mayo de 2023

Cap. VIII - La pervivencia de una memoria sanctitatis (Juan Vaccari: un hermano para siempre)



TERCERA PARTE

ACTUALIDAD DEL HERMANO JUAN

Prólogo: Un hombre bueno en la puerta de al lado

            El Papa Francisco habló en una ocasión de los “santos de la puerta de al lado”, lo que significa dos cosas: por un lado, que la santidad puede y deber ser una aspiración de cada cristiano, y no algo reservado a los fundadores de congregaciones o a los jerarcas de la Iglesia, y, por otro lado, una invitación a descubrir ‘santidad’ en quienes nos rodean, porque verdaderamente existe y está presente en muchas personas con las que nos cruzamos a lo largo de nuestra vida.

            Juan encaja perfectamente en estos santos de la puerta de al lado. Él fue el menos robusto de los hermanos y el menos apto para los trabajos rudos del campo. Fue el menos brillante de los estudiantes de Sanguinetto. Fue el seminarista que aspira al sacerdocio, pero al que se rechaza por sus sonoros fracasos con los libros. Dentro de la congregación de los Siervos de la Caridad, nunca ocupó un cargo importante ni fue superior de ninguna casa. Permaneció durante casi quince años entre pucheros y cazuelas, azacaneando de un sitio para otro en busca de alimentos que, luego, tenía que cocinar para dar de comer a los seminaristas. En el Palacio de la Chancillería entró como un criado más, al que se llegó incluso a despedir, después de unos meses de trabajo. Y para el cardenal realizó las tareas más humildes, como cuidar, limpiar, asear y velar durante su enfermedad. En España, sin dominar el idioma, tuvo que recorrer miles de kilómetros, llamando a la puerta de escuelas y parroquias, para atraer a jóvenes rurales a su Colegio. Y, sin embargo, allí por donde pasó dejó el perfume de su bondad. En Juan Vaccari se hace realidad lo que está escrito en la Primera carta a los Corintios: “Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes, a los que nada son para anular a los que son algo”.

Admiraron su piedad y su entusiasmo los jóvenes de la Acción Católica en su Sanguinetto natal. Encendió con su devoción a los feligreses de la pequeña aldea de Monteggia. Fue servicial con los seminaristas de Barza a los que preparaba de comer. Dio ejemplo de sencillez cristiana a los altos dignatarios que se paseaban por las estancias palaciegas de Roma. Y hasta el mismo cardenal tuvo que rendirse a la vida sacrificada y a la entrega sin peros del hermano Juan. Supo atraer la generosidad de amigos para la nueva misión en España. Ganó con su alegría y su devoción sincera el corazón de los alumnos del Colegio San José.

Solo después de su muerte, cuando los ojos de muchos se posaron en sus cuadernos y los testimonios empezaron a aflorar un poco por doquier, muchos comprendieron el “misterio” de este fraile. Faltaba una pieza, la más importante, para completar el puzzle. Y esa pieza era su íntima relación con Dios. Cada uno de sus movimientos, acciones, palabras, pensamientos estaba dirigido a Dios. Dios era el nutriente de su tierra y también la meta a la que aspiraba. Levantarse, cavar el huerto, conducir el coche, hacer juegos de magia, leer el oficio, asistir a misa, recitar el rosario, suscitar las generosidad entre sus bienhechores, escribir una carta, preparar una comida, regalar una botella de licor, plantar chopos, mediar entre los religiosos, ofrecer a Dios su vida en lugar de un enfermo, llorar como un niño cuando recordaba a su madre, preparar una piñata, arrodillarse durante horas ante el santísimo, llevar el cilicio en sus carnes, reír como un bendito en el soga-tira del patio, traer baúles llenos de regalos desde Italia para los estudiantes españoles, prepararse día a día para morir… Todo era uno: Dios. Su existencia, aparentemente ordinaria y común, escondía al místico y velaba al hambriento de absoluto.

Cap. VIII - La pervivencia de una memoria sanctitatis

1.- Fervientes propulsores de la figura del Hno. Juan

            Cuando intentamos comprender la personalidad de Juan Vaccari, es de justicia recordar la figura de Carlos d’Ambroggi, en Italia, de Danilo Vaccari, en Paraguay, y de Andrés García, en España.

Carlos d’Ambroggi (1907-1988). Tras ejercer como Superior General de la Congregación de los Siervos de la Caridad durante el sexenio que va de 1958 a 1964, llega a España en 1965. En Aguilar de Campoo acoge al hermano Juan y muy pronto empieza a admirar su profunda espiritualidad. Cuando Juan Vaccari fallece, P. Carlos está en Roma, pero enseguida vuela a España para llevar las condolencias de toda la congregación y bendecir sus restos mortales. P. Carlos sintió el impulso, nada más acabar el funeral, de recoger papeles, escritos y cartas por la habitación. En los siguientes meses pidió a muchas personas que habían conocido al hermano Juan que escribiesen su testimonio. Y él mismo escuchó decenas de relatos que después pasó a las cuartillas. En su estudio romano, redactó la primera biografía del hermano Juan, en italiano y en español. Y dio al libro un título muy significativo: “Hermano Juan Vaccari, siervo de la caridad”, porque, para P. Carlos, el hermano Juan había encarnado, como pocos en la historia centenaria de la congregación, el ideal del buen siervo de la caridad.

Luego se convencerían muchos otros, pero P. Carlos fue el primero. La segunda vida a la que estaba destinado Juan, ese vivir en muchos otros después de morir, lo debemos en gran medida a su trabajo.

La memoria del hermano Juan permaneció intacta en el Colegio San José de Aguilar de Campoo, que había disfrutado de sus últimos seis años y donde se había producido su fallecimiento. Religiosos, profesores y alumnos, gentes sencillas del pueblo nunca lo olvidaron y cada nueve de octubre se volvía a hablar del hermano Juan y a recordar sus virtudes.

Y en muchas ocasiones, se pensó en recoger documentación y dar los primeros pasos para su proceso de beatificación, pero todo quedaba ahí, en una aspiración inconcreta, en un lejano sueño.

Por otro lado, a una escala menor, pero con gran entusiasmo, Danilo Vaccari (1922-2016), primo carnal, al que el hermano Juan animó a entrar en los guanelianos, mantuvo en su entorno misionero de Paraguay encendida la llama de su recuerdo, dando a conocer su figura a todos con los que se encontraba. Él fue el que encargó el primer comic, que fue apareciendo por capítulos en la revista Ecos Guanelianos, para facilitar a los niños y a las gentes humildes de la misión paraguaya la comprensión de los rasgos esenciales del Hermano Juan.

En España, hemos contado con P. Andrés García, un incondicional propagandista, en el mejor sentido de la palabra, del espíritu de Juan Vaccari. Ha confesado en más de una ocasión que le debe su vocación religiosa. Cualquier aniversario era una buena ocasión para avivar su memoria. Consiguió también fotocopiar en el Centro Studi de Roma sus escritos. A partir de ahí, empezó a estudiarlos, y a profundizar más en su personalidad. Importunó, a tiempo y a destiempo, a la cura generalicia para que iniciara el proceso de beatificación. También en su periplo misionero por Nigeria, Congo y México no cesó de hablar de su admirado educador. Podemos decir que P. Andrés tomó el relevo de P. Carlos y que, en las últimas décadas, ha sido el promotor de muchas de las iniciativas llevadas a cabo. Ha continuado recopilando documentos y testimonios, tanto en Italia como en España, y ha mantenido el lazo de unión con los familiares de Juan Vaccari en Sanguinetto.

 

2.- En el nombre del Hermano Juan: una vida que inspira.

Podemos decir, sin lugar a equivocarnos, que la vida del hermano Juan, no sólo ha inspirado buenos pensamientos en la intimidad de la conciencia de quienes lo conocieron y admiraron, sino que también ha inspirado iniciativas concretas y buenas obras. No estoy al tanto de todas las que se han producido, pero de muchas sí.

En el campo de la literatura, habría que mencionar también el libro de bolsillo publicado en 2002 en italiano “Fratel Giovanni Vaccari”, de Mario Sgarbosa. En 2014, el Centro Guaneliano Juvenil de Como publica un cuidado y simpático comic “Andiamo a Gesú con Fratel Giovanni Vaccari”. En 2021 se dio a la imprenta sobre el hermano Juan que lleva por subtítulo “Un hombre bueno que vivía de Dios”, y que fue distribuido en los ámbitos guanelianos de México, Colombia y Argentina . Habría que añadir los muchos artículos aparecidos en diversas revistas guanelianas, Servire, La Divina Provvidenza, Ecos Guanelianos, la Santa Crociata. Especialmente encomiable ha sido la labor de la revista SERVIR, de España, a cuya figura ha dedicado números especiales. No hay que olvidar las charlas dedicadas a su vida en España con motivo de los recurrentes aniversarios de su fallecimiento. El bloguero Adán Breca ha glosado en varias de las entradas de su blog diversos aspectos de su biografía.

En octubre de 1996, con motivo de la ceremonia del traslado de la primera piedra del colegio de Aguilar de Campoo a la Villa San José de Palencia, se celebra el primer homenaje público al hermano Juan, y se coloca en el vestíbulo del antiguo Colegio San José, una placa que dice así: “Esta fue la primera casa de los guanelianos en España. Al hermano Juan, piedra angular del que fue Colegio San José, en el 25 Aniversario de su muerte”.

El 9 de octubre de 2003, y por iniciativa del exalumno Bautista Aguado, se celebra por primera vez, en un círculo aún muy pequeño, el Día de los Caramelos, después recordar en un artículo el valor y el sentido del célebre párrafo de su testamento “Si a la hora de mi muerte, se encontrase algo de dinero en mis bolsillos, os ruego que compréis caramelos para los bounifigli”. En aquella primera ocasión, los guanelianos españoles, allí donde se encontraban, rindieron homenaje a su antiguo educador, repartiendo caramelos a las personas asistidas en sus respectivas comunidades. Actualmente, el Día de los Caramelos se celebra en varios países con presencia guaneliana.

Varios pabellones o edificios llevan el nombre del hermano Juan en España: Casa Hermano Juan en Salcedillo, para campamentos, Casa Hermano Juan en Palencia, que funciona como residencia de chicos con discapacidad, Casa de acogida Hermano Juan en Madrid, para migrantes y refugiados. Plaza Hermano Juan en el patio de la casa de las hermanas guanelianas en Madrid.

A él también le han sido dedicadas canciones, poemas, audiovisuales. “Enamórame, Señor”, tejida con las propias palabras de Juan Vaccari y compuesta por Andrés García y Alfonso Martínez puede ser un ejemplo. Recientemente una pintura de Annalisa sobre el Hermano Juan adorna uno de los pasillos de la Casa de las Hijas de Santa María de la Providencia en Lora-Como.

En 2013, la Ongd Puentes instituye el Premio Hermano Juan concedido anualmente a una institución o asociación que destaquen en el sector de la discapacidad o de la lucha contra la pobreza. La cuantía de este premio es el 1% de lo recaudado por la Ongd a lo largo del año.

En 2021, tímidamente, coincidiendo con la celebración del Día de los Caramelos, se propone celebrar este día con un gesto solidario que sirva para apoyar un proyecto del sector de la discapacidad en cualquier rincón del mapamundi guaneliano. En 2022, el proyecto elegido fue el trabajo de las casas de Polonia y Rumanía en favor de los ucranianos refugiados con algún tipo de discapacidad. Si se consigue que cada 9 de octubre se aúne la celebración de los caramelos con la generosidad hacia un proyecto en favor de los buonifigli, estaríamos dando cabal cumplimiento al Testamento de los Caramelos.

El inicio del proceso diocesano de beatificación ha aumentado el interés por conocer más y mejor a este buen fraile. En distintas partes del mundo guaneliano se han programado charlas y seminarios: desde los cooperadores y laicos del ámbito hispano guaneliano a los religiosos de India y Filipinas.

 

3.- 2013: Celebración del Centenario de su nacimiento

En 2013, y por un empeño personal de Andrés García, y otros alumnos del hermano Juan, ve la luz la publicación de la denominada Autobiografía y el Diario Espiritual del Hermano Juan, tanto en español como en italiano, con prólogo de P. Alfonso Crippa, por entonces Superior General y que había convivido con el Hno. Juan en Aguilar. Después de una larga tarea de traducción, y de un análisis y crítica literaria, estos dos documentos esenciales pudieron ser dados a la imprenta.

La publicación de este volumen supone un paso adelante en la difusión del legado del hermano Juan. Por primera vez muchas personas pueden conocer su mundo interior, su manera de rezar y de creer. La denominada Autobiografía, título que en realidad se lo otorga el P. Carlos d’Ambroggi, es básica para comprender los primeros 20 de la vida de Juan Vaccari, ya que nos proporciona preciosos datos para comprender su vida y su alma.

En ese mismo año, diversas charlas y celebraciones litúrgicas recuerdan en Palencia, Aguilar y Sanguinetto el centenario de su nacimiento.

También coincidiendo con esta efeméride, se difunde un escrito en el que Juan manifiesta su deseo de descansar definitivamente en Barza d’Ispra, donde había pasado casi veinte años entre las tareas de la cocina y el ímpetu apostólico en Monteggia. Por este motivo, sus restos mortales son trasladados desde el panteón de la Familia Guaneliana en el Cementerio Mayor o Monumental de la ciudad de Como hasta la capilla de la Virgen de Barza d’Ispra. Finalmente, el hermano Juan descansaba en su “querida Barza”.

También, en este año, Mons. Mario Masina, obispo de Verona, aprueba oficialmente la oración de intercesión al Hermano Juan. Parecía que este año de 2013 era la fecha propicia para la apertura del proceso… Pero la cosa, inexplicablemente, se enfrió

 

4.- Plácet de la Curia Generalicia y nombramiento del nuevo Postulador

El 15 de julio de 2020, la Curia Generalicia nombra a Bruno Capparoni Postulador General de la Congregación de los Siervos de la Caridad para las causas de los santos, con una encomienda concreta y especial: hacerse cargo del caso “Juan Vaccari” y proseguir las causas ya iniciadas de la beata Clara Bosatta y del siervo de Dios Aurelio Bacciarini. Nadie pone en duda el rigor académico y la solvencia intelectual de Bruno Capparoni, que durante años dirigió el Centro Studi de los guanelianos, en Roma. Si bien Bruno no llegó a coincidir con el hermano Juan, es cierto que vivió en Aguilar de Campoo y Palencia, lugares llenos de la presencia de Juan Vaccari. Finalmente, y digo finalmente, con el significado castellano de ¡ya era hora!, la Casa Generalicia, después de incomprensibles años de tibieza y de continuos jarros de agua fría a las no pocas solicitudes que se hacían desde España, da el plácet para que se  inicie la causa de santidad.

Se establece que el proceso debe comenzar en la diócesis de Palencia, donde tuvo lugar el fallecimiento del Hermano Juan. Consultado el obispo, Mons. Manuel Herrero, religioso agustino, este manifiesta su apoyo sin fisuras a la causa y anima a proceder lo antes posible, “antes de que me releven como obispo”. Se le entrega la primera documentación. La diócesis de Palencia eleva a la Conferencia Episcopal Española la petición de Nihil Obstat. Poco después, el Nihil Obstat es solicitado también al Vaticano. Ni una ni otro ponen obstáculos a la apertura de la causa.

 

5. 2021 - Celebración del Cincuentenario de su muerte.

Sanguinetto, Barza d’Ispra, Aguilar de Campoo y Palencia celebran diversos actos para conmemorar las cinco décadas transcurridas desde la muerte de Juan Vaccari.

La ermita románica de Aguilar de Campoo conoció la “segunda canonización” del hermano Juan la mañana del 10 de octubre de 2021. La primera tuvo lugar el día de su propio funeral, por obra y gracia de Don Ciriaco Pérez. En esta bellísima ermita, a los pies del castillo feudal de la villa de Aguilar de Campoo, ante el hermoso capitel de la muerte de los santos inocentes, se produjo una verdadera conmoción por los testimonios vibrantes de exalumnos, religiosos y superiores. No está de más recordar que el “allora rimango” del hermano Juan se produjo un 28 de diciembre, festividad de los santos inocentes. Y que uno de los nombres que el castellano reserva para nombrar a las personas con discapacidad psíquica (buonifigli) es precisamente “inocentes”, tal y como magníficamente nos lo describe Miguel Delibes es su novela Los santos inocentes. Nicolas Castellanos (obispo emérito) y Manuel Herrero, ambos agustinos, quisieron unirse a este caluroso y ferviente homenaje. Quedó claro y patente que la memoria de su bondad no se había esfumado y que el recuerdo de su vida podía seguir ayudando y beneficiando a muchos. Una solemne eucaristía en la Colegiata de San Miguel congregó a centenares de personas.

También, con motivo de este cincuentenario, se abre una página en Facebook, para servir de punto de encuentro a los seguidores y amigos de Juan Vaccari, y ventana donde aparezcan noticias sobre su pensamiento y obra.

 

6.- Fase Diocesana del Proceso de Beatificación y Canonización: Siervo de Dios Juan Vaccari.

El 23 de abril de 2022, a las 11 de la mañana, en la capilla del Obispado de Palencia, ante un reducido número de invitados, por causa del Covid, con la presencia del Superior General, P. Umberto Brugnoni, del Postulador, P. Bruno Capparoni, del Tribunal Diocesano para las causas de los santos, de familiares llegados de Italia, de religiosos, clero diocesano, hermanas guanelianas y exalumnos tiene lugar, de forma solemne, la Apertura del Proceso de Beatificación y Canonización del hermano Juan Vaccari (1913-1971). Una fecha importante en la pequeña historia de la Familia Guaneliana en España.  

El obispo de la diócesis, Mons. Manuel Herrero, presidió la ceremonia del inicio oficial de la Causa del Hermano Juan Vaccari, religioso profeso de la Congregación de los Siervos de la Caridad, “porque con el paso de los años su fama de santidad va creciendo entre el pueblo de Dios”. La Iglesia diocesana de Palencia invitaba a todos los fieles a proporcionar información y documentos útiles, al mismo tiempo que juraban sus cargos las personas encargadas de esta fase diocesana.

A partir de este momento, ante los tribunales diocesanos de Palencia y de Como, empiezan a desfilar los numerosos testigos que, bajo juramento de decir la verdad, responden a las preguntas formuladas por los miembros de los tribunales. En Septiembre de 2022, se da por finalizada esta primera fase en Como, con la asistencia del recién nombrado cardenal Óscar Cantoni.

Apenas siete meses después de la Apertura, tiene lugar la Clausura de la fase diocesana. Concretamente el 26 de noviembre de 2022, la Capilla del Obispado es otra vez el escenario elegido. De nuevo preside Mons. Manuel Herrero,  en presencia del Superior General de los Siervos de la Caridad y del Postulador de la Causa, así como de un pequeño grupo de amigos. Toda la documentación recogida sobre la vida y la obra del fraile guaneliano, incluidas las actas de los numerosos testigos, es sellada y lacrada para dar fe de la rigurosidad del proceso.

Mientras tanto, aumenta el número de personas que cada día rezan e imploran la intercesión del Hermano Juan Vaccari en sus oraciones a Dios. Las primeras gracias obtenidas se suman a la documentación.

El Superior General, verdaderamente conmovido, afirma durante la Clausura que, desde antiguo, la Iglesia señala, distingue y reconoce a sus hijos más excelsos, para que puedan servir de ejemplo y guía al resto de los creyentes. Todo parece indicar que así sucederá en un futuro con el hermano Juan Vaccari. Su vida y su obra serán huella que otros hombres y mujeres podrán seguir, sin miedo a extraviarse en el camino que conduce a Jesús y al hermano necesitado.

La documentación que sobrepasa las dos mil páginas llegó, pocas semanas después, al Dicasterio vaticano para las Causas de los Santos, donde se continuará el proceso. Desde este momento, con todo derecho, el hermano Juan Vaccari puede ser nombrado como el Siervo de Dios Juan Vaccari.

 

Familiares Juan Vaccario - Santurario Virgen de la Comuna

Iglesia de Sanguinetto. Celebración del Centenario

2013: Traslado de los restos del Hno. Juan de Como a Barza

Número especial de Servir

Día del Hermano Juan en Villa San José - Palencia

Inauguración de la Residencia Hno. Juan - Palencia

Capilla de Barza donde reposan sus restos mortales

Madrid 2003: Primer Día de los Caramelos

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