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sábado, 25 de octubre de 2025

En Amalia Rodrigues el fado encontró su casa


        Su abuela, analfabeta, decía que Amalia Rodrigues había nacido en el tiempo de las cerezas del año 1920. Tampoco sus padres recordaban exactamente la fecha de su nacimiento. Aunque luego, en su partida de nacimiento, hicieron constar el 23 de julio. Amalia Rodrigues llevó el fado portugués a todos los rincones e hizo vibrar a todo un país con su “Casa portuguesa”. Hoy sus restos reposan en el Panteón Nacional de Lisboa, la única mujer entre hombres portugueses de pro.

    Su vida también tuvo mucho de esa tristura y melancolía del fado. Una infancia pobre en una casa de nueve hermanos. Las idas y venidas de su familia entre la aldea sin trabajo y los barrios cochambrosos de Lisboa, también sin trabajo. Amalia, para ganar cuatro cuartos, tuvo que aprender a bordar y hacer pasteles. Difíciles inicios en el mundo de la canción, siempre con la oposición de una familia que no veía con buenos ojos la vida loca de los artistas. Amalia, tímida, romántica, apasionada, religiosa, dramática, temperamental, exitosa y fracasada… En su juventud, se sentía identificada con la Dama de las Camelias. Abría las ventanas de par en par para agarrarse una tuberculosis y morir joven como la heroína de Alejandro Dumas. Se enamoró equivocadamente de un guitarrista, y el matrimonio fracasó estrepitosamente a los dos años. Entró en la desesperación y la culpa.
        Pero poco a poco, su voz inconfundible y una presencia física, siempre vestida de negro, que llenaba el escenario, le consiguieron un lugar en el mundo del fado. Actuaciones, discos, películas, giras… se sucedieron sin parar. Vendió 30 millones de discos solo entre sus compatriotas, es decir tres veces más que la población portuguesa. Le acompañó siempre el misterio. Para unos, fue demasiado amiga del régimen del dictador Salazar. Para otros, la mujer célebre que donaba dinero para los políticos encarcelados por la dictadura, como reveló José Saramago. Luego, pasado algún tiempo, Portugal entero se puso de acuerdo y se rindió a sus pies. En ese Portugal de las tres ‘F’: Fado, Fátima y Fútbol, ella fue la Reina indiscutible del Fado y la mejor embajadora musical de Portugal en el mundo. Murió en 1999.
    La canción Uma casa portuguesa daría la vuelta al mundo. Muchos portugueses la consideran un himno a la acogida y a la hospitalidad, una canción símbolo que los define como pueblo. Y los portugueses, emigrantes repartidos por el mundo o afincados en las colonias africanas, piensan en ella, nostálgicos y llorosos. Este pequeño país, con un pasado lleno de esplendor y con una cultura y un patrimonio impresionantes, golpeado por el final de la dictadura, por la descolonización dramática de África o por la crisis de 2008, siempre encuentra en esta canción, admirablemente interpretada por la gran Amalia Rodrigues, la fuerza para seguir adelante: el hogar que se ofrece al visitante, el pan y el vino, el olor de romero, el sol de primavera, el plato de sopa que se comparte, una rosa en el jardín… En fin esa riqueza de dar y de sentirse feliz, de tener cariño para dar y repartir, de saber que basta muy poco para estar contentos, porque, después del pan y del vino compartidos, hay una promesa de besos y de abrazos.
    Otro mes de julio, recorriendo los arribes del Duero, por la orilla portuguesa, me encontré con un viejecito que golpeaba rítmicamente una lata para espantar los pájaros y evitar así que comiesen las cerezas. Sentado a la sombra de una choza de piedra, en pleno campo, el buen hombre pasaba las horas muertas cuidando sus cuatro cerezos. Cuando pasamos a su lado, nos dijo: “esperad un momento”. Cogió un buen puñado de cerezas y se las dio a la niña de mi amigo que nos acompañaba. Pensé en ese tiempo de cerezas en el que había nacido Amalia. Y pensé en la canción que nos asegura que la alegría de la pobreza consiste en esa gran riqueza de dar y de sentirse feliz.
        Cada uno de nosotros quisiera que su casa y la casa de sus amigos se pareciese siempre a la casa que cantó miles de veces Amalia Rodrigues.

    










domingo, 21 de septiembre de 2025

Dalai Lama: compasión y alegría

       

        El Dalai Lama envejece, al mismo tiempo que envejece la causa del Tíbet. Una noche de 1937 el monje tibetano Yamphel Yeshe Gyaltse tuvo un sueño: un monasterio, una carretera, una casa con tejado azul, un perro y un pórtico con un niño sentado bajo él. Algún tiempo después, unos monjes, disfrazados de mercaderes, fueron enviados para localizar este enclave. En el poblado de Taktser encontraron todas las señales. Y el niño reconoció a los monjes disfrazados y dijo sus nombres. A continuación, los monjes le sometieron a una serie de pruebas, entre ellas el reconocimiento de objetos pertenecientes al anterior Dalai Lama: rosarios, libros, tazas de té. El candidato debe elegir las que pertenecieron al anterior Lama, porque, según sus creencias, se trata de una reencarnación (tulku) y, por lo tanto, el niño debía conservar la memoria de su anterior vida.

        Tenzin Gyatso, a la edad de cuatro años, fue ordenado monje budista y entronizado como XIV Dalai Lama. A los 16 años, asumió todo el poder temporal sobre el Tíbet, una teocracia feudal con capital en Lhasa y con sede administrativa en el Palacio de Potala. Era el año 1950 y China ya estaba pensando y soñando en la anexión de este territorio.

        Las conversaciones, que buscaban algún tipo de entendimiento con Mao Tse Tung, fracasaron. En 1959 hubo una insurrección en Tíbet. Fue aplastada sin miramientos por los soldados chinos. Miles de tibetanos murieron y otros tantos miles emprendieron el camino del exilio. Entre ellos el Dalai Lama. Logró abandonar el Palacio de Potala disfrazado de mendigo. Después de una arriesgada travesía a pie por las montañas del Himalaya, llegó a Dharamsala, en el norte de la India. En la amarga ruta del destierro, le fueron siguiendo miles de sus súbditos. Las autoridades indias le permitieron establecer allí su ‘vaticano’. Y esto ocurrió ante la mirada indiferente del mundo entero, que no levantó un dedo para no molestar a los mandamases comunistas chinos. En este caso, los intelectuales occidentales agacharon la cabeza y comulgaron con ruedas de molino. El comunismo chino, por entonces, encandilaba a muchos intelectuales y medios de comunicación. Los monjes tibetanos no tenían amigos.
        La anexión china no solo supuso la muerte de miles de tibetanos sino también la destrucción de cientos de templos y de miles de obras de arte, manuscritos y libros únicos. Un enorme patrimonio cultural perdido para siempre.
        Curiosamente, el exilio del Dalai Lama supuso la internacionalización del budismo tibetano. Y su figura, marcada por la compasión, ganó la admiración de muchos, lo que le hizo valedor del Nobel de la Paz en 1989.
        El Dalai Lama acaba de cumplir 90 el pasado 6 de julio. Envejece, como envejece el sueño de un Tibet independiente. China sabe que tiene la sartén por el mango. Y sabe también que cuando muera Tenzin Gyatso será un duro golpe para el budismo tibetano. Será elegido otro dalai lama, pero ya nada será igual. El Dalai Dama ha mantenido viva la llama tibetana y ha sido el estandarte de un pueblo y de una cultura.
        El Dalai Lama ha preferido la vía pacífica a la lucha. Y la compasión ha sido su bandera, por encima incluso de las reivindicaciones tibetanas. Se ha convertido en un maestro universal, en un referente del pacifismo en todo el mundo. Pero este pacifismo del Dalai ha sido utilizado por China para imponer su fuerza de potencia universal sobre este pequeño rincón en las alturas del mundo y sobre sus 6 millones de habitantes. Que David venza al gigante Goliat es una anomalía. Lo normal es que los gigantes y los guerreros se impongan sobre los pequeños y los pacíficos.
        China ejerce con éxito sus presiones políticas y económicas sobre cualquier gobierno que apoye la causa del Tibet, aunque sea tímidamente. En la inauguración de los Juegos Olímpicos se vio claramente: todos los Jefes de Estado del mundo acudieron a la inauguración, aunque todos ellos sabían perfectamente que China es un país donde no ser respetan los derechos humanos, donde no existe la libertad política, ni la libertad de expresión, ni el resto de libertades. La pleitesía rendida por los mandatarios extranjeros indicó, a todas las luces, que el dinero siempre será obedecido. Tristemente, los buenos deseos de paz y de armonía son simples danzas poéticas, para románticos empedernidos y trasnochados soñadores.
        Nos lo recordaba hace un tiempo una canción de Mecano, Aidalai:
    "En nombre del progreso y de la revolución, / quemaron tradiciones y pisaron el honor. / El rey de las montañas tuvo que escapar / vestido de mendigo / y con el alma envuelta en el ombligo.
    A falta de petróleo no hubo amigos en el mar, / dejando las naciones tu barquito naufragar. / Novel en la guerra, / nobel de la paz…"

        El Dalai lama ha sido un elemento importante en la unión de las religiones para buscar la paz en un mundo convulsionado por la violencia. Así lo ha demostrado su participación en eventos ecuménicos, como los de Asís. No ha vuelto a poner nunca los pies en el Tibet, y a estas alturas pocas esperanzas le quedan. Ha intentado vivir el presente sin la amargura de un exiliado y sin la violencia de un insurrecto, invitando a sus files a vivir el presente, sin refugiarse en el ayer o en el mañana: “Sólo hay dos días en el año en que nada se puede hacer. Uno se llama Ayer y el otro se llama Mañana. Hoy es el día adecuado para amar, creer, y sobre todo vivir”
        La causa del Tíbet envejece y languidece. La existencia del Dalai Lama, sin embargo, permanece aún anclada en la compasión y en la alegría. Suya es una frase para no olvidar nunca: “Un buen corazón es la mejor religión”.














miércoles, 17 de septiembre de 2025

En recuerdo de Pedro Casaldáliga

 

        A un lugar del inmenso estado brasileño de Mato Grosso, en Brasil, llegó en 1968 Pedro Casaldáliga. Muy pronto fue nombrado obispo de la nueva diócesis de San Félix de Araguaia. Vestido con unas sandalias de campesino, con una rama de árbol por báculo, con un sombrero de paja por mitra y con el alma apasionada de un seguidor del Evangelio, muy pronto el nombre de Pedro atravesó fronteras y se convirtió en la imagen de la lucha por los indígenas, impotentes para hacer valer sus ancestrales pequeñas parcelas ante los terratenientes de la Amazonía que querían todo y más.

        Cuando llegó a esa inmensa región, allí no había ni Estado, ni escuelas, ni ambulatorios. Tuvo que enterrar, sin féretro y a veces sin nombre, a campesinos que aparecían muertos por los bosques.
            Había nacido en el municipio catalán de Balsareny en 1928. A los 9 años ingresó en el seminario claretiano de Vic. Recordaría, en una ocasión, que en la casa familiar “muchas veces tuve que silenciar —ante los milicianos, ebrios de vino y de preguntas— el paradero de las monjas de la primera escuela o el escondite de los desertores, o el paso de cualquier cura o fraile con el nombre cambiado o indumentaria sospechosa”.
            Creía, como Gabriel Celaya, que la poesía es un arma cargada de futuro. Y pronto, sus poemas y sus escritos se clavaron en las carnes y en los huesos de hombres y mujeres que vivían o trabajaban en las fronteras del cristianismo
            Con sus escritos, pasados a máquina en una vieja Lexicon 80, anunció y denunció. Anunció la buena nueva para los pobres. Y denunció la opresión que esos mismos pobres sufrían. Denunció, por ejemplo, que en Brasil existía el trabajo de esclavos, que cualquier conato de insubordinación era castigado con la muerte, y que los caciques terratenientes exigían a sus sicarios las orejas de los campesinos como prueba de que los habían hecho desaparecer.
            Sobrevivió a emboscadas y tiroteos. Se convirtió en el hombre más peligroso de Araguaia. Peligroso, claro, para los que se creían dueños y señores de vidas y haciendas. Para los indefensos y desprotegidos, Pedro (como le gustaba que le llamasen: ni obispo, ni monseñor, ni padre) fue fortaleza y castillo donde podían encontrar refugio. Él fue escudo y baluarte para los pobres, como reza el salmo.
            En los años 80 estuvo en el punto de mira del Vaticano, muy estricto con cualquier lectura marxixta del evangelio. Por aquellas tierras, hablaban de teología de la liberación. Pedro, el obispo rojo, fue llamado a capítulo para que se explicase. Y sin embargo, unos años antes, en 1972, un Papa lo había defendido con una frase lapidaria: “Quien toque a Pedro, toca a Pablo”. Un aviso a terratenientes y sicarios a sueldo: quien se atreviese a tocar un pelo de Pedro de Araguaia, tendría que vérselas con Pablo VI de Roma.
            Su ‘palacio episcopal’ era una casa, idéntica al resto de casas de la aldea. Y la capilla estaba abierta a los árboles, a las flores, al trajín de la vida y a los afanes de los hombres, también a los perros sin dueño y a los altivos gallos. Pero esa misma capilla estaba sostenida por la memoria martirial de América. Dos reliquias especiales: un poco de sangre de monseñor Romero y un pedacito de cráneo de Ellacuría, ambos asesinados.
            A los 75 años dejó de ser obispo pero se quedó como sacerdote de a pie, dando testimonio de entrega hasta el final: “Nunca se abandona”. Muchos jóvenes y muchos profesionales fueron llegando a Araguaia para ofrecerse como trabajadores en ese pequeño reino cristiano.
            Luego, llegaría la vejez, la merma de facultades y el párkinson. Devotos y fieles de muchas partes de Brasil acudían a él para implorar su bendición o darle las gracias por sus palabras y sus obras.
            A pesar de la incomprensión de la propia Iglesia, o al menos de parte de ella, él permaneció 'fiel en la rebeldía y rebelde en la fidelidad" a la Iglesia. De palabra y de obra. Su amor a la Iglesia nunca fue cuestionado.
            Pedro Casaldáliga murió el 8 de agosto de 2020. Su cuerpo fue velado por los pobres. Fue enterrado descalzo y con el evangelio sobre sus pies. Fue un incansable obispo-poeta, y un luchador en primera línea por la dignidad y los derechos de los indígenas y de los más pobres.
                Cuando se recuerda a Pedro, uno se acuerda siempre de este breve poema-oración:
                       "Al final del camino mi dirán:
                        -¿Has vivido? ¿Has amado?
                        Y yo, sin decir nada,
                        Abriré el corazón lleno de nombres".
                Este poema resume una vida, una forma de concebir el evangelio y la manera en que cualquier creyente se presentará ante Dios. Al final del camino, nos preguntarán si hemos vivido, si hemos amado, y el cristiano tendrá que abrir su corazón y mostrar los ‘nombres’. Los nombres nos juzgarán, nos condenarán o nos salvarán.
                Una mañana de domingo, en Nnebukwu, mi amigo misionero, Andrés García, presidía una misa llena de color africano, de cantos y de bailes. Era la forma nigeriana de expresar la alegría y la esperanza de ser creyentes. Cuando llegó la homilía, fue al fondo de la iglesia y tomó de la mano a una viejecita, la hizo subir hasta el altar y, ante todos los fieles, le dijo lo siguiente: “Mírame a los ojos, apréndete bien mi rostro y mi nombre, porque cuando llegue el final de mi vida, tú hablarás a Dios de mí”. Me impresionó. Y desde entonces así concibo la manera en que nos habremos de presentar ante Dios.
                Y así será sin duda. Al final del camino, los ‘nombres’ que hemos amado, servido, protegido, cuidado y alentado… aquellos seres humanos a los que dimos un trozo de pan o un minuto de alegría darán testimonio en nuestro favor. Pero incluso el arbolillo que regamos en el estío y el perrillo al que pusimos un cuenco de agua ‘hablarán’ también de nosotros. Nada se pierde del amor dado. Y todo cuenta. El corazón está hecho de nombres.
















viernes, 12 de septiembre de 2025

Simone Weil: en el umbral de la Iglesia


        Estuvo desde muy joven al lado de los crucificados. Pero solo más tarde supo que su amor por los aplastados de este mundo le venía directamente del Gran Crucificado. Simone Weil (París, 1909-Ashford, 1943) es una de las figuras femeninas más interesantes del siglo XX. Y también una de las más grandes místicas cristianas. Y sin embargo, durante toda su vida rehusó recibir el bautismo, como solidaridad con todos aquellos que no tenían cabida en la Iglesia. Fue una cristiana de verdad y de corazón. Una cristiana sin iglesia.

        Simone Weil procedía de una familia judía que “no respetaba el sabath”. Profesora de filosofía en un liceo. Afiliada al partido comunista francés. Miembro de las brigadas internacionales que participaron en la Guerra Civil Española. Trabajadora, por decisión propia, en la embrutecedora cadena de montaje de Renault en París. Participante en la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Escritora lúcida, pensadora profunda. …                 Tuvo el valor de descender al mundo de la esclavitud y de la pobreza, donde la fuerza aplasta la debilidad, sin contemplaciones y sin miramientos. Para el gran escritor y premio Nobel, Albert Camus, Simone Weil fue “el único gran espíritu de nuestro tiempo”.

    Descubrió a Cristo en tres momentos. Y desde entonces, supo y escribió que el cristianismo es una religión de esclavos y que los aplastados no podían dejar de identificarse con el Gran Crucificado.

        Momento 1. Simone había dejado la fábrica y sentía sobre sí la marca de la esclavitud (idéntica al hierro con que son marcadas las reses y los esclavos). Se dirigió a la aldea portuguesa de Póvoa de Varzim. “Entré en esta pequeña aldea portuguesa en un estado físico miserable. De noche, sola, bajo la luna, en el día de la fiesta patronal. Las mujeres de los pescadores giraban en torno a los barcos en procesión, llevando cirios y entonando cánticos muy antiguos y de una tristeza punzante… De pronto, tuve la certeza de que el cristianismo es, por excelencia, la religión de los esclavos, que los esclavos no pueden no adherirse a ella, y yo entre ellos”.

        Momento 2. En 1937 viaja por Italia. Le encanta la belleza del país. Pero “cuando vi Asís, todo el resto de Italia se me borró”: “Estando sola en la capilla románica del siglo XII de Santa María de los Ángeles, incomparable maravilla donde San Francisco rezó muchas veces, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.

    Momento 3. Abadía benedictina de Solesmes-Francia. Simone sufre migrañas insoportables que, en ese espacio, se unen a la belleza del canto gregoriano. Es Semana Santa y la pasión de Cristo se rememora una vez más: “Es evidente que en el curso de estos oficios, el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mi de una vez para siempre”. En esta Semana Santa lee el poema Love, de George Herbert. La poesía habla del banquete que prepara Amor y al que invita al pecador a compartir su mesa. Este se niega alegando indignidad. El Amor le responde que él ha asumido sus faltas y sus culpas para poder servirle ese banquete. El invitado se sienta; el Amor le sirve y él come: “Con frecuencia, recitaba con atención este poema y me adhería con toda mi alma a la ternura que encierra. Creía recitarlo solo como un bello poema, pero tenía la virtud de una plegaria. En uno de los recitados, Cristo en persona bajó y me tomó”.

        Murió sola en el sanatorio de Ashford (Inglaterra) donde había ingresado consumida y débil, en parte por su negativa a comer más de lo que establecían las cartillas de racionamiento para los obreros en tiempo de guerra. Era el 24 de agosto de 1943. Siete personas asistieron a su entierro. El sacerdote que tenía que rezar el responso perdió el tren y no llegó a tiempo. Su amigo Schumann, de rodillas, rezó la oración de los muertos. Unos días antes de morir, pidió a su amiga y enfermera que la bautizase. Esta tomó agua del grifo y la derramó sobre la cabeza de Simone Weil.










domingo, 24 de agosto de 2025

Lali: celebrar la vida, ahora y siempre


Una invitación especial de 50 cumpleaños.

De un tiempo a acá, se ha puesto muy de moda la celebración de los 50 años o, como canta Tontxu, 50 vueltas al sol. Lali Maestro López envió hace unas semanas la invitación para la fiesta, y más de uno se quedó algo perplejo cuando leyó que la tarde de celebración empezaría con una misa en la iglesia de San Antonio, de Palencia.

            El asombro duró poco, porque el viernes, 22 de agosto, a la hora acordada, en seguida se creó en la iglesia un ambiente de gratitud, respeto, celebración y cercanía litúrgica (empezando por el altar que se había puesto a ras de suelo y no en lo alto del presbiterio), que, incluso los que al principio pudieron mostrarse algo reticentes a este tipo de celebración religiosa, se sintieron, no sólo cómodos, sino también envueltos en una cálida sensación de bienestar  y serenidad.

            Ya en el cartel de convocatoria de la fiesta de 50 años, la anfitriona había dejado claro el objetivo de la misma: “Celebramos la vida y el camino recorrido juntos”.

Y fueron suficientes las palabras de César al inicio de la eucaristía, para que todos nos sintiésemos transportados a esa casa común de la fe en la que cabemos todos: Todos sois alegría, luz, compañía y fuerza. Nos sentimos profundamente bendecidos por todo lo vivido, por el amor compartido, por vuestro cariño, por vuestras manos que sostienen, palabras que alientan y abrazos que sanan”.

 

Dos celebrantes en la misa.

En la mesa del altar hubo dos celebrantes: Pedro, el cura de San Antonio, que presidió la Eucaristía, creando calidez y cercanía, reconociendo y valorando el trabajo de Lali en la familia de sangre, en la familia guaneliana, en la parroquia, en la escuela, destacando sus virtudes y valores, y llevando a cabo una especia de encuesta a mano alzada entre los asistentes.

Las lecturas de la misa reforzaron el hilo conductor de la celebración.En la primera lectura: “Que compartas tu pan con el hambriento, que recibas en tu casa al pobre sin techo, que vistas al que ves desnudo y que no te desentiendas de tu hermano.

Y aún un tono más alto en el Evangelio: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Pero también pudimos ver a otro celebrante en el altar: Dani. Dani es un adolescente con síndrome de Lowe. Lo vimos, con mirada incierta y movimientos torpes, colocarse al lado del cura durante buena parte de la misa, repitiendo, a veces, los gestos litúrgicos del sacerdote. Dani es hijo de Trini y Pedro, pero también es hijo de toda la “tribu de los Crespo” y de sus respectivas familias. Todos ellos, pequeños o grandes, padres, abuelos, tíos, hermana, primos, lo cuidan, le dedican tiempo, pensamiento y afecto. Y lo educan con el lenguaje del corazón, que es el único lenguaje comprensible para todos, como escribió Luis Guanella.


 Un ofertorio que podría escribir la biografía de Lali:

            Si miramos detenidamente las cosas presentadas durante el ofertorio, podrían servir para escribir la vida de Lali hasta su 50 cumpleaños. ¿No era la esculturilla de Don Guanella y los tres huérfanos el símbolo de unos valores guanelianos vividos en cientos de reuniones, misas, cantos, en el Centro Juvenil o en los campamentos de Salcedillo? ¿No eran las pulseras de Puentes y de San Antonio la señal de un voluntariado entendido como gratitud, donación de tiempo y energías, pensamiento y afecto hacia los pobres, sean de la nación que sean? ¿No era el cestillo con las hortalizas una manifestación de la vida sencilla y cotidiana, como es el cuidado del huerto, y también de una casa abierta a la familia y a los amigos en el pueblo de Castromocho? ¿No era  el rosario una metáfora de una confianza, de un crecimiento en la fe, de una profundización en la vida del espíritu compartido con otros fieles? ¿No era el libro Cosas que soy y siempre seré (de Aida Acitores y Laura R. Lázaro) la más viva imagen de un trabajo vocacional de maestra, vivido sin mirar al reloj, y con una empatía grande por los alumnos necesitados de una atención especial? ¿No eran el cáliz y la patena una alegoría del sentido de  pertenencia a una iglesia universal que se esfuerza, no obstante las imperfecciones, por seguir a Jesús?


 Dos discursos con alma, corazón y vida

Con su juventud -a pocos meses de cumplir 18 años- y con su sencilla naturalidad, Rodri se puso delante del micrófono para ofrecernos un discurso emotivo, no exento de toques de humor irreverentes: “Eres la que se acuerda de todo, incluso de lo que yo intento olvidar, como “ayuda sin que te lo tenga que pedir”, “friega ya los platos”, “esa toalla no se dobla sola”.  Y también: “Gracias por todo. Te quiero. Y aunque a veces no haga lo que me pides… te escucho, más de lo que crees”.

Rodri se centró en el verbo “estar”. La madre es la que “está”. La madre es una presencia, y nunca una ausencia: “Estás en los momentos importantes, al salir de la habitación tras estar estudiando, en los paseos tranquilos, en las conversaciones después de comer, tras la puerta del baño para que salga ya de la ducha y apague la música... Siempre estás”. Y terminó diciendo: “Y gracias por ser tú. Gracias por transmitirme la fe y el amor por la familia, ese gran tesoro que tanto quiero”.

El segundo discurso, el más esperado, correspondió a la protagonista del día. Antes de entrar a la iglesia había asegurado que ya “venía llorada de casa y que no quería emocionarse” como una quinceañera, ni hacer pucheros. Pero el inesperado discurso de Rodri cambió el guión, rompió los diques de los ojos y entrecortó su voz, más de lo deseado. Antes de ceñirse al discurso preparado, dijo algo así; “veo vuestras caras, cada uno de vuestros rostros, y me convenzo de que soy la suma de lo que me habéis dado”.

 Y ya con el papel en la mano: Gracias a Dios, por mis padres que me cuidan y por el resto de mi familia. Gracias por los amigos… por los niños, por enseñarme y recordarme día a día lo que realmente es esencial. Gracias por la salud y el trabajo, por Puentes Ongd, por la parroquia San Antonio que me acoge y me impulsa a servir y por tantas y tantas asociaciones que luchan por la investigación, la conciencia social y la promoción de la persona. Gracias a Don Guanella por enseñarme a educar desde el corazón. Gracias a Pedro y Antonio por la cercanía y alegría.

 

Gracias por lo que soy,

por lo que tengo,

por lo vivido,

por la salud,

por las enseñanzas,

por los dones recibidos,

por lo que está por venir.

Gracias.

Y gracias a todos

por ser parte de este camino.

Y en un rato brindaremos por ello”.

 El canto final de la misa fue como un agradecimiento por parte de Lali a los 70 invitados congregados en la iglesia. “Gracias a ti, a ti, a ti / Gracias a ti, a ti, a ti”. Gracias a los niños sentados en el primer banco y a los adultos, a la familia y a las amistades, a los llegados de cerca y a los venidos de lejos, a los conocidos desde hace décadas y a los incorporados recientemente, a los compañeros de trabajo o de voluntariado, a los que se ve cada día y a aquellos que se ve cada mucho tiempo, a los que han prestado su hombro para llorar y aquellos a los que se ha servido de pañuelo de lágrimas. Desde el presbiterio, unos ojos miran y un dedo apunta a cada uno: un nombre, un rostro único, una mochila de alegrías y penas, visibles o invisibles. “Gracias a ti, a ti, a ti / Gracias a ti, a ti, a ti”.


 Alegría: una copa, un pincho y una olla solidaria

            No hay encuentro sin un café. No hay festejo sin un pincho. No hay celebración sin una copa. A veces, se dice, casi como un reproche, que todo se celebra comiendo y bebiendo. Y sin embargo es bueno que todo se celebre compartiendo comida y bebida, porque esto es también una eucaristía de fraternidad. La comida y la bebida alegran el corazón del  ser humano. Y son la máxima expresión de la hospitalidad, la acogida y la celebración. En el Bar Level para eventos, tuvo lugar la segunda parte de la celebración. Y de nuevo, todos pudimos comprobar que la comida no sólo era comida, sino comida amorosamente presentada, creativamente expuesta, primorosamente ofrecida. Nada más llegar al bar se formaron los primeros corrillos. Presentaciones de aquellos que no conocíamos. Saludos efusivos a los conocidos de toda la vida. Charletas con unos y con otros, copa o pincho en la mano. Abrazos y achuchones, palmadas en la espalda o un par de besos Conversaciones ligeras o reflexiones en voz alta. Puesta al día desde el último encuentro. Los más pequeños que corren por la sala o dan buena cuenta de las gominolas.

             Encima de la barra del bar, estaba depositada una olla de barro: La olla de la solidaridad. Desde el primer momento, Lali había pedido a todos sus invitados que no quería regalos por su 50 cumpleaños, y que colocaría una hucha solidaria para quien deseara dejar un donativo. Y como Lali tenía el ‘corazón partío’ entre varias causas solidarias, al final se decidió, salomónicamente, por estas tres: La Parroquia de San Antonio, donde desde hace años concretiza su compromiso cristiano, colaborando y animando la comunidad parroquial. La Asociación fibrosis quística, que lucha contra una enfermedad crónica que requiere muchos cuidados y rutinas diarias para evitar complicaciones. El rostro visible de esta enfermedad es Candela, una niña de su colegio. Y Puentes, la ongd guaneliana, de la que Lali es socia fundadora, y a la que ha dedicado tiempo y afanes, formando parte de la Junta Directiva, primero como vocal y, actualmente, como vicepresidenta.



 Un camino recorrido juntos en hermandad

A mitad de la velada y antes de que los más pequeños pasasen bandejas de dulces, Lali abrió su álbum personal de fotos, mostrando en un audiovisual diferentes  capítulos de su vida. En la pantalla se sucedían imágenes de la infancia y juventud, estudios, pertenencia al movimiento guaneliano, noviazgo y boda con César, vida doméstica con Rodri, voluntariado en San Antonio y en Puentes, trabajo y compañeros, viajes, celebraciones familiares y encuentros de amistad…

Entonces se escuchó fuerte la canción Hermandad del grupo Love os Lesbian.

             ¿Qué tal, sisters y hermanos?

Es tiempo de agradecer

Que en tiempos tan solitarios

En lealtades aún podamos creer

 Fue la canción más tarareada y coreografiada de la noche. La palabra ‘hermandad’ muy bien podría resumir el espíritu de la celebración de los 50 años y el espíritu de Lali: la vida se compone de los diferentes grupos o personas que nos forman y conforman: la familia de Lali y la familia de César, los amigos procedentes del ámbito guaneliano, los socios y amigos de Puentes, los compañeros de trabajo en los colegios de Villalón (Valladolid) y Padre Claret (Palencia), los alumnos y alumnas con sus familias, los fieles de la Parroquia de San Antonio, los amigos de encuentros y viajes compartidos con  Los de Antaño, las amistades hechas en el camino de la vida… 

Y casi todo está por hacer
Y un rayo cabrón de honestidad
Me lleva a la verdad
Que os queda a mi lado muchos años
Viva la hermandad

A esas horas, animados por una alegría sincera, por una copa alzada en brindis, por una confidencia echa al oído, por unos recuerdos desempolvados, por unos pies bailones,  ya se podía brindar de prisa y beber despacio por la hermandad.

            A las siete y media de la tarde, en la iglesia, se nos recordó que se trataba de la vida misma, de agradecerla y celebrarla. Pasada la media noche, era el momento de escenificarlo con los brazos alzados apuntando al cielo, las manos en el hombro del más cercano, las voces algo roncas y la música que giraba y giraba…

                         Que os queda a mi lado muchos años

Viva la hermandad
Después de grabarlo en nuestra piel
No nos cuesta de entender
Brindemos deprisa, bebamos despacio
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad





























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