Mostrando entradas con la etiqueta perfil humano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta perfil humano. Mostrar todas las entradas

domingo, 4 de mayo de 2025

José Tolentino Mendonça: el cardenal poeta


Pero hacen falta años / para olvidar a alguien / que nos acaba de mirar”.

         Francisco de Asís solía decir a sus frailes que debían cultivar un huerto para poder comer todos los días, pero que dejasen un poco de terreno para plantar flores. Lo útil y lo inútil deben ser colindantes. Los garbanzos y los tomates de cada día no pueden estar lejos de las margaritas y las lilas. Necesitamos una cuchara en nuestra boca y un poco de hermosura en nuestros ojos.

         En estos días de cónclave y fumatas, en estos días de cardenales púrpura, de apuestas sensatas o disparatadas sobre el nuevo pontífice, me resulta grato hablar de un cardenal poeta. Se llama José Tolentino Mendonça. Es portugués, nacido en la isla de Madeira. En su infancia vivió en Angola, lo que le marcó para siempre. Y antes de aterrizar como prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano, había sido párroco, profesor de la universidad de Lisboa, teólogo, conferenciante y sobre todo poeta. La poesía, tan inútil como las flores que aconsejaba plantar el Poverello de Asís, es necesaria precisamente porque perfuma la vida y llena los oídos de musicalidad y preguntas. Tolentino confiesa: “No teorizo: observo. No imagino: describo. No elijo: escucho”.

         De adolescente, al entrar en el seminario de Funchal, Tolentino se sintió deslumbrado por la biblioteca, bien guarnecida de literatura y poesía. Fue entonces cuando empezó a escribir poesía, un oficio que no ha dejado ni siquiera ahora que está al frente de un ‘ministerio’ vaticano. Insiste una y otra vez en que el desafío de la Iglesia es comunicar con el lenguaje de hoy el mensaje eterno de Jesús. Como cardenal anima a los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos a leer libros, escuchar música y ver películas, porque sólo así tendrán la capacidad de “entender la complejidad del ánimo humano que Fernando Pessoa decía que era el abismo de los abismos de la complejidad, si no tenemos esta mirada hacia la complejidad y diversidad humana, no podemos realmente servir”.

         Tolentino es para muchos una de las mejores voces contemporáneas en la lengua de Camoens y Pessoa. Ganador de prestigiosos premios del país vecino y representante de Portugal en la Jornada Mundial de la Poesía. El oficio de poeta no parece oficio propio de un príncipe de la Iglesia. Y sin embargo ahí está este cardenal, como un mediador y un constructor de puentes entre la Iglesia y el mundo de la cultura. Escribe Tolentino:

El poema puede contener: cosas ciertas, cosas incorrectas, venenos para mantener fuera del alcance / excursiones campestres […] / una guerra civil / un disco de los Smiths / corrientes marinas en vez de corrientes literarias”

         En 2018 cuando era profesor en Lisboa el Papa Francisco le invitó a predicar los ejercicios espirituales de la Curia romana. Sus conferencias fueron recogidas con posterioridad en un libro de poético título Elogio de la sed. Sus palabras causaron una profunda impresión en los oyentes, al manejar con gran soltura los nombres de los autores profanos que constituyen el grosor de nuestra cultura y ponerlos en relación con los textos evangélicos. En una sociedad en que existe un producto para cada sed y para cada necesidad humana (productos todos ellos con el precio en la etiqueta), resulta aterrador la insatisfacción de los seres humanos en este momento de la historia. Nos daría la sensación de que la sociedad sólo ofrece productos que, al mismo tiempo que sacian las necesidades y la sed, provocan más sed y más necesidades. En un poema dice:

Vivimos el cuerpo, coincidimos / en cada uno de sus poderes: movemos las manos / sentimos frío, vemos el blanco de los abedules / que escuchamos en la otra orilla / o por encima de los avellanos / el graznido de los cuervos”

         El lema de su escudo cardenalicio es “considerate lilia agri” (mirad los lirios del campo) que es una invitación a la contemplación de la belleza, puerta de acceso al sentido de la trascendencia, pero también una confirmación de que el ser humano no puede vivir sin un poco de hermosura y un poco de poesía, salvo que sólo queramos ‘fabricar’ seres humanos para trabajar y consumir.  

Escuela del silencio:

Que tu silencio sea tal /que ni el pensamiento / lo piense

Cuando el templo se vacía / brilla / espléndido

La historia relata lo que ocurrió / el silencio narra / lo que ocurre

 El silencio no es un modo / de reposo o suspensión / sino de resistencia

Silencio: / contemplar la nieve / hasta confundirse con ella

Las nubes hoy parecen / a monjes que toman té / en silencio

 El silencio tiende a soterrar el pensamiento / pero también de él / el pensamiento vive

Aprende a renunciar / a todo / incluso al silencio

 Muchas veces Dios prefiere / entrar en nuestra casa / cuando no estamos

 El silencio es el narrador / y también el único / vocablo




















viernes, 25 de abril de 2025

Papa Francisco: un evangelio para los últimos

 


Han pasado apenas unos días desde su fallecimiento, ocurrido el 21 de abril de 2025, y miles de artículos inundan los periódicos, y miles de imágenes las televisiones de todo el mundo. Desde todos los puntos se analiza la figura de este Papa, que no ha sido un Papa de transición ni un Papa más en la larga lista de 266 pontífices, desde Pedro hasta nuestros días.

Lo primero que se puede decir es que la llegada de Jorge María Bergoglio a la cátedra de Pedro fue una sorpresa para los que apenas sabemos algo de media docena de cardenales, pero no para los, al menos, dos tercios de cardenales que lo votaron en la Capilla Sixtina en marzo de 2013: lo conocían y admiraban su estilo y su trabajo en Buenos Aires y su liderazgo en Latinoamérica. Y quisieron trasladar esa forma de hacer y de pensar a la Iglesia Universal. Por lo tanto la “revolución Francisco” ha sido posible porque un buen número de obispos pensaba como él.  

La elección de su nombre, Francisco, fue la presentación de un programa que incluía varias reformas en los tejados eclesiásticos, a veces con muchas goteras y con mucha suciedad encima. Un programa que incluía la sencillez y la alegría del poverello de Asís y el beso a los leprosos de este mundo.

Como buen hijo de San Ignacio de Loyola, el discernimiento formaba parte de su ADN y de su método. El discernimiento observa la realidad del mundo tal y como es (no como nos gustaría que fuese) y a partir de ahí elige la mejor decisión para transformar la realidad.

         Misericordia fue una de las palabras clave en sus doce años de pontificado. La misericordia acerca el corazón a los miserables del mundo para acariciarles. La misericordia que Dios tiene frente a los pecadores (Francisco siempre pedía a los fieles que rezasen por él), y que los cristianos deberíamos practicar frente a quien nos ha ofendido, ha cometido errores o simplemente está en otra onda de pensamiento.

         También el clericalismo de obispos, sacerdotes y religiosos era para Francisco el pecado más extendido en la Iglesia, un pecado que a su vez producía muchos otros pecados. El clericalismo, ese saberse o creerse cristianos superiores, cristianos de primera clase, élite, casta privilegiada frente a los laicos, a las mujeres y la masa anónima de fieles. Una élite que con frecuencia buscaba honores, privilegios, status y púlpito desde el que evangelizar, en unos casos, y adoctrinar, en otros, al pueblo ignorante.

         A mi modo de ver Francisco en estos doce años ha escrito un evangelio para, sobre y de los últimos. Unas veces con palabras y discursos, y en muchas ocasiones con gestos clamorosos y llenos de poesía. El abrazo a un hombre, Vinicio Riva, con un rostro deformado por los cientos de tumores. La decisión de enterrar en el cementerio teutónico del Vaticano, en medio de príncipes y cardenales, a un mendigo que fue encontrado muerto en las cercanías de Plaza de San Pedro. La instalación de duchas y servicio de peluquería en el Vaticano para dar aseo y dignidad a los sin techo. El inicio en 2015 del Año Santo de la Misericordia que quiso inaugurar abriendo antes la puerta de la catedral de Bangui (República Centroafricana) que la de San Pedro. Consolar y asegurar a un niño, Enmanuel, que lloraba porque no sabía si su padre, ateo, tendría un sitio en el cielo, y al que el Papa aseguró que, puesto que había sido un papá bueno, Dios no lo abandonaría. Arrodillarse para besar los pies de los representantes de Sudán dispuestos a firman un acuerdo de paz. El lavatorio de los pies, año tras año, a los encarcelados de todas la religiones en la cárcel de Regina Coeli. Su primer viaje a la isla de Lampedusa para rezar y llorar por los emigrantes muertos en la travesía. La visita a Mongolia, un país de apenas mil quinientos católicos, pero con misioneros abnegados en medio de una mayoría budista y chamanista. La encíclica ‘Laudato si’ sobre el valor de la creación, el peligro del cambio climático, y la obligación de entregar a las generaciones venideras una Tierra no agotada en sus recursos. La declaración de Abu Dabi, sobre la fraternidad humana, que firmó junto al Gran Imán Al-Azhar. Los nombramientos de dos mujeres como altos cargos de la Iglesia: Simona Brambilli, prefecta de un Dicasterio y Raffaela Petrini, gobernadora del Estado-Ciudad del Vaticano. Su respuesta a un periodista que preguntaba sobre los gays: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntada, ¿quién  soy yo para juzgar? O la bendición desde una plaza de San Pedro completamente vacía, a toda la humanidad que asistía, impotente y desolada al avance imparable del jinete apocalíptico del covid.  O la visita a un Irak en ruinas para apoyar a la martirizada población cristiana, un viaje considerado de algo riesgo. La visita a tantos lugares periféricos de Roma y del mundo, barrios que no cuentan, naciones que nada significan. Y tantos otros gestos…

         Tal vez en sus reformas llegó hasta donde supo llegar y hasta donde le dejaron, porque la Iglesia es tan grande, tan poliédrica y con tantas sensibilidades que lo que se opina en Roma no es lo mismo que lo que se piensa en Manila, Accra, Lima o Quebec. Desde mi punto de vista su pontificado ha sido altamente significativo, aunque sólo sea por subrayar, a tiempo y a destiempo, la enseñanza más importante de Jesús: Dios está en el hermano que sufre. Sin embargo ha habido algunas zonas de penumbra.

         En mi humilde opinión, la sombra más dramática que el Papa Francisco deja a su muerte es una Iglesia bastante dividida, tal vez la más fragmentada en mucho tiempo. Francisco tuvo, desde el primer momento, una oposición feroz dentro de las propias filas. Las críticas son legítimas y necesarias, pero cuando se pierde el respeto, la cortesía y la civilidad, se pierde también la razón, y se entra en el terreno del odio. Como ningún otro Papa sintió sobre su cogote la ira y los insultos de algunos sectores de la Iglesia y sus medios de comunicación ruidosos (hubo grupos de sacerdotes que se reunían semanalmente para rezar por su muerte). Pero también es cierto que el Papa y su entorno no supieron integrar y acoger las sensibilidades conservadoras que existen entre los católicos. Como todos los impetuosos y seguros de su punto de vista, el Papa caminaba deprisa, sin esperar a los rezagados, los confundidos y los que se sintieron perdidos, que no fueron pocos. La prohibición de la misa ad orienten pudo ser el más clamoroso, pero también el castigo al Opus Dei, las rebajas en la belleza y el misterio de la liturgia, el nombramiento de cardenales excesivamente afines a su ideario, los comentarios agrios sobre política migratoria norteamericana, pero no así sobre la persecución religiosa en Nicaragua o los cinco millones de refugiados de Venezuela, o la falta de derechos humanos en China. Este malestar quedó patente cuando la declaración “Fiducia supplicans” que abría el camino a la bendición de los divorciados vueltos a casar y de las personas LGTBIQ+ fue abiertamente desobedecida en muchos lugares del mundo.   

Sucedió en muchos momentos de su pontificado que los de fuera de la Iglesia le sintieron cercano y los de dentro le sintieron lejano. Nunca llueve a gusto de todos, se podría decir, pero algunos pensaban que Francisco se parecía al familiar que es muy simpático y hablador fuera de casa, pero más bien serio con la familia. Tal vez, simplemente, Francisco tuvo que pagar un precio: el de quien llama a las cosas por su nombre, da cuatro voces y zurriagazos a los que han convertido el templo en mercado, abre las ventanas para que entre aire fresco, e invita al banquete de Jesús a los mendigos, a los enfermos, a los migrantes, a los ateos, a los forasteros, a los creyentes de cualquier religión, a los pobres. En fin, el enfermero que en su hospital de campaña, cura las heridas y cauteriza las llagas, a veces con medicinas que calman, y otras, con medicamentos que escuecen.

En ningún momento, podemos afirmar, perdió la alegría de ser cristiano, salpicada aquí y allá de una buena dosis de humor, como pedía constantemente Tomás Moro en su oración. Fue un Papa encantado de serlo, como si toda la vida se hubiera preparado para esta misión. Esa, al menos fue la impresión desde que apareció por primera vez en el balcón recién elegido Papa y hasta su última bendición Urbi et Orbi pocas horas antes de morir.






























lunes, 21 de abril de 2025

Un Panettone de Oro para Leo Bigelli

 


(Artículo escrito el 5 de abril de 2013) 

        En estos tiempos de indignación y de rabia. En estos tiempos en que salen a la luz tantos trapos sucios, tantas canalladas y tanta rapiña. En estos tiempos en que es más fácil señalar el lado más tenebroso de los otros, yo quiero descubrir un trozo de bondad, mostrarla y seguirla. 
        Lo he sabido ahora, aunque la noticia es de las navidades pasadas. El Ayuntamiento de Milán concedió su ‘Panettone de oro’ solidario a Leo Bigelli, por su incansable trabajo en favor de los sin techo de la metrópoli italiana, a través de la Casa Gastone.
        Hace ya muchos años, cuando Leo Bigelli era el responsable de un colegio en Milán, solía visitar junto a un grupillo de jóvenes a los vagabundos y sin techo de la estación de trenes de Milán. Hablaban con ellos y les ofrecían un café y un dulce.
        En la estación de trenes Leo conoció a todo un personaje, Gastone, con su alma, con su historia trágica, con su sabiduría.
        Leo pudo conocer así otro Milán, más allá de los grandes industriales, las pasarelas de moda, los jugadores del equipo de fútbol y los abonados a la temporada de ópera en la Scala. Eran los ciudadanos a los que la pobreza había dejado al margen de la sociedad y, sin techo ni hogar, vagaban de estación en estación.
        Años después, Leo Bigelli puede hacer realidad un viejo sueño: abrir una casa para los sin techo y crear una familia para los que, por tantas razones, no la tenían. La casa en cuestión –y por primera vez en la historia de la Congregación- no lleva el nombre de un santo, sino el nombre de aquel hombre sin techo de nombre Gastone.
        Visité a Leo en 2011 en la Casa Gastone. Era el Leo de siempre. Aquel Leo entusiasta y juglar, original y profundo, abierto y creativo que había conocido en 1973 cuando llegó al Colegio de Aguilar recién ordenado sacerdote.
        Casa Gastone no era un almacén de ‘sin techo,’ sino una familia donde un grupo de personas era recuperado para el trabajo, el afecto, la convivencia y la dicha. Compartí cena con ellos, y también turrón español y helado italiano. Luego, Leo se puso a llenar las fiambreras con pasta y filete empanado para los que, al día siguiente, tenían que ir a trabajar. Tarteras amorosamente preparadas como sólo un padre y una madre saben hacer.
        Leo me acompañó a la estación. Me fue contando historias dramáticas e historias de superación, historias de fracasos e historias de dignidad de muchos de sus ‘hermanos’ de Casa Gastone. Y como suelen hacer los pobres, al final de mi visita compartió algo de lo poco que tenía y me entregó un donativo para los niños pobres de África a los que PUENTES cuida.
    Ahora, el Ayuntamiento de Milán reconoce la magnífica labor que ha llevado a cabo este buen sacerdote guaneliano en favor de los pobres más pobres, tal y como aconsejaba Luis Guanella.
        Probablemente nunca un premio ha caído en tan buenas manos. Leo Bigelli, que ha alegrado las navidades de tantos sin techo con un trozo de panettone ha recibido este Panettone de oro. Enhorabuena, no por el premio, sino por tu trabajo.



domingo, 12 de enero de 2025

Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli

 


“¡Sí!, toda nuestra vida es  como una bella fiesta. / Y para todos puede ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás  / lo mejor que hay en él con sonrisa y esperanza.”

Estos versos de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7 de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.

Hay personas cuya desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación, tan personal como subjetiva.

¡La vida es bella!

Teníamos 17 ó 18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes, creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar, dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel pessimiste”.  Y entonces un día nos armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben ser  respetadas.

La respuesta llegó en la homilía del domingo siguiente: “La vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel Marcel)”.  Y llevando la contraria a Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas, lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto, sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía.  Era la primavera de 1977. El lugar, la capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia. Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”. Adelio nos dijo algo más: “la vida será bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.  

Optimismo, entusiasmo, esperanza…

Adelio Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?

Siempre le recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta, a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la mesa,  P. Adelio nos insuflaba ilusión y energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues. Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún caramelo de menta o limón en la mano

Solamente le vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971, cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y también, en otro momento, le vimos apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.

Con la música a todas partes

“La música –está escrito con hilos de seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines. Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli (bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.

En la capilla colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada, continuar con la jota Por el Puente de Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción, A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera de todas O bella ciao, pero también La domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.

Educar desde el corazón

Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo,  a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo.  Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón. 

En su época aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud. Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas, conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a la ‘Operación ladrillo’ que tenía como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.

Años después, ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante el mes de agosto.

Cuando ni en colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.

Le recuerdo en mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio, oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos, curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.

El don de la amistad

Adelio fue un cura increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear lazos, fortalecer vínculos y  cuidar a las personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez, acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración, aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.  

Era el más italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo, cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.

La amistad la cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.

La curiosidad por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos como un relámpago, haikus delicados, destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En 2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia” (Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema titulado ‘Felicità’

Alba radiante, / ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, / amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas. / Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.

En su existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo. Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.


Colegio San José: Concurso Cultural

Al lado de Bruno Capparoni

El equipo de fútbol de los curas y profesores


En una reunión de ex alumnos de Aguilar 

En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos

Bendición de coches en el patio del Colegio

Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini

Un libro con los mejores poemas de P. Adelio

En una entrega de premios en Colegio San José

Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan

Ejerciendo de cortador de jamón. Roma

    

Con José Ángel Villegas y sor Clelia

Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez

En Roma, transcurrió sus últimos años

2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan

Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe

El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.

Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez 




 



viernes, 29 de noviembre de 2024

Doce amigos y un maestro bonachón

 

        En esta tierra de clima extremo que produce seres adustos y secos, difícilmente somos pródigos en palabras de afecto y en abrazos excesivos. A veces esperamos la hora del adiós definitivo, para decir una palabra tierna. Sin embargo, los que estamos sentados en esta mesa, doce discípulos alrededor de un maestro bonachón, no tenemos que forzar demasiado nuestra naturaleza austera castellana para abrazar y regalar palabras de agradecimiento, tan calurosas como sinceras, a nuestro compañero y amigo Vicente, que hoy se jubila de forma oficial, porque alegre y jubiloso lo recordamos desde siempre.

Gracias, Vicente, por muchas cosas. La primera de ellas por aguantar con estoicismo y benevolencia las gansadas de los regalos, bienhumorados y socarrones, que hoy mismo has recibido. Dicen que las personas que nos caen bien las vemos más guapas de lo que son y más esbeltas. Este es el motivo por el que el regalo ‘serio’ de esta tarde sea un surtido de alimentos. Ya dice el Quijote que “sin el buen gobierno de las tripas, no se pueden gobernar los estados”.

Algunos de los que estamos aquí recordamos perfectamente el momento en que llegaste a la OTT. Pillaste en seguida todos los temas, y denodadamente te pusiste a trabajar para sacar adelante expedientes recientes y algunos viejunos que dormían empolvados. Supimos muy pronto que eras un buen tipo, sanote, un trabajador concienzudo, muy avispado en informática. Solamente veíamos un defecto en ti: no salías a desayunar. Rechazabas nuestro ofrecimiento de cafetear con un “es que tengo mucho que hacer; salid vosotros”. Llegamos a pensar que no te gustaba la vida social o no te gustaba el café, o estabas pasando un periodo de desintoxicación por adicción a la cafeína. En fin, no hacíamos vida de ti.

Luego, un buen día, te uniste al grupo, al café de los viernes en Reyes Católicos o en otros chiringuitos. En ese momento ya fuiste el compañero ‘10’.

Los que estamos aquí sabemos por experiencia que lo que hace que un trabajo sea bueno o sea malo depende en gran parte de la calidad humana de los compañeros. Los expedientes se acaban por aprender o resolver. Pero las relaciones personales a veces son un quebradero de cabeza. El hecho de ir a gusto al trabajo, de mostrarse espontáneo y natural, de compartir sabores y sinsabores de la vida, depende de los oídos y de los ojos que encuentras en tus compañeros.

La buena sintonía de la OTT, esa camaradería cálida y confiada, te debe mucho, querido Vicente. Gracias por tanta ayuda. Por no importarte que te pasásemos el teléfono ante preguntas complicadas de subcontratación, aperturas, amiantos, sanciones o ertes. Gracias porque no te importaba remangarte y hacer expedientes propios de “auxiliares”, por dejarnos las cosas bien mascadas cuando te ibas de vacaciones, por defender a tu equipo de trabajo, con sinceridad y valentía delante de los jefes.

Cuando llegan los momentos duros es cuando de verdad se nota la cohesión de un equipo de trabajo. Llegó el Covid (marzo de 2020). Y todo nuestro sistema de trabajo rutinario se rompió en mil pedazos. No dijeron de nosotros que éramos trabajadores ‘esenciales’, pero actuamos como tales porque sabíamos que el retraso en el expediente de un ERTE significaba el retraso en el pago a una familia que lo necesitaba. Fue un momento duro, en el que trabajamos codo con codo, ayudando los más espabilados a los menos en esa nueva modalidad ‘sin papel y cartapacios’, con horarios bien largos, manejando 20 compañeros un mismo Excel, con sus bloqueos y sus paradas. En ese momento, sentimos más que nunca tu presencia discreta pero eficaz. A cualquier hora del día o de la noche, estabas ahí frente al ordenador, resolviendo una duda, enviando un correo, corrigiendo un error o una duplicación. En aquel momento los de la OTT supimos que teníamos que ser servidores públicos, con humildad y con esfuerzo.

Gracias, Vicente, por tantas cosas, por tu buen carácter, por tu bonhomía, tu simpatía de Papá Noel, tu sentido del humor, que lo mismo te llevaba a ponerte una peluca rubia en una fiesta ‘otetera’ o una camisa africana delante del nacimiento étnico. Gracias por tu risa franca, por tu carcajada ante un chiste verde o una ‘maldad’, por tu sensatez en las conversaciones serias, por tu generosidad.

Pilar, Juanma, Noelia, Elena pucelana, Elena mirobrigense, Santi, Iván, María José, Sara, María, Susana y yo mismo nos quedaremos con muchas cosas de ti, con muchos recuerdos, muchas fiestas de Navidad, muchos cafés de viernes, muchas risas al empezar el día en el despacho, muchas cervezas, e incluso alguna caminata compartida a Renedo.

Estamos orgullosos de ti y estoy seguro que tú lo estás también de nosotros. Te deseamos de corazón que sigas viajando, viendo crecer a tu hija, María, compartiendo muchos momentos con tu familia, especialmente con Chari, acercándote los viernes a la Molienda, disfrutando de los buenos conciertos por Valladolid, de los libros, de las viandas de la buena mesa.

Después de millones de ERES, después de miles de aperturas de trabajo por todo Valladolid, después de miles de libros de subcontratación, de muchas estadísticas de trabajadores extranjeros que trabajaban en Valladolid, de muchísimos expedientes sancionadores, de los cientos de amiantos, de los cientos de permisos para niños artistas… y de un larguísimo etcétera… Después de tantas idas y venidas a la Calle Santuario, nº 6, de Valladolid, queda la amistad. Y ya se sabe que "la amistad es otro de los nombres del amor".

Por todo ello, amigos, os invito a brindar por Vicente, para que tenga una jubilosa jubilación, llena de salud e infinitos amigos.


OTT, Valladolid, 28 de noviembre de 20024





























 



A destacar

Rafa Nadal: más que 14 Roland Garros

       Pocos discuten a Rafa Nadal su valía como deportista de élite en las canchas de tenis. El mejor tenista de la historia en tierra bati...

Lo más visto: