lunes, 4 de diciembre de 2017

De escuelas a escuelas va mucho.




¿Qué se necesita para que una escuela funcione bien? Probablemente dos cosas: un profesor con pasión por enseñar y un alumno con pasión por aprender. Todo lo demás, podría ser secundario, incluso prescindible.
Y digo esto, porque en nuestra España del lamento y de la queja, no paramos de poner pegas a los colegios, a los recursos a ellos dedicados, etc. Y quizás lo único que nos debería preocupar es si nuestros hijos tienen ganas de aprender y si los profesores tienen pasión por enseñar.
Cuando llegó la crisis económica a España, hubo manifestaciones multitudinarias por la escuela pública y en contra de los recortes. Nada que objetar. Y sin embargo, antes de la crisis, con muchos medios y muchos recursos, cuando salía el listado de las mejores escuelas del mundo, España no aparecía o aparecía en los últimos lugares entre los llamados países económicamente importantes.
 
 
Desde los años 60 hasta justo antes de la crisis el presupuesto de la educación había crecido considerablemente. Las aulas habían reducido notablemente la ratio, algunas asignaturas, como inglés, música, educación física y religión, habían pasado a ser impartidas por profesores especialistas, los profesores de apoyo para niños con dificultades habían aumentado … y entonces, ¿por qué todo el mundo se quejaba que la educación no iba bien y que el listón se había ido bajando hasta hacer el ridículo? ¿No serán otros los problemas? ¿Acaso un profesorado desmotivado, acaso un alumnado con escasa disciplina y sentido del deber, acaso una sociedad que no valora el trabajo de los docentes, acaso la pérdida de autoridad de los profesores, acaso porque tenemos unos niños para los que todo son derechos y el único deber es el de asistir a clase?
Desde mi modesto punto de vista, una mejora de la educación no se arregla sólo con más recursos, que también, sino con aumentar la pasión por enseñar de los docentes y la pasión por aprender y el sentido del deber de los alumnos.
 
De escuelas a escuelas va mucha diferencia. He visto varias escuelas en África donde faltaba casi de todo. Una escuela en Ghana bajo la sombra de un árbol porque la escuela verdadera hacía tres años que se había hundido. Una escuela en Nigeria situada en una nave para almacenar maíz, que no disponía siquiera de una pizarra, y en cuyas paredes de barro habían escrito con tiza el alfabeto y la tabla de multiplicar. Profesores con 60 alumnos. Alumnos que antes de ir a la escuela habían ido a coger agua al río o a buscar leña. Niños congoleños que que tenían que caminar 3 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta si querían llegar al colegio. Alumnos que compartían un bolígrafo o una cartilla. Profesores que recibían como salario poco más de un dólar al día. Alumnos que desfallecían de hambre porque no habían desayunado en sus casas. Niñas que no podían aprender a leer por el simple hecho de ser niñas. Profesores que, además de dar clases, preparaban un plato de comida a sus alumnos porque era la única manera de que comieran algo en todo el día. 
De escuelas a escuelas va mucho. Instalados en la cultura de la queja, nos quejamos por todo: porque las pizarras digitales no son de última generación, porque la comida del colegio no es variada, porque las actividades extraescolares no son de nuestro agrado, porque hay que comprar el diccionario, porque los libros no son gratis, porque el autobús escolar da mucho rodeo, porque las tareas que mandan a los niños son muchas, o son pocas, porque …
Echar un vistazo a las escuelas de África podría ser una buena tarea en esta Navidad para los 'quejicosos niños españoles'. PUENTES ONGD te invita a prestar un minuto de atención a las escuelas de los países pobres. La Campaña de Navidad de esta Ongd va dedicada a patrocinar el proyecto de “Escolarización y Alfabetización de los Niños de la calle en la R. D. del Congo”, unos niños sin ningún acceso a la escuela pública (porque en Congo también la escuela pública se paga). Desde hace años Puentes intenta que un numeroso grupo de niños y de niñas de la calle puedan ser matriculados en diversas escuelas de la ciudad, y que un grupo aún más numeroso reciba, al menos, clases de alfabetización elemental.
 
Para colaborar: IBAN ES46 0030 6018 1700 1005 1272
Al hacer tu ingreso, en el concepto deben indicar “Navidad”

miércoles, 29 de noviembre de 2017

El silencio sobre los rohingyas.



 

Desde agosto pasado, y con cuentagotas, algunos medios de comunicación se han hecho eco de la riada de refugiados que desde Myanmar (antigua Birmania) intentaba entrar en Blangadesh. De esta forma, la palabra rohingya entró en mi vocabulario.
La traca y matraca del asunto catalán ha hecho invisibles muchas cosas y muchas noticias últimamente, entre ellas el éxodo de la comunidad rohingya, de religión musulmana en un país de mayoría budista. Los rohingyas están asentados en el estado de Rakhine, muy cerca de Blangadesh. Myanmar reconoce a 135 etnias o grupos, y sin embargo no reconoce a los rohingyas, que desde 1962 tienen la condición de apátridas y carecen de derechos sociales o civiles. Llevan viviendo durante generaciones en Myanmar pero no son considerados birmanos.
El hecho de sentirse proscritos y de sentirme completamente marginados les llevó a organizarse para reclamar sus derechos. Surgió así el Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ESRA) que muy pronto comenzaron reclamaciones de manera violenta y algunos guardias birmanos fueron asesinados. A partir de esto, el estado birmano los consideró terroristas. El 25 de agosto, según varios testigos en los que se basa el informe de la ONU, el ejército disparó  indiscriminadamente sobre la población civil, causando varios centenares de muertos. Ese día empezó el largo éxodo hacia Bangladesh.

Para los birmanos nada de esto es cierto, pero la ONU considera que estamos ante un caso de ‘limpieza étnica de libro y ante una brutal represión’ y ha pedidoa al Gobierno birmano "a poner fin a sus crueles operaciones militares actuales, a rendir cuentas por todas las violaciones ocurridas y a revertir el patrón de la severa y extendida discriminación contra la población rohingya", así como a permitir a la misión de investigación un "acceso sin restricciones al país". Sorprende que hasta la propia premio Nobel Aung San Suu Kyi se haya mantenido ambigua en sus declaraciones, que haya dicho, por ejemplo, que no sabe la causa por la que huyen. Sorprende, asimismo, que hayan sido muchos (incluidas las autoridades católicas del país) los que han aconsejado al Papa (de visita estos días en Myanmar y Bangladesh) que no mencione la palabra rohingya, que por lo visto se ha convertido en ‘tabú’ para todos los birmanos, y que ocasionaría aún más violencia.

Hoy he intentado bucear en internet a ver si podía hacerme una idea del problema. Lo admito: cada vez es más difícil conocer la verdad. Las mentiras y las intoxicaciones son tan grandes que es complicado conocer cuáles son los verdaderos motivos de esta persecución.
Haya o no haya violencia por parte de los rohingyas, lo cierto es que una muchedumbre, una etnia, no puede ser castigada por culpa de los que integran los grupos violentos o terroristas. De lo contrario, entramos en la ley de la selva, y castigaríamos a toda la comunidad por los pecados de unos pocos.
 

Se habla que el 60% de los refugiados que huyen son menores. Acnur ha pedido aportaciones a la comunidad internacional para mejorar los campos de refugiados, antes de que las enfermedades o el hambre hagan su particular vendimia entre los más pobres y los más inocentes.
¿Pero a quién interesa el asunto rohingya?
El Dalai Dama ha pedido a la premio nobel birmana que intente restaurar la paz, porque el “propio Buda habría ayudado a esos pobres musulmanes”. Estoy seguro de que el Papa viaja a Myanmar y a Bangladesh precisamente por esto. Y que, con toda la diplomacia y la prudencia vaticanas, el asunto saldrá en las conversaciones y el Papa arrancará algunos compromisos a los mandatarios birmanos y a los mandatarios bangladeshíes para llevar un poco de esperanza y de socorro a las poblaciones rohingyas.

La tumba del cardenal Micara



 
La iglesia Santa María Sopra Minerva es una de las grandes iglesias de la ciudad de Roma. Una fachada muy austera, prácticamente un paredón, da acceso a un templo gótico de tres naves, con las bóvedas pintadas de azul y hermosos frescos de ángeles músicos o adoradores. Es la principal iglesia de los dominicos en la Ciudad Eterna. Cargada de historia, cargada de sepulcros de ilustres yacentes, cargada de riquezas artísticas; sin duda, la obra más extraordinaria es el Cristo Redentor de Miguel Ángel. Una impresionante anatomía, una belleza sobrecogedora, en ese Cristo de mirada humilde, pero regia. Miguel Ángel parece repetir en mármol blanco las palabras del salmo: “Eres el más bello de los hombres”. Bajo la mesa del altar está enterrada Santa Catalina de Siena, la gran santa dominica, una de las mujeres que más han iluminado el orbe católico. Mística y batalladora a la vez, religiosa y política a la vez. A  fuerza de rezar, de suplicar y de importunar logró que el Papa volviese a Roma, después de un largo exilio en Avignon.  A Catalina de Siena y a Teresa de Ávila les cupo el honor de ser las primeras mujeres a las que la Santa Sede nombró ‘Doctoras de la Iglesia Unversal’.
En Santa María Sopra Minerva está también el humilde sepulcro de uno de los más grandes pintores de la historia, fra Angelico, también dominico.

La iglesia estaba en penumbra cuando yo entré. Al acercarme al presbiterio, vi que una mujer salía de la sacristía. No sé por qué pensé que no era ni una turista ni una parroquiana más, sino alguien de la casa. Y no sé tampoco por qué tuve el impulso de preguntarle si sabía dónde se encontraba la tumba del cardenal Clemente Micara.
- Creo responderle que sí, aunque hace ya algún tiempo que no me detengo en esa capilla, pero me acompañe y ya veremos -me contestó.
Cruzamos a la nave opuesta y directamente se encaminó hacia una pequeña capilla, situada en la nave de la Epístola y no lejos del presbiterio. Una capilla algo oscura. El acceso a la misma se hallaba interrumpido por un lampadario donde no ardía ninguna lamparilla.
- “Ahí es, -me dijo. ¿Lo conocía?”
- Yo  no le conocí, pero un fraile de mi colegio fue su asistente, y por la biografía de éste sabía que el cardenal estaba enterrado en esta iglesia.
Le di las gracias, y ella, discretamente, volvió sobre sus pasos.
El hermano Juan me ha traído hasta aquí –pensé- en esta mañana luminosa del 19 de octubre de 2017.
El hermano Juan Vaccari pasó en el otoño de 1970 por la escuela de Quintanilla de Arriba, buscando chicos que quisieran ir a su colegio de Aguilar de Campoo. Era un hombre alto y apuesto, con su larga sotana negra, y una boina que nada más entrar en la escuela estrujó entre sus manos. Cuando lo tuvimos delante de nosotros, lo primero que hizo fue sacar una baraja de cartas y hacer varios juegos de prestidigitación ante nuestros ojos incrédulos y abiertos de par en par. Luego, repartió unas estampitas con el rostro de Luis Guanella, y finalmente preguntó si alguno estaría dispuesto a ir a su colegio de Aguilar de Campoo. Yo levanté la mano. Me hizo gracia su español chapurreado, como el de un niño que empieza a balbucir palabras pero no sabe aún hacer concordancias o conjugar correctamente los verbos.
A primeros de septiembre de 1971 yo entré de interno en el colegio de los padres guanelianos de Aguilar de Campoo. Un mes después, exactamente, el 9 de octubre, el hermano Juan Vaccari fallecía, un par de horas después de sufrir un brutal accidente de coche a la altura de Osorno. No tuve tiempo de conocerlo mucho, bien es verdad, pero su figura se quedó ahí, como una semilla prendida en mi cabeza y en mi corazón.
Desde entonces no he dejado de sentir curiosidad por su peripecia existencial. Me interesé por su biografía, por sus diarios, y por las personas a las que había encontrado, entre estas últimas estaba su eminencia el cardenal Clemente Micara.
Una vez, en una comida en la Curia Generalicia de los Guanelianos en Roma, salió el asunto “hermano Juan”, y el entonces Superior General, P. Alfonso Crippa, que lo había conocido bien y lo había tratado en sus últimos años, resumió: “El cardenal le hizo santo”. El sentido estaba claro. El cardenal debió ser algo  quisquilloso y altanero, un poco pagado de sí mismo, y sin excesivo aprecio por sus subalternos. Amante del protocolo, de las intrigas, de las influencias y de la política, al principio trató con desdén a este humilde hermano Juan al que había sacado del huerto y de las cocinas de Barza, en el norte de Italia, para servir en el Palacio de la Cancillería de Roma donde vivía y trabajaba. En definitiva, el hermano Juan no le cayó bien al cardenal, y, pasado muy poco tiempo, le pidió que se marchara de palacio. 
Un poco cabizbajo, pero también aliviado, el hermano Juan abandonó Roma y volvió a los pucheros de la cocina de Barza. Poco después -y esto es un misterio- el cardenal lo reclamó. Y el buen hermano Juan, de nuevo cabizbajo y más asustado, pero siempre temeroso de Dios, volvió a Roma y a Palacio. El hermano Juan tuvo que desplegar paciencia, caridad, misericordia, para atender y servir al purpurado.
El eminente cardenal, por resumir, fue un instrumento de la Providencia para aquilatar el carácter del pobre fraile. En los últimos años, la enfermedad del cardenal puso al hermano Juan en una situación de enfermero las 24 horas del día, asistiéndole en todas sus necesidades, las más humildes también. Todo lo sobrellevó con heroica paciencia y con heroica caridad. Pero también el cardenal creyó, quizás por primera vez en su vida, que alguien le podía enseñar algo, cristianamente hablando. Es más, que el humilde y ‘analfabeto’ fraile podía enseñarle bastante sobre fe y esperanza y caridad.
Por todo ello, cuando yo pensaba en la biografía del Hermano Juan, adscribía al cardenal el papel de malo de la película: el puntilloso y cascarrabias cardenal que atropella en su dignidad una y otra vez al hermano Juan. Y sin embargo, el hermano Juan nunca se queja de él, si bien algunos puntos suspensivos dan a entender que la vida a su lado no era precisamente un vergel de rosas o una tarta de cumpleaños, especialmente al principio de su convivencia.
 
El hermano Juan veía en todo la mano de Dios. Y por eso mismo, siempre y en toda ocasión rezó por su cardenal. A su lado permaneció prácticamente tres lustros. Le prometió que le serviría hasta el último de sus días y que, después de su muerte, rezaría una y otra vez por su alma. Y lo cumplió a rajatabla desde la mañana de marzo de 1965 en que acompañó su ataúd a la iglesia de Santa María Sopra Minerva. En sus diarios hay continuas peticiones por el eterno descanso del cardenal. Y todas las veces que pasó por Roma no dejó nunca de acudir a este templo para arrodillarse ante el sepulcro del Micara, ante el mismo que me encuentro yo esta mañana.
Hoy he sentido una especial simpatía por este pobre cardenal. Cenzo Rena, un personaje de la novela Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg, dice que "todos los hombres dan un poco de pena cuando se los mira de cerca". Y es verdad. Una simpatía que sin duda me ha inspirado el propio hermano Juan. He encendido una lamparilla en el hachero silencioso y despoblado y he rezado una sincera avemaría por el Clemente Micara.
Estoy seguro de que el hermano Juan, allá en el cielo, donde siempre le he imaginado, habrá esbozado una sonrisa a este pobre hombre, 'povero cristiano', diría Ignazio Silone, que hoy ronda los sesenta años y al que el el hermano Juan Vaccari conoció cuando era un niño de 11 en aquella escuela rural de Quintanilla de Arriba.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Un mundo demasiado líquido.


 
 
A principios de 2017 moría Zigmunt Bauman. Lo descubrí tarde, en 2014, pero le leí con gusto y con interés. Tiempos líquidos, Esto no es un diario y Vidas desperdiciadas. Fue este último el libro que más me gustó. La sociedad líquida va dejando, a velocidad cada vez mayor, a muchas personas al margen, descartadas, vidas desperdiciadas porque, para los cánones actuales, son vidas sin valor, vidas inútiles. Su expresión ‘modernidad líquida’ es una de las mejores definiciones que se hayan hecho de nuestra época, de tal forma que no se pueda hablar de nuestro mundo sin apellidarlo ‘líquido’.
   
 
La ‘modernidad líquida’ describe un mundo contemporáneo en tal flujo que los individuos se quedan sin raíces y privados de cualquier marco de referencia predecible. "El hombre está huérfano de referencias consistentes". Bauman lo proclamaba de sí mismo: "lo único sólido en mi vida es Janine, mi esposa desde hace sesenta años". Sus obras expresaban la fragilidad de la conexión humana en estos tiempos y la inseguridad que crea un mundo en constante cambio.

"En una vida moderna líquida no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa que ocupemos por un tiempo debe estar ligada libremente para poder desatarse de nuevo, tan rápido y sin esfuerzo como sea posible, cuando las circunstancias cambien", afirmaba Bauman. “
El paso de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por una profunda crisis que provoca fuertes zozobras institucionales y personales y la sensación de que la vida es un tiempo desperdiciado. El Estado era en el pasado una referencia, una sólida estructura, que ha sido substituida por unas fuerzas globales que parecen surgidas de lado obscuro de la vida. Ahora todo es fluido y dura poco.

Zigmunt Bauman. También su vida fue azarosa y líquida. Había nacido en Pozman en 1925, en el seno de una familia humilde, judía pero no practicante. En 1939, huyó a la Unión soviética, cuando los nazis invadieron Polonia. Se unió al ejército rojo como militar y fue profesor de sociología en la universidad de Varsovia. Pero la ola de antisemitismo que explotó en Polonia a raíz de la Guerra árabe-israelí de los Seis Días, le despojó de su rango militar, de la Universidad y de Polonia. Emigró a Israel, para finalmente asentarse en la ciudad inglesa de Leeds, en cuya universidad fue profesor y donde ha muerto a los 91 años.
 
Bauman se confesaba un ‘pesimista esperanzado’, porque, según decía  "yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veintinco por ciento de posibilidades, etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis, y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza”.

Fernando Arámburu hablaba de Zygmunt Bauman, de José Luis Sampedro, de Vargas Llosa y de Stéphane Hessel como de ‘avisadores’ de estos tiempos que giran entre el ilusionismo y la ferocidad:  “Nuestros abuelos padecieron la guerra y sus consecuencias. Nuestros padres se mataron a trabajar. Los siguientes disfrutamos de la época más apacible en la historia de Europa, hemos arrasado con las provisiones de bienestar y a los chavales de hoy les hemos dejado el desorden y los desperdicios de la fiesta. Ah, y las deudas. Cada día están más lejos los jardines”.

lunes, 13 de noviembre de 2017

La mujer que no vio al mendigo.


 
 
En la película Rumbos, de Manuela Burló Moreno, hay una escena que cada vez nos tocara ver con más frecuencia en la vida real. En ella reparan los dos conductores de la ambulancia nocturna que recorre la ciudad. Una mujer, a las 6 de la mañana, pasea a su perro. De pronto se acerca adonde duerme un sintecho, y deja un poco de comida para el perro que acompaña al mendigo. Al instante el mendigo se lo arrebata al perro y se lo come. La mujer no ha visto al mendigo, sólo ha visto al perro. La mujer ni ha saludado al mendigo ni le ha dado algo de comer. Sólo ha tenido ojos y corazón para el perro. Los dos ambulancieros se quedan estupefactos. ¿Qué ciudad es esta donde damos de comer a los animales y no a las personas, donde las personas no merecen ni un hola, ni una mirada ni un trozo de pan? ¿Qué mundo es éste donde los perros se convierten en los dueños de sus amos?

Parece que la directora de la película vio una escena similar, en una noche cualquiera barcelonesa, y quiso trasladarla a su película. Probablemente ésta sea una de las señales de la decadencia de nuestra Europa: las personas después de los animales.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

El humus cristiano en la obra de J. Jiménez Lozano



 
José Jiménez Lozano recibió hace unos días la condecoración Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción de la Santa Sede para un seglar. A primera vista, podría pensarse que los méritos del ilustre escritor para tan alto honor estarían en su participación en las primeras Edades del Hombre. José Velicia, Pablo Puente, Eloísa Watemberg y José Jiménez Lozano constituyeron un estupendo cuarteto y dieron a luz a una forma de hacer exposiciones que no se habían hecho con anterioridad antes. Las imágenes guardadas durante siglos en iglesias y monasterios hablaron de nuevo y contaron sus historias a los miles de visitantes. Y la gente, que quizás no sabe si una obra es manierista o barroca, se dejó interrogar por esas imágenes que durante siglos habían oído rezos y escuchado súplicas de tantos fieles.


 
Pero el servicio que J.J.L. ha prestado a la Iglesia no está sólo en su faceta de ‘promotor’ de Las Edades, sino en su inmensa obra de escritor, de escribidor, como le gusta decir. A él no le hace ninguna gracia que les clasifiquen o descalifiquen como escritor católico, pero reconoce que el humus que subyace en toda su obra es un humus cristiano, con toda su tradición de grandes relatos del Antiguo Testamento y con el ‘novum’ que vino a traer Cristo al mundo.
Empecé a leer a J.J.L. hace unos 30 años. Y comencé precisamente con Historia de un otoño, una estupenda novela sobre el final del monasterio de Port Royal. Un reducido grupo de monjas pagaron cara su libertad de pensar y su desprecio de la corte y del mundo. Pero los libros que más me han influido han sido sus diversos dietarios. Sus finas observaciones sobre “el junco pensante que es el hombre”, y sus comentarios a lecturas, me abrieron los ojos a otras formas de pensar y, gracias a él, yo pude conocer, por ejemplo, a Simone Weill.

 
En muchas ocasiones, el autor afincado en Alcazarén, ha expresado su idea de que los buenos libros proporcionan una buena compañía.  A mí, ciertamente, sus libros me han hecho mucha compañía. Por todo ello, José Jiménez Lozano tiene un altar en mi corazón desde hace 30 años. Y ocupa, también, un amplio espacio en mi biblioteca.

martes, 31 de octubre de 2017

30 de octubre: El Parlament de los cobardes.



 
 

Hay una noticia seria del día: la normalidad en la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Y hay otra noticia surrealista o más bien de bajeza moral, si queremos hablar con propiedad . Puigdemont y algunos de sus ex-consejeros huyeron de Barcelona a Marsella y allí cogieron un avión hasta Bruselas, probablemente para pedir asilo político. El parlament de los cobardes. Los que sacaban pecho, los que querían constituir con su autoridad 'moral' la República Catalana, huyendo de noche, como vulgares malhechores. Los que pedían a los ciudadanos afines que resistiesen en la calle, los que pedían a los funcionarios que no obedeciesen al Estado represor, huyen como cobardes, como gallinas con su cacareo asustado, como ratas en tiempos de naufragio. El supuesto capitán abandona el primero el barco, y pide a los grumetes que permanezcan en él.

5 de octubre: Inquietud por Cataluña



     Lo leí en un diario de José Jiménez Lozano, aunque la frase no era suya y yo cito de memoria y no textualmente: “El mundo puede rodar hacia donde quiera, por lo que a mí respecta yo permanezco en mi sitio”.
    Pues así debería ser: permanecer en el propio sitio. Pero los acontecimientos que se están produciendo en Cataluña dejan poco espacio para la calma y para la serenidad. Las redes sociales tampoco ayudan a ello, ya que solicitan nuestra atención y urgen nuestra respuesta y nuestra reacción. Los bulos se hacen virales, y las mentiras trending-topic. La verdad perece como se agostaba el trigo cuando se arrojaba sal sobre los campos en aquellos castigos medievales. En un clima de vértigo y de aceleración, es difícil hacer un hueco para la reflexión serena y para el análisis sosegado. A golpe de emoción respondemos y a golpe de emoción reaccionamos. La razón ha sido sustituida por el insulto, la descalificación gratuita, la amenaza ruin y la bandera ondeada al viento. Nada que ver con el examen, el diagnóstico y la medicina, es decir, nada que ver con las razones razonadas.
    Claro, alguno me dirá: ¿Y no es bueno pronunciarse, definirse, decir aquí estoy en este campo, con esta bandera? En estos mismos días hemos visto cómo se forzaba a muchos célebres futbolistas a que se definiesen. Yo creo que solamente a las instituciones públicas, a los partidos, se les puede exigir que digan dónde están y con quién están. Hemos visto, en este campo, a no pocos tibios’. Algún partido y alguna institución se situaban de perfil ante el conflicto, para que nada les moje ni les salpique. Una vela a Dios y otra al diablo, la equidistancia exquisita y la ambigüedad calculada. Éstos imploran el ‘diálogo’ como un mantra. Pero el diálogo exige que ambas partes estén dispuestas a ceder en algo y a perder, por el camino, parte de sus exigencias. Lo que pasa que quien exige diálogo no puede poner condiciones inadmisables y contrarias diametralmente al derecho y a las leyes que nos hemos dado.
    ¿Hay víctimas y hay verdugos en este caso de Cataluña? Yo creo que sí. Y, sin duda, las primeras víctimas son esos catalanes que no comulgan con el proyecto independentista, que han visto como les ponen trabas para un ascenso laboral, que les hacen el vacío a sus hijos en las escuelas, que les llaman charnegos o emigrantes, porque han nacido en Extremadura o Andalucía. Pero que también, aunque hayan nacido en el Paseo de Gracia, les tachan de no-catalanes simplemente porque no son de ‘de los suyos’, de los que ahora tienen secuestrado al ‘Parlament’. Era curioso como algún etarra era aclamado como un héroe por las calles de Barcelona, y alguna cineasta de trayectoria intachable era insultada de ‘fascista’, que es el término que utilizan los fascistas para todos los que no lo son.

 
    Cuando se hacen los diagnósticos de lo sucedido en Cataluña, muchos expertos hablan de tres factores determinantes: una educación que se ha encargado de sembrar, desde las guarderías, el desprecio a todo lo español y la descalificación de todo lo que no sea ‘catalanismo excluyente’. Dos: unos medios de comunicación sectarios (especialmente la TV3) absolutamente comprados y en constante genuflexión a la Generalitat. Y unos mossos de esquadra ‘seleccionados, formados y adoctrinados’ según los intereses del Govern. Es decir, desde hace décadas el nacionalismo excluyente ha ido creando una ‘identidad del odio’. 
    Lo que llamamos fracturación social proviene de una identificación acérrima con una ideología que nos impide ver a la persona, y sólo nos interesa, para combatirlo y sentirlo como propio, su postura política. Así las cosas, lo primero que se rompe es la convivencia normal y pacífica entre los miembros de una familia, los trabajadores de una fábrica y los amigos de toda la vida. Como perros sabuesos, se rastrea el pensamiento del otro y, a partir de aquí, se le clasifica en amigo o en enemigo. Las masas azuzadas por los políticos independentistas se han lanzado a las calles de Cataluña para hacer su particular ‘insurrección. Y las masas, admitámoslo, casi siempre se equivocan. Y además, suelen cambiar de bandera con cierta facilidad y cierta frecuencia. Es el fenómeno de las banderas reversibles, como los aquellos abrigos de dos colores que se pusieron de moda hace unos años.
    Entre el griterío y el impulso irracional es difícil escuchar la voz del argumento, el susurro limpio y frío de la razón. Los griteríos excesivos no anuncian sino los futuros insultos. Las masas, manejadas por el odio, son un arma que, en los inicios, puede contribuir a los ‘objetivos’ marcados por la ideología de turno, pero al final todo esto acaba en un desorden estéril y en una violencia gratuita. Unos son los que azuzan, pero otros, mucho más numerosos, son los que pagan los platos rotos. Y la tragedia de un pueblo, todos lo sabemos, llega cuando la mayoría se equivoca. No olvidemos nunca que una mayoría de alemanes siguió al Fuhrer, aunque luego ni un solo ademán reconociera que había pertenecido al partido nazi.


¿Qué hacer en estos tiempos convulsos, en estos tiempos de desasosiego y de agresividad creciente? ¿Se puede vivir como si tal cosa, como quien oye llover? Difícil, sin duda. Pero hay que intentarlo.
Permanecer en el propio sitio, mantener el alma en el propio almario. No responder al fuego con el fuego, ni al insulto con el insulto. Bajar el tono en el hablar. No afilar los dientes sino dibujar la sonrisa. No responder con el odio a los que por su actitud se hacen odiosos…
Y esto no es buenismo, sino inteligencia cordial. Porque si yo también voceo, si yo también insulto, si yo también prendo la mecha, si yo también ondeo mi bandera como una lanza, ya me he colocado en el campo del que me insulta. Me ha llevado a su terreno.
Desear que se cumpla la ley, desear que se haga justicia sólo significa eso: que la ley se aplique y que la justicia (con sus ojos vendados de alta simbología) se imparta con fría imparcialidad.
En estos tiempos recios, según la expresión de Teresa de Jesús, no pueden abrirse las compuertas del resentimiento, del rencor o del odio en nuestro corazón frente a los resentidos, a los rencorosos y a los ‘odiosos’. Ni podemos saltarnos la ley ni el derecho frente a los que se los saltan a diario.


Es tiempo de contención. En tiempos de riada es cuando las compuertas deben permanecer firmes e inamovibles, ya que de lo contrario se anegarían los campos, perderíamos los cultivos y vendría el hambre y la miseria. El hambre y la miseria moral son los frutos inequívocos cuando la convivencia se rompe y se abre un tiempo de espadas.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Todos somos aporófobos


 

El ensayo de Adela Cortina que acabo de leer lleva un título bien extraño: Aporofobia. El término lo utilizó por primera vez la propia autora en 1995 y poco a poco se ha ido abriendo camino, hasta el punto de que el Ministerio del Interior utiliza el término para ciertos delitos de odio. Aporofobia en una palabra compuesta de ‘aporos’, pobre, y ‘fobia’, temor. La aporofobia sería el odio, la repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado.


El ensayo de esta prestigiosa docente de la Universidad de Valencia parte de la idea de que es cierto que hay muchos xenófobos, pero aporófobos lo somos casi todos. No nos asustan ni sentimos desprecio por los extranjeros que vienen a visitar nuestras playas y monumentos, no sentimos desprecio hacia los jugadores negros del Barça o del Madrid. No sentimos desprecio hacia los jeques musulmanes árabes que atracan sus imponentes yates en Puerto Banús. Lo que sentimos es desprecio y aversión hacia los extranjeros pobres, los que saltan la valla de Melilla o llegan en patera. Lo que sentimos es aversión hacia los negros sin recursos. Lo que sentimos es aversión a los musulmanes migrantes de nuestros barrios más humildes.

El libro intenta buscar las razones de esta lacra, de esta patología social que conviene nombrar y diagnosticar.

Cortina cree que en el fondo cuando damos algo, esperamos un retorno, una recompensa, una contrapartida. Este retorno no puede producirse cuando la otra parte no tiene recursos materiales. Entonces, instintivamente, hay un rechazo puesto que el otro nada puede proporcionarnos. El sistema de favores, que es hábito común en la sociedad, se rompe ante las personas pobres. Parece que biológicamente nuestro cerebro está preparado para sentir una empatía hacia el fuerte, el sano, el que puede venir en nuestra ayuda, para protegernos a nosotros o a los que son de nuestra propia tribu, pero al mismo tiempo, parece que nuestro cerebro rechaza lo que nos molesta y perturba, así que cuando advertimos que alguien nos puede traer problemas porque necesita de nuestra ayuda, tratamos de apartarlo de nuestras vidas. Sabemos, así, que nuestro cerebro es, sobre todo, aporófobo, aunque también esté diseñado para la compasión y para la cooperación.

El final del libro plantea interrogantes muy serios y preguntas inquietantes: ¿Podemos pensar en una ‘biomejora’, es decir, en mejorar nuestro cerebro, con distintas intervenciones o sustancias, para disminuir nuestra aversión a los pobres?

 

 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Las sombras de los acontecimientos por venir.



 
 
No me resulta curioso, ni me resulta chocante. Me resulta inquietante y descorazonador que Armando Otegui, el sanguinario etarra, el que tuvo mucho que ver en el atentado de Hipercor en Barcelona, donde murieron tantas personas y hubo tantos heridos, fuera aplaudido y vitoreado hace unos días en esta misma ciudad, en la ofrenda con motivo de la Diada. Y me resulta descorazonador que en ese mismo acto, miembros del Partido Socialista fueron insultados y que otros grupos políticos, como el Partido Popular o Ciudadanos no pudieran ni siquiera acercarse al lugar de la ofrenda. Resulta descorazonador que, en Cataluña, el afán acérrimo por defender una ideología les haga pasar por alto los crímenes del asesino y no sean capaces de conceder el mínimo derecho a la existencia política a quien piensa diferente en cuestiones de separatismo. Y todo esto ocurre como si nada, como si fuera lo más normal. Las minorías radicales y violentas se están ‘labrando un amplio porvenir’ en la sociedad catalana. Y esto es muy preocupante. Los acontecimientos por venir proyectan con antelación sus sombras. Y si muchos ciudadanos fuesen mínimamente racionales o razonables, se darían cuenta de que estas sombras sólo pueden proyectar una larga noche de odios y de venganzas.

 

Melancolía y silencio en Sacramenia.


 
                                                                             
    Sacramenia está muy cerca de mi pueblo. Desde hacía muchos años conocía la historia de ese claustro del monasterio cisterciense de Sacramenia que el magnate americano Hearts, el hombre en el que se basa la película Ciudadano Kane, adquirió con el beneplácito o el silencio de autoridades, marchantes, historiadores de artes de la época. El claustro en cuestión fue desmontado piedra a piedra en los años veinte, cargado en carros, después en barco, hasta llegar a Miami, y tras muchas vicisitudes, fue montado en esta ciudad –según los expertos muy mal armado porque la numeración no fue correcta- donde ahora se puede contemplar por los turistas y en cuyo marco se pueden celebrar bodorrios y ágapes.

 
 
 Finalmente, este sábado he podido acercarme al lugar del ‘crimen’, bueno al lugar de uno de los episodios más bochornosos del expolio español.
El resto del monasterio aún se alza en su lugar, aunque ahora está dentro de una finca privada, el Coto San Bernardo. Sus actuales propietarios son los dueños de la revista Hola.
Hay una cierta melancolía otoñal en el paisaje y en el entorno que rodea el Monasterio, y un gran silencio que, ni siquiera los dos grandes canes que deberían ‘defender’ el camino de acceso se atreven o quieren romper. ¿Habrán las piedras seculares amansado y dulcificado a estos perros?
 
 
Vemos llegar al guardés de este coto, con unos pimientos en sus manos. Nos cuenta peripecias del ‘gran expolio’ y cómo esta gente rica engañaba y sobornaba con facilidad a los ignorantes y a los codiciosos que siempre han campado por estos lares. Parece ser que la comitiva americana no sólo se llevó el claustro, sino que arrambló con todo lo que tenía por delante, obras que no contemplaba la ‘compraventa’. Y que cuando le afearon que intentase llevarse un crucificado que no estaba en el lote, él acabo destruyéndolo porque se había encaprichado de él y no le permitían llevárselo. En fin, una macedonia perfecta de prepotencia, avaricia e ignorancia.
Pero finalmente nos abren las puertas del Monasterio. Y aquí me olvido del expolio y de la usura, del abandono y del desprecio a la belleza secular.
 
   
La iglesia es de unas proporciones catedralicias y se podría emparentar con Santa María de Huerta y con Santa María de Valbuena. Ha sido primorosamente restaurada e iluminada. Una desnudez total del gusto de San Bernardo, donde la mirada no se extravía sino que se concentra en ‘lo absoluto necesario’. Una desnudez que sólo interrumpen los pocos retablos que aún subsisten. El rosetón de la nave central aún deja pasar la luz de esta última hora de la tarde. No hay bancos para los fieles, lo que agranda el espacio central y, de esta forma, casi podemos hacernos una idea de cómo era la iglesia recién construida. En una capilla, contemplamos el crucificado que quisieron destruir y que ahora ha sido completamente recompuesto y restaurado. Es este crucificado una de esas imágenes que invita a rezar. Y en toda esta historia de expolio, no sólo duele el hecho de que se hayan llevado obras de arte, sino también que hayan privado a las gentes de seguir rezando y de seguir besando y de seguir abriendo sus almas a las imágenes que habían acompañado en su soledad o en su alegría a sus padres, a sus abuelos… en fin, que habían hecho un poco de compañía a los frailes y a los campesinos de estas aldeas. 
 
 
Una tarde hermosa junto a las piedras que subsisten de aquel robo y de aquella desidia. Pero no todo está perdido. Y la hermosura de esta iglesia que sobrevivió al expolio, aún me ha llenado de alegría. Y seguirá llenando a los que vengan después.
 


jueves, 7 de septiembre de 2017

Paredes de Nava: reyes y poetas


 

 

 
Una excursión a Paredes de Nava para visitar a los ‘Berruguetes’ en su cuna natal: Pedro, Alonso e Inocencio, y podríamos añadir a esta familia el nombre de Esteban Jordán, que estuvo casado con una nieta de Pedro Berruguete. La primera sensación cuando se visitan estos pueblos blasonados de Castilla es la de que todo ha ido a menos y, sin duda, la rueda de esta malafortuna no se ha detenido todavía, sino que seguirá rodando en esa misma dirección de decadencia. La sola iglesia de Santa Eulalia, de dimensiones y hechuras catedralicias, nos da idea de sus antiguos esplendores, de potentes hacendados, civiles o eclesiásticos, que ponían sus bienes al servicio de ‘las piedras de Dios’, quizás por devoción, quizás por vanidad, o por ambas cosas. 
 
  

Doce tablas de Pedro Berruguete atesora el retablo mayor de la iglesia. Y ahí están los 6 retratos magníficos de los Reyes de Israel, cuya belleza me ha subyugado cada vez que los he visto de cerca: una hermosura que no cansa. Acodados en un alféizar, y asomados a una ventana, los Reyes, con vestiduras espléndidas de terciopelo y brocado, tocados con sus coronas, y adornados con sus joyas regias, reinan sobre un mundo que tienen delante de sus ojos, y ejercen un imperio sobre cualquier espectador que los mire.
 

 
 

Pero también en Paredes está una preciosa escultura de Alejo de Vahía, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana. A una edad en la que ya no se puede esperar hijos, ellos creen, con una fe pobre y dudosa, en la promesa de que sus entrañas engendrarán. Ellos, por su condición de estériles, eran los últimos de Israel, los pobres de Yaveh, los despreciados de una comunidad que cifraba en la abundancia de hijos, la abundancia de bendiciones del Todopoderoso. Pero ahora ellos se abrazan ante la Puerta Dorada del Templo de Jerusalén, y es este abrazo, este gesto de intimidad y de ternura, una forma de gratitud al que ‘hace maravillas’. Y su suave sonrisa, su sonrisa triste (ya no es la risa burlona de Sara cuando los ángeles prometieron el portento), podríamos decir, es como un guiño al espectador: no todo está perdido; aún cabe la esperanza.   
 
 

 

Pero también la pila bautismal de Paredes de Nava cuenta entre sus ilustres bautizados a Jorge Manrique, el poeta enorme de esta tierra, y cuyos versos A la muerte de su padre, siguen resonando con la fuerza, la melancolía y las enseñanzas de siempre. ¿Pero leerá ahora algún jovenzuelo los versos manriqueños? No lo sé. Vamos en busca de su escultura, pero aparece completamente vallada. Puede que, ante las inminentes fiestas locales, el ayuntamiento haya decidido evitar gamberradas a la imagen del poeta. Así que Jorge Manrique aparece como encarcelado o como enjaulado. ¿Son ahora sus versos peligrosos? Este desencanto del mundo que él nos transmite, ¿es digno de rechazo en un mundo que ha transformado en máxima de vida el carpe diem y la desmemoria, y que desprecia y desdeña cualquier invitación al pensamiento y al examen de conciencia?
 

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: