miércoles, 28 de noviembre de 2018

Ordenación de Rubén en ‘modo abrazo’




Nunca antes había participado en una celebración litúrgica en Casa Guanella tan radicalmente guaneliana. Ocurrió el pasado 25 de noviembre en la parroquia San Joaquín de Madrid. Y el motivo fue la ordenación diaconal y presbiteral del joven colombiano Rubén Vargas.
Hacía mucho que no veía a Rubén. Lo había conocido en 2010 en Amozoc, México. Al día siguiente de mi llegada a la misión, me acompañó a Puebla para conocer esta hermosa ciudad.
Este domingo me encontré de nuevo con él. El cuerpo, torpe y cansado; el rostro, hinchado por la enfermedad. Y sin embargo, en Rubén brillaba, esa mañana, una dignidad que, por humilde, era regia.

Alfonso Martínez me ha tenido informado todo este tiempo de la enfermedad de Rubén, solicitándome oraciones y novenarios a San Luis Guanellla y al Hermano Juan Vaccari. Y muchas veces me he imaginado a Rubén, oscilando entre la tristeza terrible por la enfermedad y la alegría rebosante por la curación. Isaías lo expresa hermosamente:

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Pero también
Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
 

Nada más comenzar la eucaristía –la iglesia llena y con nutrida participación de personas con discapacidad, de sacerdotes y religiosas y de colombianos- el obispo auxiliar de Madrid, Mons. José Cobo, manifestó su alegría por “estar en una parroquia experta en abrazos y besos”. Y lo expresó con un tono gozoso y lleno de sentimiento. El tono del pastor.
La palabra ‘abrazo’ y la actitud ‘abrazo’ marcarían el resto de la liturgia. Una liturgia, eso sí, con un protocolo algo caótico, en parte debido a la precipitación de la ordenación, apenas fijada unos días antes, y en parte debido al estilo ‘manga por hombro’ de los guanelianos. Es verdad que la doble ordenación complicaba el rito, aunque también es cierto que pocos sabían cuando debían intervenir. Los curas que rodeaban al obispo, incluidos el General y el Provincial de los guanelianos, hacían de maestros de ceremonias, pero en verdad dudaban de cuándo se debía recoger la mitra o el báculo, cuándo debía aparecer en el ambón el lector, o cuándo se debían acercar los óleos. Por no saber, los intervinientes trabucaban la palabra ‘presbítero’. Todo eran recaditos entre los acólitos y de estos con el Obispo. No había nada de la belleza litúrgica benedictina. Todo era protocolo guaneliano. Pura ‘Arca de Noé’.
Pero la palabra ‘abrazo’, decía, marcó la jornada. Yo creo que todo el mundo, interiormente, se puso ‘en modo abrazo’. Sobre los abrazos de Dios a los hombres y de los hombres entre sí versó la homilía.
Abrazos conmovidos y conmovedores al neosacerdote. Especialmente el de sus cohermanos, que tanto habían luchado para que desde la curia madrileña se diese el visto bueno a la doble ordenación. Se nos aseguró también que el cardenal Osoro había dado todas las facilidades, teniendo en cuenta la excepcionalidad del caso. 
Abrazo especial el que recibió Rubén de José Antonio, con discapacidad mental. José Antonio estaba revestido con alba blanca. Todos conocen su afición a hacer de monaguillo. Cuando el nuevo presbítero recibió el abrazo de los sacerdotes presentes, también José Antonio se acercó a abrazarlo.

A abrazo sonaron las palabras de gratitud de Rubén que, con entereza y dignidad sacerdotal, pronunció al final de la misa: gracias a Dios, a sus padres, a la congregación de los Siervos de la Caridad, y a todos los presentes. La última palabra de su breve alocución fue ‘misericordia’. Curiosamente en su casulla recién estrenada estaba bordada la imagen del Cristo de la Divina Misericordia.
Abrazo fue la emotiva carta que desde Caracas envío la hermana de Rubén y que fue leída al final de la comida. Fue en este momento, cuando vimos a Rubén verdaderamente emocionado hasta las lágrimas.
Abrazos efusivos y besos gordos y lágrimas a flor de piel –y no de ritual protocolario- en la interminable fila que se acercó al besamanos del nuevo sacerdote.
Abrazo fue la cualificada presencia del Superior General, del Provincial, de los sacerdotes guanelianos llegados desde Colombia y México y desde Palencia. Subrayaron así el carácter excepcionalmente ‘guaneliano’ de esta ordenación.
Abrazo fue el hecho de que a la una de la tarde, mientras en Madrid se iniciaba la eucaristía, en todas las comunidades del mundo guaneliano se hiciera un momento de oración por Rubén.
A Abrazo sonaron las canciones que entonadas por José Antonio y por Rosy, ambos de la Villa San José, y guitarreadas por el animado Alfonso Martínez, lograron crear un ambiente de familia, en una sobremesa distendida y de fiesta mayor.
El genio del cristianismo, según la expresión de Chateaubriand resplandeció en la pequeña iglesia de los padres guanelianos, en Madrid. Un cristianismo que pone en el centro de su vida y de su historia la debilidad, la enfermedad y el sufrimiento humanos. Monsieur Pascal nos sigue recordando que lo ‘verdaderamente natural del cristianismo es la enfermedad, porque es en ese momento donde cada ser humano es como debería ser siempre”.

La ceremonia de ordenación de Rubén está ya en los anales de la historia de esta pequeña congregación, experta en abrazos y besos a personas frágiles, a personas insignificantes e invisibles para la sociedad. Los guanelianos saben que el ‘centro’ está en otros lugares, allí donde se juega la dignidad del ser humano, a secas y sin adjetivos. El ser humano en su impresionante y terrible desnudez, sin los ropajes del rango social, de la salud, del estatus económico, de la fuerza, de la inteligencia y de la belleza.
Oportunamente o por un guiño de la Providencia, el domingo pasado se celebraba la fiesta de Cristo Rey. El hombre está hecho a semejanza de Dios, pero un Dios ante Pilato, un Dios azotado y maltratado, un Dios en los umbrales de la muerte. Allí reina Dios y con él reina la fragilidad y la debilidad de este mundo. El genio del cristianismo.

jueves, 22 de noviembre de 2018

La lógica de los Campeones



Cuando después de una final de infarto entre el equipo Los Amigos, de Madrid, contra el equipo Los Enanos, de Canarias, éste se proclama campeón, el entrenador de Los Amigos se siente hundido y apesadumbrado y se queda ahí, en medio de la cancha, perdido y avergonzado, mientras sus pupilos se funden en un abrazo con los campeones, bailan, cantan y se divierten a lo grande repartiendo felicitaciones y enhorabuenas por doquier. Estoy hablando de la película Campeones de Javier Fesser que había dejado pasar en su momento y que he visto ahora.
El entrenador –Javier Gutiérrez- se siente normal, y lo normal es hundirse cuando en el último segundo se pierde una final. En cambio, los jugadores son especiales –y por supuesto el entrenador los considera no-normales- y para ellos lo lógico es disfrutar, pasarlo bien, felicitar al contrincante de corazón y vivir cada momento con dicha y alegría.
Muy probablemente, esta comedia está haciendo más por la normalización de las personas con discapacidad que cien discursos y cien campañas de sensibilización.


Campeones no pone el acento en el drama de la discapacidad y en las historias de marginación de estas personas, sino en los dones y cualidades que estas personas tienen. Para dar y tomar. Quizás por ello en muchos ambientes, se les llama ‘personas con capacidades diferentes’.   El perdón, el olvido de las afrentas, la no discriminación, el buen humor, la sinceridad, la valoración de cada persona por lo que en cada momento es y no por su rango o procedencia, son dones muy suyos. El mismo título de la película no nos remite a un resultado de un partido de baloncesto, si no a un resultado en la vida de cada día: son auténticos campeones en muchas cosas y en muchos saberes.
Su comportamiento responde a una lógica sencilla y natural, que al resto resulta difícil entender. Tienen su malicia y su picardía, pero en ellos resplandece aún la inocencia, esa bendita infancia que dura tan poco a los llamados ‘normales’. Estas personas con capacidades diferentes no admiran en el otro ni la inteligencia, ni la belleza, ni la clase social, ni la influencia, solo la bondad y los detalles en que esta se expresa. Y, al igual que los niños, tienen el don de leer el corazón del otro y, por lo tanto, empatizan o no con la persona que tienen en frente. Hasta el don de hacer travesuras, que es un don propio de la infancia, ellos lo tienen en abundancia.
El trato con estas personas puede ser muy complicado o muy elemental. Depende en gran parte de nosotros. Nosotros, en cambio, nos esforzamos para que entiendan nuestra lógica de pensar y de hacer. Pero probablemente seamos nosotros los que tenemos que pensar y amar desde su lógica. La lógica de la sencillez y de la bondad, que los que nos creemos ‘normales’ hemos perdido por el camino. Así todo será más sencillo. Sólo así, como en la película, seremos los destinatarios de sus abrazos y de su cariño.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Redes sociales: Felicidad permanente. Permanente cabreo.





El estado de permanente felicidad personal y el estado de permanente cabreo con la sociedad son, a mi modo de ver, las dos corrientes más caudalosas de las redes sociales, por ejemplo Facebook. Continuamente se suben fotos y selfies en los que aparecemos nosotros –y nuestros amigos o familiares- completamente sonrientes o disfrutando de la vida, de un viaje, de una buena comida, de un buen vino, de una buena ropa, de una fiesta, de un cumpleaños. Lo que no es felicidad y sonrisa permanentes no aparecen en Facebook. Somos personas maravillosas y llenas de dicha. Y con nosotros lo son también nuestras parejas, nuestros amigos y nuestras mascotas. Fotografiarse con nuestro perro es un plus a la felicidad permanente. Se ha dicho últimamente que los selfies aumentan el narcisismo. Y el narcisimo no es sólo malo porque nos puede hacer creer que somos los más guapos de la red, sino porque podemos llegar a pensar que también somos los más honrados, los mejores, los más solidarios, los más cabales y los más sabios.   
Por otro lado, cuando uno abre una red social, aparece continuamente una corriente tumultuosa de cabreo, de indignación, de descalificaciones, de insultos. Indignados contra los políticos que son unos corruptos, unos sinvergüenzas y unos desalmados. Indignados contra las Instituciones del Estado, porque siempre funcionan mal. Indignados contra las personas públicas porque o son muy ricas, o son muy famosas, o gastan mucho o han dicho esto o han dicho lo otro. Indignados contra los empresarios porque nos explotan, los maestros porque son bastante cazurros, los policías porque son contundentes en las manifestaciones, los funcionarios porque no dan ni golpe …
Las redes sociales se han convertido en ventiladores de excrementos. Aún a sabiendas de que un buen número de noticias son falsas o están manipuladas –las fake news- las compartimos con toda la ligereza y añadimos algún improperio o algún insulto a los que ya están recogidos en el artículo o en el pie de foto. Si toda esta energía que dedicamos a desparramar la mierda ajena, la utilizásemos en compartir las noticias de bondad y de belleza (que también las hay y muchas en las redes sociales), las cosas mejorarían y nos mejorarían.

El hacer crítica con argumentos es un buen ejercicio que ayuda a la propia sociedad, pero el insultar por insultar y el descalificar por descalificar, ¿para qué sirve? Sobre todo, porque cuando nos erigimos en constantes jueces de los demás, al mismo tiempo nos estamos autoproclamando como modelos de honestidad.

Tengo la sensación de que nos creemos infinitamente mejores a la media de la sociedad, porque de lo contrario, si pensásemos que también nosotros no damos el cien por cien en el trabajo, o somos mezquinos con nuestros familiares, o vamos por interés con ciertos amigos,  o nos lanzamos a la yugular del compañero más débil, o no nos privamos de nuestra mala leche ante nuestros amigos y vecinos, muy probablemente no iríamos emitiendo juicios tan severos y tan injustos sobre el resto del mundo.
Somos un país de indignados. Pero la indignación sólo debería durar cinco minutos. No más de cinco minutos. Pasados estos, lo que toca es proponer y arrimar el hombro. Con total naturalidad nos quejamos de los sucias que están las ciudades y nos indignamos contra los recortes en limpieza o en jardinería, pero luego tiramos la bolsa de patatas al suelo, las colillas o el bote de cerveza, pisamos el césped y damos una patada al macetero de la vía pública. ¿En qué quedamos?


Proponer significa pensar qué puedo hacer yo para mejorar algunas de las situaciones que me parecen injustas. Arrimar el hombro significa actuar para que algo funcione un poquito mejor. Hay una diferencia entre el que se queja a voz en grito de los pocos recursos que el Gobierno dedica a los más vulnerables, y aquel que, aun siendo consciente de esto, dedica un par de horas a la semana al Banco de Alimentos. Y así sucesivamente.
En las redes sociales oscilamos entre la imagen ideal de cada uno y la imagen grotesca de la sociedad. Ni lo uno, ni lo otro. Ni nosotros somos el ciudadano modelo ni la sociedad –y cada uno de los que la componen- es tan desastrosa como queremos dar a entender.

martes, 20 de noviembre de 2018

Las cenizas del califato, de Mikel Ayestaran




Mikel Ayestaran es un periodista y escritor vasco, afincado en Jerusalén. En su libro Las cenizas del califato nos ofrece la visión dramática y calcinada que ha dejado el autoproclamado Estado Islámico a su paso por Irak y Siria durante los años que van de 2013 a 2017.  Las cenizas y los escombros de las ciudades y pueblos visitados son la imagen certeza para representar a los sufridos irakíes y sirios reducidos por el EI a escombros y cenizas.


La invasión de Irak por parte del Ejército de los Estados Unidos en 2003, y la consiguiente defenestración de Sadam Hussein, está, para el autor, en el origen de los movimientos extremistas surgidos a partir de ese deseo de vengarse por la humillación sufrida. Por otro lado, los movimientos insurgentes de oposición contra el presidente sirio Al Asad, como un episodio más de la Primavera Arabe, fueron vistos con un cierto agrado por parte de Occidente. Pronto se demostró que esta oposición era de un islamismo extremista que iba a complicar mucho las cosas en la región. Por otro lado, tenemos a Irán, imperialista, que ha aprovechado la situación de caos y la ‘lucha contra el terrorismo' del EI, como una oportunidad única para influir en la región. Irán, de mayoría chiita, está muy interesada en acaba con los suníes, mayoría en Irak y Siria. Para muchos el Estado Islámico habría sido una creación de Teherán para debilitar a los suníes y, con la excusa de 'luchar contra el terrorismo', destrozar las principales ciudades suníes. Irán es la gran incógnita en la era pos-califato. Y no olvidemos a Turquía que también se involucró apoyando a grupos rebeldes que actuaban en Siria y que ha sido acusada de hacer negocios petrolíferos con los combatientes del Estado Islámico.
No hay que olvidar tampoco que en muchos pueblos y ciudades la aparición del EI fue saludada con entusiasmo y que recibió grandes apoyos de la población, quizás creyendo que era una respuesta radical a los gobiernos claudicantes ante la política occidental.

El autor se hace la misma pregunta que nos hacemos todos: ¿Cómo es posible que la llamada por parte del EI a los jóvenes del mundo entero para que se unieran a su lucha contra los infieles o contra los musulmanes blandos tuviera tanta respuesta? Se calcula que más de cuarenta mil voluntarios llegaron de todas las parte del mundo, muchísimos de ellos de Estados Unidos y de Europa? ¿Qué buscaban? ¿Qué desesperación sentían en sus vidas para lanzarse de cabeza al precipicio? ¿Se sentían huérfanos y sin ideales y el Estado Islámico les ofreció una 'familia fuerte' y un ideal por el que luchar y morir?
¿Y cuál es su situación ahora en el post-califato?. Una frase me llama la atención: “Los mandos kurdos, y también las fuerzas francesas e inglesas, disponían de una lista de combatientes extranjeros, con sus nombres y fotografías, a los que tenían la orden de eliminar porque, en caso de detenerlos, “sus países de origen no los querrían de vuelta”.
Otro momento que el autor no olvida es cuando el líder del EI Bakr al Bagdali hace un llamamiento para que los voluntarios permanezcan en sus naciones y desde ahí cometan los atentados terroristas que puedan para matar a los infieles. La respuesta no se hace esperar. En enero de 2015, los periodistas de Charlie Hebdo caen bajo las balas asesinas de los radicales. Sucederán atentados en Niza, Estambul, Orlando, Barcelona, Bruselas… sembrando el pánico en el mundo entero. El EI asegura a los terroristas la entrada directa en el paraíso y el disfrute sin trabas de bellas mujeres.

Mosul, Palmira, Faluya, Tikrit, Alepo, Deir Hafer o Akerbat son algunas de las ciudades que han estado en la mente y en el corazón de todos desde hace años. Formaron parte de las ciudades conquistadas por los soldados del Estado Islámico y en ellas se implantó un régimen de terror de los más aberrantes que se hayan conocido. Todos hemos sido testigos del éxodo de millones de refugiados irakíes y sirios que abandonaron sus casas y llamaron dramáticamente a las puertas de Europa.

El autor visita Deir Hafer, tras ser liberado del EI, y se detiene en la Plaza de las Decapitaciones. Cuando los combatientes del EI conquistaban una ciudad instalaban en una plaza una jaula de barrotes donde metían a los presos, para que estuvieran a la vista de todos. Les dejaban cocerse de calor en verano y de frío en invierno. Y cuando les sacaban de ella, era para decapitarlos. Luego, crucificaban los cuerpos decapitados durante tres días, como una clara advertencia para todos.
En las pizarras de las escuelas escribían: “Los apóstatas son aquellos que aplican leyes que no son las de Alá”.  Prohibieron también vacunar a los niños porque aseguraban que la enfermedad sólo atacaba a los musulmanes blandos o a los infieles. Sólo – recuerda un médico- cuando sus propios hijos enfermaron, las volvieron a permitir.
El califato ha sido prácticamente derrotado, pero no así su semilla que brotará cuando menos se espere, ya que los intereses de grupos de poder son muchos y, además, se da la casual fatalidad de que no pocos ciudadanos comulgan  con esta manera radical de ver la vida o, mejor, de ver la muerte. Muchos familiares de combatientes del estado islámico no podrán ya vivir en sus poblaciones porque serían eliminados inmediatamente. Muchos de ellos han huido; otros tantos han sido recluidos en un lugar indeterminado.
 Pero el sentido común y la Historia nos dicen que no han sido los creyentes musulmanes los que han creado el Estado Islámico. Han sido los intereses políticos, los intereses de partidos o de naciones enteras los que se han servido de la religión para conseguir sus objetivos políticos o militares. La fe islámica extremista es el barniz con el que han pintado sus intereses más criminales e inconfesables. Esto se ha visto a lo largo de la historia. Y aquí en Irak y en Siria ha tenido lugar el último episodio de una guerra santa, que no lo es. Ni mucho ni poco ni nada.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Las botas florecidas de mi amigo peregrino





Mi amigo peregrino C. de Y. vino hace unos días a verme al pueblo. Por la mañana salimos al campo. Recorrimos los 8 kilómetros que, a la vera del río Duero, separan Quintanilla del monasterio cisterciense de Santa María de Valbuena. De regreso a casa, C. de Y. comprobó que las suelas de sus botas peregrinas prácticamente estaban desechas. El caucho tiene un tiempo de vida, me comentó. Había llegado el momento de tirarlas a la basura.

Conocí a C. de Y. a principios de junio de 2000, en Roncesvalles, cuando ambos nos disponíamos a recorrer el Camino de Santiago. Fue un flechazo de amistad a primera vista. Juntos atravesaríamos montañas y valles, cruzaríamos puentes, visitaríamos catedrales y museos, sudaríamos la gota gorda, compartiríamos la comida y el café. Y lo que es más importante charlaríamos de lo humano y de lo divino durante los 26 días que duró nuestra peregrinación. Cuando llegó el momento de decirle adiós en Santiago de Compostela, después de que el incienso del botafumeiro perfumase nuestros cuerpos cansados y nuestras almas limpias, busqué unas palabras para agradecerle su compañía, el hermoso regalo de su compañía, pero sólo fui capaz de decirle esto: Gracias por ser mi bordón de ánimo.

Nos despedimos con un abrazo que rondaba las lágrimas. Pero yo sabía –los dos sabíamos- que la amistad no iba a ser flor de un día, sino árbol plantado junto a la acequia que da frutos y promete sombra por luengos años. Y así fue. Una larga amistad nos une. Amistad de conversaciones y de visitas, de confidencias y de risas, de desahogos del alma y de borbotones de carcajadas.

Siempre es una fiesta encontrarme con C. de Y. La alegría, el buen humor, la chispa luminosa en el hablar siempre me han parecido regalos del cielo. La alegría embellece el rostro, pero aún embellece más el alma. Y C. de Y. la tiene. Pero la suya no es la alegría huera del chistoso, ni la alegría espesa de quien ha se ha pegado un par de tragos. Es la suya la alegría de quien encuentra una fuente fresca en un día de sed y de quien halla un trozo de pan sobre la mesa en una jornada de hambre. Es la alegría también de quien quiere y se empeña por seguir perteneciendo a la tribu de Jesús de Nazaret, portador de una Buena Noticia. Y también esta fe compartida, con alegría y sencillez, es una de las cosas que más me unen a C. de Y. Rezar juntos un avemaría mientras caminamos o recibir un whatsapp de buenas noches implorando sobre mí la bendición de lo Alto, no tiene precio. Aun cuando, a veces, me habla de cosas serias, de alguna pena gorda, de un mal momento, C. de Y. conserva una suave alegría, una serena sonrisa: la esperanza de quien cree que nunca se puede dar nada por perdido del todo. Las cenizas siempre esconden un rescoldo que descubrimos a la mañana siguiente en el hogar.

 En 2017 decidí volver al Camino. Esto es lo que apunté al final de la etapa que de Roncesvalles me llevó hasta Larrasoaña: “Pero mi primer pensamiento nada más salir del albergue a la intemperie ha sido para C. de Y. Lo he buscado con la mirada. He recorrido el espacio que tenía ante mí, pero ahí no estaba C. de Y., mi leal compañero del Camino de 2000, ese peregrino cuya mano estreché en esa primera mañana de Camino y que me acompañaría con dulce, chispeante y alegre compañía hasta Santiago. Buscaba a C. de Y. o, por lo menos, a otro C. de Y. Pero mi corazón, ya desde los primeros pasos dados en Saint Jean Pied de Port, sabía que en este Camino ya no habría otro Carlos. Yo no era el mismo de hace 17 años y el Camino no era, ni mucho menos, el mismo del año 2000. En esos primeros minutos de la mañana, a la luz incierta del alba, por este bosque incierto de Navarra, mis labios intentaban hacer síntesis y resumen de estos sentimientos de orfandad que yo estaba experimentando. Y lo lograron, aunque no sé si lo acertaron: “Ya no quedan C. de Y. en el Camino”. Era, sin duda, una conclusión temeraria, exagerada quizás, pero el corazón tiene razones que la razón no conoce”

C. de Y. pasó dos días soleados del último septiembre conmigo. Poco después de volver a su casa y a su familia, me envío una foto: Las botas inservibles de su peregrinación las había colocado sobre una piedra del patio de su casa. Y las había llenado de flores. Las botas florecidas de mi amigo peregrino son una imagen y una metáfora. Hay personas en nuestra vida que nos roban el aire y nos agostan el ánimo. Pero existen personas también en cuya presencia nos sentimos florecer. Su compañía nos da aire fresco, descarga el fardo de nuestro corazón, transforma nuestra pena en risa y, sobre todo, nos mejora. Hay compañías que agostan nuestro ánimo, como el calor agosta la hierbecilla en verano. Hay compañías que hacen brotar y florecer el jardín de nuestra existencia. Para mí, esas botas florecidas son una imagen certera de mi amigo peregrino.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Cavilaciones y melancolías, de José Jiménez Lozano


También en Silos ha resonado la voz de José Jiménez Lozano, a través de su libro ‘Cavilaciones y melancolías’. Es el último ‘diario’ que sale a la luz y que recoge los años 2016-2017. Desde que cayó en mis manos Tres cuadernos rojos, los diarios de Jiménez Lozano han sido algo importante en mi vida de lector. El autor recuerda a menudo que lo que busca únicamente con sus libros es que hagan compañía a un pequeño grupo de lectores (no creo que seamos mucho, sinceramente, aunque muy fieles). En mi caso esto se ve cumplido con creces. Me ha hecho mucha compañía. Pero también -y esto no se lo agradeceré nunca lo suficiente- me han abierto a nuevas lecturas como Simone Weil o Willa Cather.
Son muchos los temas que aparecen en sus diarios, reflexiones sobre literatura, religión, arte, paisaje o amigos. En sus últimos diarios sigue con creciente perplejidad el desprecio de Europa hacia el cristianismo:
“Un amigo de USA que tiene excelentes relaciones de amistad y trabajo intelectual con islámicos me dice que éstos se muestran perplejos de su poder de atracción, mayor incluso que el odio y el desprecio de Europa al cristianismo, y en la inconsciencia, sin embargo, de que esta misma atracción no deja de resultar una enorme y seria burla a la Ilustración y a la Modernidad y a los alegres nihilismos en los que la propia Europa dice confiar y ha impuesto. Realmente es para quedar pasmados”
Para mí Jiménez Lozano ha sido siempre un ‘avisador’, en el sentido de que su escritura nos avisa sobre lo por venir, e ilumina el camino oscuro por el que nos estamos adentrando, advirtiendo de las trampas y los peligros. Ya hace muchos años que nos viene avisando que lo ‘políticamente correcto’ es una auténtica dictadura, algo que comprobamos cada día con mayor tristeza.
“Ni la peor tiranía fue nunca el horror que ha han sido los dos grandes totalitarismos del próximo pasado, pero la tiranía sobrevive en la llamada ‘opinión pública’ o imperio de la multitud, cuyos pensares y sentires son fabricados por los que el señor Stalin llamaba “ingenieros de almas”, y la única expresión libre y sin límite, hay que repetirlo, será la que coincida con ese pensar y sentir de la multitud condicionada por tales ingenieros de almas o cazadores de mentes a quienes tornan exactamente en “mente capti” o mentecatos. Y Dios nos libre del poder estos individuos “mente captores y “mente capti”.
“Pero la ética que se exige a un político no es una ética sino el doctrinarismo de lo “políticamente correcto”, y no se le permite decir lo que piensa y siente y lo único que no se exige de él es que piense y obre en relación con el bien común, sino con lo que quiere un público adoctrinado”.
En una de sus páginas aparece la figura de Luisito de Pozaldez. Era un pobre que recorría los pueblos de Valladolid y Segovia, y que yo aún llegué a conocer en mi primera infancia cuando pasó por Quintanilla. Cantaba coplas surrealistas y recitaba poemas para bendecir a las gentes. Su presencia y su alegría eran un pequeño acontecimiento allí por donde pasaba. Aún en el subconsciente de las gentes, yacía la idea de que un pobre era nada menos que un pobre y, por lo tanto, alguien digno de respeto.
“Un pobre, en mi adolescencia, todavía era alguien y hasta mucho; se pensaba que su oración era más escuchada y, si entraba en la escuela, como pasó a veces, nos poníamos de pie como cuando entraba el señor alcalde, o el señor Inspector de Enseñanza. Y una vez que conté esto en una reunión, me dijo una señora de la aristocracia francesa: “Usted se queja de sus límites, pero ha recibido una educación aristocrática, sin saberlo”
A propósito de un documental sobre la construcción del bellísimo monumento del Taj Mahal en la India, en el que se dice que todos los recursos de la región fueron a parar a la construcción de este mausoleo y que esa ‘belleza’ fue la causa de mucha hambre y mucha desdicha.
“Lo que no puede ser es que la belleza, el arte, la cultura entera y la ciencia sean pagadas con el hambre y toda clase de sufrimiento ajeno; pero tampoco las construcciones sociales ni políticas, y entonces pienso en el señor Stalin confiscando la producción entera de los campesinos y condenándolos al hambre –e incluso cercándolos para que no pudieran escapar  ni pudieran ser ayudados- y dirigiendo todos los alimentos y el dinero a la industria de la guerra. Los dioses de la ideología y del dinero nos hacen perversos o nos idiotizan, pero, así y todo, podemos negarnos y debemos negarnos a su imperio en este mundo. Nuestro único deber, en efecto, es ser ateos de estos dioses”.
El autor cree que hay una similitud entre los tiempos finales de Roma y los tiempos actuales que vivimos en Europa. Tengo la sensación de que hoy repetimos al pie de la letra la expresión de Teodoreto:
“La tragedia del final de Roma es lo que decía el rey bárbaro Teodoreto, que los romanos idiotas querían ser bárbaros, pero ellos, los bárbaros listos, querían ser romanos”.
Y el recuerdo también de algunas personas muy queridas por el autor, por ejemplo Eloísa Wattemberg. Ambos habían colaborado en las primeras muestras de las Edades del Hombre.
“Somos bastante estúpidos cuando confiamos en el tiempo del mañana más próximo, y más en estos años nuestros; pero estamos hechos así. Aunque también sabemos que una última palabra es un consuelo, y yo tenía por Eloísa una gran consideración, respeto y afecto. Por esto la encomiendo, como me encomendaría a mí mismo, a la memoria de Dios, porque nos mantiene el ser para siempre”

 

martes, 9 de octubre de 2018

Mirar como el hermano Juan




Son las 6 de la mañana. Al despertarme, compruebo que es 9 de octubre. Cambio la foto del perfil del WhatsApp (una foto de caramelos). Y me doy un consejo para toda la jornada: ”mirar como el hermano Juan miraba”.
¿Qué nos queda a los que estudiamos en “los italianos’ de Aguilar de Campoo? Aparte de un montón de recuerdos, de anécdotas y de rostros, nos queda la altísima figura moral del Hermano Juan.


Hoy, hace 47, en un desgraciado accidente de tráfico, se acababa la vida de un hombre bueno. Tenía apenas 58 años. Pero ya había vivido una vida plena. Porque la existencia de la buena gente es siempre plena. Aunque se nos diga lo contrario: que hay que vivir mil situaciones límites y embarrarse en todos lodos, para así decir que uno ha vivido todo, ha probado todo y ha tenido ‘mil experiencias’.

El hermano Juan Vaccari (1913-1971) fue un hombre justo. Un hombre bueno. ¿Pero qué significa ser un hombre justo? Para mí es quien hace más llevadera la vida a los demás, quien nos conduce hacia lo mejor que hay en nosotros, y quien nos recuerda, con su testimonio, que ante todo lo que nos sucede en la vida, podemos optar por la alegría o por la amargura, por la ira o por la mansedumbre, por la rabia o por la serenidad, por la compasión o por la indiferencia, por el amor o por el odio. Las personas justas no ‘obligan a los demás a ser buenos por la fuerza’. Somos nosotros los que nos sentimos mejorados por su presencia y su compañía, y nos sentimos empujados a imitarlos, a repetir sus gestos de bondad y de bien.


El hermano Juan, tantos años después, sigue ejerciendo una influencia benéfica sobre mi vida, tan lejana de la suya en tantísimos aspectos.

Ya fuese en las cocinas de Barza (Italia) donde durante recién acabada la Guerra Mundial tuvo que ingeniárselas para preparar un plato de sopa aguada para los seminaristas. Ya fuese en los pomposos salones del Palacio de la Cancillería en Roma, donde tuvo que ejercer, con paciencia sin límites, de sirviente del cardenal Micara. Ya fuese en las escuelas y parroquias de la Castilla de finales de los años sesenta donde iba en busca de vocaciones para su Colegio de Aguilar de Campoo… por todos estos escenarios pasó haciendo el bien, con una sonrisa y con una alegría que no suelen abundar en este mundo.

Al morir, pudieron comprobar que en su testamento había escrito una frase desconcertante: “Si encontráis algo de calderilla en mis bolsillos cuando me muera, comprad caramelos a los buonifigli (los niños con discapacidad a los que siempre quiso, especialmente en sus años romanos)”.



¿Pero quién de nosotros no se siente, cien veces al día, un discapacitado de corazón, de ilusión y de esperanza? Por ello, una vez al año, nos acordamos de los caramelos del Hermano Juan. Por ello, una vez año años, sabemos que esos caramelos son para nosotros. Esos caramelos nos recuerdan nuestras limitaciones e incapacidades. Pero también que alguien nos quiere a pesar de ellas, o precisamente por ellas. Los caramelos del Hermano Juan nos seguirán endulzando un poco la existencia.

martes, 2 de octubre de 2018

El atentado, de Yasmina Khadra





Tras un atentado, uno más, en la ciudad de Tel Aviv, el doctor Amín Jaafari, un israelí de origen palestino, pasa horas atendiendo a los numerosos heridos y tratando de devolverles la vida. Pero entre los muertos que llegan al hospital está su propia mujer, Sihem. Y desde el primer momento, todo indica que ha sido ella la que se ha inmolado en el restaurante donde unos niños celebraban el cumpleaños, causando numerosos muertos. A partir de ahí, el doctor intentará saber qué pudo suceder para que su propia mujer tomara una decisión tan drástica. Amín Jaafari podrá conocer de esta manera el submundo de pobreza que habitan los palestinos, el humus de violencia y ferocidad en el que se mueven a diario palestinos e israelíes, la guerra interminable, la patria deseada y nunca construida, la desesperación de los milicianos, los niños adoctrinados en el odio, los buldozers que destruyen las casas de las familias de los inmolados, los muros levantados que condenan a unos y a otros, palestinos e israelíes, a vivir en guetos.


“Creo –es un miliciano el que habla al doctor Amín- que hasta los terroristas más curtidos ignoran lo que les ocurre de verdad. Las motivaciones te caen sobre la cabeza como un ladrillo o se agarran a tus tripas como una solitaria. Y a partir de ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija: levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus acciones pero no es cierto. No eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar tu regreso al mundo. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes y los unicornios. No quieres oír hablar de este mundo. Sólo esperar el momento de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de escolares o en torpedo en contra de un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio premiado con el estatuto de mártir”.

Y también le explica un miliciano palestino: “Nadie se alista en nuestras brigadas por gusto, doctor. Todos los chicos que has visto, usen ondas o lanzagranadas, odian la guerra como el que más. Porque a diario cae uno de ellos en la flor de la vida por un disparo enemigo. Ellos también quisieran gozar de una posición honrosa, ser cirujanos, ídolos musicales, actores de cine, conducir cochazos, vivir un sueño todas las noches. El problema es que se les niega ese sueño, doctor. Se pretende aparcarlos en guetos hasta que se confundan con él. Por eso prefieren morir. Cuando se da calabazas a los sueños, la muerte es la única salvación que queda…”


El atentado, del argelino Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessechoul, no es una novela perfecta –algunos capítulos carecen de verosimilitud- pero es una buena novela que enfoca nuestra mirada sobre el conflicto eterno en Tierra Santa entre israelíes y palestinos. La Tierra Prometida se ha convertido en una tierra imposible, donde los israelíes deben vivir poco menos que blindados en su jaula de oro para mantener su seguridad, y donde los palestinos, sin patria y sin territorio, han convertido la intifada, la lucha armada, en un oficio y en una costumbre. Todos los intentos por llevar la paz hasta este lugar santo se han mostrado poco menos que inútiles. El terrorismo y la guerra se han enquistado en esta región, como la mafia en Sicilia. Queda poco espacio para la esperanza entre tantos muros levantados.
La religión judía, curiosamente, ha convertido un Muro en el símbolo de su cultura y de su religiosidad. También, curiosamente, todos los días se ve a un chiquillo palestino lanzando una piedra con su tirachinas al tanque israelí. El mito bíblico de David y Goliat actualizado.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Entre la corrección política y la hipocresía




Se han difundido unos audios en los que la actual Ministra de Justicia, y Notaria Mayor del Reino de España, Dolores Delgado, calificaba al juez Marlaska, ahora compañero suyo en el Consejo de Ministros, de ‘maricón y nenaza’. En ese mismo audio se escuchaba que ella prefería un tribunal de hombres a un tribunal de mujeres. Y claro, las redes se han incendiado, como se dice ahora. Los audios, filtrados por un excomisario sin escrúpulos y con una notable trayectoria delictiva de chantajes, nos sitúan en un escenario muy diferente.

¿Es un insulto  llamar maricón a alguien? Como poco, es de mal gusto. ¿Pero es tan grave? Eso ya no lo sé. ¿Es tan ofensivo que alguien diga que prefiere un tribunal formado por hombres a un tribunal compuesto por mujeres? No lo creo. Y es que en estos tiempo de máxima corrección política, o lo que es lo mismo, de máxima intolerancia, parece que es más grave decir algo ‘incorrecto’ que cometer un robo o moler a palos a alguien. ¿Es una falta tan grave o un delito tan serio llamar a alguien ‘maricón’ o mostrar preferencia por un tribunal exclusivamente formado por hombres? ¿Hay que dimitir por estas palabras insultantes? Yo creo que hay que distinguir entre el mal gusto o la chabacanería y las actitudes homófobas o en contra de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Hemos llegado a tal extremo que, probablemente, si llegan a descubrir que cuando tenías 10 años llamaste a una compañera de pupitre ‘zorra’ o a un compañero ‘maricón’ nunca puedas llegar a ocupar un cargo público. O también si escribiste hace cinco años, en tu cuenta de Facebook o de twitter, que no te gustaba nada la ecología o que ibas a misa los domingos, muy probablemente no tienes nada que  hacer en política. Un poco de sensatez y de sentido común nos vendría a todos bien. Más discursos razonados y más debates serenos también nos vendrían muy bien.

Y sin embargo, dos cosas en este asunto de la ministra Delgado me llaman la atención:
Una: ¿qué hubiera pasado si estas palabras hubieran sido pronunciadas por una ministra del PP, por ejemplo Cospedal o Santamaría? Probablemente estaríamos con las calles llenas de algaradas y de protestas violentas y la noticia abriría todos los telediarios durante 10 días como ocurrió con el máster de la señora Cifuentes.  Una vez más se constata la doble vara de medir.
Y dos: Probablemente en esta España tan moderna, las actitudes van más lentas que las declaraciones. Una cosa es alardear de apoyo al colectivo LGTB o a la igualdad de las mujeres, y otra cosa es que la lengua y la educación nos traicionen y soltemos un ‘maricón’ cuando creemos que estamos entre amigos que nos reirán la gracia. Una cosa, en fin, es ponerse en primera fila, detrás de la pancarta, en las manifestaciones del Día del Orgullo, y otra cosa es creer sinceramente lo que proclamamos y actuar en consecuencia. Una cosa es desplegar abanicos rojos en favor de la igualdad y pronunciar palabras de indignación contra los machistas en la Gala de los Goyas y otra es creer en lo que se dice y llevarlo a la práctica en las grandes y pequeñas decisiones de cada día.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Mi Antonia, de Willa Cather

 


Del mismo tren que llega a la estación de Black Hawk en Nebraska se apean Jim Burden y Antonia Shirmeda. Jim es un niño de apenas 10 años que acaba de perder a sus padres y que se dirige a la granja de sus abuelos para vivir con ellos, unos granjeros americanos. Antonia, de 13 años, en cambio, llega con su familia bohemia a probar suerte en los campos de una América que se vende como la tierra de las oportunidades. En la inmensa tierra de Nebraska, sus granjas están vecinas. “Ella (Antonia), más que ninguna otra persona – se nos recuerda en el prólogo- parecía encarnar el país, las condiciones de vida, la aventura de nuestra infancia”.
De nuevo me encuentro con una bellísima novela de esta autora americana que yo acabo de descubrir. Después de La muerte llama al arzobispo y Los Pioneros esta es la tercera novela que leo en el transcurso de un mes.

A lo largo de 350 páginas Jim Burden va recordando la vida de Antonia, su propia vida en la granja y después en la pequeña ciudad de Black Hawk, al mismo tiempo que nos habla de la existencia, a veces tan dura y tan dramática, de tantos europeos del Norte, especialmente suecos, noruegos, daneses y bohemios que recién llegados a una tierra inmensa, a veces sin conocimientos del mundo agrícola, tuvieron que labrar la tierra y domarla hasta que empezó a dar frutos. En ello empeñaron la vida, las fuerzas y los pequeños ahorros que traían junto a su exiguo equipaje. Jim Burden era un americano de origen anglosajón que nunca se creyó superior a los vecinos bohemios, por el hecho de hablar un inglés correcto o porque su familia llevará mucho tiempo asentada en Nebraska. La simpatía que siente Jim por Antonia es la simpatía que sus propios abuelos le inculcaron cuando intentaban socorrer con vestidos, alimentos o con una vaca a esta pobre familia de bohemios que no tenía nada que llevarse a la boca.

Jim irá a la Universidad y se podrá labrar un buen futuro, pero nunca olvidará a aquella muchachita ‘Mi Antonia’ con la que compartió infancia y adolescencia. Unos años indisolublemente ligados a un paisaje y a una manera de estar en el mundo. Veinte añoss después, Jim volverá a encontrarse con Antonia, casada y rodeada de niños, viviendo como una granjera feliz. En esta familia numerosa y alegre, Jim encuentra la familia que nunca logró tener. Regresa, de esta manera, a la infancia y a la tierra que le vieron crecer. Solo así Jim Burden logrará el equilibrio personal y afectivo y podrá decir: “Bajo aquella luz singular, cada arbusto, cada gavilla de trigo, cada tallo de girasol y cada euforbia cobraban relieve; hasta los terrones de tierra y los surcos de los campos parecían destacarse de su entorno. Sentí la llamada ancestral de la tierra, la magia solemne que surge de los campos al caer la noche. Sentí el deseo de volver a ser niño y que aquel fuera el fin de mis días”. Jim escribirá asimismo en referencia a los hijos de Ántonia: “No era de extrañar que sus hijos caminaran erguidos. Ántonia era una cálida fuente de vida, como los fundadores de las razas primigenias”



lunes, 10 de septiembre de 2018

Imela, Angelita





Si mal no recuerdo, en igbo, una de las lenguas de Nigeria, “gracias” se dice “imela”. Por lo tanto; “Imela”, Angelita.

Al amanecer, un whatsapp me comunicaba que la señora Angelita Velasco acababa de dejarnos. Y lo primero que se me ha venido a la cabeza ha sido esta palabra en igbo.

Compartí contigo, querida Angelita, dos viajes a África: en 2005 a Nigeria y en 2008 a la R.D. del Congo. Por entonces ya estabas cargada de años y también de achaques. Pero también estabas cargada de ilusión y de esperanza. Y esta ilusión y esta esperanza te hicieron rejuvenecer y revivir en África. Cuarenta años antes, si alguien te hubiera propuesto viajar a África, le hubieras mandado con viento fresco, a pesar de que por aquellos lejanos días fueses joven y estuvieses llena de salud. Luego las cosas cambiaron. Tu hijo, Andrés, se marchó de misionero a África y a ti te entró la curiosidad, y yo diría que el cariño, por esos hombres y mujeres, por esos niños, por esos paisajes… que contemplabas ahora en las fotos que iban llenando las paredes de tu casa de La Cistérniga… Hay personas que, al cumplir años, su espíritu también envejece. Y hay personas que, a medida que el cuerpo se torna torpe y viejo, el espíritu se vuelve joven y ligero. Eras de esta segunda categoría.




África te ofreció un hermoso regalo. No fuiste a África para ayudar, para echar una mano, para enseñar. Tu sola presencia en las misiones de Nigeria y del Congo fue el mensaje. Para una cultura como la africana que aún siente respeto y admiración por las personas ancianas, la sola presencia de una mujer mayor y achacosa era un estupendo sermón, un bello discurso, un mensaje claro y entendible. Y quizás por ello, tu presencia en las misiones fue tan admirada y tan querida. No te importaron ni la pesadez de los aeropuertos y aviones, ni el desesperante calor y humedad africanos, ni los caminos llenos de baches que nos hacían saltar continuamente sobre los asientos del coche, ni la dieta monótona y pobre de la misión, ni la contaminación atroz de Kinshasa, ni el atraso secular de Nnebukwu.



Que una mujer menuda y frágil se hubiera plantado en medio de la selva nigeriana o en el corazón ruidoso y contaminado de la capital del Congo, era ya suficiente motivo de admiración para tantos y tantas africanas. No hablabas sus idiomas, ni eras una entendida en alguna materia que les pudiera ser de utilidad, ni eras una profesora que ofreciera una conferencia elevada sobre higiene y salud o sobre antropología. Tu presencia fue el mensaje. Una presencia sabia en la misión africana. Un estar en medio. Un ser en medio de ellos. Te seguían con la mirada los niños con discapacidad cuando te ponías a su lado a amasar el pan en la panadería de Nnebukwu. O cuando te agachabas para arrancar una mala hierba junto a las lechugas en el huerto. Te jaleaba toda la aldea cuando te uniste a las mujeres de Mbele en la danza tradicional al acabar la misa. Te entendían perfectamente cuando contabas recuerdos de tu infancia, en un castellano de Canalejas, a las niñas de la calle, en la Casa de la Alegría. Dejaste pasmado al personal del Museo Nacional de Lagos cuando te vieron entrar. Y quizás por ello, el director ordenó a un vigilante que te siguiera de sala en sala con una silla para que pudieras ver cómodamente sentada las obras de arte de su secular cultura. Fuiste una presencia significativa, aguantando estoicamente el interminable desfile del Festival del Ñame y asistiendo a las larguísimas ceremonias religiosas. Te aplaudían cuando te vestiste el tradicional traje africano, porque les hiciste sentir orgullosos del hecho de ser africanos. Diste también a las enfermeras y al personal de la misión, cuando la diabetes te jugó una mala pasada, la oportunidad de desvivirse y de llenarte de atenciones.


Pero tú también fuiste un bello regalo para las misiones africanas, para los proyectos de Puentes en Congo y Nigeria: nos diste la oportunidad de valorar la presencia de las personas mayores, con sus debilidades y  limitaciones. Ahora que Europa está tan alejada de la vejez, de la debilidad, de la enfermedad… tener la oportunidad de reflexionar sobre estas realidades y considerar que la presencia de las personas ancianas, con sus dolencias y sus arrugas, son una oportunidad de crecimiento personal para todos nosotros, son una oportunidad para situar a la persona en el centro de nuestras existencias y de nuestras comunidades.… Todo esto también fue un regalo. La utilidad de una vida no se mide por lo que nos aporta en términos materiales, sino por la posibilidad que nos ofrece de sacar de nosotros lo mejor que albergamos.



Para mí, ver la admiración y la veneración de tantos nigerianos y congoleños hacia esta venerable mujer, fue parte de las enseñanzas de los viajes a África. Los recuerdos vividos con Angelita en Congo y Nigeria fueron también ‘las cosas que yo me traje en mi mochila”. Por todo ello, ‘imela’, Angelita.  Gracias, Angelita.

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