lunes, 25 de julio de 2022

¿Para qué se escribe?


José Jiménez Lozano decía que un escribidor (a él no le gustaba ser considerado ‘escritor’, porque le parecía una palabra muy importante y muy seria), “es alguien que levanta mundos con palabras”.

Pensaba en esta hermosa definición de la escritura cuando contemplé, hace unos días, que el ‘marcador de visitas’ del blog que escribo, con sus parones y sus acelerones, desde 2008, había llegado a las veinticinco mil. Ciertamente, no son muchas. Basta hacer un pequeño cálculo: si divido veinticinco mil visitas entre 15 años, me sale una media de cinco visitas cada día, lo que da una idea de la escasa lectura y repercusión de mis reflexiones. Poca audiencia, ¿no? Siendo realista, debería decir que sí. He comprobado que muchos de mis artículos no los ha leído nadie, aunque sería mejor decir que los han leído, o por lo menos los han echado un vistazo, mis dos únicos seguidores, a los que agradezco, desde aquí, su fidelidad inmerecida por mi parte.

 Y aún con todo y con eso, me doy por satisfecho. Sentarse al anochecer, encender el ordenador, empezar a teclear, letra a letra, frase a frase, y así hasta levantar un mundo de palabras, con sus verbos, adjetivos, sustantivos, pronombres es… y sigue siendo un hermoso trabajo de artesanía. La atención y el esmero de quien hace un cacharro de barro, teje una bufanda, amasa el pan o ara la tierra. Escribir es un momento privilegiado de cada día. Una noticia, una lectura, una mirada a un rostro, un pensamiento, pueden ser la chispa que haga saltar la llama de la palabra. Yo no me atrevería a decir que con las palabras levanto ‘mundos’. Me conformo con levantar una pequeña aldea, e incluso una sola casa.

En el mundo de las redes coinciden a la vez millones de blogs. Dicen que unos 500 millones de blogs están registrados, y que cada día unos 7 millones de blogueros publican una entrada. Vista esta superabundancia indigesta de palabras y de artículos, me doy más que satisfecho si cinco personas al día abren uno de mis artículos.

Cuando pienso que Teresa de Cepeda, una de las cimas de la literatura en castellano y la más grande escritora sobre asuntos del alma, no conoció en vida la publicación de ninguna de sus obras… queda todo dicho.

Se escribe para leer el mundo y leer los adentros de una determinada manera. Y lo de menos es que alguien te lea, porque con entenderse un poco mejor a sí mismo ya es suficiente. Y ello es de por sí un premio.

martes, 19 de julio de 2022

Otra clase de orgullo


          En la misma semana en que las distintas actividades programadas por el colectivo LGTBI+ llenaban las calles de Madrid, alguien posó su mirada en esta pareja. En la misma semana en que las carrozas del Orgullo desfilaban –patrocinadas por grandes empresas, partidos políticos y asociaciones- por las principales vías de la capital y en que las televisiones y los periódicos cubrían, con despliegues informativos excepcionales, el evento, un móvil fotografió el paseo lento de estos dos hombres mayores.

Dos hombres caminan de la mano. Vemos sus espaldas que han conocido el paso de los días y sus mil pesadumbres. Ellos no estaban en el centro de la celebración del Orgullo ni nadie jaleó su paseo. Al igual que otros muchos, forman parte también de esa homosexualidad invisible: ancianos, enfermos, discapacitados...

Ahora que lo ‘arcoiris’ se lleva y es de buen tono, vende y da votos, son muchos los que arriman el ascua a la sardina de su empresa, sindicato, asociación o partido. Tal vez no tengan una especial sensibilidad por el colectivo, pero lo que toca es declararse gayfriendly y que todos lo sepan: “fíjate sí seré moderno que tengo muchos amigos gays”. El Orgullo ha perdido parte de su carácter reivindicativo (por ejemplo aquel que tuvo en los años de plomo del sida), y se ha convertido en algo más celebrativo, una visibilidad colorista de la forma de vivir de un colectivo con creciente presencia social, una fiesta en toda regla, y con todos los elementos típicos de la fiesta: alegría, encuentros, diversión, música, ruido, baile, alcohol y, tal vez, excesos. Y tal vez porque la fiesta ha difuminado bastante la reivindicación, es prácticamente inexistente el recuerdo de otras realidades, por ejemplo la marginación en la que viven los gays en África o Asia, o en países autoritarios o musulmanes, o la invisibilidad de los gays ancianos, que también pueblan las residencias de la tercera edad y que, como el resto de ciudadanos, han conocido el abandono durante la pandemia.

El desfile gay pone el foco en un determinado tipo de gay: joven, cuerpo gimnasiado, ropa de marca, disfrutón, viajero, cosmopolita, hedonista, y cartera solvente. Con este perfil de gay, ¿qué pintan estos dos ancianos que en una calle madrileña se dan la mano? La gente guapa sale del armario, famosos y celebrities airean su orientación sexual en programas de televisión, a veces después de recibir un cheque abultado. ¿Y qué pintan los gays viejos, enfermos, discapacitados o pobres? Poquito. Tal vez por ello, frente al brilli-brilli, las lentejuelas, los calzoncillos Addicted, las pelucas, el glam, las plumas, el cuero, los abanicos, los pectorales marcados, los shorts, los tacones, los disfraces y ese flamear de banderas arcoíris… esta foto ha captado toda mi atención.

          No sabemos nada de estos dos hombres, ni sus nombres ni sus vidas. Pero por la edad que muestran, intuimos que ellos vivieron en una España donde ser homosexual era lo peor que podía caerte encima. Era una ‘peste’ para la sociedad, el trabajo, la familia y la Iglesia.

        Podemos intuir sus dobles vidas o sus vidas escondidas. ¿Durante cuántos años habrán tenido que recurrir a la máscara y a la farsa? Habrán acariciado cuerpos cuando las luces del día se apagaban, en callejones oscuros y en tugurios de mala muerte. Se habrán cogido de la mano bajo el mantel de la mesa o en la penumbra de una sala de cine. Habrán tenido novias de tapadera o tal vez contraído matrimonios desdichados. Habrán escrito cartas apasionadas pero sin remite para no llamar la atención. Se habrán arrugado cuando alguien maldecía a los maricones o contaba un chiste facilón y grueso. Habrán llorado en silencio desgarrado la muerte de alguien al que sólo podían dar el título de ‘amigo’, cuando era mucho más. Habrán vivido con el miedo a ser descubiertos, o con el estigma de quien es señalado como un monstruo o un delincuente. Habrán leído a escondidas libros infamantes y habrán merodeado por la ciudad en busca de miradas cómplices, en las que habrán reconocido idéntico deseo e idénticos sentimientos.  Se habrán sentido extraños en medio de una fiesta que no era la suya. Señalados desde el púlpito entre los creyentes. Ovejas negras de la familia. Raritos en el trabajo. E insultados con los muchos nombres que el rico vocabulario español tiene para nombrarlos.  Y esto que digo para dos hombres gays, vale para todas las demás personas que engloba el colectivo LGTBI+.

          Pero el paso del tiempo, a estos dos ancianos, les ha dado la razón. No estaban enfermos por amar a otro hombre, ni eran degenerados por sentir lo que sentían, ni eran malvados por desear a quienes deseaban. Al menos ellos, aunque ya mayores, han visto la luz al final de túnel. Otros muchos se han tenido que llevar la cara oculta de su particular luna a la tumba.

       Ahora, en este 2022, esos dos hombres de la foto pueden sentirse orgullosos, no por celebrar el Orgullo, ni por ser gays. Pueden sentirse orgullosos porque han mantenido su amor, primero en el sótano, y luego a la luz del día, orgullosos, porque al atardecer de la vida, pueden pasearse de la mano como dos viejecitos cualesquiera, compañeros de viaje, sin ser insultados ni recriminados. 

           Volvamos a la foto. La mano en la mano del otro tal vez ya no les provoque mariposas en el estómago ni el pinchazo del deseo en la piel. Una mano en la mano es la mejor muleta para caminar, la seguridad de que uno no está solo, de que envejece junto a alguien que conoce sus sombras y sus imperfecciones, pero no por ello le quiere menos. La mano en la mano de estos dos ancianos me provoca una dulce ternura. Sea cual haya sido su vida, estos dos hombres han llegado a esta etapa con alguien en quien confiar y en quien creer. Su amor, al que Lorca denominó ‘oscuro’, es claro como el agua de la fuente.

         Camino de su casa, con la bolsa de la compra, les espera un día de pequeñas rutinas: hacer la comida, preparar la mesa, dormir una siestecita en el sofá, ver la tele, salir a tomar un cafelito al bar de la esquina, discutir por una tontería y reconciliarse al minuto, jugar la partida, ayudarse a atar los zapatos, acompañarse al médico, regalarse un frasco de colonia por el aniversario, abrazarse y besarse con dulzura. Y esperar un día más para sus cuerpos achacosos, una nueva jornada para seguir juntos, caminando de la mano como un solo ser humano. A su edad, saben de sobra que el deseo es pasajero. Y que sólo el amor es eterno.













martes, 12 de julio de 2022

... Y la memoria de los verdugos

 


José Antonio Ortega Lara

En un agujero de tres metros de largo, 2,5 de ancho y 1,8 de altura, pasó 532 días. Se dice pronto y bien. El secuestro más largo de la banda terrorista ETA acabó la madrugada en que los miembros de la Guardia Civil irrumpieron en una nave industrial de Mondragón. Y a pesar de la nula colaboración de su secuestrador, Bolinaga, dieron con el zulo donde enterrado en vida malvivía el funcionario de prisiones secuestrado. Cuando hace 25 años los españoles pudieron verle camino de su casa, después del cruel secuestro, pensaron que estaban viendo a una víctima de Auschwitz: la mirada perdida, desorientado, entumecido, incapaz de caminar con normalidad, con 20 kilos de menos, la barba crecida, el rostro macilento… Cuando llegó a casa su hijo no lo reconoció. Cada dos días le daban un cubo para sus necesidades y algún alimento. En los primeros días mantuvo la esperanza de ser encontrado por las fuerzas de seguridad, después llegaría la desesperanza, el abatimiento y los deseos de acabar de una vez ese atroz sufrimiento. Apenas una bombilla –y sólo durante unas 7 horas al día- le daba algo de luz en el zulo. Sus captores le grabaron al menos en dos ocasiones en vídeo, y como él se negaba, le pusieron unos grilletes. A veces una música atronadora sonaba durante horas en el interior del agujero. Después de su liberación, las pesadillas le atormentaron durante meses y meses.

Miguel Ángel Blanco

La sociedad apenas se había recuperado del shock Ortega Lara, cuando un jovencísimo concejal de Ermua fue secuestrado. Sus secuestradores desafiaron al Estado y a los millones de españoles exigiendo condiciones imposibles para su liberación y fijando un plazo para la ejecución: 48 horas. Durante dos jornadas enteras, España, de Norte a Sur y de Este a Oeste, contuvo el aliento. Acabado el plazo, le descerrajaron dos tiros y, aún con vida, le arrojaron a una cuneta, como un perro. Después de una agonía de horas, su vida se apagó.  Y entonces explotó la sociedad entera. Millones de españoles, con sus manos blancas, salieron a la calle. Los vascos de bien, por primera vez, se atrevieron a desafiar, a cara descubierta, a la banda terrorista y a tantísimos vascos que los ayudaban, jaleaban y celebraban sus atentados. Recuerdo aún el titular más acertado de un periódico: “España maldice a Eta”. ¿Y quién puede sobrevivir con la maldición de todo un pueblo? Ese día fue el principio del final de una banda criminal que tenía acogotada a toda la sociedad. El rostro de Miguel Ángel Blanco, comprometido con su pueblo de Ermua y amante de la música, hijo, hermano, novio, entró en cada hogar y en cada corazón. Ni las manifestaciones multitudinarias ni las oraciones en todas las iglesias ni las velas encendidas en todas las plazas ni la propia petición de clemencia de Juan Pablo II tuvieron eco en la banda criminal ni en su entorno político y social.

Y la memoria de los verdugos

Pero 25 años después de estos trágicos acontecimientos, el País Vasco y España, viven entre la desmemoria de aquellos hechos y los intentos de blanquear a los “chicos de eta” y a todos los que durante interminables décadas aplaudieron cada uno de los crímenes de la banda, colaboraron con ellos, y les ayudaron, con su tiempo, sus donativos, sus gritos y su aliento, en sus brutales objetivos. Miles de vascos tuvieron que abandonar su tierra, porque la vida allí resultó imposible. Otros miles fueron condenados al ostracismo, o fueron degradados civilmente. Y otros 800 cayeron bajo sus bombas y sus balas.

Hoy, la mitad de los jóvenes vascos no saben quiénes fueron Miguel Ángel Blanco u Ortega Lara. Pero sí que saben quiénes son los que un día secuestraron, chantajearon a empresarios, mataron sin piedad, hicieron la vida imposible a los que no pensaban como ellos, quemaron comercios, adoctrinaron desde todas las escuelas y desde la propia Universidad del País Vasco. Hoy los violentos y sus herederos montan homenajes a los etarras cada fin de semana y siguen dominando la calle. Y para colmo de males, y desgracia de este país, que aún llamamos España, son los que pactan en Moncloa y dictan leyes y quieren hacer una memoria histórica a base de detergente y lejía. ¿Es tanta el ansia de poder y tanto el desprecio por las víctimas? Este es el tiempo en que muchos en el País Vasco y fuera de él siguen pensando que los pistoleros eran y son “artesanos de la paz de Euskadi”, y los muertos y los heridos son los “que se lo tenían merecido por fascistas”, ¿incluidos los niños que murieron bajo las bombas etarras? 

Una vela a dios y otra al diablo. Así podría resumirse la presencia del Presidente del Gobierno en el homenaje de Ermua: una vela a Miguel Ángel y otra a Otegi. Para los que aún opinan que en el País Vasco hay respeto a las víctimas, sólo es preciso recordar que los restos de Miguel Ángel Blanco tuvieron que abandonar el cementerio de Ermua, después de varias profanaciones de la tumba, pintadas aberrantes e insultos y maldiciones a su familia y amigos. Miguel Ángel y las otras 800 víctimas se merecían otra cosa. No debería ser difícil entender la diferencia entre los asesinos que ponían las bombas y los inocentes que caían bajo ellas. Este tiempo bien podría ser calificado de infame. Moncloa y sus amigos proetarras están escribiendo “la memoria de los verdugos”.












lunes, 11 de julio de 2022

Catedral de Palencia: espléndido 'Renacer'


La primera impresión que se tiene cuando se accede al templo y uno se encuentra con la hermosa Anunciación esculpida en piedra es la de entrar en una catedral distinta, no vista antes, en una catedral transformada para celebrar los 700 años del edifico gótico. La catedral palentina no es ni mucho menos la menor entre las catedrales góticas de España, pero su proximidad a otras grandes, como la de Burgos, León o Toledo, le ha mermado notoriedad. En las últimas décadas, la catedral de Palencia ha pasado de “desconocida” a “reconocida”. Creo que esta exposición va a significar un auténtico descubrimiento para muchos. La catedral, que se viste de fiesta (abundan las telas en la catedral) para celebrar su 700 cumpleaños, supone todo un re-nacimiento, y se ofrece como ‘banquete celestial’, y gozosa celebración, a los alicaídos hombres y mujeres de hoy, después de los oscuros años de pandemia.

Para conmemorar este VII Centenario la seo palentina ha organizado una magnífica exposición, bajo el título de “Renacer”. Después de acometer diversas obras de restauración y limpieza, se ha querido ofrecer una visión diferente del primer templo de la diócesis, con un resultado inmejorable.

No es una muestra al uso, la típica sucesión de obras arte, sino que Renacer enseña la catedral en toda su magnificencia y en toda la belleza acumulada a lo largo de los siglos. Todas las capillas han sido abiertas, incluida la sacristía, para que el espectador pueda recorrer, como en una lenta peregrinación de belleza, todos los espacios de esta sacra mole.

La muestra está dividida en siete capítulos, en clara alusión a la celebración de las siete centurias y de los siete sacramentos. Los capítulos llevan los siguientes títulos: ‘Primeras piedras’, ‘Memoria perenne', 'Espacio sagrado', 'La Catedral. Iglesia Madre', 'Celebrar la Palabra', 'Historia de Salvación' y 'Una catedral para María'.

La seo palentina, barco de piedra varado a orillas del Carrión, tiene una larga historia constructiva que abarca 1400 años, desde la fundación de la diócesis, una de las más antiguas de España. Arte visigodo, prerrománico, románico, gótico, renacentista, barroco, neoclásico y contemporáneo se ofrecen al espectador como un hermoso regalo: “Toda belleza que no hiere los ojos, no es belleza”. “Renacer” consigue ‘herirnos’.

El primer capítulo nos habla de las primeras piedras, pero también de ese esfuerzo constructivo de toda una comunidad a lo largo del tiempo: los miles de obreros, artesanos y artistas que dejaron la marca de su trabajo o de su genio: canteros, entalladores, dibujantes, arquitectos, pintores, escultores, copistas de libros, bordadores, orfebres. Una catedral era la ‘fabrica’ de la ciudad.

 A lo largo del extenso recorrido, vamos conociendo a los artistas que la embellecieron, los mecenas que la levantaron y cuantos contribuyeron a hacer de esta seo un lugar único para Palencia, que ha perdurado a pesar de guerras, saqueos e incendios y del tiempo, gran destructor. San Antolín en cuyo honor fue erigida la catedral, el Papa Adriano y Carlos V que la visitaron, la Reina doña Urraca aquí enterrada, e Inés de Osorio, gran mecenas, los Obispos Tello Téllez de Meneses, Fray Alonso de Burgos y Juan Rodríguez de Fonseca, san Manuel González y tantos otros…

Esta exposición, con sus tres naves, su Altar Mayor y su Altar del Sagrario, con sus capillas y recapillas, su sacristía, su sala capitular, su coro y trascoro, su cripta única en España, su elegante girola, su claustro, más las 160 obras que la exposición ha querido destacar, resituándolas y poniéndolas en valor. Obras en su mayor parte aportadas por la propia catedral, pero también procedentes de otros pueblos palentinos o de otros puntos de la geografía española.

Cada capítulo contiene una ‘instalación’ dedicada a cada uno de los 7 sacramentos. En estas ‘instalaciones” se mezcla lo antiguo y lo moderno. Yo encontré muy acertadas la reflexión sobre la Unción de los Enfermos, situada en una oscura y deteriorada recapilla, en la que una imagen de San Roque, abogado de la peste, está literalmente rodeada por las mascarillas que el Covid ha im-puesto de moda. O también la ‘instalación’ del Orden Sacerdotal en la que se muestra una hermosa dalmática de terciopelo rojo, ricamente bordada, junto a los buzos blancos y los cascos de unos obreros de la construcción.

Muchas cosas me han llamado la atención de esta exposición:

Detrás del zócalo de madera sobre el que se apoyaba el retablo mayor ha aparecido otro zócalo de espléndidos azulejos azulados sobre las virtudes. Esta hermosa cerámica la podemos contemplar después de 200 años oculta a los ojos. Pocos museos pueden vanagloriarse de tener tantas tablas de Juan de Flandes y, además, de las más notables de este pintor.  El Retablo Mayor de Palencia las tiene y ahora lucen magníficas, en medio de esculturas de Alejo de Vahía, Juan de Valmaseda o Gregorio Fernández.

Para que podamos ver de cerca algunas obras, la exposición no ha dudado, por ejemplo, en bajar de las alturas el arca funeraria de Doña Urraca, verdadera obra maestra, donde los escudos de Castilla y León han recobrado sus colores originales. Muy cerca de pieza, podemos contemplar el sepulcro de Inés de Osorio, la gran mecenas de la catedral palentina, gracias a la cual se pudo concluir buena parte del crucero. Noble dama que murió en 1492 y que fue enterrada en este templo en un lugar privilegiado. También la exposición ha levantado una pequeña rampa para que podamos ver de cerca los sepulcros pétreos de notables personajes aquí enterrados.

El capítulo “Historia de la Salvación” es un recorrido por el nacimiento, vida pública y pasión de Jesucristo que muchos pintores y escultores, tocados por ese ‘plus’ de genialidad que es exigible al creador que se enfrenta a una obra religiosa, tal y como bellamente nos enseñó Matisse cuando le tocó pintar la capillita de Vence. En este capítulo lucen y relucen Pedro Berruguete o El Greco. Pero también una pintura que identifica al Hno. Rafael, que vivió y murió en el cercano monasterio de la Trapa de Dueñas, y al que el pintor contemporáneo Antonio Guzmán Capel inmortalizó para siempre.

En el Trascoro, los organizadores han recreado un espacio verdaderamente bonito, una “nueva capilla”, con su altar, su púlpito y su retablo, y todo ello gracias a los hermosos tapices de la Salve Regina que encargó el obispo Fonseca y que en este espacio forman verdaderos muros de hilos de colores. En este mismo espacio, cada sábado, durante siglos se cantó la Salve ante el Retablo de los Dolores de María. Cada capilla, ya se sabe, es un hortus conclusus, un pequeño edén donde el cristiano se siente en casa. Los tapices, con sus cenefas, sus escenas de suplicantes delante de María, y sus filacterias con la oración del Salve Regina, nos hablan del mundo como valle de lágrimas, donde los hombres y mujeres de cada época alzan sus manos y suplican a María, un poco de “vida, dulzura y esperanza nuestra”.

No podía faltar un capítulo dedicado a María, porque los artistas de todas las épocas han rivalizado para crear las Madonna más hermosas, las Piedades más desgarradoras, las Santa Ana Triple, las Inmaculadas, las Asunciones, las Patronas de cada pueblo y lugar. Aquí Siloé y Alejo de Vahía rivalizan en maestría artística.

El espectador abandona la catedral, pero sus ojos aún son reclamados por las altísimas bóvedas de la seo de Palencia, limpias, bien iluminadas, con sus claves de colores espléndidos. Unas bóvedas góticas, reflejo de otras bóvedas: la creada al inicio del mundo y aquella a la que aspira el cristiano devoto al final de los tiempos.

Antes de salir a la calle, se cruza el claustro. Visité la exposición una tarde de luz cegadora en el que la piedra blanca del claustro parecía aún más blanca. Los cipreses ponían su contrapunto de verdor al claustro. Se sale a la calle, pero hay muchas imágenes que quedarán en la retina. Es lo que tiene la belleza que siempre nos hiere un poco y sus cicatrices no se acaban nunca de curar: Ahí están todavía: La Anunciación románica en piedra, los Reyes Magos de suntuoso yeso policromado, la cripta visigoda y prerrománica, el frontal de riquísimo recamado, El Salvador de el Greco, el Crucificado de Gregorio Fernández, El Santo Entierro de Juan de Flandes, el San Juan Bautista, de Alejo de Vahía, la custodia del Corpus Christi, la sarga del Calvario, el portentoso órgano del Coro y las deliciosas misericordias con sus escenas paganas de dragones, el Ecce Homo tristísimo de Siloé, el Hermano Marcelo, de Victorio Macho, Los desposorios de Santa Catalina, de Cerezo, La Resurrección de Lázaro, de Juan de Flandes, las zapatillas regias de un cardenal, el sepulcro en madera de Tello Téllez, la Piedad de Pedro Berruguete, La Fuente de la Gracia, copia de Van Eyck, la columna románica de la primitiva catedral, la reja del coro, los fragmentos de las vidrieras medievales… Y la dulce y hermosa talla en alabastro de la Virgen Blanca que es la imagen del cartel de Renacer. Parafraseando a André Malraux que aseguraba “que la cultura era una resurrección”, bien podríamos decir que la belleza de esta catedral y de las obras de arte aquí contenidas son, efectivamente, un auténtico re-nacimiento.

No se entiende Europa sin sus catedrales góticas, símbolo centenario de las ciudades, orgullo de sus ciudadanos, maravilla para los visitantes y luz para los creyentes. Representan, como ningún otro edificio, el anhelo del ser humano por elevarse sobre esta tierra de afanes y miserias: crear un espacio de luz y de belleza, para gloria de Dios y para consuelo de los hombres.















miércoles, 6 de julio de 2022

La gran distracción


Las Primeras Damas y los Primeros Caballeros de medio mundo han brillado con luz propia en la cumbre de la Otan en Madrid. Ahora se les llama “acompañantes”, por aquello de que España es un país moderno donde los haya.

Mientras los que mandan verdaderamente hablaban, decidían, firmaban, debatían, imponían o diseñaban futuros a puerta cerrada sobre ejércitos y tanques, industria armamentística, estrategias, guerra fría, conflicto armado en Ucrania, tensiones con Rusia, amenaza de China, candidatos a formar parte de la Otan, y sobre todo millones y millones que hay que poner sobre la mesa para que las cuentas salgan y la maquinaria de guerra esté bien engrasada, el grupo de “acompañantes” pasaban de un selfie ante el Guernica de Picasso a una cata de aceites, de un baile flamenco en el Teatro Real a un ensayo operístico de Nabucco, de los tapices de Patrimonio Nacional a los jardines y fuentes de la Granja de San Ildefonso, de comprar alpargatas de esparto a degustar los platos del chef José Andrés, de emperifollarse y enjoyarse de haute couture para la recepción en el Palacio Real, a vestir ‘casual’ con vestidos y zapatillas de andar por casa.  Seguidos de una nube de periodistas han ocupado en los informativos y en los periódicos tanto espacio, o más, que las cosas serias de la Cumbre de la Nato/Otan. Y de lo que no me cabe duda es que han llenado más ‘espacio y tiempo’ en la cabeza de las masas que las aburridas sesiones de la Otan, con la grisura habitual de estos encuentros, el zumbido de asesores y expertos, las presiones de las empresas armamentísticas y las componendas internacionales y sus cloacas. Sin duda, el papel de los acompañantes podemos denominarlo, sin miedo a equivocarnos, como la “gran distracción”. Una distracción planeada desde hace meses y  organizada milimétricamente, para que los madrileños olvidasen los muchos contratiempos de una ciudad cerrada al tráfico rodado y los turistas de la capital se quedaran con un palmo de narices ante los monumentos que no podían visitar (El Museo del Prado, por primera vez en su historia, cerró durante dos días).

La “gran distracción” sirvió para que los contribuyentes olvidasen que la factura de esta cumbre ha sido carísima, pero sobre todo para desviar la atención de ese compromiso arrancado a Moncloa de subir del 1,2% al 2% del PIB el presupuesto para Defensa y pagar así la ‘cuota’ dela OTAN. Nos han hecho creer que esa subida es una nadería, algo así como un regalo de alpargatas para “los acompañantes”. Si hace diez días se nos decía que no había ni para pipas en la caja fuerte de España, ahora, de repente, por arte de magia, se han encontrado nada más y nada menos que una calderilla de mil millones de euros.

No seré yo el que ponga en duda la pertenencia de España a la Otan, ni  tampoco el hecho de que, si queremos pertenecer a un Club, debamos pagar la cuota, pero también es cierto que, con la excusa de la guerra de Ucrania, en pocas semanas, se nos ha adoctrinado y “convencido” a todos de que “si vis pacem para bellum” (lo que en ese latín aprendido en el internado, significa “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Una pregunta tal vez no esté de más: Aparte de Rusia, ¿hay alguien más interesado en la guerra de Ucrania?

Los antiotan de ayer se han reducido a un par de centenares en las protestas de hoy. Y a los antisistema, tan numerosos cuando la Moncloa es ocupada por otro color, ni se les ha visto el pelo. Todos contentos, ¿no? Yo no lo aseguraría así de primera. Desde hace unos meses el discurso bélico ha ganado muchos enteros en “las campañas” a las que constantemente nos somete el “régimen”. Y ahora se nos dice, por activa y por pasiva, que lo “progre es gastar en armamento”. De esta manera, el viejo sueño de un mundo en paz se va alejando cada vez más. El viejo sueño de resolver las tensiones entre pueblos por el diálogo y la razón queda cada vez más lejos. El viejo sueño de una ONU capaz de asegurar la paz entre las naciones es ya pura quimera. Parece que el tiempo de las utopías ha muerto. Y que los llamados “pacifistas” no eran tan pacíficos, sino que también servían a su señor y tenían su dueño. Aquel sueño de Isaías, ese tiempo donde “las lanzas se convierten en podaderas y, de las espadas, se hacen arados”,  no lo verá tampoco mi generación.








lunes, 4 de julio de 2022

Manuel García Morente: una noche en París


                En el octavo piso del número 126 del Bulevard Sérusier, de París, un hombre abatido escucha música clásica en la radio. Tiene más que motivos para esa postración. Manuel García Morente (1886-1942), prestigioso catedrático de ética de la Universidad Central de Madrid, discípulo y compañero de Ortega y Gasset, apasionado de la música, había recibido una exquisita educación en España, Francia y Alemania. Nacido en Arjonilla (Jaén) era hijo de un médico liberal y de una devota católica, pero Manuel, siendo aún muy joven, decide abandonar las prácticas religiosas, porque “ya no cree”. Los éxitos académicos no tardaron en llegar: cátedra en la universidad, publicación de libros y traducciones de textos filosóficos. Contrajo matrimonio con Carmen García, mujer profundamente católica, y fruto de esa unión nacieron dos hijas. La muerte de su esposa, con la que había estado casado apenas 10 años, le sume en un desánimo grande, para el que  no cuenta ni siquiera con el consuelo de la fe.

Traductor, conferenciante, subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, decano de la Facultad de Filosofía y Letras, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales. En fin, un brillante cursus honorum adornó su trayectoria vital. Un filósofo solvente y un escritor reputado. Alejado, eso sí, de la religión, aunque respetuoso con las personas que en su entorno eran creyentes.

            Al inicio de la guerra civil, su rechazo  del  radicalismo político imperante fue castigado con su destitución como catedrático de la Universidad de Madrid, e incluido en las listas de depuración de la República. Un amigo le avisó de que estaba en los que iban a liquidar en las semanas siguientes y le conminó a emprender la huida. No le quedó más alternativa que emprender el camino del exilio, primero a París y luego a México.

            Pero volvamos al Boulevard Sérusier de París. Es la noche del 29 al 30 de abril de 1937. El abatimiento y la culpa corroen a Manuel. Él ha podido huir a Francia, pero en España quedan sus dos hijas y sus nietos. Su yerno, para colmo de males, ha sido vilmente asesinado, tal vez por su condición de cristiano. En la radio suena el oratorio la Infancia de Cristo, de Berlioz. Las notas y las voces inundan todo su ser, y ponen en su cabeza imágenes de  un Jesús niño al lado de José y María. Conmovido, se abandona a las lágrimas. Se arrodilla e intenta rezar el padrenuestro, pero entonces se da cuenta de que lo ha olvidado. Él, que posee unos saberes enciclopédicos, no es capaz de recordar la oración más elemental. Poco después cae rendido en el sueño. Se despierta sobresaltado. Y es precisamente entonces cuando: “Me puse de pie, todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad que percibo el papel en que estoy escribiendo estas letras. Y no podía caberme la menor duda de que era Él. Su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía”.

Estas y otras palabras pertenecen a lo que él escribió bajo el título de “El hecho extraordinario”. Su mente lúcida, de filósofo racional, le hará preguntarse una y otra vez sobre esta experiencia: “una percepción sin sensaciones”, la llamará. Una percepción en la que nada tuvo que ver la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto. Era “una noticia al alma. Una percepción espiritual. Una experiencia de Dios”. Pero Manuel, lejos de lo milagrero y de lo mágico, se pregunta una y otra vez si acaso no le ha engañado su imaginación, su psicologismo presionado en un momento de hondo sufrimiento. No puede creer que Dios haya concedido esta gracia a un hombre pecador, sin mérito alguno, sin haber realizado un largo camino de ascesis y sacrificio. Y tendrá que rendirse a la evidencia: el “hecho extraordinario” de aquella noche no fue sino la huella de un Dios providente que orienta todas las acciones y todas las experiencias hacia el cumplimiento de su voluntad. Es consciente de que, junto a lo que él ha hecho en su vida, está lo que le ha sido dado. Es decir, un instante de gracia gratuita. “Algo o alguien distinto de mí, hace mi vida y me la entrega, me la atribuye, me la adscribe a mi ser individual”

            Solo entonces, Dios deja de ser, para Manuel, el Dios de los filósofos, al que se piensa, pero al que no se reza. Y Dios se convierte en Jesús encarnado que no es indiferente a nuestro destino, sino que lo comparte y lo padece. A este Dios encarnado, Manuel sí que le puede entregar su vida y su voluntad.

Desde esa noche de París, Manuel sintió que “una inmensa paz se adueñaba de mi alma” y “me veía a mí mismo convertido en otro hombre”.  Finalmente estaba en condición de ser un hombre verdaderamente humano, porque aceptaba libremente la voluntad de Dios.

            Regresa a España. Y después de despedirse de sus hijas, se acoge al silencio de una celda en el Monasterio de Poio, el gran monasterio mercedario que domina sobre la ría pontevedresa. “La oración, la meditación y el estudio, son mis únicas ocupaciones”, escribe a su tía. Y en otra carta a su amigo Ortega y Gasset: “Pero lo principal que quiero comunicarle en estas líneas es la resolución que he tomado, y estoy ejecutando, de abrazar la vida religiosa; y por de pronto dedicarme a la preparación necesaria para hacerme digno, en el menor tiempo posible, de recibir las sagradas órdenes”.

El hombre que en la noche de París se había olvidado hasta del Padrenuestro, gusta y saborea la oración: “La oración para purgar mi pasado tan lleno de miserias y de maldades y para prepararme para la más completa dedicación apostólica; y también, ¿por qué no decirlo? para satisfacer mi más íntimo deseo; porque la oración me llena de tan profundos deleites, que muchas veces dejaría el trabajo para ir tras la oración. Y hay tardes en esta gran iglesia oscura y silenciosa que pierdo la noción del tiempo”.

Un tiempo después,  este ilustre filósofo de su época, autor de obras importantes como “Lecciones preliminares de filosofía”o “Estudios literarios”,  se prepara como un seminarista más para hacerse cura, dentro de la diócesis de Madrid-Alcalá. A finales de 1940, Manuel García Morente es ordenado sacerdote. Lo fue apenas por un par de años. En la mañana del 7 de diciembre de 1942, su cuerpo sin vida fue encontrado en su lecho. Había muerto apaciblemente durante la noche mientras leía. Sus manos sostenían aún la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.









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