martes, 24 de julio de 2018

7.- Discapacidad: de "efulefu" a "buonfiglio"

 
 

Hay mil leyendas y mil historias sobre estos niños diferentes, sobre estos hijos que no tienen la mirada inteligente, la cabeza despierta, la respuesta rápida, el habla clara, el entendimiento completo, las piernas ágiles y veloces y los brazos alados. Hay mil historias, a cual más terrible o cruel y, en cualquier caso, supersticiones nefastas. A veces el mito, la leyenda y la superstición ahondan su raíz en una realidad dramática e insoportable. La venida al mundo de un niño diferente, discapacitado, en el seno de una familia paupérrima, supone una carga no pequeña. Puede que el mito lo único que haga sea maldecir esta mala suerte y buscar al posible culpable: la terrible necesidad del ser humano de explicar, por el mito, las desdichas que le acontecen.

Los igbos creen que el nacimiento de un niño discapacitado es simplemente un castigo de los dioses. Si en la familia hubo un antepasado homicida, se cree que el espíritu del asesino se ha encarnado en el pequeño. Sería la venganza divina para pagar el pecado del antepasado. Entre los tiv, otra etnia, creen que los niños con alguna minusvalía intelectual son como serpientes. Y, cuando nacen, son depositados en las orillas de los ríos o en la profundidad de los bosques. Aseguran los tiv que, en un tiempo remoto, una familia, convencida de que su pequeño discapacitado era una serpiente, lo abandonó dormido junto a un gallo blanco, a la orilla de un río. Cuando el gallo cantó, el niño se despertó y se tragó al gallo, para después sumergirse en las aguas.

Por todas estas creencias y supercherías, el nacimiento de un ser diferente es saludado con terror y espanto. Y en no pocas ocasiones, la familia se deshace del pequeño en el bosque, o le permite que viva, pero medio abandonado y sin ofrecerle lo que un niño de estas características necesita. En general estos niños reciben el nombre, en igbo, de efulefu, worthless person, en inglés; alguien sin valor, en castellano.


   Y sin embargo, un buen día, mira por dónde, unos hombres blancos abren una preciosa casa, recorren los poblados para recoger estos "desechos humanos", los acogen como si fueran príncipes, juegan con ellos, los alimentan, les hacen sonreír y los bendicen día y noche, como si de un premio celestial se tratase, como se bendice la lluvia, la escudilla de garri, la prosperidad familiar. Esta actitud provocadora desconcierta a las gentes sencillas, víctimas de la superstición y la ignorancia, que nunca han visto un comportamiento así hacia los efulefu.

Los misioneros recuerdan que las primeras veces que salían a pasear con estos niños, las gentes se metían en casa, y las madres llamaban a sus hijos para que no se mezclaran con ellos ni los tocasen, porque nada bueno podía acarrear su trato y compañía. También me dice un misionero que cuando los guanelianos anunciaron que iban a construir una casa para chicos con discapacidad, los jefes de las aldeas les suplicaron que "abrieran una escuela, un ambulatorio, pero no una casa para efulefu, porque estos niños no eran nadie ni nada ni tenían valor". Pero estas actitudes han ido cambiando poco a poco. Las gentes de las aldeas empezaron a darles la mano cuando los chicos salían de paso. Un discapacitado no es una serpiente, ni una maldición por un pecado de un antepasado, ni un castigo divino, es un ser humano, puede que más lento, puede que más tardo, puede que más necesitado, pero con la misma capacidad de amar y de recibir ternura.

Los primeros misioneros recuerdan que, cuando preguntaban a la gente, por estos niños, nadie sabía nada, nadie los conocía, nadie los había visto. Tuvieron que ir de poblado en poblado, mirando aquí y allá, como quien va en busca de un tesoro. Los había, claro que los había. A veces sobreviviendo en condiciones penosas, abandonados, al borde de la indignidad y de la muerte. 
Éste es, por ejemplo, el caso de Chibiken, un niño con una fuerte lesión cerebral, con un cuerpecillo delgado en extremo, culebrinamente alargado y resbaladizo, de expresión apagada y mortecina, un claro 'niño serpiente' para cualquier tiv. Lo recogieron cuando ya estaba en las últimas. ‘Si no hubiésemos llegado los guanelianos, Chibiken habría muerto en seguida’. Me lo confiesa Franco Lain, un misionero de larga experiencia y con sana satisfacción por la historia de Chibiken. El alimento, el aseo, los cuidados médicos, los ejercicios terapéuticos, pero sobre todo el cariño, la protección, el respeto, el afecto recibidos obraron ese milagro. El cuerpo de Chibiken esponjó; su alma se vivificó. El pequeño Chibiken aprendió a sonreír, a dar a su mirada una expresión de agradecimiento o de necesidad, de bienestar o de llamada. Lo veo ahora sonreír sonoramente en medio de la capilla, como una forma clara y limpia de dar gracias a Dios y al mundo por tantos beneficios.
Y así, Chibiken, y otros tantos niños con discapacidad pasaron de ser considerados "efulefu" (persona sin valor) a ser" considerados "buonfiglio" (el hijo bueno y predilecto).



 
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005 

martes, 17 de julio de 2018

6 .- Nnebukwu: una casa grande para Ifunanya


  
 

Andrés y yo salimos de mañana con la furgoneta en dirección a los poblados cercanos para recoger a los "buonifigli" (nombre cariñoso para llamar a personas con discapacidad". En agosto, los 'chicos" deberían estar en sus casas, de vacaciones, pero el Centro ha ofrecido a las familias más desprotegidas la posibilidad de que los chicos y chicas con discapacidad mental pasasen parte de las vacaciones en el Centro, bajo el cuidado de un grupo de voluntarios.

            La primera parada tuvo lugar en Orso Obodo, junto a una choza de barro y techado de ramas de palmera. Un hombre estaba sentado ante el umbral de la puerta con una niña en brazos. Cuando se dio cuenta de que era la furgoneta de la misión, se puso en pie y se dirigió con la pequeña hasta nosotros. Él se quedó un instante parado y yo le tendí los brazos para tomar a la niña. Era Ifunanya. Su nombre significa ‘amor’. Andrés quiso hacerle sonreír con carantoñas y arrumacos, pero la pequeña no respondía. ‘Se encuentra mal’, me dijo. Instintivamente, puse mi mano en su frente y comprobé que tenía algo de fiebre. Ifunanya es la más pequeña del Centro de Nnebukwu, la benjamina, el juguete. Cuando ella llegó al mundo, su padre era ya un hombre de edad, tendría unos cuarenta y cinco años, y también algo tardo y lento de cabeza. Probablemente en su interior se había resignado a ser un solterón solitarios y sin familia, una verdadera maldición para un africano. Pero un buen día conoció a una chica veintipico años más joven que él, de otro poblado. Poco después supieron que esperaban un bebé. Y aquí empieza la historia de Ifunanya. Nació perfectamente.



            Como sus padres se encontraban en una pobreza más pobre, si cabe, que la de sus vecinos, una vez al mes subían a la pequeña Ifunanya a Casa Guanella; el misionero médico le hacía una revisión y los padres volvían a su hogar con un puñado de nairas para alimentos.

            Pero la pequeña Ifunaya, cuando ya contaba 18 meses, tuvo unas fiebres muy altas, probablemente malaria. Nadie le suministró ningún medicamento para bajar la fiebre. Cuando los padres la llevaron a la misión en busca de medicinas, las fiebres habían dañado su pequeño cerebro y le habían provocado lesiones que terminaron por afectar el movimiento y el habla. La madre adolescente asustada por esta situación o cansada de su matrimonio, abandonó un buen día al marido y a la pequeña, y nunca más se supo de ella. Su padre se quedó solo, casi un hombre viejo y algo ‘corto’. Se vio solo en el mundo y sin afectos, y volcó todo su cariño en esta pequeña criatura. La cuida, la limpia, la lleva al centro. Y cuando termina de cavar su pequeño huerto, la sienta en su regazo ante el umbral de la puerta, frente al sol, viendo pasar las horas muertas. Quizás porque él es 'así', no le importan los convencionalismos culturales de este rincón de África que ve con malos ojos que un varón cuide de los hijos.



            Ifunanya tiene ahora poco más de cuatro años, unos ojos grandes y hermosos, un cuerpecillo achuchable y una sonrisa que tarda en aparecer en su rostro, pero que cuando lo hace, es un inmenso regalo y una preciosa manera de decir gracias. Ella es el amor de la casa. Y la Casa Guanella, por una sola de estas historias humanas, ya tiene su razón de ser y de estar en el mundo. Esta casa grande de la aldea de Nnebukwu es la 'casa de Ifunanya'. Aquí en 1992 acampó la caridad guaneliana. 


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005 


 

martes, 10 de julio de 2018

5.- Un país en una tumba: el esclavo enterrado en Cape Coast.



 

         Después de recorrer por la mañana la ciudad de Elmina, nos acercamos a Cape Cost, donde visitamos su Fortaleza o Castillo. Esta ciudad fue la capital de Ghana bajo dominación inglesa. Por entonces Ghana era Gold Coast o Costa de Oro. En esta fortaleza residían los Gobernadores británicos. En la actualidad la fortaleza se ha convertido en un Museo para explicar la historia del West Africa. A través de algunos elementos esenciales: cerámica, tejidos de kente, aparejos de pesca, tambores e instrumentos musicales, cetros, taburetes ceremoniales (stools) y algunos paneles sobre jefes, clanes y reyes (incluido el Ashantehene (Rey de los Ashanti) y la mítica figura de la Ashantehenaa (la Reina Madre), el drama de los esclavos, comercio con Europa, colonialismo, independencia, diáspora a América, etc. 
Se intenta explicar la historia de esta región africana. El Museo es francamente instructivo, y resulta muy pedagógico. Hay un capítulo dedicado a la muerte y a los ritos funerarios que resume muy bien un proverbio ghanés: “Nadie por sí solo puede subir la escalera de la muerte” (the ladder of the death, no single person climbs it). Las ceremonias fúnebres, importantísimas por aquí, servirían para ayudar al ser querido a subir la escalera de la muerte. La exposición destaca la cultura Ashanti que aún pervive y cuyos festivales de verano en homenaje al Ashanteheme o Rey de los Ashantis, tienen un enorme poder de convocatoria.

 En otra parte de la Fortaleza se guarda la memoria de los esclavos. Y aquí, como poco, la visita crea un nudo en la garganta, una sensación opresora por toda la piel. Desde este fuerte -y de otros muchos- salieron forzados hasta diez millones de hombres y mujeres a América y Europa. Los nativos se encargaban de “cazarlos” tierra adentro, y los blancos se hacían cargo de ellos en los fuertes y en el trayecto por mar. De Cape Coast partieron unos 650.000 esclavos. Muchos murieron en las mazmorras que ahora nosotros contemplamos; otros muchos en la travesía marítima. Las condiciones en las que permanecían en el fuerte, a veces hasta 3 ó 4 meses, eran espeluznantes Sótanos húmedos, y sin ventilación. Obligados a convivir con sus propios excrementos, y devorando una mísera ración diaria de comida. Vemos un grabado que ilustra bien las condiciones en las que eran transportados en los barcos. Tumbados en el suelo, amarrados con grilletes para evitar motines a bordo. Causa temblor que sólo un porcentaje pequeño de esclavos llegaba a puerto, lo que exigía que el número de capturados en tierras africanas fuese enorme para asegurar las ventas.
Sobre la puerta del castillo por la que los esclavos abandonaban tierra firme para hacerse a la mar, está escrito: “Gate of no return” (puerta sin retorno). Y así fue para todos, menos para uno. Porque uno de ellos encontró en América un amo compasivo que le trató bien y le pagó estudios. Pudo convertirse en profesor y pudo volver un día a Ghana. Y aquí está enterrado en el patio de armas del Castillo, frente al mar que lo vio partir y regresar. El único, pero suficiente para dar testimonio de uno de los episodios más triste de nuestra civilización que, además, era y es cristiana. Su tumba, sencilla, con flores frescas está en el patio de armas de esta Fortaleza. Y es un grito sordo y desgarrado contra la esclavitud. Uno de esos pocos monumentos que te conmueven por su humanidad y no por la magnificencia de sus materiales o la perfección de su arte. Verdaderamente conmovedor.


Otras dos tumbas hay en el patio: la del último gobernador inglés que habitó el castillo y que firmó el final de la esclavitud con el Rey de los Ashantis, y la de su esposa, una sensible poetisa que debió influir no poco en los sentimientos del Governor para acabar con la práctica esclavista.

A la entrada de las mazmorras un sacerdote animista hace una libación con vino de palma a los dioses. Oración a los antepasados sobre este lugar de desolación y de muerte. Pero la oración del priest no se sabe si es sincera o es algo folklórico de cara a los turistas. Lo que es cierto, en todo caso, es que el vino no es de palma, sino de una caja de tetrabrik, marca don Simón, para más señas. Son las cosas del turismo. 
Este castillo y otros de la costa occidental africana forman parte del Patrimonio de la Humanidad, y, como es fácil de entender, no sólo por sus valores arquitectónicos y artísticos, sino porque estos castillos guardan la memoria de una de las páginas más negras de la humanidad: el comercio de esclavos.

Abandonamos la fortaleza en silencio, casi mareados, impresionados por esta tumba cuyo recuerdo retumba aun en mis sienes y en toda mi alma.


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998 

viernes, 6 de julio de 2018

¿Qué deben estudiar las universitarias?




 


En España, las universitarias sobrepasan en número a los universitarios. Y las estadísticas dicen también que con mayor provecho y mejores resultados, en general. Pero ahora a los mandamases del país y a los medios de comunicación, ambos rehenes de lo políticamente correcto, que es la más correcta de las inquisiciones, dicen, advierten, anhelan, hacen gestiones para que las mujeres no estudien solo carreras de letras, o de la rama sanitaria, o idiomas, o magisterio, sino que animan y empujan a las mujeres a estudiar carreras de ciencia y tecnología. ¿Cómo es posible, nos adoctrinan todos los días, que en España haya tan pocas científicas, tan pocas ingenieras, tan pocas informáticas, tan pocas mujeres en el campo de la tecnología y de la investigación? Pues no lo sé. No creo que a ninguna mujer que va a la facultad, por ejemplo de ingeniería industrial, se le ponga una pega, se le eche la zancadilla, se le lave la cabeza o se le convenza de que no elija esa facultad. Hoy en día, si una mujer elige literatura hispánica o infantil en magisterio es porque le da la real gana, porque cree que eso es lo que le gusta y donde puede realizarse mejor intelectual y humanamente. Y punto.

Pero el feminismo beligerante y los políticos correctísimos y los media, repetidores de lo políticamente correcto, quieren a toda cosa que las mujeres elijan lo que según ellos es lo mejor para ellas. En este feminismo igualitarista yo veo un viejo paternalismo que piensa que las mujeres son tontas o débiles y que necesitan aún ser aconsejadas y asesoradas por los listos de turno. Pues no, señores, las mujeres eligen la carrera que les da la gana. Y no vengan ustedes a decirles lo que tienen que elegir, como si fueran medio memas. No creo que haya nada malo en que una mujer elija trabajar en una guardería con niños o enseñando los versos de Shakespeare a sus alumnos en una facultad. Y en principio no me parece ni mejor ni peor opción que trabajar en un laboratorio haciendo ensayos clínicos o estudiar astrofísica. 

Pequeño país, de Gaël Faye




La biografía del escritor Gaël Faye nacido en Burundi, de madre ruandesa y de padre francés, inspira su propia novela Pequeño País.
Años después, Gabriel, el protagonista de la novela, afincado en París, siente un deseo irreprimible por volver a la tierra donde transcurrió su infancia llena de recuerdos amables, de travesuras inocentes, de libros que una excéntrica mujer griega le prestaba. Una infancia abruptamente interrumpida por la guerra, el genocidio de los hutus contra los tutsis (la familia de Gabriel era tutsi), y los campos de refugiados. Era la crisis de los Grandes Lagos. Gabriel, junto con su hermana Ana, tuvo que volver precipitadamente a Francia, donde fueron acogidos por una familia. Su padre fue asesinado y su madre se volvió loca.

Al principio de la novela, el padre explica a sus pequeños las etnias que habitan Burundi, los tutsis, delgados, altos y nariz fina, y los hutus, bajos y de nariz chata. En la casa de Gabriel, convivían criados de ambas etnias, sin problemas y sin que hasta el momento de la guerra, nadie les preguntara por sus ancestros. Pero al comenzar la guerra, todos tuvieron que posicionarse y tomar partido. El miedo se instaló por doquier y la barbarie campó a sus anchas en esta tierra hermosa de Burundi, con sus colinas, sus lagos y su abundante vegetación. Un lugar bonito para vivir, para crecer. Los niños también fueron adoctrinados en el odio al contrario. Y ellos mismos hacían lo que podían para combatir al enemigo, para combatir a los hutus, en este caso. El episodio en que Gabriel fue impelido por sus amigos a prender fuego a un hutu maniatado en el interior de un coche, para así mostrar ante todos que este niño de padre blanco también tenía valor, es verdaderamente escalofriante. 
La ruptura del matrimonio de los padres de Gabriel poco antes de que estallara la violencia es como una parábola, una dramática premonición de la ruptura de un país, de una región africana, que mal que bien había sabido convivir. Los Grandes Lagos ya no era un lugar para el respeto, para la convivencia, y menos aún para el cariño.

Una novela escrita de una manera sencilla, sin grandes alardes, pero que en pocas páginas pone rostros a personas concretas de esas guerras y de estos genocidios que no interesan a nadie y que sólo ocuparon las portadas de los periódicos durante una semana allá por 1994.

jueves, 5 de julio de 2018

Autorretrato con Isabel, de Fernando Aramburu



Después de Patria, su monumental novela, Fernando Aramburu acaba de publicar Autorretrato sin mí. Un libro hermoso. Un libro poético, íntimo, inspirado en recuerdos de su andadura existencial.
En dos capítulos habla de su hija Isabel. En un sábado de los albores de invierno, un joven Aramburu seguía a toda velocidad la ambulancia que por las calles de Hannover llevaba a su hija de apenas tres meses, Isabel. Las meninges habían resultado dañadas. Y la enfermedad había perjudicado seriamente la capacidad intelectual de la niña, aunque no los rasgos faciales.
“Cumplidos los 6 años, con ocasión de una sencilla tarea escolar, descubro que no captas el concepto de cero. Insisto, empleo dibujos, me valgo de juego, pero no hay manera. Yo no se trata de que aprendieses con tardanza, como pensábamos ingenuamente, sino que un muro infranqueable impide que lleguen nociones elementales a tu mermado entendimiento”


Mucho tiempo después cuando una ambulancia corre a toda velocidad por la ciudad, Fernando vuelve a experimentar una agitación y una angustia que aún no ha conseguido dominar del todo.
En otro capítulo titulado ‘Hombre humano’, Fernando Aramburu reconoce que la presencia de Isabel ha dotado de humanidad y compasión a toda su existencia.  Es lo que reconocen muchos padres que tienen un hijo con alguna discapacidad: se sienten deudores de una humanidad y de una piedad que, de otro modo, no hubieran adquirido.
“Con aquel golpe brutal que recibiste de la vida, con la maravilla de tus ojos serenos, la limpieza de tu sonrisa y otras cosillas que me callo para no excitar los lagrimales, aprendí poco a poco a humanizarme”.
“Ser humano es mi vocación, mi tozudez y mi condena. A mí que no me saquen de ser hombre humano porque de otra forma yo no quiero ser. Seré sabiendo a qué me arriesgo, débil hasta reventar de fuerza. Me agarraré para no caerme, en medio de la noche a un palo de bondad. Recorreré las calles recogiendo las lágrimas perdidas de la gente. Te lo debo a ti, Isabel, a cuyo lado, sin que te dieras cuenta, aprendí la compasión”.
Lo he podido constatar en muchas ocasiones: padres y madres que reconocían abiertamente que su hijo o su hija con discapacidad había sido un don en sus existencias.

miércoles, 4 de julio de 2018

Escribir sobre el agua




Muchas veces me pregunto para qué escribo. Hace años podría haber contestado que por vanidad, por ‘hacerme oír’ o ‘por afán de ser leído. Pero hace mucho tiempo que renuncié a cualquier publicación. Ni siquiera lo he intentado.  Tal vez escribir un blog es una forma de publicar o de autoeditarse. Tal vez. No lo sé.
Escribí un libro hace mucho tiempo. Un pequeño ensayo que tenía forma de libro. Se titulaba Corazón de Padre. Alguna alegría me dio en su tiempo, como comprobar una tarde en internet que había sido traducido al rumano.  Un librito del que nunca he reclamado derechos de autor, ni tan siquiera aparecerá como tal en la Sociedad General de Autores. Fue un libro de encargo. Un libro que redacté por complacer a algunos amigos. Nada más.


Escribir es inútil está claro. Platón decía que “el que escribe no hace sino trazar dibujos en el agua”. Desde que hace un año escribo este blog, con asiduidad semanal, no creo haber tenido un solo lector. Bueno, miento. He tenido una lectora. Mi escritura no ha tenido eco alguno. Y quizás está bien que así sea. Escribir para uno mismo, para nombrar el mundo, para explicarse el mundo, no es una tarea que carezca de sentido. Esto debería ser suficiente. Renunciar a la vanidad, renunciar a tener lectores es altamente educativo. No escribir para nadie le quita a uno la tensión de la opinión de los demás. Si les gusta, te sube idiotamente el ego. Si no les gusta, te viene un bajón. A una cierta edad ya no se puede estar pendiente del parecer ajeno: ni de la loa pastelera, ni de la crítica acerba.
Se está bien así. Sin esperar ni el aplauso ni el pataleo. Leo en Gabriel Albiac: “Si uno esperase algo de la escritura, sería un perfecto imbécil. Escribimos sólo para poner una distancia entre nosotros y el mundo. Entre nosotros y los necios. Para no repetir sus palabras. Y para saber que, en esas palabras repetidas está siempre al acecho lo peor. Escribir es estar en la distancia. Privilegio de entender algo: pienso que el único privilegio de una vida humana. No sale gratis nunca, pero vale la pena”.



San Agustín decía que la escritura es la lima del pensamiento. Y puede que tenga razón. Escribir ayuda a pensar. Escribir es una actividad del pensamiento sobre la cuartilla o sobre el teclado del ordenador. Pensar, eso sí no nos hará más felices. Tal vez todo lo contrario. Nos lo había advertido Blaise Pascal. Para aquel que hace suyo el deber de pensar, la alternativa es:  “o ser odioso o ser desdichado”.

Trasiego de huesos



De repente se tiene la sensación de que uno de los problemas que hay que resolver con urgencia en España es la exhumación de los restos de Franco. Parece que este país no volverá a tener paz y progreso hasta que sus restos mortales no hayan abandonado el Valle de los Caídos.
Cuando llegó a la democracia, de la mano de la monarquía, un hecho que muchos olvidan ahora, se produjo un pacto entre caballeros: la historia para los historiadores, pero no para los políticos. Todos cabían bajo la gran cúpula de la democracia. Y por lo tanto, una norma básica de civilidad y de buena educación iba a ser la de no utilizar la historia como arma arrojadiza. Carrillo se podía sentar en el Congreso de los Diputados sin ningún problema. Y sin ningún problema podía pasear por la Carrera de San Jerónimo la viuda y la familia de Franco. Se decidió no tomar represalias contra nadie. Los presos políticos salieron de la cárcel y los que durante el Régimen Franquista ocuparon altos puestos podían seguir tranquilos en sus despachos o en sus casas. Nadie los iba a molestar.


Los españoles, civilizada e inteligentemente, pensaron que era más importante el futuro luminoso que nos esperaba que el pasado sombrío que dejábamos atrás.
Y este respeto y esta entente cordiale funcionaron mal que bien durante largos años. Pero luego se empezó a hablar de Memoria Histórica, y con ella se destapó la caja de los truenos. La Memoria se convirtió en un elenco de agravios, que es otra de las características de la posmodernidad. Si la Memoria hubiera servido para enterrar como dios manda a los que yacían en las cunetas, fusilados durante la Guerra Civil o en los primeros meses de la posguerra, hubiera sido algo entendible y respetable. Un gesto de piedad y de dignidad. Pero en seguida se convirtió en una ‘memoria’ partidista que glorificaba a un bando y que acusaba manifiestamente al otro. La memoria no se conformaba con enterrar dignamente a los que no lo habían sido, sino que se quisieron desenterrar odios, agravios y culpas. La Memoria no se convirtió en un instrumento más de reconciliación, sino en una revancha.



 Durante la Transición se quiso pensar - se prefirió pensar- que en los dos bandos se habían cometido tropelías y que los dos bandos habían tenido su cuota de responsabilidad en los terribles acontecimientos del 36-39.

Pero ahora, gente política que no ha conocido a Franco, ni ha vivido durante su mandato, quiere ajustar cuentas a lo bruto, como se suele hacer en España. La Historia ha dejado de ser asunto de los historiadores para ser asunto de los políticos. Mala cosa. La Historia no se puede cambiar. La historia solo se puede estudiar y, en todo caso, extraer lecciones morales para no repetir lo que no se debe repetir. El respeto a la Historia es la elegancia de los no rencorosos. Dejar a un país sin los monumentos, las estatuas y los nombres de un largo periodo de Historia sólo servirá para la amnesia, y para la rescritura tergiversada de la propia Historia. No habremos aprendido nada en absoluto.

 

Ahora hemos vuelto a dejar la Historia en manos de los políticos que con sus soflamas incendiarias sólo buscan la confrontación. España fue capaz, en 1975 y años sucesivos, de compartir la misma mesa y el mismo pan de un futuro democrático. Pero determinados políticos quieren a toda costa revolver las cosas, cargar las culpas, absolver a unos y condenar a otros. Franco llevaba enterrado y bien enterrado bajo una losa de una tonelada de granito. No suponía ni un problema ni una preocupación para los españoles. Yo diría que ya nadie se acordaba de él. Mientras que ahora ha vuelto de nuevo a la palestra. Pero hete aquí que algunos políticos iluminados piensan que revolviendo los huesos del dictador van a ganar un puñado de votos entre los radicales de su ala, y se han lanzado a la tarea. No buscan ni la justicia ni la reconciliación. En este momento histórico de sentimientos tan exacerbados y de apasionamientos tan ácidos, en parte azuzados por un nacionalismo histérico, este trasiego de huesos no augura nada bueno.

martes, 3 de julio de 2018

La sonrisa de Daniel seguirá iluminando al peregrino




El Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago ha pasado varios años en restauración. Las filtraciones de agua procedentes de una de las torres habían dañado considerablemente este conjunto escultórico románico, uno de los más señeros del panorama europeo.
Ahora me llegan las primeras imágenes del Pórtico del Maestro Mateo que fue consagrado el año de 1211. Los colores han vuelto a ver la luz y casi tengo la sensación de ver por primera vez este magnífico conjunto. De repente se ha hecho la luz y se ha hecho el color sobre estas esculturas a las que sucesivas capas de polvo secular, filtraciones recurrentes y otras intervenciones desafortunadas habían condenado a una grisura granítica. Rostros y ropajes vuelven otra vez a su antiguo esplendor de azules y rojos, dorados y blancos.  



De nuevo el peregrino –y cualquier visitante- se sentirá envuelto y arropado por esta belleza eterna. Daniel ha rejuvenecido y su sonrisa tranquilizadora y serena saludará y acogerá a los peregrinos.
Con razón este es el Pórtico de la Gloria. El fatigado peregrino medieval que venía andando desde cualquier rincón de Europa, que había dormido al cielo raso o en inmundas posadas, que había pasado frío temible y calor apabullante, se encontraba con esta hermosura. El maltrecho caminante que había conocido las llagas en los pies y el dolor en todo el cuerpo, cuando alcanzaba la Catedral, se sentía recompensado, por tanto sacrificio. Esta belleza le descansaba los pies, y le sosegaba el alma. El peregrino creyente y devoto, que no había visto una estampa de estas esculturas, que no sabía lo que le esperaba, podía tener la sensación de ‘estar en la gloria’. Los 24 ancianos del Apocalipsis tocaban también para él en sus magníficos instrumentos. Santiago, majestuoso, sentado en su trono, lo recibía en su casa. El peregrino pecador se identificaba con algunos de los pecadores tallados en la piedra, pero al mismo tiempo podía sentirse salvado por el perdón del Señor. Él podía ser también uno de los elegidos el día del Juicio Final. Él podría vestir las vestiduras blancas del Cordero.

Los ángeles portan las ‘armas de Cristo’, la lanza, la cruz, la corona de espinas. Son los instrumentos de la Pasión, a través de los cuales el peregrino podía comprender, con admirable pedagogía, que el Señor de la Historia había sido entregado a la pasión y a la muerte, para salvarlo después de su paso por este valle de lágrimas. Los profetas, los apóstoles, los elegidos cuentan una historia de amor, una historia de salvación, una ‘homilía en piedra’, un ‘bello relato en granito”.


Los hombres están ahí, también tallados en piedra, con sus pecados, para recordarnos nuestra fragilidad, y para advertirnos de que el mal existe y que existe el Infierno, donde el glotón se verá obligado a comer una empanada boca abajo, el lascivo sentirá cómo una serpiente muerde su sexo,  y el calumniador cómo unas tenazas arrancan su lengua. Pero existe la misericordia. Existe el perdón. Existe la redención. Y existe la Gloria. El peregrino conoce sus pecados. Y por ello emprendió una luenga peregrinación. Por ello se puso en camino, para enmendar su vida paso a paso, milla a milla.



El peregrino finalmente alcanza la ciudad santa de Compostela. Se ha lavado previamente antes. Se ha perfumado. Ha trocado sus harapos en un vestido decente. Ahora puede también él identificarse con los salvados, con aquellos que los propios ángeles visten de blanco. Ahí, finalmente, está Daniel que, con su sonrisa –la sonrisa que el románico arrancó a la piedra medieval- parece decir: “Ánimo, no tengas miedo, tu peregrinación te ha salvado. Alégrate, hermano mío. Eres uno de los elegidos. ¿Oyes la música que resuena por las naves? ¿Hueles el incienso que del botafumeiro asciende generoso hacia los cielos? “

Esta sonrisa, por sí sola, reconforta al peregrino, le aligera de su pesadumbre, le arranca sus lágrimas, y le devuelve una sonrisa. ¡Era el Pórtico de la Gloria para cualquier peregrino medieval! ¿También para el peregrino del siglo XXI?




4. - El taller de los prodigios






El señor Leonard tenía un taller de calzado ortopédico en la rica y próspera Holanda. Un día a él también le llegó la jubilación y cerró su negocio. Pero lo volvió a abrir unas semanas más tardes para sacar sus máquinas, sus patrones, sus rollos de cuero y sus muchas herramientas. Lo embaló todo y lo llevó hasta el Centro Santa Teresa de Ghana. Él mismo permaneció en Ghana varios meses enseñando a dos ghaneses el arte de hacer calzado. 

La señora Akua tenía más de 40 años cuando supo de este taller de zapatos ortopédicos. Akua tiene los pies deformes y una pierna ligeramente más corta que la otra. Hasta ese momento, ella había intentado transformar unos zapatos normales en ortopédicos, añadiendo o pegando trozos de madera, de cartón, de cuero o tela. Todo para seguir caminando –y con peso sobre sus cabeza o sus espaldas- por unos senderos llenos de baches. ¡Cuántos años con los pies heridos y doloridos! Así que no es de extrañar que, tras probarse los nuevos zapatos y comprobar que no le mancaban y que podía caminar con estabilidad y sin dolor, la señora Akua se pusiera a saltar y a bailar como si le hubiese tocado la lotería. 



A Cyntia, una preciosa niña de cinco años, la trajo su madre a cuestas desde muchos kilómetros, para encargarle unos zapatos y unos tutores, después de una operación en ambas piernas de la que ya estaba recuperada. Hasta entonces sólo había caminado a gatas. Y yo la vi dar sus primeros pasos con el mismo temblor y la misma alegría que un bebé de un año.

También a Frank, un chico que había estudiado en el Centro, le hicieron unos zapatos nuevos, para su ‘nuevo pie’, estirado tras una operación. Y el zapatero que le llevó los zapatos hasta su poblado, me dijo que “Frank was more than happy” (estaba más que feliz).

De esta manera, la vida de Akua, Cyntia y Frank, se cruzó un buen día con la del señor Leonard. Y se produjo el prodigio. El prodigio de los zapatos.

Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998 


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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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