martes, 28 de noviembre de 2023

¿Réquiem por Israel y por Palestina?


Después de semanas de violencia inaudita en Gaza, se ha abierto un resquicio de luz con el intercambio de rehenes por ambas partes. No por criticar al gobierno de Israel, uno es antisemita. No por sentir piedad por los palestinos, uno está a favor de Hamás. Ya sé que ante este conflicto se nos exige posicionarnos, sin matices. En Estados Unidos está muy mal visto ser pro Palestina. Y en Europa está muy mal visto ser pro Israel. Sé también que la equidistancia es el terreno de los tibios. Y también sé que en todo conflicto, en ambias partes, aunque no con el mismo porcentaje, hay héroes y villanos, víctimas y victimarios. Para empezar una pregunta: ¿quién ha puesto mayoritariamente los muertos, los heridos, los refugiados?

La guerra continúa en Gaza, independientemente de los manifiestos de los intelectuales, de las redes sociales que nos invitan a firmar para que haya paz y de las canciones y poemas que nos dicen que una mala paz es preferible a una buena guerra. No basta con desear la paz, ni con colgar una foto de dos niños (uno israelí y otro palestino) dándose la mano. Las guerras las ganan los más armados de armas; no los más armados de razón.

Cuando al acabar la II Guerra Mundial, se conoció la magnitud del extermino judío a manos de los nazis, el mundo quedó en shock. Y los líderes del momento dieron luz verde al tan deseado Estado de Israel por parte del sionismo militante. Pero no cayeron en la cuenta, o no quisieron caer, que allí había un pueblo establecido desde hacía tiempo y que también merecía un respeto y un territorio: los palestinos.

La precipitada proclamación del Estado de Israel y la llegada masiva de judíos de todas las partes del mundo, así como la ocupación de territorios palestinos después de cada victoria israelí, no podía por menos que desencadenar una explosión de rabia y de ira en los palestinos. Lo demás ha sido asunto de los telediarios: guerras, violencia, atentados, territorios ocupados, intifadas, ataques terroristas indiscriminados, política de tierra quemada, asesinatos a discreción, cárceles llenas, la huida de los perseguidos, los campos de refugiados, las torturas, secuestros, muros de la vergüenza, los hospitales llenos de heridos y la inseguridad y tensión en la que malviven ambas poblaciones. ¿Entonamos ya el réquiem por Israel y por Palestina o aún queda espacio para la esperanza?

El comienzo de esta última batalla tuvo lugar cuando, a primeros de octubre, el grupo terrorista Hamás, en un acto de violencia inusitada, provocó centenares de muertos e hizo rehenes a decenas de israelíes. Una violencia que muchos no han condenado todavía. La respuesta desproporcionada de Israel no se hizo esperar y en ella estamos ahora mismo: casa por casa y calle por calle. Una violencia que muchos tampoco han condenado. Se ve que sólo vemos violencia cuando atacan nuestra ‘ideología’.

Palestina está lejos de ser una sociedad democrática que goce de libertades,  derechos e igualdades (empezando por las libertades de las mujeres o de los homosexuales). O una sociedad con prosperidad laboral, educativa o sanitaria. Y no toda la culpa es de sus vecinos/enemigos judíos. Sus mandatorios han hecho bastante poco por el progreso material de su pueblo. Y además, grupos terroristas o radicales mantienen a la población palestina en un estado de pobreza e ignorancia, rehenes de ideales en que se mezcla lo político y lo religioso. Pero Palestina no es Hamás, y acaso este grupo terrorista sea, como piensan muchos observadores, “el enemigo número uno de Palestina”.

Por otro lado, Israel, que ha alcanzado altas cuotas de progreso, de derechos y libertades, y que es la única democracia de la región, ¿no ha utilizado, acaso, frente a los palestinos, en algunos momentos de su corta historia como Estado, métodos parecidos a los de un grupo terrorista? Gracias al vergonzante apoyo de Estados Unidos, que ha vetado todas y cada uno de las resoluciones de Naciones Unidas, Israel no ha cumplido ni una sola de las exigencias de la ONU. Israel, ¿ha tratado a los palestinos, en ocasiones, de forma parecida a como los nazis los trataron a ellos? 

Israel tiene derecho a vivir en paz. Palestina tiene derecho a vivir en paz. Ya nadie cree que Israel únicamente ataca a los miembros de Hamás, porque la mayoría de los muertos son civiles, mujeres y niños, palestinos corrientes de Gaza o de Cisjordania. Ya nadie cree que Palestina no sea una sociedad en manos de exaltados terroristas. Y lo que verdaderamente no creemos nadie es que Israel, sin el apoyo culpable de Estados Unidos, pudiera cometer impunemente cualquier fechoría. Ni tampoco creemos que el terrorismo de Hamás, sin el apoyo de otros tantos grupos terroristas mundiales, habría sobrevivido.

Cada estallido de violencia prorroga una década de inseguridad en la zona. En los próximos años aún se seguirá amamantando a todos los niños en el odio al israelí y en el odio al palestino, dependiendo en qué parte del muro se viva. Y se inculcará el odio en la escuela y en casa, en la calle y en el taller, en la sinagoga y en la mezquita, en árabe y en hebreo. La paz creativa de los audaces, ¿quiénes la verán?

El respeto mínimo para la convivencia entre el pueblo de Israel y el pueblo de Palestina parece que ya no lo conocerá esta generación. Y sin embargo, bajo las bombas y los escombros, siempre surgirán historia personales de concordia, de estima, de ayuda y de amor, como nos lo ha contado, bellamente, la película Out in the dark, que narra la historia de amor de Nimr y Roy, palestino e israelí, musulmán y judío. Una tierra fértil para la violencia y habitada por el odio, a veces conoce la ternura y el entendimiento. Una flor delicada en el estercolero.  






viernes, 24 de noviembre de 2023

Espigas para Holodomor


El cuarto sábado de noviembre, la palabra holodomor está en los labios de los ucranianos, los que viven en el país y los que forman parte de la diáspora. En las iglesias, los fieles musitan oraciones, y los monumentos se llenan de espigas. Es el día conmemorativo del Holodomor.

La palabra ucraniana “holodomor” significa literalmente exterminio por hambre. A partir de los años cincuenta, se empezó a hablar de genocidio, algo que Rusia no ha admitido nunca. Durante el régimen soviético, estaba prohibido hablar de la ‘hambruna ucraniana”. Con la caída de la URSS empezaron a abrirse los archivos y el mundo pudo conocer poco a poco este trágico episodio acaecido entre 1932 y 1934.

El debate sobre si la hambruna fue un genocidio o tan solo el resultado de una política nefasta de colectivización de los campos aún está en el aire. Si bien, muchos estudiosos, universidades y estados reconocen que la hambruna sufrida por el pueblo ucraniano no fue una fatalidad del destino, una pésima estrategia alimentaria o una sequía, sino un plan perfectamente urdido desde el poder para doblegar al pueblo ucraniano y castigar la resistencia a la colectivización por parte de los campesinos.

         La precipitada y terrible colectivización de las tierras organizada por el régimen comunista impuso gravosas condiciones, imposibles de cumplir, a los campesinos ucranianos (y también a todos los demás). Las cuotas de trigo y otros cereales eran tan abusivas que no dejaban margen para la propia alimentación. La policía pasaba una y otra vez por las aldeas para requisar cualquier cosecha y cualquier alimento.

Cuando los graneros se vaciaron, la gente empezó a devorar los animales, también los perros y los gatos, los pájaros del cielo, las ortigas, las cortezas de roble, las hojas de los tilos, incluso las pieles no curtidas de las ovejas y los huesos roídos. Los campesinos empezaron a huir a la ciudad porque no tenían nada que llevarse a la boca, pero eran  detenidos, torturados y devueltos a sus tierras. Muchos morían por el camino. Si la policía hallaba patatas o un poco de trigo escondido, significaba la pena de muerte. Las calles aparecían llenas de cadáveres de gentes que habían salido a buscar algo de comida y habían muerto en el intento.

El escritor Vassily Grossman, testigo de ese momento, anotó: "Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta, te desgarra las tripas y el alma: el hombre huye de casa [...]. Luego llega el día en que el hambriento vuelve atrás, se arrastra hasta casa. Esto significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará. Se mete en la cama y permanece tumbado: ya no quiere vivir…”


            Gracias a la eficiente propaganda comunista y a la complicidad de los intelectuales europeos, el gran crimen apenas fue conocido. El primer ministro francés, Édouard Herriot, visitó en 1933 Ucrania para conocer la situación. Las autoridades soviéticas le llevaron a aldeas donde había comida abundante y todos se mostraban felices. A su vuelta a París declaró: “Puedo decir que he visto al país como un jardín a pleno rendimiento!".

A la eliminación de los intelectuales ucranianos, a la deportación a Siberia de los pequeños propietarios, los kulaks, a la prohibición de hablar la lengua local y mostrar abiertamente las tradiciones, hay que añadir esta batalla programada contra los campesinos que tanta resistencia habían ofrecido a las medidas colectivistas del Kremlin. En el año 1928, las autoridades soviéticas solo pudieron recoger 4,8 millones de toneladas de trigo, de las 6,8 millones de toneladas programadas, lo que encendió la ira comunista contra los campesinos e inició el ‘holodomor’.

Todo el mundo conoce el holocausto judío y cientos de libros y reportajes lo recuerdan cada año, pero las atrocidades cometidas por el régimen soviético son todavía poco conocidas. Holodomor es una de ellas, y es justo que sea dada a conocer.


Una superviviente escribió: “Tenía un padre, una madre y una abuela: en dos semanas murieron los tres. Me quedé sola en casa. Tenía doce años: ¿qué podía hacer? No se encontraba nada de comer en ninguna parte. Por la mañana salía, y hasta el anochecer me arrastraba por los huertos buscando algo que roer, cualquier hierba o grama; encontrarlas no era fácil, porque no era la única que rebuscaba. Mascaba hojas de tilo, son amargas pero a mí me bastaban. Luego me puse enferma. Una vecina me trajo unas cerezas y una cucharada de miel. Me salvó de la muerte. Nunca olvidaré semejante generosidad”.

Pero de todos los testimonios leídos, sin duda este me parece escalofriante: “En 1933, en un pueblo de la región de Járkov, unas mujeres hacíamos lo que podíamos para cuidar a los niños en una especie de orfanato. Los niños tenían los estómagos abultados; estaban cubiertos de heridas y de costras, sus cuerpos parecían a punto de reventar. Un día, los niños se callaron de repente; fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían. Y Petrus hacía lo mismo, se arrancaba tiras y se comía todo lo que podía. Los otros niños ponían los labios en las heridas y se bebían la sangre”.

Tal vez sólo una mujer se atrevió a implorar clemencia a Stalin para el pueblo ucraniano. Nadezhda Alilúyeva, segunda esposa de Stalin, había renunciado a la vida palaciega del Kremlin. Ingresó en la Escuela Técnica y allí pudo escuchar los relatos de la gente del pueblo: las torturas y los fusilamientos. Se le abrieron los ojos. Y pidió a Stalin que reconsiderase su política en Ucrania. Pero obtuvo el silencio. Y ella no soportó la realidad, cayó en abatimiento y se disparó un tiro una noche de noviembre de 1932. El parte oficial aseguró que había muerto de apendicitis.

La periodista Anne Applebaum escribió “Hambruna roja” para hablar de todo esto y para explicar que no se trató de una fatal casualidad sino de un verdadero genocidio en aras al “hombre nuevo al que la Dictadura de los Trabajadores quería dar a luz”. Según esta periodista, al menos 5 millones de personas murieron por la hambruna, de los cuales 3,9 millones eran ucranianos.

            Este último sábado de noviembre, las espigas, en Ucrania y en otras partes del mundo, recordarán que es el Día del Holodomor.








martes, 14 de noviembre de 2023

El Cartel Conmemorativo

 

Cuando en la reunión de la Junta Directiva del pasado mes de agosto se pensó en un cartel conmemorativo para celebrar los 25 años de Puentes, rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la persona indicada para realizarlo era José Manuel García, ‘Josete’. Le llamé por teléfono y, aunque se encontraba en Estados Unidos, aceptó el encargo a la primera.

Arandino de nacimiento, muy pronto el gusanillo del dibujo y del diseño fue ganando espacio en sus aficiones y en su formación académica. Diseñador gráfico & ilustrador, o Freelance Graphic Designer, por entendernos en inglés, ha colaborado en multitud de proyectos muy bien acogidos. Y es también escritor y autor de varios cuentos, como La costurera de corazones, El hijo del hombre del saco o el Circo de Igor. 

Ha pasado largas temporadas en Nueva York, aunque actualmente reside en Madrid, donde se desarrolla profesionalmente. En 2007, Puentes convocó un concurso para elegir el logo corporativo y fue precisamente ‘Josete’ quien lo ganó. Desde entonces, cualquier colaboración que le hemos solicitado la ha realizado con espíritu solidario y “por amor al arte”. La revista Servir (padres guanelianos) contó durante muchos años con sus ilustraciones. Me gusta recordar que hace algunos años donó a Puentes varias cajas de camisetas con diseños suyos que se vendieron pronto y bien..


Y aquí tenemos el cartel de ‘Josete’: Sobre un fondo suave, un blanquiazul desvaído, podemos apreciar tres franjas. En la franja superior, aparecen dos leyendas. En lo más alto “1998 – Puentes Ongd – 2023”, fecha de la fundación, nombre de la asociación y fecha actual.  Y una segunda leyenda: “25 Años de una corriente solidaria”. Aunque el nombre ‘Puentes’ llegó en 2007, la corriente solidaria, esa voluntad de hacer algo por los demás, había aparecido antes, ya en 1998, primero con el nombre ‘Ghana Solidaridad’ y luego bajo la denominación de ‘Misiones Guanelianas’.

El segundo elemento ocupa la franja central y es una representación del Mundo. Curiosamente, Josete acudió a la inteligencia artificial para crearlo. La Bola del Mundo aparece agitada por el caos: una masa informe de agua, donde las corrientes del bien y del mal chocan entre sí enfurecidas. Y los continentes y las islas parecen “tierras a la deriva”. Y sin embargo, este mundo caótico tiene su contrapunto de alegría y esperanza en los tres árboles que crecen frondosos como bellos frutos de la Tierra.

Y bien podríamos decir que este Mundo es un desafío y un planeta fértil para quien busca el bien, pero también una desolación y una tristeza, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar el Mundo, la Historia sigue con sus avances, retrocesos, empujones y parones, en un vaivén inquietante y misterioso. “Nosotros – lo decimos mucho en Puentes- no vamos a cambiar el Mundo, con mayúscula, pero sí el mundo, con minúscula, de personas concretas, con su nombre, su rostro y su historia”. Y estas tres cosas (nombre, rostro e historia) están representadas en los tres árboles. “Cambiar el mundo de una persona concreta” es el objetivo y la razón de la lucha de la Ongd. El diseñador ha querido coronar este Mundo con el logo de Puentes, en color plateado, para simbolizar las bodas de plata que hoy conmemoramos.

Y llegamos a la tercera parte del cartel. Frente a los colores tenues, pálidos de toda la parte superior y central, en esta franja inferior encontramos una explosión de vida y diversidad. Son los rostros de los que en un momento u otro del cuarto de siglo de Puentes, han sido  sostenidos por la generosidad de nuestros donantes. Ellos y ellas han sido y son la razón de ser de Puentes. Niños de la calle, jóvenes con discapacidad, mujeres adultas, madres solteras, enfermos, africanos y latinos, niños, jóvenes, adultos y mayores. Se llaman Kwame, Kwasi, Jean de Dieu, Chibiken, Keke, María, Guadalupe, Flor, Francisco, Belinda o Iliana. Y tienen a sus espaldas una historia de desdicha, pero también de superación y esperanza. Han comenzado a leer y a escribir, han llegado a estudios superiores, han encontrado un hogar cálido para su discapacidad, han aprendido un oficio, han hallado medicinas y curas en el ambulatorio, han trabajado en la cooperativa cafetera, en el vivero o en el gallinero. Se han formado en dignidad y derechos humanos, han sido comprendidos en su pobreza y animados en su trabajo, en su igualdad de mujeres. Han mejorado su vivienda, su calzado ortopédico, o han podido llevar gafas y pasar por el dentista. Y sobre todo se han sentido valorados, apreciados, reconocidos en su dignidad de seres humanos, a pesar de los pesares.

Este cartel representa todo esto. Y mucho más que no se ve, “porque lo esencial, como nos enseñó El Principito, siempre es invisible a los ojos”.

En este lado del puente, contemplando el cartel, voluntarios y donantes solo podemos sentirnos agradecidos por haber tenido la oportunidad de construir un puente, apenas un puentecillo, apenas una corriente de solidaridad. Una vez más, comprobamos que, al dar algo, nos mejoramos y ganamos en estatura moral. Y, al entregar nuestro tiempo o nuestro talento por los demás, nos enriquecemos, de manera misteriosa, pero cierta.

Feliz Aniversario. Gracias, amigos y constructores de puentes, por estos 25 Años.













lunes, 13 de noviembre de 2023

La victoria de los delincuentes

 


Los señores del mundo, por seguir en el poder, han hecho barbaridades. Basta con acudir a los libros de historia. Ahora en el suelo patrio, tengo la impresión de que estamos asistiendo a una de ellas, en este caso por mantenerse en el Palacio de la Moncloa.

Cuando a mediados de verano los periódicos reprodujeron una foto en la que se veía a la vicepresidenta del Gobierno y al prófugo de la justicia Puigdemont, en amable conversación y efusivo saludo, pensé que estaba ante una broma de mal gusto. ¿En algún país democrático un miembro del Gobierno se reúne con prófugos de la Justicia? Las cosas desde verano han empeorado hasta el punto de estar asistiendo a una verdadera “subasta” de dineros y competencias, con tal de obtener 7 votos en la investidura del Sr. Sánchez.

No es verdad que lo que quiere el pueblo español es un ‘gobierno progresista’ (¿es progresista el nacionalismo excluyente y el blanqueo de grupos estrechamente vinculados a ETA?) y que, por lo tanto, hay que pactar con el diablo, con tal de seguir cuatro años más en el poder. En las últimas elecciones, el pueblo español votó mayoritariamente al PP y al PSOE. Y si estos partidos tuvieran un mínimo de decencia tendrían que haberse puesto de acuerdo, buscar fórmulas políticas, ser creativos y cumplir la voluntad de los españoles.

No es de recibo que minorías de dudosa catadura moral tengan en sus manos el destino de una nación. Y lo que es peor, se trata de minorías que están en contra de esa misma nación, que no tratan de disimular su odio y su desprecio y que no respetan ni el ordenamiento jurídico ni las instituciones del Estado.

En este país de excesos y de radicalismos resulta que no sólo se llega a Presidente de Gobierno gracias al apoyo de delincuentes prófugos, sino que se les perdonan todas sus fechorías y delincuencias, perfectamente tipificadas en el código penal, y además se les premia con un montón de millones, una propina extraordinaria y abultada para seguir cometiendo los mismos desmanes y tropelías, y alguno más. Millones de euros que son sustraídos a murcianos o extremeños, por ejemplo. ¿Se supone que castellanos, andaluces, gallegos, riojanos o cántabros tienen menos derechos o son ciudadanos de segunda?

            Y hasta se podría entender que a veces por el bien de una nación, haya que pasar página, olvidar historias y desencuentros en bien de la reconciliación de todos y la concordia nacional. Pero, y no debemos olvidarlo, hay que cumplir dos condiciones mínimas para obtener el perdón: el arrepentimiento y el propósito de enmienda, es decir, arrepentirse de lo hecho y comprometerse a no volverlo a hacer. Esto aquí no se ha dado. Por activa y por pasiva los independentistas dicen que volverán a intentarlo una y otra vez. Y encima ahora, se les da dinero -y mucho- para cumplir sus propósitos.

Si echamos la vista a estos últimos cuatro años, los ataques y los asaltos a la independencia del Poder Judicial han sido constantes. La ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una ocasión que la “amnistía era impensable y que no cabía en nuestro sistema jurídico, porque eso sería invadir y atropellar el poder judicial, uno de los tres pilares de un Estado de Derecho”. En ese momento, estoy seguro, decía la verdad y además decía lo que es normal decir en un Estado de Derecho, en el que el Gobierno es el primero que tiene que cumplir las reglas de juego y la separación de poderes.

Tengo la sensación, tal vez me equivoque, de asistir al espectáculo de una España cada vez más anestesiada en su memoria y más subvencionada en sus caprichos, caciqueada por todos los costados para el propio rendimiento electoral. Una España que sólo habla y grita cuando se trata de problemas de menor calado, un día el beso de Rubiales; otro, una victoria deportiva; el siguiente, una tormenta de nieve que deja apresados a cuatro coches en la carretera.

¿Es posible ya creer en la Justicia? Los delincuentes son absueltos y además se les conceden dineros por sus conductas delictivas, al mismo tiempo que leemos en los periódicos, que un albañil ha sido multado por quitar un nido de golondrina del alero de una casa en reformas, o que a una señora le han puesto una multa por atar a su perro a una farola, mientras entraba a comprar al supermercado. Cosas de locos.

Mal vamos, si la justicia ya no es igual para otros. Mal vamos si, dependiendo del territorio donde se cometa la tropelía, caben amnistías o blanqueamientos de conductas. Mal vamos si se castiga a las comunidades que son leales al ordenamiento jurídico y se premia a las que se lo saltan a la torera, fragmentan la sociedad, adoctrinan desde las escuelas a toda la infancia y juventud, cancelan de promoción laboral a los funcionarios no afines con la estelada o el lazo amarillo, tornan invisibles a los que opinan de otra forma, dividen a los ciudadanos en buenos y malos dependiendo de su color político. Mal vamos si los que provocaron la mayor fragmentación social de la historia de Cataluña, los que de forma violenta se enfrentaron quemando y arrasando las calles, incitando a la violencia, castigando a los niños que hablaban español en los recreos, vejando a los hijos de policías en la escuela (algo que mereció una seria advertencia de Unicef, un hecho que debería haber avergonzado a una nación y que aquí paso inadvertido), cortan carreteras (a veces utilizando bebés sobre el asfalto), estaciones de ferrocarril, aeropuertos, siembran la división en las familias, las empresas y la sociedad, catalanizan la iglesia con sus esteladas ondeantes en los campanarios y sus votaciones durante las misas... Mal vamos si a estos delincuentes se les premia con millones para que vuelvan a sus fechorías, y en cambio, a los que respetan las leyes y las normas se les trata de mentecatos y retrasados. (Y aquí hago un paréntesis: también es totalmente condenable la violencia callejera que en estas últimas noches ha sacudido los alrededores de Ferraz).

Creo que fue Ada Byron la que escribió que “los acontecimientos por venir arrojan su sombra con antelación”. Creo que las sombras ya se ven por esta España nuestra. Esa tregua de concordia que, generosamente, los españoles se concedieron mutuamente en lo que se llamó la Transición, fue eso, una tregua, un intermedio, un paréntesis. Tal vez estamos condenados, como nos lo recordaba con frecuencia Don Antonio Machado, a malvivir en el territorio sangriento de Caín.

















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            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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