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lunes, 10 de marzo de 2025

La hora de Europa

 


Al día siguiente de la victoria de Donald Trump un analista político escribía algo así como que la razón de la contundente victoria de Trump se debía a que los políticos demócratas habían hablado a los votantes de cosas que interesaban sólo a minorías o sobre temas que les tocaban tangencialmente (cambio climático, agenda 2030, derechos LGTBI, cultura woke). Durante la campaña electoral, se habría dado una disociación entre los discursos políticos y las necesidades elementales de los votantes (trabajo, sanidad pública para todos, derechos laborales, vivienda, etc.).

Trump era un conocido candidato para todos, precisamente porque había gobernado en Estados Unidos durante cuatro años, y porque su vida política o privada había acabado en muchas ocasiones en los tribunales. En su campaña no había engañado a nadie sobre sus intenciones y sobre sus formas, ni diplomáticas ni corteses. ¿Qué soñaba el ciudadano medio americano para votar a Trump? Probablemente había millones de pequeños Trump entre los votantes norteamericanos: desprecio hacia el adversario, rudeza en las formas y un insatisfecho  deseo de prosperidad personal, importándoles un rábano lo que sucede más allá de las fronteras del país de Tío Sam (tal vez por esa razón, muchos de los migrantes residentes en territorio estadounidense le votaron, sin preocuparse de la suerte de los que deseaban cruzar la frontera). Quien deseaba de nuevo una América Great, en el fondo deseaba engrandecerse él mismo, prosperar él mismo, y el resto del mundo le daba igual.

Han bastado escasas semanas desde la toma de posesión de Donald Trump para que nos diésemos cuenta de que las baladronadas del inquilino de la Casa Blanca iban en serio, aranceles a otros países, políticas migratorias restrictivas y, sobre todo, tal vez por lo que nos afecta, guerra de Ucrania.

Y la guerra de Ucrania nos afecta por el destino y la suerte de millones de ucranianos, pero de una manera especial porque la traición de EEUU a Europa ha dado pie a un discurso armamentista en todos los líderes europeos, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula vor der Leyen, a la cabeza. En pocos días ha ido calando en la población europea, de norte a sur y de este a oeste, la necesidad de contar con un ejército fuerte, lo que significa aumentar el gasto militar a cifras estratosféricas. Las empresas de armas -y los gobiernos que están tras ellas- se frotan las manos. Nunca sabremos si la guerra necesita armas o si son las armas las que necesitan las guerras. Y aumentar el gasto militar significará, aunque no se dice, disminuir el gasto social en sanidad y educación, las políticas igualitarias, las ayudas a los más vulnerables que ya dábamos por hecho. Si las cosas van a mayores, probablemente las tropas europeas volverán a los frentes y a los campos de batalla, y los frentes nos devolverán los muertos y los mutilados. En fin, el retroceso del Viejo Continente a los años ’40 del pasado siglo.

No es la primera vez que ocurre en suelo europeo que dos potencias se ponen de acuerdo y se anexionan territorios, sin que la opinión de la población anexionada cuente para nada. Esta entente Rusia-Estados Unidos, viejos y nuevos imperialistas, da mala espina y es de mal agüero. ¿Por cuánto tiempo Europa podrá o querrá sostener a Zelensky? ¿No se convertirán los territorios ucranianos, sus recursos naturales, las ‘tierras raras’, en objeto de codicia o en el pago del préstamo de guerra, que habíamos pensado que era puro altruismo, generosidad y solidaridad internacionales hacia Zelensky y sus sufridos conciudadanos?

Vivimos tiempos ásperos. Rudos tiempos. Ya ni siquiera se envuelve en un envoltorio de cortesía y de civilidad la cruda realidad del imperio de los fuertes sobre los débiles. Siempre se dijo que, “cuando no se podían salvar los principios, había que salvar al menos las formas”. Todo esto parece una antigualla. Volvemos o nos acercamos peligrosamente a la selva: ¿Acaso pide permiso el león para pegar un par de bocados a la gacela? ¿Fue la entrevista Trump-Zelensky el modelo presente y vigente de una diplomacia descarnada y humillante?

Esperemos que ante este panorama general de hienas (Rusia, Estados Unidos, China y algún otro), Europa reaccione, sacando de sí misma, de su historia milenaria y de sus valores humanos, la grandeza y la magnanimidad de los grandes hombres y mujeres que la construyeron a lo largo de los siglos: la verdad racional que nos dejó en herencia el mundo helénico, el respeto al derecho civil y al principio de ciudadanía, que es el legado de Roma, y la dignidad humana y el sentido de compasión, que es la aportación específica del mundo judeocristiano. Si Europa quiere seguir siendo Europa –y todo lo que esta palabra significa- ha de volver sus ojos a Grecia, a Roma y a Jerusalén.   












 

lunes, 24 de febrero de 2025

El Papa en el Gemelli

 

Desde el momento en que el Papa Francisco fue ingresado en el hospital Gemelli de Roma, han sido muchos los que procedentes de las sacristías católicas han lanzado algo así como las campanas al vuelo, y se han puesto a cocinar un guisote de dimisiones y de enfermedad terminal, para saborear un inminente cónclave que depararía el triunfo del candidato favorable a su pensamiento. Ya sabemos que hay periodistas amarillos que viven casi a diario de la carnaza o de la carroña, muy lejos del mínimo rigor o de la verdad. Pero que sean los propios cristianos y sus representantes los que se lancen a la especulación no deja de asombrar un poco. Se supone que, independientemente de nuestra simpatía o antipatía al Papa de cada momento, debe haber un mínimo de caridad cristiana que empuje a rezar por los enfermos, porque todo ser humano mordido por la enfermedad es siempre frágil y débil, es decir una vida más sagrada aún, si cabe. Y por ello, merecedor de piedad, respeto y oración. Pero probablemente vivimos en un mundo en que las personas ya son simples cosas, desechables, descartables y sustituibles. El reponedor del supermercado repone al instante una taza rota en la estantería o una manzana golpeada en la caja de fruta. Así de fácil y sencillo.



viernes, 14 de febrero de 2025

Congo: el futuro es un kilo de arroz

 


        Cada poco tiempo el grupo guerrillero M23, apoyado por Ruanda, y el ejército congoleño libran su eterna batalla en la región de Kivu Norte, y especialmente en su capital, Goma. Incursiones, escaramuzas, refriegas de unos pocos días, pero que dejan un reguero de muertos, de mujeres violadas, de niños secuestrados y de miles de refugiados vagando a la deriva por todos los caminos imaginables. Es una de las guerras interminables que difícilmente tiene unos minutos en el orden del día de los gobiernos de los países y de las instituciones internacionales. El último ataque a la ciudad de Goma dejó más de tres mil muertos y una ciudad sin luz, sin agua y sin nada que llevarse a la boca. 

    Y ahora veamos esta foto, una de las miles que los reporteros de guerra sirven a sus agencias y que casi ningún periódico del mundo publica: Uno de los almacenes de víveres de una organización para los refugiados ha abierto sus puertas. Y un numeroso grupo de vecinos intenta hacerse con las cajas de arroz o harina. En sus manos, sobre sus cabezas, sirviéndose de una motocicleta, cargan como mulos esa mercancía de gloria que es el sustento de cada día. Por unos días asegurarán la comida para la familia, en medio de las ráfagas de metralleta. En el Congo -un Estado fallido y miles de intereses mineros por kilómetro cuadrado- el único futuro imaginable es una caja de cartón con dos kilos de arroz y dos kilos de harina.

sábado, 8 de febrero de 2025

La cancelación de Karla Sofía Gascón

   

Hemos asistido en vivo y en directo al espectáculo de cómo funciona la llamada cultura (in-cultura) de la cancelación, también conocida en inglés como ‘woke’. Me refiero al caso de Karla Sofía Gascón, la actriz española candidata al Oscar de Hollywood por la actuación en la película Emilia Pérez.

Ese espíritu de cancelación no es otra cosa que una inquisición brutal para condenar a una persona a una muerte civil, porque manifiesta opiniones (o insultos) en desacuerdo con la ortodoxia más radical, con el pensamiento único y con lo políticamente correcto.

En pocos días, la actriz Karla Sofía Gascón ha pasado de ser un símbolo de las minorías que alcanzan éxitos memorables (el premio de Hollywood lo es), a ser una maldita indeseable y, lo que es peor, una persona borrada y cancelada del mapa universal.

La noticia de que Karla estaba entre las candidatas al Oscar por su trabajo en la película del cineasta francés, Jacques Audiard, causó un revuelo sin precedentes en nuestro país. Muchos de los aplausos no hacían hincapié en la interpretación de la protagonista, sino en el hecho de que por primera vez en la historia de los premios una mujer transgénero se codearía con otras actrices. Un ministro Urtasun eufórico la recibió en el Ministerio y destacó “el enorme talento y dedicación de la actriz”. Muchos ya daban por seguro de que su nombre sería pronunciado en el auditorio de Los Ángeles. En un santiamén, Karla fue convertida en la ¡figura inspiradora del momento!.

Pocos días después, una periodista musulmana canadiense, Sarah Hagi, dio a conocer algunos tuits en que Karla Sofía hablaba despectivamente del Islam y de los musulmanes. Fue entonces cuando los sabuesos de la ‘cancelación’ agitaron las aguas y comenzó, así, la caída al abismo de la actriz de Alcobendas. De nada sirvieron las disculpas y la petición de perdón: “Como miembro de una comunidad marginada, conozco muy bien este sufrimiento y lamento profundamente haber causado dolor”. Querían su cabeza y la muerte civil de la actriz. El objetivo se consiguió en pocas horas. Muchas voces pidieron que se le quitase la candidatura. La distribuidora dejó de pagar su carrera a los Oscar, ni permitiría tampoco su presencia en actos de promoción. Se la ha presionado para que no asista a los Goyas. No se publicará su libro que estaba a punto de reeditarse. Se la ha dejado de invitar a saraos, entrega de premios, y así sucesivamente… La actriz optó por desaparecer.

Leídos los tuits, escritos hace algunos años, no se puede negar que son zafios y que la dejan en mal lugar. Y aunque se pueda estar de acuerdo o no en el fondo de alguno de ellos, no parece de recibo el tono de desprecio e insulto, sin argumento y sin razones. Karla Sofía se ha servido de las redes para opinar de forma insultante. Pero es una más. Las redes están llenas de haters que cada día vomitan sus palabras malolientes contra los de izquierdas, los de derechas, los machistas, las feministas, los católicos, los musulmanes, los gays, los heteros, los que aplauden o no aplauden el cambio climático o la agenda 2030, los veganos, los carnívoros, los amantes o no amantes de los perros… Tal vez lo que sucede es que lanzarse a la yugular de algunos está bien visto, un pecadillo de nada, una broma, una inocente provocación. Mientras que hacerlo contra las ideologías intocables del momento son pecados mortales que merecen un infierno eterno.

Jacques Audiard (el mismo que dijo que el español “era un idioma pobre porque lo utilizaban los inmigrantes”), y que hasta ese momento no había tenido más que palabras elogiosas para la actriz, hizo leña del árbol caído: “Sus comentarios son odiosos. Hay cosas que son imperdonables”. ¡Caramba! En Europa, aunque no nos guste o aunque tardemos, las palabras y las conductas son perdonables, porque la cultura a la que pertenecemos tiene como pilar y cimiento el perdón. Se ve que la nueva inquisición cree en la eternidad de las condenas. Por otra parte, algunos partidos políticos, que tanto habían jaleado su candidatura por el hecho de que Karla era un personaje activo en el mundillo LGTBI, la han condenado ipso facto y no han querido saber nada de ella, incluido el ministro de cultura español. Y ahora llegan las preguntas: “Si Karla era una actriz de talento, merecedora de un importante premio, deja de serlo por el hecho de que opine groseramente en contra de los musulmanes? ¿Si en lugar de lanzar improperios contra los musulmanes los hubiera lanzado contra los cristianos, no esgrimiríamos el derecho a la libertad de expresión, como así recientemente ha ocurrido? ¿Quién va a ver una película espera encontrarse ante una obra de arte o ante unos cineastas que, en su vida privada, escriben, piensan y dicen lo que en cada momento hay que escribir, pensar y decir? 

Si de algo podemos aprender de este y otros casos es que las opiniones no siempre son respetables (de hecho sabemos que muchas veces de respetables no tienen nada) Pero las personas sí que lo son. Esa debe ser la diferencia. La cultura de la cancelación pretende que las personas dejen de ser respetadas, si sus opiniones no concuerdan con los grupos de poder y las ideologías que en cada momento establecen lo que es o no es correcto.  

         No tenía ni idea de esta actriz hasta que se generó esta polémica. Ahora en el fondo, me da un poco de pena esta mujer condenada al vacío y a la nada. Pero me da más pena de los que la aplaudieron a rabiar dos días antes y no la han sostenido ni durante cinco minutos. ‘Asín’ es el mundo, que decía el otro.

         Y termino con una línea del periodista Rafa Latorre, y que creo que puede resumir perfectamente todo este caso de Karla Sofía Gascón y de los premios en general: “Si un premio artístico te lo pueden arrebatar por cuestiones políticas, cuestiones políticas pudieron convertirte en candidato”.



















jueves, 16 de enero de 2025

La caja de Amazon

     


    El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se despide de los norteamericanos al acabar su mandato presidencial. Y lo hace con una advertencia: cuidado con los superricos que están entrando directamente a ocupar el poder. Parece una advertencia sensata. Aunque no sé si durante los cuatro años como Presidente, el Sr. Biden ha hecho algo para contrarrestar las inmensas riquezas de los supermillonarios. Se sabe eso sí, si hacemos caso a la organización solidaria Oxfam, que el capital de las cinco personas más ricas del mundo creció en esos mismos años un 114%.  

        En el mismo día en que Biden hacía su último discurso, Jeff Bezos lanzaba con éxito un cohete espacial. Y probablemente no es sólo una excentricidad. Él está seguro de que, ante un planeta Tierra agotado, hay que buscar nuevos territorios en el espacio para encontrar nuevas materias primas. Las ganancias anuales de Bezos equivalen a la suma de los PIB de Croacia, Macedonia y Camboya juntas. Un español medio que no gastase nada de su salario durante 88 años seguidos habría ahorrado una cantidad inferior a lo que él gana en un minuto. Parecen datos escandalosos. Datos que pueden llenarnos de indignación. Pero sería una rabia injusta porque a la fortuna del señor Bezos, como a la de otros tantos millonarios, colaboramos todos. Y además lo hacemos muy a gusto y muy contentos. Miles de repartidores llevan a tu casa cada día una caja de Amazon con su  sonrisa-flecha de oreja a oreja. Es la sonrisa de Bezos por tu lealtad y tu colaboración con su empresa.

lunes, 13 de enero de 2025

El Toisón para una Reina

 


    La noticia de la reciente concesión del Toisón de Oro a la reina doña Sofía por parte de Felipe VI, da para más de una reflexión. Hay algunas cosas que llaman la atención: es la quinta vez en los últimos seis siglos que el Toisón recae en una mujer. Segundo: es la primera vez que se otorga a una reina consorte. E independientemente del alto valor simbólico de esta distinción creada en 1429 por el Duque de Borgoña y que hoy en día representa la más alta condecoración de la Corona de España, todos entendemos que el collar del toisón premia a una reina, Sofía de Grecia, que siempre puso por delante la Corona a la mujer y a la esposa. En los últimos años han corrido ríos de tinta sobre los devaneos amorosos del rey Juan Carlos y sobre los chantajes de algunas de sus amantes, que le salieron respondonas y desagradecidas. Impasible a todo esto, como lo ha sido en las últimas décadas, la Reina ha mantenido la dignidad, su papel regio en medio de dimes y diretes. Más importante que su felicidad personal o la tentación de mandar todo a freír espárragos, o de hacerse la víctima, hablar con la prensa y que la compadeciesen, Sofía de Grecia ha sabido ser la mano que cuida la cuna. Y en esa cuna estaba el actual rey Felipe VI. Por él y por el altísimo sentido que tiene de la institución monárquica, la reina Sofía no se ha movido un milímetro de su papel institucional. Esta dignidad regia en medio de tantas indignidades plebeyas ha merecido y merece el aprecio y la estima de tantísimos españoles. El Toisón, en este caso, recae en un noble pecho.

lunes, 6 de enero de 2025

Los cayucos de las mafias


        En medio de la incesante llegada de migrantes a las islas Canarias y cuando faltaban pocas horas para finalizar 2024, la Guardia Civil emitía un comunicado en el que afirmaba haber detenido a siete personas como presuntos autores de la muerte de cuatro migrantes durante la travesía desde Gambia a Canarias en un cayuco con 207 personas a bordo.

        Parece ser que debido a las condiciones durísimas de navegación, uno de los migrantes sufrió un episodio de desorientación lo que provocó desórdenes en el barco. Los patrones de la embarcación mantuvieron un rifirrafe con el migrante en cuestión y con aquellos que trataban de defenderle. 

        Para atemorizar a los migrantes y restablecer la autoridad, decidieron tomar represalias. Y de esta forma acabaron con la vida de cuatro migrantes, según han confesado los compañeros del infortunado viaje a la Guardia Civil.

        Un episodio trágico que nos acerca una vez más al problema migratorio. Europa se encuentra desde hace tiempo ante un dilema político y moral de difícil solución. Por un lado está la respuesta humanitaria de prestar ayuda y acogida a los que llegan a nuestras costas. Por otro lado, es consciente de que las mafias seguirán con su lucrativo negocio mientras el sistema humanitario siga funcionando. El elevado peaje que deben pagar los migrantes para subir al cayuco, exorbitante para un africano medio, no asegura siquiera el éxito de llegar sano y salvo a buen puerto. Como en tantas historias, de momento parece que la partida la ganan las mafias que operan sin cortapisas en las playas desde donde zarpan los cayucos.  


lunes, 29 de julio de 2024

París 2024: la Última Cena y una bandera al revés



Se puede resumir de muchas maneras la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. Un primer resumen podría ser: el grandioso escenario del Sena y de los espectaculares edificios construidos a lo largo de los siglos en París no merecían el espectáculo decadente ofrecido. No obstante, no faltaron los momentos brillantes: la canción Hymne à l’amour, de Edith Piaf, en la voz de Celine Dion, el traspaso de la antorcha de las manos de Zidane a Nadal, un jinete sobre un caballo mecánico surcando las aguas del río, el encendido de la llama olímpica, la Marsellaise cantada desde lo alto del Grand Palais. No quise perderme la ceremonia de apertura de una ciudad a la que tanto, y por tantos motivos, amo; en la que viví, y cuyas calles, plazas, parques y museos recorrí palmo a palmo.

La lluvia vino a deslucir la ceremonia, es verdad. Un público, ya de por sí muy escaso, por razones de seguridad, a lo largo de los 6 kilómetros del río, fue mermando poco a poco a medida que la lluvia arreciaba, y las autoridades aguantaban estoicamente, con chubasqueros de todo a cien, el chaparrón. El desfile de las delegaciones olímpicas no se diferenciaba en mucho de los bateau mouches para turistas que recorren cada día el Sena. Y hubo algún equipo africano (recuerdo el de Gabón) al que le tocó desfilar en embarcación tan pequeña, que bien parecía una patera recién llegada al Sena. Una estética rosa y queer, más propia de un desfile gay pride o de festival de Eurovisión, fue la nota dominante. Con un cierto sonrojo contemplamos a la mismísima Guardia Republicana en plan charanga Pakito el chocolatero. Un autosatisfecho Macron declaraba que “Esta es la Francia”. Creo que Francia es mucho más que esta sucesión de números musicales algo kitsch y que resultaban fríos por la falta de un público que les contagiase calor y emoción. Nada menos deportivo que la aparición de un Dionisio azul y cebado en medio de alimentos altamente calóricos. Los valores de contención, dominio, disciplina, superación, esfuerzo y coraje, sacrificio y compañerismo, típicos del deporte y de los esforzados atletas, brillaron por su ausencia. El hedonismo, valor supremo en esta Europa sin rumbo, quedó muy bien pintado y reflejado. Ciertamente, no vivimos tiempos heroicos. El emblema olímpico de Citius, altius, fortius, (más veloz, más alto, más fuerte) se trastocó en el Sena, en varios momentos, por un alarde de feísmo. Nada de la antigua grandeur de Francia. Francia (al igual que toda Europa) rebajada a unos ideales efímeros, panfilistas y buenistas, muy acordes con los tiempos que corren.

El espectacular edificio de la Conciergerie albergó uno de los números de peor gusto que se haya visto en unos juegos olímpicos: una María Antonieta decapitada aparecía vociferando en uno de los balcones, mientras una banda de música metal cantaba una canción de la época revolucionaria Ça ira (entre otras lindezas, se decía: ¡colgaremos a los aristócratas!), y una lluvia de confetti rojo simulaba el baño de sangre que acarreó la revolución francesa y el conocido periodo del Terror. Nada más alejado del espíritu olímpico: los griegos que fundaron los Juegos en Olimpia exigían una tregua de paz a todas las ciudades participantes.

El plato-basura llegó cuando un grupo de drag-queens escenificó grotescamente la Última Cena de Leonardo da Vinci (por cierto, muerto y enterrado en Francia). A lo largo de las últimas décadas ha habido muchos artistas que han parodiado, incluso irreverentemente, la original disposición de los 12 apóstoles, en grupos de tres, del pintor milanés. Nada que objetar. Pero no parece de recibo que en una Ceremonia, diseñada por un gobierno, en este caso el francés, y pagada con dinero público, se pueda ser tan irrespetuoso con los valores de una religión que profesan millones de creyentes en el mundo entero. En este número, la vulgaridad y la zafiedad alcanzaron tintes épicos. El respeto deportivo falló completamente. Tampoco me hubiera gustado que ninguna otra religión fuese escarnecida. Pero, puestos a reírse de las religiones, podían haber repartido las burlas entre todas las religiones. Alguna de las cuales, en su versión radical, la tienen muy cerca y muy presente los franceses, con continuas algaradas e incendios en los barrios, sabotajes, algún sangriento asesinato a sus espaldas, por ejemplo de los trabajadores del periódico satírico Charlie-Hebdo.

Hay una Francia onírica, irreal, buenista, que sermoneó y catequizó a lo largo del espectáculo de  Apertura con las ideologías de moda. Pero hay una Francia real, menos colorista y menos alegre. Es la Francia de los sabotajes a los trenes, en las horas previas a la inauguración. Una Francia atemorizada con la insolencia de un islamismo radical (en el que no puedo incluir a los honrados y piadosos musulmanes) que desprecia los valores democráticos y siente un odio visceral por la Francia laica y republicana. La misma Francia que ha brindado a las sucesivas oleadas de emigrantes muchas oportunidades en la escuela, en el hospital, en los subsidios de desempleo y en todo tipo de ayudas. Un islamismo radical que siente el mismo desprecio por la religión de los cristianos que son los mismos que les ofrecen ayuda incondicional en cada parroquia y en cada salón de cáritas, lo cual honra a los cristianos, todo sea dicho. Esa es también la Francia real. No me extraña que muchos islamistas radicales se froten las manos ante esta ceguera de Francia y de Europa.

 Y no está de más recordar, en este punto, el cuentecillo de aquel hortelano al que los topillos tenían arrasados los surcos del huerto. Apenas salían los brotes, los topillos hacían de las suyas. Y sin embargo el hortelano no paraba de disparar con su carabina a los gorriones. Francia, y también Europa, no para de disparar contra los gorriones, a pesar de que son los topillos los que arrasan con las coles, las lechugas y los tomates.

En fin cosas de la modernidad, de la cultura de la cancelación y de esa fascinación por la barbarie, que parecen definir nuestro tiempo. En cada momento las ideologías ciegas, sostenidas por sus correspondientes políticos en los Parlamentos, dicen contra qué gorriones hay que disparar y ante qué topillos hay que ponerse de rodillas. Probablemente nada nuevo en el mundo. Pero da un poco de pena por esta Europa desnortada, que olvida sus raíces y tira piedras a su propio tejado. Es, sin duda, la Europa de Dionisio, de cuya borrachera nada bueno puede esperarse.

Tal vez esa bandera olímpica izada al revés junto a la torre Eiffel de París sea sólo un símbolo, metáfora inquietante, comparación siniestra, de una Francia y de una Europa ‘al revés’, orgullosa de su decadencia y de su galope hacia el abismo de los bárbaros. No olvidemos nunca que un pequeño rey bárbaro, Teodorico, en un momento en que  Roma empezaba a sentirse orgullosa de su decadencia, y era incapaz de ver lo que pasaba a su alrededor, describió magníficamente lo que observaba: “los bárbaros listos quieren ser romanos, y los romanos tontos quieren ser bárbaros”.

Probablemente, cuando los "bárbaros" alcancen el poder y sean mayoría en las naciones de Europa, los primeros que van a caer son los derechos de las mujeres y los derechos LGTBI, además de otros muchos. Y entonces, muy probablemente, no nos quedarán ganas de mofarnos de la Última Cena ni de los valores inmortales que esa misma Cena contiene y representa.




















sábado, 9 de marzo de 2024

“… so pena de ser señalado como un Estado asesino”


La muerte de más de 100 civiles a manos de las tropas israelíes mientras se arremolinaban para recoger alimentos ha devuelto actualidad a la guerra de Gaza. Condené en su día el atentado y secuestro de rehenes en octubre de 2023, perpetrado por el sanguinario grupo terrorista Hamás, tal vez el enemigo número uno de Palestina.

Pero la respuesta de Israel ha sido mucho más que desproporcionada; ha sido sanguinaria. La Comisión General de Justicia y Paz, tras el ataque a los civiles que, hambrientos, intentaban hacerse con un puñado de arroz o galletas, ha manifestado con rotundidad: "Hay límites que no se pueden cruzar son pena de ser señalado como un Estado asesino”. La Comisión afirma también: “Es una acción más de la larga lista de ataques con la excusa de encontrar personas de Hamás entre ella”.

            Condenar el atentado de Hamás no significa callar ante las acciones violentas de Israel, que han ido mucho más allá de la legítima defensa. Un Estado deja de ser Estado cuando no respeta los más elementales derechos humanos, hace caso omiso de las normas internacionales, y ataca a civiles desarmados.

            Los ataques a hospitales, con el pretexto de que esconden armas o terroristas de Hamás, ha dejado en la pura ruina la atención sanitaria de la franja de Gaza. Con la excusa de perseguir a los terroristas, están expulsando de sus casas y de sus barrios a miles de palestinos. “¿Se trata –se pregunta la mencionada Comisión- de asolar el territorio, para no dejar posibilidad de residencia en él?”. Yo diría que existe una voluntad de reducir Gaza a un solar, que posteriormente será ocupado por los colonos israelíes. Ni siquiera en legítima defensa vale todo. Ni siquiera en la guerra vale todo. Hay una ética de mínimos que debe respetarse. Cuando se cruza ese umbral, se entra en la ley de la selva: un bosque de terror,  horror y barbarie.

            ¿No resulta increíble que un pueblo que a mediados del siglo XX conoció Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Mathausen, Dachau… no sienta un mínimo de piedad hacia los niños inocentes, enfermos, hambrientos de Palestina? Netanyahu, sus ministros  y todos sus apoyos son enemigos, no solo de Palestina, sino de los propios israelitas, porque a los ojos del mundo están comportándose como sus antiguos verdugos de los campos de concentración. Puedo sentir hasta pena por los jóvenes soldados, arrastrados a una guerra y empujados a matar. La víctima derrama su sangre. Pero esa misma sangre mancha de por vida a quien mata.

            El drama de Palestina es, tal vez, que es un pueblo sin amigos, ni siquiera entre sus vecinos árabes o musulmanes, verdaderamente indolentes e indiferentes al drama gazatí. Resulta hipócrita y cínico, por otro lado, que en los últimos días, con la boca pequeña, la administración norteamericana alerte de los “excesos israelíes”, cuando ha vetado todas y cada una de las resoluciones de la ONU que condenaban a Israel por sus repetidos atropellos y demasías contra los palestinos. ¿Es Estados Unidos un Estado cómplice de un Estado terrorista? Ahí lo dejo.

            Lo he escrito en otro momento, Palestina no es modelo de casi nada: ni de democracia, ni de derechos humanos, ni de respeto a las minorías. Pero eso no quita para que, ante tantas vidas inocentes y echadas a perder para siempre, se condene sin paliativos la masacre provocada por el ejército israelita. Se calcula que desde el momento del estallido bélico en octubre pasado han muerto algo más de treinta mil palestinos, otros setenta y dos mil han resultado heridos. Y se calcula que más de un millón de desplazados forzosos están hacinados en campos de refugiados, mientras los hospitales reciben consternados a niños que se les mueren por desnutrición (según estimaciones, el 16% de los niños la sufren). El Director de la OMS ha escrito que “los niños que han sobrevivido a un bombardeo, tal vez no sobrevivan a una hambruna”

            Solo cabe esperar que en tantos israelitas honrados, que los hay, y en tantos palestinos honrados, que los hay, crezca la piedad hacia los inocentes, hablen la lengua que hablen, crean en el Dios que crean y tengan la bandera que tengan. Sin esa piedad hacia los inocentes, difícilmente podemos seguir llamándonos humanos.

La tierra del profeta Isaías que soñó una mundo donde “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. La tierra en la que Jesús bendijo a los mansos, a los limpios de corazón, a los humildes y a los pacíficos… no se merece menos. Ni sus gentes pueden aspirar a menos.

















sábado, 10 de febrero de 2024

Agricultores en el asfalto

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Los tractores han abandonado los campos y se han metido en el asfalto y en la ciudad. Los agricultores y los ganaderos han dejado los establos y las tierras de labor y se han colado en las calles, para manifestarse y defender un estilo de vida, una forma de pensar y, sobre todo, una forma de producir, precisamente alimentos, algo tan necesario, que cada día compramos en el supermercado y que nos encontramos en el plato a la hora de desayunar, comer y cenar. Tres veces al día necesitamos los frutos del campo. 

En estos últimos días, me he ido fijando en las diferentes pancartas que acompañaban a las tractoradas por las ciudades de España. Las había incisivas, humoristas, ácidas e ingeniosas. Una de ellas captó mi intención. Y se la regalo al Ministerio de Consumo (no sé cuál es su misión): “Junto al precio de los alimentos en los supermercados, deberían poner también el precio que han pagado al agricultor o al ganadero”. Pues sí, sería una idea estupenda: que una vez por todas aprendiésemos que los alimentos no los producen Mercadona, Día, Gadis, Alimerka, Carrefour, Aldi, Lidl y otros tantos. ¡No! Y que los alimentos no aparecen, por arte de birlibirloque, en la nevera o en el armario de la cocina. Los alimentos los producen  el campo y la ganadería, los agricultores y los ganaderos. Y en los últimos años los venden a unos precios tan ridículos e indignos que daría para un memorial de agravios. Precios tan inmorales que en el último año han cerrado tres ganadería cada día (subida de los piensos, subida de los combustibles, sequía, burocracia extenuante…). Y de cientos de tierras no se ha recolectado el fruto porque costaba más sacar las patatas que el precio que ofrecían por ellas.

Los precios de los alimentos en el último año, por dar un dato, han subido un 10,5%. Y sin embargo esta riqueza no ha repercutido a los hombres y mujeres del campo. Si pagan 10 céntimos el kilo de tomates a un agricultor y tú lo compras en el supermercado a 2,50 euros, ¿quién se está beneficiando?  Parece que quien pone la tierra, el trabajo, el sudor, quien adelanta el capital, quien da trabajo a los jornaleros, quien mira al cielo para ver si la helada o la sequía acabará con el fruto, no es el agricultor, sino los señores que, desde sus despachos y ordenadores, sin arriesgar nada, hacen el agosto, un agosto que abarca los doce meses del año. Cuando camino por los caminos parcelarios y me adentro en los campos, descubro, al menos en esta tierra de minifundismo castellano, que la gente vive honradamente de su trabajo y que ninguno de ellos se ha hecho millonario vendiendo sus uvas, sus patatas, sus cebollas o su cebada. No vengáis a buscar millonarios en quien ara con el tractor hasta que el día atardece, en quien está subido a una cosechadora hasta las doce de la noche, o cambia los tubos de riego con el sol hiriente, o se desloma recogiendo patatas y llenando sacas. Lo triste de todo esto es que, como decía también una de las pancartas, “por una bolsa de plástico el supermercado me pide 15 céntimos, más de lo que el propio supermercado ha pagado al agricultor por un kilo de naranjas”.

Allá lejos en Bruselas, los políticos y los funcionarios europeos, repartidos por un sinfín de edificios y de hoteles de alto standing, gobiernan para un territorio inmenso, cuyas formas de vida no tienen demasiado en común. Probablemente tiene poco que ver el ganadero asturiano de cuatro vacas y cuatro prados con las ganaderías estabuladas de Centroeuropa. Probablemente el pequeño agricultor de un pueblo de Sicilia no se parece a la forma de producir de los inmensos invernaderos de Almería. Hasta hace no muchas décadas un ganadero podía vivir con sus cuatro vacas y un agricultor con sus cuatro tierras. ¡Hoy es impensable! Europa quiere ir a la vanguardia de la agricultura ecológica y del respeto medioambiental, pero no se puede echar por la borda a miles de pequeños agricultores y ganaderos que, desde que han nacido, no han conocido más que sus cuatro hectáreas y su aprisco de ovejas. No se puede exigir cumplir una burocracia tan estricta a nuestras pisciculturas, establos de ganado, y cultivos, tantos controles en la leche y en la carne, en los invernaderos, y luego importar miles de toneladas de alimentos de países con normativas laxas y con sueldos de hambre a los trabajadores. Este verano un agricultor me decía que había tenido que contratar una gestoría para que le arreglase todos los papeles, porque le llevaba más tiempo rellenar formularios que arar las tierras. La agenda 2030 está muy bien, es muy bonita, pero habrá que aterrizarla en las realidades concretas, que no son lo mismo en Baviera que en el Algarve.

Hay cosas que son verdaderamente desquiciantes. No se entiende que llevemos naranjas españolas a Dinamarca y traigamos naranjas marroquíes a España. No se entiende que un tráfico pesado atasque todas las carreteras internacionales llevando patatas descontroladamente de país en país. No se entiende que entre el 20 y el 40% de la fruta y la verdura acabe en la basura porque su aspecto no es perfecto ni su tamaño standard. No se entiende que un alto porcentaje de la aviación comercial esté dedicada al transporte alimentos. Es decir que los aviones –que contaminan lo que no está escrito- vengan cargados de lechugas, piñas tropicales, mangos, carne, flores, y que luego se nos “catequice” para que pongamos el despertador y encendamos la lavadora a las cuatro y diez de la mañana, o para que nos compremos un coche eléctrico porque el coche de gasóleo (que previamente nos habían animado a comprar) contamina mucho o que se impida el paso al centro de la ciudad de nuestro viejo coche. No se entiende que traigamos el trigo en barcos desde los países bálticos y luego no dejemos a los agricultores de Frómista sembrar trigo. No se entiende que se den ayudas por sembrar, en tierras de secano, girasoles que se secarán antes de tiempo y que no darán ningún fruto. No se entiende que miles de toneladas de naranjas en Valencia estén destinadas, no a las mesas, sino a las fábricas de biodiesel. Resulta increíble que el mayor productor del mundo de aceite haya visto como en el último año el precio de una botella de litro se duplicaba. No se entiende que seamos tan sensibles a la conservación de lobo y tan insensibles a las ovejas que el lobo mata. Hay algo desquiciante en esta política agrícola.

Creo que uno de los males de este país es la falta de sensibilidad hacia los problemas de la ganadería, la pesca y la agricultura. Me gustaría saber cuántos de los políticos que nos gobiernan a nivel nacional, autonómico o municipal han trabajado alguna vez en en el campo. La mayoría de ellos son urbanitas de zapato sin barros que nunca han pisado un establo, ni han ordeñado una vaca, ni han doblado el espinazo para recoger patatas o han faenado para pescar sardinas. Son, en su mayoría, gente que sólo conoce las oficinas, las aulas de la universidad, los despachos de abogados, y los cómodos salones de los partidos políticos y los sindicatos. Gentes que no saben manejar más que el ordenador y el móvil. Y ya se sabe, como rezaba otra pancarta: "La agricultura es muy fácil cuando se ara con un lápiz". Quien ha entrado en un corral de animales o ha vendimiado en pleno mediodía o ha recogido aceituna en el frío de enero ve las cosas distintas y los problemas diferentes. No se entiende que los grandes supermercados ofrezcan cajas de leche (producto anzuelo) por debajo de los costes de producción, y que las autoridades no intervengan o que las multas sean mínimas. Creo que la política agraria europea es la pata coja de la administración del Viejo Contiente. Las ayudas – que las hay- no solucionan el problema. El campo de un país está para ser trabajado. El campo tiene que producir. Una nación necesita ser autosuficiente en materia de alimentos. Un país necesita ser soberano, alimentariamente hablando.

En estos últimos días, los tractores han circulado por nuestras avenidas y el estiércol de los establos ha acabado a veces a las puertas de los impolutos palacios del poder. Estos días hemos entendido que podemos no necesitar nunca un campo de golf, un festival de rock, o un asesor financiero o un arquitecto de renombre. Pero lo que sí que es cierto es que la ciudad siempre necesitará el campo. Los abogados, los funcionarios, los médicos y los maestros necesitan el campo. Los hombres y las mujeres del campo son trabajadores esenciales, también después de la era Covid. No podemos decir lo mismo de otras profesiones, incluida la de los políticos europeos y españoles.

















sábado, 13 de enero de 2024

Bendición a los “irregulares”

 


En Roma o en el avión que le llevaba de viaje, el Papa Francisco dejaba caer aquí allá, aunque siempre con diplomacia de sotana, su postura a favor de la acogida pastoral a los homosexuales y a las parejas ‘irregulares” en el seno de la Iglesia Católica. Finalmente, el pasado 18 de diciembre el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó la Declaración Fiducia suplicans sobre el valor de la bendición, que incluía a los divorciados vueltos a casar y a las parejas del mismo sexo. Los eclesiásticos y medios de comunicación afines a Francisco lanzaron la noticia a toda página. Los anti-Francisco pusieron el grito en el cielo y se rasgaron las vestiduras. Muchos episcopados nacionales optaron por un gélido silencio. Otros muchos, en franca desobediencia, dijeron claramente que no lo aplicarían. Y los grupos a los que, supuestamente, iba dirigido el documento (es decir, divorciados vueltos a casar y parejas del mismo sexo), lo recibieron con absoluta indiferencia.

El breve texto de Fiducia suplicans da vueltas y revueltas entre un buenismo moderno, de color arcoíris, y  un gatopardismo de “es preciso que todo cambie para que todo permanezca igual”. En el fondo, al documento se le podría comparar con el caramelo de barro envuelto en papel de colorines: un “sí, pero no, aunque, sin embargo, mientras que, por el contrario…”. Es decir, un empate técnico entre dos tendencias enfrentadas en el orbe católico.  

Se pueden leer expresiones como “son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio”. O también. “La Iglesia (…) no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial”. Ante tantos ‘peros’ se tiene la sensación de “bendiciones sí, pero a oscuras y a escondidas, para que nadie vea nada”. Para unos esta bendición es raquítica; para otros, intolerable. Unos piensan que responde al deseo del Papa de que la ternura de Dios alcance a todos, todos, todos. Otros creen que es un guiño al espíritu del tiempo y un reclamo de popularidad en tiempos de pérdida de masas. Lo cierto es que este documento se ha convertido en piedra de escándalo, pues ha ahondado aún más la fragmentación de la Iglesia Católica, y  ha obligado al propio Vaticano a dar marcha atrás y a aceptar que muchos obispos no apliquen la Declaración en sus respectivos territorios (algo que suele ocurrir muy pocas veces con los documentos papales).

A uno le deja perplejo esa manía de muchos monseñores por enmendar la plana al mismo Cristo y hablar en su nombre sobre cualquier tema. Y me deja aún más perplejo saber que la bendición a los ‘irregulares’ vaya a depender del territorio donde uno viva. ¡Pobre Dios que debe bendecir con entusiasmo a los irregulares belgas o alemanes! ¡Pobre Dios que debe abstenerse de bendecir a los ‘irregulares’ de regiones o provincias de América o Europa! ¡Pobre Dios que debe seguir ‘maldiciendo’ a los ‘irregulares” africanos (los obispos de este continente no sólo se han negado, sino que en muchas ocasiones no han levantado un dedo cuando algunos gobiernos de sus países aprobaban leyes implacables contra los gays, como es el caso de Uganda).

Yo, la verdad sea dicha, soy bastante indiferente a esta cuestión de las bendiciones ‘autorizadas’.  Algo me dice que esta Declaración vaticana no es sincera del todo. ¿Ha sido el fruto de una conversión evangélica en la Iglesia, o ‘las migajas’ que se arrojan a los pajarillos, al acabar la merienda y sacudir el mantel?

Siempre he desconfiado de quienes apuestan por los caballos ganadores (en este momento la bandera lgtbiq+ lo es en Occidente), y de repente se hacen los más modernos de la tribu. En esta Europa nuestra, hubiera sido muy valiente que hace unos cuantos años un cura hubiera defendido desde el púlpito al ‘mariquita’ del pueblo al que hacían la vida imposible, o que un obispo abrazase a divorciados vueltos a casar a los que hacían en vacío en la propia parroquia?.  

            Por otro lado, no sé cuántos matrimonios irregulares o cuantas parejas del mismo sexo han acelerado el paso para ‘suplicar una bendición’ eclesiástica, nada más conocer el documento vaticano. No creo equivocarme si digo que unos y otros hace ya muchos años que están en el ‘atrio de los gentiles’ o “en los umbrales de las iglesias”, como bellamente había dicho Simone Weil.

            En nombre de Dios se bendicen las casas, las fábricas, los coches, los souvenirs de los negocios, las figuras de barro, los ejércitos que van a la guerra, y hasta los perros y los gatos… ¿era mucho pedir que se bendijese abiertamente también a todos los seres humanos “irregulares”?

            ¿Es difícil entender que Dios nos bendice cada vez que hacemos más fácil la vida a los demás, cuando sentimos compasión por los que sufren, compartimos nuestros bienes con los pobres y a nuestro alrededor somos capaces de crear un hogar y un pequeño edén? ¿Es difícil entender que Dios nos ‘maldice’ cada vez que nos mostramos vengativos, cuando mentimos para sacar provecho, cuando nos enriquecemos a costa de los demás, cuando con nuestra maledicencia hundimos vidas ajenas, cuando maltratamos, herimos o matamos aunque sea una pequeña ilusión?

            Dios, gracias a Dios, (así me ha parecido leer en el Evangelio), sólo mira el corazón, su ternura, su compasión, su perdón y su alegría. Dios mira nuestras obras y los sentires que brotan del corazón humano. Quien cuida al padre enfermo, quien hace la compra al emigrante, quien habla bien de todos, quien es honesto en el trabajo, quien lucha por el bien común, quien, en definitiva, ama, independientemente de que sea un hombre o una mujer, un hetero o un gay, un casado o un divorciado, un creyente o un agnóstico, un joven o un viejo, un portorriqueño o un holandés… Dios solo mira nuestro corazón, y nunca nuestra bragueta. Así es Dios. Y así es, aun cuando todos los obispos y los sínodos del mundo digan lo contrario.

            A los 15 años aprendí de memoria (en francés se dice aprender ‘par coeur’, es decir, de corazón) las últimas palabras del gran escritor Víctor Hugo, poca antes de morir: “Lego cincuenta mil francos a los necesitados. Deseo ser llevado al cementerio en el carro fúnebre de los pobres. Rehúso la oración de todas las iglesias. Suplico una oración a todas las almas. Creo en Dios”. 

            Y esto mismo valdría también para las bendiciones. Solo cabe esperar que a todos vosotros, a cada uno, vuestra familia, vuestros amigos y las personas de buen corazón que os rodean, os bendigan a manos llenas y a corazones rebosantes.












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