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sábado, 9 de marzo de 2024

“… so pena de ser señalado como un Estado asesino”


La muerte de más de 100 civiles a manos de las tropas israelíes mientras se arremolinaban para recoger alimentos ha devuelto actualidad a la guerra de Gaza. Condené en su día el atentado y secuestro de rehenes en octubre de 2023, perpetrado por el sanguinario grupo terrorista Hamás, tal vez el enemigo número uno de Palestina.

Pero la respuesta de Israel ha sido mucho más que desproporcionada; ha sido sanguinaria. La Comisión General de Justicia y Paz, tras el ataque a los civiles que, hambrientos, intentaban hacerse con un puñado de arroz o galletas, ha manifestado con rotundidad: "Hay límites que no se pueden cruzar son pena de ser señalado como un Estado asesino”. La Comisión afirma también: “Es una acción más de la larga lista de ataques con la excusa de encontrar personas de Hamás entre ella”.

            Condenar el atentado de Hamás no significa callar ante las acciones violentas de Israel, que han ido mucho más allá de la legítima defensa. Un Estado deja de ser Estado cuando no respeta los más elementales derechos humanos, hace caso omiso de las normas internacionales, y ataca a civiles desarmados.

            Los ataques a hospitales, con el pretexto de que esconden armas o terroristas de Hamás, ha dejado en la pura ruina la atención sanitaria de la franja de Gaza. Con la excusa de perseguir a los terroristas, están expulsando de sus casas y de sus barrios a miles de palestinos. “¿Se trata –se pregunta la mencionada Comisión- de asolar el territorio, para no dejar posibilidad de residencia en él?”. Yo diría que existe una voluntad de reducir Gaza a un solar, que posteriormente será ocupado por los colonos israelíes. Ni siquiera en legítima defensa vale todo. Ni siquiera en la guerra vale todo. Hay una ética de mínimos que debe respetarse. Cuando se cruza ese umbral, se entra en la ley de la selva: un bosque de terror,  horror y barbarie.

            ¿No resulta increíble que un pueblo que a mediados del siglo XX conoció Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Mathausen, Dachau… no sienta un mínimo de piedad hacia los niños inocentes, enfermos, hambrientos de Palestina? Netanyahu, sus ministros  y todos sus apoyos son enemigos, no solo de Palestina, sino de los propios israelitas, porque a los ojos del mundo están comportándose como sus antiguos verdugos de los campos de concentración. Puedo sentir hasta pena por los jóvenes soldados, arrastrados a una guerra y empujados a matar. La víctima derrama su sangre. Pero esa misma sangre mancha de por vida a quien mata.

            El drama de Palestina es, tal vez, que es un pueblo sin amigos, ni siquiera entre sus vecinos árabes o musulmanes, verdaderamente indolentes e indiferentes al drama gazatí. Resulta hipócrita y cínico, por otro lado, que en los últimos días, con la boca pequeña, la administración norteamericana alerte de los “excesos israelíes”, cuando ha vetado todas y cada una de las resoluciones de la ONU que condenaban a Israel por sus repetidos atropellos y demasías contra los palestinos. ¿Es Estados Unidos un Estado cómplice de un Estado terrorista? Ahí lo dejo.

            Lo he escrito en otro momento, Palestina no es modelo de casi nada: ni de democracia, ni de derechos humanos, ni de respeto a las minorías. Pero eso no quita para que, ante tantas vidas inocentes y echadas a perder para siempre, se condene sin paliativos la masacre provocada por el ejército israelita. Se calcula que desde el momento del estallido bélico en octubre pasado han muerto algo más de treinta mil palestinos, otros setenta y dos mil han resultado heridos. Y se calcula que más de un millón de desplazados forzosos están hacinados en campos de refugiados, mientras los hospitales reciben consternados a niños que se les mueren por desnutrición (según estimaciones, el 16% de los niños la sufren). El Director de la OMS ha escrito que “los niños que han sobrevivido a un bombardeo, tal vez no sobrevivan a una hambruna”

            Solo cabe esperar que en tantos israelitas honrados, que los hay, y en tantos palestinos honrados, que los hay, crezca la piedad hacia los inocentes, hablen la lengua que hablen, crean en el Dios que crean y tengan la bandera que tengan. Sin esa piedad hacia los inocentes, difícilmente podemos seguir llamándonos humanos.

La tierra del profeta Isaías que soñó una mundo donde “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. La tierra en la que Jesús bendijo a los mansos, a los limpios de corazón, a los humildes y a los pacíficos… no se merece menos. Ni sus gentes pueden aspirar a menos.

















sábado, 10 de febrero de 2024

Agricultores en el asfalto

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Los tractores han abandonado los campos y se han metido en el asfalto y en la ciudad. Los agricultores y los ganaderos han dejado los establos y las tierras de labor y se han colado en las calles, para manifestarse y defender un estilo de vida, una forma de pensar y, sobre todo, una forma de producir, precisamente alimentos, algo tan necesario, que cada día compramos en el supermercado y que nos encontramos en el plato a la hora de desayunar, comer y cenar. Tres veces al día necesitamos los frutos del campo. 

En estos últimos días, me he ido fijando en las diferentes pancartas que acompañaban a las tractoradas por las ciudades de España. Las había incisivas, humoristas, ácidas e ingeniosas. Una de ellas captó mi intención. Y se la regalo al Ministerio de Consumo (no sé cuál es su misión): “Junto al precio de los alimentos en los supermercados, deberían poner también el precio que han pagado al agricultor o al ganadero”. Pues sí, sería una idea estupenda: que una vez por todas aprendiésemos que los alimentos no los producen Mercadona, Día, Gadis, Alimerka, Carrefour, Aldi, Lidl y otros tantos. ¡No! Y que los alimentos no aparecen, por arte de birlibirloque, en la nevera o en el armario de la cocina. Los alimentos los producen  el campo y la ganadería, los agricultores y los ganaderos. Y en los últimos años los venden a unos precios tan ridículos e indignos que daría para un memorial de agravios. Precios tan inmorales que en el último año han cerrado tres ganadería cada día (subida de los piensos, subida de los combustibles, sequía, burocracia extenuante…). Y de cientos de tierras no se ha recolectado el fruto porque costaba más sacar las patatas que el precio que ofrecían por ellas.

Los precios de los alimentos en el último año, por dar un dato, han subido un 10,5%. Y sin embargo esta riqueza no ha repercutido a los hombres y mujeres del campo. Si pagan 10 céntimos el kilo de tomates a un agricultor y tú lo compras en el supermercado a 2,50 euros, ¿quién se está beneficiando?  Parece que quien pone la tierra, el trabajo, el sudor, quien adelanta el capital, quien da trabajo a los jornaleros, quien mira al cielo para ver si la helada o la sequía acabará con el fruto, no es el agricultor, sino los señores que, desde sus despachos y ordenadores, sin arriesgar nada, hacen el agosto, un agosto que abarca los doce meses del año. Cuando camino por los caminos parcelarios y me adentro en los campos, descubro, al menos en esta tierra de minifundismo castellano, que la gente vive honradamente de su trabajo y que ninguno de ellos se ha hecho millonario vendiendo sus uvas, sus patatas, sus cebollas o su cebada. No vengáis a buscar millonarios en quien ara con el tractor hasta que el día atardece, en quien está subido a una cosechadora hasta las doce de la noche, o cambia los tubos de riego con el sol hiriente, o se desloma recogiendo patatas y llenando sacas. Lo triste de todo esto es que, como decía también una de las pancartas, “por una bolsa de plástico el supermercado me pide 15 céntimos, más de lo que el propio supermercado ha pagado al agricultor por un kilo de naranjas”.

Allá lejos en Bruselas, los políticos y los funcionarios europeos, repartidos por un sinfín de edificios y de hoteles de alto standing, gobiernan para un territorio inmenso, cuyas formas de vida no tienen demasiado en común. Probablemente tiene poco que ver el ganadero asturiano de cuatro vacas y cuatro prados con las ganaderías estabuladas de Centroeuropa. Probablemente el pequeño agricultor de un pueblo de Sicilia no se parece a la forma de producir de los inmensos invernaderos de Almería. Hasta hace no muchas décadas un ganadero podía vivir con sus cuatro vacas y un agricultor con sus cuatro tierras. ¡Hoy es impensable! Europa quiere ir a la vanguardia de la agricultura ecológica y del respeto medioambiental, pero no se puede echar por la borda a miles de pequeños agricultores y ganaderos que, desde que han nacido, no han conocido más que sus cuatro hectáreas y su aprisco de ovejas. No se puede exigir cumplir una burocracia tan estricta a nuestras pisciculturas, establos de ganado, y cultivos, tantos controles en la leche y en la carne, en los invernaderos, y luego importar miles de toneladas de alimentos de países con normativas laxas y con sueldos de hambre a los trabajadores. Este verano un agricultor me decía que había tenido que contratar una gestoría para que le arreglase todos los papeles, porque le llevaba más tiempo rellenar formularios que arar las tierras. La agenda 2030 está muy bien, es muy bonita, pero habrá que aterrizarla en las realidades concretas, que no son lo mismo en Baviera que en el Algarve.

Hay cosas que son verdaderamente desquiciantes. No se entiende que llevemos naranjas españolas a Dinamarca y traigamos naranjas marroquíes a España. No se entiende que un tráfico pesado atasque todas las carreteras internacionales llevando patatas descontroladamente de país en país. No se entiende que entre el 20 y el 40% de la fruta y la verdura acabe en la basura porque su aspecto no es perfecto ni su tamaño standard. No se entiende que un alto porcentaje de la aviación comercial esté dedicada al transporte alimentos. Es decir que los aviones –que contaminan lo que no está escrito- vengan cargados de lechugas, piñas tropicales, mangos, carne, flores, y que luego se nos “catequice” para que pongamos el despertador y encendamos la lavadora a las cuatro y diez de la mañana, o para que nos compremos un coche eléctrico porque el coche de gasóleo (que previamente nos habían animado a comprar) contamina mucho o que se impida el paso al centro de la ciudad de nuestro viejo coche. No se entiende que traigamos el trigo en barcos desde los países bálticos y luego no dejemos a los agricultores de Frómista sembrar trigo. No se entiende que se den ayudas por sembrar, en tierras de secano, girasoles que se secarán antes de tiempo y que no darán ningún fruto. No se entiende que miles de toneladas de naranjas en Valencia estén destinadas, no a las mesas, sino a las fábricas de biodiesel. Resulta increíble que el mayor productor del mundo de aceite haya visto como en el último año el precio de una botella de litro se duplicaba. No se entiende que seamos tan sensibles a la conservación de lobo y tan insensibles a las ovejas que el lobo mata. Hay algo desquiciante en esta política agrícola.

Creo que uno de los males de este país es la falta de sensibilidad hacia los problemas de la ganadería, la pesca y la agricultura. Me gustaría saber cuántos de los políticos que nos gobiernan a nivel nacional, autonómico o municipal han trabajado alguna vez en en el campo. La mayoría de ellos son urbanitas de zapato sin barros que nunca han pisado un establo, ni han ordeñado una vaca, ni han doblado el espinazo para recoger patatas o han faenado para pescar sardinas. Son, en su mayoría, gente que sólo conoce las oficinas, las aulas de la universidad, los despachos de abogados, y los cómodos salones de los partidos políticos y los sindicatos. Gentes que no saben manejar más que el ordenador y el móvil. Y ya se sabe, como rezaba otra pancarta: "La agricultura es muy fácil cuando se ara con un lápiz". Quien ha entrado en un corral de animales o ha vendimiado en pleno mediodía o ha recogido aceituna en el frío de enero ve las cosas distintas y los problemas diferentes. No se entiende que los grandes supermercados ofrezcan cajas de leche (producto anzuelo) por debajo de los costes de producción, y que las autoridades no intervengan o que las multas sean mínimas. Creo que la política agraria europea es la pata coja de la administración del Viejo Contiente. Las ayudas – que las hay- no solucionan el problema. El campo de un país está para ser trabajado. El campo tiene que producir. Una nación necesita ser autosuficiente en materia de alimentos. Un país necesita ser soberano, alimentariamente hablando.

En estos últimos días, los tractores han circulado por nuestras avenidas y el estiércol de los establos ha acabado a veces a las puertas de los impolutos palacios del poder. Estos días hemos entendido que podemos no necesitar nunca un campo de golf, un festival de rock, o un asesor financiero o un arquitecto de renombre. Pero lo que sí que es cierto es que la ciudad siempre necesitará el campo. Los abogados, los funcionarios, los médicos y los maestros necesitan el campo. Los hombres y las mujeres del campo son trabajadores esenciales, también después de la era Covid. No podemos decir lo mismo de otras profesiones, incluida la de los políticos europeos y españoles.

















sábado, 13 de enero de 2024

Bendición a los “irregulares”

 


En Roma o en el avión que le llevaba de viaje, el Papa Francisco dejaba caer aquí allá, aunque siempre con diplomacia de sotana, su postura a favor de la acogida pastoral a los homosexuales y a las parejas ‘irregulares” en el seno de la Iglesia Católica. Finalmente, el pasado 18 de diciembre el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó la Declaración Fiducia suplicans sobre el valor de la bendición, que incluía a los divorciados vueltos a casar y a las parejas del mismo sexo. Los eclesiásticos y medios de comunicación afines a Francisco lanzaron la noticia a toda página. Los anti-Francisco pusieron el grito en el cielo y se rasgaron las vestiduras. Muchos episcopados nacionales optaron por un gélido silencio. Otros muchos, en franca desobediencia, dijeron claramente que no lo aplicarían. Y los grupos a los que, supuestamente, iba dirigido el documento (es decir, divorciados vueltos a casar y parejas del mismo sexo), lo recibieron con absoluta indiferencia.

El breve texto de Fiducia suplicans da vueltas y revueltas entre un buenismo moderno, de color arcoíris, y  un gatopardismo de “es preciso que todo cambie para que todo permanezca igual”. En el fondo, al documento se le podría comparar con el caramelo de barro envuelto en papel de colorines: un “sí, pero no, aunque, sin embargo, mientras que, por el contrario…”. Es decir, un empate técnico entre dos tendencias enfrentadas en el orbe católico.  

Se pueden leer expresiones como “son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio”. O también. “La Iglesia (…) no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial”. Ante tantos ‘peros’ se tiene la sensación de “bendiciones sí, pero a oscuras y a escondidas, para que nadie vea nada”. Para unos esta bendición es raquítica; para otros, intolerable. Unos piensan que responde al deseo del Papa de que la ternura de Dios alcance a todos, todos, todos. Otros creen que es un guiño al espíritu del tiempo y un reclamo de popularidad en tiempos de pérdida de masas. Lo cierto es que este documento se ha convertido en piedra de escándalo, pues ha ahondado aún más la fragmentación de la Iglesia Católica, y  ha obligado al propio Vaticano a dar marcha atrás y a aceptar que muchos obispos no apliquen la Declaración en sus respectivos territorios (algo que suele ocurrir muy pocas veces con los documentos papales).

A uno le deja perplejo esa manía de muchos monseñores por enmendar la plana al mismo Cristo y hablar en su nombre sobre cualquier tema. Y me deja aún más perplejo saber que la bendición a los ‘irregulares’ vaya a depender del territorio donde uno viva. ¡Pobre Dios que debe bendecir con entusiasmo a los irregulares belgas o alemanes! ¡Pobre Dios que debe abstenerse de bendecir a los ‘irregulares’ de regiones o provincias de América o Europa! ¡Pobre Dios que debe seguir ‘maldiciendo’ a los ‘irregulares” africanos (los obispos de este continente no sólo se han negado, sino que en muchas ocasiones no han levantado un dedo cuando algunos gobiernos de sus países aprobaban leyes implacables contra los gays, como es el caso de Uganda).

Yo, la verdad sea dicha, soy bastante indiferente a esta cuestión de las bendiciones ‘autorizadas’.  Algo me dice que esta Declaración vaticana no es sincera del todo. ¿Ha sido el fruto de una conversión evangélica en la Iglesia, o ‘las migajas’ que se arrojan a los pajarillos, al acabar la merienda y sacudir el mantel?

Siempre he desconfiado de quienes apuestan por los caballos ganadores (en este momento la bandera lgtbiq+ lo es en Occidente), y de repente se hacen los más modernos de la tribu. En esta Europa nuestra, hubiera sido muy valiente que hace unos cuantos años un cura hubiera defendido desde el púlpito al ‘mariquita’ del pueblo al que hacían la vida imposible, o que un obispo abrazase a divorciados vueltos a casar a los que hacían en vacío en la propia parroquia?.  

            Por otro lado, no sé cuántos matrimonios irregulares o cuantas parejas del mismo sexo han acelerado el paso para ‘suplicar una bendición’ eclesiástica, nada más conocer el documento vaticano. No creo equivocarme si digo que unos y otros hace ya muchos años que están en el ‘atrio de los gentiles’ o “en los umbrales de las iglesias”, como bellamente había dicho Simone Weil.

            En nombre de Dios se bendicen las casas, las fábricas, los coches, los souvenirs de los negocios, las figuras de barro, los ejércitos que van a la guerra, y hasta los perros y los gatos… ¿era mucho pedir que se bendijese abiertamente también a todos los seres humanos “irregulares”?

            ¿Es difícil entender que Dios nos bendice cada vez que hacemos más fácil la vida a los demás, cuando sentimos compasión por los que sufren, compartimos nuestros bienes con los pobres y a nuestro alrededor somos capaces de crear un hogar y un pequeño edén? ¿Es difícil entender que Dios nos ‘maldice’ cada vez que nos mostramos vengativos, cuando mentimos para sacar provecho, cuando nos enriquecemos a costa de los demás, cuando con nuestra maledicencia hundimos vidas ajenas, cuando maltratamos, herimos o matamos aunque sea una pequeña ilusión?

            Dios, gracias a Dios, (así me ha parecido leer en el Evangelio), sólo mira el corazón, su ternura, su compasión, su perdón y su alegría. Dios mira nuestras obras y los sentires que brotan del corazón humano. Quien cuida al padre enfermo, quien hace la compra al emigrante, quien habla bien de todos, quien es honesto en el trabajo, quien lucha por el bien común, quien, en definitiva, ama, independientemente de que sea un hombre o una mujer, un hetero o un gay, un casado o un divorciado, un creyente o un agnóstico, un joven o un viejo, un portorriqueño o un holandés… Dios solo mira nuestro corazón, y nunca nuestra bragueta. Así es Dios. Y así es, aun cuando todos los obispos y los sínodos del mundo digan lo contrario.

            A los 15 años aprendí de memoria (en francés se dice aprender ‘par coeur’, es decir, de corazón) las últimas palabras del gran escritor Víctor Hugo, poca antes de morir: “Lego cincuenta mil francos a los necesitados. Deseo ser llevado al cementerio en el carro fúnebre de los pobres. Rehúso la oración de todas las iglesias. Suplico una oración a todas las almas. Creo en Dios”. 

            Y esto mismo valdría también para las bendiciones. Solo cabe esperar que a todos vosotros, a cada uno, vuestra familia, vuestros amigos y las personas de buen corazón que os rodean, os bendigan a manos llenas y a corazones rebosantes.












martes, 28 de noviembre de 2023

¿Réquiem por Israel y por Palestina?


Después de semanas de violencia inaudita en Gaza, se ha abierto un resquicio de luz con el intercambio de rehenes por ambas partes. No por criticar al gobierno de Israel, uno es antisemita. No por sentir piedad por los palestinos, uno está a favor de Hamás. Ya sé que ante este conflicto se nos exige posicionarnos, sin matices. En Estados Unidos está muy mal visto ser pro Palestina. Y en Europa está muy mal visto ser pro Israel. Sé también que la equidistancia es el terreno de los tibios. Y también sé que en todo conflicto, en ambias partes, aunque no con el mismo porcentaje, hay héroes y villanos, víctimas y victimarios. Para empezar una pregunta: ¿quién ha puesto mayoritariamente los muertos, los heridos, los refugiados?

La guerra continúa en Gaza, independientemente de los manifiestos de los intelectuales, de las redes sociales que nos invitan a firmar para que haya paz y de las canciones y poemas que nos dicen que una mala paz es preferible a una buena guerra. No basta con desear la paz, ni con colgar una foto de dos niños (uno israelí y otro palestino) dándose la mano. Las guerras las ganan los más armados de armas; no los más armados de razón.

Cuando al acabar la II Guerra Mundial, se conoció la magnitud del extermino judío a manos de los nazis, el mundo quedó en shock. Y los líderes del momento dieron luz verde al tan deseado Estado de Israel por parte del sionismo militante. Pero no cayeron en la cuenta, o no quisieron caer, que allí había un pueblo establecido desde hacía tiempo y que también merecía un respeto y un territorio: los palestinos.

La precipitada proclamación del Estado de Israel y la llegada masiva de judíos de todas las partes del mundo, así como la ocupación de territorios palestinos después de cada victoria israelí, no podía por menos que desencadenar una explosión de rabia y de ira en los palestinos. Lo demás ha sido asunto de los telediarios: guerras, violencia, atentados, territorios ocupados, intifadas, ataques terroristas indiscriminados, política de tierra quemada, asesinatos a discreción, cárceles llenas, la huida de los perseguidos, los campos de refugiados, las torturas, secuestros, muros de la vergüenza, los hospitales llenos de heridos y la inseguridad y tensión en la que malviven ambas poblaciones. ¿Entonamos ya el réquiem por Israel y por Palestina o aún queda espacio para la esperanza?

El comienzo de esta última batalla tuvo lugar cuando, a primeros de octubre, el grupo terrorista Hamás, en un acto de violencia inusitada, provocó centenares de muertos e hizo rehenes a decenas de israelíes. Una violencia que muchos no han condenado todavía. La respuesta desproporcionada de Israel no se hizo esperar y en ella estamos ahora mismo: casa por casa y calle por calle. Una violencia que muchos tampoco han condenado. Se ve que sólo vemos violencia cuando atacan nuestra ‘ideología’.

Palestina está lejos de ser una sociedad democrática que goce de libertades,  derechos e igualdades (empezando por las libertades de las mujeres o de los homosexuales). O una sociedad con prosperidad laboral, educativa o sanitaria. Y no toda la culpa es de sus vecinos/enemigos judíos. Sus mandatorios han hecho bastante poco por el progreso material de su pueblo. Y además, grupos terroristas o radicales mantienen a la población palestina en un estado de pobreza e ignorancia, rehenes de ideales en que se mezcla lo político y lo religioso. Pero Palestina no es Hamás, y acaso este grupo terrorista sea, como piensan muchos observadores, “el enemigo número uno de Palestina”.

Por otro lado, Israel, que ha alcanzado altas cuotas de progreso, de derechos y libertades, y que es la única democracia de la región, ¿no ha utilizado, acaso, frente a los palestinos, en algunos momentos de su corta historia como Estado, métodos parecidos a los de un grupo terrorista? Gracias al vergonzante apoyo de Estados Unidos, que ha vetado todas y cada uno de las resoluciones de Naciones Unidas, Israel no ha cumplido ni una sola de las exigencias de la ONU. Israel, ¿ha tratado a los palestinos, en ocasiones, de forma parecida a como los nazis los trataron a ellos? 

Israel tiene derecho a vivir en paz. Palestina tiene derecho a vivir en paz. Ya nadie cree que Israel únicamente ataca a los miembros de Hamás, porque la mayoría de los muertos son civiles, mujeres y niños, palestinos corrientes de Gaza o de Cisjordania. Ya nadie cree que Palestina no sea una sociedad en manos de exaltados terroristas. Y lo que verdaderamente no creemos nadie es que Israel, sin el apoyo culpable de Estados Unidos, pudiera cometer impunemente cualquier fechoría. Ni tampoco creemos que el terrorismo de Hamás, sin el apoyo de otros tantos grupos terroristas mundiales, habría sobrevivido.

Cada estallido de violencia prorroga una década de inseguridad en la zona. En los próximos años aún se seguirá amamantando a todos los niños en el odio al israelí y en el odio al palestino, dependiendo en qué parte del muro se viva. Y se inculcará el odio en la escuela y en casa, en la calle y en el taller, en la sinagoga y en la mezquita, en árabe y en hebreo. La paz creativa de los audaces, ¿quiénes la verán?

El respeto mínimo para la convivencia entre el pueblo de Israel y el pueblo de Palestina parece que ya no lo conocerá esta generación. Y sin embargo, bajo las bombas y los escombros, siempre surgirán historia personales de concordia, de estima, de ayuda y de amor, como nos lo ha contado, bellamente, la película Out in the dark, que narra la historia de amor de Nimr y Roy, palestino e israelí, musulmán y judío. Una tierra fértil para la violencia y habitada por el odio, a veces conoce la ternura y el entendimiento. Una flor delicada en el estercolero.  






lunes, 13 de noviembre de 2023

La victoria de los delincuentes

 


Los señores del mundo, por seguir en el poder, han hecho barbaridades. Basta con acudir a los libros de historia. Ahora en el suelo patrio, tengo la impresión de que estamos asistiendo a una de ellas, en este caso por mantenerse en el Palacio de la Moncloa.

Cuando a mediados de verano los periódicos reprodujeron una foto en la que se veía a la vicepresidenta del Gobierno y al prófugo de la justicia Puigdemont, en amable conversación y efusivo saludo, pensé que estaba ante una broma de mal gusto. ¿En algún país democrático un miembro del Gobierno se reúne con prófugos de la Justicia? Las cosas desde verano han empeorado hasta el punto de estar asistiendo a una verdadera “subasta” de dineros y competencias, con tal de obtener 7 votos en la investidura del Sr. Sánchez.

No es verdad que lo que quiere el pueblo español es un ‘gobierno progresista’ (¿es progresista el nacionalismo excluyente y el blanqueo de grupos estrechamente vinculados a ETA?) y que, por lo tanto, hay que pactar con el diablo, con tal de seguir cuatro años más en el poder. En las últimas elecciones, el pueblo español votó mayoritariamente al PP y al PSOE. Y si estos partidos tuvieran un mínimo de decencia tendrían que haberse puesto de acuerdo, buscar fórmulas políticas, ser creativos y cumplir la voluntad de los españoles.

No es de recibo que minorías de dudosa catadura moral tengan en sus manos el destino de una nación. Y lo que es peor, se trata de minorías que están en contra de esa misma nación, que no tratan de disimular su odio y su desprecio y que no respetan ni el ordenamiento jurídico ni las instituciones del Estado.

En este país de excesos y de radicalismos resulta que no sólo se llega a Presidente de Gobierno gracias al apoyo de delincuentes prófugos, sino que se les perdonan todas sus fechorías y delincuencias, perfectamente tipificadas en el código penal, y además se les premia con un montón de millones, una propina extraordinaria y abultada para seguir cometiendo los mismos desmanes y tropelías, y alguno más. Millones de euros que son sustraídos a murcianos o extremeños, por ejemplo. ¿Se supone que castellanos, andaluces, gallegos, riojanos o cántabros tienen menos derechos o son ciudadanos de segunda?

            Y hasta se podría entender que a veces por el bien de una nación, haya que pasar página, olvidar historias y desencuentros en bien de la reconciliación de todos y la concordia nacional. Pero, y no debemos olvidarlo, hay que cumplir dos condiciones mínimas para obtener el perdón: el arrepentimiento y el propósito de enmienda, es decir, arrepentirse de lo hecho y comprometerse a no volverlo a hacer. Esto aquí no se ha dado. Por activa y por pasiva los independentistas dicen que volverán a intentarlo una y otra vez. Y encima ahora, se les da dinero -y mucho- para cumplir sus propósitos.

Si echamos la vista a estos últimos cuatro años, los ataques y los asaltos a la independencia del Poder Judicial han sido constantes. La ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una ocasión que la “amnistía era impensable y que no cabía en nuestro sistema jurídico, porque eso sería invadir y atropellar el poder judicial, uno de los tres pilares de un Estado de Derecho”. En ese momento, estoy seguro, decía la verdad y además decía lo que es normal decir en un Estado de Derecho, en el que el Gobierno es el primero que tiene que cumplir las reglas de juego y la separación de poderes.

Tengo la sensación, tal vez me equivoque, de asistir al espectáculo de una España cada vez más anestesiada en su memoria y más subvencionada en sus caprichos, caciqueada por todos los costados para el propio rendimiento electoral. Una España que sólo habla y grita cuando se trata de problemas de menor calado, un día el beso de Rubiales; otro, una victoria deportiva; el siguiente, una tormenta de nieve que deja apresados a cuatro coches en la carretera.

¿Es posible ya creer en la Justicia? Los delincuentes son absueltos y además se les conceden dineros por sus conductas delictivas, al mismo tiempo que leemos en los periódicos, que un albañil ha sido multado por quitar un nido de golondrina del alero de una casa en reformas, o que a una señora le han puesto una multa por atar a su perro a una farola, mientras entraba a comprar al supermercado. Cosas de locos.

Mal vamos, si la justicia ya no es igual para otros. Mal vamos si, dependiendo del territorio donde se cometa la tropelía, caben amnistías o blanqueamientos de conductas. Mal vamos si se castiga a las comunidades que son leales al ordenamiento jurídico y se premia a las que se lo saltan a la torera, fragmentan la sociedad, adoctrinan desde las escuelas a toda la infancia y juventud, cancelan de promoción laboral a los funcionarios no afines con la estelada o el lazo amarillo, tornan invisibles a los que opinan de otra forma, dividen a los ciudadanos en buenos y malos dependiendo de su color político. Mal vamos si los que provocaron la mayor fragmentación social de la historia de Cataluña, los que de forma violenta se enfrentaron quemando y arrasando las calles, incitando a la violencia, castigando a los niños que hablaban español en los recreos, vejando a los hijos de policías en la escuela (algo que mereció una seria advertencia de Unicef, un hecho que debería haber avergonzado a una nación y que aquí paso inadvertido), cortan carreteras (a veces utilizando bebés sobre el asfalto), estaciones de ferrocarril, aeropuertos, siembran la división en las familias, las empresas y la sociedad, catalanizan la iglesia con sus esteladas ondeantes en los campanarios y sus votaciones durante las misas... Mal vamos si a estos delincuentes se les premia con millones para que vuelvan a sus fechorías, y en cambio, a los que respetan las leyes y las normas se les trata de mentecatos y retrasados. (Y aquí hago un paréntesis: también es totalmente condenable la violencia callejera que en estas últimas noches ha sacudido los alrededores de Ferraz).

Creo que fue Ada Byron la que escribió que “los acontecimientos por venir arrojan su sombra con antelación”. Creo que las sombras ya se ven por esta España nuestra. Esa tregua de concordia que, generosamente, los españoles se concedieron mutuamente en lo que se llamó la Transición, fue eso, una tregua, un intermedio, un paréntesis. Tal vez estamos condenados, como nos lo recordaba con frecuencia Don Antonio Machado, a malvivir en el territorio sangriento de Caín.

















lunes, 15 de mayo de 2023

Más tinieblas en el corazón del Congo

En el vídeo: enfrentamientos del pasado viernes muy cerca de la misión Bateke

A eso de las dos de la madrugada (15 de marzo) me entró un whatsapp para comunicarme que la misión guaneliana del Plateau de Bateke, en la RD del Congo, se había visto forzada a cerrar dada la creciente violencia en la zona. Este proyecto forma parte de los proyectos de Puentes. En la granja de Bateke vivían y trabajaban, en un programa de reinserción social, jóvenes de la calle y chicos con discapacidad mental. 

“La situación difícil –me comunican- que persiste en la Meseta del Congo nos ha obligado a dejar nuestra casa, el ganado, los cultivos, por miedo a los rebeldes que entran en las aldeas y matan indiscriminadamente  a los que encuentran a su paso y arrasan con todo.

Desde hace tiempo, a nosotros y a todas las misiones nos presionaban, por todas partes, para que abandonásemos y dejásemos todo. Durante un tiempo nos hemos resistido, pero ayer, ante la situación de extrema violencia y para que ninguna de las vidas de los jóvenes de la calle y de las personas con discapacidad que cuidamos corran riesgo alguno, hemos decidido abandonarlo todo y salir.

Las personas con discapacidad han sido acogidas en nuestra misión de Kinshasa. Con gran dificultad y muchas penalidades hemos podido recorrer la distancia entre Bateke y Kinshasa, en medio de un caos y de una confusión enormes, en medio de la desesperación de los que huían. Dadas las prisas, nuestros muchachos ni siquiera han podido llevarse consigo su propia ropa o su calzado.

Atrás hemos dejado todo en la granja, las 70 vacas, las cabras, los cerdos, los cultivos de mandioca y de piñas tropicales y todo lo demás. Unos trabajadores seguirán cuidando los animales y unos guardianes continuarán protegiendo la granja, pero sabemos que poco a poco todo irá desapareciendo. Ya en los últimos tiempos, y para que respetasen la granja, teníamos que hacer entrega de animales y alimentos.

La semana pasada los rebeldes masacraron a machetazos a 20 policías. Ahora, con gran dolor, sabemos que también el ejército y la policía usan mano dura y utilizan las armas con parecida insensatez. Teníamos paz en nuestra casa de Bateke, pero ahora todo ha cambiado bruscamente”. Hasta aquí ese primer testimonio.

A lo largo de la mañana otros mensajes también dramáticos confirmaban el primer whatsapp. Desde hace meses, desde hace años, podríamos decir la República del Congo es un polvorín en las regiones fronterizas. Ahora se repite la misma historia cerca de la capital, Kinshasa. Rebeldes y soldados se tienden emboscadas en cada bosque y en cada aldea. Los testimonios cercanos hablan de centenares de muertos en las últimas semanas, de aldeas quemadas, atrocidades con la población civil, cultivos arrasados y las gentes huyendo por todos los senderos para salvar la vida, con un niño a la espalda y una bolsa de maíz en la mano. Eso es todo.

Evidentemente las grandes agencias de información nada dicen de esto. Es una ‘guerra’ que no interesa. A lo máximo nos recuerdan que en África unas tribus se matan a otras. Y ya está. ¿Pero quién arma a los rebeldes, quién paga la guerra de guerrillas? ¿Y quién arma a las tribus que se enfrentan? La ONU, con muchísimos efectivos en la zona, asiste impotente a este continuo goteo de muertes y ha llegado a reconocer que “los rebeldes cuentan con mejores armas que los cascos azules”.  ¿Pero lo que está pasando en el Congo es únicamente una guerra fratricida? No lo creo. Lo que sucede es que la República Democrática del Congo es un país increíblemente rico en minerales, diamantes, oro y sobre todo coltán. Ese mineral necesario para que tú y yo dispongamos de un móvil y de un ordenador, sin los cuales nuestra vida sería muy diferente. Necesitamos el coltán como necesitamos el pan de cada día. Probablemente más.

En el Congo no mandan los congoleños, sino intereses bastardos y extranjeros. Multinacionales bendecidas por gobiernos de diferentes países, ‘pacíficos’ y democráticos, civilizados e impolutos, arman a los rebeldes para que defiendan las minas y sus riquezas. El cardenal Ambongo dijo hace no mucho que: “Tenemos la clara convicción de que hay fuerzas externas que realmente quieren dividir nuestro país en pequeños estados”. Es lo que se viene llamando la balcanización del Congo. Y los misioneros que viven y sufren en la zona hace mucho que denuncian la debilidad del Estado: El Congo es un país fallido. Y alguien tiene mucho interés en que continúe siéndolo.

¿Nunca habrá paz para los congoleños? Hace más de 100 años, Joseph Conrad se asomó a las orillas que bordean el río Congo para escribir su novela El corazón de las tinieblas. Marlow va en busca de Kurtz, un traficante de marfil que ha enloquecido en la selva. Pero en la travesía Marlow es testigo de la brutalidad a la que son sometidos los nativos. Y la novela nos deja un sabor amargo, porque ambos, Marlow y Kurtz, han visto con sus propios ojos el horror, todo el horror. Cien años después, las tinieblas aún perduran en este hermoso y rico país del corazón de África. 

                     

                         En el vídeo: enfrentamientos entre ejército y rebeldes



domingo, 22 de enero de 2023

De humanos y de perros


    Esta vez empiezo mi artículo por la conclusión: una de las señales por las que podemos asegurar que la decadencia del mundo occidental ya está aquí es que ha llegado un momento en que una parte significativa de la sociedad pretende -y lo está consiguiendo- equiparar a mascotas y a personas en cuestión de derechos. Esto dicho con todos los matices del mundo.

He escuchado algunas conversaciones y he observado algunas cosas. Todas ellas me dejan perplejo. Asisto a la celebración de un cumpleaños en una terraza. Se habla de los planes para el verano. Uno de los asistentes comenta que marchará para Santander a pasar unos días en la playa para llevar al perro al mar porque el “pobre tiene derecho a disfrutar del agua y de la arena”. La madre, presente, espeta al hijo: “¿Así que el perro tiene derecho a que le lleves a la playa,  y tu abuelo, que camina con dificultad, no tiene derecho a que le saques a la calle a pasear una tarde?.

Cafetería en el centro de Valladolid. Una mujer entra con su perro, se sienta y sienta en otra silla también al perro. El camarero hace un gesto mohín, pero no dice nada. La mujer y el perro se quedan poco tiempo. A continuación, entran una madre y una niña de corta edad y van directas a sentarse en las dos sillas apenas desalojadas. Menos mal que el camarero aparta la silla antes de que la niña ponga sus posaderas en el mismo lugar que ocupaba el perro.

En una planta del Corte Inglés, una señora con un perraco al lado busca ropa. De repente el perro se orina abundantemente. Una mancha se extiende por el pavimento. La dueña del perro ni se inmuta. La dependienta avisa al servicio de limpieza. La chica de la limpieza, fregona en mano, empieza a recoger la micción perruna, con gesto de “¡no me lo puedo creer!”.

En una conversación de bar y ante la inminencia de la boda de un compañero, otro le pregunta, con total naturalidad: “¿Qué, perros o niños?”. La respuesta: “De momento, perros que no dan tantos quebraderos de cabeza”. Parece que muchas parejas se plantean ya este dilema.

Salgo a pasear a menudo por la senda de la Esgueva. Muchos de los caminantes van acompañados de perro. Hace décadas un perro de compañía era propio de las señoronas desocupadas y ociosas; hoy es la compañía solicitada por muchos jóvenes. Se da la casualidad que no veo a jóvenes paseando a sus abuelos. Cuando estos jóvenes eran niños, sus abuelos los cuidaron, les dieron la merienda en cualquier parque, corrieron detrás de ellos cuando amagaban cruzar a destiempo la carretera. Ahora que los abuelos ya no pueden ni moverse, dormitan en casa encima del sofá, apenas sin salir de casa. ¿Estamos dispuestos a sacar el perro en las mañanas más heladoras o cuando volvemos a las tantas del trabajo, y no estamos dispuestos a perder ni media hora, ya no por sacar de paseo a los abuelos, sino por acercarnos a su casa a darles un beso y preguntarles qué tal están?

En el pueblo siempre teníamos perros. Mi padre era pastor y los perros cumplían su tarea de arrear las ovejas y mantenerlas a raya para que no entrasen en los sembrados. Pero los perros tenían su lugar en el corral, y las personas en casa. Ahora, en cambio, permitimos que los perros laman a nuestros niños, pero no permitimos que un familiar anciano haga un repelús en la cabeza de esos mismos niños.

Ya hay más veterinarios que atienden a las mascotas que los que atienden al ganado de las granjas. Las clínicas de perros se multiplican. Llevamos al perro al dentista, a la peluquería e incluso al psicólogo, cuando lo vemos decaído. No está de más recordar que la mayoría de las personas mayores sufre, en algún momento, depresión y que en muchos casos la pasan sin que nadie se dé cuenta, con el ruido de fondo de la televisión como única compañía. Los alimentos de perros ocupan metros y metros en cualquier supermercado. Y en los tanatorios de mascotas, se organizan velatorios y se espera que familiares y amigos pasen a dar el pésame. Ya han surgido guarderías para perros, para que se les entretenga y divierta mientras sus dueños van a la oficina. El Financial Times, el periódico económico, invitaba a invertir en el sector de las mascotas porque en este 2023 será el sector que más crezca, a la par que el sector armamentístico, por razones obvias. Los bajos de cualquier inmueble están a todas horas llenos de orines de perros. Pero si vemos que un anciano se acerca a un arbusto a aliviarse porque su próstata no aguanta más, nos parece un guarro y un descarado. Y, aunque la gran mayoría de los dueños de mascotas son muy civilizados, por la mañana en mi camino al trabajo no es raro encontrarme con alguna ‘plasta’ canina. Se ve que la noche es propicia para hacerse el desentendido y dejar en el suelo los excrementos.

Claro que las mascotas hacen mucha compañía. Claro que los perros son de una fidelidad absoluta. Esto nadie lo duda. Como nadie debería poner en duda que los animales deben ser bien tratados. Me parece cruel el abandono de un perro o el maltrato gratuito de cualquier animal. Esto está fuera de discusión.

¿Cuánto tiempo dedican semanalmente algunos hijos a sus padres y algunos nietos a sus abuelos? ¿Y cuánto tiempo dedican a sus perros? Nos da asco asear a nuestros seres queridos y, en cuanto podemos, les encasquetamos el marrón a la enfermera o a la cuidadora, probablemente una mujer emigrante. Y en cambio, nos pasamos la vida agachándonos para recoger las cacas de los perros y limpiar el trasero del animal de compañía. De seguir así, al ser humano de este momento se le terminará por denominar “homo recogecacas”.

Según la última estadística de la empresa de servicios Aon, el censo de mascotas en España alcanza la cifra de 29 millones. Y el gasto medio por mascota puede llegar a los 106 euros mensuales (70 euros por alimentación, a los que hay que sumar otros posibles gastos: desparasitación, vacunas, juguetes, abrigo, seguro, curas, hospitalización, intervenciones, etc.). Por otro lado, hace poco la plataforma social Pienso, luego actúo, después de llevar a cabo una encuesta, decía que sólo uno de cada cuatro españoles colaboraba de forma habitual con una organización benéfica. El importe medio aportado por los donantes rondaría los 107 euros por año.

Ya quisieran algunos mayores recibir tantas atenciones y tanto tiempo de sus familiares como reciben las mascotas. Ya quisieran muchos niños de África comer la dieta variada y rica de las mascotas y tener tantos juguetes. Ya quisieran tantas personas solas y tristes sentir la misma empatía y cariño que los perros. El dicho aquel de “lleva una vida de perros” ha perdido todo significado. O significa justo lo contrario.









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