La muerte de más de 100 civiles a
manos de las tropas israelíes mientras se arremolinaban para recoger alimentos
ha devuelto actualidad a la guerra de Gaza. Condené en su día el atentado y
secuestro de rehenes en octubre de 2023, perpetrado por el sanguinario grupo
terrorista Hamás, tal vez el enemigo número uno de Palestina.
Pero la respuesta de Israel ha sido
mucho más que desproporcionada; ha sido sanguinaria. La Comisión General de
Justicia y Paz, tras el ataque a los civiles que, hambrientos, intentaban hacerse
con un puñado de arroz o galletas, ha manifestado con rotundidad: "Hay límites que no se pueden cruzar son
pena de ser señalado como un Estado asesino”. La Comisión afirma también: “Es una acción más de la larga lista de
ataques con la excusa de encontrar personas de Hamás entre ella”.
Condenar el
atentado de Hamás no significa callar ante las acciones violentas de Israel,
que han ido mucho más allá de la legítima defensa. Un Estado deja de ser Estado
cuando no respeta los más elementales derechos humanos, hace caso omiso de las
normas internacionales, y ataca a civiles desarmados.
Los ataques a
hospitales, con el pretexto de que esconden armas o terroristas de Hamás, ha
dejado en la pura ruina la atención sanitaria de la franja de Gaza. Con la
excusa de perseguir a los terroristas, están expulsando de sus casas y de sus
barrios a miles de palestinos. “¿Se trata
–se pregunta la mencionada Comisión- de asolar el territorio, para no dejar
posibilidad de residencia en él?”. Yo diría que existe una voluntad de
reducir Gaza a un solar, que posteriormente será ocupado por los colonos
israelíes. Ni siquiera en legítima defensa vale todo. Ni siquiera en la guerra
vale todo. Hay una ética de mínimos que debe respetarse. Cuando se cruza ese
umbral, se entra en la ley de la selva: un bosque de terror, horror y barbarie.
¿No resulta
increíble que un pueblo que a mediados del siglo XX conoció Auschwitz,
Birkenau, Treblinka, Mathausen, Dachau… no sienta un mínimo de piedad hacia los
niños inocentes, enfermos, hambrientos de Palestina? Netanyahu, sus ministros y todos sus apoyos son enemigos, no solo de Palestina, sino de los
propios israelitas, porque a los ojos del mundo están comportándose como sus
antiguos verdugos de los campos de concentración. Puedo sentir hasta pena por
los jóvenes soldados, arrastrados a una guerra y empujados a matar. La víctima
derrama su sangre. Pero esa misma sangre mancha de por vida a quien mata.
El drama de
Palestina es, tal vez, que es un pueblo sin amigos, ni siquiera entre sus
vecinos árabes o musulmanes, verdaderamente indolentes e indiferentes al drama
gazatí. Resulta hipócrita y cínico, por otro lado, que en los últimos días, con
la boca pequeña, la administración norteamericana alerte de los “excesos israelíes”, cuando ha vetado
todas y cada una de las resoluciones de la ONU que condenaban a Israel por sus
repetidos atropellos y demasías contra los palestinos. ¿Es Estados Unidos un Estado
cómplice de un Estado terrorista? Ahí lo dejo.
Lo he
escrito en otro momento, Palestina no es modelo de casi nada: ni de democracia,
ni de derechos humanos, ni de respeto a las minorías. Pero eso no quita para
que, ante tantas vidas inocentes y echadas a perder para siempre, se condene sin
paliativos la masacre provocada por el ejército israelita. Se calcula que desde
el momento del estallido bélico en octubre pasado han muerto algo más de treinta mil
palestinos, otros setenta y dos mil han resultado heridos. Y se calcula que más
de un millón de desplazados forzosos están hacinados en campos de refugiados,
mientras los hospitales reciben consternados a niños que se les mueren por desnutrición
(según estimaciones, el 16% de los niños la sufren). El Director de la OMS ha
escrito que “los niños que han
sobrevivido a un bombardeo, tal vez no sobrevivan a una hambruna”
Solo cabe
esperar que en tantos israelitas honrados, que los hay, y en tantos palestinos honrados,
que los hay, crezca la piedad hacia los inocentes, hablen la lengua que hablen,
crean en el Dios que crean y tengan la bandera que tengan. Sin esa piedad hacia
los inocentes, difícilmente podemos seguir llamándonos humanos.
La tierra del profeta Isaías que soñó una mundo donde “De las espadas forjarán arados; de las lanzas,
podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la
guerra. La tierra en la que Jesús bendijo a los mansos, a los limpios de
corazón, a los humildes y a los pacíficos… no se merece menos. Ni sus gentes
pueden aspirar a menos.