martes, 9 de octubre de 2018

Mirar como el hermano Juan




Son las 6 de la mañana. Al despertarme, compruebo que es 9 de octubre. Cambio la foto del perfil del WhatsApp (una foto de caramelos). Y me doy un consejo para toda la jornada: ”mirar como el hermano Juan miraba”.
¿Qué nos queda a los que estudiamos en “los italianos’ de Aguilar de Campoo? Aparte de un montón de recuerdos, de anécdotas y de rostros, nos queda la altísima figura moral del Hermano Juan.


Hoy, hace 47, en un desgraciado accidente de tráfico, se acababa la vida de un hombre bueno. Tenía apenas 58 años. Pero ya había vivido una vida plena. Porque la existencia de la buena gente es siempre plena. Aunque se nos diga lo contrario: que hay que vivir mil situaciones límites y embarrarse en todos lodos, para así decir que uno ha vivido todo, ha probado todo y ha tenido ‘mil experiencias’.

El hermano Juan Vaccari (1913-1971) fue un hombre justo. Un hombre bueno. ¿Pero qué significa ser un hombre justo? Para mí es quien hace más llevadera la vida a los demás, quien nos conduce hacia lo mejor que hay en nosotros, y quien nos recuerda, con su testimonio, que ante todo lo que nos sucede en la vida, podemos optar por la alegría o por la amargura, por la ira o por la mansedumbre, por la rabia o por la serenidad, por la compasión o por la indiferencia, por el amor o por el odio. Las personas justas no ‘obligan a los demás a ser buenos por la fuerza’. Somos nosotros los que nos sentimos mejorados por su presencia y su compañía, y nos sentimos empujados a imitarlos, a repetir sus gestos de bondad y de bien.


El hermano Juan, tantos años después, sigue ejerciendo una influencia benéfica sobre mi vida, tan lejana de la suya en tantísimos aspectos.

Ya fuese en las cocinas de Barza (Italia) donde durante recién acabada la Guerra Mundial tuvo que ingeniárselas para preparar un plato de sopa aguada para los seminaristas. Ya fuese en los pomposos salones del Palacio de la Cancillería en Roma, donde tuvo que ejercer, con paciencia sin límites, de sirviente del cardenal Micara. Ya fuese en las escuelas y parroquias de la Castilla de finales de los años sesenta donde iba en busca de vocaciones para su Colegio de Aguilar de Campoo… por todos estos escenarios pasó haciendo el bien, con una sonrisa y con una alegría que no suelen abundar en este mundo.

Al morir, pudieron comprobar que en su testamento había escrito una frase desconcertante: “Si encontráis algo de calderilla en mis bolsillos cuando me muera, comprad caramelos a los buonifigli (los niños con discapacidad a los que siempre quiso, especialmente en sus años romanos)”.



¿Pero quién de nosotros no se siente, cien veces al día, un discapacitado de corazón, de ilusión y de esperanza? Por ello, una vez al año, nos acordamos de los caramelos del Hermano Juan. Por ello, una vez año años, sabemos que esos caramelos son para nosotros. Esos caramelos nos recuerdan nuestras limitaciones e incapacidades. Pero también que alguien nos quiere a pesar de ellas, o precisamente por ellas. Los caramelos del Hermano Juan nos seguirán endulzando un poco la existencia.

martes, 2 de octubre de 2018

El atentado, de Yasmina Khadra





Tras un atentado, uno más, en la ciudad de Tel Aviv, el doctor Amín Jaafari, un israelí de origen palestino, pasa horas atendiendo a los numerosos heridos y tratando de devolverles la vida. Pero entre los muertos que llegan al hospital está su propia mujer, Sihem. Y desde el primer momento, todo indica que ha sido ella la que se ha inmolado en el restaurante donde unos niños celebraban el cumpleaños, causando numerosos muertos. A partir de ahí, el doctor intentará saber qué pudo suceder para que su propia mujer tomara una decisión tan drástica. Amín Jaafari podrá conocer de esta manera el submundo de pobreza que habitan los palestinos, el humus de violencia y ferocidad en el que se mueven a diario palestinos e israelíes, la guerra interminable, la patria deseada y nunca construida, la desesperación de los milicianos, los niños adoctrinados en el odio, los buldozers que destruyen las casas de las familias de los inmolados, los muros levantados que condenan a unos y a otros, palestinos e israelíes, a vivir en guetos.


“Creo –es un miliciano el que habla al doctor Amín- que hasta los terroristas más curtidos ignoran lo que les ocurre de verdad. Las motivaciones te caen sobre la cabeza como un ladrillo o se agarran a tus tripas como una solitaria. Y a partir de ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija: levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus acciones pero no es cierto. No eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar tu regreso al mundo. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes y los unicornios. No quieres oír hablar de este mundo. Sólo esperar el momento de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de escolares o en torpedo en contra de un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio premiado con el estatuto de mártir”.

Y también le explica un miliciano palestino: “Nadie se alista en nuestras brigadas por gusto, doctor. Todos los chicos que has visto, usen ondas o lanzagranadas, odian la guerra como el que más. Porque a diario cae uno de ellos en la flor de la vida por un disparo enemigo. Ellos también quisieran gozar de una posición honrosa, ser cirujanos, ídolos musicales, actores de cine, conducir cochazos, vivir un sueño todas las noches. El problema es que se les niega ese sueño, doctor. Se pretende aparcarlos en guetos hasta que se confundan con él. Por eso prefieren morir. Cuando se da calabazas a los sueños, la muerte es la única salvación que queda…”


El atentado, del argelino Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessechoul, no es una novela perfecta –algunos capítulos carecen de verosimilitud- pero es una buena novela que enfoca nuestra mirada sobre el conflicto eterno en Tierra Santa entre israelíes y palestinos. La Tierra Prometida se ha convertido en una tierra imposible, donde los israelíes deben vivir poco menos que blindados en su jaula de oro para mantener su seguridad, y donde los palestinos, sin patria y sin territorio, han convertido la intifada, la lucha armada, en un oficio y en una costumbre. Todos los intentos por llevar la paz hasta este lugar santo se han mostrado poco menos que inútiles. El terrorismo y la guerra se han enquistado en esta región, como la mafia en Sicilia. Queda poco espacio para la esperanza entre tantos muros levantados.
La religión judía, curiosamente, ha convertido un Muro en el símbolo de su cultura y de su religiosidad. También, curiosamente, todos los días se ve a un chiquillo palestino lanzando una piedra con su tirachinas al tanque israelí. El mito bíblico de David y Goliat actualizado.

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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