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martes, 14 de noviembre de 2023

El Cartel Conmemorativo

 

Cuando en la reunión de la Junta Directiva del pasado mes de agosto se pensó en un cartel conmemorativo para celebrar los 25 años de Puentes, rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la persona indicada para realizarlo era José Manuel García, ‘Josete’. Le llamé por teléfono y, aunque se encontraba en Estados Unidos, aceptó el encargo a la primera.

Arandino de nacimiento, muy pronto el gusanillo del dibujo y del diseño fue ganando espacio en sus aficiones y en su formación académica. Diseñador gráfico & ilustrador, o Freelance Graphic Designer, por entendernos en inglés, ha colaborado en multitud de proyectos muy bien acogidos. Y es también escritor y autor de varios cuentos, como La costurera de corazones, El hijo del hombre del saco o el Circo de Igor. 

Ha pasado largas temporadas en Nueva York, aunque actualmente reside en Madrid, donde se desarrolla profesionalmente. En 2007, Puentes convocó un concurso para elegir el logo corporativo y fue precisamente ‘Josete’ quien lo ganó. Desde entonces, cualquier colaboración que le hemos solicitado la ha realizado con espíritu solidario y “por amor al arte”. La revista Servir (padres guanelianos) contó durante muchos años con sus ilustraciones. Me gusta recordar que hace algunos años donó a Puentes varias cajas de camisetas con diseños suyos que se vendieron pronto y bien..


Y aquí tenemos el cartel de ‘Josete’: Sobre un fondo suave, un blanquiazul desvaído, podemos apreciar tres franjas. En la franja superior, aparecen dos leyendas. En lo más alto “1998 – Puentes Ongd – 2023”, fecha de la fundación, nombre de la asociación y fecha actual.  Y una segunda leyenda: “25 Años de una corriente solidaria”. Aunque el nombre ‘Puentes’ llegó en 2007, la corriente solidaria, esa voluntad de hacer algo por los demás, había aparecido antes, ya en 1998, primero con el nombre ‘Ghana Solidaridad’ y luego bajo la denominación de ‘Misiones Guanelianas’.

El segundo elemento ocupa la franja central y es una representación del Mundo. Curiosamente, Josete acudió a la inteligencia artificial para crearlo. La Bola del Mundo aparece agitada por el caos: una masa informe de agua, donde las corrientes del bien y del mal chocan entre sí enfurecidas. Y los continentes y las islas parecen “tierras a la deriva”. Y sin embargo, este mundo caótico tiene su contrapunto de alegría y esperanza en los tres árboles que crecen frondosos como bellos frutos de la Tierra.

Y bien podríamos decir que este Mundo es un desafío y un planeta fértil para quien busca el bien, pero también una desolación y una tristeza, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar el Mundo, la Historia sigue con sus avances, retrocesos, empujones y parones, en un vaivén inquietante y misterioso. “Nosotros – lo decimos mucho en Puentes- no vamos a cambiar el Mundo, con mayúscula, pero sí el mundo, con minúscula, de personas concretas, con su nombre, su rostro y su historia”. Y estas tres cosas (nombre, rostro e historia) están representadas en los tres árboles. “Cambiar el mundo de una persona concreta” es el objetivo y la razón de la lucha de la Ongd. El diseñador ha querido coronar este Mundo con el logo de Puentes, en color plateado, para simbolizar las bodas de plata que hoy conmemoramos.

Y llegamos a la tercera parte del cartel. Frente a los colores tenues, pálidos de toda la parte superior y central, en esta franja inferior encontramos una explosión de vida y diversidad. Son los rostros de los que en un momento u otro del cuarto de siglo de Puentes, han sido  sostenidos por la generosidad de nuestros donantes. Ellos y ellas han sido y son la razón de ser de Puentes. Niños de la calle, jóvenes con discapacidad, mujeres adultas, madres solteras, enfermos, africanos y latinos, niños, jóvenes, adultos y mayores. Se llaman Kwame, Kwasi, Jean de Dieu, Chibiken, Keke, María, Guadalupe, Flor, Francisco, Belinda o Iliana. Y tienen a sus espaldas una historia de desdicha, pero también de superación y esperanza. Han comenzado a leer y a escribir, han llegado a estudios superiores, han encontrado un hogar cálido para su discapacidad, han aprendido un oficio, han hallado medicinas y curas en el ambulatorio, han trabajado en la cooperativa cafetera, en el vivero o en el gallinero. Se han formado en dignidad y derechos humanos, han sido comprendidos en su pobreza y animados en su trabajo, en su igualdad de mujeres. Han mejorado su vivienda, su calzado ortopédico, o han podido llevar gafas y pasar por el dentista. Y sobre todo se han sentido valorados, apreciados, reconocidos en su dignidad de seres humanos, a pesar de los pesares.

Este cartel representa todo esto. Y mucho más que no se ve, “porque lo esencial, como nos enseñó El Principito, siempre es invisible a los ojos”.

En este lado del puente, contemplando el cartel, voluntarios y donantes solo podemos sentirnos agradecidos por haber tenido la oportunidad de construir un puente, apenas un puentecillo, apenas una corriente de solidaridad. Una vez más, comprobamos que, al dar algo, nos mejoramos y ganamos en estatura moral. Y, al entregar nuestro tiempo o nuestro talento por los demás, nos enriquecemos, de manera misteriosa, pero cierta.

Feliz Aniversario. Gracias, amigos y constructores de puentes, por estos 25 Años.













jueves, 31 de agosto de 2023

Una escuela para los Niños de la Calle

         


      Como cada primero de septiembre, me toca recordar que una escuela en Kinshasa espera nuestra ayuda. Antes de llamar a la puerta de mis amigos, familia y paisanos de Quintanilla de Arriba, quisiera anotar dos datos:

-        1)  El 12% de los niños congoleños no ha tenido nunca acceso a una escuela. Las cifras empeoran notablemente cuando hablamos de las niñas congoleñas. Un 35% de ellas no sabe leer ni escribir. Aunque el Gobierno de la R. D. del Congo proclama que la escuela es gratuita, lo cierto es que todos los niños deben pagar las tasas escolares. Se calcula que un 45 % de los colegiales abandonan la escuela en algún curso de primaria, al no poder la familia hacer frente a las tasas.

-       2)  En el mes de mayo cuando las milicias Mobondo sembraron el terror y la muerte en las aldeas de la Meseta de Bateke, a tan sólo 120 kilómetros de la capital del Congo, más de noventa escuelas se vieron obligadas a cerrar. Entre estas escuelas estaba la de la Misión Guanella.  Primera consecuencia grave: el curso perdido. De momento, está lejos la pacificación en esta región.

Estos dos datos definen la realidad de muchos países africanos: la pobreza y la guerra impiden el acceso a la escuela, condenan a la ignorancia y perpetúan la pobreza de miles de niños.

En 2010 tuve ocasión de visitar la humilde pero hermosa escuela de la misión Guanella en Bateke, donde centenares de niños, en turnos de mañana y tarde, aprendían las letras, los números y, lo que es más importante, adquirían las herramientas básicas para comprender un poco mejor el mundo y a ellos mismos. Esa visita reforzó el compromiso de Puentes de apostar por la educación.

De nuevo el curso escolar echa a andar en el la capital del Congo. Y de nuevo me dirijo a mis amigos, familiares y gentes de Quintanilla para pedirles que sigan apoyando con sus donativos la escuela de Kinshasa. Gracias a Dios, la vida en la capital congoleña es de total normalidad y la escuela abrirá sus puertas a mediados de este mes.

Con don profético Concepción Arenal escribió: “Abrid la escuelas y cerraréis las cárceles”. Me gustaría añadir también esto: Cerrad las escuelas y multiplicaréis los esclavos y las pobrezas.  Es así. ¿Qué hubiera sido de cada uno de nosotros sin escuela, maestros, libros y bolígrafos?

En el caso de los niños y niñas de la calle (según las últimas estadísticas, casi treinta mil niños vagan errabundos por la capital congoleña, sin familia y sin hogar, y expuestos a toda clase de abusos), tener acceso a la escuela significa abandonar la mendicidad y los pequeños hurtos, los trabajos de esclavos, recobrar la dignidad perdida, prepararse para un oficio, mirar a los otros como a iguales. 

La escuela no es un edificio. La escuela son los maestros que guían, transmiten, corrigen y apoyan. La escuela son los compañeros con los que establecemos lazos, a veces muy duraderos. La escuela es una oportunidad para ir aseado, vestir un uniforme idéntico que nos hace sentirnos iguales, comer el mismo plato de comida a mediodía, recibir atención, ganar en autoestima, satisfacer la curiosidad de niños y asombrarse ante todo lo que ha sucedido y sucede en el mundo.

La escuela de Kinshasa es el intento de hacer posible todo esto para unos niños que ni siquiera se atreven a soñar. Por ello la escuela de Kinshasa, además de constituir un importante proyecto de Puentes, es también un empeño personal, al que amigos, familiares y quintanilleros se unen año tras año.

La escuela abrirá sus puertas. Centenares de niños y niñas la cruzarán vestidos con sus uniformes azules y blancos, sus carteras, sus ilusiones, sus risas y también sus nervios. Juntarán letras y números, palabras y oraciones, y aprenderán a descifrar los secretos de la lengua, las matemáticas, la geografía, la historia…, pero también el valor de la instrucción, de la amistad, de la cooperación entre todos, del respeto, de la igualdad, de la compasión. Algo de la sabiduría del maestro y de los libros entrará en ellos y los marcará y mejorará para siempre. Y si ellos saben leer y escribir no permitirán jamás que sus hijas e hijos sean analfabetos. Una cadena, sin marcha atrás, de educación y de cultura empieza en el momento en que un niño pisa por primera vez un aula.

¿Deseas colaborar con un mes de escuela? 15 euros. Deseas colaborar con un año de escuela? 150 euros.

Sólo me queda agradecer, de antemano, tu generosidad. La escuela de Kinshasa abrirá de nuevo. Y en el encerado esos niños y niñas de la calle verán escrito tu nombre, no con letras de tiza, sino de cariño y generosidad. ¡Gracias de corazón!

                             Al efectuar tu donativo, especifica: “Escuela Congo”.

                             IBAN: ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (Banco Santander)








lunes, 15 de mayo de 2023

Más tinieblas en el corazón del Congo

En el vídeo: enfrentamientos del pasado viernes muy cerca de la misión Bateke

A eso de las dos de la madrugada (15 de marzo) me entró un whatsapp para comunicarme que la misión guaneliana del Plateau de Bateke, en la RD del Congo, se había visto forzada a cerrar dada la creciente violencia en la zona. Este proyecto forma parte de los proyectos de Puentes. En la granja de Bateke vivían y trabajaban, en un programa de reinserción social, jóvenes de la calle y chicos con discapacidad mental. 

“La situación difícil –me comunican- que persiste en la Meseta del Congo nos ha obligado a dejar nuestra casa, el ganado, los cultivos, por miedo a los rebeldes que entran en las aldeas y matan indiscriminadamente  a los que encuentran a su paso y arrasan con todo.

Desde hace tiempo, a nosotros y a todas las misiones nos presionaban, por todas partes, para que abandonásemos y dejásemos todo. Durante un tiempo nos hemos resistido, pero ayer, ante la situación de extrema violencia y para que ninguna de las vidas de los jóvenes de la calle y de las personas con discapacidad que cuidamos corran riesgo alguno, hemos decidido abandonarlo todo y salir.

Las personas con discapacidad han sido acogidas en nuestra misión de Kinshasa. Con gran dificultad y muchas penalidades hemos podido recorrer la distancia entre Bateke y Kinshasa, en medio de un caos y de una confusión enormes, en medio de la desesperación de los que huían. Dadas las prisas, nuestros muchachos ni siquiera han podido llevarse consigo su propia ropa o su calzado.

Atrás hemos dejado todo en la granja, las 70 vacas, las cabras, los cerdos, los cultivos de mandioca y de piñas tropicales y todo lo demás. Unos trabajadores seguirán cuidando los animales y unos guardianes continuarán protegiendo la granja, pero sabemos que poco a poco todo irá desapareciendo. Ya en los últimos tiempos, y para que respetasen la granja, teníamos que hacer entrega de animales y alimentos.

La semana pasada los rebeldes masacraron a machetazos a 20 policías. Ahora, con gran dolor, sabemos que también el ejército y la policía usan mano dura y utilizan las armas con parecida insensatez. Teníamos paz en nuestra casa de Bateke, pero ahora todo ha cambiado bruscamente”. Hasta aquí ese primer testimonio.

A lo largo de la mañana otros mensajes también dramáticos confirmaban el primer whatsapp. Desde hace meses, desde hace años, podríamos decir la República del Congo es un polvorín en las regiones fronterizas. Ahora se repite la misma historia cerca de la capital, Kinshasa. Rebeldes y soldados se tienden emboscadas en cada bosque y en cada aldea. Los testimonios cercanos hablan de centenares de muertos en las últimas semanas, de aldeas quemadas, atrocidades con la población civil, cultivos arrasados y las gentes huyendo por todos los senderos para salvar la vida, con un niño a la espalda y una bolsa de maíz en la mano. Eso es todo.

Evidentemente las grandes agencias de información nada dicen de esto. Es una ‘guerra’ que no interesa. A lo máximo nos recuerdan que en África unas tribus se matan a otras. Y ya está. ¿Pero quién arma a los rebeldes, quién paga la guerra de guerrillas? ¿Y quién arma a las tribus que se enfrentan? La ONU, con muchísimos efectivos en la zona, asiste impotente a este continuo goteo de muertes y ha llegado a reconocer que “los rebeldes cuentan con mejores armas que los cascos azules”.  ¿Pero lo que está pasando en el Congo es únicamente una guerra fratricida? No lo creo. Lo que sucede es que la República Democrática del Congo es un país increíblemente rico en minerales, diamantes, oro y sobre todo coltán. Ese mineral necesario para que tú y yo dispongamos de un móvil y de un ordenador, sin los cuales nuestra vida sería muy diferente. Necesitamos el coltán como necesitamos el pan de cada día. Probablemente más.

En el Congo no mandan los congoleños, sino intereses bastardos y extranjeros. Multinacionales bendecidas por gobiernos de diferentes países, ‘pacíficos’ y democráticos, civilizados e impolutos, arman a los rebeldes para que defiendan las minas y sus riquezas. El cardenal Ambongo dijo hace no mucho que: “Tenemos la clara convicción de que hay fuerzas externas que realmente quieren dividir nuestro país en pequeños estados”. Es lo que se viene llamando la balcanización del Congo. Y los misioneros que viven y sufren en la zona hace mucho que denuncian la debilidad del Estado: El Congo es un país fallido. Y alguien tiene mucho interés en que continúe siéndolo.

¿Nunca habrá paz para los congoleños? Hace más de 100 años, Joseph Conrad se asomó a las orillas que bordean el río Congo para escribir su novela El corazón de las tinieblas. Marlow va en busca de Kurtz, un traficante de marfil que ha enloquecido en la selva. Pero en la travesía Marlow es testigo de la brutalidad a la que son sometidos los nativos. Y la novela nos deja un sabor amargo, porque ambos, Marlow y Kurtz, han visto con sus propios ojos el horror, todo el horror. Cien años después, las tinieblas aún perduran en este hermoso y rico país del corazón de África. 

                     

                         En el vídeo: enfrentamientos entre ejército y rebeldes



viernes, 14 de abril de 2023

El niño de Bateke: presidir para servir



Sábado, 25 de marzo. Mientras el tren avanza por la llanura que separa las ciudades de Valladolid y Palencia, entre campos de cereal que empiezan a verdear y casas apiñadas en torno a un campanario, bajo un sol de primavera, pienso en qué decir a los socios y amigos de Puentes a los que, dos horas después, encontraré reunidos en Asamblea.

Gracias. Han sido muchos los que desde 1998 han entregado su tiempo, sus capacidades, sus energías para alentar y difundir esta corriente solidaria que terminó por llamarse Puentes. Muchos también los que han confiado en esta pequeña Ongd y la han hecho depositaria de su generosidad. Siempre conmueve la entrega gratuita al servicio de la causa de los débiles.  

Fragilidad. Muy lejos del triunfalismo, últimamente hemos experimentado nuestra propia pobreza. La escasez de voluntarios para incorporarse a la Junta Directiva, el estancamiento en las inscripciones, la disminución de los asistentes a las reuniones nos han hecho tomar conciencia de nuestra fragilidad. Quisiéramos llegar a más, alcanzar a más, pero a cada momento descubrimos nuestros límites e incapacidades. Esto podría llevarnos al desánimo, pero también a la humildad. Cada crisis es una oportunidad. Y ya decía Víctor Herrero que “sólo por las rendijas de la fragilidad asoma la ternura”.

Causas. La pequeñez que experimentamos no sólo afecta a nuestra asociación, sino que es una sensación que compartimos con otras muchas asociaciones que trabajan en el campo de la cooperación internacional. En este momento hay otras muchas causas, todas ellas justas y dignas, que mueven los sentimientos y, con ellos, la dedicación y los bolsillos. La causa de la igualdad de la mujer, la causa del movimiento LGTBI+, la causa medioambiental y del cambio climático, la causa de los animales, la causa de “primero, nosotros; luego, ya veremos”, la causa de la sanidad pública o de la investigación médica en el propio territorio, la causa de la adaptación a las nuevas tecnologías o la causa de la inteligencia artificial...por señalar algunas de ellas. Y con esto quiero decir que la causa de la justicia y la pobreza en el mundo, que es el ámbito donde nos movemos, la causa de la cooperación con los países empobrecidos, más allá de nuestras fronteras, se ha enfriado y ha perdido brío. La causa de la solidaridad no cotiza a la alta.

Gigantes. En este momento, al igual que Don Quijote, estamos luchando contra “gigantes”. Hay muchos gigantes en la enorme Mancha de nuestra época desnortada y confusa: el gigante de una inhumanidad creciente que mira al otro con indiferencia, agostando la empatía y la simpatía hacia el prójimo, especialmente cuando intuimos que ese otro puede necesitar nuestra ayuda El gigante de una cultura egocéntrica que hipertrofia el yo, a costa del nosotros, y que nos hace creer que tenemos todos los derechos y ninguna de las obligaciones. Adela Cortina ya nos recordaba que la “aporofobia”, ese desprecio e indiferencia hacia los pobres retrataba nuestra época. El gigante del “tener” en oposición al “ser”, que calcula el beneficio de cada una de nuestras mínimas acciones y que convierte al espíritu de gratuidad y de voluntariado en cosas de “romanticones y de ilusos”. Los jóvenes difícilmente se sienten atraídos por los líderes espirituales o por los soñadores de utopías. Sus modelos de comportamiento son los influencers, youtubers, triunfadores digitales, que arrasan en las redes con millones de likes, en el fondo globos de colores hinchados de vanidad.

El desánimo de los pocos. No debería preocuparnos nuestra pequeñez ni nuestra fragilidad. Pero la verdad es que hay un desánimo creciente. El cansancio de la solidaridad, lo llaman. Y sin embargo, sabemos que no podemos descorazonarnos cuando comprobamos que las semillas de gratuidad caen en tierra baldía, condenadas a dar escaso fruto. No importa que seamos pocos. Lo grave sería caer en la tentación del abatimiento y del darnos por vencidos. Lo grave sería sucumbir a los cánticos, cada vez más estridentes y horrísonos, de una cultura de la banalidad y de un anestesiante bienestar personal. En medio de un mar color de vino, Ulises pide a los marineros que le aten al mástil del barco, para no dejarse seducir por los cantos de las sirenas. Tenía claro que su objetivo era Ítaca. Ítaca como representación de un hogar, una patria común sin fronteras, una red de puentes, una mesa de pan y vino en la que puedan sentarse todos los seres humanos. Sabernos poco y pocos puede añadir un plus de fortaleza y de vigor a nuestro espíritu.

Pequeños mundos. En Puentes no trabajamos por cosas abstractas y lejanas. Nuestra sencilla y humilde aportación no está destinada al País de la Utopía. Conocemos el nombre de los misioneros que día a día viven en un territorio concreto, llámese la aldea de Abor, en Ghana, o la aldea Nnebukwu en Nigeria, o el pueblo de Tepetzintan en México. Y conocemos, a pesar de los muchos kilómetros por medio, la realidad de los niños de la calle en Congo, la verdad desnuda de chicos y chicas con discapacidad de Nigeria, las condiciones precarias de los ancianitos en las barriadas míseras de México. No trabajamos, como hemos dicho en muchas ocasiones, para cambiar el Mundo, sino para cambiar el pequeño mundo de la niña que puede estudiar secundaria, la primera en toda su familia, de la adolescente madre acogida en la casa de Kinshasa, de David, con síndrome de Down, que trabaja con ahínco en el invernadero de plantas de café en Guatemala, de la viejecita Lupe que recibe un bolsón de comida y medicinas para seguir tirando allá en un bosque perdido de la Sierra Norte de Puebla.

Presidir es servir. Por esas curiosidades de la lengua, sabemos que “presidir” y “presidiario”, proceden de la misma raíz, prae (adelante) y sedere (sentarse). El presidente se sienta adelante en una reunión. El presidiario se sienta delante de sus barrotes, inmóvil con sus cadenas. Pero si sacamos punta a esta etimología, podríamos decir que quien preside debe sentirse ‘preso’, debe sentirse el último, el servidor de todos. Quien preside Puentes debe estar a disposición de los 400 miembros que forman la Ongd. Debe escuchar las peticiones de los misioneros que son los que mejor conocen la lucha contra la pobreza. Debe servir, en primer lugar y sobre todo, a los niños, a los ancianos, a las personas con discapacidad, que gritan contra la injusticia y reclaman nuestra ayuda. Ellos, por su situación de vulnerabilidad, por la realidad de injusticia en la que están inmersos, merecen que yo, que la Junta Directiva, que toda la Ongd Puentes trabaje, se desgaste y se desviva por ellos. Al fin y al cabo, presidir es servir. Presidir es sentirse prisionero de los anhelos por un mundo más justo que es el único grito, a veces callado y silencioso, de todos los pobres.

El imaginero. La poetisa chilena Gabriela Mistral, en uno de sus poemas más admirados “El imaginero” nos cuenta el diálogo entre un imaginero y la persona que entra en su taller para encargarle una imagen de Jesús el Galileo. El artista pregunta cómo le gustaría que le representase a Jesús. El comitente desea una imagen viva, de un Jesús sufriente, que ilumine a quien la mira, conmueva las conciencias y cambie los pensamientos. Pero el imaginero es consciente de su incapacidad para hacer esta imagen. Y con humildad le responde que ningún artista podrá hacerle ese Cristo que desea, y le invita a buscarlo en las calles, en los ancianos, en los hospitales, en los niños hambrientos, en las mujeres maltratadas. Y le anima a no buscar la imagen del Crucificado ni en museos ni en iglesias, porque esa imagen de Cristo de carne y hueso sólo la podrá encontrar entre los pobres.

El niño de Bateke. No se me olvidará mientras viva la imagen de aquellos niños de la llanura de Bateke. Los vi recorrer los tres kilómetros que separaban la escuela de su aldea. Era una tarde de tormenta y aguacero. Una de esas tardes en que los cielos parecen abrirse para una nueva edición del Diluvio Universal. Caminaban descalzos, con las clancletas de plástico en la mano para no perderlas en medio del barrizal. Y protegían en una bolsa de plástico la cartilla escolar, contra su pecho, bajo su camiseta agujereada de pobres. Pensé entonces, y pienso ahora, que estos niños se merecen estudiar. Mucho más que los niños de nuestros países ricos, que se quejan continuamente de todo, que faltan el respeto al profesor, que acosan al alumno débil, que tiran el bocadillo a la hora del recreo… Por ese niño de Bateke que camina eternamente hacia la escuela en medio de la lluvia atronadora, debo y debemos seguir trabajando.










viernes, 17 de marzo de 2023

Sin techo ni hogar


         Van de un lado para otro, como almas en pena. Los vemos tumbados encima de un banco de cualquier calle, cerca de un supermercado, con la mano extendida, y una cartela con faltas de ortografía: pido para comer. Los feligreses se topan con ellos en la puerta de una iglesia a la hora de misa. Duermen entre cartones en las noches gélidas de invierno. O en el cajero de cualquier sucursal bancaria. Se reúnen bajo los puentes, hacen cola ante los comedores sociales, se comen un bocadillo que un alma caritativa les alarga.

Son los hombres y mujeres sin techo ni hogar. Se calcula que alrededor de treinta y cinco mil personas en España sufren esta situación. Y eso que las estadísticas sólo contabilizan a los tienen contacto con la asistencia pública o con las distintas asociaciones solidarias. Cuando nos topamos con ellos, normalmente apartamos la mirada. Y en ese rápido parpadeo los convertimos en invisibles. “Estoy tan cerca de ti que no me ves”, decía una vez un cartel junto a un sin techo.

En estos días, en el Claustro de los Filipinos, de Valladolid, se está celebrando una exposición muy especial. En ella se nos habla de la realidad incómoda del sinhogarismo, a través de objetos que forman parte de su vida cotidiana: el banco de una plaza, el camastro de una cárcel, las ‘huellas’ y los nombres de los ‘sinhogar’ muertos en los últimos años en esta ciudad, el móvil que no se puede recargar, ¿dónde?, la ropa vieja y sucia, la mochila rajada donde caben todos sus pertenencia, las frases llenas de prejuicios y desprecio que les llueven encima: “mírale qué sucio va”, “todo el día holgazaneando”, “¿te has fijado en el brik de vino?”. Voluntarios de cáritas y los propios sintecho están también ahí. Pueden acompañarte por la exposición, si les permites acercarse y explicarse. En mi visita coincidí con María Ángeles (una voluntaria del comedor vicenciano de La Milagrosa) y con Jesús, un sintecho, que, después de dar tumbos y tumbos, después de una vida de peripecias,  desventuras y sufrimiento, comenta que, desde la atalaya de su existencia, está viviendo una etapa dulce: “Ahora me encuentro muy bien. Tengo una habitación para mí solo. Voy a comer al comedor de la Milagrosa. He encontrado la paz y la serenidad que siempre fui buscando. Y he encontrado un hogar. Me gusta rezar y eso también me da una gran paz. Cuando rezo, me encuentro mucho mejor. Hablo con Dios y tengo mucha devoción al P. Pío.  Y con un cierto orgullo me muestra una medallita de Nuestra Señora de Garabandal que le regaló hace unos días una mujer que visitó la exposición”.

Mendigos. Vagabundos. Errantes. Sintecho. Sinhogar. Llegan de los territorios del fracaso, de los errores propios y ajenos, de familias hechas añicos, de la cárcel y del paro, del desahucio, del desequilibrio mental, del alcohol y de la droga, de la disipación. Y de la mala suerte también. Pero, cuando en la noche, bajo el cielo estrellado, o en la modorra de una calurosa tarde de estío bajo un puente, repasan el álbum de su vida, algunos de ellos recuerdan que fueron ‘normales’. Estudiaron, se ganaron la vida, conocieron el amor, formaron una familia. Tenían su casita, sus días de playa, su paella en el jardín o en el bar de la esquina, el banquete por la comunión de sus hijos, la cena de navidad con los compañeros de trabajo. Y, de repente, soplaron vientos huracanados que pusieron patas arriba su vida. Llegó el paro, el desahucio de la casa, la separación de la pareja, las colas del hambre en cáritas, la rabia, la ira, la impotencia, la soledad, el vino barato, el cigarrillo áspero, el puñetazo en el viento. Y como en un tobogán de desdicha, se encontraron en la calle, en el albergue maloliente y vocinglero, en el piso compartido con otros muchos, jungla de colores y razas, onu de descartados, noches al sereno entre cartones y pasos de seres humanos a los que ellos presuponen felices. Dejaron de ducharse, de afeitarse, de peinarse, perdieron su dignidad, sin saldo en el móvil, único ombligo que les unía al mundo. Desaparecieron los amigos, los conocidos, los familiares y los compañeros. Se tornaron huidizos, cambiaron de acera para no encontrarse con el compañero conocido. Cayeron al vacío, vestidos de pantalones astrosos, camisas resudadas, chambergos de lamparones, calcetines agujereados. Cayeron en la nada. Robaron en una tienda, distrajeron una cartera, trapichearon con porros, durmieron en la trena. O simplemente se dejaron caer en cualquier banco, se arrodillaron para pedir limosna, orinaron detrás de cualquier seto, dejaron de pronunciar sonidos humanos, comieron cruasanes caducados del supermercado, algún café con leche que alguna feligresa compasiva les ofreció, se encontraron con miradas en las que no era difícil leer la repugnancia, o recibieron algún escupitajo o una broma pesada, por pura gracieta de jovenzuelos que les grabaron con el móvil para reírse de su reacción de palabrotas y blasfemias. Y alguna vez recobraron la voz, para pronunciar discursos de manicomio a la luna, al perro vagabundo o a las palomas del parque.  

Son los descartados. Cada noche bajamos la bolsa de basura al contenedor, llena de mondas de patatas, briks vacíos, cáscaras de huevos, filetes pasados, yogures caducados, compresas y dodotis que ya prestaron su servicio. Y así, también la sociedad, cada noche, baja a la calle, al contenedor de la basura de la humanidad inservible, bolsas de inadaptados, fracasados, desahuciados, rotos, desdichados, desgraciados. Aunque también a los que concienzudamente trabajaron para buscarse la ruina propia, dilapidar los pocos o muchos talentos que tenían en su cabeza y en sus manos. Y también a los que la vida trató injustamente, golpeó, ensució, sin culpa ni pena, sin que lo mereciesen. A los ojos de muchos, en la calle están los canallas, los vagos, los maleantes, los ex presidiarios, los yonquis, los ludópatas, los delincuentes, los borrachos, los guarros, los navajeros…

Para otros muchos son seres humanos, como tú o como yo. Tal vez se equivocaron, cometieron errores, se extraviaron en el juego y el vino, pero tal vez simplemente tuvieron mala suerte. Perdieron el trabajo. Perdieron los amigos. Perdieron el hogar. No sólo perdieron el techo. Perdieron las amistades, perdieron la dignidad. Perdieron la cordura. No se encontraron con una familia que cuando llegó el huracán los sostuvo. No se encontraron con una sociedad que los agarrase fuerte antes de precipitarse en un tobogán de desventura tras desventura.

En la exposición, hay un espejo grande rodeado de fotos de hombres y mujeres sin hogar. Puedes mirarte en ese espejo. Si lo haces, te verás a ti mismo reflejado, rodeado de otros rostros, otros cuerpos, otras historias y otros nombres. Sólo entonces, entiendes que no eres mejor que Pablo, Ahmed, Lucas, Jesús o Hassan, que Yeni o Juanitan, que Eric o Wendy. Solo entonces empiezas a saber que nada en este mundo te da derecho para sentirte mejor, para creer que todo lo que eres y el peldaño que ocupas en la sociedad, te lo has ganado y lo tienes merecido, por tu cara bonita.

El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald comienza con una frase lapidaria que conviene recordar "Siempre que sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no a todo el mundo se le han dado tantas facilidades como a ti". Lo peor que le puede pasar a un ser humano es tener la “esperanza sin cobertura”, como se nos dice en la exposición. Porque cuando al sinhogarismo se le suma la falta total de esperanza, la noche eterna hace su aparición.











miércoles, 23 de noviembre de 2022

Un balón de bolsas de plástico y cuerdas

 


De mis viajes a África, guardo algunas figuras de artesanía en madera y algunas pinturas en batik o arena. Y junto a ellas un pequeño balón hecho por niños congoleños. Una tarde en Kinshasa-Congo, vi a unos niños descalzos corriendo tras un balón que ellos mismos habían hecho con bolsas de plástico y cuerdas. Fue entonces cuando me pareció que el fútbol tenía un aire de grandeza y de pureza. Era un campo polvoriento. Las porterías, marcadas con dos ramas. Los niños se jaleaban a gritos,  y celebraban cada gol con abrazos y piruetas, como si se tratase de una gran final. Pedí a esos niños que me hicieran un balón, y aquí lo tengo todavía mientras escribo.

Estos días, sin interés y sin voluntad, oigo noticias sobre el Mundial de Fútbol que se celebra en Qatar. Ya la propia designación de la sede en 2009, (se supo más tarde cuando explotó el escándalo Platini-Francia), estuvo amañada. Por lo visto, millones de dólares compraron voluntades de algunos miembros de la FIFA. Pero la investigación no llegó a más ni tampoco hubo marcha atrás en la decisión de la sede designada para 2022.

La construcción de los estadios, llevada a cabo por miles de emigrantes, especialmente de Nepal, India o Bangladesh, en francas condiciones de precariedad laboral (trabajos a 50º de temperatura, largas jornadas, malas condiciones de alojamiento, medidas de seguridad escasas, salarios bajos), ha dejado, según el periódico The Guardian, unos 6.500. La todopoderosa FIFA, en cambio, dice que sólo tres trabajadores han fallecido durante la construcción. No cabe duda de que los ocho estadios construidos son magníficas obras de arquitectura. Pero si nos fiamos de Amnistía Internacional y otras Ongds, en todos ellos hay rastros de sangre obrera. Parece que no han escatimado dinero en pagar sumas elevadas a los arquitectos estrellas, menguando, tal vez por ello, los salarios de los jornaleros.

Qatar, ya se sabe, no es famoso por su legislación garantista, ni por su preocupación por los derechos humanos. Ni es conocido por su respeto y promoción de la mujer ni de los derechos de la comunidad LGTBI ni de la libertad religiosa, de opinión o prensa, por citar solamente unos pocos.

Los futbolistas se están haciendo algún selfie con brazaletes ‘solidarios’ y alguna fotografía de postureo. Y hasta los entiendo, lo justo para quedar bien, no comprometerse y que no les saquen tarjeta amarilla (tal vez la excepción podrían ser los jugadores de Irán que se negaron a cantar su himno, manifestando así su cercanía con su compatriota Mahsa Amini, la mujer muerta en extrañas circunstancias tras negarse a llevar el velo). Mostrarse solidario, sin que nuestro bolsillo se vea afectado, no es algo nuevo. Es lo que toca en el guión de cada momento y lugar.

Y Europa, la pobre, ya se sabe, no hará nada, salvo alguna frase en algún mitin para ganar una ovación momentánea. Los señores de los petrodólares son dueños de medio mundo. Y Europa, que ha perdido la costumbre de arrodillarse en las iglesias, se arrodilla sin rubor ante los dioses del dinero y los combustibles, buena parte de los cuales están en Qatar y petromonarquías del área.

Nada nuevo, por otra parte. El mundo ha sido siempre así. Y no hay que escandalizarse, porque es la costumbre. Durante casi un mes, en nuestro propio país, se hablará poco de la inflación que a diario hace temblar la cesta de la compra, de la subida generalizada de impuestos a la clase media, del recorte de las libertades, del atosigamiento a la independencia de la justicia, de la cultura de la cancelación a todo el que no dance al son del que manda, de un tambaleante sistema sanitario tras el covid. Sabremos todo de los futbolistas españoles y de sus rivales: balones que tocan, regates, tiros, corners que sacan, pero también vida y milagros: mujeres y ligues, colección de coches, calzoncillos que anuncian, fiestas que organizan, cambio de corte de pelo, gustos, aficiones y manías. Y escucharemos diariamente las declaraciones del entrenador y de los jugadores con la misma reverencia que los griegos escuchaban el oráculo de Delfos o los católicos la bendición urbi et orbi. Esta es la sociedad que nos ha tocado vivir: un joven con un libro en la mano es más peligroso que un joven levantando pesas. Todo el esfuerzo y el tiempo dedicados al gimnasio y a la cancha suelen ir en detrimento del tiempo dedicado a la lectura y a la cultura.

Los grandes eventos deportivos son, a veces, una fabulosa operación de blanqueo de un sistema. Al igual que las empresas que más contaminan patrocinan ongds verdes para limpiar su imagen, las naciones puede utilizar una cita universal del deporte, para ofrecer una imagen de tolerancia que no es tal. Nada nuevo bajo el sol.

Para mí el fútbol verdadero será siempre el que practican unos niños descalzos –y felices porque sí- con un balón hecho de bolsas de plástico y cuerdas.










martes, 18 de octubre de 2022

Santillana de Campos y Puentes


Cuando mi buen amigo, Jorge Antolín, me dijo que sus niños de catequesis habían elegido el proyecto “Tepetzintan” para una actividad altruista, me hizo una especial ilusión.

Había conocido este proyecto en diciembre de 2010. Desde Amozoc, donde estaba situada la misión guaneliana, me acerqué con otros voluntarios a la comunidad indígena náhualt que vivía en Tepetzintan, un lugar muy apartado de la Sierra Norte del estado de Puebla, en México. El paisaje era de una hermosura sobrecogedora. Era un día húmedo y caluroso. Por el bosque, fui recorriendo los senderos que conducían a las casas desperdigadas aquí y allá. Humildes cabañas. Un catequista local nos guiaba hacia donde había personas enfermas, muy ancianas o totalmente pobres y para las que los voluntarios traían bolsas de alimentos y medicinas. Era verdaderamente conmovedor  ver la pobreza de las casas, el dolor de los enfermos, que aún sacaban fuerzas para hablar, sonreír, agradecer u ofrecer unas tortillas de maíz o una infusión. Nosotros les llevábamos algo; ellos compartían lo poco que tenían. En una casa, pedí a una familia numerosa que accediese a fotografiarse conmigo. De repente la abuela, con un rostro de arrugas como una corteza de árbol, se escabulló y se alejó. Volvió un minuto después y me entregó un huevo que acababan de poner las gallinas.

En el último censo, de enero de 2021, se dice que Santillana de Campos, pedanía palentina dependiente del ayuntamiento de Osorno la Mayor, tiene 67 empadronados. Cuenta, eso sí, con algunos matrimonios con hijos que cada fin de semana, puntualmente, llegan al pueblo.

            La actividad altruista consistió en un “Pincho solidario” organizado el pasado 16 de octubre. Cuando el coche llegó a la carreterilla que conducía al pueblo, nos encontramos con la flecha “Pincho Solidario”. Luego veríamos otras repartidas por las calles, para que nadie se perdiese. Y no estaban de más las flechas, porque otros vecinos de los pueblos limítrofes se acercaron, al igual que un numeroso grupo de amigos de Puentes y de amigos de los propios vecinos de Santillana.

            El momento del “pincho” fue precedido por una Eucaristía en la iglesia parroquial de Santa Juliana, donde un coro compuesto por niños y adolescentes animó musicalmente la celebración. Encontrar niños en una parroquia es algo insólito en la España vaciada, aunque no más que en las parroquias de las grandes ciudades. Viendo a esos niños y adolescentes pensé que no está tan cerca el fin del cristianismo por estas tierras, como muchos auguran o temen. Chicos y chicas leyeron las lecturas del domingo desde el atril, pasaron el cestillo, hicieron de monaguillos y pidieron en la oración de los fieles. El guaneliano, P. Santi, misionero por tierras de Congo, Guatemala, México, Colombia o Brasil era la persona más indicada para hablar de cristianismo y solidaridad.

            La nave agrícola que acogió el pincho no podía estar mejor equipada para hacer de bar durante unas horas. Pero es que, además, estaba muy bien adornada con carteles y con fotografías de los proyectos solidarios que atiende Puentes en países como Ghana, Nigeria, Congo, Colombia, Guatemala, México, India, Filipinas... Una mesa alargada exponía pequeños objetos de artesanía local y misionera para la venta.

            La organización de una actividad benéfica no es una novedad ni en las parroquias ni en los pueblos, lo que sí llama la atención es que, pequeños y grandes, vecinos y residentes de este pequeño pueblo palentino, se implicasen tanto en la preparación y el desarrollo del “Pincho Solidario”. En un mundo de individualidades, la unión resplandece como una joya. Desde los que cocinaron tortillas y empanadas, hasta los que, al pie de la plancha, lidiaron con chorizos, pancetas o morcillas. Desde las mujeres que hicieron manualidades hasta los que acondicionaron los espacios, desde los que adornaron la iglesia o la nave donde se sirvió comida y bebida, hasta los que hicieron de camareros en la barra, de tenderos en la mesa de artesanía o cobraban en la caja.

El tiempo benigno y un sol espléndido pusieron también de su parte para el éxito de la jornada. Y también el Ayuntamiento de Osorno la Mayor quiso aportar su ayuda, costeando la bebida (un detalle que tiene su importancia, porque los ayuntamientos, que suelen ser manirrotos con festejos y verbenas, son bastante cicateros a la hora de la solidaridad).

Es de justicia, hacer una mención especial a Jorge Antolín que animó a todos y sumó voluntades para que el pincho fuese un ‘acontecimiento’ en su patria chica. Pocas veces había visto tanta ilusión y tanta generosidad en un pequeño pueblo. Por ello, nada más llegar a  Santillana, supe que el “Pincho Solidario” ya había triunfado antes de empezar.

            Personalmente, me sentí un poco desbordado por tanta generosidad, compromiso, ilusión y simpatía (me pasa lo mismo en el pueblo vallisoletano de Quintanilla de Arriba). Pensaba en los habitantes de Tepetzintan que, en circunstancias de enfermedad o paro, sin subsidios y sin ayudas, tienen que enfrentarse a la pobreza o al abandono. El dinero recaudado ha sobrepasado los dos mil euros. Una cantidad muy abultada para un pequeño pueblo. Y ese dinero llenará muchas bolsas de alimentos y pagará muchas medicinas.

            Durante la Santa Misa se pudo escuchar la canción “¿Dónde está la juventud, si la tenemos? Pues sí, la infancia, la adolescencia y la juventud, pero también la madurez y la ancianidad de Santillana de Campos estaban ahí, detrás de la barra de un bar, sirviendo pinchos y detrás de la mesa, vendiendo artesanía y en los bancos de una iglesia. Pero estaban, sobre todo, en la ilusión por hacer algo juntos para personas lejanas, que no conocen y que nunca les pagarán lo que han hecho, ¿o sí?

¿Podremos añadirle un apellido más a Santillana? ¿Santillana de Campos y Puentes, por ejemplo?

Gracias de corazón.











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