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lunes, 14 de julio de 2025

Gaza: el hambre entre las ruinas

Hubo momentos en que parecía posible que dos pueblos, como el israelí y el palestino, pudiesen convivir con un mínimo de civilidad y de seguridad. Estuvo cerca de conseguirse. Ahora parecen cosas lejanas, lejanísimas incluso.

La Franja de Gaza ya no existe. No existen las casas ni los mercados. No existen los hospitales ni las escuelas. No existen las carreteras ni los puentes. Sólo escombros sobre escombros. Ciudades y aldeas trituradas por la furia del ejército israelí, con Netanyahu a su cabeza, el apoyo incondicional de Estados Unidos, el desentendimiento de Europa, el abandono de los países árabes y la indiferencia del resto del mundo.

Ahora sólo quedan los escombros. Y el hambre. Y los disparos contra  los gazatíes desesperados que buscan algo que llevarse a la boca cuando un camión de víveres pasa cerca. ¡Y que imploran con sus cacerolas vacías a un cielo que parece haberlos olvidado!

Mikel Ayestaran hubiera querido estar ahí, para contar, como periodista, lo que allí sucede, pero no le ha sido posible, porque los periodistas no pueden entrar. Y cuando los periodistas no pueden entrar difícilmente podemos enterarnos de las víctimas concretas con sus nombres, sus rostros y sus historias personales. El continuo goteo de muertos desde que empezó el ataque a Gaza es un goteo de números, sólo números, diez, veinte, cuarenta. Mikel Ayestaran conoce bien la zona y ha escrito mucho al respecto. En una entrevista reciente declaraba: “La palabra “guerra” no define lo que pasa en Gaza. ¿Cuál es esa palabra? No lo sé, me quedo sin ellas. Pero una guerra no es, no hay un ejército enfrentándose a otro ejército. Gaza es un lugar que antes ya estaba cercado, ahora está totalmente cercado y tenemos un superejército que… Yo ya no sé qué está bombardeando, bombardea sobre lo bombardeado”.

La matanza de 1200 personas y el secuestro de otras 250, a manos del grupo terrorista Hamás (7 de octubre de 2023), ofreció la excusa perfecta a Netanyahu para lanzar su ofensiva total contra los terroristas, pero también contra la población civil, contra sus casas, sus tierras, sus animales y sus pertenencias.

Ya no queda piedra sobre piedra en esa franja. La última fase de esta sinrazón y de esta impiedad es conseguir una victoria total y definitiva rindiendo a la población por hambre, obligando a Palestina a la capitulación e imponiendo el control militar israelí en todo ese territorio.

Los camiones cargados de víveres son detenidos en la frontera, mientras que los niños lloran de hambre. Los pocos camiones a los que se permite el acceso, se las ven y se las desean para distribuir los alimentos en medio de la balacera y de todo tipo de obstáculos por parte del ejército de Israel. Muchas panaderías y más de un centenar de comedores, gestionados por asociaciones humanitarias, y que proporcionaban pan y un plato de comida diaria, han tenido que cerrar por falta de harina y otros alimentos. En Gaza se han llegado a pagar 500 dólares por un saco de 25 kilos de harina.

De nada valen las súplicas de la ONU o del Vaticano. De nada sirven los lloriqueos de las autoridades de tantos países que con la boca pequeña dicen sentirse avergonzados. De nada sirven las resoluciones internacionales que deben aplicarse en tiempos de guerra con los enemigos. León XIV ha dicho una frase muy elocuente: “Matar de hambre a la población es una forma muy barata de hacer la guerra”.

Palestina pudo ser otra cosa. Estuvo a punto de serlo. Luego, el grupo terrorista de Hamás se hizo con las elecciones, con las armas, fanatizó al pueblo y empezó a tomar decisiones verdaderamente nefastas. Palestina no sólo tiene un enemigo en Israel, lo tiene también en Hamás. Tal vez por todo ello, Palestina es un pueblo sin amigos. Palestina es un territorio indeseable para sus propios vecinos, para los países árabes que deberían compartir con ella un destino común de fe, lengua e ideales.

Pero condenar el terrorismo de Hamás no puede justificar en ningún caso esta hambruna deliberada y planificada”, como ha declarado un responsable de la Ong Oxfam. ¿Son acaso los ciudadanos corrientes y molientes de Gaza culpables de las decisiones de unos gobernantes fanáticos o corruptos? Cuando se identifica a los ciudadanos con los que tienen el poder y las armas, se llega a estas situaciones inhumanas. Un niño, un anciano, una mujer que tienen hambre no pueden ser castigados por crímenes de los que no son autores. Por esa misma razón, me niego a identificar a los ciudadanos israelíes con la práctica genocida del Gobierno de Netanyahu.

¿Dónde están los justos de Israel de los que se habla a menudo en los Salmos o en el Libro de la Sabiduría? ¿Dónde están las mujeres y hombres judíos justos que deberían llevar en su corazón la misericordia y la compasión de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento? ¿No les dirá nada José que perdonó a sus hermanos que lo habían vendido como esclavo y llenó los sacos de trigo para saciar su hambre en tiempo de sequía? ¿No les dirá nada David que, aunque tuvo la oportunidad de matar a Saúl que lo perseguía a muerte, no lo hizo por el temor sagrado a Dios? ¿No les dirá nada Ruth, la moabita, que no abandonó a su suegra por compasión y que junto a ella salía a espigar cada mañana de verano? ¿No les dirán nada Tobías, Zacarías y otros tantos, hombres justos que practicaron la misericordia y ayudaron a los necesitados?

Hemos pasado de la paz de los valientes, implorada por Rabin y Arafat, a la guerra de los cobardes. Parece que el objetivo de Netanyahu es hacer de Gaza un inmenso solar, sin vida y sin habitantes, y recluir a todos los gazatíes en campos de refugiados de los que luego tendría que encargarse la ONU. Los gazatíes tendrían –cruel sarcarsmo- la libertad de escoger entre la muerte o la deportación al campo de refugiados. A estas alturas, da la sensación de que estamos asistiendo a la ejecución milimétrica de un plan de destrucción total. Hacer desaparecer Gaza. Hacerla invisible. Reducirla a polvo y ceniza. Desde muchas sensibilidades e instancias se habla claramente de genocidio.

Solo cabe esperar que aún queden justos en Israel. Y que cuando pase esta “generación perversa”, ellos sean levadura, para hacer crecer la convivencia pacífica en la tierra que habitó Jesús, porque en el Salmo 1 está escrito:

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,

Ni entra por la senda de los pecadores,

Ni se sienta en la reunión de los cínicos

Será como un árbol plantado al borde de la acequia.

Da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas.

Y cuanto emprende tiene buen fin.

Porque el Señor protege el camino de los justos.

Pero el camino de los impíos acaba mal.























viernes, 18 de abril de 2025

"Sed tengo", de Gregorio Fernández

 


Sed tengo es el primero de los grandes pasos que Gregorio Fernández realizó para la Semana Santa de Valladolid. Fue un encargo de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, integrada por el gremio de los pasamaneros, por entonces muy activos en la ciudad. Gregorio Fernández, con la ayuda de su taller, lo llevó a cabo entre 1612 y 1616. Después de muchas vicisitudes históricas, el paso acabó integrado en las colecciones del Museo Nacional de Escultura, un museo que cada Viernes Santo abandona para participar en la Procesión General de la ciudad del Pisuerga, portado por la Cofradía de las Siete Palabras.

El paso está compuesto por el Cristo clavado en la cruz y cinco sayones: sayón de la escalera o del rótulo, sayón de la esponja de vinagre, soldado vestido con armadura y lanza en mano, sayón descalabrado que lanza el cubilete con los dados y sayón que mira al suelo para ver el resultado de los dados.

         “Tengo sed” fue la quinta de las siete palabras que cristo pronunció desde la cruz (las otras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Mujer, ahí tienes a tu hijo. ¿Por qué me has abandonado. Todo está consumado. En tus manos encomiendo mi espíritu). Las ‘Palabras’ constituyen, por tanto, una especie de testamento o resumen de la vida de Jesús de Nazaret. Cada Viernes Santo, la cofradía titular de las Siete Palabras convoca a vallisoletanos y forasteros a acudir a la Plaza Mayor para escuchar a un orador sagrado el Sermón de las Siete Palabras. Este acto, con toda su solemnidad y teatralidad, conserva aún la atmósfera de los grandes autos sacramentales llevados a cabo en la Plaza Mayor con motivo de las fiestas religiosas o de los autos de fe que tuvieron lugar en este mismo escenario contra hombres y mujeres acusados de herejía.

         El paso Sed tengo tiene forma de pirámide, geometría de equilibrio y perfección constructiva. Tiene una altura muy considerable, pues encaramado a la escalera y por encima de la cabeza de Cristo, el escultor coloca un sayón. La teatralidad barroca es la seña de identidad de los pasos de Gregorio Fernández. El pueblo iletrado es capaz de leer estas imágenes y conmoverse hasta las lágrimas, darse golpes de pecho, arrancar improperios contra los sayones o arrodillarse conmovido. Desde todos los ángulos de la plaza o de la calle, los devotos podían comprender el desarrollo de la Pasión de Jesús. En el caso concreto que describo, el paso reúne varios momentos de la Pasión: el grito de Jesús que clavado en la cruz, las manos crispadas por la el dolor y la fiebre, grita: tengo sed. El momento en que un sayón acaba de fijar al madero el rótulo del motivo de la condenación, resumida en el INRI, Jesús, el Nazareno, el Rey de los Judíos. La escena en que echan a suerte la túnica de Jesús, tejida de una sola pieza de arriba abajo. Y finalmente el instante en que un sayón, sirviéndose de una caña a modo de hisopo, acerca una esponja empapada en posca, vinagre con agua, muy utilizada por las legiones romanas,  a los labios de Jesús, mientras que otro sayón-soldado mira, curioso y burlón, al crucificado.

         El Cristo tallado por la magistral gubia de Gregorio Fernández es uno de los más hermosos que salió de sus manos: cuerpo esbelto y delgado, perfección anatómica, huellas de la flagelación en su espalda, marcas de las tres caídas en sus rodillas, rostro hermoso, manos crispadas que indican el momento en que el sufrimiento llega a su límite, expresión de mansedumbre y compasión, ojos entrecerrados, regueros de sangre en la espalda, brazos y piernas.

En cambio, Gregorio Fernández esculpió los sayones con todos los estragos del vicio, la brutalidad y la fealdad. Esto es algo también muy barroco, porque la idea de bondad-belleza y fealdad-maldad ha sido un artificio del que se han servidos muchos artistas. Los fieles debían comprender, al primer vistazo, quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero lo que verdaderamente reflejan los sayones, no es la vileza ni el crimen, sino la indiferencia ante el mal. Por costumbre, por supervivencia, por obediencia, por instinto a seguir el juego a los que administran justicia y deciden sobre la vida y la muerte de los demás. Los que echan a suerte sus ropas simplemente están ejerciendo su derecho a quedarse con las vestiduras de los condenados. Una especie de salario por su tarea ingrata de conducir a los reos hasta el lugar de la crucifixión. El sayón encaramado a la escalera simplemente obedecía órdenes de clavar el INRI en el madero. Era su oficio. Probablemente no conocía ni el latín ni el griego ni el hebreo, las tres lenguas en las que estaba escrito el cartel. El sayón que le da a beber la posca, le da a beber lo único que tiene a mano, una mezcla de agua y vinagre, y que podía calmar la sed abrasadora que atacaba a todos los crucificados, pero también provocar las náuseas y el vómito. Lo que sí es cierto, como nos dicen los evangelistas, es que todo el mundo, los sayones y soldados incluidos, se reía y hacía mofa de los crucificados. Los condenados eran, en su mayoría, pendencieros y bravucones, ladrones u homicidas, rebeldes contumaces que habían desobedecido las leyes con altanería y chulería, habían atropellado o habían desafiado la autoridad religiosa. Pero en el momento de la crucifixión eran guiñapos de carne destrozada, cuerpos desgarrados por la asfixia, atormentados por la sed o los huesos descoyuntados. Simples piltrafas. Y por ello los sayones podían burlarse de ellos, recordarles sus fechorías y, así, humillarles y vejarles delante de todos. Las masas, ya se saben, son cambiantes y mudables. Bastan cuatro consignas para que cambien de bando y de parecer. Por eso, en el fondo, el populacho acudía gustoso y festivo a estos espectáculos.

         Los sayones son el reflejo, no de nuestra maldad, sino de nuestra capacidad para mimetizarnos con los deseos de los gobernantes y con los eslóganes de la chusma en mayoría. No es la maldad, es la indiferencia la que prevalece. O la obediencia ciega a quien ordena y manda. Hanna Arendt lo resumió muy bien en su famosa expresión: “la banalidad del mal”. El mal puede ser llevado a cabo por personas corrientes y molientes que, en determinadas situaciones de embrutecimiento colectivo, aplauden, gritan, lanzan piedras o bombas. Lo mismo que, en determinadas circunstancias, fríos funcionarios o soldados ejecutan lo que se espera de ellos en esa hora precisa.

         El grito desgarrador de Jesús en la cruz “Tengo sed” será siempre el grito de los hombres y mujeres que sufren en cada momento. Tienen sed los migrantes que en cayucos arriban a nuestras costas, y que esperan desesperadamente que un voluntario acerque a sus labios una botella de agua. Tienen sed de pan, valga la contradicción, los niños desnutridos de tantos países del llamado Tercer Mundo. Tienen sed de paz los soldados que, sin comerlo ni beberlo, tienen que ir al frente a defender decisiones políticas tomadas en impolutos despachos. Tienen sed de compañía los ancianos aparcados que no reciben visitas, ni abrazos, ni un solo gesto de afecto. Tienen sed dignidad los trabajadores a los que un sistema injusto laboral condena a un trabajo de esclavos, incluso en nuestras ciudades opulentas. Tienen sed de respeto tantas mujeres maltratadas en sus propios hogares o víctimas de explotación sexual en burdeles de carretera. Tienen sed de cultura y oportunidades niños y jóvenes de todas las periferias, que desde pequeños se sentirán condenados a una cadena perpetua de subclase.

         “I thirst” estaba escrito por todas las partes en la casa de Madre Teresa de Calcuta, en el Congo. Este grito de Cristo en la cruz fue elegido por la misionera de origen albanés para dar sentido a su vida y trabajo en medio de los pobres más pobres. Tengo sed escrito en inglés lo leí nada más llegar al orfanato de las Misioneras de la Caridad en Kinshasa en 1998. Lo vi escrito en letras grandes en el comedor donde más de dos centenares de niños huérfanos devoraban su plato de fufú y su vaso de agua. Escrita ahí, en este comedor de niños abandonados, tenía todo su sentido y su valor.

         También la Madre Verónica, fundadora de Iesu Communio ha hecho de esta ‘quinta palabra” el centro de su vida. Ella lo escribe siempre en hebreo, la lengua de Jesús. Y suena así: Tsajenà. Y en su caso no se refiere a la sed material, sino a la sed de dignidad de tantos seres humanos. Precisamente ella, nacida María José Berzosa, al emitir sus votos religiosos, quiso llevar el nombre de Verónica, no por la mujer que limpió, según los evangelios apócrifos, el rostro de Jesús en la Calle de la Amargura, sino por la joven maltratada y explotada que conoció en Burdeos. Ella, Véronique, gritaba llorando “nadie me quiere, no tengo a nadie”, que es otra manera de gritar: “Tengo sed”.

         Cada Viernes Santo en la ciudad de Valladolid, el paso Sed Tengo, de Gregorio Fernández, no es solamente una simple evocación de una escena ocurrida en Jerusalén hace dos milenios, sino una fotografía exacta de nuestro mundo. Y tal vez de nuestro corazón.



















 


domingo, 9 de febrero de 2025

La escuela, refugio de muchos alumnos

 

        Muchos maestros pasan más horas con sus alumnos que los padres con sus hijos. Un maestro, si tiene vocación de maestro, si los alumnos le interesan más que las programaciones y los formularios que la administración pide para su cumplimentación, puede darse cuenta de carencias, necesidades, dramas familiares. Y si un maestro tiene empatía, no con los más listos de la clase, sino con los más frágiles y vulnerables, puede hallar el camino para poner algún remedio a esas carencias. Como leemos en la pizarra de esta foto, a veces la escuela es un refugio para el alumno. El maestro tiene esa responsabilidad pero al mismo tiempo ese don y ese inmenso poder de mejorar vidas que nacen a la vida. ¡Cuántos niños encontrarán cada día afecto y consuelo, estímulo y luz en medio de la oscuridad que puedan vivir en casa! Por ello, hay maestros que detectan que el niño llega sin desayunar, o que las condiciones higiénicas en su casa escasean, o que otro alumno le hace la vida imposible, o que sus padres se pasan el día riñendo, o que duerme en casa de la abuela, porque a los padres divorciados, que tienen nueva pareja, el hijo les estorba. Y tristemente, hay maestros que sólo conocen la cifra de la nómina, la nota de los exámenes o cuándo caen las vacaciones.  

domingo, 19 de enero de 2025

La Biblioteca Humana

 


    En el año 2000, empezó en Dinamarca una experiencia que luego se ha ido extendiendo por muchos países (a España llegó en 2021): Las Bibliotecas Humanas.

     En una Biblioteca Humana (Menneskebiblioteket, en danés), en lugar de tomar prestado un libro, tomas prestada una persona. En lugar de leer un libro, lees una persona. La cosa puede funcionar más o menos así: un lector se acerca al mostrador y pide el catálogo humano. Cada persona tiene una etiqueta: parado, transgénero, refugiado, musulmán, monja, extranjero, ex-presidiario... El lector elige una persona y durante un tiempo puede conversar con ella. El objetivo es ayudar a borrar prejuicios. Esta biblioteca humana tiene un lema “No juzgues un libro por su portada”. Está comprobado que nos bastan apenas tres segundos para catalogar a una persona a la que acabamos de conocer: el color de su piel, su acento, su belleza o falta de ella, su ropa, sus primera frase, etc. ¡En tres segundos ya etiquetamos y catalogamos a alguien! Casi siempre este primer juicio es erróneo.

     Treinta minutos de conversación pueden hacernos descubrir muchas más cosas de una persona: ¡caben tantos yoes en un yo! Porque el extranjero, además de tener un pasaporte distinto o pertenecer a otra etnia o a otra religión, puede ser también un buen cirujano, un voluntario en Cruz Roja, un abnegado padre de familia, un lector asiduo. Porque la monja, además de rezar, puede hacer un excelente trabajo en el barrio obrero, cuidar a otras monjas ancianas, reunirse cada jueves a dialogar con no creyentes o pintar buenos cuadros en sus ratos libres. Y viceversa: hay manchones, muchas cosas innobles, que no dejarían en buen lugar a los que se creen o nos creemos "normales y ejemplares". 

        Imaginemos, por un momento, a un sujeto llamado Patrick que es presentado en una 'biblioteca humana' con la etiqueta "alcohólico". Y al día siguiente con la de "científico". Y a la semana, con la etiqueta "activista medioambiental", y más tarde, con la de "refugiado político", 'homosexual', 'católico' o 'africano'. Es la misma persona. El mismo Patrick científico, alcohólico, activista, refugiado, homosexual, católico y africano. Y sin embargo la actitud del 'usuario lector', a la hora de conversar con él, sería muy distinta dependiendo de la 'etiqueta' que cada día cataloga al tal Patrick. 

    Cada libro, como cada ser humano, tiene una única portada, pero muchos capítulos, muchas páginas , muchas líneas y muchas palabras…Por lo tanto, "No juzgues nunca un libro humano por su portada".

jueves, 17 de octubre de 2024

Héctor & Friends: 50 vueltas al sol

 

    Una mañana te levantas de la cama y empiezas a recordar las cosas que hiciste para que alguien se sintiera mejor, pudiera vivir mejor o incluso fuera un poco más feliz gracias a ti.

    Ese día me llegó a mí no hace mucho…

    Tengo grabado lo que me decían mis padres o lo que recuerdo de las viejas historias que me contaron en mi infancia: “la manera de conseguir la felicidad es hacer felices a los demás”, un secreto a voces, tan sencillo como auténtico.

    Ahora que ya voy conociendo lo que es la madurez gracias a mi medio siglo de vida, tengo la certeza de que eso es lo más importante en mi existencia en este momento.

    Colaborar con Puentes desde sus orígenes no ha sido difícil porque es una ONG que conozco bien y a sus integrantes también.

    Este año es importante para mí por hacer 50 vueltas al sol y eso me hacía también repensar en cómo quiero que sean las siguientes, por eso se me ocurrió la idea de organizar un concierto con artistas locales con un fin solidario.

    La respuesta ha sido espectacular: Carmen Sánxez, Golpe Maestro, Mike Terry, Ezequiel, Feli Paita, María Sotelo, Los Flekis, David, Dani Vaeda, Elías Foc, Caballero y las Sonrisas, Julio Zé y María y Zachy se han unido a la fiesta. Lucy Carrera, Javi Frankelo, Cacia y Gonzalo a Secas no han podido por diferentes motivos.

    La solidaridad, el buen rollo y las ganas de hacer música y regalar momentos únicos hacen de este concierto algo mágico.

    Agradecer de corazón a la gente que lo va a hacer posible: al Salón en Llamas por cedernos su local, a los artistas invitados por su arte y a los que asistan porque seguro que gracias a todos podremos generar un impacto positivo en algún alma humana y seremos más felices por ello.

    Por último, dar la gracias a Puentes por su gran trabajo durante estos 25 años de dedicación hacia los más necesitados.

     Héctor Pariente Martínez


    Hace muchas vueltas al sol, coincidía cada domingo con Héctor y Esther, en un voluntariado en la residencia de ancianos Cardenal Marcelo. Ellos eran jovencísimos entonces, pero recuerdo su constancia cada mañana de domingo, su capacidad para poner música a los encuentros con los viejecitos y su talento humano para añadir un poco de dicha a las personas mayores que, en general, tenían muchos motivos para sentirse tristes. Así que esta convocatoria de Héctor para reunir a sus 'friends' y al mismo tiempo hablarles del Territorio Puentes y de las personas que lo habitan es para mí una gran alegría y un motivo de agradecimiento: 

    También cada noche, una ambulancia da vueltas y vueltas por las calles de Kinshasa (Congo), deteniéndose en los lugares donde menores de la calle necesitan un paracetamol, unos antibióticos, unas vendas. O un oído que escuche y unos brazos que abracen. Es precisamente a este proyecto donde irá la solidaridad de este encuentro de Héctor & Friends.  

   Juan Bautista Aguado - Puentes







viernes, 4 de octubre de 2024

Proyecto Caramelos 2024: "campamentos en Amozoc"

 


Juan Vaccari (Sanguinetto, 1913 - Aguilar de Campoo, 1971) fue un religioso guaneliano al que recuerdan entrañablemente los que le conocieron por tierras italianas y españolas, y otros muchos que han podido 'conocerle' a través de sus escritos y de los libros y artículos publicados sobre su figura. 

En Puentes honramos la memoria del hermano Juan con dos iniciativas.

     Premio Hermano Juan: Cada 9 de octubre (fecha de su muerte) Puentes da a conocer el Premio Hermano Juan. Dotado con una pequeña cantidad, exactamente el 1% de los donativos que la Ongd haya recibido el año anterior. Es una cantidad simbólica, pero también expresa la voluntad de compartir algo, aunque sea poco, con otras asociaciones que en nuestro propio entorno luchan de forma desinteresada por los demás.

Proyecto caramelos. Puentes, también cada 9 de octubre, invita a colaborar con un proyecto solidario. En esta ocasión el proyecto elegido es “Campamentos de verano para niños y adolescentes de la parroquia San Luis Guanella, en Amozoc-México”, que los religiosos guanelianos organizan como parte de su misión caritativa en medio de la infancia y juventud necesitadas. Este “Proyecto caramelos” está especialmente dirigido a los antiguos alumnos que estudiaron en Aguilar de Campoo y Palencia y a todas las personas que sienten una especial devoción por la figura del hermano Juan.

Para los antiguos los alumnos esta es una forma de devolver un poco de lo mucho que recibieron en su infancia y adolescencia en Aguilar de Campoo y en Palencia. Los que tuvimos la suerte de convivir con el hermano Juan recordamos su continuo deseo de hacernos la vida más fácil en el internado, mediante juegos, concursos, caminatas por los alrededores, fiestas y pequeñas excursiones. Y así, entre juegos y diversiones, nos inculcó el sentido del esfuerzo y de la superación, e igualmente la belleza de la fe en un Dios Bueno y Providente.

Para los devotos de Juan Vaccari es una forma de imitar y honrar su vida. En los últimos años la figura del hermano Juan se ha difundido mucho. La publicación de sus diarios y los diversos estudios sobre su personalidad han llegado a muchas personas que se han sentido conmovidas por la fe recia y dulce de este buen hombre. Por otro lado, el proceso abierto para su beatificación ha superado la fase diocesana (concluida en Palencia en noviembre de 2022) y ya se encuentra en la Santa Sede.

A unos y a otros, su vida es una enseñanza que puede ayudar a ser mejores cada día, mediante la humildad, la oración continua, la servicialidad hacia todos y la alegría de ser creyentes. No haremos cosas extraordinarias, pero sí podremos hacer bien y en conciencia las pequeñas acciones de cada día.

Por todo ello, desde hace muchos años cada 9 de octubre se recuerda que en su testamento el hermano Juan Vaccari había pedido que "si el día de mi muerte se encontrase algo de dinero en mis bolsillos, deseo que se compren caramelos para los chicos con alguna discapacidad”, que es como decir: deseo que en mi nombre los niños desfavorecidos tengan un poco de alegría y de contento. Este es el motivo por el que a este proyecto solidario (en este año 2024, para los niños y niñas de Amozoc en México) le llamamos “Proyecto Caramelos”.

IBAN: ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (B. Santander): “Proyecto Caramelos”

BIZUM: 10009 "Proyecto Caramelos


Imagen del Campamento en Amozoc - verano 2024


Cartel para el Día de los Caramelos en India


Barza d'Ispra: sepulcro del Hermano Juan


Imagen del Campamento 2024




Número especial de Servir 


Caramelos para los "buonifigli"


Niños y adolescentes participantes en el Campamento



Aunque borrosa, la imagen capta el momento en el que el Hno. Juan tira caramelos 
a sus alumnos de Aguilar de Campoo 


Bizum para colaborar con Proyecto Caramelos














miércoles, 4 de septiembre de 2024

¿Por qué hay que ser solidarios?


       Solidaridad, altruismo, generosidad, caridad, filantropía, fraternidad… distintas palabras para hablar del apoyo y adhesión a la causa de otras personas. Cuando definimos a alguien como ‘solidario’ queremos decir que es una persona que hace suya la causa del otro y le muestra su cercanía con una ayuda concreta.

        Hay una solidaridad verdaderamente comprometida: la de los voluntarios. Es una solidaridad de quien pone su tiempo y sus cualidades personales al servicio de personas excluidas o necesitadas. Es la solidaridad de los que atienden los roperos parroquiales, de los que llevan calor y café a los que duermen en la calle, de los que escuchan a quienes llaman al teléfono de la esperanza, de los que colaboran en los almacenes del Banco de Alimentos, de los que animan un campamento para hijos de migrantes o acompañan a ancianos a la consulta del médico. Seguro que podéis añadir muchos más ejemplos.

            Hay otra solidaridad y es la de quienes comparten sus recursos económicos con los más desfavorecidos en España o en otros países empobrecidos del planeta. Los hay que, en tiempos de catástrofes, como por ejemplo una guerra o una hambruna, un terremoto o un ciclón, envían un donativo. Y los hay que, de forma estable y continuada, sostienen proyectos sociales y humanitarios, por ejemplo una investigación contra el cáncer, una escuela o un comedor social en países pobres. Son los miembros de las más variadas asociaciones, ongd’s o fundaciones.

            Ambas formas de solidaridad son necesarias y son muy importantes para la sociedad. Existe también una solidaridad de palabra y de boquilla. Esta solidaridad la vemos todos los días en las redes sociales, Facebook, Instagram, Twitter, etc. Bien podemos decir que es una “solidaridad de postureo”. Si la empatía se limita a un ‘me gusta’ y a un emoticono que nada cuesta, podemos pensar que, más que solidaridad, es el deseo de aparentar que somos mejor de lo que somos. Mostrar continuamente que algo nos apena o dar un ‘like’ en contra de la guerra de Ucrania o de la falta de escuelas en Sudán, y no hacer nada más, resulta, como poco, una actitud sospechosa de hipocresía.

            Probablemente, solo cuando la solidaridad nos cuesta, aunque sea un poco, tiene valor. La solidaridad que cuesta tiempo, energías, disponibilidad y dinero es la que cuenta y la que vale. La solidaridad del “me gusta” y “yo apoyo la causa” tiene valor cuando va acompañada de un segundo movimiento: dar algo de nosotros o dar algo de lo nuestro. “La indignación –repetía el filósofo Stéphane Hessel- sólo puede durar unas horas; luego hay que pasar a la acción”

            Últimamente se han publicado muchos estudios sobre la solidaridad y todos concluyen que ser solidarios nos hace mejores personas. Y lo que es más importante: nos hace un poco más felices. Ser solidarios –aseguran estos estudios- no beneficia solo a los destinatarios que reciben la ayuda, sino a los que dan esa ayuda. Ser solidarios nos ayuda a ponernos en lugar del otro, a ver el mundo desde un ángulo diferente. Otros beneficios de ser personas solidarias son: aumenta la autoestima, refuerza la inteligencia emocional, alivia el estrés, redobla la positividad, desarrolla el sentido de gratitud ante la vida, te enseña a no quejarte continuamente de lo que te sucede y de lo que acontece en el mundo. La solidaridad nos ayuda a salir de nuestro ombligo y a identificarnos  con causas ajenas a nosotros y a nuestro pequeño círculo familiar.

            Un aspecto muy importante de la solidaridad es 0que abre delante de nosotros un horizonte nuevo: el horizonte de la bondad. El mundo no es únicamente una sucesión de injusticias y de catástrofes, de gente mala y egoísta, de violencia y de rencor. La solidaridad abre nuestros ojos a la bondad, la piedad, la generosidad y la luz. En el fragor de la guerra, siempre hay una enfermera que cura las heridas. Junto al hambre, siempre hay quien prepara un puchero y lo reparte. Cuando el terremoto desmorona las casas, siempre hay un vecino que ofrece su hogar. Existen el ébola y la malaria, pero también el voluntario silencioso que acompaña en la enfermedad.  

                Todo esto, ese lado luminoso del mundo, es mucho más fácil de descubrir cuando uno se ha comprometido, cuando uno es solidario con una buena causa. Quien pasa junto a puente donde un vagabundo andrajoso dormita, solo ve a un vagabundo andrajoso. El voluntario que cada noche recorre esos mismos puentes no ve vagabundos andrajosos, ve seres humanos que agradecen un café caliente, una manta sobre sus hombros, y una palabra de saludo y cortesía.

                Las personas solidarias no se pasan el día quejándose de los males del mundo, de los telediarios infames, de los periódicos nauseabundos. Las personas solidarias conocen las miserias del mundo, pero también las mil historias de esperanza y de bondad. También de alegría y gratuidad. Podemos apenarnos por los niños que no van a la escuela, pero también alegrarnos por los niños que, gracias a la ayuda de personas solidarias, están ante su pupitre.  

                Son muchos los que piensan que la solidaridad es un parche insignificante en un bache infinito, una gota de agua en el ardiente desierto. Son muchos los que piensan que no hay que ofrecer solidaridad, sino exigir justicia. Que hay que cambiar las estructuras de poder y las relaciones internacionales. Y tienen razón, claro que sí. Pero hasta que las leyes sean justas, hasta que las estructuras internacionales sean de verdadero progreso y equidad, todavía queda mucho, muchísimo. A ese territorio de pobreza, a ese vacío de justicia, es al que se dirige la solidaridad. El niño que no estudia porque su gobierno no paga la escuela de su pueblo, no podemos decirle que espere hasta que el derecho a la educación le alcance. Solamente podemos decirle, si aún somos humanos: “cuenta conmigo, yo me hago responsable de tu educación”.











miércoles, 14 de agosto de 2024

La escuela: una llama que no se apaga nunca

 

Como ya sucedió el curso escolar anterior, muchas escuelas de amplios territorios de la R. D. del Congo no abrirán al inicio del curso escolar. Hace unos días,  el misionero Blaise Mukampiel me decía por teléfono que, de momento, no habían podido regresar a Bateke, de donde fueron expulsados por la violencia extrema hace ahora año y medio y donde aún no se dan las condiciones para regresar. La guerra en El Congo es una guerra olvidada, o quizás sería mejor decir escondida. La guerra llegó a la meseta de Bateke en mayo de 2023. Y con ella, la destrucción de muchas escuelas o su apropiación por parte de la guerrilla o del ejército para transformarlas en refugios para los soldados o los guerrilleros. Y en esas seguimos aún. Pero en este mundo nuestro, sólo se habla de la guerra de Rusia-Ucrania o de la guerra de Israel-Palestina. Es lo que hay.

                A sólo 130 km de Bateke está Kinshasa, la capital de la R. D. del Congo. Y en esta ciudad, gracias a Dios y por ahora, las escuelas abrirán los primeros días de septiembre. Este es el motivo por el que, un año más, pido vuestro apoyo al programa de alfabetización y escolarización de menores de la calle en la ciudad de Kinshasa. 

            En un reciente estudio del pasado mes de julio, la Ong jesuita Entreculturas, experta en educación, decía: "Más  de 460 millones de niños, niñas y adolescentes viven en zonas de conflicto. Unos conflictos que han provocado que una quinta parte de los niños y niñas del mundo, el mayor número de la historia, se encuentren hoy en situaciones de emergencia, haciendo que peligre su vida, su derecho al aprendizaje y sus oportunidades de futuro”. 

“En estos contextos, incluso en las guerras más cruentas, la escuela significa mucho para la infancia. Es el lugar donde pueden recuperar, aunque sea por unas horas, la normalidad, el juego y el aprendizaje”. Y en el informe se hace un llamamiento: “fortalecer las escuelas para que sean un entorno protector y protegido, para que niños y niñas puedan permanecer en el sistema educativo. Una seguridad que va más allá de lo educativo y que engloba otros derechos humanos que están estrechamente relacionados, como el derecho a la sanidad o a una buena alimentación”.

La escuela no es un edificio. Ni unos materiales. Ni unas herramientas.  La escuela son los maestros que transmiten conocimientos y valores. La escuela son los compañeros con los que establecemos vínculos, a veces de por vida. La escuela es, en muchas ocasiones, una ocasión única para el aseo personal, la comida a mediodía, el uniforme que nos permite sentirnos iguales al resto de compañeros. La escuela es una pequeña luz que se enciende en la cabecita de un niño y que no se apagará nunca jamás.

Centenares de niñas y niños, rescatados de la calle y sus mil peligros, empezarán el día con un paseo hasta la escuela, vestidos y aseados, con su mochila, su cuaderno y su lapicero. Allí les esperará un maestro que encenderá en sus mentes esa pequeña llama de conocimiento. Una llama más importante y más necesaria que la llama olímpica que cada cuatro años abandona la ciudad de Olimpia para presidir los Juegos en una gran ciudad del mundo.

    ¿Deseas colaborar con un mes de escuela? 15 euros.

    ¿Deseas colaborar con un año de escuela? 150 euros.
















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