viernes, 29 de junio de 2018

Viktor Frankl: sentido de la vida, sentido del sufrimiento




En 1940, Viktor Frankl, vienés, judío, joven, y con una prometedora carrera en el campo de la neurología, tenía en sus manos un visado para trabajar y estudiar en Estados Unidos y, de esta forma, salir cuanto antes de una Austria devorada ya por el nazismo. Pero Víktor sabía que sus padres, ya mayores, no contaban con este visado y que no podía dejarles abandonados a su suerte en un mundo que se había vuelto loco con los judíos. Dejó caducar el visado y así, poco tiempo después, llegó a Auschwitz.
Ya en el primer control no le dejaron pasar el manuscrito de sus investigaciones y que luego se conocería como Logoterapia. Ante sus narices hicieron trizas sus apuntes, fruto del trabajo de varios años.
Ante la brutalidad y la inhumanidad reinantes en el Lager, Viktor se preguntaba ya en las primeras semanas de prisión si, en estas condiciones, tenía sentido la vida y si era posible buscar un sentido a la vida.

El prisionero 119.104 se dedicó a observar el comportamiento de todos cuantos le rodeaban:  los oficiales nazis, los kapos, capataces de los barracones,  los prisioneros, veteranos o novatos…. Tomó distancia frente a cuanto sucedía a su alrededor y se preguntó una mil veces por el sentido de este sufrimiento. Fue así como el campo de concentración se convirtió en un motivo de madurez personal pero también en el laboratorio de sus investigaciones.  El filósofo Baruch de Spinoza, también judío como él y perseguido como él, le había enseñado lo siguiente: “Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam” (el sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él”.
Frankl intentó formarse una idea clara y precisa de este sufrimiento. Observó la mezquindad y la crueldad de los kapos, pero también la generosidad de un oficial nazi que compraba medicinas de su propio bolsillo y las distribuía entre los enfermos. Los propios prisioneros protegieron a este oficial cuando llegó el momento de la liberación. Observó el sadismo de muchos prisioneros con otros más débiles o recién llegados. Observó el hundimiento moral de otros tantos que simplemente se volvían apáticos, se resistían a comer y se entregaban a la muerte como quien se entrega a una liberación. Observó el fenómeno de la ‘despersonalización’, que es ese momento en que una persona se vuelve incapaz de ser persona, de actuar con la dignidad de una persona. Se conciencia de que es una cosa, a la que han arrebatado cualquier sentimiento de humanidad o incluso han incapacitado para la alegría, algo que sucedería por ejemplo en el momento de la liberación: los prisioneros ya no eran capaces de experimentar la alegría, porque creían que no era cierta, que era una patraña más de su mente enferma.

En las circunstancias más dramáticas, el hombre aún puede conservar una llama de humanidad y creer que su vida y su sufrimiento tienen un sentido, una enseñanza, un chispa que puede iluminar la noche más oscura. Viktor Frankl salió con vida del Lager. No así su familia, incluida su joven mujer. Prosiguió sus estudios, su trabajo y sus investigaciones de Logoterapia.
El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias…, todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana: “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en que se encuentra”

En el prólogo de Benigno Freire, leemos: “En el Campo, Frankl pudo experimentar situaciones impensadas e insospechadas para ahondar en el conocimiento del hombre. El sufrimiento estaba presente en el lager en todas sus modalidades e intensidades. Estudió con detalle sus efectos en el psiquismo y observó cómo algunos reclusos se abatían o degradaban ante el sufrimiento, mientras otros parecían madurar interiormente. De esa observación dedujo que no es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento”.
Viktor Frankl pudo resumir: “El sufrimiento, en cierto sentido, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido…”

miércoles, 27 de junio de 2018

1.- La decepción de Helen o el inicio de todo


 

 
Helen sufrió la polio cuando tenía cinco años. Donde el pavimento lo permite, se sirve de una silla de ruedas para desplazarse. Y cuando no, camina arrastrándose sobre el suelo, ya que tiene bastante paralizadas ambas piernas. Helen tuvo la semana pasada malaria o paludismo (enfermedad infecciosa producida por la picadura del insecto anófeles). Nada fuera de lo habitual: fiebre intermitente, escalofríos y sudoración. Pero su sufrimiento en esos días tuvo otra razón: la decepción causada por la imposibilidad de ser operada. ¿Qué pensaría Helen en el momento en el que el doctor Paul le dijo que, al tener una pierna algo más corta que la otra, requería otro tipo de operación y que, además, sería una intervención más costosa de lo que en principio le había dicho? Un importe que la misión Guanella en ese momento no estaba en condiciones de asumir, porque en el cajón "no quedaba nada", según me confesó P. Fernando. 
Pero a ella, unos meses atrás, le habían dicho que todo sucedería como a sus compañeros ya operados. Y sin duda, habría echado la imaginación a volar: un mañana sin silla de ruedas, sin tener que gatear; un futuro en el que podría caminar de pie y mirar al otro a la misma altura. 
Y ahora está ahí, desencajada, y no sólo por la malaria que ha sufrido, sino por esa angustiosa decepción, por la amargura que significa dar marcha atrás en sus sueños o, lo que es peor, renunciar a ellos en el porvenir. En el rostro de Helen no había aquella mañana ni la rabia ni la queja. Acaso sólo ese dolor antiguo de su raza y de su tierra que ha conocido muchas humillaciones y pocas explicaciones.
El caso de Helen me conmovió profundamente. Había dos cuestiones. Una médica, ya que una pierna de Helen era un poco más corta que la otra y esto diferenciaba su operación de la que habían sufrido sus compañeros. Y otra económica, porque la operación costaría más dinero y nadie podía costearla.
No se lo dije a nadie, ni siquiera a Fernando, el misionero español al que acompañaba, pero a la salida del hospital pensé que antes de Navidad yo tenía que buscar recursos para que Helen u otros jóvenes de esta Casa de Santa Teresa pudieran ir al hospital para ser intervenidos y mejorar así su movilidad.

Llegué a casa abatido, y en medio del calor sofocante, rumiaba las palabras del evangelio: ‘Levántate y anda’.
Y así fue, pocos meses después, en las vísperas de Navidad, la primera transferencia desde España llegaba a la cuenta que la misión tenía abierta en Ghana. Unas semanas antes de Navidad, se había organizado una exposición con materiales y fotos de mi viaje a este país africano con el fin de sensibilizar a los jóvenes guanelianos, amigos y familiares sobre la realidad de los niños y jóvenes con polio. La Campaña recibió el nombre de ‘Ghana Solidaridad’, que sería el embrión de la futura Misiones Guanelianas y que finalmente se llamaría Puentes Ongd.
El proyecto de pequeñas intervenciones quirúrgicas a niños y a jóvenes ghaneses que permitía minimizar las secuelas de la polio en sus extremidades inferiores fue el primer objetivo de nuestro grupo solidario, y se mantuvo durante muchos años. Quizás por ello, durante bastante tiempo, el lema de "los amigos solidarios con Ghana" fue “Tú también puedes hacer milagros”.

Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998









 

Dulce limón, de Miguel Ángel San Juan



Era un jovencísimo muchacho de 18 años aquel Miguel Ángel que yo conocí en 2006 en Lisboa. Era joven, y sin embargo, maduro, reflexivo y buen conversador. Alguien que no rehuía las conversaciones y los temas con quienes casi le triplicábamos en edad. Era fácil hablar con él de literatura, política, arte o actualidad. Un joven a punto de iniciar la carrera de periodismo, con una ilusión y unas ganas muy  alejadas del pasotismo y la indiferencia por los estudios que caracterizaba a la mayoría de sus coetáneos. Después lo perdí de vista, aunque de vez en cuando me llegaban noticias de sus inquietudes literarias y de su vocación de comunicador. Era joven y probablemente era ya un letraherido.
Hace tres años llegó a mis manos su primera novela Una mariposa en la chistera. Y hoy mismo acabo de terminar su segundo libro Dulce limón que, según confesión del propio autor, nace de “una imperiosa necesidad de gritarle al mundo con susurros muy bajitos, pero muy profundos, que cuantas barreras pongan por delante serán derribadas con nuestra ilusión, nuestra lucha, nuestras ganas y nuestro esfuerzo”.


Relatos de amor, poemas existenciales, cuentos morales y de superación, compendio de sabidurías y moralejas, historias de gentes de andar por casa que desprenden una luz que ilumina al lector…. Y de nuevo uno sale de la lectura, como mínimo, sorprendido por la variedad de registros.

Destaco algunos: Las cerezas de la marquesa, en la que dibuja un cuadro realista de la España de posguerra cuando las chicas de servir tenían que batallar con el señoritismo de la alta burguesía. En El estropajo da vida a los sentimientos y querencias de un objeto tan cotidiano del fregadero de cada casa. La impaciencia y el querer revivir a toda costa el pasado están muy bien reflejados en Por un pasado muerto. Pacifismo, ternura, amor, y el deseo imperioso de alcanzar la libertad juntos es lo que subyace en Soldado y marinero. Doña Úrsula y don Rogelio son los protagonistas de un sorprendente cuento, Un puñado de avellanas, en el que se mezclan una historia de amor y deseo escondida tras un mostrador y los ritos que día a día cumplimos para engañar al tiempo y seguir vivos un día más. En Son los malos, una niña, muchos años después, sigue preguntándose ¿por qué? Y recordando una infancia de buenos y malos, de visitas al hospital donde yace la madre enferma y de una pieza de fruta que se guarda para el otro, como un símbolo de entrega y abnegación. Una niña, con miedo irracional a las tormentas, es la protagonista del cuento El paraguas de papel. Una niña y un anciano que le ofrece algo inservible contra la lluvia, pero muy útil contra el miedo.

Descubriremos la razón de unos céntimos en las manos de una bailarina y la razón para que un mendigo espere cada día la llegada, no sólo de unos céntimos, sino también de una sonrisa, en La bailarina y el mendigo. Hacer de nuestras debilidades fortalezas podría ser la moraleja de La mosca andante. En La feliz familia, un descuido, un olvido, en una comilona familiar es un lacerante grito contra de la invisibilidad en la que transcurren nuestros ancianos sus últimos años. Una invisibilidad causada en parte por nuestra radical ceguera.
En una hermosa parábola sobre lo que el amor puede hacer por los seres que más amamos, que deben ser siempre los más desprotegidos, se mezclan ratones, pianos, músicas, anticuarios, personas ciegas y personas que simplemente aman y hacen la vida más fácil.
La sensibilidad y la cercanía del autor hacia las personas más desvalidas no está sólo en su actual trabajo (responsable de comunicación en la Fundación Juan XXIII para personas con discapacidad intelectual) ni tampoco en el hecho de que las ganancias por la venta del libro vayan destinadas a dicha Fundación, sino, y sobre todo, por haber permitido que está edición haya sido ilustrada por los propios usuarios de la Fundación, que con sus sencillos pero inspiradores dibujos subrayan los relatos del libro. Todo un acierto que hace que este libro sea una ‘rareza’ en el actual panorama editorial español. Asimismo, muchos relatos delatan la preocupación del autor por la justicia y su cercanía a los que el mundo torna invisibles por su, aparente, escaso valor material.
Habrá que seguir leyendo a este joven escritor.

martes, 19 de junio de 2018

2.- Una simple vacuna.



 
 
La palabra poliomielitis deriva de los vocablos griegos poliós, gris, mielós, médula, y el sufijo itis que indica inflamación.
 
        Es una enfermedad infectocontagiosa aguda, de predominio infantil, causada por un virus. El hombre es el único que transmite la enfermedad y generalmente lo hace a través de portadores sanos que acumulan el virus en el intestino, y que lo expulsan a través de las heces. El contagio más frecuente es el fecal-oral: aguas infectadas, moscas, alimentos contaminados y los dedos. En el 95% de los casos, la infección no prospera, pero en el 5% restante pude manifestarse a través de una simple afección respiratoria o intestinal o –y lo que es más grave- a través de una parálisis irreversible con su atrofia muscular correspondiente.

Normalmente, la parálisis afecta a las extremidades inferiores. Una simple vacuna suministrada en varias dosis, a partir de los tres meses de vida, es suficiente para evitar la polio. Pero la vacuna no llegó a tiempo cuando los chicos, que ahora llenan el Centro Santa Teresa, eran unos niños. La vacunación contra la polio es ahora obligatoria en Ghana, aunque parece que aún no llega a todos, por una mala distribución de la misma o por el desconocimiento, por parte de los padres, de la gravedad de la enfermedad.

Pero no todas las minusvalías en las extremidades son debidas a la polio. La rotura de una pierna puede derivar en una infección galopante que al final termine en amputación. Pequeñas deformaciones, por ejemplo unos centímetros más alta que la otra, no corregidas con algún tipo de aparato o de rehabilitación provocan, con el paso de los años, una minusvalía severa o una cojera invalidante. 

En una zona rural, como es la aldea de Abor, en Ghana, no ser útil para los trabajos agrícolas significa una incapacidad de por vida. Y una dependencia y una carga para toda la familia. A veces también una dificultad añadida y terrible para formar una familia.

Angelo Confaloniere, valiente y generoso misionero italiano, al que tuve la suerte de conocer, llegó a esta conclusión: "Estos adolescentes nunca podrán trabajar en las duras faenas agrícolas. Es necesario enseñarles un oficio que les permita ganarse la vida y, sobre todo, ganar autoestima, formar una familia y ser útiles a la comunidad". 

La Escuela de Formación Profesional (con sus talleres de corte y confección, calzado ortopédico, arreglo de pequeños aparatos electrónicos, tejido de telas tradicionales, apicultura) era la respuesta concreta a una necesidad concreta en este lugar apartado de Ghana. Mi amigo, Fernando de la Torre, con el que yo había compartido pupitre en Aguilar de Campoo, heredó todo este proyecto y lo impulso con todas sus fuerzas. Él mi animó a asomarme a África y a compartir un verano de afanes y trabajos en esa misión de Ghana. Era la primera vez que me encontraba con la pobreza. Fue una sacudida, un golpe bajo y doloroso. También una iluminación. Algunos viajes modifican o dan un viraje a la trayectoria que pensabas seguir en tu vida. África entró en mi existencia.

Hace muchos años, la simple vacuna no había llegado para Simon, Justice, Hope, Kwasi, Kofi, Helen, Francis… Y yo acababa de verlo con mis propios ojos.


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.

lunes, 18 de junio de 2018

Los migrantes y el espectáculo televisado.



 
Desde hace muchos años, numerosas organizaciones están realizando una labor admirable con los migrantes que procedentes de los países empobrecidos o de regiones en guerra, llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor. Es una labor en general callada, de pequeñas acciones que van desde la acogida, la defensa jurídica, el alojamiento, la enseñanza del español, la búsqueda de trabajo.
Una labor bastante discreta que en España lideran las parroquias y las ongds de inspiración cristiana, si bien también otras asociaciones luchan por los mismos objetivos: hacer visible el drama de los migrantes y atender las necesidades más urgentes.
El caso del barco Aquarius, rechazado por el nuevo Gobierno italiano y aceptado por el nuevo Gobierno español ha puesto de actualidad el drama de los migrantes, pero también las sensibilidades distintas que respecto al asunto migratorio tienen los diversos países que conforman la UE. Países como Grecia, España e Italia son los que mayor presión migratoria tienen en sus costas y por lo tanto los que ven de cerca el problema. En cambio los países más al Norte no perciben este problema como suyo y se desentienden, en parte, del asunto.
Para muchos, hay que dar una respuesta satisfactoria a los migrantes con políticas generosas de acogida. Otros creen que una política de puertos abiertos lo que hace es beneficiar a las numerosas mafias que operan en el mediterráneo y que hacen del tráfico de seres humanos una empresa de enormes beneficios. Unos miran más al problema humanitario: salvar vidas y acoger. Otros miran más a la persecución y castigo de las mafias.
Hay una tercera sensibilidad (para mí la más importante) y es que hasta que no nos preocupemos seriamente (y con muchos recursos) de mejorar las condiciones de vida de las personas en sus países de origen, seguirán llegando migrantes a nuestras costas, huyendo de la pobreza y de la falta de futuro. En general, la gente quiere permanecer en su propio país, con su familia, su idioma, su comida y sus tradiciones. Solo una pobreza sin esperanza lanza a las personas a perseguir sueños en Europa, sueños en los que a veces arriesga su vida. Sueños que frecuentemente se tornan pesadillas. Creo que sólo si contribuimos, tanto los gobiernos como las ongds, a mejorar la situación económica y social de los países pobres, habremos encontrado una solución definitiva al problema migratorio.
Crear riqueza y desarrollo en los países empobrecidos serviría para fijar la población y para que, salvo en contadas ocasiones, la gente prefiriese trabajar en Camerún o en Gambia a trabajar (con muchas incertidumbres) en Berlín o en Roma. No lo olvidemos.

Dicho esto, y volviendo al asunto del Aquarius, hay que alabar el gesto humanitario de España, pero hay que criticar que este episodio de  acogida, se haya convertido en solidaridad hecha espectáculo. Con retransmisiones desde el barco, seguimiento milla a milla de la navegación, con una parafernalia de medios estatales, autonómicos y locales, con gabinetes, con comités, con un dispositivo de más de 1500 personas para la acogida en Valencia. Estamos hablando de 630 migrantes, no estamos hablando de miles y miles de refugiados. Un despropósito de cifras y de números. No me extraña que así salga carísimo acoger a migrantes. ¿No puede ser todo más sencillo, más simple, más básico, más cercano?
Todo esto me ha sonado a una campaña de marketing, a una escenificación por todo lo alto, con altavoces y fanfarrias con televisión y cámaras, del ‘buenismo’ que tanto se lleva ahora. El ‘buenismo’ dura lo que dura la noticia en el telediario. Luego, la pelota pasa al tejado de los que siempre, y calladamente, se han preocupado y ocupado de los migrantes. Dentro de unos días, ¿quién se acordará de los migrantes, de sus historias personales, de su nueva vida emprendida en España”.
 
Estamos en la sociedad del espectáculo, escribía ya hace algún tiempo Vargas Llosa. Y así es: todo es espectáculo. Da igual la acogida del Aquarius, que una edición de Masterchef, igual la victoria del Real Madrid, que el juicio a Urdangarín, igual las protestas contra ‘La manada’ que el programa Supervivientes.
Da un poco de pena todo esto. Da un poco de pena porque en nuestra ciudad, quizás en nuestro propio barrio, mucha gente lleva mucho tiempo ayudando a los migrantes, ofreciéndoles su tiempo, su afecto y sus recursos. Pero ahora lo que tocaba era hacer espectáculo. El Aquarius forma parte ya de esa ‘solidaridad televisada’.

jueves, 14 de junio de 2018

Días sin final, de Sebastian Barry


 
"Matar hiere el corazón y mancilla el alma". Quizás sea ésta una de las conclusiones de la magnífica novela del irlandés Sebastian Barry. Una rareza. Una joya. En 1850, un irlandés huido de la hambruna de su país, Thomas McNulty, y un americano, larguirucho y demacrado de Nueva Inglaterra, John Cole, se refugian al mismo tiempo de un aguacero bajo un árbol de Misuri. “He ahí un amigo”, pensó inmediatamente Thomas. Son dos adolescentes, perdidos y pobres, quizás guapos, que aceptan un primer trabajo que consiste en vestirse de chicas para que los mineros de la zona les saquen a bailar en un típico 'saloon' americano. Ambos chicos se aman, sin culpa y sin drama, con una naturalidad sorprendente, sin aspavientos ni explicaciones.

 
Pero su verdadera vida empieza el día en que se enrolan en el ejército para luchar en primer lugar contra los indios y en segundo lugar en la Guerra de Secesión americana. Un sucederse de marchas, batallas, matanzas ocupa el núcleo central de la novela. Cuando la guerra termina se llevan consigo a una niña sioux, Winona, que ha sido salvada de la matanza de toda su tribu. Una niña que ha aprendido a limpiar la casa y hacer la comida. Y aquí cambia su vida, cambia su manera de ver al enemigo, a los indios, cambia su manera de ver la guerra, el trabajo, la familia. Comienza el tiempo de una vida doméstica, familiar, sencilla y rural en una granja de Tennessee.
La novela es un canto a la libertad: dos soldados intrépidos y valientes se aman, y forman una familia, precisamente con una niña sioux, de la tribu que ellos iban a combatir. Es un canto al amor entre dos hombres a los que una infancia de dolor y de desarraigo echó a uno en brazos del otro. Y siguieron amándose en el campo de batalla, en el baile de los mineros, en los cultivos de tabaco, en el hogar pobre donde han formado una familia.
 
 
La novela pone en entredicho y denuncia las guerras, las tribus, las etnias, los roles sexuales, los prejuicios que matan tanto como las balas. Y es finalmente un canto a la naturaleza, en toda su crudeza invernal, en toda su hermosura de primavera. Hay una poesía en la descripción de los paisajes, del agua, de las montañas, de los atardeceres, el viento y el hielo.
Sebastian Barry afirma que esas historias existían en el contexto del siglo XIX y en el transcurso de las guerras americanas. Había que contarlas. Cuenta que leyó entre líneas una vieja fotografía de época en la que dos soldados posan su mano en la pierna del compañero fotografiado. Y afirma también que cuando su hijo pequeño salió del armario, él adquirió una sensibilidad especial hacia el mundo de la homosexualidad. Este libro es también un homenaje a su hijo y una reivindicación del amor entre dos hombres, con su valentía y su lucha por la vida en los tiempos oscuros de las guerras y del racismo.
 El ser humano es capaz de todas las barbaridades y de todas las bajezas en el campo de batalla, pero ese mismo ser humano es capaz de todas las maravillas y de todas las grandezas en el campo del amor, de la amistad y la lealtad. Amor, amistad y lealtad son los bienes sublimes, parecen decirnos Thomas McNulty y John Cole. Y esta podría ser la moraleja o conclusión de esta espléndida novela.

martes, 12 de junio de 2018

3. - La pobreza y la alegría



 

¿Por qué se ríen tanto los niños de Ghana? ¿Y de qué se ríen? ¿Por qué no berrean, patalean, cabrean, rompen a llorar, chillan, vociferan, enfurecen como lo hacen los españolitos, cada vez que quieren comprarse un juguete nuevo, o cuando su madre apaga el televisor, o siempre que el padre se niega a montarlo por enésima vez en el tiovivo, o cada vez que no les gusta el filete, el yogur o el pescado?
¿Por qué esa sonrisa inexplicable, si los niños de Ghana no tienen gominolas, ni el último vídeo, ni la camiseta de la selección, ni el ordenador?
            Pero los niños de Ghana sonríen como yo no he visto sonreír en este mundo. ‘La luna blanca’ de su sonrisa rompe una y otra vez la noche oscura de su rostro. Gritan bruñi (hombre blanco) o fata (padre) y salen a tu encuentro. Te cogen de la mano y sonríen. Ni ellos entienden mi inglés, ni yo entiendo su ewe. Pero la sonrisa es siempre el lenguaje en el que todos pueden comunicarse y quererse. Luego jugarán a rodar un aro, posarán rítmicamente sus manitas sobre la piel del tambor, cargarán, en pos de su madre, con un balde de agua. Y comerán su plato de harina de maíz.
           Y quizás por esto son felices. Quizás saben que otros niños, de rostro tan negro como el suyo, no tienen siquiera un plato de harina de maíz.
        En Ghana resulta extraño ver tanta pobreza y tanta alegría juntas. Las casas son de barro, de no más de 20 metros cuadrados. Muchas las bocas que llenar. La sequía acompaña un año sí y otro no a sus habitantes. Una malaria mal curada les puede arrebatar un hijo para siempre. Los caminos son ásperos y duros, y recorrerlos con una carga de leña es un suplicio. Su media de vida ronda los 58 años. Y este es el panorama día a día.
        Si por un momento nos imaginásemos el semblante de estos sufridos ghaneses, pensaríamos que debe ser un rostro amargo, duro, serio, triste, infinitamente triste. Y esto es lo que pide la lógica. Pero no es así. La risa es su mejor adorno, y su sonrisa la moneda más preciada. La alegría es algo que impresiona y, acto seguido, interroga. Y es que a los ojos de un europeo, la alegría está reñida con la escasez. Pero pobreza y alegría casan y riman perfectamente en Ghana.
        Cualquier cosa es motivo de fiesta. Un tambor es su mejor aliado. Después de una larga jornada, durante la misa, en un acontecimiento familiar, en un funeral, un tambor es suficiente para olvidar penalidades y desdichas. Mientras que en este lado, a veces, qué cara nos sale la alegría: sofisticadas cenas, viajes de placer, ropa de marca, drogas de diseño… toda para provocarnos un momento de euforia, de alucinada euforia. No de pura alegría que es algo bien distinto. Y es que todo el mundo sabe que la diversión –un mal sucedáneo de la alegría- se puede comprar; en cambio la alegría no se vende en ningún mercado, ni hay visa-oro que pueda pagarla.
 
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.

 

lunes, 11 de junio de 2018

Inxeba


 
Con JM y J acudo al Festival Cinhomo. La cinta en cuestión se llama Inxeba (La herida) del sudafricano John Trengove. Cuando manejábamos el programa de este año nos llamó la atención esta película porque hablaba de la homosexualidad en un contexto de cultura africana, más concretamente en los ritos de iniciación a la pubertad de la etnia sudafricana de los xhosa.
Cuando llegan a la pubertad son muchos los miembros masculinos de los xhosa que pasan unos días en la montaña para ser circuncidados e iniciados por un tutor voluntario que los guiará en el paso a la ‘hombría’. “Ya soy un hombre” grita cada uno de los iniciados cuando el cirujano con la cuchilla cercena su prepucio. Este paso de la adolescencia a la edad adulta recibe el nombre de “ukwaluka”. Normalmente los iniciados son gente que procede de las zonas rurales, las que aún conservan más vivas las tradiciones ancestrales.
El protagonista es un tutor, un ‘khankatha’ que todos los años acude como voluntario a la montaña para guiar a los nuevos hombres. También acude un joven urbanita, obligado por su padre que en sus años jóvenes pasó por esta experiencia y que considera a su hijo un blandengue y al que este rito, sin duda, endurecerá. Por ello le manda al campamento, para ser circuncidado según los ritos antiguos, en lugar de enviarlo a un aséptico hospital.
Pero este ambiente rudo y tribal, de camaradería masculina, proporciona al tutor protagonista una ocasión única para encontrarse y mantener relaciones sexuales con otro tutor. De año en año mantienen su cita y dan rienda suelta a una sexualidad reprimida.
El joven urbano en seguida se da cuenta de esta situación, e invita a su tutor a abandonar la hipocresía y la mentira. Pero el tutor y su amigo íntimo no están ni mucho menos preparados para dar ese paso, ese salto en el vacío en una sociedad que siente desprecio y asco por el sexo entre dos hombres.
La cinta crece en tensión y el joven urbanita pagará con su vida el hecho de conocer la verdad que ocultan sus tutores. A veces –parece concluir la película- se puede estar mejor preparado para cometer un crimen que para afrontar el desprecio y el aislamiento en este mundo de ‘hombres’.

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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