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domingo, 31 de diciembre de 2023

Las lecturas de 2023

Desde hace décadas, en los primeros días del año, intercambio la lista de los libros leídos en el año precedente con JAMM. He dedicado buena parte de este 31 de diciembre a redactar un rápido resumen de la diez lecturas que, por diversos motivos, más me han gustado en el  año que ahora acaba. Ahí están. El listado no va de libro más importante a menos, sino que he seguido el orden cronológico en el que fueron leídos (en un par de casos releídos) a lo largo de 2023.

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Plataforma (Michel Houellebecq)


            Enfant terrible de las letras francesas, Houellebecq es un escritor muy ‘incorrecto’, y por ello es tan odiado como idolatrado. El argumento, sin duda suena porque los periódicos hablan con frecuencia del asunto del turismo sexual. El argumento: Un funcionario público, de unos cuarenta años, aburrido de la vida, indiferente a la muerte del padre, vive una nueva ilusión en su vida mediante ese turismo que combina descanso, bebida, exotismo y mucho sexo, sexo al por mayor. Y a partir de su viaje a Tailandia, el protagonista cree que este turismo es un gran invento y que se podría hacer un gran negocio si se mezclan bien todos los ingredientes necesarios. Puede parecer un argumento banal, pero banal es también la vida de tantos hombres de mediana edad que detestan el compromiso y buscan rejuvenecerse continuamente con experiencias rápidas y gratificantes.  A pesar de su incorrección y de su procacidad, el escritor francés bien merece el título de sociólogo porque un cierto tipo de hombres en Occidente queda muy bien reflejado en esta novela. Tal vez por ello, Houellebecq siempre escuece.

Broklyn (Cólm Toibín)


            Los escritores irlandeses tienen algo. Irlanda es la nación con más escritores por metro cuadrado. Se entiende el éxito de Colm Tóibín. Brooklyn es una novela sobre la fatalidad. En el Brookyn neoyorkino de los años 50 transcurre la vida de Eilis Lacey, una joven irlandesa que llega a Estados Unidos en busca de trabajo y nuevas oportunidades. Se gana la vida en unos almacenes, comparte residencia con otras cuantas jóvenes, conocer el amor, y regresa temporalmente a su verde Irlanda, donde se encuentra con un pasado no resuelto. Es una hermosa novela sobre el desarraigo de quien tiene que coger la maleta y emigrar. Y es una novela en cierto modo fatalista, porque a veces los hilos de la vida, por una nonada, se enmarañan y ya no encontramos fuerzas para deshacer los nudos gordianos. Estupenda la forma de recrear la vida en Irlanda y Norteamérica de mediados del siglo pasado, las mentalidades tan diferentes, la vida de los emigrantes europeos, el peso de todo lo que se deja atrás y que nunca cabe en la maleta.

Los hombres del Felipe VI (Jose de Apezarena)

            Felipe VI asumió la Jefatura del Estado en el momento en el que la Corona conocía sus horas más bajas. A la desmoralización general producida por la crisis económica se unían el movimiento separatista y los años finales (poco ejemplares) del reinado de  Juan Carlos I. Este libro de historia es interesante porque habla de Felipe VI a través de los hombres (y también mujeres) que lo han modelado como persona humana y como líder: familiares, militares, intelectuales, profesores, diplomáticos, amigos, políticos. Cuando empezó su reinado, apenas un 57% de los españoles valoraban positivamente al Rey. En este momento el porcentaje se aproxima al 80%. En su reinado ha tenido que hacer frente a una herencia familiar envenenada, a la crisis catalana, a la irrupción de partidos radicales, a izquierda y a derecha, a una fragmentación de la sociedad. Con una ciudadanía polarizada y con una caterva de políticos de poca altura y dudosa catadura moral, la figura de Felipe VI aparece como un hombre digno de representar a España. Ahí radica el interés de este libro.

El Orient Express (Mauricio Wiesenthal)

            De la historia de este legendario tren que, durante casi un siglo,  unió París y Estambul, atravesando muchas ciudades europeas, Mauricio Wiesenthal ha escrito un ameno libro en el que capítulo a capítulo narra las peripecias de todo tipo que sucedieron en los wagones de maderas nobles, mesas listas para platos exquisitos, salitas de café  para conversaciones brillantes, y compartimentos para amores y amoríos. Intelectuales y aristócratas, políticos y espías pisaron alguna vez sus moquetas. Y no sólo por viajar cómodamente hasta la mítica ciudad de Estambul, sino también para conocer gente, intercambiar ideas, codearse con excéntricos millonarios o con literatos que triunfaban en las librerías y suministraban ideas a medio mundo. El Orient Express fue escenario de novelas y películas. Pero todo tiene su fin: el telón de acero hizo cada vez más penoso el tránsito por los países de la órbita soviética. Y luego la alta velocidad puso la puntilla a un tren pensado para el sosiego. El Orient Express fue por sí mismo un viaje y un destino.

BXVI: Réquiem por el Papa sabio (Vida Nueva AAVV)

            Faltaban pocas horas para que el año 2022 finalizase cuando el Papa Benedicto XVI dejaba este mundo. Teólogo de amplio espectro,  escritor fecundo, profesor sin peros, lector apasionado, apenas permaneció seis años en el solio pontificio antes de su renuncia al ministerio petrino, algo verdaderamente insólito. Situado entre dos titanes, Juan Pablo II y Francisco, apareció a los ojos de todos como el intelectual apegado a su escritorio que debe hacer un gran esfuerzo para salir a la calle en medio del ruido y las voces. Sacudido por el escándalo de la pederastia en el seno de la Iglesia, su voz apenas fue escuchada. En un mundo acostumbrado a formarse ideas a base de eslóganes breves, el Papa proponía buscar la verdad y hacerlo mediante la razón, tareas sin duda arduas para esta época de ‘posverdad y de emocionismo’. Y sin embargo, bastaría leer con sosiego y tiempo alguno de sus hermosos libros para disfrutar de una sabiduría poco común.

Todos nuestro ayeres (Natalia Ginzburg)

            Relectura de esta obra que considero la mejor novela de Natalia Ginzburg. Es difícil no enamorarse de Anna, “ese insecto, pequeño, perezoso y triste encima de una hoja”, y aún más no hacerlo de Cenzo Rena, que al final del libro ocupa un gran espacio y que para mí es como “la expresión pura y limpia de la coherencia personal”. Todos tenemos muchos ayeres. Anna los tiene. Ayeres insulsos, mediocres, sublimes, miedosos, indiferentes, livianos o puros. Y en muchos de esos ayeres de Anna o de Cenzo nos identificamos. Ese es el poder de la palabra, de la literatura. Y así, de la mano de Anna de hoja en hoja, como insectos pequeñitos, conocemos el fascismo y el antifascismo en una Italia convulsa. Y luego la guerra y sus mil impiedades. Pero la guerra y la traición, la redención o la santidad las llevamos también en nuestro interior cada uno de nosotros. La vida vista como sucesión de ayeres o de hojas donde nos posamos un breve o largo rato. Concettina, Maria, Giuma, Giustino,… y tantos otros personajes resultan deliciosos. Y una frase de la novela la retengo para siempre: “Todos los hombres dan un poco de pena cuando se los mira de cerca”.

Cinco horas con Mario (Miguel Delibes)

            La novela de Delibes es para mí una de sus obras mayores. Y aguanta bien las relecturas (éste ha sido el caso), aunque la época en la que transcurre la novela y hasta los propios dichos y coletillas resulten raros para los lectores más jóvenes. Mario acaba de fallecer de un infarto. Y Carmen se empeña en pasar la noche del velatorio con él a solas. Algunos párrafos de la Biblia subrayados por Mario le ayudan a repasar la vida de Mario. Un monólogo de cinco horas de Carmen ante Mario, de cuerpo presente. La frustración, la perplejidad, la incapacidad para entender a su marido muerto brotan de los labios incontinentes de Carmen. Reproche tras reproche forman un río de palabras y de sentires. Aparece el Mario íntegro, que no da su brazo a torcer, con sus ideas fijas sobre educación, política, religión. Y aparece Carmen con su mezquindad, con su hipocresía, con sus justas aspiraciones o con sus frustraciones de décadas. Carmen retrata a Mario y ella misma queda retratada. Y queda retratada una época de la historia de España, y hasta un lenguaje, una forma de vivir en sociedad y de vivir la religión. Todos tenemos algo de Mario y algo de Carmen. Y por eso Cinco horas con Mario sigue arrancándome muchas risas y algunas reflexiones. Una novela redonda.

George Steiner, el húesped incómodo (Nuccio Ordine)

            Al día siguiente de la muerte de George Steiner acaecida en su casa de Oxford el 3 de febrero de 2020, apareció la entrevista que Nuccio Ordine le había hecho, con la condición de que no fuera publicada hasta después de su muerte. El libro del que ahora hablo es un homenaje de Nuccio Ordine (desaparecido recientemente) a George Steiner. Además de la entrevista póstuma, el autor italiano rinde tributo a su gran maestro y a su gran amigo. Unidos por la pasión por los clásicos y por un humanismo europeo que ellos veían en peligro de extinción, debido al afán de barbarie que hoy domina a los intelectuales del Viejo Continente y a los medios de comunicación y que han transmitido eficazmente a unos ciudadanos conformistas e indiferentes. Un librito, unas pocas páginas, pero que ofrecen la aspiración humanista, proteica, de dos de los últimos gladiadores de una forma de entender la civilización europea y la humanidad individual de cada uno. Por cierto, los diarios de George Steiner no verán la luz hasta 2070.

Mañana y tarde (Jon Fosse)

            Ni siquiera había oído el nombre de Jon Fosse cuando la Academia Sueca comunicó el nombre del Premio Nobel de Literatura 2023. Luego, una tarde, descubrí en el expositor de la biblioteca del barrio “Mañana y tarde”. Una deliciosa novela. El autor nos cuenta la vida de Johannes en dos momentos. Uno: aquel en que Olai espera nervioso el nacimiento de su hijo al que impondrá el nombre de Johannes. Dos: aquel en que asistimos al final de su vida en la alcoba de su casa, en soledad. O tal vez ‘acompañado’ (emocionalmente acompañado) por su mujer, Erna; su amigo, Peter, y su hija más querida, Signe. Mañana y tarde representa los dos momentos cruciales en la vida de cualquier hombre. El nacimiento (momento de espera para los seres queridos que nos acogen) y muerte (momento de despedida para los seres queridos que dejamos). Jon Fosse no nos ofrece una narración lineal, sino que la realidad se mezcla con el sueño, el recuerdo, el pensamiento, la luz de la fe en la otra vida. En pocas novelas el tránsito hacia el más allá está descrito con tanta fuerza, poesía y sencillez como en esta obra. No está de más recordar que el escritor, hundido por el alcohol, abandonó la fe luterana en la que había nacido y se convirtió al catolicismo.

 Ética para Amador (Fernando Savater).

            En 1991, Fernando Savater, uno de los filósofos más notables de este país, y también conciencia cívica en los años de plomo del terrorismo etarra, escribe un libro de ética para su hijo, Amador. Y lo hace de la forma más sencilla. No se trata de ser personas morales por ideales superiores o por creencias. Se trata de ser personas con conciencia ética porque, cuando uno respeta y hace suyos ciertos valores morales, puede ser razonablemente feliz, “darse una buena vida”. Fernando Savater parte de un concepto básico: trata a los demás como te gustaría ser tratado en circunstancias similares. Esto que parece algo elemental, no lo es tanto. Y así tenemos que la mayoría de los sufrimientos que experimentamos en la vida es porque no nos sentimos tratados como nos hubiese gustado serlo. Al final de cada capítulo, el autor nos regala frases de grandes filósofos que resumen bien esos valores éticos a los que debemos aspirar. No es extraño que este libro, escrito en un lenguaje accesible, haya sido traducido a una treintena de lenguas y que se siga reeditando año tras año.

martes, 1 de agosto de 2023

La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth



    La Leyenda del Santo Bebedor es un pequeño libro de Joseph Roth. Había visto la obra de teatro, 20 años atrás en París, en un tugurio de teatro alternativo, donde el actor que representaba el papel de Andreas bebía sin parar absenta y la ofrecía a los pocos espectadores.
    Andreas, un clochard de los puentes de París, se encuentra con un caballero que le entrega 200 francos, y que sólo los acepta a condición de podérselos devolver. El caballero le dice que puede devolverlos a la imagen de Teresa de Lisieux en la Iglesia de Sainte Marie de Batignoles. El breve relato gira alrededor del deseo honorable de Andreas de devolver los 200 francos a la santa y los extravíos continuos en las tabernas y con personas de su pasado.
    Parece que Joseph Roth se retrató en este libro; él se definio como "maligno, borracho, pero lúcido", y así también lo recuerda, dolorosamente lúcido su amigo Hermann Kesten.
    Esa lucidez, esa santidad, esa amargura es la que refleja sin aspavientos ni melodramas la novela de Joseph Roth.
    "El vino -escribe Carlos Barral en el prólogo- transforma el mundo, cambia sus leyes, todas, incluso la virtud de los santos, para hacerlo habitable y grato a los que creen en él. Se trata de cómo el vino santifica, en cierto modo diviniza, cambiado el ser del mundo por su haber debido ser".






Fotos: Joseph Roth (a la derecha, con una amigo en un bar parisino. Portada del libro. Tumba de Joseph Roth en Père Lachaise (París) 



jueves, 11 de mayo de 2023

Los Beatos: belleza para tiempos apocalípticos

 


Me enteré de la conferencia sólo una hora antes de que diese comienzo. Me entró un whatsapp escueto: “Montes habla de los Beatos esta tarde en los Filipinos”.

                Pero llegué a tiempo. No es exageración afirmar que Luis Ángel Montes posee un saber enciclopédico, pero sin pedantería ni cátedra dogmática que valga. Este ‘renacentista’ palentino al que he escuchado con idéntico placer cuando habla de las Elegías de Duino, de Rilke, de la oración de los Salmos, de la música y la botánica en la vida de Hildegarda von Bingen, o del pintor del retablo mayor de la catedral de Palencia, Juan de Flandes… es también un amante ‘perdido y rendido’ de los libros a los que en el mundo entero se da el nombre de “Beatos”.

                El ponente dividió su conferencia en dos partes. La primera de ellas tuvo lugar en el  Auditorium del Colegio de los Agustinos, de Valladolid (vulgo ‘Filipinos’) y consistió en una introducción histórica y estética a los Beatos. La segunda parte fue una visita guiada por el Claustro donde están expuestos los facsímiles (bellísimamente editados en España) de los Beatos, una magnífica colección del propio conferenciante. Esta exposición permanecerá abierta hasta el 1 de junio.

                Ante un público poco numeroso, pero muy receptivo, el ponente explicó la importancia artística de estos libros y su valor para el conocimiento. En el año 786 el monje Beato de Liébana, e un apartado rincón de la geografía cántabra, escribió un comentario a uno de los libros más enigmáticos, poéticos y sugerentes del Nuevo Testamento: el Apocalipsis de San Juan. El comentario tuvo un éxito sin precedentes. Desde finales del siglo IX y hasta el XIII, los scriptoria de los monasterios lo copiaron y los iluminaron con miniaturas de una rara belleza que compartía con la pintura mozárabe, románica o protogótica un mismo gusto y un canon común: colores planos, contrastes cromáticos, figuras trazadas con líneas gruesas oscuras, intensa expresividad, proporciones simbólicas y jerárquicas. Y todo ello con resultados espectaculares que aún hoy, un milenio  después, causan el estupor y el asombro de quien puede abrir una de sus páginas.

Para Umberto Eco eran los “libros más bellos del mundo”. Hasta el momento tenemos constancia de 24 Beatos repartidos por algunas de las Bibliotecas o Museos más importantes del mundo (París, Nueva York, Londres, Madrid, El Escorial, el Burgo de Osma, Gerona, Berlín, Ginebra o la Universidad de Valladolid). En casi todas esas Bibliotecas, los Beatos constituyen el tesoro número uno de las mismas.

No son pocos los historiadores de arte que opinan que la principal aportación de España a la historia de la pintura universal son las miniaturas contenidas en los Beatos, por encima de Velázquez, El Greco, Zurbarán o Picasso.

En un momento histórico, en torno al año Mil de la era cristiana, monjes, obispos, pensadores, escritores, artistas, labriegos o artesanos vivieron con intensidad y con pasión, también con dolor y esperanza, las preguntas más esenciales del ser humano: qué somos y hacia donde nos encaminamos. El Libro del Apocalipsis –y los muchos comentarios sobre el texto de san Juan- venía a dar respuesta, si bien velada, a estos interrogantes angustiosos. Cristo, Señor del Mundo y de la Historia, iluminaba con su triunfo sobre la muerte y el mal la pobre vida de tantos cristianos, sabios o analfabetos. La sangre del Cordero podía lavar todos los pecados pero también prevalecer sobre todas las injusticias y las amenazas contra la vida y la fe (muy reales en España por el dominio musulmán en tantos territorios). 

Las incomparables imágenes -por ejemplo las del Beato de Valcabado (Palacio de Santa Cruz, Valladolid)- que podemos admirar en la exposición de facsímiles dan cuenta de esa promesa apocalíptica de victoria sobre el Mal y sobre la Muerte. La Belleza, y en estos libros hay mucha, es siempre una imagen poética y legible de la Redención. Los Beatos aquí contemplados zambullen al espectador en una cierta beatitud, a la vez que nos transportan a un pasado medieval con sus oscuridades e injusticias pero también con sus luminarias, como lo prueban estos bellos códices miniados.

Esta es una exposición totalmente recomendable y única que nos permite admirar con nuestros propios ojos “las más prodigiosas creaciones iconográficas de toda la historia del arte occidental”, en palabras del autor de El nombre de la rosa. De la conferencia y de la visita a la exposición uno sale con más ‘hambre’, con deseos de saber más de este capítulo de la historia del arte, pero también de la historia del cristianismo. También estos tiempos que vivimos hoy son apocalípticos. ¿Conseguiremos transformarlos en belleza duradera, en libros de esperanza? Todo un desafío.












domingo, 23 de abril de 2023

Tolle, lege


           Una tarde del año 385, Agustín está en el jardín de su casa de Milán, inquieto y desasosegado. En su interior se está produciendo una borrasca, una tormenta, una batalla entre la parte del Agustín que quiere hacerse cristiano y la otra parte de Agustín que quiere seguir como si no hubiera Dios. En ese momento llega a su oído la voz cantarina de un niño que repite con soniquete “Tolle, lege; tolle, lege” (Toma y lee, toma y lee). Al principio piensa que se trata de un juego infantil. Pero inmediatamente cree que es la voz de Dios que le invita a tomar el libro y a leer. La epístola de San Pablo a los Romanos está sobre la mesa del jardín, abierta en el capítulo 13, versículo 13, donde se invita a “proceder con decencia, como de día: no en comilonas y borracheras, no en orgías y desenfrenos, no en riñas y contiendas”. En ese preciso instante, Agustín tuvo la certeza que debía adherirse a los seguidores de Cristo.

La primera mujer que presentó una tesis de filosofía en Alemania, Edith Stein, la colaboradora y alumna predilecta de Edmund Husserl, la pensadora profunda, la buscadora de la verdad por los caminos de la razón, la proscrita por las leyes raciales nazis de su tiempo, para enseñar o publicar un libro, tomó un libro al azar de la bien nutrida biblioteca de unos amigos, donde estaba pasando unos días. Era el Libro de la Vida, de Teresa de Cepeda y Ahumada. No pudo cerrar los ojos hasta que lo terminó, justo a las primeras luces del alba. Cerró el libro y pensó “esta es la verdad”. Años más tarde entró en el Carmelo, para acabar finalmente en un horno crematorio de Auschwitz, compartiendo idéntica suerte a la de tantos judíos.

El libro Stoner, de John Willians, arranca cuando el protagonista, nacido en una familia de granjeros humildes, llega a la Universidad de Missouri para estudiar agricultura. Pero un buen día el profesor de literatura, Archer Sloane, se dirige a él: "Shakespeare le está hablando". Stoner escuchó y leyó a Shakespeare y se preguntó qué hacía él en agrícolas. Cambió de carrera. Terminaría por ser profesor de literatura en la Universidad, donde seguiría contagiando a otros el veneno de los libros.

Casi como un deber, Adán Breca, al último momento, metió en la maleta El Quijote y se marchó camino de Italia para vendimiar en una hacienda agrícola, en Umbria, que intentaba recuperar, mediante el trabajo manual, a jóvenes con discapacidad psíquica. Después de las calurosas jornadas en los viñedos y de los cantos con los chicos discapacitados en el patio, se retiró a su habitación la primera noche. Abrió el Quijote. Pasó las noches en blanco y los días en turbio, sólo por seguir avanzando páginas y conociendo cada una de las venturas y desventuras del ingenioso hidalgo y de su escudero Sancho Panza. Alonso Quijano le fue invadiendo el cuerpo como una fiebre imparable. El mundo entero, el alma de cada ser humano, con sus múltiples contradicciones estaban ahí. La realidad entera era quijotesca y sanchopanzana, al mismo tiempo. No había más en esta existencia. Ni menos tampoco.

Como cada 23 de abril se celebra el Día del Libro, precisamente para conmemorar la obra ingente y eterna de dos grandes luminarias del mundo de los libros, William Shakespeare y Miguel de Cervantes.

¿Se lee o no se lee? ¿Se lee poco o se lee mucho? Probablemente nunca se ha leído tanto como ahora. Pero probablemente nunca se han leído tants sandeces y tantas cosas insulsas, insustanciales o tóxicas. La gente se pasa el día leyendo el whatsapp, el twitter, el instagram, el facebook y todos los demás apellidos hoy tan populares y millonarios (en seguidores y en billetes de banco) de las redes sociales. De manera que se lee mucho, pero se leen cosas que difícilmente transforman o se imprimen en la cabeza o en el corazón con huella indeleble. Kafka decía: “Creo que deberíamos leer sólo el tipo de libros que nos lastimen y apuñalen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un golpe en la cabeza, ¿para qué lo estamos leyendo? ¿Para que nos haga felices, como dice tu carta? Dios mío, seríamos felices precisamente si no tuviéramos libros, y el tipo de libros que nos hacen felices son el tipo que escribiríamos nosotros si tuviéramos que hacerlo. Pero necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien que quisimos más que a nosotros mismos, como estar desterrados en los bosques más remotos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.

Aunque se empeñen en decirnos que todo es igual y todo tiene el mismo valor, también las lecturas y también los libros, no es así. No es lo mismo el hacer y el decir de Ulises en su viaje hacia Ítaca, que el útimo twit de Georgina Ronaldo sobre sus vacaciones. No son lo mismo los versos amorosos del Cantar de los Cantares, que las declaraciones empalagosas, cada mes, de una actor de moda sobre su último churri. No son lo mismo las voces sonoras de la Casa de Bernarda Alba, de Lorca, que el griterío Sálvame Deluxe. No es lo mismo el  movimiento tumultuoso del corazón de Enma Bovary, que los llantos y los gozos, previo abultado cheque bancario, de Ana Obregón en el Hola. No es lo mismo el “No me mueve, mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido”, que la homilía deshilachada y descabalada de un obispo de tercera.

Shakespare te habla a ti. Como te hablan Cervantes, Qohelet, Neruda, Lope de Vega, Natalia Ginzburg, Teresa de Cepeda, Stefan Zweig, Michel de Montaigne, Stendhal, Camoens, Fernando de Rojas, Manzoni, Dostoievski, Goethe, Virgilio,  o el autor de la Iliada...

Los Días del Libro, las Ferias o los programas televisivos dedicados a la lectura, probablemente no sirvan para mucho. Porque a quien no le gusta leer, difícilmente se le convencerá de que lo haga. Y a quien lee y lee de lo bueno, difícilmente se le convencerá de que lea únicamente el whatsapp, el catálogo de Ikea o las ofertas de Amazon.

Los grandes autores de la literatura nos hablan. Los protagonistas de las grandes obras literarias reclaman nuestra atención. Nos pueden hacer más libres, más sabios, más felices o, tal vez, más pesarosos y solitarios. Nos pueden hacer salir de nuestra modorra existencial, despertar de nuestro letargo, trastocar nuestra existencia e incluso enloquecer como le sucedió a don Quijote, y así cantar las verdades, sin callarse una sola, al mundo y a la posteridad. 

Las vidas de ficción de los héroes literarios son más verdaderas que las vidas de los que les dieron vida con la pluma. Don Quijote siempre será más grande que Miguel de Cervantes. Enma Bovary más grande que Gustave Flaubert. Jean Valljean más grande que Víctor Hugo. Aureliano Buendía más grande que Gabriel García Márquez. El Rey Lear más grande que Shakespeare. Dentro de dos mil años Ulises seguirá, astuto e inteligente, navegando por un mar color de vino, ganando o perdiendo, gozando o sufriendo las peripecias hasta llegar a Itaca. Don Quijote seguirá por los siglos de los siglos cabalgando a lomos de Rocinante por la Mancha eterna del mundo, encontrando arrieros, molinos como gigantes, apuñalando cueros de vino, aconsejando a Sancho Panza sobre el buen gobierno de la Ínsula Barataria, sufriendo las burlas de los Duques, y penando de amores por Dulcinea. En cambio, dentro de 24 horas, nadie recordará el último twit de un influencer con millones de likes y de retuiteos. Los grandes, los clásicos de la Literatura Universal, nos invitan a no conformarnos con menos que la excelencia. A pensar en términos de eternidad.






domingo, 5 de febrero de 2023

En casa de Miguel Hernández

 


Me llamo barro aunque Miguel me llame.

Barro es mi profesión y mi destino

que mancha con su lengua cuanto lame

He vuelto a abrir un viejo libro de poesía, Antología de Miguel Hernández, tal vez el primer libro que compré de poesía, una ejemplar de la editorial argentina Losada, de 1976 (8ª edición). Papel malo, amarillento, portada manoseada, poemas subrayados. Esta tarde he vuelto a Miguel Hernández (1910-1942). Me aprendí muchos poemas suyos en mi primera juventud.

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo

 


Visitar Orihuela y recorrer la casa donde vivió (hoy convertida en Museo) ha sido la excusa perfecta para releer al gran poeta orcelitano. Era una mañana fría del mes de enero, pero el sol daba de lleno en la fachada de la casa, a las afueras del pueblo, junto al monte San Miguel, y muy próxima al imponente Colegio de Santo Domingo.

Nada más entrar en la casa – éramos los únicos turistas- un plato de cebollas evocaba aquellos versos dedicados a su hijo, Nanas a la cebolla, y que escribió en la cárcel, poco después de recibir una carta de su mujer, Josefina Manresa, en la que le decía que se alimentaba de pan y cebolla.

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.

Escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla,

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

 y de mi amor”.

 

Miguel Hernández había nacido en 1910, en una familia humilde, pero no especialmente pobre. La biografía de Miguel refleja, como pocas, el drama vivido en la España de los años treinta, donde tantísimos españoles andaban enfrentados por las ideologías y las banderías políticas, y donde todo el mundo se atrincheraba tras una idea, excusa perfecta para liarse a pedradas con el contrario. Miguel, de pequeño había estudiado en el colegio del Ave María y después en el Colegio de Santo Domingo, regentado por los jesuitas, que apreciaron la inteligencia del muchacho. Su familia vino a menos y durante unos años le tocó pastorear cabras, en medio de los palmerales de su pueblo natal. Un canónigo de la catedral, P. Luis Almarcha, le costeó la primera máquina de escribir, y le pagó la publicación de su primer libro de poemas.

Ni era el poeta cabrero, autodidacta, que algunos quisieron vender, ni tampoco el poeta ilustrado y formado que otros quieren presentar. Su formación osciló entre las aulas, los campos, el corral, el ordeño, el grupo local de poesía y las amistades influyentes como el propio Almarcha, los jesuitas o el poeta reconocido de Orihuela, Ramón Sijé, con el que trabaría una profunda amistad. El día de Nochebuena de 1935 muere, jovencísimo, Ramón Sijé, de septicemia, y Miguel Hernández le dedica uno de sus poemas más renombrados y perfectos, Elegía a Ramón Sijé.



Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

Compañero del alma, compañero.

 

Tras su viaje a Madrid y su contacto con algunos poetas de la capital, su conciencia de clase se fue agrandando y su apoyo a la República se hizo inequívoco. Renegó de la religión de sus padres y de su Orihuela natal. Pero Miguel no defendió sus ideas desde los despachos o los casinos de poetas ni desde los manifiestos inflamados de los intelectuales como hicieron muchos. Tampoco salió huyendo cuando las cosas se pusieron feas para la izquierda, como hicieron otros tantos. Él marchó al frente y desde allí defendió lo que creía, acertadamente o no, con las armas y con los versos. Fue la voz que enciende los ánimos, que insufla aliento a los que están a punto de rendirse. Él sabía, como Gabriel Celaya, que “la poesía es un arma cargada de futuro”. O como había escrito Jean Giraudoux “Desde el momento en el que se declara la guerra, es imposible frenar a los poetas. La rima sigue siendo el mejor tambor”. Fue encarcelado y juzgado. Se conmutó la pena de muerte por una condena de cárcel de 30 años. Los que le conocieron dicen que era un hombre con mucha verdad en sus rostro y en su boca, y fácil de querer. Tal vez por ello, o porque nadie quería otro poeta malogrado como Lorca, algunos de sus amigos del Bando Nacional intentaron salvarle. Había contraído la tuberculosis y era preciso trasladarlo con urgencia a un sanatorio. ¿Prefirió Miguel ser fiel a sus ideas políticas, en lugar de ser fiel a su familia y a su sangre de padre? Algunos de sus amigos le conminaron a retractarse de su pasado “erróneo” y a consentir casarse por la Iglesia, como su misma mujer se lo pidió en repetidas ocasiones, o el propio Luis Almarcha. Es el drama de los hombres a los que les toca vivir en años de plomo e ira, de rabia y sinrazón. En los últimos momentos de su vida, consintió en celebrar un matrimonio católico,  para que a Josefina se la pudiera llamar ‘viuda’ y para que a su hijo, Manolillo, se le pudiera considerar ‘legítimo’. La autorización para llevarlo al sanatorio no tardó en llegar, pero ya era demasiado tarde. Pocos días después, Miguel Hernández, con solo 31 años, abandonaba esta tierra, tal y como él había presagiado en sus versos Umbrío por la pena. Compartió la dramática suerte de tantísimos hombres y mujeres, de uno y otro bando, a los que tocó vivir en esos tiempos aciagos. 



Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

No podrá con la pena mi persona

Circundada de penas y de cardos…

¡Cuánto penar para morirse uno!

 

El poeta cabrero, el poeta del pueblo, el enamorado de Josefina, el amigo de Ramón Sijé, el hombre que escribía lo mismo en el huerto de casa, en el aprisco del corral, en el palmeral mientras las cabras triscaban, en la trinchera, en la cantina de confraternización, en la cárcel desolada y fría, dejaba para la posteridad un puñado de versos que con el tiempo serían apreciados unánimemente y recitados en escuelas y universidades. Uno de ellos podría ser El niño yuntero.

Carne de yugo, ha nacido

Más humillado que bello,

Con el cuello perseguido

Por el yugo para el cuello.

Me duele este niño hambriento

Como una grandiosa espina,

Y su vivir ceniciento

Revuelve mi alma de encina.

 

Durante mi juventud había un auténtico fervor poético, especialmente de los poetas proscritos en las décadas anteriores, Lorca, Hernández, Machado. Ediciones sucedían a ediciones. Y muchos cantautores encontraban en los versos los mejores textos para sus canciones, como así hicieron Serrat, Jarcha o Paco Ibáñez, por poner unos ejemplos. No sé si ahora los más jóvenes leen poemas. Tal vez la poesía esté reñida con el éxtasis de las redes sociales, los mensajes atropellados de whatapp y los tiempos tan prosaicos que vivimos. No lo sé. Hace poco leí que había más premios literarios y más concursos poéticos que lectores de poesía.

Las casas museos sólo suscitan emoción si uno ha frecuentado mucho la obra del que habitó esa casa. De lo contrario, no hay mucho que ver ni que admirar. Pero cuando se han leído los versos de Hernández, cobra sentido un plato de cebollas, la cama que compartía con su hermano Vicente, las sencillas acuarelas que él había pintado, las alpargatas con las que llegó a Madrid para hacerse “poeta”, la maleta de madera donde guardaba sus libros, algunos de sus retratos colgados en la pared, el huerto y sus surcos de coles, el limonero, la higuera del jardín a la que convoca al amigo muerto Ramón Sijé, el pozo del patio, la cocina, los cacharros de barro, el aprisco de las cabras…

El pueblo de Orihuela huele todavía a Miguel Hernández: la estación, el centro cívico, la casa del poeta, algún bar, el centro de estudios… Aunque me temo que esta devoción por el gran poeta es más institucional que popular. Cuando uno llega por tren a Orihuela, lo primero con lo que se encuentra es con una estatua suya de tamaño natural. Está inspirada en una fotografía famosa del poeta declamando sus versos. Los poetas, que van siempre a la esencia del ser humano, son los mejores notarios de los sentimientos de un pueblo, los mejores registradores de sus sentires y ansias, los que mejor saben olfatear los Vientos del pueblo:

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

No soy de un pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.









jueves, 29 de diciembre de 2022

Las lecturas del año 2022


No afirmaré que ha sido un año de una cosecha espectacular. Pero los libros han estado ahí. La mayoría totalmente prescindibles y olvidables. Libros que pasan por el lector sin dejar apenas rastro, como pasa el agua por los guijarros de las orillas de un río. Pero algunos reseñables sí ha habido. Daré cuenta de ellos. ¿Alguien ha leído alguno de estos libros? ¿Alguien lo ha marcado como un buen libro y lo ha recomendado? Los libros sobre todo nos hacen compañía y rompen, un poco, el guijarro de nuestra cabeza y corazón, para que en ellos penetre el agua del río que arrastra consigo todos los libros, todas las vidas, todos los idiomas, toda la belleza, toda injusticia, todos los hombres y mujeres, países e ínsulas extrañas, todos los pensares y los decires: el río de la vida. Somos también los libros que leemos. Por el mismo orden en el que fueron leídos, ahí va mi lista de lecturas de 2022:

La peor parte, Fernando Savater

Para el filósofo Fernando Savater la “peor parte” de su vida empezó el día en que a su mujer, Sara Torres Marrero, apodada Pelo Cohete, y la mujer de su vida, le diagnosticaron el cáncer. Después vendrían nueve meses de sufrimiento inenarrable y, finalmente, el apagón definitivo en 2015.  El filósofo de compañía, como él gusta llamarse, escribe un homenaje a la mujer que le acompañó, admiró y amó durante décadas, consciente de que si él no lo hace, nadie lo hará. Nadie hará justicia a Pelo cohete, la mujer fuerte que nunca perdió la alegría ni siquiera en los años salvajes vascos cuando tuvo que hacer frente a un nacionalismo excluyente que la quería silenciosa e invisible. No olvidemos que fue apartada como profesora de la Universidad del País Vasco, donde los etarras aprobaban con brillantes notas cualquier carrera y donde los brillantes estudiantes no nacionalistas eran castigados contra la pared. Al inicio del libro, Savater cita u libro, cita un verso de Prévert Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse”. Es la tristeza que nos deja la desaparición de la persona amada lo que hace odiosa a la muerte.


Diarios: A ratos perdidos, Rafael Chirbes



Cuando en 2013 publicó En la orilla, Rafael Chirbes se convirtió en un grande de la literatura en español. Después de su repentina muerte, sus herederos publicaron sus Diarios, que él llevaba escribiendo desde 1984. Al leer estos Diarios, se tiene la sensación de estar ante un hombre que nunca se sintió a gusto ni con lo que hacía, ni con lo que escribía ni con quién era. Es esta desilusión de sí mismo el tono de estas páginas. La voluntad de un hombre por escribir, por traducir en escritura lo que bulle en su cabeza y su corazón. Escribió los Diarios como un ejercicio menor, como una forma de compensar su incapacidad para escribir cosas más grandes, según repite en varias páginas. Y sin embargo es esta sinceridad, esta falta de impostura, esta falta de ‘forma literaria’ lo que hace tan atractivas estas páginas, cargadas de verdad, de admiración por los hermosos libros de otros escritores, por las personas que no sabía amar como le hubiera gustado, o por el torbellino de una homosexualidad vivida con desgarro y dolor. El libro está cargado de otros “libros” admirados, subrayados y retenidos en la memoria. Como Borges, Chirbes se siente orgulloso, no de lo que escribe, sino de lo que lee.  

Palabra de Director, Pedro J. Ramírez


           Brillante estudiante, precoz periodista, el más joven director de un periódico de tirada nacional, se convirtió en uno de los hombres más reverenciados, temidos, odiados de este país. Conocía de primera mano el periodismo norteamericano de investigación, y quiso que El Mundo fuera algo parecido. Un periodismo que no se casa con nadie y que no teme sacar a la luz las miserias que esconden las alfombras de los Palacios del Poder. Hubo unos años en España en que cada mañana se desayunaba con una exclusiva de El Mundo. Ahora Pedro J. Ramírez ha escrito sus memorias a las que ha titulado Palabra de Director. Independientemente de las simpatías o antipatías que suscita este periodista, el libro se lee como una novela basada en hechos reales. Tirando de sus exclusivas, de sus archivos personales, cuenta sin tapujos y sin piedad los hechos que marcaron la más reciente historia de España: el terrorismo de Eta, el nacionalismo prepotente, las cloacas del poder, como el Gal, los atentados del 11-M, la convivencia entre poder ejecutivo y poder judicial, la corrupción de los partidos políticos, sin olvidar la trampa sexual que le tendió el propio Ministerio de Interior,  para hundirlo. Más tarde, se vería obligado a abandonar El Mundo que él mismo había fundado. Polémico, brillante, veraz, implacable, desvergonzado, paranoico... Sus memorias no dejan indiferente.

Cartapacio, José Jiménez Lozano


            La revista literaria Turia dedicó un monográfico a José Jiménez Lozano, un homenaje en el aniversario de su fallecimiento. Más de 150 páginas que recogidas bajo el nombre de “Cartapacio” rinden tributo a esa mirada diferente de ver el mundo, que fue siempre la marca del autor castellano. Siempre fue un escritor para una minoría de lectores, pero de lectores incondicionales. Tal vez lo mejor que se puede decir de Jiménez Lozano es que sentía “alegría porque las cosas son y compasión por los dolores del mundo” y que siempre comprendió que “de la conversación sobre lo que se ve y se escucha se llega al juicio y a la escritura”. Unos cuantos autores intentan, desde la admiración, adentrarse en los recovecos de su pensamiento. Escritor sin carnet, hijo espiritual de Port Royal, ‘amigo’ de Simone Weil, de Juan de la Cruz, de Bernanos, amante de las pinturas, alma de las primeras Edades del Hombre, creyente por el tortuoso camino de la fe… Probablemente, el último humanista de estos lares fue un avisador. Con su palabra ‘encarnada’ nos avisó de por dónde iba a ir o se despeñaba el mundo. Temía que “la posteridad fuese peor que la actualidad”, pero no perdió la alegría, así fuese por el canto de un cuco, la conversación con los amigos, la belleza de una tabla, la hermosura de los libros, el placer de un cigarrillo, el fuego en el hogar.

 

Las furias invisibles del corazón, John Boyne


         La expulsión de la iglesia de una joven soltera embarazada en una Irlanda rural gobernada desde los púlpitos es el inicio fulgurante de esta novela de uno de los grandes escritores europeos del momento, John Boyne.  Catherine, la madre soltera, sabe que no tiene nada que ofrecer al hijo que va a nacer y lo da en adopción a una pareja excéntrica. La novela es, así, el recorrido exhaustivo por la existencia de Cyril, desde antes de su nacimiento hasta su ancianidad. Las furias invisibles arrasan con el corazón de todo ser humano que sabe que no saldrá vivo de esta cosa que llamamos vida. En el ambiente opresivo e hipócrita irlandés transcurre la vida de Cyril, homosexual para más señas. La amistad, la traición, las mentiras, la vergüenza y la culpa, el amor y el desamor, el exilio y la rabia, los encuentros, el aplastamiento, la soledad y los dolorosos secretos. Y todo ello contado con una prosa admirable y ágil que describe los movimientos tumultuosos que se suceden o conviven en el alma. Pero la novela no sólo cuenta la vida de Cyril, sino la vida de los que, en un determinado momento, son diferentes y tienen que pagar por ello.

La bendición de la tierra, Knut Hansum


            Hace más de 100 años que vio la luz esta obra, aunque para varias generaciones fuera prácticamente desconocida. El posicionamiento de Knut Hamsun a favor del nazismo supuso una condena al ostracismo. Y eso que en 1920 obtuvo el Premio Nobel y su obra fue admirada por los grandes escritores de su época. Sólo últimamente el escritor está siendo rehabilitado.  Un hombre, Isak, con un saco al hombre, llega a un lugar inhóspito y deshabitado de Noruega. Nada sabemos de su pasado, porque el libro empieza en ese momento y nunca retrocede. Y allí, con el sólo afán, de ganarse la vida, cultivando la tierra y cuidando ganado, se instala. Tiene la fuerza de un titán, y el carácter indomable, y poco a poco, tronco a tronco, construye la primera cabaña, labra los primeros surcos, siega el primer forraje para los animales. El trabajo es su forma de estar en el mundo y de permanecer en él. Después llega Inger, una mujer de la aldea que, marginada por una malformación en su rostro, lleva la marca de los apestados. Se establece a su lado, compartiendo el duro trabajo y engendrando hijos, Eleusus, Sivert, Leopoldine, Rebekka. Pero la verdadera protagonista de este libro es la tierra, en toda su dureza y su dulzura. La tierra helada e impenetrable por el hielo. La tierra caldeada por el sol. La tierra en cuya bóveda se dibujan las luminarias. La tierra que da pasto a los animales, y frutos a los colonos.

Los vencejos, de Fernando Aramburu


              Su novela Patria es el mejor libro escrito sobre los años de plomo de Eta. Ahora, Los vencejos confirma la maestría de Fernando Aramburu. El libro se inicia en el momento en que un hombre corriente y vulgar, profesor de filosofía de secundaria, Toni, decide fijar la fecha para acabar con su vida: el 31 de julio de 2019, o sea, justo doce meses después de tomar la decisión. No es un hombre desesperado ni sufre trastornos mentales. Es un hombre indiferente, al que la vida le pesa, no por un motivo particular ni por una razón poderosa. Toni pone fecha a su muerte, y a partir de ahí, inicia a escribir un diario sincero y sin paños calientes. En las 365 entradas que Toni escribe nos va sirviendo la crónica de su día a día, pero también los recuerdos de una vida, parecida a tantas vidas, y por eso ‘ejemplar’. Las peripecias, chungas, degradantes, risueñas, eróticas, mezquinas, altruistas, ramplonas, humillantes, vergonzantes, desternillantes…se suceden y el desencanto turbio y confuso de vivir también. Y, así, el diario nos va presentando esas otras vidas que se han cruzado con la suya: sus padres, su mujer, su hijo único, su mejor amigo, su exnovia reencontrada, algún compañero de trabajo y su perra, probablemente el único ser vivo por el que el protagonista se siente acompañado y al que quiere.

Mouchette, George Bernanos   


            “Ya sopla con fuerza el lúgubre viento de la noche”.
  Es la primera línea de uno de los libros más conocidos de Georges Bernanos (1888-1948). Y desde esa primera línea la oscuridad y la tiniebla envuelven al lector, como envuelven a Mouchette, la niña de 14 años. Estamos a punto de conocer un fragmento de su vida y, al mismo tiempo, un fragmento de la vida de tantos desdichados. Bernanos parece decirnos que el corazón humano, pero también el corazón del mundo, o está en manos de Dios o está en manos del Mal. ¿Será siempre así? En esta espléndida novela, Dios se ha alejado de Mouchette y del pueblo. El Mal, entonces, campa a sus anchas sobre todos, y destroza cuerpos y almas, como le ha sucedido a Mouchette. Será difícil olvidar a Mouchette. Lo fue también para su propio autor que en el prólogo de esta novela llegó a escribir: “He visto vivir y morir a Mouchette en una soledad trágica. ¡Que Dios se apiade de ella!”

Sóniechka, Liudmila Ulítskaya


         En tiempos de rusofobia, esta breve novela ha sido un grato descubrimiento. La literatura habla siempre del alma humana, que es igual en todos los lugares del planeta. Soniechka se sabe fea y ama los libros y siente como ‘amigos’ a los héroes de tantas novelas leídas. Pero un día un pintor que ha viajado por el mundo pero que ha vuelto a Rusia, se fija en ella. La vida de Sóniechka cambia y empieza a “escribir” su propia novela de amor, entrega, admiración por su marido, Robert Viktorovich, por su hija, Tania, y hasta por una huérfana, Yasia, hacia la que siente compasión y que, más adelante, será causa de su desgracia y de su dolor. Esta novela se alzó con el premio francés Médicis y, de esta manera, la escritora rusa Liudmila Ulítskaya llegó a las librerías de muchos países. Sóniechka, diminutivo afectuoso de Sonia, nos cautiva por la pureza de su corazón. La novela es también un recorrido por la forma de pensar y vivir de la antigua Unión Soviética y su posterior desmoronamiento. A veces se tiene la tentación de decir “esto sólo ocurre en las novelas”, pero no es verdad. Hay almas puras y sencillas que aman y sufren, viven y caminan entre nosotros. Y un buen día, un escritor hace de esas vidas una novela.

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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