El ictus dobló el cuerpo de I. y la condenó a
una silla de ruedas.
Tras unos meses en el hospital y en rehabilitación, pudo volver a casa. A ese
refugio familiar en que cada cosa habla de una larga existencia, con sus penas
y alegrías. Una casa que es más que una vivienda, porque allí están la mantita,
la taza de café de cada sobremesa, la fotografía, mil veces besada, llorada y
rezada, del hijo joven que se fue en una semana. Allí están el cestillo de la
costura, la caja de manualidades, el último dibujo del nieto. Y en la casa
están las atenciones, las visitas, los cuidados, el vocabulario propio de cada
familia, las pequeñas celebraciones y la comida especial de los días de fiesta.
Y veo ahora la foto que P., su marido, ha publicado. Veo a I. de perfil. Lleva el
pelo recogido en una cola de caballo. Y dos flores en su pelo, sujetas con una
horquilla: dos dientes de león, uno en flor y otro en semilla. Hermosos y
efímeros. Todo un tocado de alta costura. Y P. añade un comentario: “A la hora de dar las buenas noches, ella me
ha dicho: “nos vemos en el cielo”. Y él se ha quedado confuso e inquieto,
sin entender nada. Tal vez ella ha querido decir que ellos dos, marido y
mujer, seguirán unidos, queriéndose y respetándose, cuando tengan que dejar
este mundo, y lleguen al cielo. O tal vez, ella sólo ha querido decir que, a la
mañana siguiente, cuando despiertan de nuevo, el ‘cielo’ continuará en esa casa
que es su casa. Porque, cuando en el momento de la enfermedad, alguien nos cuida
con cariño y delicadeza, crea para nosotros un paraíso. Puede que la enfermedad
invalidante sea un infierno. Puede. Pero sentirse amado y cuidado es alcanzar
ya el “cielo”.
***
“Todo periódico, desde su primera línea hasta la última, es nada más que un tejido de
horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de los
príncipes, crímenes de la nación, crímenes de los particulares, una borrachera
de atrocidad universal. Y con este vomitivo aperitivo acompaña el hombre
civilizado su desayuno cada mañana. Todo, en este mundo, exuda el crimen. No
comprendo como una mano pura pueda tocar un periódico sin una convulsión de
asco”. Lo escribió Charles Baudelaire (1821-1867). ¿Qué no hubiera dicho hoy si
abriera un periódico? Esto –y más- es lo
que se experimenta ante un telediario o un boletín informativo: la mentira y la
manipulación elevadas a categoría de noticia verdadera e información objetiva.
¿Los medios de comunicación siguen siendo un contrapoder o son ya el poder
mismo? ¿Daríamos a nuestra boca y a nuestro estómago comida caducada,
estropeada, envenenada continuamente? La intoxicación informativa a la que el
poder político y económico nos somete cada día es, sin dudarlo, mucho más
perjudicial que la contaminación atmosférica o industrial. ¿Ponerse a dieta de
noticias, ayunar de tanta sobreinformación, no será ya la única opción para
permanecer en la cordura?
***
Por una carretera de
Gaza avanzan unos coches. Avanzan unos “samaritanos”, aunque en su pasaporte ponga United
Kingdom, Australia, Polska, United States o Palestina. Son –eran- siete
cooperantes de la Ong World Central Kitchen (creada por el chef español José
Andrés) que se dedican a repartir comidas a las hambrientas familias de una
insensata guerra. Estaban ahí donde hacían faltan, realizando algo esencial,
como es ofrecer un plato de comida y una botella de agua, tal vez una sonrisa y
una mano en el hombro, alimentos también necesarios en tiempos de desolación y
violencia. Fueron bombardeados sin piedad, a pesar de ir bien identificados
como una Ongd. Ya se sabe que en tiempos de guerra, se ven enemigos por
doquier. Y ya se sabe que en tiempos de odio el fin justifica todos los medios.
Todos. Con la consabida “indignación calculada”, algunos gobiernos han levantado
la voz, no demasiado alta. Israel, para aplacar los ánimos, ha dicho que ha sido
un error y que ha destituido a los militares implicados. Es también una
‘disculpa calculada”. Siete vidas se han perdido para siempre. Y todos los que
amaban estas vidas han sido heridos también para siempre. El periódico mañana
pasará página. Cada uno seguirá a lo suyo. Algunos cooperantes volverán a sus
casas, temiendo por sus vidas. Y es lógico. Otros cooperantes seguirán en la
brecha. Están hechos de otra pasta. Nunca en los caminos por donde transitan
los heridos del mundo faltarán “samaritanos”.