Mostrando entradas con la etiqueta desde mi ventana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta desde mi ventana. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de abril de 2024

El cielo. Sobreinformación. Y cooperantes.

 


El ictus dobló el cuerpo de I. y la condenó a una silla de ruedas. Tras unos meses en el hospital y en rehabilitación, pudo volver a casa. A ese refugio familiar en que cada cosa habla de una larga existencia, con sus penas y alegrías. Una casa que es más que una vivienda, porque allí están la mantita, la taza de café de cada sobremesa, la fotografía, mil veces besada, llorada y rezada, del hijo joven que se fue en una semana. Allí están el cestillo de la costura, la caja de manualidades, el último dibujo del nieto. Y en la casa están las atenciones, las visitas, los cuidados, el vocabulario propio de cada familia, las pequeñas celebraciones y la comida especial de los días de fiesta. Y veo ahora la foto que P., su marido, ha publicado. Veo a I. de perfil. Lleva el pelo recogido en una cola de caballo. Y dos flores en su pelo, sujetas con una horquilla: dos dientes de león, uno en flor y otro en semilla. Hermosos y efímeros. Todo un tocado de alta costura. Y P. añade un comentario: “A la hora de dar las buenas noches, ella me ha dicho: “nos vemos en el cielo”. Y él se ha quedado confuso e inquieto, sin entender nada. Tal vez ella ha querido decir que ellos dos, marido y mujer, seguirán unidos, queriéndose y respetándose, cuando tengan que dejar este mundo, y lleguen al cielo. O tal vez, ella sólo ha querido decir que, a la mañana siguiente, cuando despiertan de nuevo, el ‘cielo’ continuará en esa casa que es su casa. Porque, cuando en el momento de la enfermedad, alguien nos cuida con cariño y delicadeza, crea para nosotros un paraíso. Puede que la enfermedad invalidante sea un infierno. Puede. Pero sentirse amado y cuidado es alcanzar ya el “cielo”.

***



 Todo periódico, desde su primera línea hasta la última, es nada más que un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de los príncipes, crímenes de la nación, crímenes de los particulares, una borrachera de atrocidad universal. Y con este vomitivo aperitivo acompaña el hombre civilizado su desayuno cada mañana. Todo, en este mundo, exuda el crimen. No comprendo como una mano pura pueda tocar un periódico sin una convulsión de asco”. Lo escribió Charles Baudelaire (1821-1867). ¿Qué no hubiera dicho hoy si abriera un periódico?  Esto –y más- es lo que se experimenta ante un telediario o un boletín informativo: la mentira y la manipulación elevadas a categoría de noticia verdadera e información objetiva. ¿Los medios de comunicación siguen siendo un contrapoder o son ya el poder mismo? ¿Daríamos a nuestra boca y a nuestro estómago comida caducada, estropeada, envenenada continuamente? La intoxicación informativa a la que el poder político y económico nos somete cada día es, sin dudarlo, mucho más perjudicial que la contaminación atmosférica o industrial. ¿Ponerse a dieta de noticias, ayunar de tanta sobreinformación, no será ya la única opción para permanecer en la cordura?

***



Por una carretera de Gaza avanzan unos coches. Avanzan unos “samaritanos”, aunque en su pasaporte ponga United Kingdom, Australia, Polska, United States o Palestina. Son –eran- siete cooperantes de la Ong World Central Kitchen (creada por el chef español José Andrés) que se dedican a repartir comidas a las hambrientas familias de una insensata guerra. Estaban ahí donde hacían faltan, realizando algo esencial, como es ofrecer un plato de comida y una botella de agua, tal vez una sonrisa y una mano en el hombro, alimentos también necesarios en tiempos de desolación y violencia. Fueron bombardeados sin piedad, a pesar de ir bien identificados como una Ongd. Ya se sabe que en tiempos de guerra, se ven enemigos por doquier. Y ya se sabe que en tiempos de odio el fin justifica todos los medios. Todos. Con la consabida “indignación calculada”, algunos gobiernos han levantado la voz, no demasiado alta. Israel, para aplacar los ánimos, ha dicho que ha sido un error y que ha destituido a los militares implicados. Es también una ‘disculpa calculada”. Siete vidas se han perdido para siempre. Y todos los que amaban estas vidas han sido heridos también para siempre. El periódico mañana pasará página. Cada uno seguirá a lo suyo. Algunos cooperantes volverán a sus casas, temiendo por sus vidas. Y es lógico. Otros cooperantes seguirán en la brecha. Están hechos de otra pasta. Nunca en los caminos por donde transitan los heridos del mundo faltarán “samaritanos”.


viernes, 22 de marzo de 2024

Oxford. Niños. Y hojas

 


El escritor castellano José Jiménez Lozano y el profesor inglés C. Stuart Park hubieran querido viajar juntos a Oxford con parada en Port Royal des Champs, en París, en Canterbury y en Londres. No pudo ser. Y sustituyeron este periplo por unas “charletas” en Alcazarén, Olmedo y Valladolid. Y de este diálogo tranquilo y casero en torno a la Biblia, el libro por el que ambos sentían pasión, surgió un delicado librito titulado “El viaje a Oxford que nunca tuvo lugar”. Y estas conversaciones empiezan por Qohelet que nos enseña que la vida es niebla, humo, vaho, vapor, es decir algo efímero, pero increíblemente hermoso, como la vida. Y siguen con aquellas Biblias en español que tuvieron que imprimirse en el extranjero, en el exilio, porque en el suelo patrio la Biblia en romance estaba prohibida. Y en estas charletas, no falta el recuerdo para George Borrow (Don Jorgito el inglés), agente de la Sociedad Bíblica Británica que recorrió España vendiendo Biblias que “sólo podían ser útiles para el bien de la sociedad”. Y tampoco podía faltar un melancólico recuerdo para los heterodoxos españoles que, en su día, no comulgaron con la ortodoxia imperante hispana, por lo que muchos de ellos fueron enterrados en cementerios separados. Ambos ‘conversadores’ lamentan la falta de una presencia netamente bíblica en la literatura española, algo que no sucede en la inglesa. Este casero diálogo alrededor de la Biblia tiene el sabor de un trozo de paz y la frescura de un vaso de agua. Algo verdaderamente raro en este país de escasos lectores bíblicos.

 Una amiga italiana me envía su última reflexión, que suscribo y rubrico: “Niños a los que organizan fiestas grandiosas de cumpleaños, con tartas gigantescas que no comen, animadores pagados a los que no escuchan. Padres-taxistas, pegados a su móvil, listos para recoger a sus hijos y llevarlos de un sitio para. Padres que vigilan, ansiosos, la comida, la bebida, el sueño, los pasos y la respiración de sus pequeños. Padres convertidos las 24 horas del día en monitores de ocio y tiempo libre porque los niños están instalados en un continuo aburrimiento. Niños sin fantasía que no saben qué hacer si les quitas la tablet de las manos. Niños incapaces de dar las gracias, de saludar o pedir perdón. Niños a los que se suplica un beso. Niños que no aceptan un no como respuesta. Niños sin ninguna capacidad para sobrellevar un contratiempo, una frustración. Niños que no aguantan más de diez minutos haciendo la misma cosa, o que no sienten la mínima simpatía hacia quien no tiene zapatillas de marca o el último juguete tecnológico. Profesores a los que se culpa de todo y a los que se abronca si al hijo se le ha puesto una nota baja o se le ha afeado un mal comportamiento. Todos, niños, padres, profesores, insatisfechos y preocupados, hartos y tristes. Pero todos incapaces de pararse un momento y empezar a educar en serio, educar con el estilo con el que la vida nos educa, porque la vida está hecha de síes y noes, de pequeñas derrotas y victorias, de alegrías y penas, de paciencia y de espera, de esfuerzo y perseverancia, de cortesía y de respeto, de breves momentos de exaltación o breves momentos de bajón, en medio de un larguísimo camino de rutina”.


En Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg, Cenzo Rena, refiriéndose con humor a la protagonista de la novela con la que terminará casándose, dice: “Ana es un insecto pequeño, perezoso y triste encima de una hoja”. También nosotros somos hojas sobre las que de vez en cuando se posa un insecto. Nos hace un poco de compañía. Nos alegra un poco el corazón o nos sumerge en la zozobra. Y luego, nos abandona. También nosotros somos insectos que nos posamos un buen día sobre una hoja nueva, bajo el sol o la lluvia. Una hoja a la que vamos descubriendo, una hoja que nos enternece o nos bombea el corazón. O nos hace reír o soñar; también sufrir. Y luego, abandonamos. Durante un tiempo amamos las hojas sobre las que nos posamos. Y durante un tiempo amamos los insectos que llegan a nuestra vida. Y así comprobamos que la vida tiene su dicha y su desgracia: La esperanza linda con la desilusión. Y la alegría hace pared con el llanto. La ternura y la aspereza crecen en el mismo tiesto. Y el rosal tiene punzantes espinas y olorosos pétalos. Solo al buen lector del corazón humano le aguarda eso que llamamos serenidad.

jueves, 14 de marzo de 2024

11 M. Haití. Y Manuel.


1.- En las iglesias de Madrid, las campanas han doblado a muerto veinte años después del atentado del 11-M que costó la vida a 192 personas. Cada uno de nosotros recuerda dónde se encontraba cuando conoció la noticia de la masacre perpetrada por el terrorismo islamista. Yo recuerdo la incredulidad y una tristeza en aumento, a medida que las cifras de heridos y muertos se disparaban y se conocían los detalles espeluznantes de las estaciones de tren. Luego, vinieron las llamadas. Quién más y quien menos tenía conocidos en la capital y todos deseábamos conocer si estaban a salvo. Poco después, llegó el silencio, como una nevada de piedra que lo cubría todo. Un duelo en cada casa. Un luto que impedía hablar alto, salir a tomar una cerveza al bar, ir al cine o al gimnasio, celebrar el cumpleaños… Han pasado los años. Y las víctimas seguirán peleando con sus demonios interiores y llorando a sus muertos. O reconciliándose con sus propias heridas. Y en estas dos décadas no ha habido respuestas para tantas preguntas sobre el mayor atentado terrorista ocurrido en suelo europeo.

 

2.- Hay estados a los que únicamente se les puede dar dicho nombre porque su bandera ondea en la sede neoyorkina de las Naciones Unidas. Haití es uno de esos estados fallidos. Existen sólo en el papel de los mapas pero no pueden cumplir ninguna de las funciones supuestas de un Estado: ni la seguridad, ni la educación ni la sanidad ni las infraestructuras. Al país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, el terremoto del 12 de enero de 2010 lo hundió definitivamente en el caos y en la miseria. Murieron más de 300.000 personas y perdieron la casa más de un millón y medio de haitianos. No quedó un edificio en pie. La solidaridad internacional fue grande. Se dice que si toda la solidaridad recaudada en el mundo hubiera llegado a Haití y se hubiera repartido bien, a cada ciudadano le habrían tocado varios miles de dólares. Las oleadas de cooperantes internacionales llegados tras la catástrofe tuvieron poco a poco que salir por patas, ya que los secuestros de extranjeros estaban a la orden del día. Sin autoridad y sin Gobierno, las bandas criminales se hicieron con el país, cada una de ellas con su violencia y sus ganancias, sus atentados y sus secuestros. Varias de estas bandas están bajo el control de Jimmy “Barbecue” Chérizier, un temido líder, puede que más fuerte que el propio Gobierno. ¿De dónde le viene el apodo "Barbacoa"? Unos dicen que su familia regentaba un restaurante a la brasa. Otros, por su gusto a incendiar casas con sus moradores dentro. Y según otros, porque alguna vez se ha jactado de comer a la brasa la carne de sus víctimas. Son muchas las voces que aseguran que Haiti está al borde de una guerra civil, pues las autoridades se muestran impotentes ante estas bandas que siembran la violencia por doquier. Es verdad que los soldados de Naciones Unidas llevan años en Haití, en prolongada y carísima misión, y también bajo acusaciones graves. Pero de ellos, por tu típica inoperancia, nada se espera.   


 3.- Rodrigo Muñoz Ballester nació en Tánger. A los 7 años llegó a Madrid. Vivió durante una temporada con sus padres y hermanos en una mala pensión de la capital. Un día empezó a pintar en el papel de estraza que había envuelto un poco de carne: “He sido capaz de hacer el mundo”, dijo el muchacho maravillado al acabar su dibujo. Unos años más tarde, ya hecho un hombre, bajó a la piscina y allí descubrió a Manuel que disfrutaba del agua y del sol con su mujer e hijos. Pero el deseo, que no entiende de códigos ni de estados, incendió el cuerpo del artista tangerino. Un amor no correspondido. Un amor imposible. Un deseo nunca satisfecho, pero un amor, al fin y al cabo. De este amor triste y callado surgió una escultura, “Manuel”: dos cuerpos fundidos, como injertados el uno en el otro; el uno, vestido; el otro, desnudo, pero compartiendo un solo corazón. Una galería de arte llevó la escultura a Arco, año 1983, causando escándalo mayúsculo. Un coleccionista inglés la compró, pero, al morir, se la legó al autor en el testamento. En esta edición de 2024, la escultura ha vuelto a Arco, y ha recobrado protagonismo, ya sin polémica, porque una obra de arte queer ya no provoca a nadie. Aún no se sabe si alguien la ha comprado. Esta escultura parece decirnos que las vidas se construyen, no solo con lo vivido, sino también con lo que se sueña, con lo que se desea, con lo que se teme, con aquello a lo que se aspira, y que se mantiene vivo en la mente, el corazón y la piel.

jueves, 7 de marzo de 2024

Juan Carlos Unzué. Artículo 49. Y Fathi Ghaben

 


1.- El ex futbolista Juan Carlos Unzúe llegó el otro día en silla de ruedas al Congreso de los Diputados para hablar de la enfermedad del ELA (esclerosis lateral amiotrófica) que él sufre, y con él otros cuatro mil españoles. Una enfermedad verdaderamente terrible que va paralizando todo el cuerpo hasta convertirlo en un ‘guiñapo’. Y sin embargo un ‘guiñapo’ que aún siente, ama, sufre y espera. Unzué empezó su discurso pidiendo que levantaran la mano los diputados presentes. Sólo había cinco. Los demás eran enfermos, familiares y voluntarios de las distintas asociaciones. Dijo que los enfermos, llegados a una determinada fase, necesitan cuidadores, a los que hay que pagar, y que casi ninguna familia puede hacer frente a una situación así. Pidió hechos, pidió leyes, y se lamentó de que lo único que se ofrece a los enfermos (a ellos y a todos) es una muerte digna. Pero que él, y muchísimos más enfermos, lo que pedía era una vida digna. Pero vivimos un tiempo en que la gente se desgañita a favor de la “muerte digna”, porque eso parece ser lo progresista, lo razonable, lo que toca, en lugar de reclamar una vida digna para todos. Por cierto, la 'muerte digna' sale muy barata, apenas unos euros. Pero llevar una ‘vida digna’ durante la enfermedad sale cara. Cuesta tiempo y sacrifico, exige múltiples cuidados por parte de mucha gente, necesita mucha inversión pública. Y también una grandeza moral a la que ya hemos renunciado.

 


2.- El pasado 15 de febrero el rey Felipe VI ratificó la reforma del artículo 49 de la Constitución Española. Dicha reforma sustituye la palabra “disminuidos” por el término “personas con discapacidad”. Se barajaron otras expresiones, como “personas con capacidades diferentes”, o “personas con diversidad funcional”, y aunque buscaban un mensaje positivo, no han encontrado consenso por ser términos vagos e indefinidos que no terminan por nombrar a nadie. Bienvenida sea la reforma del artículo, si verdaderamente eso significa que, como ciudadanos y como sociedad, pensamos que las personas con discapacidad tienen idéntica dignidad e idénticos derechos que el resto de ciudadanos. Bienvenida sea, si pensamos que ellas tienen no poco que decir a una sociedad que todo lo mide en eficiencia y apariencia. Esperemos que este cambio de palabra no corresponda únicamente a un deseo de ser políticamente correctos y buenistas. Son muchos los que sabíamos que eran personas muy válidas, aunque en la Constitución se hablase de “disminuidos”. Porque también podemos hablar elegantemente de “personas con discapacidad”, pero al mismo tiempo pensar que un “Down” pueda ser eliminado antes de nacer sin ninguna mala conciencia.



3.- Hace pocos días murió el reconocido pintor palestino Fathi Ghaben. Había sido fiel a su tierra, Palestina, que le vio nacer y donde creció como artista. Le llamaban el Van Gogh de Gaza. Su estado de salud se agravó en las últimas semanas, pero ningún hospital de Gaza estaba en condiciones de atenderlo, debido a la guerra y a la destrucción de los centros hospitalarios. Los familiares de Fathy Gaben solicitaron insistentemente a las autoridades israelíes una autorización para salir de la zona asediada y poder así recibir tratamiento en un hospital extranjero. Pero no hubo respuesta. No corren tiempos para la piedad, sin duda. Y la desgracia de Fathi Ghaben es también la desgracia de todo un pueblo. Un sufrimiento compartido por tantos. Está de más decir que el mundo de la cultura europea, tan sensible a otros temas, tampoco ha movido un dedo ni ha lamentado la pérdida del pintor gazatí.


lunes, 6 de junio de 2022

¡Somos de primera!

 

Un minuto después del ascenso a primera división de fútbol del Real Valladolid, los perfiles y los estados de muchos de mis contactos se tornaron “blanquivioletas”. No soy nada futbolero, aunque entiendo que estar en primera división es un beneficio no pequeño para una ciudad mediana, como lo es la capital de Pisuerga. Y entiendo que los seguidores del Pucela lo hayan celebrado con entusiasmo y algarabía. No me ha costado en absoluto felicitar a mis amigos seguidores del Real Valladolid.

Un cartel, entre todos me ha llamado la atención: La fotografía de los futbolistas y un breve texto: “Somos de Primera”. El cartel en cuestión significa, en efecto, que el equipo del Real Valladolid ha ascendido a primera, y que, por identificación emocional, muchos se “sienten también de primera”.

Dado mi ateísmo futbolero, y puestos a soñar, me gustaría que mi ciudad fuese de primera por alguna otra razón. No estaría mal proclamar:

“Somos de primera”, en lo que se refiere a distribución de la riqueza. “Somos de primera” en el respeto a la naturaleza y a los animales. “Somos de primera” en la falta de prejuicios. “Somos de primera” en la atención a los más vulnerables”. “Somos de primera” en el cuidado de nuestros abuelos. “Somos de primera” en el número de libros leídos y museos visitados. “Somos de primera” en el respeto a las mujeres. “Somos de primera” en el nivel educativo de nuestros alumnos. “Somos de primera” en el voluntariado social y en el sostenimiento de las Ongd’s. “Somos de primera” en la cortesía y en el buen trato a quien se cruza con nosotros.

Por el momento, “somos de primera”, en lo tocante a fútbol. Puede que mañana seamos de primera por alguna otra razón. Solo hay que esperar. 

sábado, 26 de marzo de 2022

Iván el Terrible, de Ilya Repin. Maixabel, de Iciar Bollaín. Y Vientos amargos, de Harry Wu.

Ilya Repin: Iván el Terrible y su hijo

Acabo de ver la película El artista anónimo, de Klaus Härö. Resumo: un galerista se endeuda para adquirir un retrato sin firmar, pero que él tiene la intuición-certeza de que es una obra del gran pintor ruso Ilya Repin. Hay una obra de Repin que siempre me ha fascinado. En 1885, el pintor ruso Ilya Repin pinta su obra maestra Iván el Terrible y su hijo (hoy en la Galería Tetriakov, de Moscú). Una pintura de historia, tan de moda en aquella época, que hace referencia a un episodio ocurrido tres siglos antes, exactamente el 16 de noviembre de 1581. El zar Iván el Terrible, en uno de sus accesos de ira y terriblemente enfadado por lo que él consideraba ropas indecentes de la zarina, amenaza con prenderla a bastonazos con ella. El zarévich, presente en la sala y en un intento de proteger a la zarina, se interpone y se enfrenta al padre,  pero el bastón lo golpea con tal fuerza en las sienes que, al punto, cae desplomado. El padre, horrorizado, trata inútilmente de detener la sangre de la sien. En la pintura, Iván aparece espantado por su violencia, atormentado por la culpa de haber herido brutalmente a su heredero, los ojos fuera de sus órbitas. El pintor subraya a la perfección la tensión violenta del crimen. Un padre colérico ha destruido a quien más debía haber amado. El hijo, antes de expirar, estrecha con su débil mano el brazo del padre, en un gesto de silencioso perdón.

La escena tiene lugar en uno de los salones del palacio. Columnas, un espejo,  arcones,  una silla y un cojín por el suelo que indican el forcejeo previo, ricas alfombras persas, de llamativas tonalidades rojas, como si la sangre derramada alcanzase ya el palacio entero y la corte toda y toda Rusia. Una estancia donde el bastón utilizado para golpear brilla como un cuchillo criminal.

Pocas veces el arte ha reflejado mejor el horror de un crimen, la locura de un rey, la grandeza del hijo que intentó aplacar la ira de zar y, al mismo tiempo, fue capaz de perdonar al padre asesino. En el fondo sabe que, de por vida, su padre estará condenado a revivir día tras día y noche tras noche, aquel momento preciso hasta hacerle enloquecer.


Los vestidos suntuosos del zarévich contrastan con la vestimenta de color negro del zar. El zarévich, que por su grandeza moral hubiera merecido  alcanzar el trono, está agonizando. En cambio, el zar violento, loco y desquiciado (‘Terrible’ es el apodo con el que ha pasado a la posteridad), seguirá vivo, pero condenado para siempre al duelo y al luto.

Iván el Terrible es de sobra conocido por las muchas atrocidades cometidas y por los numerosos asesinatos que encargó entre sus propios colaboradores, pero ningún episodio refleja mejor su reinado que este. Esos ojos desorbitados, esa mirada inyectada en pánico, esas manchas de sangre en su propio rostro, ese intento vano de frenar la hemorragia y ese beso desesperado en la frente del hijo. Asistimos a la soledad más atroz de dos personajes: al desgarrador remordimiento ante la muerte inminente de su hijo se opone la resignación y la calma con la que el zarévich, también de nombre Iván, afronta el final inminente de su existencia: muere perdonando. Y la lágrima que con absoluta maestría Ilya Repin pintó en el rostro del moribundo, no sabemos si es por el golpe recibido, por la despedida de la vida o por su propio padre. Tal vez el zarévich llora por la vida tan desdichada que llevan siempre los que hacen desdichados a otros.

Por una estrecha ventana entra una luz fría pero suficiente para iluminar a los dos personajes, únicos actores, víctima y verdugo, de un sacrilegio, frente a frente, enlazados para siempre en el recuerdo de todo un pueblo.

 ***


Maixabel: querer comprender para perdonar. 

La película de Iciar Bollaín se detiene en un momento muy concreto de la difícil convivencia en el país vasco por causa de Eta. Maixabel, viuda de Juan Mari Jáuregui, gobernador civil de Álava, asesinado por Eta, se entrevistó con dos de los pistoleros que mataron a su marido. A algunos, poquísimos etarras, la cárcel les abrió los ojos sobre su vida, sobre su historia de sangre y muerte, sobre su pertenencia a la banda criminal. Empezaron a hacerse preguntas, a perder las seguridades pétreas que les habían inculcado en Eta y llegaron al arrepentimiento por una vida malgastada que había ocasionado tanto sufrimiento a tantos.

Por otro lado, algunas víctimas, poquísimas también, intentaron conocer qué es lo que llevó a unos niñatos a echarse al monte, a hacerse pistoleros por una idea. Fue así como surgieron estos encuentros y conversaciones entre víctimas y victimarios. La película es una reflexión sobre vidas malgastadas inútilmente por ideales sanguinarios, pero también sobre el intento nada fácil de conocer al asesino, de ofrecer el perdón, de darse cuenta que, a su manera, estos jóvenes que, en lugar de tomarse unas cañas, jugar un partido de pelota, o salir con una chica, fueron cazados por la banda terrorista, adoctrinados, hipnotizados hasta el punto de ‘celebrar’ cada asesinato como una gran fecha.

 Hay un momento en que Maixabel dice al terrorista arrepentido: “prefiero ser la viuda de Juan Mari a ser tu madre”. Y él le contesta: “yo preferiría haber sido Juan Mari”. Los pocos que se arrepintieron sintieron sobre su nuca el desprecio, no solamente de sus antiguos compañeros de armas, sino de una buena parte de la sociedad vasca, enferma durante décadas, que negó el pan y la sal, el saludo y la palabra, a quien no era proetarra. O que calló cobardemente cuando un día y otro día caían víctimas, a los que previamente se les había dejado de considerar ‘personas’. Pero sí, tiene razón Maixabel: es preferible ser la viuda de la víctima que ser la madre del asesino.

 ***


Vientos amargos, de Harry Wu

El 1960  Wu Hongda era un estudiante del Instituto de Geología de Pekín. Al igual que otros miles, millones, de chinos fue conducido por “derechista, contrarrevolucionario”, a un campo de trabajos forzados. Así pasaría 20 años, hasta que, después de la muerte de Mao Zedong, fue devuelto a la libertad. Logró salir de China y se dirigió a Estados Unidos. Impulsado por la profesora de la Universidad de California, Carole Wakeman, escribió Vientos amargos, para denunciar ante el mundo el Laogai (la red china de campos de trabajo y prisiones).

Wu se suma así a los numerosos testimonios escritos que en los últimos años han contribuido a hacerse una visión aproximada de la inmensa prisión en la que se convirtió China en los años del maoísmo. El libro está dedicado a los que no podrán nunca contar su historia personal, porque fueron masacrados por el régimen de terror comunista, por ejemplo, parte de su familia o algunos compañeros del ‘laogai’, entre ellos Ao, Lu o Xing, hacia los que sintió un poco de afecto. La vida consistía en trabajos agotadores, en una búsqueda desesperada por encontrar algo de alimento (el hambre atraviesa el libro de cabo a rabo), las sesiones de adoctrinamiento, las autoinculpaciones de ser un mal seguidor de Mao, las delaciones contra amigos, vecinos y familiares, los suicidios de los más débiles que no podían soportar tamaña represión.

Alexander Solzhenitsyn escribió una frase exacta sobre el ‘mal’ que habitó en las dictaduras del proletariado: “No todo tiene nombre. Hay cosas que están más allá de las palabras”. Podría valer perfectamente para Vientos amargos y para todos los que pasaron por estos lugares de infierno.

La acusación de derechista o contrarrevolucionario era una condena en vida, un estigma y una peste. Pero lo que me asombra de todo esto es que tantísimos en Occidente estuvieran literalmente deslumbrados por Mao Zedong, que su imagen empapelara las habitaciones de tantos universitarios e intelectuales, que su Libro rojo fuera libro de cabecera, que tantos le defendieran y creyeran a pies juntillas que el gran timonel conducía a China y a la humanidad hacia un paraíso de leche y miel. Todo el mundo vio pronto y enseguida los desmanes y las atrocidades de los nazis, pero las atrocidades y los millones de muertos causados por el terror rojo nunca salieron a la luz o no fueron creídos. “Más opresivo aún que la vigilancia  y el control –escribe Wu- era el hecho de darse cuenta finalmente de que nuestras vidas nunca nos pertenecerían por completo”.

Cuando Wu se encuentra con su padre enfermo después de veinte años, este le anima a que deje el país, porque nunca podrá vivir en paz en una nación donde le han hecho sufrir tanto. Su padre, acusado de reaccionario y burgués porque había trabajado en una empresa extranjera, se arrepintió toda su vida de su ingenuidad al pensar que había cabida para él y su familia bajo el comunismo. Sufrió toda clase de vejaciones y privaciones, por eso le conmina a su hijo a que emprenda viaje al extranjero para no perder la vida por completo.

Una vez en Estados Unidos se propuso dar a conocer a Occidente los campos de trabajo donde se obligó a vivir en condiciones miserables a millones de chinos por la simple acusación de burgueses, reaccionarios, derechistas o contrarrevolucionarios. A estas condenas se podía llegar por el simple hecho de tener un libro de literatura extranjera en casa, por ejemplo Los miserables, de Víctor Hugo, de haber ido de pequeño a un colegio religioso, de tener un amigo de otro país, de haber trabajado en una empresa extranjera o haber viajado fuera de China.

Poco después de llegar a Estados Unidos puso en pie The Laogai Research Foundation para dar a conocer el sistema comunista y maoísta en toda su crueldad y degeneración.

 

sábado, 19 de marzo de 2022

Monjas Down. De empresarios a oligarcas. Cultura de la cancelación. Y Desaprender la guerra de Luis Guitarra.

Monjas con síndrome de Down. Cae en mis manos un vídeo sobre una comunidad religiosa que admite a mujeres con síndrome de Down. En los años 80, una mujer francesa, Line, con vocación religiosa conoce a Véronique, una adolescente con síndrome de Down que le manifiesta sus deseos de hacerse religiosa. Empieza para ellas una odisea de convento en convento, pero todas las puertas se cierran con un portazo. Animadas por el científico Jerome Lejeune (investigador de este síndrome), encontraron comprensión en el obispo de Tour, y así surgió una congregación nueva, las Hermanitas Discípulas del Cordero, primer convento en admitir a chicas con dicho síndrome. En este momento 10 mujeres forman esta comunidad, de las cuales 8 de ellas tienen síndrome de Down.

Parece que la vida pautada y ritmada de la clausura ayuda mucho a estas personas. Misa diaria, horas de oración, trabajos en los talleres de tejido y cerámica, cuidado de las plantas medicinales, son tareas que asumen con toda seriedad y con gran profesionalidad. Madre Line afirma que “son personas dotadas de una gran espiritualidad y traen alegría a la sociedad y, sobre todo, traen amor al mundo, que tanto lo necesita".

Creo que este es uno de los testimonios más hermosos de lo que significa tomarse en serio el cristianismo y el mensaje de amor de Jesús que no excluye a nadie. ¿Podemos pensar acaso que la inteligencia tiene algo que ver en la relación con Dios? ¿Quién conoce, efectivamente, por qué caminos van los sentires y los pensares entre un corazón humano y el corazón de Jesús? ¡Quién lo sabe! La fe y el sentimiento religiosos no son mensurables con ningún test de inteligencia.

Ojalá que, dentro de no mucho, pueda ver a algunos de los chicos de Villa San José, a los que conozco desde hace tiempo, como ministros extraordinarios de la comunión, por ejemplo. Estoy pensando en José Antonio, Jesús, etc. ¿Puede haber manos más dignas?

 ***

De empresarios a oligarcas. Un megayate está inmovilizado en un puerto español, porque se sospecha que es del oligarca ruso Igor Ivanovich, amigo de Putin. Ahora a los grandes empresarios rusos se les llama oligarcas, y en medio mundo ya han empezado a confiscar sus bienes. Hasta ayer mismo estos magnates se codeaban con sus iguales en la city financiera de Londres o veraneaban como señorones en Marbella, organizaban grandes fiestas y lo más granado de cada sociedad acudía a ellas. Pero las tornas han cambiado, y los estados se arrogan el derecho de poder confiscar los bienes de estos multimillonarios. Y yo me pregunto: ¿sin juicio? ¿Pueden los estados, por muy democráticos que sean, confiscar así porque así, los bienes de unos señores particulares? ¿Cómo es que hasta el día antes de la guerra de Ucrania estos magnates eran requeridos urbi et orbi para que hicieran sus inversiones en territorio europeo o estadounidense? Si eran tan monstruosos, si tenían tan malas artes comerciales, si eran tan corruptos, ¿cómo no se les había investigado antes, encausado, juzgado y condenado? ¿Por qué se movían con tanta libertad, admiración y respeto en los templos financieros? Independientemente de la catadura moral de estos magnates, ¿un país democrático puede, sin previo juicio y condena, arrebatar las propiedades de un ciudadano particular, por muy popular que sea la medida y por muy irritados que anden los ánimos por culpa de la guerra? ¿No debe cualquier país ofrecer garantías jurídicas y procesales, aunque otro estado, por ejemplo Rusia, pisotee el ordenamiento jurídico? ¿Puede la guerra justificar todas las tropelías y demasías por muy mal que nos caiga Putin y por mucho que nuestro corazón esté al lado de los ucranianos?

***

 

La cultura de la cancelación no es nueva. Probablemente ha existido siempre, pero en los ultimísimos años la cultura de la cancelación, o lo que es lo mismo, la dictadura de lo políticamente correcto se está convirtiendo en la peor de las inquisiciones actuales. Alguien, es decir, quien lleva la batuta del pensamiento, decide cada mañana la ética a imponer. Con precisión maoísta se nos dice lo que es admisible y lo que es intolerable. Desde hace dos semanas la cultura de la cancelación se impone  sobre todo lo que suene a ruso, procedente de Rusia o que simpatice con las tesis de Putin. Hasta podría entender que a las consideradas ‘embajadas culturales’, totalmente patrocinadas y pagadas por el gobierno de Putin, se les señalen restricciones o prohibiciones. Pero preguntar a un bailarín, a un pintor, a un cantante o a un escritor qué opina, si está o no está a favor de Putin, si condena o no condena la invasión de Ucrania, está más allá de toda sensatez y de toda libertad. El alcalde de Milán, Giuseppe Sala, y el superintendente de la Scala, Dominique Meyer, pidieron al director de orquesta Valery Gergiev, que condenara la invasión de Ucrania y como este dio la callada por respuesta, se le cesó fulminantemente del gran templo operístico italiano. Y algo parecido está sucediendo a decenas de artistas rusos. ¿Prohibirán dentro de unos días a las librerías que sigan vendiendo a Dovstoieski, Gogol y Tolstoi? ¿Nos dirán que dejemos de admirar los bellísimos iconos rusos, por ejemplo, la Trinidad de Rublev?  Lo que me extraña de todo esto es la actitud de ‘amén’ de tantos intelectuales y pensadores. Dejemos que sea el público, individualmente, el que decida que ópera escuchar, que libro leer y que pintura admirar. Si exigimos en cada momento que los hombres piensen de una determinada manera (cada día diferente), solo contribuiremos a hacer que la hipocresía y la mentira campen a sus anchas. No tendremos ciudadanos sinceros y libres sino mentirosos para salvar el pellejo. Tal vez, marionetas con un ventrílocuo a sus espaldas.

 ***

Desaprender la guerra. Una mañana de noviembre 2003, mientras la guerra de Irak llenaba las portadas de los periódicos, Luis Guitarra, nada más acabar de leer la reseña de un libro titulado “Desaprender la guerra”, de Anna Batisda, empezó a canturrear una melodía. Faltaban aún siete meses para dar por concluido este canto a la paz. Hace varios años escuché por primera vez esta canción en un concierto en Valladolid. Pero es ahora, en estos tiempos infaustos de cañones y balas, de edificios derruidos, vidas segadas, refugiados a la deriva, cuando esta canción ha cobrado toda su potencia creadora.

El cantautor va al fondo del problema. No se limita a los buenos deseos de paz, sino que cree que solamente si en nuestros corazones ‘desaprendemos’ los sentimientos de odio ahí agazapados, podremos construir un mundo mejor. Una bella melodía es el vestido hermoso para unos versos hermosísimos.

Desaprender la guerra es una cuestión de educación y de compromiso interior. No bastan un eslogan y una pancarta en la manifestación. No son suficientes una foto en whatsapp o una pintada en el muro. Se trata de una lenta y larga  tarea de desaprender hábitos de guerra, odio, codicia, fuerza, mentira, consignas, heridas, ira, miedo… Sólo así podremos reinaugurar la risa, las caricias, la justicia, la brisa, la alegría, la Vida…

 

https://www.youtube.com/watch?v=EC-xvYC7ooU

 

Desaprender la guerra, realimentar la risa,
Deshilachar los miedos, curarse las heridas.

Difuminar fronteras, rehuir de la codicia,
Anteponer lo ajeno, negarse a las consignas.

Desconvocar el odio,
Desestimar la ira,
Rehusar usar la fuerza,
Rodearse de caricias.
Reabrir todas las puertas,
Sitiar cada mentira,
Pactar sin condiciones,
Rendirse a la Justicia.

Rehabilitar los sueños, penalizar las prisas,
Indemnizar al alma, sumarse a la alegría.

Humanizar los credos, purificar la brisa,
Adecentar la Tierra, reinaugurar la Vida.

Desconvocar el odio,
Desestimar la ira,
Rehusar usar la fuerza,
Rodearse de caricias.
Reabrir todas las puertas,
Sitiar cada mentira,
Pactar sin condiciones,
Rendirse a la Justicia.

Desaprender la guerra, curarse las heridas.
Desaprender la guerra, negarse a las consignas.
Desaprender la guerra, rodearse de caricias.
Desaprender la guerra, rendirse a la Justicia.
Desaprender la guerra, sumarse a la alegría.
Desaprender la guerra, reinaugurar la Vida.

sábado, 12 de marzo de 2022

Pobre Kirill. El buen samaritano de Aimé Morot. Y un hermoso futbolín.

            

La Divina liturgia de Kirill. Cuando cayó el muro de Berlín y llegó la Perestroika a la Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa fue recuperando paso a paso el protagonismo estelar que siempre tuvo en Rusia. Los cristianos salieron de sus catacumbas y los templos volvieron a ser templos (no olvidaré nunca la historia de aquel trabajador soviético en un gallinero. Un día alza los ojos y descubre los mosaicos espléndidos de una antigua iglesia: un Cristo  mira dulcemente al pobre granjero en el mismo lugar donde durante siglos se había rezado). Putin convirtió a la Iglesia Ortodoxa en uno de los pilares de su proyecto político, el pegamento necesario para cohesionar a todas las ‘rusias’, desde el mar Báltico a Siberia. Ucrania siempre fue una nota discordante, porque la población se reparte al 50% entre ortodoxos y católicos de rito oriental. En esta guerra, el elemento religioso no es despreciable. Putin y Kirill mantienen gran armonía ideológica en sus visiones del mundo y de Dios. Putin identifica Rusia con Iglesia Ortodoxa y Kirill (Patriarca de Moscú y de toda Rusia) identifica Iglesia Ortodoxa con el alma rusa. Así de sencillo. Pero ha llegado la guerra donde a todo el mundo se le exige posicionarse. A Kirill, en razón de su cargo, se le presuponía una aversión congénita a la guerra, a la destrucción y a la muerte de los inocentes. Pero todo parece indicar que en él está prevaleciendo el homo politicus por encima del homo religiosus. El hermano universal cristiano queda muy por debajo del ciudadano ruso. ¡Ahí está su tragedia! Comulga con Putin en demasiadas cosas y su visión del cristianismo resulta bastante reduccionista: una moral de ciudadano patriota, heterosexual y rezador. Un poco pobre, ¿no? Y ahora, como difícilmente puede justificar la invasión rusa, la anexión, las matanzas de civiles, los millones de refugiados, la pobreza que llegará también para sus propios compatriotas rusos, habla de un Occidente corrupto, consumista, pansexualizado, descristianizado y sin valores. Kirill en la Divina Liturgia del pasado domingo vino a decirnos, si no he entendido mal, que un desfile gay en cualquier ciudad europea es mucho más reprobable que el desfile mortífero de las tropas rusas en suelo ucraniano. ¡Pobre Kirill! 

***

El buen samaritano, de Aimé Morot. Cuando entré en su estudio, una tarde de 1989, en medio de miles de libros y  bibelots de medio mundo, había una lámina de un “buen samaritano”. Nada más verla, me fascinó. Durante varios minutos no pude apartar la mirada.

Ayer escribí en Google “pinturas de buen samaritano”, porque me servían para ilustrar un escrito. ¡Y de nuevo me encuentro con esa pintura! Durante horas me pregunto dónde he visto ese cuadro, en qué libro, en qué museo, en qué muestra. Me doy por vencido. Pero esta mañana, mientras preparo el café en la cocina, me viene el recuerdo de aquel estudio.  

            Y entonces, con avidez, me pongo a buscar sobre la pintura. Se trata de una obra del pintor francés Aimé Morot, que la presentó en 1880 en el Salon des artistes français, donde obtuvo la medalla de oro. El pintor, un tiempo atrás, cuando disfrutaba de una beca en Roma, entró en una iglesia en el momento en que un sacerdote leía el pasaje del evangelista Lucas donde se cuenta la historia del buen samaritano. Cuando volvió a su estudio, empezó a dibujar los primeros bocetos.

            Aimé Morot decía sentirse deudor de los grandes pintores españoles del siglo XVII. El cuadro de dimensiones considerables (2,68 x 1,98) aún era mayor en su origen, pero el propio pintor decidió recortar por los cuatro lados, para que el espectador ciñese su mirada a la escena de los protagonistas, olvidándose del paisaje.

            Morot trató con grave realismo la parábola evangélica. Su estilo vigoroso encontró el favor de los críticos de su tiempo que apreciaron el virtuosismo de la magnífica pintura. Marie Bashkirtseff, también pintora, escribió entusiasta: “Esta es la pintura que me ha dado el placer más completo en toda mi vida. Nada desentona, todo es simple, verdadero y bueno”. Morot, que apreciaba los temas de animales, añadió una dimensión conmovedora a la figura del burro que trabajosamente camina con la carga a cuestas.

            Morot quiso ver el asunto desde un punto de vista diferente. El buen samaritano no es un rico, sino un pobre hombre, tal vez alguien que vendía los productos de su huerta de pueblo en pueblo, como lo darían a entender los amplios serones. No le sobraba el dinero ni poseía un buen caballo, sino un simple burro. El buen samaritano va casi desnudo. Y sobre todo, va descalzo. Su desnudez es similar a la del hombre al que le han robado y maltratado. No es un hombre fuerte, sino un hombre mayor que con grandísimo esfuerzo consigue sostener al malherido. Todas estas cosas subrayan una acción límite de caridad. El hombre maltratado es un hombre joven, lleva la cabeza vendada, va desnudo y esta desnudez remarca aún más el maltrato, porque añade la humillación y la vejación insoportable de la desnudez. Un hombre mayor sostiene a un hombre joven pero herido y golpeado. Lo conduce hasta la posada en su pobre cabalgadura. Hasta el asno parece participar en esta ardua tarea de trasportar al herido. Cabizbajo, soporta el peso del hombre sobre sus lomos. La acción transcurre en un paso angosto y seco, en un paisaje pedregoso y abrupto, en una mañana de sol hiriente. Una naturaleza áspera para remarcar, por contraste, más si cabe,  la ternura del buen samaritano para otro hombre al que ni conocía ni tenía nada que agradecer. El pintor quiso que el espectador viese el esfuerzo que supone hacerse samaritanos para los demás. Verdaderamente, el buen samaritano parece un Cristo con su cruz a cuestas. Cuando lleguen a la posada, el samaritano lo curará, lo cuidará y se comprometerá a pagar al posadero los gastos del alojamiento. Ayudar al prójimo no es una fiesta, ni un postureo; exige esfuerzo, trabajo, rascarse el bolsillo, perder el tiempo.  Nada distrae al espectador del mensaje que transmiten el soberbio dibujo y las pinceladas precisas. Una pintura que mueve a la compasión hacia el herido, pero que se hace extensiva hacia el propio samaritano e incluso hacia el borriquillo. Los tres nos parecen pobres y desvalidos en medio de una naturaleza hostil.  

Hasta 1995 este cuadro estuvo en manos de un coleccionista alemán afincado en París, pero en su testamento lo legó a la colección de arte instalada en el Petit Palais. Otto Klaus Preiss se llamaba el donante y desde 2003 reposa para siempre en el cementerio de Montmartre.

***

 

La única batalla permitida. Hace unas horas que estos cinco niños han llegado a una casa en Rumanía. Les esperaban un plato caliente en la mesa, una ducha reparadora y ropa limpia. Y después, después, un partido de futbolín. Cuatro seminaristas guanelianos contemplan ensimismados a estos cinco niños. Junto a otros 28 niños vivían en un pequeño orfanato de Ucrania. Cuando empezó la guerra, sus cuidadores les sacaron a toda prisa del país, en medio de un caos mayúsculo, en medio del silbido de las balas, del estruendo de las bombas, del dolor amargo de todo un pueblo y de una despedida de besos y lágrimas de sus cuidadores. En la frontera con Rumanía, como acordado, los entregaron a la misión Guanella. Allí serán cuidados, amados y protegidos hasta que un día, también como acordado, puedan volver a su patria, a su lengua, las canciones infantiles, las comidas tradicionales… Mientras tanto, estos cinco niños, lejos de la bruticie de los mayores y la sinrazón de los mandamases, juegan. Una partida de futbolín es lo que estos niños necesitaban después de largas jornadas de miedo e incertidumbre. Una partida de futbolín debería ser la única batalla permitida en este mundo. En la habitación, al fondo de la misma, un crucifijo parece la mejor metáfora para hablar de la inocencia masacrada en estos tiempos de plomo. ¿Tendrán los señores de la guerra la última palabra? Cinco niños felices juegan al futbolín. De alguna manera, ellos representan el futuro de Ucrania.

domingo, 6 de marzo de 2022

Adiós a los niños de Kiev. Muertos abandonados. Armisticio de Badoglio. Y árboles caídos.

 

Cuando los tambores de guerra sonaban por todas partes, María Mayo y sus compañeras dominicas de la ‘Casa de los niños’ en Kiev, se reunieron para orar y para hacer discernimiento. Decidieron permanecer en Ucrania, al lado de la gente, acogiendo a quienes se acercaran a su casa. Pero cuando la guerra estalló, el cónsul se presentó y les dijo que no había alternativa, tenían que salir sí o sí. Con lo puesto, se encaminaron a la Embajada Española, donde otros trescientos compatriotas se apiñaban nerviosos y tensos. Tuvieron que salir del país. Por caminos secundarios, retrocediendo, dando marcha atrás, parando para dejar paso a ambulancias o vehículos militares. Un viaje que califican “con las botas puestas”, ya que de jueves al domingo no se las pudieron quitar.  No olvidarán nunca las mesas con alimentos que los humildes campesinos colocaban para que los refugiados pudieran servirse: “Hay gestos de buena voluntad de la gente común y corriente que somos todos, y ahí veías que somos hijos de Dios en camino, sin saber de guerras, buscando la paz. Y a medida que se alejaban de su casa, sus retinas se iban llenando de los rostros de los niños que habían dejado atrás ¿Qué sería de ellos? “La mayoría eran ortodoxos o no creyentes, pero a nosotras esto nos daba igual, porque les podíamos ofrecer valores y cariño”. En sus retinas, se van amontonado los rostros estragados de los soldados dispuestos a defender a su país. La preocupación y el miedo en las interminables caravanas que dejaban la capital camino de las fronteras. Los familiares que se despedían entre lágrimas en los pasos fronterizos. Solo podían pasar las mujeres y los niños. Los hombres tenían que regresar a sus ciudades a empuñar las armas. De todo esto se iban llenando los ojos de María Mayo. Siete horas tardaron en cruzar la frontera. Había vivido situaciones comparables en Congo e incluso en Colombia, donde había pasado otros tantos años. Ahora llevaba 10 años en Ucrania. A esta monja, curtida en cien batallas, le ha impresionado "la capacidad de resistencia y serenidad que tienen todos los ucranianos. Han vivido las hambrunas, Stalin o la Segunda Guerra Mundial. Todo esto no sería posible resistirlo sin esa serenidad que les caracteriza".

María Mayo y sus dos compañeras volverán a Ucrania en el momento en que puedan. Allá han dejado los rostros y las historias de unos niños de los que no quieren olvidarse. “Yo quería estar en Kiev, pero no me han dejado -dice María Mayo con lágrimas en sus ojos-. Todos queremos la libertad y la paz de Ucrania. Y también de todos los lugares del mundo donde hay tantas guerras encalladas de las que no se habla”.


* * *

Muertos abandonados. De todo este tsunami de noticias que llegan desde Ucrania, me ha llamado poderosamente la atención una: El ejército ruso no estaría recogiendo ni repatriando los cadáveres de sus soldados muertos. Parece que no se trata de un bulo, sino de un hecho real. El gobierno ucraniano ha encargado a la Cruz Roja que se haga cargo de los cuerpos sin vida de los soldados rusos, mientras la Iglesia Católica de Ucrania ha lanzado una página web para que familiares de los soldados rusos muertos, puedan identificarlos por una fotografía, una placa o un carnet de identidad. Hasta ahora en las guerras los soldados se encargaban de recoger los cadáveres de sus compañeros caídos y de enterrarlos con un poco de dignidad y de acuerdo con su fe. Cuando era posible, eran repatriados y despedidos en la patria de origen con máximos honores. Ahora, en un acto de impiedad que dice mucho de la catadura moral de nuestro tiempo, los cadáveres son abandonados en las calles y en los campos, como se abandonan los casquillos de las balas, las latas de conserva vacías o un tanque saboteado. ¿Hasta los más elementales ritos de piedad, hasta los ancestrales códigos del honor militar se han perdido? ¿Son los soldados apenas una munición en las nuevas guerras?

* * *

            

En el verano de 1943, el ejército angloamericano desembarca en Sicilia, lo que provoca la caída de Mussolini. El nuevo Gobierno lo preside el mariscal Pietro Badoglio. Y es aquí, en estos meses, donde se produce un hecho que refleja bien cómo a las masas se las manipula y arrea como a ganado y se les dice a quiénes deben odiar o amar en cada momento. Italia se puso al lado de Alemania desde el primer momento de la Segunda Guerra Mundial y luchó contra los Aliados. A los italianos les inocularon el odio a ingleses y americanos y la admiración por los alemanes. Y los italianos, por orden de sus superiores, lucharon en este sentido, como muy bien ha descrito Javier Pérez Reverte en su novela El italiano (los ataques a la flota inglesa en Gibraltar). Pero Badoglio se dio cuenta del precipicio hacia el que caminaba Italia y firmó un armisticio con los Aliados. El 13 de octubre de 1943 se hizo pública dicha capitulación y el consiguiente cambio de amigos y enemigos. Los admirados alemanes pasaron de un día a otro a ser enemigos y los odiados ingleses y americanos a ser amigos y a luchar por su victoria. En fin, son los líderes y sus ideologías los que en cada momento nos dicen a quién debemos odiar o amar. Los que habían sido considerados unos héroes por luchar contra los ingleses y sabotear su flota pasaron de la noche a la mañana a ser unos villanos y unos hijosdeputa. Y los que eran considerados traidores a la patria por no seguir las consignas del Duce, de repente se supieron héroes que podían cantar a voz en grito el Bella ciao. A veces son suficientes 24 horas para pasar del lado correcto al incorrecto de la Historia y viceversa. Curzio Malaparte que había conocido estos vaivenes de la Historia italiana quiso terminar su novela La Piel con una frase terrible: “È una vergogna vincere la guerra”. Ganar la guerra es una vergüenza.

***          

 Árboles caídos. Ha caído el presidente del Partido Popular, Pablo Casado. Cada dos por tres cae un líder político. No es algo ni siquiera noticiable. Pero lo que me ha llamado la atención de todo este sainete trágico-cómico es que, apenas caído el líder o unos minutos antes de caer, todos sus compañeros de partido, fidelísimos hasta el día anterior, flamantes compañeros de mítines, sonrientes amigos de foto, colaboradores en mil batallas políticas, ya estaban con el hacha haciendo leña del árbol caído y cantando las loas del presunto nuevo jefe del partido. Anoto el nombre de los fieles escuderos que reprodujo un periódico y son tan pocos que caben en una línea: Pablo Montesinos, Ana Beltrán, Antonio González, María Pelayo, Isabel Gil y Pablo Cano. Si por una ironía de la historia, dos días después, Pablo Casado hubiera sido restablecido como jefe, todos se hubieran apresurado al redil del ‘casadismo’, es decir a los pesebres del poder, que son siempre cálidos y abundosos: prebendas, mamandurrias, privilegios, cuotas de influencia… El teléfono de Pablo Casado no sonará. Los que peleaban por coincidir en el ascensor o en la mesa del edificio de la calle Génova lo evitarán, los que no se atrevieron ni a matizar uno de sus discursos, por muy soporíferos o insensatos que fueran, hacen hoy declaraciones en contra del antiguo presidente. En fin, la condición humana. Observar el mundo, no para juzgarlo,  sino para constatar la naturaleza del homo sapiens es una de las actividades más hermosas del vivir y también, probablemente, la mejor universidad del mundo. Un mediodía, en una casa de un pueblo palentino, mientras el arroz con costillas y setas burbujeaba en la bilbaína, escuché un sabio consejo de un recio campesino y minero a su hija, poco antes de ser nombrada rectora de una universidad: “apréndete el nombre de las señoras de la limpieza y de los ordenanzas, porque ellos serán los únicos que te saludarán el día que den tu puesto a otro”. No parece mal consejo.  

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: