domingo, 22 de enero de 2023

De humanos y de perros


    Esta vez empiezo mi artículo por la conclusión: una de las señales por las que podemos asegurar que la decadencia del mundo occidental ya está aquí es que ha llegado un momento en que una parte significativa de la sociedad pretende -y lo está consiguiendo- equiparar a mascotas y a personas en cuestión de derechos. Esto dicho con todos los matices del mundo.

He escuchado algunas conversaciones y he observado algunas cosas. Todas ellas me dejan perplejo. Asisto a la celebración de un cumpleaños en una terraza. Se habla de los planes para el verano. Uno de los asistentes comenta que marchará para Santander a pasar unos días en la playa para llevar al perro al mar porque el “pobre tiene derecho a disfrutar del agua y de la arena”. La madre, presente, espeta al hijo: “¿Así que el perro tiene derecho a que le lleves a la playa,  y tu abuelo, que camina con dificultad, no tiene derecho a que le saques a la calle a pasear una tarde?.

Cafetería en el centro de Valladolid. Una mujer entra con su perro, se sienta y sienta en otra silla también al perro. El camarero hace un gesto mohín, pero no dice nada. La mujer y el perro se quedan poco tiempo. A continuación, entran una madre y una niña de corta edad y van directas a sentarse en las dos sillas apenas desalojadas. Menos mal que el camarero aparta la silla antes de que la niña ponga sus posaderas en el mismo lugar que ocupaba el perro.

En una planta del Corte Inglés, una señora con un perraco al lado busca ropa. De repente el perro se orina abundantemente. Una mancha se extiende por el pavimento. La dueña del perro ni se inmuta. La dependienta avisa al servicio de limpieza. La chica de la limpieza, fregona en mano, empieza a recoger la micción perruna, con gesto de “¡no me lo puedo creer!”.

En una conversación de bar y ante la inminencia de la boda de un compañero, otro le pregunta, con total naturalidad: “¿Qué, perros o niños?”. La respuesta: “De momento, perros que no dan tantos quebraderos de cabeza”. Parece que muchas parejas se plantean ya este dilema.

Salgo a pasear a menudo por la senda de la Esgueva. Muchos de los caminantes van acompañados de perro. Hace décadas un perro de compañía era propio de las señoronas desocupadas y ociosas; hoy es la compañía solicitada por muchos jóvenes. Se da la casualidad que no veo a jóvenes paseando a sus abuelos. Cuando estos jóvenes eran niños, sus abuelos los cuidaron, les dieron la merienda en cualquier parque, corrieron detrás de ellos cuando amagaban cruzar a destiempo la carretera. Ahora que los abuelos ya no pueden ni moverse, dormitan en casa encima del sofá, apenas sin salir de casa. ¿Estamos dispuestos a sacar el perro en las mañanas más heladoras o cuando volvemos a las tantas del trabajo, y no estamos dispuestos a perder ni media hora, ya no por sacar de paseo a los abuelos, sino por acercarnos a su casa a darles un beso y preguntarles qué tal están?

En el pueblo siempre teníamos perros. Mi padre era pastor y los perros cumplían su tarea de arrear las ovejas y mantenerlas a raya para que no entrasen en los sembrados. Pero los perros tenían su lugar en el corral, y las personas en casa. Ahora, en cambio, permitimos que los perros laman a nuestros niños, pero no permitimos que un familiar anciano haga un repelús en la cabeza de esos mismos niños.

Ya hay más veterinarios que atienden a las mascotas que los que atienden al ganado de las granjas. Las clínicas de perros se multiplican. Llevamos al perro al dentista, a la peluquería e incluso al psicólogo, cuando lo vemos decaído. No está de más recordar que la mayoría de las personas mayores sufre, en algún momento, depresión y que en muchos casos la pasan sin que nadie se dé cuenta, con el ruido de fondo de la televisión como única compañía. Los alimentos de perros ocupan metros y metros en cualquier supermercado. Y en los tanatorios de mascotas, se organizan velatorios y se espera que familiares y amigos pasen a dar el pésame. Ya han surgido guarderías para perros, para que se les entretenga y divierta mientras sus dueños van a la oficina. El Financial Times, el periódico económico, invitaba a invertir en el sector de las mascotas porque en este 2023 será el sector que más crezca, a la par que el sector armamentístico, por razones obvias. Los bajos de cualquier inmueble están a todas horas llenos de orines de perros. Pero si vemos que un anciano se acerca a un arbusto a aliviarse porque su próstata no aguanta más, nos parece un guarro y un descarado. Y, aunque la gran mayoría de los dueños de mascotas son muy civilizados, por la mañana en mi camino al trabajo no es raro encontrarme con alguna ‘plasta’ canina. Se ve que la noche es propicia para hacerse el desentendido y dejar en el suelo los excrementos.

Claro que las mascotas hacen mucha compañía. Claro que los perros son de una fidelidad absoluta. Esto nadie lo duda. Como nadie debería poner en duda que los animales deben ser bien tratados. Me parece cruel el abandono de un perro o el maltrato gratuito de cualquier animal. Esto está fuera de discusión.

¿Cuánto tiempo dedican semanalmente algunos hijos a sus padres y algunos nietos a sus abuelos? ¿Y cuánto tiempo dedican a sus perros? Nos da asco asear a nuestros seres queridos y, en cuanto podemos, les encasquetamos el marrón a la enfermera o a la cuidadora, probablemente una mujer emigrante. Y en cambio, nos pasamos la vida agachándonos para recoger las cacas de los perros y limpiar el trasero del animal de compañía. De seguir así, al ser humano de este momento se le terminará por denominar “homo recogecacas”.

Según la última estadística de la empresa de servicios Aon, el censo de mascotas en España alcanza la cifra de 29 millones. Y el gasto medio por mascota puede llegar a los 106 euros mensuales (70 euros por alimentación, a los que hay que sumar otros posibles gastos: desparasitación, vacunas, juguetes, abrigo, seguro, curas, hospitalización, intervenciones, etc.). Por otro lado, hace poco la plataforma social Pienso, luego actúo, después de llevar a cabo una encuesta, decía que sólo uno de cada cuatro españoles colaboraba de forma habitual con una organización benéfica. El importe medio aportado por los donantes rondaría los 107 euros por año.

Ya quisieran algunos mayores recibir tantas atenciones y tanto tiempo de sus familiares como reciben las mascotas. Ya quisieran muchos niños de África comer la dieta variada y rica de las mascotas y tener tantos juguetes. Ya quisieran tantas personas solas y tristes sentir la misma empatía y cariño que los perros. El dicho aquel de “lleva una vida de perros” ha perdido todo significado. O significa justo lo contrario.









martes, 17 de enero de 2023

La ira interminable

 

        “Quién tiene fuerza, difícilmente se resiste a usarla”. Es una de las ideas principales de la pensadora Simone Weil. Ya sea la fuerza física, intelectual o social… Y esto podría aplicarse, grosso modo, a la historia de desigualdad entre hombres y mujeres a lo largo de la historia. El dominio del varón sobre la mujer tiene mucho que ver con la idea de fuerza física. Una fuerza bruta. Una fuerza que atemoriza y domina.

En el último mes las alarmas sociales han saltado. Muchos días nos hemos despertado con un nuevo caso de violencia contra las mujeres. Horrorizados, muchos son los que se preguntan por qué y hasta cuándo. Podemos llamarlo violencia machista, violencia de género, violencia doméstica, violencia a secas. Da igual el nombre. En el fondo se trata de asesinatos cometidos por hombres (parejas o exparejas contra las mujeres).

Desde hace años, la violencia contra las mujeres es un tema habitual entre la clase política, en los medios de comunicación y hasta en las conversaciones de café. En España, las noticias sobre la violencia machista abren telediarios y ocupan muchas páginas en los periódicos, algo que no sucede en todos los países, donde con cifras similares o superiores, sigue siendo un asunto bastante ‘invisible’.

La sociedad se escandaliza y se lleva las manos a la cabeza, se convocan manifestaciones, se suceden declaraciones políticas de buenas intenciones, nuevas acciones, nuevas normas, nuevas amenazas, nuevos castigos… La situación, en cambio, no mejora; la solución parece lejos. El Ministerio de Igualdad (a pesar de su elevadísimo presupuesto), creado ad hoc para esta y otras causas, parece encontrase paralizado, sin conseguir neutralizar las fuerzas oscuras que golpean a las mujeres un día sí y otro también. Parece una ira interminable.

Ni la condena de estas acciones, ni las sucesivas normas parecen demasiado efectivas contra esta violencia. ¿Por qué? El fenómeno es complejo porque se mezclan situaciones y sentimientos contradictorios: amor, desamor, odio, hijos, dependencias afectivas o económicas, dominio, sumisión, venganzas, chantajes emocionales, promesas de cambio, historias de perdón, convivencias tormentosas, intervalos de miel, celos… ¿No tiene remedio, es algo inevitable, debemos resignarnos a las estadísticas? ¿Por qué al amor y a la armonía suceden tan a menudo el odio y el resentimiento? ¿Debemos, además de condenar cada asesinato, analizar fría y racionalmente las causas, crear conciencia, trabajar valores como el respeto y la empatía, y mejorar como sociedad?

Raramente nos ocupamos de las causas de esta lacra. ¿Por qué un hombre utiliza su fuerza para golpear, herir o matar a la mujer que un día creyó amar o, presuntamente, cree amar todavía? ¿Por qué no se puede disolver por las buenas la convivencia cuando aparecen desavenencias serias o simplemente cuando uno de los dos ya no quiere continuar esa relación?

Ya sé que no solo las mujeres sufren la violencia, también algunos hombres la sufren, aunque sea en menor medida y de otro tipo. Pero el hecho incontestable es que la violencia última, la que llega al asesinato, tiene como víctimas a las mujeres y, como autores, a los hombres (casi siempre).

Cuando empecé a escribir esto, encontré en google cantidad de artículos que hablaban del fenómeno de la violencia de género, de las estadísticas, del comportamiento de los maltratadores y del de las víctimas, de las consecuencias para los hijos, pero muy poco sobre las causas de esta violencia. Decir que estamos en una sociedad machista es una causa tan generalista que no explica nada.

A mí, a bote pronto, me vienen a la cabeza algunas causas:

La dificultad de tantos varones para controlar su ira, su rabia y su frustración y la facilidad para hacer uso de la fuerza física, como un ‘argumento definitivo y contundente’, cuando en el fondo demuestra a las claras su incapacidad para la palabra y el diálogo, para dirimir las diferencias con serenidad y respeto. De hecho, como si de un ‘entrenamiento’ perverso se tratase, niños y adolescentes ejercen violencia en el recreo, en la discoteca, en el deporte y, finalmente, en el hogar. Estas actitudes deberían ser cortadas sin contemplaciones. Y esas fuerzas oscuras deberían ser educadas y canilizadas.

La sobreprotección de los hijos está fomentando niños egoístas que creen que el mundo gira y debe girar a su alrededor. Resulta curioso que muchas mujeres que, con razón, exigen a sus parejas compartir tareas y obligaciones de la casa, eximan de ellas a los hijos. Crecen así niños sin normas y sin cortapisas, lo que tarde o temprano forma caracteres caprichosos, incapaces de aceptar la frustración. Para muchos hijos, la casa es un hotel con sirvientes y criados (los padres) y con una permisividad tan grande donde cada uno puede hacer lo que le plazca: entrar y salir de casa sin horarios, comer cuando y lo que a uno le apetezca, gastar como manirrotos, faltar el respeto a los padres o desobedecerles. En definitiva, muchos jóvenes crecen sin que nadie les haya dicho lo que está bien y lo que está mal, y por lo tanto, incapaces de afrontar una convivencia con la pareja que exige dialogar, pactar, ceder, renunciar, compartir tareas, contar constantemente y a cada momento con el otro.

La pornografía ofrece la visión más distorsionada que se pueda dar de una mujer. El fácil acceso a la pornografía a un golpe de clic hace caer fácilmente a jóvenes en ella. Muchos hombres tienen dificultad para distinguir entre pornografía, que es fantasía y relato ficticio, y realidad, que es otra cosa bien distinta, con la consiguiente frustración y rabia: ni ellos son los actores pornos tan maravillosos, ni sus compañeras son las actrices pornos tan desinhibidas que aparecen en las películas. Los estereotipos de la pornografía, con mujeres condescendientes, encantadas de ser tratadas como objetos, deseosas de ser dominadas, de complacer en todo al varón, hasta en sus fantasmagorías de dominación, no tienen nada que ver con la realidad sexual de una pareja normal en la que entra la ternura, el diálogo, la comprensión, la seducción, la palabra, la caricia, el elogio, el afecto… En una relación íntima no sólo cuenta el cuerpo, sino también la mente y el corazón.

En esta sociedad multicultural, multiétnica, no es fácil conjugar los valores democráticos de nuestras sociedades europeas con otras formas de entender el mundo, la libertad y la relación entre los sexos. Aunque no está permitido decirlo públicamente ni hacerlo patente en las estadísticas, todos sabemos que no pocas víctimas de la violencia pertenecen a comunidades de otras latitudes geográficas, con otras creencias religiosas o culturales o étnicas, con formas distintas de entender la ‘igualdad’. Hombres de otras procedencias que difícilmente soportan las costumbres occidentales ni esa libertad y emancipación de las mujeres a la hora de relacionarse, comportarse o disponer de su vida.

            Muchos hombres se sienten ofendidos y marginados, pues piensan que las leyes favorecen excesivamente a las mujeres a la hora de un divorcio o de una tutela de los hijos. Es preciso reconocer que una simple denuncia contra un hombre por malos tratos es una condena social, laboral, emocional difícil de soportar. Y que cuando la denuncia es infundada o es falsa, y el juicio declara inocente al hombre, el daño ya está hecho. Y el estigma lo persigue de por vida. Las medidas para proteger a las mujeres hacen pensar a muchos hombres en su propia desprotección. Las denuncias falsas, que también las hay, tienen un efecto devastador sobre los hombres acusados, al mismo tiempo que hacen un flaco servicio a la causa feminista (baste recordar las denuncias de la asociación de mujeres Infancia Libre que acusó a varios hombres de haber abusado de sus propios hijos). Ante la sola amenaza de una denuncia, algunos hombres se sienten acorralados y perdidos, y golpean sin piedad.  

La atracción insana que algunos hombres canallas ejercen sobre algunas mujeres añade otro elemento de confusión a este asunto. Con demasiada frecuencia, después del primer maltrato, llega una lacrimógena petición de perdón por parte del varón y un ‘no volverá a ocurrir” o también “si hago esto es porque te quiero con locura y quiero que seas siempre mía”, o  “no podría vivir sin ti”. A esto, sigue el perdón por parte de la mujer. Empieza una tregua de “luna de miel’. Y todo queda ahí en el secreto de la pareja. Y así se suceden las segundas, terceras y cuartas oportunidades y perdones. Casi siempre es un error, porque muy raramente hay una enmienda definitiva por parte del agresor. La convivencia se deteriora y los maltratos suben de grado. Cuando una mujer se determina a denunciar, a veces ya es tarde.

Pero creo que la principal causa de esta violencia está en la mente de tantos hombres maltratadores: considerar a la mujer como una propiedad personal. “La maté porque era mía”, hemos escuchado en más de una ocasión. Mientras un hombre considere a una mujer como propiedad suya, difícilmente se saldrá de esta espiral. A las propiedades les atribuimos una característica: están a mi exclusivo servicio, ya sea un coche, una casa, una bebida, una camisa o unos billetes. Pero con las personas esto no funciona. A nadie se le puede exigir que sea un autómata que nos diga a todo que sí. Nadie es un apéndice, un objeto, un complemento, un adorno. Todo ser humano ha sido destinado para la libertad. Puede que en algún tiempo o momento, su libertad le indique que quiere acampar al lado de alguien, con un rostro y un nombre concretos. Pero tal vez, si las circunstancias cambian, en otro momento prefiera volar a otro árbol y por otros cielos. La familia, la escuela y la sociedad tienen que trabajar por un cambio de mentalidad que elimine cualquier tipo de violencia física, psicológica y emocional en la relación entre hombres y mujeres y en el seno de las familias.

Asumir la libertad de la otra parte es la más suprema forma de amor. Todo lo demás, no cuenta. Quien bien te quiere, nunca te golpeará ni te herirá. Nadie puede disponer de la vida de nadie, porque nadie es de nadie. Frente a un egoísmo masculino infantil, caprichoso, lleno de rabia ante cualquier frustración, solo cabe la madurez personal y altas dosis de generosidad y de respeto. Lévinas escribió que el rostro del otro es siempre un mandato para quien lo mira: “no me matarás”. No lo olvidemos y aprendamos a inculcarlo en los más pequeños.





miércoles, 4 de enero de 2023

Benedicto XVI: encuentro con Jesús

 


“No me encamino hacia el final, me encamino hacia el encuentro”. Fue una de sus lúcidas frases en los días en que anunció su renuncia al ministerio petrino en 2013. Estas pocas palabras podrían resumir su trayectoria vital de creyente, intelectual, teólogo, profesor, arzobispo, prefecto, papa… Pero ha sido en los últimos nueve años, cuando hemos podido ver que la vida de Joseph Ratzinger no caminaba hacia un final sin sentido, un final de debilidad y muerte, sino hacia el encuentro con una persona que había dado sentido a toda su larga existencia de 95 años: Jesús.

            Su pontificado se situó entre dos titanes: Juan Pablo II y Francisco, ambos con una personalidad desbordante, tal vez arrolladora, con un fuerte sentido de su papel como pontífices, ambos extrovertidos, amigos de frases lapidarias, creadores de eslóganes, populares, quizás en cierto modo populistas a lo divino, martillos de ideologías, el uno del comunismo, el otro del capitalismo… En este contexto, Benedicto apareció como un puentecillo frágil en medio de dos riberas de exultantes flores y frutos. Benedicto fue el leal colaborador de Juan Pablo II que puso sobre la mesa lo temas con los que tuvo que lidiar y resolver Francisco.

            Benedicto fue un Papa vilipendiado y caricaturizado, especialmente en España, país al que dedicó una atención privilegiada y al que visitó en tres ocasiones, algo que no ocurrió con ningún otro. Desde el momento en que su figura, tímida, apareció en el balcón de la fachada de San Pedro, lo quisieron presentar como un simpatizante del nazismo, únicamente por una fotografía en la que aparece como miembro de las juventudes hitlerianas, cuando era apenas un niño. Él, como tantos menores alemanes, fue una víctima, forzada a alistarse. Nos lo quisieron presentar como inquisidor, intolerante, inflexible, el “panzerKardinal” o el “rottweiler de Dios”, por haber presidido el Dicasterio de la Doctrina de la Fe, en un momento de fuertes tensiones teológicas, cuando junto a teólogos propositivos e incomprendidos, crecían otros desnortados, teólogos-estrella, y más amigos de la ruptura que de la comunión. Ratzinger nunca rehuyó el diálogo y la escucha de los disidentes, aunque mantuvo una firmeza propia del cargo que ocupaba y de la misión encomendada a ese Dicasterio: preservar y custodiar el legado de la fe. Era tal la talla de Ratzinger como teólogo, como intelectual, tal su competencia bíblica que no pocos teólogos hubieran preferido medirse con un prefecto menos competente, menos inteligente. Pero con Ratzinger no valían subterfugios, ni eslóganes facilones, sino sólo argumentos sólidos e irrefutables. Sabía que “quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo es tachado de fundamentalista”.

            Fue él quien inició, sin contemplaciones, la lucha contra los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, verdadera peste, uno de los episodios más vergonzosos de la Iglesia Católica. Benedicto no temía la verdad. En cierta forma, él fue un profeta de la verdad, y creía que la Iglesia nada perdía mirando de frente la suciedad que desde hacía años se extendía por colegios, seminarios y parroquias. Cuando muchos clérigos se escudaban en que todo era una conjura de los medios de comunicación, él dijo que “esto está sucediendo por los pecados cometidos por la propia Iglesia, y no por los ataques de la prensa o de los enemigos”. Las manchas en la túnica de Cristo no eran culpa de las víctimas o de quienes las descubrían, sino de curas y frailes que durante años la habían ensuciado con sus pecados en medio de una total impunidad.

            Fue un Papa incomprendido, porque en un mundo de lo políticamente correcto, de relativismo moral, de mentiras en envoltorios que parecen de verdad, de genuflexiones vergonzantes y serviles a los dictados de la moda, de la mundanidad y de las corrientes en boga en cada momento, Benedicto buscaba la verdad, no lo que cada año es correcto o suena bien, o baila al son de la música de este mundo. Bastaba una frase malinterpretada o sacada de contexto para iniciar una campaña de desprestigio. Ejemplo de todo esto podría ser su célebre discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona en la que citó unas líneas del emperador Bizantino Manuel II Paleólogo, sobre la violencia ejercida en nombre de la fe. Un razonado y profundo discurso académico fue reducido a una frase, a una supuesta condena del islamismo. Muchos musulmanes la emprendieron violentamente contra los cristianos, al mismo tiempo que muchos católicos encontraron la excusa para tildarlo de fundamentalista.

            Escribió hermosos libros para acercar al creyente al Evangelio. No tenían nada de dogmáticos, sino que buscaban una vivencia interior de la fe, postulando un diálogo sereno entre fe y razón, entre cultura contemporánea y cristianismo, entre creyentes y no creyentes. En una sociedad donde todo mensaje de más de 140 caracteres es ya un discurso soporífero, era difícil encontrar lectores que se tomasen una media hora de tiempo para leer y subrayar sus palabras. Sucedió, por ejemplo, que cuando escribió un libro sobre la Infancia de Jesús, los medios de comunicación crearon una polémica vacía que dio la vuelta al mundo: en una página del libro, de pasada, escribió que en los evangelios no se menciona al buey ni a la mula. Ninguna novedad, porque, efectivamente, no consta la presencia de estos animales en el nacimiento de Jesús. Sin embargo, los periódicos lograron reducir grotescamente un hermoso libro sobre Jesús a un asunto intrascendente como el del buey y la mula.

            Sería una pena y una banalidad resumir el Papado de Benedicto XVI a su renuncia, algo histórico, ciertamente. Evidentemente, Benedicto empezó a notar cómo las fuerzas físicas empezaban a mermar, pero fue su humildad y la conciencia de pequeñez para el gobierno de la Iglesia, las que le llevaron a renunciar al pontificado y a convocar un nuevo cónclave. No era un hombre aferrado al poder, sino “un humilde trabajador en la viña del Señor”, y por ello quiso que otro, con más fuerzas o con más capacidad de gobierno, pudiera hacer frente a los numerosos desafíos que la Iglesia Católica tenía en ese momento. Fue una renuncia providencial. La llegada de Francisco culminó muchas de las tareas emprendidas por Benedicto: la tolerancia cero en el caso de los abusos sexuales (Benedicto se había reunido y escuchado a las víctimas), la reforma de la anquilosada y mafiosa curia vaticana (“un inocente rodeado de cuervos”, escribió un periodista italiano en alusión a Benedicto), la necesidad de un papel de las mujeres en la Iglesia (como ha manifestado Lucetta Scaraffia), la transparencia en las procelosas cuentas vaticanas, la búsqueda de una Iglesia más cercana a los pobres (también Benedicto comió con los mendigos y sin techo), el camino hacia los que piensan distinto, teológicamente hablando, como lo atestigua su largo encuentro con Hans Kung, su preocupación  por la pobreza o la ecología, como lo asevera su encíclica Caritas in veritate, la búsqueda de un Dios a partir de la belleza del arte o de la liturgia… Su secretario personal, Georg Gänswein, afirmó en una ocasión que al “Papa emérito le había tocado vivir en un tiempo de lobos”.

            Cuando en 2011 acudí a Roma para la canonización de Luis Guanella, comprobé la respetuosa escucha de miles de feligreses en la Plaza de San Pedro. Nadie flameaba banderas o pancartas durante la Santa Misa. Sus discursos no se interrumpían con interminables aplausos en un ambiente de cristianismo triunfante, liturgias que rozaban lo chabacano y papolatría exacerbada, similar a la que suscitan los cantantes de rock. Su voz, monocorde, estaba muy alejada de la oratoria teatral y barroca, que fácilmente levanta entusiasmos y despliega aplausos, tras una frase lapidaria. Él era el sabio que, en tono íntimo y confidencial, transmite una historia a los hijos reunidos alrededor. Nada más lejos de su estilo que el eslogan hueco de nuestros tiempos. El discurso sobre la vida de Jesús, el pensamiento que aúna razón y fe, el análisis sobre Dios y mundo, precisan del argumento, de la exposición ordenada, del análisis pormenorizado, de las preguntas inteligentes que invitan a la reflexión y de las conclusiones que abren espacios para ulteriores preguntas y meditaciones.

            Creo que el pontificado de Benedicto XVI no terminó el 28 de febrero de 2013 cuando a las 8 de la tarde se cerró el portón de Palacio de Castengaldolfo y se puso en marcha el cónclave, sino que ha durado hasta las 9:15 de la mañana de la pasada Nochevieja. Con su renuncia, silencio, estudio, oración y contemplación, Benedicto siguió ejerciendo un Magisterio.  

            Con sus sombras, sus errores, sus fallos y sus pecados, como todo ser humano y más cuando se tienen altísimas responsabilidades, Benedicto fue un hombre coherente con su fe. El hombre que visitó en la celda y perdonó a su mayordomo, Paolo Gabriele, que le había traicionado, sustrayendo y filtrando a la prensa documentos sensibles… el hombre que cada jueves, cuando era prefecto del Dicasterio, desayunaba con el anciano conserje del edificio… el hombre que lloró cuando se reunió en Malta con víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos, el hombre que, sin cámaras y sin fotos, dialogó con teólogos situados en las antípodas de su pensamiento… el hombre que corregía con expresiones más suaves la redacción de la correspondencia, a veces seca y tajante, del Dicasterio… no era el inflexible y severo Papa que nos quisieron mostrar.

En la mañana del 31 de diciembre de 2022, mientras, caminando junto a un amigo, despedía el año por la senda de la Esgueva, la vida de Benedicto se apagaba. Dicen que sus últimas palabras fueron “Jesus, ich liebe dich” (Jesús, te amo). Se puede ser creyente, agnóstico, ateo o anticlerical, pero cuando un hombre, con el poco aliento que le queda en la garganta, se despide de este mundo con el nombre del amado en sus labios, merece un respeto por su coherencia hasta el final de sus días.

Termino con un pensamiento de Benedicto que refleja muy bien su confianza en Dios, amigo misericordioso: "Muy pronto me presentaré ante al juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento, sin embargo, feliz porque creo firmemente que el Señor no solo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito). En vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte”.













A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: