viernes, 31 de diciembre de 2021

Las lecturas de 2021


                Llega el día 31 de diciembre y todo el mundo se pone a hacer balance y resumen. Por lo que a mi blog se refiere, yo también haré resumen de las 10 mejores lecturas de los últimos doce meses. Fue Jorge Luis Borges quien dijo que se sentía más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Cada lector, en cierta manera, reescribe el libro, porque ve en él algo que no ha visto el resto de los lectores. Los siguientes libros resumen mis lecturas a lo largo de los últimos doce meses. Cada uno de los libros que señalo me ha dado motivos para disfrutar, pensar, sonreír o soñar. Por ello propongo estos libros en mi blog. Y al mismo tiempo, invito a que algún lector sugiera algún libro para el años 2022 que empieza ahora.  

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Eichman en Jerusalén, Hanna Arendt


Adolf Eichmann fue un alto funcionario del Tercer Reich, directamente encargado de la deportación de miles de judíos a los campos de concentración. Cuando los ejércitos aliados llegaron a Alemania, pudo escapar del país. En 1960, los servicios secretos de Israel lo raptaron en Buenos Aires y lo condujeron a Jerusalén para juzgarlo por genocidio. Hannah Arendt  era una filósofa y escritora alemana, de origen judío, que tuvo que exiliarse de su patria. Marchó a Estados Unidos. Y trabajaba para el periódico The New Yorker. Este diario la envió como corresponsal al juicio que se celebró en Jerusalén. Hannah no se limitó a enviar las crónicas a su periódico sino que intentó comprender lo que estaba pasando en el juicio y lo que había sucedido en toda Europa durante el régimen nazi que condujo a millones de judíos y no judíos a las cámaras de gas. Hannah Arendt intentó ser una periodista imparcial y acuñó el término ‘banalidad del mal’, sin el cual no se puede entender el pensamiento desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy mismo. Una crónica periodística de singular belleza y profundidad.

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El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince

 

El escritor colombiano, Héctor Abad Faciolince, consciente del ‘olvido que seremos’  hace memoria de su padre, de su familia y de su patria, Colombia. Su padre, médico y profesor universitario, se involucró en el acceso a agua potable en los barrios más humildes, en la denuncia de la violencia en los años de plomo del terrorismo colombiano. Un hombre íntegro que pagaría con la propia vida su defensa de los más pobres y su honda preocupación social. El 25 de agosto de 1987 su cuerpo caía bajo las balas asesinas en la ciudad de Medellín. El padre amado, el padre idealizado, el padre estrella polar. Y una Colombia que duele por la violencia, las injusticias y la corrupción. El libro pretender ser un intento por mantener vivo el recuerdo de un hombre justo, pero al mismo tiempo el intento por mantener vivas las causas que dieron sentido a la vida de su padre: la familia, la lucha contra la injusticia, la ayuda a los más vulnerables. Y es que las palabras, como los ladrillos y las piedras, pueden ser levantadas como edificios que resistan las inclemencias del tiempo y del olvido. El libro que fue publicado hace quince años ha vuelto a la actualidad por la adaptación cinematográfica de Fernando Trueba.

 

Como viento en el polvo, Leonardo Padura


            Me enfrentaba a mi primera lectura de una novela de Leonardo Padura. Una buena novela. Durante veinticinco años el autor recorre las vidas de un grupo de amigos de la Habana: Clara, Irving, Horacio, Walter, Bernardo, Elisa... Y con ellos se recorre un país, Cuba, donde los viejos sueños revolucionarios se van agostando, en medio de nostalgias, deserciones, estrecheces económicas, ganas de libertad, amor a la tierra y deseos de salir de ella. Un fresco que transcurre dentro y fuera de Cuba, con sus encuentros, sus celebraciones, sus misterios, sus traiciones. Una metáfora de una Cuba en la que sus ciudadanos creen cada vez menos en las utopías de la “revolución de los barbudos” y cada vez más en un lugar más allá de la isla donde empezar de nuevo una nueva vida. Cubanos que desean vehementemente largarse de Cuba, pero heridos de melancolía por una tierra, desde el momento en que están lejos de ella. Amistad y exilio son las dos palabras que podrían resumir el mensaje de esta hermosa novela. El título de la novela se lo da una famosa canción: Dust in the wind. 


Fina Lluvia, Luis Landero



            La novela abarca apenas seis días en la vida de una familia, los que van desde que Gabriel, el marido de Aurora, decide organizar una comida por el 80 cumpleaños de la madre, hasta que él mismo la cancela. Un bienintencionado Gabriel intenta que todos los miembros de la familia olviden viejos reconcomios y agravios, y que un menú de delicatessen borre tantos recuerdos amargos. Pero los familiares, no solo no olvidan, sino que despiertan agravios, resucitan injusticias y desdenes, insuflan savia nueva a desprecios y rencores. Todos a una, todos contra todos, confiesan a Aurora, el elemento neutro de la familia, sus vidas despeñadas, sus secretos inconfesables, sus rencores, sus frustraciones, sus odios. Gabriel, Sonia, Andrea, Horacio y la madre se lanzan a una guerra de llamadas telefónicas para imponer su versión de los hechos, para alimentar, con nueva energía y nueva savia, viejos recuerdos enterrados, pero más vivos que nunca. Una despiadada carrera para defender el relato propio por encima del relato ajeno. Solo la escritura puede obrar el milagro de mostrarnos todos los relatos en paralelo, de forma que el lector sea el escribidor, en su cabeza, de la historia. Hacía tiempo que no me encontraba con una novela tan buena de un escritor español.

Sumisión, Michel Houellebeck


            El título lo dice todo. Y levantó ampollas desde el día de su publicación que trágicamente coincidió con un atentado islamista en París. Para muchos lectores franceses, Michel Houellebeck es el nuevo Sartre. Sumisión es una ficción política. Es el año 2022 y en Francia es elegido Presidente de la República un musulmán. A través de la mirada de un profesor de la Universidad de La Sorbonne, François, vamos conociendo los cambios que se operan en la sociedad francesa. El protagonista, bien puede ser ese europeo al que nunca ha faltado de nada en la vida. Representa al individuo hedonista, indiferente, que espera poco del mañana. En fin, con François pudieran identificarse, más o menos, muchos de los europeos que transitan por las calles, las escuelas, las fábricas y los cafés de cualquier ciudad del Viejo Continente. La libertad y los derechos, penosamente conquistados en los últimos siglos, empiezan a ser letra mojada en Francia. El protagonista se pliega, como otros tantos, al nuevo orden y a los nuevos gobernantes. Sumisión del creyente a Dios. Sumisión de la mujer al hombre. Sumisión de Europa al Islam. Un libro que nos hace pensar en una Europa en crisis, y no solo económicamente, sino en crisis de valores, y lista para aceptar otras formas de entender la vida, ajenas y lejanas de las raíces milenarias de Europa.


Biografía de la inhumanidad, José Antonio Marina


            Un nuevo libro de José Antonio Marina. Unas páginas repletas de siempre lleno de profundas y acertadas reflexiones sobre el comportamiento humano, siempre sorprendente, siempre enigmático. En esta Biografía de la inhumanidad, el autor apunta una tesis: La línea del progreso de la humanidad se ve interrumpida una y otra vez por la emergencia de la atrocidad. ¿Somos los humanos seres con un frágil revestimiento moral? El ser humano se mueve en una doble hélice: la cooperación y la violencia. El “capital social” que la humanidad va atesorando con sus logros en derechos, puede venirse abajo en cualquier momento. El autor hace un repaso sombrío pero luminoso por los muchos casos de deshumanización del ser humano. Basta considerar al otro como negro, como judío, como ‘enemigo’, para despojarle de sus derechos como ser humano. Un libro imprescindible para conocer de qué pasta estamos hecho y de qué pasta están hechos los que ejercen el poder, cualquier tipo de poder. Lectura obligada en tiempos de ‘buenismo’. Y lectura obligada en tiempo, como los actuales, en que nuevos adoctrinamientos y nuevas inquisiciones están surgiendo un poco por doquier.


Las huellas del silencio, John Boyne


            Cuando se conocieron los numerosos abusos a menores en instituciones de la Iglesia Católica, todos los irlandeses se sintieron consternados, porque durante siglos Irlanda y Catolicismo habían formado un matrimonio indisoluble. Un sacerdote irlandés recuerda su vida, desde sus primeros tiempos de sacerdote, cuando ser sacerdote era lo mejor que podía pasarle a uno en Irlanda, hasta cuando la rabia explotó y los curas eran mal vistos e insultados, por el solo hechos de serlo. Un sacerdote, puro y limpio pero incapaz de ver cómo la podredumbre crecía en el seno de la propia Iglesia, nos cuenta su vida, la de su familia, devastada también por la peste de la pederastia, la de la Iglesia Católica, e incluso la de una nación, Irlanda. Un libro escrito con ecuanimidad, que no se centra en los aspectos más turbios o escabrosos de los abusos, sino que es un intento de entender cómo pudo suceder, cómo no saltaron las alarmas dentro de la Iglesia, de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Una novela honrada, lo que no es poco en estos tiempos de posverdad.


Los pescadores, Hans Kirk


            Desde hace un siglo es el libro más leído en Dinamarca. Hans Kirk lo escribió en 1928. Cuenta la historia de un grupo de pescadores que abandonan la costa para adentrarse en un fiordo y asentarse en un pueblo de granjeros. Los pescadores y sus familias pertenecen a los “niños de Dios”, una rama estricta dentro de los luteranos. Los pescadores y sus familias se saben salvados y  consideran “no salvados” a cualquiera que practique la religión de una forma más libre o relajada. Un grupo de pescadores que trabajan duramente para pescar en medio de una naturaleza hostil y agresiva, y que al mismo tiempo se sienten devorados por su fe y sus costumbres sin espacio para la diversión o la alegría. Los pescadores es un fabuloso viaje a los adentros de un grupo de hombres y mujeres que se debaten entre fe y fanatismo, intolerancia y compasión, culpa o esperanza. Todas las peleas religiosas y todas las batallas que sostiene nuestro corazón en el territorio de la trascendencia están aquí. ¿Por qué a veces la religión se convierte en ideología y endurece tanto el propio corazón que se olvida de la misericordia?


Biografía de la Luz, Pablo d’Ors


            Desde que escribiera Biografía del silencio, Pablo d’Ors se ha convertido en uno de los guías espirituales de este país y en uno de los maestros más solventes. Pablo d’Ors no solo tiene lectores. Tiene también seguidores. En muchas ciudades de España grupos de personas meditan siguiendo el sendero marcado por este escritor y sacerdote. Son los Amigos del Desierto. El silencio es la marca de la casa. Biografía de la Luz, en cambio, recoge sus meditaciones entorno a numerosas páginas de los evangelios. Una mirada diferente, profunda, poética, incisiva y creativa sobre muchos pasajes de los escritos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Páginas de los evangelios que, de seguro, nos suenan, por haberlos escuchado en muchas misas. Esta mirada reflexiva sobre el Nuevo Testamento, los puntos de vista originales y las interpretaciones creativas hacen de Biografía de la Luz un libro que debe ser leído, hecho silencio, meditado y vivido. Es un libro que no se lee –gracias a Dios- como una novela, sino como esas “pastillas vitaminas” que pueden ayudar a fortalecer y a sentirse mejores. Un par de páginas de este luminoso y silencioso libro pueden hacer un gran bien. 

Juan Vaccari: autobiografía y diario


            El 50 aniversario de la muerte del hermano Juan Vaccari, religioso guaneliano, (Sanguinetto, 1913 – Aguilar de Campoo, 1971) me ha llevado a leer el libro que contiene su breve Autobiografía y su Diario espiritual. Como lector, no soy objetivo con este libro. Conocí personalmente a Juan Vaccari, cuando yo era un alumno interno y él un educador en el Colegio San José, de Aguilar de Campoo. Y desde entonces, lo considero uno de mis “maestros”. La vida del hermano Juan resulta, humanamente, fascinante; espiritualmente, iluminadora. De humilde cocinero en los años de la Segunda Guerra Mundial pasó a los salones palaciegos de un cardenal en Roma. Y de ahí a recorrer carreteras por pueblos y parroquias buscando alumnos para el Colegio de Aguilar. Murió joven, pero dejó en herencia una vida íntegra, alegre y servicial. Abrió una senda que puede ser imitada y andada. Era tan buena gente que, incluso un niño de 12 años, como era mi caso, supo hace cincuenta años que el hermano Juan era un santo.


domingo, 26 de diciembre de 2021

El misterio de la alegría


En vísperas de Navidad llegan decenas y decenas de felicitaciones, en forma de textos, fotos o vídeos. Felicitaciones simpáticas, pensantes, hermosas, repetitivas, empalagosas, profundas, graciosas, anodinas. E incluso de mal gusto. Algunas nos tocan la fibra sensible, porque el remitente es alguien al que queremos, o lo contrario: alguien del que nos habíamos distanciado, y nos parece que su felicitación lleva la rúbrica del acercamiento..

                Algunos de mis amigos me han felicitado la “Navidad”, haciendo hincapié en el mensaje de Jesús, cuyo nacimiento dio origen a la Navidad y dividió la historia en un antes y en un después. Otros amigos míos me han felicitado las “Fiestas”, que es una moda que va ganando adeptos entre los occidentales, ya que la Navidad les suena a hecho religioso, y en cambio las ‘Fiestas’ les parece algo más laico.

                Como de todos es sabido, en Europa no hay problemas. O los pequeños contratiempos son apenas insignificantes: pandemia, colapso sanitario, migraciones, paro, subida desorbitada de los precios, especialmente de los carburantes, brexit, un populismo creciente, una revisionismo histórico, una falta de confianza en el futuro, una desmoralización, un envejecimiento de la población, una caída abrupta de la natalidad, una pérdida de derechos laborales, un invierno salarial, un desprecio creciente por la historia y las raíces, un independentismo decimonónico y un patrioterismo exaltado… En fin, lo que decía, que como no existen apenas problemas serios en el Viejo Continente, la Comisión Europea, una élite con sueldos estelares y privilegios dorados, encargó sesudos estudios y preparó abultados documentos para que se cancelase del lenguaje de los países miembros expresiones como “Feliz Navidad, Nacimiento de Jesús, Natividad del Salvador”… y otras expresiones afines que se refieren a lo narrado por los evangelistas, a lo ilustrado por los artistas, a lo cantado por los poetas, a lo más estimado por generaciones de europeos: la Navidad. Parece ser que una sociedad laica y progresista exige, para no ofender a nadie, que se haga tabla rasa de la historia, de las creencias religiosas y de la cultura cristiana. La Comisión Europea, compuesta por 27 comisarios, todos ellos, por lo visto, importantes e inteligentes, y en la que trabajan más de treinta y dos mil funcionarios, todos ellos la crème de la crème  funcionaril, habían pensado, durante debates y más debates, que ya era hora de suprimir la Navidad y dar a luz a las Fiestas. Parece ser que, al final, entre los 27 comisarios o entre los 32.000 funcionarios, hubo algún sensato que se atrevió a parar (por ahora) este disparate, todo este tinglado que pensaban concretar con un  reglamento, directiva, decisión, dictamen o recomendación.

                ¿Por qué asusta tanto la palabra Navidad, para que desde hace años, políticos, grupos bien organizados, medios de comunicación estén dando batalla para eliminar del lenguaje cualquier referencia a los inicios del cristianismo? No lo sé muy bien. Como no soy experto, ni funcionario de élite en la Comisión Europea, probablemente no acierte y me pase el artículo dando palos de ciego.

                En una de las felicitaciones que recibí venía escrita una frase del teólogo de la liberación Leonardo Boff: “Los niños quieren ser hombres. Los hombres quieren ser reyes. Los reyes quieren ser dioses. En cambio, Dios quiere ser Niño”. Y probablemente esta filosofía sea la que temen y por la que entran en pánico.

                El misterio nos invita a aceptar lo incomprensible para comprenderlo todo. Y para esto hace falta una dosis grande de humildad. Y también una buena dosis de sentirse poco importantes.

                La Navidad asusta y se la teme porque va directamente al corazón del ser humano en sus múltiples situaciones de vulnerabilidad. La Navidad pone patas arriba nuestro mundo y lo pone literalmente: “Derriba del trono a los poderosos / enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma de bienes / a los ricos los despide vacíos”.

Lo que sobresaltó a Herodes, cuando los Magos le consultaron dónde iba a nacer el Mesías, es que otro ‘rey’ le usurpase su trono y le ‘okupase’ su palacio. Tembló Herodes y ahora tiemblan los nuevos herodes, de Bruxelas o de la Moncloa, de la Plaza Roja, de la Casa Blanca o de Tiannamen, me da igual. Lo que desbarata este mundo y desquicia su milenaria historia es que la vida, la luz, la sabiduría y el mañana nacen “ex Maria virgine”, de una doncella esclava. El semen y el falo, que han creado todos los imperios de mundo, con toda su bruticie, su sangre y sus asesinatos, no cuentan nada, absolutamente nada, en la Natividad del Señor.

Los cristianos no deberían doblegarse ante ningún “señor de este mundo”, sólo ante un Niño recostado en un pesebre. Los cristianos saben que en el ‘portal de Belén’ sólo caben los pastores, pobres, ignorantes, crédulos. Capaces de compartir un poco de requesón, de miel, de vellón de lana o de tambor, como cantan bellamente los villancicos. Los pastores, en la sencillez de su corazón, en la pobreza de su hogar, en su existencia a la intemperie, poseen un alma capaz de esperar una “buena noticia” y de aceptar el misterio.  Y cuando se encuentran con la buena noticia, no tienen empacho en reconocerla y adorarla.

                Por eso, los pastores creen la buena noticia de los ángeles, porque la esperan. ¿Qué buena noticia pueden esperar los poderosos, los influyentes, los soberbios y los ricos? ¿Acaso que suba la cotización en bolsa? ¿Acaso que tienen mesa reservada en un restaurante de estrella Michelin? ¿Acaso que el yate de bastantes metros de eslora se podrá botar el próximo verano? ¿Acaso que han añadido 5 hoyos más a su campo de golf? ¿Y qué buena noticia puede esperar a quien le corroe la envidia, acaso el chalet del vecino?  ¿Y a quien le puede la lujuria, acaso una amante más de piel exótica? ¿Y a quién le domina el poder, acaso un ministerio en el próximo gobierno? ¿Y a quien le esclaviza la ira, acaso un par de muertos más?

¿Sólo los que se saben pobres y humildes pueden esperar buena noticias?  No, también los sabios (que es el verdadero nombre de los Magos). Los sabios son los buscadores de la verdad, la bondad y la belleza. No hacen caso ni a ideologías, ni a filosofías, ni a teologías, ni a sistemas, ni a credos políticos. Ellos son los hombres y mujeres que sienten sed de absoluto. Y por ello, cuando barruntan la verdad verdadera, la belleza bella y la bondad bondadosa no dudan en ponerse en camino, abandonar sus seguridades, desinstalarse de su confort y ofrecer todo lo que tienen y poseen (he ahí el significado de los cofres de oro, incienso y mirra).  Y por ello, rodilla en tierra, no se avergüenzan de adorar al Niño.

La Comisión Europea y con ella tantos y tantos europeos no odian la palabra Navidad, ni la palabra Jesús, ni siquiera luchan por un mundo más laico y por un respeto más amplio a la diversidad. Ellos simplemente odian el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho pobre carne humana, para que “adoremos” esa carne humana cuando es pobre, frágil, insignificante, llena de heridas, con las marcas de la lepra, con las marcas del paro o de la migración, de la enfermedad o de la discapacidad.

Ese es el mensaje que tanto terror causa en esta Europa sin norte y sin rumbo, en tantos ciudadanos autosatisfechos con su religión de chalet pareado, una semana de vacaciones, un plato gourmet, una cana al aire al trimestre, una entrada en el Camp Nou y el acceso a Netflix, HBO y Amazon. Se llaman a sí mismos agnósticos y ateos, ¿pero no son ellos -y todos nosotros- pequeños esclavos de cien religiones baratas y con fecha de caducidad?

Y vuelvo al principio donde empecé: las felicitaciones navideñas. Una de ellas me ha llegado más que repetida. Como muchos de mis amigos conocen mi cercanía a lo africano, me ha llovido esta felicitación, hasta diecisiete veces.  En una aldea africana, se escucha el villancico “Feliz Navidad”. Y de repente empieza la locura. Los niños de todo el poblado se ponen a cantar y a bailar, con esa gracia y ese salero que sólo los niños africanos, de piel de ébano y sonrisa de impoluto esmalte, saben.  Dos palos sirven de baquetas para una batería hecha de cubos. Un palo de bambú unido una botella de plástico sirve de micrófono. Una tabla de madera hace de teclado. Una botella atada a una cuerda es una guitarra eléctrica de última generación.

Niños descalzos o en chanclas, con sus camisetas y pantalones de todas las “segundas manos del mundo” están ahí: felices de ser felices. Bailan con sus manos, sus piernas, sus pies, sus brazos, sus cabezas, sus dentaduras y sus ojos. Su alegría no parece caber en este mundo. Y esa alegría infantil es difícil de encontrar en una escuela europea, en un parque temático, en un gran centro comercial, ante montones de cajas que guardan montones de juguetes, en una mesa cargada de delicatessen

¿Son pobres realmente estos niños? No me atrevería a afirmarlo. Sé que sonríen, bailan cantan, están alegres, se divierten y que, al menos en este momento, se muestran felices.

Siempre que veo una imagen de “niños pobres” enlazada a una imagen de alegría, surgen en mí varias preguntas: ¿Qué es la pobreza? ¿Qué es la riqueza? ¿Por qué se puede ser feliz con poco? ¿Por qué se puede ser desgraciado con mucho? ¿Por qué la tristeza? ¿Por qué la alegría? Lo dejo ahí, por si alguien quiere seguir reflexionando.

Lo cierto es que estos niños están más cerca de Belén que casi todos nosotros con nuestras ciudades bellamente iluminadas, con nuestros reyes magos desfilando por las calles, con nuestros juguetes y nuestro perfume de París, con nuestros mazapanes, nuestro lechazo, nuestro champán o nuestras misas del gallo.

Fuere como fuere, me gustaría desear a los que leen este blog y a todos mis amigos que la Navidad os conceda el don más importante en estas fechas y siempre: el don de la alegría. Porque solo entonces sabremos –vosotros y yo- lo que significa la ‘Navidad’.







martes, 21 de diciembre de 2021

La adoración de los pastores, de Maíno

A finales de mayo de 1977 entré por primera vez en el Museo del Prado, en el marco de la excursión organizada por la profesora de arte de COU. Al lado de mi inseparable compañero y compaisano Alfonso Martínez seguí las explicaciones de la profesora sobre lo que ella consideraba la selección imprescindible de la Colección. Cuando terminó el recorrido, nos dejó una hora para que deambulásemos por el Museo libremente. Fue entonces cuando vi este cuadro. Lo reconocí porque lo había visto antes en un calendario y en una postal navideña: La adoración de los pastores, de Maíno. Verlo de cerca, con sus considerables dimensiones, me impresionó. Desde entonces, rara es la vez que paso por el Prado y no me acerque a verlo.

Esta pintura formaba parte del retablo de la iglesia conventual de San Pedro Mártir en la ciudad de Toledo. Fue precisamente cuando trabajaba en este retablo llamado de las “Cuatro Pascuas” (Natividad, Epifanía, Resurrección y Pentecostés) cuando decidió su ingresó en la orden dominica, exactamente en 1613.

Francisco Maíno había nacido en la villa de Pastrana (Guadalajara) en 1581. Siendo joven pudo viajar a Madrid, y de allí pasó a Roma donde asimilaría, con gran provecho, la pintura de los grandes genios del momento: Caravaggio, Tintoretto o Gentilleschi. En Toledo, conocería la obra de El Greco.

¿Por qué me gusta esta Adoración de los Pastores? Básicamente, porque todos los personajes que aparecen en el lienzo (314 x 174 cm) no son ‘divinos’, sino ‘humanos’. Tan humanos que parecen vecinos de un pueblo cualquiera a los que se ha retratado en el lienzo. Si acercamos por un momento nuestra mirada al ángel más próximo al ‘Misterio’, descubrimos que tiene el rostro de cualquier chico aldeano. Sus facciones y el color de su cara las ha esculpido la torradera de verano y la heladura de invierno. Y esa forma de sonreír es propia de cualquier pillastre hijo de campesino.

Podemos dividir el cuadro en dos escenas. En la franja superior, el mundo celestial, con tres ángeles que asisten -felices espectadores suspendidos en pétreas nubes- al episodio de la adoración. En la franja inferior, un pesebre destartalado y pobre da refugio a la Sagrada Familia. Entre ambas franjas aparece un templo de factura clásica grecorromana pero en ruinas. El mundo antiguo -parece decirnos Maíno- es pura ruina. El mundo antiguo ya ha pasado. Y el mundo nuevo acaba de dar su primer vagido. Todo es vida y luz en ese Niño que lo inaugura. Al fondo, podemos observar unos colores crepusculares que envuelven la escena en un suave silencio.

El número tres se repite varias veces en el cuadro. Tres son los ángeles que forman el coro celestial. Tres las personas del Misterio: María, José y Jesús. Tres los pastores y tres los animales que acompañan a los pastores: un perro, una cabra y un cordero.  

María, de rodillas, junta sus manos en actitud de oración, como si ella fuera la primera en comprender que está ante su Dios y Señor. Lleva los cabellos al descubierto, algo bastante insólito. Solamente una cinta blanca, de inspiración griega, adorna su cabeza. Con gesto de gran ternura, como cualquier padre de este mundo, José toma el bracito del Niño y lo besa. Jesús mira a José amorosamente. Es una escena poco habitual en este tipo de pinturas. Envuelto en una amplia sábana blanca, el cuerpecillo del Niño reposa sobre unas pajas que aún conservan las espigas, alusión a la futura eucaristía. La luz envuelve al Infante y, a su vez, Él proyecta la luz a toda la escena. El buey y la mula, detrás del pesebre, miran embelesados, se diría que con ojos humanos, la Natividad del Señor.

Ni los evangelios canónicos ni los apócrifos nos dicen nada del número de pastores que se acercaron a adorar, pero por analogía con los Reyes Magos, los artistas han pintado casi siempre a tres. Cada uno de los pastores está representado en una edad distinta: la juventud, la madurez, la senectud. El más joven aparece sentado en el suelo, tocando una chirimía, absolutamente concentrado en el acto de ofrecer su música pastoril a Jesús. Tanto él como su compañero conservan en las plantas de los pies las marcas del camino recorrido para llegar a la gruta de Belén.

El pastor de mayor edad, rodilla en tierra, está situado justo delante del Niño. El pelo canoso, la frente llena de arrugas, la barba de varios días, los piales en sus pies, la mano en el corazón, el brazo agarrando con firmeza los cuernos de una cabra indómita, mira absorto al recién nacido. Pocas veces la pintura ha reflejado tan bien la alegría plena y el gozo desbordante de un hombre ante un niño. Solo tiene ojos para él.

Un personaje nos deja perplejos: el tercer pastor. De espaldas al Niño, casi recostado en el suelo, ¿está llorando y no quiere mostrar sus lágrimas? ¿Se considera indigno de mirar de frente al Salvador? Con el torso desnudo, la cabeza gacha, el rostro pensativo, los pies sucios, sujeta con una mano un corderillo que ha traído como ofrenda. Ese cordero, en su inocencia y pureza, representa a Cristo, cordero inmolado, Agnus Dei, anticipación poética de la Pasión. Ester tercer pastor es, ciertamente, un personaje enigmático. ¿Lo ha colocado el pintor en esa contorsionada postura para demostrar su maestría en el dibujo de la espalda desnuda? ¿Ha querido simbolizar a quienes, aun teniendo a un palmo de sus narices a Cristo, son incapaces de verlo? En todo caso, este pastor pone una nota de misterio y de inquietud a la escena.

 Sea como fuere, fray Francisco Maíno, de la orden de Santo Domingo, ha sabido crear, con un dibujo potente, con la monumental escultórica de las figuras, con los contrastes lumínicos, con preciosos ocres, amarillos, azules cobaltos y bermellones, una Adoración de los Pastores que, después de vista una vez, no se olvida nunca. Tal y como nos cuenta el evangelista Lucas, ellos cuidaban a sus rebaños en la región, oyeron la voz de los ángeles, creyeron el mensaje, dejaron sus ovejas, se pusieron en camino, tomaron algunos presentes de lo que tenían, llegaron donde estaban María, José y el Niños. Reconocieron al Señor en la frágil carne de un recién nacido. Y se alegraron. Y lo adoraron.

Ninguna religión ha inventado unos principios tan humildes para hablar del nacimiento de su dios. “No encontraron sitio en la posada” está en el origen de Jesús y del cristianismo. La casa de Jesús estará siempre a la intemperie, como en la hermosa escena que estamos comentando. Tres pastorcillos, también a la intemperie, son los primeros creyentes, los primeros en confiar. Por todo ello, no me extraña que este lienzo de Maíno, por su inmensa verdad y su fulgurante belleza, siga deslumbrando a los visitantes que cada día entran en el Museo del Prado.

 











martes, 14 de diciembre de 2021

Una tumba sin lápida

 


“Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo”. (MCN)

En la tumba CR 19 no hay lápida que rece un nombre. No hay una cruz. Simplemente un espacio en el cementerio de Fullham, en el distrito londinense de Richmond. Es una potente metáfora para hablar de uno de los mejores periodistas españoles y para disertar sobre un tipo de español, escaso y raro. Un hombre que representa la Tercera España. Si pensamos en algún representante de esta Tercera España, tal vez, inmediatamente, nos viene a la cabeza Don Miguel de Unamuno. Por encima de unos y otros, él antepuso la verdad. Le costaría caro. Pero hoy hablaré de otra persona: Manuel Chaves Nogales. Si durante el régimen franquista se proclamaron a bombo y platillo las atrocidades cometidas por el bando republicano, ahora llevamos años (empezó ya en tiempos de Zapatero y se ha multiplicado con Pedro Sánchez) escuchando únicamente las barbaridades del bando nacional. ¿Ninguna voz ecuánime para hacer el relato desapasionado de la más grande barbarie en España? En este momento presente, de pensamiento único y relato listo para el adoctrinamiento, no está de más recordar a un hombre que fue capaz de ver la realidad y la verdad, más allá de la propia posición política.

Era el año 1937. Aún no había acabado la Guerra Civil cuando el periodista Manuel Chaves Nogales emprendió el camino del exilio. Marchó a París. Y allí en un humilde hotelito escribió A Sangre y fuego, una serie de relatos sobre la contienda fratricida precedidos por un prólogo. Este prólogo, precisamente un prólogo, es por derecho propio un documento muy importante de la historia reciente de este país. Un hombre en el exilio. Un hombre lejos de su mujer. Un hombre escribe para dejar constancia de otra verdad. Ni en la zona azul ni en la zona roja había ya sitio para él. Para unos y para otros, este brillante periodista era un simpatizante del enemigo. Él mismo confiesa que “El resultado de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado.” Él lo vio venir: ganase quien ganase, a España le esperaba una Dictadura.

Por ello, decidió poner tierra por medio y, voluntariamente, tomó el camino amargo del destierro: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes".

En un momento en que tanto se habla de “memoria histórica” y que tanto se agita el fantasma del franquismo para fustigar al adversario político, conviene no olvidar la Historia. Cuanto más rebuznan los políticos a la izquierda y a la derecha, más necesaria será la lectura de Chaves Nogales. Durante décadas este escritor fue silenciado: tanto los afines a Franco como por los intelectuales republicanos en el exilio. En los últimos años las dos Españas han vuelto a tronar con singular ruido y potencia. Estamos asistiendo a una reescritura de la Historia: la glorificación de la Segunda República, la criminalización de Franco y la sospecha sobre la Transición. Quizás por ello, algunos autores reivindican a Manuel Chaves Nogales como ejemplo de periodista ecuánime, de buscador de la verdad más allá de las anteojeras del propio partido y de la propia ideología. La verdad es tan compleja y tan sutil que no puede estar en posesión absoluta de una determinada ideología, y menos cuando está ideología habita los “palacios del poder”. El poder es enemigo de la libertad. Los que observan el mundo sin las gafas de una ideología concreta saben que los defensores de la libertad en manifestaciones y algaradas, se olvidan de la libertad el día que pasan de la pancarta y las cacerolas a las alfombras de los despachos oficiales. De sobra sabemos que cuanta más ideología amontonamos en la cabeza, menos espacio dejaremos a la verdad, a la realidad y a la razón. Escritores como Trapiello, Muñoz Molina, Pérez Reverte han intentado últimamente poner el foco en las páginas luminosas de Manuel Chaves Nogales.

            Hemos asistido a la edición de sus todos sus escritos y a la celebración de conferencias y encuentros sobre su persona y su obra. Pero es su “Prólogo” a la obra “A sangre y fuego” (1937) donde Manuel Chaves, con dramática sinceridad, nos ofrece su visión amarga y desencantada de la guerra fratricida.

            Y así dice verdades como puños contra unos y contra otros. Cuando leí este prólogo y este libro pensé en una obra escultórica de Pablo Gargallo, titulada El Profeta. Se puede ver en el Museo Reina Sofía o en el Museo Pablo Gargallo (Zaragoza). Bronce retorcido, donde la figura humana está formada tanto por lo lleno como por lo vacío. La expresividad de un profeta vociferando a los cuatro vientos se logra tanto con la plenitud como con la oquedad del bronce. El profeta anuncia y denuncia, en una pose desgarrada y dramática. La recompensa del profeta suele ser el martirio. No podía caber mejor imagen para definir a Manuel Chaves Nogales.

En el Prólogo dice cosas como: “Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad”.

Nogales, a medida que conoce lo que sucede en los dos bandos de la Guerra Civil, “siente un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad”, pero era consciente de que precisamente la estupidez y la crueldad se habían enseñoreado de España. El revolucionario le parece algo tan pernicioso como el reaccionario. A su alrededor, ve como la peste del comunismo y del fascismo se contagia y avanza imparable. El español medio había absorbido ávidamente las etiquetas de comunismo o de fascismo y por eso no le extrañaba que, en esta tierra, una y otra ideología dieran tan perversos frutos. Y así pudo sentenciar ecuánimemente: “Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España”.

Manuel Chaves pierde toda esperanza en un pueblo que se ha echado al monte y que no quiere oír más que sus razones y sentir como enemigos a todos los demás. Desalentado escribe: “De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”.

Por ello, para dar testimonio contra unos y contra otros, para ganarse la vida en tierra extranjera y para librarse de la congoja de la expatriación, escribió que en el arrabal de París y desde una modesta pensión: “es donde caen todos los residuos de la humanidad que la monstruosa edificación de los estados totalitario va dejando”. Lo único que podía hacer por su amada tierra es levantar acta de lo oído, visto y presenciado: “Es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable del mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre su existencia. De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa”. 

            La Transición Española, a pesar de sus sombras, fue un momento de grandeza, un tiempo en que todos estuvieron dispuestos a ceder algo para ganar la libertad, construir la democracia, olvidar tiempos ignominiosos, perdonar el pasado de unos y de otros y sentirse habitantes-hermanos de una casa común. Sin embargo, en el momento presente hay muchos empeñados en resucitar las dos Españas de los años treinta.

No está de más, ahora mismo, volver a pensar en una Tercera España de todos, con una puerta lo suficientemente ancha y alta para que nadie se tenga que agachar y nadie se dé un coscorrón. Es oportuno recordar figuras trágicas pero luminosas, como la de Manuel Chaves Nogales. Su tumba sin lápida nos invita a un ejercicio de reflexión. También de inteligencia y de concordia.






lunes, 6 de diciembre de 2021

Una clase magistral de Francisco

 



Se podrían trazar las líneas maestras del pontificado de Francisco a través de los países visitados. Bergoglio, que tomó el nombre del Poverello de Asís el día de su elección al solio pontificio, es un jesuita y, por lo tanto, un hombre con una clarividencia ignaciana, fuera de lo común, sobre los problemas del mundo y del corazón humano. Francisco no da puntada sin hilo en esa esa hoja de ruta que se ha marcado en pos de la “fraternidad universal”.

            En esta última semana, su viaje a Chipre y a Grecia lo ha vuelto a demostrar una vez más. Y ha puesto ante los ojos del mundo entero distintas realidades que encuentran poco espacio en los media que cuentan, y que son los seguidos mayoritariamente por la sociedad. Por un lado, la cruda realidad de los refugiados. Por otro lado, la división de Chipre como consecuencia de la invasión sufrida hace décadas por las tropas turcas.

            Chipre es una pequeña isla de Europa pero con una larguísima historia a sus espaldas. Una isla por la que, a la sombra de Grecia, han pasado todas las civilizaciones. Bizantina, veneciana, británica.. En 1960 obtuvo su independencia. En 1974, un golpe de estado intentó integrar la isla de Chipre (el nombre en griego significa ‘cobre’) con Grecia. Cinco días después, con la excusa de proteger a la minoría turca que vivía en la isla (alrededor de un 15%), Turquía invadió la isla y consiguió controlar el 37% de la extensión chipriota. Y esta situación permanece invariable hasta el día de hoy. Desde esa fecha miles de turcos han llegado como colonos a la isla. Se calcula entre cien mil y doscientos mil los turcos que han entrado en la isla para asentarse. Al mismo tiempo, otros tantos grecochipriotas, cristianos, tuvieron que abandonar la zona invadida por Turquía o vivir en ella como ciudadanos de tercera clase, sintiendo la hostilidad de los invasores. En este momento se calcula que unos treinta  mil militares turcos están presentes en la isla para proteger los intereses de Turquía.

            Un muro de la vergüenza sigue dividiendo este pequeño país europeo (pertenece a la Unión Europea desde 2004). “El muro de Atila” o la “Línea verde” es la alambrada que separa a grecochipriotas y a turcochipriotas. Un muro olvidado. Una cuestión espinosa que pone en evidencia oscuros tejemanejes europeos unidos a la prepotencia de Erdogan. Una vergüenza europea que, gracias a esta visita papal, ha salido, ¿por cuánto tiempo?, a la palestra de la actualidad.


            En la mañana del pasado 3 de diciembre, el Papa realizó una visita de cortesía al arzobispo ortodoxo, Su Beatitud Crisóstomos II. El líder religioso de los ortodoxos chipriotas hizo recordatorio de la dolorosa reciente historia de esta isla. Recordó que Chipre había sido la puerta del cristianismo a los gentiles (San Pablo cruzó Chipre  antes de llegar a Roma) y acusó a Turquía de llevar a cabo contra los grecochipriotas un “plan de limpieza étnica”. "No solo imitaron la barbarie sangrienta de Atila, sino que lo hicieron peor que él", denunció el líder ortodoxo. "Nuestro pueblo que sufre, rinde homenaje al señor de la Justicia", subrayó. Y solicitó a Francisco su mediación y el interés de la Santa Sede ante la marginación de los cristianos en la zona tucrcochipriota, la destrucción de los templos cristianos, el expolio de objetos sagrados de gran valor artístico y la destrucción de la cultura clásica.


            La otra realidad sobre la que el Papa ha puesto el foco ha sido el drama de los migrantes y los refugiados. Desde hace algunos años, Europa se ve impotente ante la llegada a su territorio de sucesivas oleadas de migrantes. La violencia y la guerra, la desestabilización étnica y religiosa y las pésimas condiciones de vida de sus países de origen están en la raíz de este éxodo masivo. Unos países europeos se desentienden como si el problema no fuera con ellos. En otros crece la xenofobia y el racismo con la excusa de los migrantes. Otros países se llenan la boca de buenas intenciones y de palabras amables, pero la realidad es que poco se hace y a pocos se atiende. Esto último podría ser el caso de España. Más palabras que hechos. El continuo goteo de migrantes llegados a nuestras costas podría dar la sensación de que llegan millones, pero no es así. Hay que recordar, por ejemplo, que un país de no sobrados recursos, como Jordania, soporta a casi ochocientos mil refugiados sirios. Y que Chipre o Grecia han hecho bastante mejor los deberes que aquí. Las imágenes del campo de refugiados así lo atestiguaban. El Papa, sin pompa y sin boato, llegó en un coche utilitario sin blindaje a encontrarse de nuevo con las personas que viven en este campo.

Francisco no sólo habla desde los cálidos y fastuosos salones del Vaticano. El Papa ha mostrado su cercanía y su coraje poniendo los pies en este lugar maldito de Europa. Su sola presencia es un discurso. Pero también ha hablado con valentía y con parresia. Y su valiente discurso es fácilmente entendible por todos, porque habla como un padre, y no con esa ‘neolengua’ o  jerga politicastra de la Comisión Europea o de los parlamentos nacionales, que, para no parecer incorrectos, no dicen absolutamente nada. El Papa, además de su presencia y de su discurso, llegó a Lesbos con obras. Justo es reconocer que la mayoría de los refugiados están siendo atendidos en instituciones cristianas. El caso español es el más evidente. Los políticos hablan desde las tribunas y se cuelgan medallas a diestro y siniestro, pero luego son las parroquias o las congregaciones religiosas las que acogen. La labor de los religiosos mercedarios en este asunto está siendo verdaderamente honrosa (lo he podido comprobar en Valladolid). Y la labor de P. Ángel, de Mensajeros de la Paz, en la parroquia de San Antón, es de sobra conocida de todos. Pero hasta parroquias en barrios humildes, como la madrileña de San Joaquín, en el barrio de San Blas,  regentada por los padres guanelianos, también están poniendo su grano de arena, con creativa caridad y poco ruido mediático. Y en todos estos lugares está funcionando bien la acogida, la promoción y la integración de migrantes y refugiados. Y todo ello, sin preguntar nunca de qué país son, a qué etnia pertenecen, qué opinan de las cuestiones candentes, a qué partido votaban o a qué Dios rezan. Tomemos nota y no lo olvidemos

El Papa, que visitaba Lesbos por segunda vez, acompañado por el obispo ortodoxo y el obispo católico, ha afirmado: “Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes de corazón; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas. Hace cinco años, el Patriarca Ecuménico y querido hermano Bartolomé dijo en esta isla algo que me impactó: «El que les tiene miedo no los ha mirado a los ojos. El que les tiene miedo no ha visto sus rostros. El que les tiene miedo no ve a sus hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no es un problema del Oriente Medio y del África septentrional, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo”.

            Si algo nos ha enseñado la pandemia es que todos estamos en la misma barca. Problemas universales, como los migrantes y refugiados, como la pobreza extrema, como el cambio climático afectan a todo el mundo y necesitan la cooperación de todos. En una Europa miope, incapaz de reconocer sus raíces cristianas e incapaz de reconocer la fuerza siempre nueva del Evangelio, un hombre en solitario, vestido de blanco, sin más fuerza que la que le otorga el Evangelio, es capaz de defender, con palabras y con hechos, el valor de cada vida humana, de cada hombre y de cada mujer, hermanos al fin y al cabo de todos nosotros, porque nacidos de mujer, hijos de Dios y habitantes de una casa común: el mundo.

            Francisco ha recordado que nuestra civilización podría naufragar si no pone en el centro a cada hombre y a cada mujer, por encima de las cosas, por encima de los sistemas económicos, por encima de las ideologías amenazadoras y de los populismos que tantos votos dan. El mare nostrum podría ser también un mare mortuum (un mar de los muertos) y no sólo por ese inmenso cementerio sin lápidas en el que se está convirtiendo el Mediterráneo, sino porque el alma europea podría estar a punto de morir para la piedad y la compasión ante el sufrimiento ajeno, si el nombre de Jesús ya no significa nada o no puede ser invocado con temblor y con dulzura. 





martes, 30 de noviembre de 2021

La catedral de Justo

 


La catedral de la Fe. La catedral de Mejorada del Campo. La catedral de Nuestra Señora del Pilar. La catedral de Justo. Diversos nombres que el pueblo ha ido dando a un edificio que desde hace 60 años crece, ladrillo a ladrillo, en el pueblo madrileño de Mejorada del Campo. Todo esto se debe al empeño sin desalientos de un solo hombre: Justo Gallego.

Justo Gallego acaba de morir a los 96 años de edad, y la noticia de su muerte ha saltado a todos los medios de comunicación. ¿Era acaso un arquitecto-estrella, un ganador de Premio Pritzker de Arquitectura? No, simplemente era un humilde creyente que creía que la fe puede mover montañas y también construir catedrales.

La gente no admiraba tanto el edificio cuanto la voluntad de un hombre por mantenerse fiel a una promesa realizada y por su dedicación exclusiva a un objetivo: construir una capilla para el Creador, a la que él atribuía la curación de su tuberculosis.

Se dice pronto y bien: sesenta años de una vida dedicada a poner un ladrillo tras otro con la fe sencilla de quien quiere honrar a María. Casi siempre trabajó él solo en tan gigantesca tarea, aunque en los últimos tiempos, grupos de voluntarios se acercaban, admiradores y estupefactos, a echarle una mano.

La iglesia ocupa unos 4.700 metros cuadrados de superficie. Tiene una altura de  35 metros y una planta central de 50 metros, una cripta subterránea, dos claustros, un baptisterio, doce torreones de 60 metros, 28 cúpulas y más de 2.000 vidrieras.

Hace bastantes años, y para no tener que hablar más de la cuenta, debido a sus problemas de afonía, Justo Gallego colgó un cartel a la entrada del edificio para explicar la razón de este quijotesco empeño: 

“Me llamo Justo Gallego. Nací en Mejorada del Campo el 20 de septiembre de 1925. Desde muy joven sentí una profunda fe cristiana y quise consagrar mi vida al Creador. Por ello ingresé, a la edad de 27 años, en el monasterio de Santa María de la Huera, en Soria, de donde fui expulsado al enfermar de tuberculosis, por miedo al contagio del resto de la comunidad. De vuelta en Mejorada y frustrado este primer camino espiritual, decidí construir, en un terreno de labranza propiedad de mi familia, una obra que ofrecer a Dios. Poco a poco, valiéndome del patrimonio familiar de que disponía, fui levantando este edificio. No existen planos del mismo, ni proyecto oficial. Todo está en mi cabeza. No soy arquitecto, ni albañil, ni tengo ninguna formación relacionada con la construcción. Mi educación más básica quedó interrumpida al estallar la Guerra Civil. Inspirándome en distintos libros sobre catedrales, castillos y otros edificios significativos, fui alumbrando el mío propio. Pero mi fuente principal de luz e inspiración ha sido, sobre todo y ante todo, el Evangelio de Cristo. Él es quien me alumbra y conforta y a él ofrezco mi trabajo en gratitud por la vida que me ha otorgado y en penitencia por quienes no siguen su camino.

Llevo cuarenta y dos años trabajando en esta catedral, he llegado a levantarme a las tres y media de la madrugada para empezar la jornada; a excepción de algunas ayudas esporádicas, todo lo he hecho sólo, la mayoría de las veces con materiales reciclados… Y no existe fecha prevista para su finalización. Me limito a ofrecer al Señor cada día de trabajo que Él quiera concederme, y a sentirme feliz con lo ya alcanzado. Y así seguiré, hasta el fin de mis días, completando esta obra con la valiosísima ayuda que ustedes me brindan. Sirva todo ello para que Dios quede complacido de nosotros y gocemos juntos de Eterna Gloria a Su lado”.

Probablemente, poco más se pueda añadir a este resumen existencial hecho por el propio interesado. En un momento de descreimiento generalizado, en un momento de obsesión por los expertos, los arquitectos estrella, las grandes empresas que llevan a cabo, a cargo del erario público, fabulosos edificios que a los pocos años están achacosos, causa asombro y estupor el loco empeño de un agricultor, que se exigió a sí mismo hacer de albañil para construir una pequeña capilla en honor de la Virgen. Este hombre que estuvo al pie de obra hasta los 94 años, que no conoció el desaliento, ni se dejó amilanar por el frío o el calor, por las críticas acerbas de muchos sectores, se mantuvo firme en su propósito y en su promesa. Sin planos, sin proyecto de obra, sin recursos, sin asesores, sin el visto bueno del municipio o de la Iglesia… pero él tenía ideas en la cabeza y, cuando llegaba cada mañana a la obra, al amanecer, hacía una masa de  cemento y se ponía a la tarea. Solo los libros antiguos, algunos de ellos en latín, donde se daba cuenta de la construcción de las “sacras moles”, fueron su Universidad.

No ha podido ver su obra acabada, pero sí a gentes de los cuatro puntos cardinales que se acercaban a Mejorada del Campo con el único fin de conocerle de cerca y ver su catedral, especialmente desde que su proyecto apareciese en un anuncio de Aquarius y de que el Patio Herreriano de Valladolid y el Moma de Nueva York hablasen de su obra.

Cuando un hombre sabe bien lo que quiere, nada le detiene en su camino. Este hombre trabajador, afable, risueño, que madrugaba para recoger los ladrillos desechados de la cerámica, que encendía cuatro astillas en un bidón para calentarse en invierno, que ha desafiado a arquitectos y a expertos, que se ha mantenido imperturbable en su fe cuando arreciaba la incomprensión a su alrededor… nos habla de una cierta forma de entender la vida, la fe y el trabajo.

Hace apenas tres semanas había donado a la organización de Mensajeros de la Paz su catedral. El P. Ángel se ha comprometido a poner fin a este singular edificio que lleva en construcción sesenta años. Algunos ya han ofrecido recursos para que así sea. Un estudio de arquitectura ha avalado la solidez de la construcción, en contra de los agoreros que pensaban que Justo construía sin pies ni cabeza. Los arquitectos han certificado que “sorprendentemente” la obra es muy sólida  y que, salvo pequeños detalles, todo lo demás está bien calculado, y que la cúpula, el elemento más difícil, está bien resuelto.

El lema de Justo Gallego, como el mismo afirmaba, era “servir primero a Dios, luego al prójimo y por último a mí mismo”. Justo Gallego que quiso ser fraile y que fue expulsado de la orden monástica por contraer la tuberculosis, le bastaba con que con que a Dios y a María le gustase su trabajo. Él no construía para los hombres o para ganar una bienal de arquitectura. Construía para Dios, que es el gran arquitecto. Sólo así se entiende esta obra de titanes, levantada por un fraile descartado. Un albañil visionario. Un humilde creyente.








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