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viernes, 31 de octubre de 2025

¿Es Halloween una exaltación de lo oscuro?

       


      Probablemente nunca sabremos quién mueve los hilos de este mundo para que toda una sociedad, ¿idiotizada o simplemente juerguista?, celebre Halloween, una noche de horror y mal gusto, con disfraces       y maquillajes que nos hablan de brujas, muertos, sangre, esqueletos, calaveras, sangre y cuchillos. Y encima que lo hagan en contraposición, casi en desafío, a la Fiesta de todos los Santos, que es la celebración de la dignidad humana.

La Iglesia celebra el 1 de noviembre la Fiesta de Todos los Santos, es decir la celebración de aquellas personas que, por su bondad y su altruismo, han mejorado la vida de los demás, les han facilitado la existencia y les han socorrido en sus necesidades. La Iglesia tiene muchos santos declarados como tales, mediante un largo proceso de beatificación y canonización, y una declaración de santidad por parte del Papa. A estos santos les son asignados un día en el calendario para la celebración litúrgica de su fiesta. Quién más o quién menos sabe que San Martín es el 11 de noviembre; San Ignacio de Loyola, 3l  de agosto; San Roque,  16 de agosto; San Sebastián, 20 de enero, Teresa de Jesús, el 15 de octubre, Santa Águeda, el 4 de febrero; San Francisco de Asís, el 4 de octubre.

            Pero hay personas buenas, valientes, ejemplares, mártires, que nunca han recibido una declaración oficial de santidad, pero que fueron capaces de dejar una huella en este mundo, un agradable perfume de bondad y un recuerdo luminoso en tantos corazones. A todas estas mujeres y hombres bondadosos se les dedica el 1 de noviembre. Lucharon por la justicia, la paz, la dignidad, el pan en cada mesa, las letras en cada cabeza, de los que vivían alrededor o se entregaron sin reservas a sus seres queridos. Somos el resultado de estos hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros y que nos dejaron un hogar menos amargo, una comunidad menos áspera. Por ello, el primero de noviembre, los cristianos se acercan a los cementerios para depositar flores y un padrenuestro sobre las tumbas de familiares y amigos. Una forma de agradecerles su bondad, su cariño.

            Halloween, significa literalmente Víspera de Todos los Santos (en inglés, All Hallows’ Eve). Parece ser que los celtas irlandeses celebraban el 31 de octubre el comienzo del invierno y el final de las cosechas. La oscuridad y la noche suplirían durante seis meses a la luz y al día. Y para expresar esta batalla entre la luz y las tinieblas se celebraban diversas fiestas y ritos en la noche del 31 de octubre. Los celtas solían hacer un pequeño hueco en los nabos para colocar una candela y disminuir así la victoria de la noche. Era la llamada noche de Samhain (final del verano). En el año 835, el Papa Gregorio IV establece que el 1 de noviembre se celebre la festividad de Todos los Santos. En Irlanda, algunos de los rituales de Samhain se fusionaron o pervivieron en la Festividad de Todos los Santos.

 Cuando los irlandeses llegaron en masa a Estados Unidos popularizaron Halloween y sustituyeron los nabos por las calabazas, mientras que los niños solicitaban a los vecinos unos dulces para pasar la noche. Luego el cine de terror, los comerciantes avispados, el carácter gregario y estólido de las masas y el paganismo reinante y deshumanizante han hecho el resto.

            Halloween  se ha convertido en una fiesta muy popular por doquier. Parece algo inofensivo, una carnavalada más de las muchas, un happy-happy, divertido y trivial. Y sin embargo es preocupante esa querencia de lo oscuro, esa glorificación de los macabro, lo sanguinario, lo truculento y lo brujeril. Una exaltación del horror y la fealdad.

Lo más grave de todo esto es ese creciente paganismo que se traduce en una  adoración de la tiniebla, de la sangre y de lo oscuro. En Halloween –y esto hay que recordarlo- todas la sectas satánicas celebran su día, su fiesta y sus rituales de sangre y muerte en bosques o cuevas. Y esto no es algo inocente. En diversas partes del mundo, por estas fechas, hay denuncias de ritos satánicos y de celebraciones de misas negras, donde la sangre, el sexo y los sacrificios de gatos negros u otros animales, así como la ingesta de su corazón y su sangre forman parte de este ritual.

Bien es verdad que los niños y también la mayoría de los adultos no piensan en este lado oscuro y tenebroso cuando celebran Halloween con sus disfraces y sus calabazas. Pero el hecho de que estos juegos inocentes de disfraces de fealdad y mal gusto se inculquen a los pequeños, creo que nos tendría que hacer pensar un poco. Recordemos que hasta el inocente “truco o trato”, traducción del inglés “trick or treat (que podríamos traducir como “me das un dulce o te gasto una broma”, tiene aún un origen más oscuro y perverso: “maldición o sacrificio”. Los espíritus del mal exigían un sacrificio o de lo contrario la maldición caería sobre esa persona o su familia.

            Lo más escandaloso de todo esto, me parece a mí, es que las escuelas, públicas, concertadas y privadas, accedan, y con mucho entusiasmo por parte de profesores, alumnos y padres, a esta celebración de vulgaridad, banalidad, comercio y horror. No se permite celebrar la Navidad o la Semana Santa, pero todos asisten encantados a este día de fiesta en que las aulas se llenan de color negro, disfraces truculentos y  calabazas vacías. ¿Tan vacías como esas cabecitas que deberíamos llenar de belleza, buen gusto y, sobre todo, valores humanos y admiración por la bondad?

            La festividad de Todos los Santos debería ser recuerdo y agradecimiento hacia las vidas de los que nos precedieron en nuestra familia o en nuestra comunidad y, gracias a los cuales, esa misma vida fue o es más dichosa. Las calaveras, los esqueletos, los rostros sanguinolentos, el vampirismo y la mística satánica tal vez no sean una banalidad más. Inconscientemente, asistimos a una exaltación de la muerte, del horror y la fealdad, de la sangre y del terror. Y esto, como poco, debería hacernos reflexionar.  El lado oscuro del ser humano, quizás nunca deba ser exaltado, ni siquiera en broma.







domingo, 21 de septiembre de 2025

Dalai Lama: compasión y alegría

       

        El Dalai Lama envejece, al mismo tiempo que envejece la causa del Tíbet. Una noche de 1937 el monje tibetano Yamphel Yeshe Gyaltse tuvo un sueño: un monasterio, una carretera, una casa con tejado azul, un perro y un pórtico con un niño sentado bajo él. Algún tiempo después, unos monjes, disfrazados de mercaderes, fueron enviados para localizar este enclave. En el poblado de Taktser encontraron todas las señales. Y el niño reconoció a los monjes disfrazados y dijo sus nombres. A continuación, los monjes le sometieron a una serie de pruebas, entre ellas el reconocimiento de objetos pertenecientes al anterior Dalai Lama: rosarios, libros, tazas de té. El candidato debe elegir las que pertenecieron al anterior Lama, porque, según sus creencias, se trata de una reencarnación (tulku) y, por lo tanto, el niño debía conservar la memoria de su anterior vida.

        Tenzin Gyatso, a la edad de cuatro años, fue ordenado monje budista y entronizado como XIV Dalai Lama. A los 16 años, asumió todo el poder temporal sobre el Tíbet, una teocracia feudal con capital en Lhasa y con sede administrativa en el Palacio de Potala. Era el año 1950 y China ya estaba pensando y soñando en la anexión de este territorio.

        Las conversaciones, que buscaban algún tipo de entendimiento con Mao Tse Tung, fracasaron. En 1959 hubo una insurrección en Tíbet. Fue aplastada sin miramientos por los soldados chinos. Miles de tibetanos murieron y otros tantos miles emprendieron el camino del exilio. Entre ellos el Dalai Lama. Logró abandonar el Palacio de Potala disfrazado de mendigo. Después de una arriesgada travesía a pie por las montañas del Himalaya, llegó a Dharamsala, en el norte de la India. En la amarga ruta del destierro, le fueron siguiendo miles de sus súbditos. Las autoridades indias le permitieron establecer allí su ‘vaticano’. Y esto ocurrió ante la mirada indiferente del mundo entero, que no levantó un dedo para no molestar a los mandamases comunistas chinos. En este caso, los intelectuales occidentales agacharon la cabeza y comulgaron con ruedas de molino. El comunismo chino, por entonces, encandilaba a muchos intelectuales y medios de comunicación. Los monjes tibetanos no tenían amigos.
        La anexión china no solo supuso la muerte de miles de tibetanos sino también la destrucción de cientos de templos y de miles de obras de arte, manuscritos y libros únicos. Un enorme patrimonio cultural perdido para siempre.
        Curiosamente, el exilio del Dalai Lama supuso la internacionalización del budismo tibetano. Y su figura, marcada por la compasión, ganó la admiración de muchos, lo que le hizo valedor del Nobel de la Paz en 1989.
        El Dalai Lama acaba de cumplir 90 el pasado 6 de julio. Envejece, como envejece el sueño de un Tibet independiente. China sabe que tiene la sartén por el mango. Y sabe también que cuando muera Tenzin Gyatso será un duro golpe para el budismo tibetano. Será elegido otro dalai lama, pero ya nada será igual. El Dalai Dama ha mantenido viva la llama tibetana y ha sido el estandarte de un pueblo y de una cultura.
        El Dalai Lama ha preferido la vía pacífica a la lucha. Y la compasión ha sido su bandera, por encima incluso de las reivindicaciones tibetanas. Se ha convertido en un maestro universal, en un referente del pacifismo en todo el mundo. Pero este pacifismo del Dalai ha sido utilizado por China para imponer su fuerza de potencia universal sobre este pequeño rincón en las alturas del mundo y sobre sus 6 millones de habitantes. Que David venza al gigante Goliat es una anomalía. Lo normal es que los gigantes y los guerreros se impongan sobre los pequeños y los pacíficos.
        China ejerce con éxito sus presiones políticas y económicas sobre cualquier gobierno que apoye la causa del Tibet, aunque sea tímidamente. En la inauguración de los Juegos Olímpicos se vio claramente: todos los Jefes de Estado del mundo acudieron a la inauguración, aunque todos ellos sabían perfectamente que China es un país donde no ser respetan los derechos humanos, donde no existe la libertad política, ni la libertad de expresión, ni el resto de libertades. La pleitesía rendida por los mandatarios extranjeros indicó, a todas las luces, que el dinero siempre será obedecido. Tristemente, los buenos deseos de paz y de armonía son simples danzas poéticas, para románticos empedernidos y trasnochados soñadores.
        Nos lo recordaba hace un tiempo una canción de Mecano, Aidalai:
    "En nombre del progreso y de la revolución, / quemaron tradiciones y pisaron el honor. / El rey de las montañas tuvo que escapar / vestido de mendigo / y con el alma envuelta en el ombligo.
    A falta de petróleo no hubo amigos en el mar, / dejando las naciones tu barquito naufragar. / Novel en la guerra, / nobel de la paz…"

        El Dalai lama ha sido un elemento importante en la unión de las religiones para buscar la paz en un mundo convulsionado por la violencia. Así lo ha demostrado su participación en eventos ecuménicos, como los de Asís. No ha vuelto a poner nunca los pies en el Tibet, y a estas alturas pocas esperanzas le quedan. Ha intentado vivir el presente sin la amargura de un exiliado y sin la violencia de un insurrecto, invitando a sus files a vivir el presente, sin refugiarse en el ayer o en el mañana: “Sólo hay dos días en el año en que nada se puede hacer. Uno se llama Ayer y el otro se llama Mañana. Hoy es el día adecuado para amar, creer, y sobre todo vivir”
        La causa del Tíbet envejece y languidece. La existencia del Dalai Lama, sin embargo, permanece aún anclada en la compasión y en la alegría. Suya es una frase para no olvidar nunca: “Un buen corazón es la mejor religión”.














viernes, 19 de septiembre de 2025

Nigeria: la persecución silenciada de cristianos


En 2015, el grupo radical yihadista, Boko Haram, saltó a los titulares de prensa de medio mundo cuando secuestró a 276 niñas en una escuela de Nigeria. Desde entonces, este grupo terrorista y algunos otros traen en jaque a los cristianos de este inmenso país africano de más de 200 millones de habitantes.

Ya desde el periodo colonial, el Norte de Nigeria contaba con una población básicamente musulmana. Sin embargo, muy pronto el cristianismo prosperó en esas regiones. Durante muchas décadas hubo paz y convivencia entre musulmanes y cristianos, como recuerda el obispo Habila Daboh, originario de la región: “Nosotros crecimos junto con las diferentes grupos étnicos. La vida transcurría con normalidad. Compartíamos la comida de Navidad con los musulmanes y durante sus celebraciones ellos compartían su comida con nosotros. Comíamos juntos, jugábamos al fútbol, acudíamos a los mismos mercados y nos bañábamos en los mismos ríos. Entonces, llegaron los extremistas (en los primeros años del siglo XXI) afirmando que si no eres musulmán no deberías estar vivo, y allí es donde la vida se volvió terrible para los cristianos. Los extremistas creen que no deberíamos estar en esta región, y como ven que estamos creciendo, nos consideran una amenaza para la comunidad musulmana”.

            Aunque los cristianos representan el 45% de la población nigeriana (porcentaje muy similar al de musulmanes), sim embargo el poder político y social lo ostentan cada vez más los musulmanes, empezando por el presidente de la República Federal. La mayoría de los estados del Norte de Nigeria han introducido la Sharía, es decir la aplicación del islam más restrictivo a las leyes civiles, lo que se traduce en la discriminación sin ambages de los cristianos y una amenaza continua para sus tierras, sus bienes, la práctica de su fe y sus propias existencias. Con razón se dice que Nigeria es el país más peligroso del mundo para practicar el cristianismo.

            Los atentados terroristas contra cristianos difícilmente llegan a ser noticia en Occidente. Y sin embargo rara es la semana en que no se produce un atentado en una iglesia cristiana, o un secuestro en un colegio o en un seminario. En los últimos años ha habido un continuo goteo de muertos, heridos, mujeres violadas y niños secuestrados. La persecución contra los cristianos arroja cifras escalofriantes. Según la Ong Interiocity, que opera en la zona y que se ha convertido en portavoz de esta persecución silenciada, entre enero y agosto de 2025, alrededor de 7 500 cristianos han sido masacrados por motivos religiosos en Nigeria, lo que da una media de 32 cristianos asesinados cada día. Otros tantos han sido secuestrados en el mismo periodo. Mientras, en los últimos años, las iglesias que han sufrido algún tipo de ataque arrastra una media de cien al mes. Y se habla asimismo de que 2 000 escuelas cristianas han sido destruidas. Varias ongds hablan de seis millones de desplazados por los continuos ataques a la población, a sus casas y cultivos.

            Ante estas cifras y ante esta persecución que dura ya casi dos décadas, son muchos los que denuncian un plan sistemático para expulsar a los cristianos del Norte de Nigeria. Según el padre Chimaobi Clément Emefu, se trata de un “proyecto de islamización que dura desde hace tiempo, y que es sistemático. Dicho de otra forma, los cristianos nigerianos sufren un genocidio ante la indiferencia del mundo occidental”.

            El número de asesinatos y secuestros se ha cebado en los últimos años en los líderes cristianos de la región, sacerdotes, religiosos, laicos consagrados, catequistas, maestros y seminaristas. Como recordaba el obispo Matthew Kukah en el funeral del seminarista asesinado, Michael Nnamdi: “El Norte de Nigeria es un gran cementerio, un valle de huesos secos, la parte más desagradable y brutal de Nigeria”.

            Y sin embargo, por imposible que parezca, los cristianos del Norte de Nigeria no se rinden. Muchos seminaristas han sido masacrados, pero muchos más han decidido defender con sus vidas, si fuese necesario, la voz compasiva y misericordiosa de Jesús en el Norte de Nigeria.

            Como ya sucedió en 2023, cuando Azerbayán invadió las zonas habitadas por los cristianos armenios, la mayor parte de los poderes políticos y de los medios de comunicación occidentales eluden hablar de esta persecución sistemática de cristianos en Nigeria, y, mucho menos, calificarlo de genocidio. 

            El sacerdote Patrick Akpabio, nigeriano, en una reciente conferencia en España decía que En Nigeria se mezclan la sangre con el vino de alegría, las balas con el pan y el dolor con la esperanza. Los seguidores de Cristo pagan un alto precio por su fe, sufriendo torturas físicas y psicológicas, aislamiento, violación, esclavitud, robos, cosechas destrozadas, discriminación en mucho aspectos legales, tráfico de órganos… todo con el fin de desanimar a la gente a vivir en sus poblados y evitar que puedan servir a Dios”.

            Pero en medio de esta persecución sistemática, los nigerianos no abandonan su fe. Si renunciasen a ella, renunciarían también a su dignidad de seres humanos, a su alma y a su libertad: “Donde las iglesias han sido quemadas, la gente se reúne bajo los árboles de mango para celebrar la misa”.

            Europa, mientras tanto, calla. ¿Un silencio culpable? ¿Un difuso odio a Cristo?



















miércoles, 17 de septiembre de 2025

En recuerdo de Pedro Casaldáliga

 

        A un lugar del inmenso estado brasileño de Mato Grosso, en Brasil, llegó en 1968 Pedro Casaldáliga. Muy pronto fue nombrado obispo de la nueva diócesis de San Félix de Araguaia. Vestido con unas sandalias de campesino, con una rama de árbol por báculo, con un sombrero de paja por mitra y con el alma apasionada de un seguidor del Evangelio, muy pronto el nombre de Pedro atravesó fronteras y se convirtió en la imagen de la lucha por los indígenas, impotentes para hacer valer sus ancestrales pequeñas parcelas ante los terratenientes de la Amazonía que querían todo y más.

        Cuando llegó a esa inmensa región, allí no había ni Estado, ni escuelas, ni ambulatorios. Tuvo que enterrar, sin féretro y a veces sin nombre, a campesinos que aparecían muertos por los bosques.
            Había nacido en el municipio catalán de Balsareny en 1928. A los 9 años ingresó en el seminario claretiano de Vic. Recordaría, en una ocasión, que en la casa familiar “muchas veces tuve que silenciar —ante los milicianos, ebrios de vino y de preguntas— el paradero de las monjas de la primera escuela o el escondite de los desertores, o el paso de cualquier cura o fraile con el nombre cambiado o indumentaria sospechosa”.
            Creía, como Gabriel Celaya, que la poesía es un arma cargada de futuro. Y pronto, sus poemas y sus escritos se clavaron en las carnes y en los huesos de hombres y mujeres que vivían o trabajaban en las fronteras del cristianismo
            Con sus escritos, pasados a máquina en una vieja Lexicon 80, anunció y denunció. Anunció la buena nueva para los pobres. Y denunció la opresión que esos mismos pobres sufrían. Denunció, por ejemplo, que en Brasil existía el trabajo de esclavos, que cualquier conato de insubordinación era castigado con la muerte, y que los caciques terratenientes exigían a sus sicarios las orejas de los campesinos como prueba de que los habían hecho desaparecer.
            Sobrevivió a emboscadas y tiroteos. Se convirtió en el hombre más peligroso de Araguaia. Peligroso, claro, para los que se creían dueños y señores de vidas y haciendas. Para los indefensos y desprotegidos, Pedro (como le gustaba que le llamasen: ni obispo, ni monseñor, ni padre) fue fortaleza y castillo donde podían encontrar refugio. Él fue escudo y baluarte para los pobres, como reza el salmo.
            En los años 80 estuvo en el punto de mira del Vaticano, muy estricto con cualquier lectura marxixta del evangelio. Por aquellas tierras, hablaban de teología de la liberación. Pedro, el obispo rojo, fue llamado a capítulo para que se explicase. Y sin embargo, unos años antes, en 1972, un Papa lo había defendido con una frase lapidaria: “Quien toque a Pedro, toca a Pablo”. Un aviso a terratenientes y sicarios a sueldo: quien se atreviese a tocar un pelo de Pedro de Araguaia, tendría que vérselas con Pablo VI de Roma.
            Su ‘palacio episcopal’ era una casa, idéntica al resto de casas de la aldea. Y la capilla estaba abierta a los árboles, a las flores, al trajín de la vida y a los afanes de los hombres, también a los perros sin dueño y a los altivos gallos. Pero esa misma capilla estaba sostenida por la memoria martirial de América. Dos reliquias especiales: un poco de sangre de monseñor Romero y un pedacito de cráneo de Ellacuría, ambos asesinados.
            A los 75 años dejó de ser obispo pero se quedó como sacerdote de a pie, dando testimonio de entrega hasta el final: “Nunca se abandona”. Muchos jóvenes y muchos profesionales fueron llegando a Araguaia para ofrecerse como trabajadores en ese pequeño reino cristiano.
            Luego, llegaría la vejez, la merma de facultades y el párkinson. Devotos y fieles de muchas partes de Brasil acudían a él para implorar su bendición o darle las gracias por sus palabras y sus obras.
            A pesar de la incomprensión de la propia Iglesia, o al menos de parte de ella, él permaneció 'fiel en la rebeldía y rebelde en la fidelidad" a la Iglesia. De palabra y de obra. Su amor a la Iglesia nunca fue cuestionado.
            Pedro Casaldáliga murió el 8 de agosto de 2020. Su cuerpo fue velado por los pobres. Fue enterrado descalzo y con el evangelio sobre sus pies. Fue un incansable obispo-poeta, y un luchador en primera línea por la dignidad y los derechos de los indígenas y de los más pobres.
                Cuando se recuerda a Pedro, uno se acuerda siempre de este breve poema-oración:
                       "Al final del camino mi dirán:
                        -¿Has vivido? ¿Has amado?
                        Y yo, sin decir nada,
                        Abriré el corazón lleno de nombres".
                Este poema resume una vida, una forma de concebir el evangelio y la manera en que cualquier creyente se presentará ante Dios. Al final del camino, nos preguntarán si hemos vivido, si hemos amado, y el cristiano tendrá que abrir su corazón y mostrar los ‘nombres’. Los nombres nos juzgarán, nos condenarán o nos salvarán.
                Una mañana de domingo, en Nnebukwu, mi amigo misionero, Andrés García, presidía una misa llena de color africano, de cantos y de bailes. Era la forma nigeriana de expresar la alegría y la esperanza de ser creyentes. Cuando llegó la homilía, fue al fondo de la iglesia y tomó de la mano a una viejecita, la hizo subir hasta el altar y, ante todos los fieles, le dijo lo siguiente: “Mírame a los ojos, apréndete bien mi rostro y mi nombre, porque cuando llegue el final de mi vida, tú hablarás a Dios de mí”. Me impresionó. Y desde entonces así concibo la manera en que nos habremos de presentar ante Dios.
                Y así será sin duda. Al final del camino, los ‘nombres’ que hemos amado, servido, protegido, cuidado y alentado… aquellos seres humanos a los que dimos un trozo de pan o un minuto de alegría darán testimonio en nuestro favor. Pero incluso el arbolillo que regamos en el estío y el perrillo al que pusimos un cuenco de agua ‘hablarán’ también de nosotros. Nada se pierde del amor dado. Y todo cuenta. El corazón está hecho de nombres.
















viernes, 18 de julio de 2025

La parroquia de Gaza herida

 


La única parroquia católica de Gaza ha sido bombardeada. El ataque ha causado tres muertos y nueve heridos, entre estos últimos el párroco Romanelli, con quien el Papa Francisco hablaba casi a diario para sostenerlo en el calvario de la guerra.

La parroquia de la Sagrada Familia se había convertido en una verdadera Arca de Noé en estos largos meses de diluvio universal de bombas y hambres. En la parroquia habían encontrado refugio unas seiscientas personas y, entra ellas, un grupo de chicos con discapacidad. Sin diferencia de credo, cristianos y musulmanes, se sentían seguros en este espacio sagrado.

Pero si la vida de las personas no es sagrada en ninguna guerra, ¿podemos esperar que lo sean los templos, que lo sean las piedras? La parroquia católica de la Sagrada Familia, también en este aspecto, ha compartido idéntica suerte e idéntico destino al de toda la Franja de Gaza. Un destino de bombas y de escombros, de ruina, de heridas y de muertes.

La bomba que ha derruido varios puntos de la iglesia, ha dejado intacta la pequeña cruz de piedra. Acaso una imagen poética: la cruz permanece firme en los territorios del dolor, como único estandarte de esperanza. “O crux, spes única”. Oh, Cruz, única esperanza.

Ante las numerosas protestas internacionales por este bombardeo a la parroquia, el señor Netanyahu, ha dicho que “ha sido un error”. Nos hubiera gustado más que hubiera dicho: “Toda la violencia desatada contra la población ha sido un error”.

El párroco de Gaza entre los heridos





martes, 8 de julio de 2025

Matteo Balzano: el suicidio de un sacerdote

 

Italia es un país donde las noticias religiosas aún tienen cabida en el día a día informativo, más allá de la muerte de un Papa y la elección de otro. El pasado 5 de julio la noticia del suicidio de un joven sacerdote fue recogida ampliamente por todos los medios y comentada ad infinitum en las redes sociales del país transalpino y más allá aún.

Ha sido la propia diócesis de Novara la que ha preferido contar la verdad, cancelando rumores e hipótesis descabelladas, y confirmando el suicidio de Matteo Balzano, de apenas 35 años, y párroco de Cannobbio.

Si un suicidio es siempre un misterio que deja un sabor a ceniza en la boca de todos los amigos y conocidos, tal vez lo sea más en el caso de un sacerdote que ha predicado cada domingo que Dios no abandona nunca a sus hijos, que la esperanza es un virtud teologal, que la vida no nos pertenece, que Dios es el único Señor de nuestra vida y de nuestra muerte...  

No sabemos –ni necesitamos saber- que es lo que condujo a Matteo a quitarse la vida. Sólo podemos intuir que en su personal noche oscura no vio, ni siquiera en lejanía, una pequeña candela que le animase a dar un paso más en el camino de su corta existencia.

Los sacerdotes, como los consagrados, no son superhéroes con alzacuellos o hábito. Y la unción sagrada y la gracia no les convierte, por arte de magia, en personas de una sola pieza, inasequibles al desaliento, inalterables en su carácter, impasibles ante el sufrimiento. Como todo hijo de vecino, los sacerdotes conocen la vulnerabilidad de su cabeza y de su corazón, las costuras rotas de su túnica, las frustraciones y los periodos de bajón y de inestabilidad. Como todos, necesitan la gratitud, la sonrisa y el abrazo y el café de la amistad. Con el resto de los humanos, comparten el mismo barro del día de la creación.  

Cuento entre mis amigos a varios sacerdotes. Más de una vez he hablado de educadores sacerdotes que me han marcado con su bondad y su alegría. Conozco también las debilidades y las soledades de algunos. Y por esto mismo, más cercanos a mi amistad.

El suicidio de este joven sacerdote italiano me ha dado que pensar y me ha hecho reflexionar:

¿En qué inmensa soledad vivimos, nos movemos y existimos? ¡Qué inmensa es la pobreza de alguien que no encuentra un hombro sobre el que llorar, unos oídos para confesar su fragilidad, y unos brazos para sentirse abrazado! Una vez un cura me comentó: “Ha habido momentos en mi vida en que hubiera necesitado algo más que la absolución de mis pecados en el confesionario. Hubiera querido tener un amigo ante el que poder llorar y que luego me abrazase y me dijese: “quédate, porque el día atardece”.

Conozco y también intuyo la soledad afectiva en la que viven algunos sacerdotes. Les enseñaron en el seminario a ser perfectos, a no dejarse arrastrar por las emociones, a no mostrar nunca sus debilidades, a no parecer demasiados cercanos, a mostrarse siempre impecables, ejemplares, “superiores”, para no dar mal ejemplo, para hacerse respetar, para ser admirados, para no dar qué hablar, para no ser objeto de murmuración.

Conozco y también intuyo esa presión que los sacerdotes sienten sobre sus vidas y sus conductas. Si van de vacaciones, parecen holgazanes; si se toman una copa, son un vivalavirgen; si se muestran cariñosos, pecan de sentimentales; si acarician a un niño, se les mete en el saco de la pederastia; si pasean junto a una mujer, se cree que tienen la querida; si reciben a un amigo en casa, se sospecha que le pueden gustar los chicos. Si la misa es larga, es un pesado. Si la misa es corta, va con el acelerador puesto. Si el cura es joven, está verde. Si es mayor, ya chochea. Si dice no a alguien, es un intransigente; si dice sí a todos, es un pasota. Y así sucesivamente: que si juega a hacerse el simpático, que si es muy serio, que si es carca, que si es progre, que si no es como el anterior, que si no predica bien… Muchas veces su comportamiento es escudriñado hasta el extremo, y todas sus acciones son vistas con una lupa de aumento.

Y entre esa formación recibida para ser héroes de Cristo en el mundo y esa presión social que les juzga con poca misericordia, algunos sacerdotes se van aislando cada vez más en su soledad no compartida ni abrazada, hasta el punto de vivir y habitar una cárcel. Una jaula de ¡tanto decoro y tan intachable  conducta! que les impide compartir con un amigo de verdad sus heridas, sus rasguños y sus hemorragias internas.

Quizás la tragedia de Matteo Balzano no es ajena a ese malestar en el que transcurre la vida de muchos jóvenes y a esa fragilidad psicológica en la que ha crecido la última generación. La sociedad actual empuja a vivir en estado de permanente felicidad y dicha, en sublime autorrealización, con sonrisa permanente en los labios, con éxito en el trabajo, en las redes sociales, entre los amigos. En un ambiente así, no es de extrañar que los más frágiles y débiles se vayan rompiendo poco a poco, sin que nadie se dé cuenta, sin que nadie perciba nada, obligados hasta el último minuto de la vida a sonreír, a aparentar felicidad y a salir guapos y jóvenes en el selfie nuestro de cada día.

Tal vez Matteo Balzano -y otros muchos jóvenes como él- son los eslabones débiles. Las cadenas siempre se rompen por el eslabón más débil. La mañana del 5 de julio el cuerpo sin vida de este joven sacerdote fue encontrado muerto en los locales de la parroquia. La noche anterior había compartido con sus feligreses una tómbola solidaria que él mismo había organizado. Nadie notó nada. Nadie se dio cuenta de nada. ¿Tan disfrazados vamos por la vida que los demás sólo ven nuestra máscara y no las llagas de la vida sobre nuestro rostro? ¿Tan malos lectores del corazón somos que el otro se ha convertido en una escritura ilegible, en un jeroglífico indescifrable?

Sin duda, “Nuestro Padre de las vidas rotas” habrá estado aquella noche a su lado en el momento más oscuro de su existencia de apenas 35 años.  Una semana antes de su muerte, comentando con una parroquiana del pueblo el suicidio de otro joven de una localidad cercana, Matteo Balzano, el rostro ensombrecido, le había dicho: “Nadie sabe qué infierno se puede llevar dentro para llegar a ese extremo”.









 

 




lunes, 21 de abril de 2025

El árbol generoso

 


The giving tree es un cuentecillo de apenas dos páginas. Fue escrito por el prolífico autor norteamericano Shell Silverstein, para sus dos hijos, como una manera de entretenerles pero a la vez de provocar en ellos la reflexión. En español se conoce como El árbol generoso. El P. Leo Bigelli profesaba una admiración increíble por este cuento. Y en el internado de Aguilar de Campoo, el cuento servía en campamentos y cursillos como material para la reflexión. El cuento provocaba debate y discusión,  análisis de actitudes, promesas y compromisos de bondad y oraciones ingenuas y sinceras. En alguna ocasión se llegó a poner en escena esta pequeña obra maestra, que Silverstein publicó en 1964, con ilustraciones propias, y que fue traducido a más de treinta idiomas, y utilizado hasta el infinito como material pedagógico en los colegios.

 El cuento narra la relación entre un niño y un árbol. Él árbol se siente feliz cada vez que puede ayudar a su amigo en cada una de las etapas de su vida: al niño le regala sus ramas para columpiarse y sus hojas para tejer una corona; al joven, le ofrece sus frutos para que los pueda vender y ganarse un dinero; al casado le entrega sus ramas para construir una cabaña donde vivir; al adulto desencantado le da su tronco para hacer una canoa y recorrer el mundo; al anciano cansado le ofrece lo único que le queda: un tocón donde descansar como cualquier viejecito al sol. Y en todos los momentos, el árbol se siente feliz por poder ofrecer algo de lo suyo a su amigo, para hacerle la vida más fácil y llevadera, sin reprocharle ni exigirle nada a cambio.

Y cuando el cuento acababa de ser leído, llegaban en tromba las preguntas: “¿Somos felices cuando damos y facilitamos la vida a los demás? ¿La felicidad es dar, o mejor dicho, darse? ¿Nos acordamos del árbol únicamente cuando nos van mal las cosas y necesitamos algo? ¿Quién es este árbol feliz? ¿A quién podríamos compararlo? ¿Quién es el niño, el joven, el adulto y el anciano? ¿Con quién nos identificamos? ¿Qué significan el columpio, las manzanas, las ramas, el tronco, el tocón?  ¿Es el cuento la relación entre un egoistón y un generoso hasta el extremo? ¿Es una historia triste porque el niño se aleja continuamente del árbol? ¿O es una historia luminosa, porque al final quedan los dos, el niño-anciano y el árbol-tocón, enlazados para siempre?

         Alrededor del fuego de campamento o a la sombra de la chopera del Colegio San José, los niños y adolescentes meditábamos, reflexionábamos, orábamos y escribíamos compromisos para el día siguiente o para la vida entera. Los niños que en los años setenta del pasado siglo escuchábamos el cuento ya somos sesentones o casi  setentones, ¿Qué ha habido en nuestra vida de árbol generoso y qué de niño? ¿Para quién hemos sido árbol generoso? ¿Ante quién hemos sido eterno niño pedigüeño?

Lo que es cierto es que yo no me había vuelto a acordar de este cuento en muchos años. Pero el pasado Viernes Santo, en los oficios de la Pasión de mi parroquia, el P. Alberto Ruiz recordó en la homilía este cuento, poniendo en paralelo el árbol generoso del cuentecillo y el árbol de la cruz donde pende el Crucificado. Y en ese momento, como en el episodio de la magdalena de Marcel Proust, me acordé del cuento, de los campamentos y cursillos del Colegio San José, y del querido P. Leo Bigelli, que en todo ponía pasión, música y poesía.

         En 2011, en un viaje a Italia, visité a Leo Bigelli, mi antiguo educador. Por entonces trabajaba en Milán, en la Casa Gastone, una casa de acogida para personas sin techo. Compartí la cena con Leo y sus amigos, y noté al instante que todos ellos le querían como a un padre. ¿Pero cómo no iban a quererle si había salido por las calles de un Milán inhumano a buscarlos, los había llevado a su casa, les había devuelto la autoestima, les había llamado ‘amigos’, y preparaba cada noche el tupper de comida y el termo de café con leche para aquellos a los que había buscado un pequeño trabajo que les ocuparía parte del día y les devolvería la dignidad?

         Leo Bigelli nos hizo descubrir muy pronto El árbol generoso, pero también El Principito, un libro que luego me ha acompañado tanto. No sé hasta qué punto, teniendo en cuenta las cabezas atolondradas de adolescentes, este Árbol generoso haya sido semilla y brote y fruto en nuestra vida. Quiero creer que algo habrá quedado de aquel cuentecillo.







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Texto de El árbol generoso, de Shell Silverstein
https://www.sparkenthusiasm.com/teacher_treasures_el_arbol_generoso.pdf

Concesión del Panettone de Oro a Leo Bigelli
https://adanbreca.blogspot.com/2025/04/un-panettone-de-oro-para-leo-bigelli.html



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