Mostrando entradas con la etiqueta espiritualidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta espiritualidad. Mostrar todas las entradas

miércoles, 28 de febrero de 2024

Mario Borzaga y los mártires de Laos

 

Laos está lejos de mí. Y Mario Borzaga también lo estaba hasta que una conferencia y un libro de Alberto Ruiz González me lo acercaron. Así ocurre siempre. Todo ha existido en el mundo. La Historia ha registrado todo, pero nosotros apenas sabemos nada. Nuestra mirada poco abarca y nuestra inteligencia poco retiene.  El ser humano es ignorante por naturaleza. Solo la curiosidad lo saca de este trastorno.

Mario Borzaga tenía apenas 27 años cuando el martirio vino a su encuentro en la tierra lejana de Laos, donde unos cuantos frailes extranjeros y unos cuantos cristianos nativos intentaban sembrar el evangelio en surcos donde antes sólo había crecido el arroz. Pero a Mario el martirio no le pilló desprevenido, porque en el horizonte de su existencia lo vio como en esbozo, cada vez más perfilado y delineado, a medida que las noticias sobre la penetración de la ideología de odio al extranjero y al cristiano avanzaba.

En 1957, Mario Borzaga con otros compañeros llega a Laos. Este país, situado en la península de Indochina y con una extensión equivalente a la mitad del territorio español, estaba atenazado entre Vietnam y Tailandia y era objeto de deseo de las grandes potencias (Estados Unidos, China y Unión Soviética). Entre 1954 y 1970, un grupo de 17 mártires, religiosos extranjeros, sacerdotes nativos, catequistas laicos, sufrieron el martirio por causa de su fe. De este grupo, destaca el joven Mario Borzaga, tal vez porque, con sinceridad inaudita, fue anotando en un diario lo que le sucedía en los adentros y en 'las afueras': “El diario de un hombre feliz”. Un diario íntimo ("escribir es lo que más me gusta") que inició poco antes de partir para Laos desde su patria, Italia. 

Había nacido en Trento, en agosto de 1932. Muy pronto comenzó sus estudios en el seminario de los Oblatos de María Inmaculada (omi), una congregación fundada por Eugenio de Mazenod en 1816. Esta congregación, de origen francés, conoció el martirio como pocas órdenes religiosas en el siglo XX (cinco mártires en la Francia ocupada por los nazis; veintidós mártires en Pozuelo de Alarcón durante la persecución religiosa de 1936 y otros seis mártires en Laos, a manos de las guerrillas comunistas) 

Mario, sacerdote recién ordenado, llega a un país extranjero donde el catolicismo está poco extendido, y en un momento en que el auge del comunismo aumenta la hostilidad a los extranjeros y a los cristianos, vistos como miembros de una religión extraña a la cultura laosiana. Y cuando Mario llega a la misión laosiana, lleno de entusiasmo juvenil, de fervor religioso y acaso de un sueño vanidoso de convertir laosianos, choca con una realidad bien distinta. Aunque la lengua oficial es el francés, casi nadie lo habla.  Dedica mucho tiempo al estudio de la lengua local, pero los progresos apenas se ven. Quiere transmitir el evangelio y comunicar la fe, pero siente la impotencia del mudo y del sordo: nadie le entiende y él no entiende a nadie. Cuando los feligreses quieren confesarse buscan a otros curas y se alejan de su lado, porque él no les comprende en su lengua nativa. El sueño se ha quebrado. Y en su diario, en el silencio de la noche, va anotando esta batalla diaria. Por otro lado, los lugareños de acuden a él, como acuden a los otros religiosos blancos, en busca de remedio para las enfermedades de sus cuerpos, pero él nada sabe de medicina. A lo más se atreve a distribuir algunos medicamentos simples,  aún a riesgo de equivocarse. Tiene afición por el tabaco, algo que a él le parece un vicio a erradicar. Sus propósitos de dejar de fumar duran poco, lo que le produce una nueva sensación de fracaso.

Solamente cuando se sabe frágil es cuando su alma se resquebraja, y por las grietas de ese desmoronamiento personal empieza a entrar la luz en su corazón, lo que le permite leer la realidad y el evangelio correctamente. Consciente de su pobreza personal, se sabe “un tipo de poco valor, un ser execrable”, pero mantiene su propósito firme de “no desear otra cosa que hacer la voluntad de Dios”. Y lleno de gratitud puede exclamar: “Dios mío, cuán inmensamente bueno eres conmigo”.

En una memorable página escribe: “Ha pasado el tiempo feliz de la esperanza de ser santos: ha llegado el tiempo de serlo; ha pasado el tiempo dulce de las hermosas promesas: ha llegado el tiempo atroz de cumplirlas. Mi cruz soy yo. Mi cruz es mi timidez que me impide decir una palabra en laosiano. Mi cruz es detestar sordamente a los que debería amar: los laosianos; pero por ellos tendré que dar toda mi vida”. 

Mario Borzaga no encontró en la misión lo que su yo iba buscando: conversión de infieles, transmisión del evangelio, autoridad sacerdotal, una pizca de aventura, un poco de prestigio, un tanto de reconocimiento. Lo que encontró fue su pequeñez, su incapacidad para ejercer el sacerdocio, tal y como él lo había soñado. Pero gracias a ese sufrimiento, encontró sentido a su vida y halló la felicidad. Se abandonó en los brazos de Dios como un niño indefenso. Escribe: “No debemos ayudar a los pobres para hacernos amar, estimar de ellos. Debo amarlos por Jesús, aunque me sean antipáticos”. Y también: “Pertenecemos al grupo de aquellos que luchan desesperadamente contra la tristeza, de aquellos a los que no les es lícito aparentar ni siquiera estar tristes”.

Ante las noticias de las masacres cometidas por las patrullas comunistas del Pathet Lao, Mario siente miedo. Tiene miedo no sólo de los guerrilleros; tiene miedo de no dar la talla, de no estar a la altura cuando las cosas pinten mal, de “no ser capaz de decir sí hasta el final”. Barrunta que la prueba definitiva se acerca, y escribe a su tío  para decirle que “ha dado su dirección en caso de acontecimientos tristes”.

A medida que los grupos violentos se acercan, los religiosos se dirigen a otras comunidades más alejadas. Y entonces, con lirismo poético y viva emoción, escribe, a modo de despedida: “¡Adiós, Kiucatian, que tanto quería! Mi pequeña iglesia, las casas de paja, los cerros ventosos. Niñitos que en vano me sonreísteis, mujeres de ojos serenos como oraciones, vosotros amigos… Todo esto ha pasado y nunca volverá a ser para mí. Y tu recuerdo no será más que lágrimas sobre mis días acabados. A las estrellas cada noche rezaré por vosotros, a quienes siempre he amado”

El 25 de abril de 1960, acompañado de un joven catequista laosiano, Shiong, parte para otro lugar, un saco sobre los hombros, una gorra en la cabeza, vestido de negro como un hombre de la etnia hmong. Se pusieron en camino y poco después se encontraron con un grupo de guerrilleros. Como odiaban a los extranjeros y la fe que profesaban, decidieron matarlo, aunque a Shiong le dieron la oportunidad de huir. El catequista intercedió por Mario: “Es un sacerdote italiano muy bueno, muy amable con todo el mundo. Ha hecho muchas cosas buenas”. Pero se negaron a creerle. “No me iré –dijo Shiong- me quedo con él. Si le matáis, matadme a mí también. Donde él muera, moriré yo, y donde él viva, viviré yo”. Mataron a los dos. Un hmong dio testimonio de su final.

El 11 de diciembre de 2016, en Vientián, capital de Laos, conforme a lo establecido por el Papa Francisco, se celebró la beatificación de los 17 mártires de Laos: religiosos y laicos, laosianos y europeos, entre los 16 y los 59 años de edad. Todos ellos habían intentado vivir el ‘martirio de caridad’ en Laos. Y en Laos encontraron el martirio de sangre. La vida se desgasta por amor. Y a veces, amar y creer cuesta la vida.












sábado, 13 de enero de 2024

Bendición a los “irregulares”

 


En Roma o en el avión que le llevaba de viaje, el Papa Francisco dejaba caer aquí allá, aunque siempre con diplomacia de sotana, su postura a favor de la acogida pastoral a los homosexuales y a las parejas ‘irregulares” en el seno de la Iglesia Católica. Finalmente, el pasado 18 de diciembre el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó la Declaración Fiducia suplicans sobre el valor de la bendición, que incluía a los divorciados vueltos a casar y a las parejas del mismo sexo. Los eclesiásticos y medios de comunicación afines a Francisco lanzaron la noticia a toda página. Los anti-Francisco pusieron el grito en el cielo y se rasgaron las vestiduras. Muchos episcopados nacionales optaron por un gélido silencio. Otros muchos, en franca desobediencia, dijeron claramente que no lo aplicarían. Y los grupos a los que, supuestamente, iba dirigido el documento (es decir, divorciados vueltos a casar y parejas del mismo sexo), lo recibieron con absoluta indiferencia.

El breve texto de Fiducia suplicans da vueltas y revueltas entre un buenismo moderno, de color arcoíris, y  un gatopardismo de “es preciso que todo cambie para que todo permanezca igual”. En el fondo, al documento se le podría comparar con el caramelo de barro envuelto en papel de colorines: un “sí, pero no, aunque, sin embargo, mientras que, por el contrario…”. Es decir, un empate técnico entre dos tendencias enfrentadas en el orbe católico.  

Se pueden leer expresiones como “son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio”. O también. “La Iglesia (…) no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial”. Ante tantos ‘peros’ se tiene la sensación de “bendiciones sí, pero a oscuras y a escondidas, para que nadie vea nada”. Para unos esta bendición es raquítica; para otros, intolerable. Unos piensan que responde al deseo del Papa de que la ternura de Dios alcance a todos, todos, todos. Otros creen que es un guiño al espíritu del tiempo y un reclamo de popularidad en tiempos de pérdida de masas. Lo cierto es que este documento se ha convertido en piedra de escándalo, pues ha ahondado aún más la fragmentación de la Iglesia Católica, y  ha obligado al propio Vaticano a dar marcha atrás y a aceptar que muchos obispos no apliquen la Declaración en sus respectivos territorios (algo que suele ocurrir muy pocas veces con los documentos papales).

A uno le deja perplejo esa manía de muchos monseñores por enmendar la plana al mismo Cristo y hablar en su nombre sobre cualquier tema. Y me deja aún más perplejo saber que la bendición a los ‘irregulares’ vaya a depender del territorio donde uno viva. ¡Pobre Dios que debe bendecir con entusiasmo a los irregulares belgas o alemanes! ¡Pobre Dios que debe abstenerse de bendecir a los ‘irregulares’ de regiones o provincias de América o Europa! ¡Pobre Dios que debe seguir ‘maldiciendo’ a los ‘irregulares” africanos (los obispos de este continente no sólo se han negado, sino que en muchas ocasiones no han levantado un dedo cuando algunos gobiernos de sus países aprobaban leyes implacables contra los gays, como es el caso de Uganda).

Yo, la verdad sea dicha, soy bastante indiferente a esta cuestión de las bendiciones ‘autorizadas’.  Algo me dice que esta Declaración vaticana no es sincera del todo. ¿Ha sido el fruto de una conversión evangélica en la Iglesia, o ‘las migajas’ que se arrojan a los pajarillos, al acabar la merienda y sacudir el mantel?

Siempre he desconfiado de quienes apuestan por los caballos ganadores (en este momento la bandera lgtbiq+ lo es en Occidente), y de repente se hacen los más modernos de la tribu. En esta Europa nuestra, hubiera sido muy valiente que hace unos cuantos años un cura hubiera defendido desde el púlpito al ‘mariquita’ del pueblo al que hacían la vida imposible, o que un obispo abrazase a divorciados vueltos a casar a los que hacían en vacío en la propia parroquia?.  

            Por otro lado, no sé cuántos matrimonios irregulares o cuantas parejas del mismo sexo han acelerado el paso para ‘suplicar una bendición’ eclesiástica, nada más conocer el documento vaticano. No creo equivocarme si digo que unos y otros hace ya muchos años que están en el ‘atrio de los gentiles’ o “en los umbrales de las iglesias”, como bellamente había dicho Simone Weil.

            En nombre de Dios se bendicen las casas, las fábricas, los coches, los souvenirs de los negocios, las figuras de barro, los ejércitos que van a la guerra, y hasta los perros y los gatos… ¿era mucho pedir que se bendijese abiertamente también a todos los seres humanos “irregulares”?

            ¿Es difícil entender que Dios nos bendice cada vez que hacemos más fácil la vida a los demás, cuando sentimos compasión por los que sufren, compartimos nuestros bienes con los pobres y a nuestro alrededor somos capaces de crear un hogar y un pequeño edén? ¿Es difícil entender que Dios nos ‘maldice’ cada vez que nos mostramos vengativos, cuando mentimos para sacar provecho, cuando nos enriquecemos a costa de los demás, cuando con nuestra maledicencia hundimos vidas ajenas, cuando maltratamos, herimos o matamos aunque sea una pequeña ilusión?

            Dios, gracias a Dios, (así me ha parecido leer en el Evangelio), sólo mira el corazón, su ternura, su compasión, su perdón y su alegría. Dios mira nuestras obras y los sentires que brotan del corazón humano. Quien cuida al padre enfermo, quien hace la compra al emigrante, quien habla bien de todos, quien es honesto en el trabajo, quien lucha por el bien común, quien, en definitiva, ama, independientemente de que sea un hombre o una mujer, un hetero o un gay, un casado o un divorciado, un creyente o un agnóstico, un joven o un viejo, un portorriqueño o un holandés… Dios solo mira nuestro corazón, y nunca nuestra bragueta. Así es Dios. Y así es, aun cuando todos los obispos y los sínodos del mundo digan lo contrario.

            A los 15 años aprendí de memoria (en francés se dice aprender ‘par coeur’, es decir, de corazón) las últimas palabras del gran escritor Víctor Hugo, poca antes de morir: “Lego cincuenta mil francos a los necesitados. Deseo ser llevado al cementerio en el carro fúnebre de los pobres. Rehúso la oración de todas las iglesias. Suplico una oración a todas las almas. Creo en Dios”. 

            Y esto mismo valdría también para las bendiciones. Solo cabe esperar que a todos vosotros, a cada uno, vuestra familia, vuestros amigos y las personas de buen corazón que os rodean, os bendigan a manos llenas y a corazones rebosantes.












jueves, 11 de enero de 2024

Ser ‘Reyes’ después de Reyes

          


             La mayoría de los regalos que recibimos no los recibimos el 6 de enero. Y al mismo tiempo, nosotros, cualquier día, somos regalo para alguien, aunque no vayamos por ahí con luengas barbas, mantos reales y coronas sobre nuestras cabezas.

            En el recién concluido periodo navideño, bastante propenso al sentimentalismo y la cursilería, me han llegado muchos vídeos y mensajes dulzones, pero también algunas reflexiones que valían la pena.

            Un poema de Gloria Fuertes (¡siempre nos quedará Gloria!) es un clásico de cada cinco de enero, y nos invita a incluir en nuestra carta a los Magos, cosas más necesarias que una camisa o un peluche.

Yo pido a los Reyes Magos

las cosas que hay en el cielo:

un vestido de ternura,

una cascada de besos,

la hermosura de los ángeles,

sus villancicos y versos,

y una sonrisa del Niño.

El regalo que yo quiero.

 

            Otro poema recibido fue el que escribió Miguel Hernández. Versos tristes de quien recuerda amaneceres del Día de Reyes sin encontrar nada en sus humildes abarcas de pastor. Y esto nos pone sobre aviso: no todos los niños buenos reciben un juguete, y a veces los niños que no lo merecen en encuentran en sus zapatos infinidad de regalos:

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

             Otro vídeo resumía muy bien un sentir que, a medida que uno cumple años, se va haciendo más certero. Cuando descubrimos, de pequeños, que los Reyes Magos son los padres es un duro golpe, el primer desengaño (luego vendrán muchos más), una decepción, una frustración. Pero con los años descubrimos que, no es que los padres fueran los Reyes Magos, es que los padres son el ‘regalo’, un regalo para siempre. Que nuestra existencia sea razonablemente feliz o razonablemente desdichada dependerá de la calidad del “regalo” que hayan sido nuestros padres.

            En estos días he pensado mucho sobre la gratitud y sobre la donación. Creo que, en cierta manera, somos y existimos en relación a nuestro sentido de donar y a nuestro sentido de agradecer.

            Si pienso por un momento cuántas personas han sido ‘regalo’ para mí a lo largo de todo el año anterior (y no solamente el 6 de enero), me salen muchas personas, muchas situaciones y muchas cosas. ¡Personas  que nos han acariciado con sus dedos, sus palabras o sus sonrisas! ¡Cuántas personas nos han tenido en cuenta, han valorado o reconocido nuestra persona, nuestras obras o nuestro consejo! ¡Cuántas personas nos han llamado, se han interesado por nosotros, nos han mandado un abrazo o un beso! ¡Cuántas personas nos han ofrecido un obsequio, una disculpa, un café, una comida, una larga conversación, una confidencia! ¡Cuántas personas nos lo han puesto fácil en la oficina, en la familia, en la comunidad de vecinos, en la tienda, en el pueblo, en el grupo de amigos!

            ¡Cuántas situaciones o experiencias ha puesto la vida a lo largo de los últimos 365 días! Cosas sencillas o cosas únicas: una taza de café caliente en nuestras manos frías. La niebla como cendal en la caminata de un sábado cualquiera. Las hermosas pinturas de una exposición. El viaje a una ciudad amada. El paseo por la playa al amanecer. La visita a un enfermo que agradece nuestra presencia. El hombro firme de un amigo en un día siniestro. La ropa de abrigo en una madrugada heladora. El plato amoroso sobre una mesa en un mediodía de apetito. El descubrimiento de un nuevo escritor que nos seduce. El sofá cómodo en tarde extenuante. La película que nos hace reír o llorar. El encuentro con un antiguo compañero que creíamos perdido para siempre. Una disculpa a tiempo. Media hora de natación… Y tantas cosas, personas y experiencias.

            Pero sólo quien tiene el corazón listo para la gratitud experimentará lo placentero y lo dichoso de cada encuentro y de cada vivencia. Sólo cuando caemos en la cuenta de las personas-regalo que las horas y los días nos ofrecen, podremos paladear y saborear que la ‘vita è bella’.

            Y de esta forma, también nosotros nos esforzaremos por ser “persona-regalo” para el otro. Empezaremos a hacer donación de nosotros mismos. Porque a veces es cuestión de poner atención, de fijarse en lo que el otro necesita o lo que al otro le agrada, de hacer cosas que no cuestan tanto y que producen mucha satisfacción a quien las recibe. Empezando por la sonrisa y los buenos días. Ponerse en lugar del otro, y querer tratar al otro como nos gustaría ser tratado en similares circunstancias.

            Agradecer los regalos recibidos nos empuja a hacernos persona-regalo. Y ser consciente que el otro es regalo para mí, nos lleva a imitarlo.  Los verdaderos regalos nos llegan después del 6 de enero. El frasco de colonia o el foulard del Día de Reyes, son bonitos, pero sólo eso.  Los ‘frascos’ que perfuman nuestra vida o los ‘fulares’ que hacen cálida nuestra existencia, se reciben todo el año y tienen nombres y apellidos.



jueves, 14 de diciembre de 2023

Los espárragos de Juan de Yepes

Cuando a finales de verano llegué a Úbeda el sol de la tarde doraba los palacios de esta ‘Salamanca de Andalucía’. ¡Bosque de piedras blasonadas! Pero nada más descender del autobús, mis pies marcharon raudos al convento donde Juan de Yepes, después San Juan de la Cruz para la Iglesia Católica, murió el 14 de diciembre de  1591.

La celda donde Juan murió fue convertida en oratorio, y ahora forma parte del museo con el que los carmelitas honran la memoria del genial místico, estudiado por cristianos, musulmanes, budistas e hindúes.

En el centro del oratorio se levanta un cenotafio que recuerda el lugar exacto donde murió. Sus restos mortales no reposarían por mucho tiempo en Úbeda, ya que la segoviana Ana de Peñalosa revolvió Roma con Santiago para que el cuerpo de Juan de la Cruz fuera depositado en la ciudad del Acueducto, como así se hizo (el traslado nocturno y en secreto constituye una de las aventuras del Quijote, y es narrado en el capítulo XIX de la Primera Parte)

 “A oscuras y en celada/ ¡oh, dichosa ventura!

No había nadie en el museo. Y me encontré solo ante el cenotafio. ¿Qué podía hacer sino recitar el Cántico Espiritual, esa cima de la poesía en castellano, que no ha sido aún superada? Viví uno de esos momentos que justifican un viaje. Desde que leí por vez primera el Cantico Espiritual, Juan de Yepes pertenece a mi “liber amicorum”, junto a Miguel de Cervantes, Machado, Teresa de Jesús, Dostoievski, Flaubert, Stendhal, Natalia Ginzburg, Jiménez Lozano, Miguel Delibes, Stefan Zweig, François Mauriac, Enmanuel Carrère y algunos otros.

A Juan de la Cruz, admirado y ensalzado después de muerto, perteneció mientras vivía, a la categoría de los perdedores y de los crucificados. El hambre pasada en su infancia, el hambre que se llevó a su padre y a su hermano lo marcó para siempre. El hambre es la ‘nada’ de alimento. Y él pasaría el resto de su existencia buscando la nada en su interior, como única manera de hacer vacío en sus adentros y que Dios ocupase todo el espacio. El vacío habitado.

Su familia que procedía de Yepes (Toledo) se trasladó a Fontiveros, Arévalo y, finalmente, Medina del Campo. Tal vez, como han sugerido algunos, esa huida del terruño nativo pudiera deberse a la sospecha sobre la limpieza de sangre (la ascendencia judía o morisca) o tal vez al matrimonio de sus padres no aceptado por sus familias. Lo cierto es que su madre, la Catalina, era una criada y una tejedora, y que Juan, en su infancia, tuvo que aprender varios ‘oficios de pobres’, ayudar a su madre a hacer cestas de mimbre, o a aceptar un trabajo degradante como era la asistencia a enfermos infecciosos en el hospital de Medina, donde pudo conocer la pobreza de la enfermedad unida a la marginación que provoca el contagio. Atendió con dulzura a los agonizantes y aceptó las tareas más humildes como asear a los enfermos, cambiar las vendas y recoger sus vómitos. Pero allí, alguien observó al adolescente, canijo y endeble, pero dulce y valiente, y también inteligente, que leía libros sentado en el suelo en los pocos momentos que le dejaba el cuidado de los enfermos. Fue esa inteligencia poco común la que finalmente le llevó al colegio que los jesuitas acababan de abrir en Medina, como estudiante ‘pobre’.

Recién ordenado sacerdote, manifestó su deseo de hacerse cartujo y vivir su vocación en soledad y en silencio, apartado del mundo. Tenía 25 años la tarde en la que, a través de la verja de la clausura del convento de Medina, se entrevistó con Teresa de Jesús. Ella tenía 52 años. Una perspicacia fuera de lo común, le hizo ver que ese “medio fraile” (bajísimo de estatura) era el “hombre” que ella necesitaba para reformar a los carmelitas.

Duruelo (Ávila) fue el primer convento ‘descalzo’ de la rama masculina de los carmelitas. Y la pobreza y oración con la que allí se vivía no asustó a Juan, sino que le confirmó que ese era el camino: descalcez, pobreza, oración, vida interior, silencio… Cuando Teresa lo visitó, quedó maravillada de la vida reformada de su “senequita”, como cariñosamente le llamaba, por esa sabiduría que manifestaba Juan, no obstante su juventud.

Ocupó diversos cargos en la Orden del Carmelo, y ganó muchos amigos, pero también mucha inquina y muchos enemigos poderosos. Acabó con sus huesos en la cárcel de Toledo, encerrado por sus propios hermanos de religión. Todos los días era azotado. Pasaba los días en un cuchitril hediondo, conviviendo con sus propios excrementos, recibiendo como alimento un comistrajo, con el cuerpo lleno de piojos y pústulas. Y sin embargo, esta experiencia de abandono, postración y sufrimiento, lejos de desesperarle y llenarle de rebeldía o amargura, le abrieron el camino al amor de Dios y a la belleza del mundo. En el lugar más mísero, él escribió los versos más hermosos de la lengua castellana (es Doctor de la Iglesia y Patrón de los Poetas): la belleza de Dios, la belleza del amor, la belleza de la ternura, la belleza de la naturaleza. Pero no se resignó a la cárcel y en cuanto pudo, descolgándose por la pared, escapó y encontró refugio en un convento femenino a cuyas monjas él recitó, por primera vez, los versos que tenía bien escritos en su memoria: el Cántico Espiritual.

“Mil gracias derramando,/ Pasó por estos sotos con presura, / Y yéndolos mirando, / Con sola su figura / Vestidos los dejó de su hermosura”.

El desprecio o la cárcel hicieron mella en su cuerpo, que siempre había sido enteco y frágil, pero no en su alma que era libre, fuerte y gozosa. Al final de su vida, las envidias le desposeyeron de todos sus cargos, y el volvió a ser un fraile corriente y moliente. Estando en el convento de La Peñuela, Juan enferma de unas “calenturillas” en la pierna. Como en ese convento no hay farmacia, deciden enviarlo al convento de Úbeda. Y como era un fraile insignificante, un fraile de nada, el superior encarga a un hombre de la Peñuela que le acompañe con su mula. Es un hombre ‘inocente’, corto de inteligencia y algo retrasado. Era el 28 de septiembre de 1591 cuando a lo lejos se divisa Úbeda. En el último descanso antes de alcanzar el convento, el mozo ofrece un poco de pan duro a Juan, pero éste se muestra inapetente, tal vez su boca ya no podía tragar ese corrusco duro. Y así, lleno de melancolía, Juan dice al mozo: “si al menos fuesen unos espárragos trigueros”. Y como el mozo era medio ‘inocente’ no cayó en la cuenta de que septiembre no es mes para espárragos, así que se levantó y a escasos metros encontró, junto al puente, un buen manojo de espárragos, y se los ofreció a fray Juan, que los recibió con contento, y esbozó una sonrisa. Y este episodio, leyenda o florecilla la vi plasmada en una hermosa escultura de madera: Fray Juan y a su lado un manojo de espárragos.

En el convento de Úbeda se encontró con un superior poco dado a la misericordia con el enfermo y pronto le espetó “que eran pobres y que una boca más no convenía al convento”. Juan aceptó la reprimenda. Pero poco a poco la humildad y la bondad de un fray Juan postrado y enfermo fue conquistando a todos los frailes, también al superior, arrepentido de su aspereza. Y en sus últimas horas, toda la comunidad se hallaba en su celda, con lágrimas en los ojos y ternezas en el corazón. Quisieron leerle las recomendaciones del alma, muy apropiadas para los moribundos, pero él les rogó que le leyesen por caridad el Cantar de los Cantares, que es propio de los enamorados. Justo a las doce de la noche entre el 13 y 14 de diciembre, Juan partía a “decir maitines en el cielo”, mientras sus ‘calenturillas’ dejaban de desprender el hedor, y un perfume suave de flores llenaba toda la estancia y todo el convento. Tenía 49 años.

Había peregrinado en pos de la nada, pero una nada que le iba a permitir poseer el Todo: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. 

Se comprende ahora que, nada más llegar a Úbeda, fuese al encuentro de Juan de Yepes o Juan de la Cruz. Los palacios de Las Cadenas, de Vela de los Cobos, de los Marqueses de Bussianos, de los Medinillas, de los Anguís, de los Porceles, del Marqués de Mancera bien podían esperar hasta el día siguiente.










viernes, 11 de agosto de 2023

AdD: Silencio y quietud frente a un icono

 


Durante unos años me senté cada miércoles por la tarde, en silencio y quietud, ante un icono. Amigos del Desierto (AdD), la asociación fundada por Pablo d’Ors, se cruzó en mi vida. Y junto a ellos recorrí un tramo de ese camino al que llamamos existencia. Es justo mostrarse agradecido hacia quien, con ternura, te permitió compartir su misma mesa, en este caso una mesa con abundantes alimentos para el espíritu.

           Pablo d’Ors llegó a mi biblioteca con su libro “Biografía del silencio”, que luego alcanzaría un éxito clamoroso en varios países. El libro me causó una grata impresión porque reclamaba la necesidad de silencio y quietud en una sociedad de ruido atronador y activismo conpulsivo.


            Sin embargo, fue su biografía sobre Charles de Foucauld, El olvido de sí, lo que me hizo colocar e Pablo d’Ors en mi “Liber Amicorum”. Solamente alguien que camina con soltura por los adentros y que conoce los vaivenes del corazón, sin juzgarlos, puede adentrarse en la existencia de un pecador, de un converso, de un místico y de un hermano universal, como lo fue el pequeño morabito del desierto. No soy nada mitómano, pero en una ocasión en que Pablo vino a dar una conferencia a mi ciudad, le pedí que me dedicase el libro (sólo lo he hecho con Miguel Delibes y José Jiménez Lozano).

            A partir de ese momento, empecé a seguir la trayectoria literaria de Pablo d’Ors, y a leer otros títulos. Pero también la peripecia espiritual de un sacerdote y escritor que estaba desbrozando maleza en el ‘campus” católico, y abriendo una senda nueva que luego pudieron transitar otros. Esta nueva senda recibiría finalmente el nombre de Amigos del Desierto.

            Algún tiempo después, una amiga me dijo que ella formaba parte de un pequeño grupo de meditación que se reunía para hacer silencio, siguiendo el camino iniciado por Pablo. Me uní al grupo.


            En un par de ocasiones, tuve la suerte de escuchar a Pablo d’Ors y luego compartir mesa y sobremesa con él y el resto de Amigos del Desierto. Recuerdo y guardo cada uno de estos dos momentos. El “maestro” no parrafeaba, sino que escuchaba nuestros sentimientos o puntos de vista y, cuando intervenía, lo hacía como quien ofrenda con humildad un don, nunca como quien impone un dogma. La forma de abrazar de Pablo de la Amistad era también la del amigo que se ocupa y se preocupa por sus amigos.

            Volvamos a los encuentros de cada miércoles. Recuerdo la primera vez: Una sesión de tres tiempos de media hora escasa cada uno, de un silencio y de una quietud totales, se me hizo eterna. Mi cabeza borboteaba como puchero de agua hirviendo. Los pensamientos y las imágenes acudían como flechas veloces a mi cabeza. La mente se resistía a cesar su actividad durante unos segundos…¡No te digo durante media hora!

Creo que no fui un buen alumno, sinceramente. Y que nunca progresé mucho en ese vivir sosegado y silencioso de los seminarios, como así se llamaban estos encuentros. En casa, intentaba seguir, mal que bien, las instrucciones de Franz Jalics, libro de cabecera de los Amigos del Desierto, titulado Ejercicios de contemplación. No me resultaba fácil seguir el ritmo implacable, casi matemático, de este sabio que murió no hace mucho.

Y sin embargo, los seminarios me gustaban. Me suponían esfuerzo y disciplina, tenía que ir a la otra punta de la ciudad... Pero el encuentro con los otros “amigos” me reforzaba y me estimulaba a seguir y a continuar, aún en medio de una “sequedad” de espíritu, a veces bien grande.



Recuerdo, eso sí, el espíritu de respeto que se respiraba nada más abrir la puerta de la estancia, la servicialidad de todos para preparar el aula, el cese de cualquier parloteo o distracción. El icono de La Trinidad o de la Hospitalidad de Abrahán, del maestro ruso Andrei Rublev presidía la sala. Tres velones ‘trinitarios’ ardían alrededor. Se apagaban las luces. Cada uno se inclinaba delante de su sitio. El rezo del Himno del Espíritu Santo soplaba por la sala. Y para finalizar cada tiempo, se recurría a una de las más hermosas oraciones surgidas en el ámbito cristiano: ‘La Oración del Abandono’, del propio Charles de Foucauld, inspirador del movimiento fundado por Pablo. Y empezaba el gran silencio. Cada uno comenzaba a surfear en su interior, sin más ayuda que una postura correcta, una respiración acompasada, un mantra personal. Entre el primer y el tercer tiempo de gran silencio, había un segundo tiempo. Se leía un texto, se reflexionaba y se comentaba. Cada uno libremente podía expresar lo que ese texto le había sugerido. Pero no había debate. Las reflexiones caían sobre la sala, como cae la lluvia bienhechora en una tarde cualquiera de primavera. Recuerdo la sinceridad y la profundidad de muchas reflexiones, algo que solo el corazón puede pronunciar sin equivocarse. Me hicieron mucho bien.

            A menudo se nos invitaba a una danza. Sencillez de movimientos que subrayaban la realidad del cuerpo que es parte esencial de este aprendizaje. También las secuencias cantadas formaban parte del seminario. El primer día, al finalizar la última 'sentada', después de haber danzado en corro esa hermosa melodía “Hoy empieza una nueva era / las lanzas se convierten en podaderas / de las armas se hacen arados / y los oprimidos son liberados…”, alguien gritó: “Viva la madre que nos parió”. Pensé que era un exabrupto de un deslenguado. Pero no; era una marca de la casa. Un grito alegre que remite a lo más tierno y bendiciente del mundo: la madre.

            Con el tiempo, entendí mejor que el mensaje de Pablo d’ors y de los que con él habían construido Amigos del Desierto, era verdaderamente un mensaje oportuno y necesario para este momento actual, en el que cristianos y no cristianos se entregan a diario a un ruido interior de preocupaciones, frustraciones, deseos insatisfechos, traumas, expectativas....

Y verdaderamente oportuno y necesario, porque en esta sociedad nuestra no sabemos estarnos quietos. Metidos, desde pequeños, en mil historias de activismo, y de hacer por hacer, todo lo queremos ver, probar, experimentar. Y casi todo ello para atontar el espíritu y para entorpecer el alma.

            Es verdad que, en más de una ocasión, tuve la sensación de que la espiritualidad de Amigos del Desierto, daba mucha importancia al yo, a la paz interior, al dejar fluir, a la no intervención, en resumen, una cierta “indiferencia” ante las mil pobrezas que solicitan nuestra “mandato del amor”, y no sólo nuestra “compasión”. Y a veces esa parte de mí que se había educado en “lo primero, la ayuda al prójimo”, se lamentaba y protestaba. Todo esto lo digo, como una impresión personal. Porque luego, en el miércoles a miércoles, lo que yo veía en mis compañeros de “quietud y silencio”, era una extraordinaria amabilidad y una disponibilidad para cualquier mínimo servicio. Yo, que no tengo coche, nunca tuve que volver a pie o en autobús, sino que cada miércoles encontraba un ofrecimiento para acompañarme hasta la puerta de casa.

            De ahí, que sólo sienta gratitud hacia los que cada miércoles nos encontrábamos, silenciosos y quietos, ante el icono de la Trinidad, cada uno con su alma a solas, pero a la vez con la seguridad de compartir una misma inquietud y una misma búsqueda.



            Los nombres de todos ellos, sus rostros y algunas de sus historias personales están ahí, en el ‘sagrario’ del alma. Tal vez me olvide de alguno -y pido perdón- pero no puedo dejar de recordar y pronunciar, bendiciendo, sus nombres: Pablo, Pili, Joaquín, Lucía, Manolo, Pilar Rico, Leandro, Elena, Agustina, Eliseo, Pilar Cabero, Marisol, Celia, Yolanda, Manuel, Roberto, Isabel, Bea, Socorro… Y Luisa, que marchó en silencio hacia un lugar de Luz. 

            Sin duda, a esa religión que llamamos cristianismo sólo pueden pertenecer los sedientos y los hambrientos… Nunca los saciados ni los satisfechos. Sí los pecadores y hasta los ‘pluscuanimperfectos’. Sin duda, aquellos amigos del Desierto que frecuenté y que tanto me enseñaron forman parte de la tribu de los buscadores… Y por ello, en aquel sótano de la parroquia del Beato Florentino, muchas tardes pudimos y quisimos cantar los hermosos versos de Luis Rosales: “De noche, iremos de noche / que para encontrar la Fuente / sólo la sed nos alumbra”, mientras tres candelas chisporroteaban alrededor de los ángeles a los que Abrahán acogió y sirvió, a la sombra de la encina de Mambré. Todo en esta vida es gracia.



martes, 1 de agosto de 2023

La città e la sua anima. Io e l'anima mia.

 


Mi hanno proposto di parlare un po' dell'anima della città di Palencia. Ma è difficile parlare dell'anima di una città senza parlare anche della nostra anima. Ecco perché ho intitolato questo intervento così: “La città e la sua anima. Io e l’anima mia" Una città può essere vista da molte angolazioni. Voi giovani avete fatto tappa a Palencia, prima di incontrare altri giovani, può darsi diversi da voi, ma uniti dall'appartenenza al gruppo dei seguaci di Gesù. È logico, quindi, che il mio sguardo sulla città sia uno sguardo umanista, giacché Gesù, facendosi uomo, ha umanizzato tutti e tutto. Paolo VI aveva gridato propio in Fatima-Portogallo: “Uomini, siate uomini”. Oltre ad essere donne e uomini, dobbiamo essere umani.

L'anima di una città è fatta di persone o di eventi che le hanno dato un slancio duraturo o che hanno segnato il suo volto e il suo spirito per l’avvenire. Vi parlerò dell'anima di Palencia, e allo stesso tempo degli insegnamenti che l'anima di questa città può offrirci. L'essere umano non è qualcosa, è qualcuno, cioè viene al mondo dotato di un 'plus', più, che, lui stesso o le sue circostanze, possono fare crescere o diminuire. L'idea cristiana dell'anima fa riferimento a questo "più”.

Esempi:

Voi siete italiani. Ogni volta che uno sente “Il coro degli schiavi ebrei, dell’Opera Nabucco, di Giuseppe Verdi” é difficile non pensare a una intera nazione.

Voi andate in peregrinazione per il Portogallo. Se in questi giorni sentite la canzone “Uma casa portuguesa”, di Amalia Rodrigues, potete esservi sicuri di toccare l’anima di un popolo intero.

Si puó leggere, per caso, Il gattopardo, di Giuseppe Tomasi di Lampedusa, senza pensare all’anima della Sicilia?

Tutte le ideologie, qualunque esse siano, tendono a spogliare l'essere umano dell'anima. La grande tentazione di chi esercita il potere politico, economico, culturale e anche religioso è quella di lasciare senz'anima gli uomini e le donne del proprio tempo e trasformarli in "cose": sacchi di desideri da soddisfare con una Visa e sacchi di bisogni che fanno dell’essere umano un vagabondo da supermercato in supermercato. L'uomo senz'anima è solo un consumatore.

Tra i cristiani di oggi c'è un grande scoraggiamento: le chiese sono vuote, manifestarsi como credente è politicamente scorretto. Sono molti quelli che affermano: "Tutto è morto della civiltà che amavamo". Eppure, ci sono ragioni per questa amarezza? Non sono tutti i giorni del mondo “il primo giorno della settimana”, questa bella espressione che scrivono gli evangelisti prima di riferire la risurrezione di Cristo? Continueremo chiusi in casa con le porte chiuse per paura dell'ambiente esterno ostile? Non è tutto grazia come ci ha insegnato lo scrittore Georges Bernanos? Non è conveniente che la Religione e la Chiesa impallidiscano e appassiscano, affinché Cristo risplenda e trionfi nei cuori e nel mondo?

Vediamo, allora, se scoprendo l'anima della città, riusciamo a trovare qualcosa di prezioso anche nella nostra anima o per la nostra anima.

 

1.- Una statua: Il Cristo del Otero.

Il primo libro che ho letto in italiano, a 20 anni, è stato un romanzo di Carlo Levi, Cristo si è fermato a Eboli. Ma è vero che Cristo si è fermato ad Eboli? direi di no. Cristo è arrivato a Palencia, poi arriverà a Lisbona, e, probabilmente, arriverà fino a Como. Il titolo di Carlo Levi indica che a volte possiamo imbatterci in un tale grado di povertà, brutalità e ignoranza, che ci fa pensare che Cristo non è ancora sceso a un territorio concreto, a una comunità. Eppure sappiamo per esperienza che, qua e là, le persone buone che sostengono il mondo "costringono" Cristo a scendere dal suo cielo su questa terra. Forse per questo il Dalai Lama diceva che "Un buon cuore è la migliore religione". Ogni azione, ogni parola, ogni pensiero di bontà rinnova la incarnazione e la risurrezione di Gesù. La verità, la bellezza e la bontà attualizano ogni giorno il Vangelo.

Nel 1930 lo scultore internazionale Victorio Macho, nato in questa terra, innalzò il Cristo del Otero. Una scultura che conserva l'estetica dell'art déco, le risonanze cubiste del momento e la natura ieratica della scultura egizia. È una delle sculture di Cristo più alte, probabilmente la quinta al mondo. Misura 20 metri. Ai suoi piedi c'è un piccolo romitorio dove, dopo tanti andirivieni, lo scultore volle riposare per sempre, sotto questo epitaffio: “Il mio ultimo giorno: Qui ai piedi di questo Cristo / Venne a riposare il suo autore”.

“Mi última jornada: Aquí a los pies de este Cristo /Vino a descansar su autor”.

Come altri Cristi monumentali sparsi nel mondo, è un omaggio al Sacro Cuore di Gesù, un canto alla tenerezza di Dio. Ma questo Cristo del Otero rappresenta Gesù al momento del Discorso della Montagna, cioè delle Beatitudini. La collina alta 850 metri, dove si erge questa scultura monumentale, evoca facilmente quel momento narrato nel Vangelo di Matteo. Chi si avvicina al Cristo del Otero può ancora sentire: "Beati i poveri, i puri di cuore, coloro che hanno sete di giustizia, gli umili..." Una delle questioni a cui Victorio Macho ha pensato di più è stata la posizione che avrebbero dovuto avere le braccia della statua. Alla fine ha scelto di riprodurre la posizione delle braccia del sacerdote nel momento in cui, al termine della messa, congeda i fedeli augurando loro la pace. La città è ai suoi piedi. Sotto la sua benedizione, i cittadini di Palencia riposano, festeggiano, amano, lavorano, piangono o ridono, a casa e per strada. E oltre la città, la campagna che alimenta gli uomini e le donne di questa terra. E più in là ancora, l'immensa pianura, perché "Castiglia è ampia". “Ancha es Castilla”.


Un invito: vedere attraverso gli occhi di Cristo

            Otero, poggio, è il luogo da dove si può avere una veduta più vasta e allungare lo sguardo fino all'orizzonte. Il Cristo del Otero ha le orbite degli occhi vuote. Sono come due piccole finestre. Una metafora poetica. Un invito ad affacciarsi a quella finestra e guardare il mondo e guardare gli altri come Gesù li guarda, come infatti li guardava durante la sua presenza terrena. Cristo non ha occhi. Siamo noi che possiamo guardare al modo di Gesù. Contiamo solo con i nostri occhi per guardare il mondo con tenerezza e misericordia. Risuona ancora una volta la riflessione di Etty Hillesun, morta in un campo di concentramento nazista, e che lì, in attesa della morte, ci ha parlato dell'impotenza di Dio di fronte al dolore del mondo e alla sofferenza dell'essere umano. Con lei, donna ammirevole, possiamo ripetere: "Dio mio, noi ti aiuteremo". Dio che ha creato il mondo e lo ha redento è ‘impotente' davanti al peso schiacciante della crudeltà e dell'ingiustizia umana. Ogni Cristo ha bisogno del suo Cireneo. Per la scrittrice e mistica francese, Simone Weill, la prima virtù è l'attenzione. Se riusciamo a guardare il mondo con attenzione e a guardarlo con compassione, allora potremmo apprezzare cambiamenti nel nostro comportamento.

Una domanda: Cosa significa per me guardare l’altro con tenerezza e misericordia?

 

2.- Un duomo e un pozzo: Gesù, acqua viva


La diocesi di Palencia è una delle più antiche della Spagna. Risale all'ultimo decennio del VI sec. Nel VII secolo costruì la sua primitiva cattedrale, per ordine del re visigoto Wamba che fece portare le reliquie di San Antolín da Narbonne (Francia). La prima costruzione fu demolita e i secoli si incaricarono di seppellirla sotto tonnellate di terra. Gli alberi e il bosco sono cresciuti. Secoli dopo, secondo la tradizione, un giorno il re Sancho III el Mayor stava camminando attraverso una foresta. Ha visto correre un cinghiale che si è nascosto in una grotta. Lo inseguì e quando tentò di raggiungerlo con la sua lancia, si sentì paralizzare il braccio. Alzò lo sguardo e vide San Antolín e il povero cinghiale rannicchiato ai suoi piedi. Aveva appena scoperto le rovine della costruzione visigota. Il re ordinò la costruzione di un'altra piccola chiesa, che oggi conosciamo come “Cripta della Cattedrale”. Ci sarebbero voluti altri trecento anni perché la colossale fabbrica della cattedrale gotica sorgesse nel 1321. Proprio l'anno scorso con una magnifica mostra di arte, cultura e storia, Palencia ha celebrato il Settimo Centenario della Cattedrale Gotica. Per tantissimi anni il duomo di Palencia ricevette il titolo di “Bella sconosciuta”. Oggi le cose sono un pò cambiate. Sono in tanti gli ammiratori che oggi viene chiamata “Bella riconosciuta”

            Il paesaggio dell'Europa, da nord a sud e da est a ovest, è scandito dalle cupole delle cattedrali, dalle torri delle chiese e dai campanili. Un'impresa di secoli, un impegno di intere nazioni per la maggior gloria di Dio e lo stupore delle generazioni successive. Il Duomo di Palencia non è estraneo a quell'impulso costruttivo che, da un lato, ci parla della forza della fede e l'immensa creatività artistica dell'essere umano e, dall'altro, del potere che la chiesa deteneva in quel momento. Le cattedrali continuano ad essere in questo XXI secolo il monumento più visitato di ogni città.


Invito: l’aqua degli assetati


            Nella bella cripta della cattedrale di Palencia c'è un pozzo. Sin dai tempi antichi la gente di Palencia ha bevuto le sue acque. Ancora oggi, ogni due di settembre, i fedeli vanno a bere l'acqua di quel pozzo. Il Duomo del pozzo. Risuonano in noi i pozzi dell'Antico Testamento, dove si dissetarono i patriarchi, le loro famiglie e il loro bestiame. Ma anche l'acqua del pozzo che provoca liti e scontri, o facilita anche incontri e alleanze. E risuona, soprattutto, il pozzo della samaritana a cui Gesù chiede da bere. E Gesù approfitta di questo incontro per offrire una delle migliori definizioni di sé, sempre poetica: Io sono l'acqua viva.

In questo campo, facilmente possiamo subire tre tentazioni: Potremmo essere tentati di andare nelle pozzanghere, che sono sempre acqua morta che ci fa ammalare o morire. Possiamo essere tentati di non condividere con gli altri l'acqua viva della nostra fede in Gesù, per pigrizia, per comodità. E potremmo essere tentati di tappare il pozzo con i detriti di ogni giorno, in modo che arrivi un momento in cui non possiamo più bere quell'acqua.

Il cristianesimo è la religione della sete. Non dei sazi, ma degli assetati. Non dei rimpinzati, ma degli affamati. Cristo fino all'ultimo momento della sua vita ebbe sete, ma non accettò una bevanda artificiale che gli era stata preparata ai piedi della croce. Solo chi ha sete trova una fonte di acqua viva. Il dramma dell'uomo contemporaneo è che crede di non avere sete perché beve cocacola, birra o aranciata (e lo dico come metafora). Chi si sazia delle bevande del mondo non scoprirà mai la sua sete e, quindi, non raggiungerà mai l'acqua viva di Gesù. Il poeta Luis Rosales ha scritto magnificamente: "Di notte, andremo di notte / che per trovare la Fonte / solo la sete ci illumina”. Questa canzone risuona tantissime volte nella comunità di Taizé.

 De noche, iremos de noche / que para encontrar la Fuente / sólo la sed nos alumbra”.

Una domanda: Quale sono le bevande che me impediscono di avere sete dell’acqua viva di Gesù?

 

3.- Un poeta: Jorge Manrique piange per te


           L’11 novembre 1476, Rodrigo Manrique morì nella città di Ocaña (Toledo). Era il capo di una delle famiglie più illustri di Castiglia. Di nobile lignaggio, soldato che combatté contro i musulmani e maestro del potentissimo Ordine di Santiago. Jorge Manrique, suo figlio, (nato in Paredes de Nava, un paese in provincia di Palencia), colpito dalla morte del padre, ha scritto bellissimi versi che conosciamo come "Distici alla morte del padre” “Coplas a la muerte de su padre", una profonda riflessione sul dolore della morte, l'effimera natura della vita, la vanità delle glorie umane, l'importanza di continuare a vivere, attraverso le opere buone, nella memoria degli uomini e, soprattutto, la speranza che accompagna il credente. I versi scritti più di 500 anni fa continuano a conservare la loro travolgente bellezza.

            I celebri Distici di Jorge Manrique alla morte del padre iniziano così:

                                         Recuerde el alma dormida,

Avive el seso y contemple,

Cómo se pasa la vida.

Cómo se viene la muerte

tan callando.

Cuán presto se va el placer.

Cómo después de acordado,

Da dolor.

Cómo, a nuestro parecer,

Cualquier tiempo pasado

Fue mejor.

Nuestras vidas son los ríos

Que van a dar a la mar


            In italiano, sarebbe, più o meno, cosí:

                                        Ricorda, anima ddormentata,

sveglia il tuo cervello e guarda

come passa la vita,

come viene la morte silenziosa

quanto velocemente finisce il piacere,

come, quando lo si ricorda,

provoca sofferenza;

come, secondo noi,

qualsiasi passato

fu migliore.

Le nostre vite sono i fiumi

che sfociano nel mare...

Siamo qui. Ma potremmo non esserlo. E potremmo non esserci presto. La vita è bella perché è effimera. Per Dante, "i più sfortunati sono quelli che non hanno speranza di morire". Il tempo che ci viene concesso è l'unico tesoro che abbiamo per fare un po' di bene. Il poeta piange la morte del padre, riflette sul significato della scomparsa, si chiede (ubi sunt) che fine abbiano fatto coloro che hanno riempito il mondo della loro gloria. Pedro Arrupe ha detto: "Non mi rassegno al fatto che quando morirò, il mondo continuerà come se io non avessi vissuto". E George Steiner ha scritto: "Siamo stati invitati alla vita, e uscendo da questa casa, dobbiamo lasciarla un po' più bella e accogliente di quanto non fosse quando vi siamo entrati”.


Invito: Esperienza della finitezza e vocazione dell’infinito


            Il poeta Jorge Manrique piange anche per te. Si rivolge a te come si rivolge qualsiasi classico della letteratura, qualsiasi avvenimento artistico. Parla a te e vuole farti uscire dalla tua sonnolenza e torpore. Vuole costringerti a guardare intorno, a domandarti Ubi sunt? Dove sono? Dove sono finiti i personaggi potenti di tutti i tempi, che hanno avuto tutte le glorie e il mondo sotto i suoi piedi? Cosa resta del calciatore che ogni volta che segnava veniva applaudito da intere nazioni? Cosa rimane del politico seguito e votato dalle masse? Cosa rimane quando il cancro distrugge il nostro corpo atletico e bello?   Il cristiano è consapevole della propria finitezza, ma allo stesso tempo sente viva in se la vocazione all'infinito. Al contrario dell'edonista che dà valore di assoluto a cose, sentimenti ed esperienze che poi lo deludono e lo frustrano; contrariamente al fatalista che si rassegna a una vita di amarezza o di indifferenza, il credente guarda al proprio cuore e a quello degli altri, conosce le gioie e le ombre, e vede nel proprio cammino di conversione un'opportunità - l'unica - per trasformare questo mondo e renderlo abitabile. Il credente porta in sé una nostalgia del paradiso che lo spinge ad essere, contrariamente a quanto pensava Jean Paul Sartre (“L’inferno sono gli altri”), un piccolo giardino per i vicini e i lontani, seppure incompleto e imperfetto. Gabriel Marcel, invece, affermava que “Il paradiso sono gli altri”. E diceva una cosa veramente bella: “Dire a qualcuno ti amo è dirgli: tu non morirai”. Ogni gesto d'amore tiene sempre un po' lontana la morte.

Una domanda: Cosa significa per te essere “paradiso” per gli altri?

 

4.- Una donna: Teresa in un tempo di uomini


             Il 28 dicembre 1580 una donna arrivò in Palencia. È una suora cattolica (suo nonno era ebreo, per la precisione, e per paura dell’Inquisizione contro gli ebrei aveva cambiato ad un alto prezzo il suo cognome). Teresa in quel momento sta capovolgendo il cristianesimo grossolano e vuoto di questa Spagna, il cristianesimo inquisitorio, baciapile e bigotto di allora. Questa donna si chiama Teresa. Oggi la conosciamo come Teresa di Gesù o Teresa d’Ávila. È una mattinata nebbiosa così intensa che la città di Palencia si vede appena. Una donna in un mondo fatto da uomini e per gli uomini. Teresa: un modo di essere e di vivere come donna nella società e nella Chiesa. Una monaca libera ed intelligente, una lettrice vorace, una grande scrittrice, un'amante di Gesù (in una visione, Cristo le dice "Se tu ti chiami Teresa di Gesù, io voglio chiamarmi Gesù di Teresa"), una credente che sceglie una spiritualità interiore in contrapposizione a una religiosità ritualistica ed esibizionista, una spiritualità vissuta nella preghiera (pregare è avere a che fare con chi sappiamo che ci ama) e nella gioia della propria fede. In quegli anni tutta la Castiglia, tutta l'Andalusia è piena di Teresa. Con molta discrezione, in silenzio, entra nella città di Palencia dove ha comprato una casa che servirà da convento (“Voglio che i miei conventi siano piccoli così che nel Giorno del Giudizio non facciano molto rumore quando crolleranno"). Quando la mattina dopo il suo arrivo, il 29 dicembre, suona la campana che invita alla messa, tutta Palencia sa che in città è nata una nuova fondazione di Teresa. Tutti si rallegrano. La donna più famosa dell'epoca, forse l'unica, è appena arrivata a Palencia. Finita la fondazione, scrive sulla gente di Palencia alcune parole che i palentini ripetono di padre in figlio. Per ingraziarsi, lo straniero le ripete e l'indigena le proclama con orgoglio. Parlando della fondazione di Palencia, Teresa scrive: “Non c'era persona a cui non piacessero la nuova fondazione. Ha aiutato molto sapere che il vescovo l'amava, perché era molto amato a Palencia. Ma tutto il popolo è della migliore massa e nobiltà che io abbia visto, e così ogni giorno mi rallegro di avervi fondato.”

Invito: Libertá e gioia.


Cosa possiamo imparare da Teresa d’Avila? Fondamentalmente questo: Dio ci vuole liberi e ci vuole contenti.

Ci vuole liberi. "Un'anima ristretta non può servire bene Dio." "Una grande cosa è la sicurezza della coscienza e l'essere liberi". Per questo non vuole in convento monache analfabete: “La priora ha l’obbligo di avere buoni libri”, “Mi piace molto leggere i buoni libri” (In spagnolo dice così “soy amiguísima de los buenos libros) “Sono amica di insistere sulle virtù, ma non sul rigore”.

Ci vuole contenti. La parola ‘contento’ è ripetuta molto spesso nei suoi scritti. Ha detto che "temeva una sorella scontenta più di mille demoni". Diffidava di chi si fingeva santo, e camminava per il mondo serio, grave, triste, penitenziale. Con il suo grande umore dirà: “Dios nos libre de los santos encapotados”. "Dio liberaci dai santi tempestosi, nuvolosi, chiusi, scuri, tristi.... Dopo san Giovanni Bosco dirà che "il demonio non ha potere su un cristiano pieno di gioia”.

       Era una suora di chiusura che non aveva paura delle strade, delle città. Ha condiviso le locande e gli ostelli dove alloggiavano soldati, pellegrini, briganti. Una volta andò a mangiare a casa di un benefattore. Le serve uno stufato di pernice, un'autentica salumeria, un piatto con stelle Michelin: le sue consorelle si oppongono, perché ritengono questo piatto contrario all'austerità e alla povertà del convento. Teresa dice loro: “Quando pernice, pernice; quando penitenza, penitenza”. Altra volta, il mulattiere che guidava il carro dove andava Teresa, con la semplicità del suo mestiere gli disse: "Ho camminato tutta la strada al suo fianco, ma non so com'è. Vorrei vedere il suo volto" (in quel momento le suore si coprivano il viso con uno spesso velo". Con quella libertà dei figli di Dio, il velo fu sollevato perché l'uomo potesse vedere la sua faccia. Una volta una piaga di pidocchi riempì il convento. Teresa ha composto una canzone umoristica per implorare Dio di liberare le sue suore da questi insetti. Nel suo convento di Ávila possiamo ancora vedere un tamburello, dei fischietti e delle nacchere. Teresa, al momento della ricreazione, amava cantare e far suonare gli strumenti.

            Teresa è un invito alla gioia. Ogni credente ha ricevuto un vangelo, un ‘novum’. Non possiamo vivere con la tristezza di chi non conosce questo tesoro. La gioia è una grande testimonianza. Come possono gli altri pensare che contiamo su Gesù se ci vedono tristi, se le nostre messe sembrano funerali e le nostre chiese sembrano pompe funebri.

            Il primo miracolo di Gesù fu un miracolo veramente mondano, pagano, ‘superficiale’: trasformare l'acqua in vino. L'acqua è sufficiente per il corpo. Ma l'acqua non è sufficiente per il cuore umano. Il vino è e sarà nella nostra cultura mediterranea l'espressione più enfatica di gioia, condivisione, celebrazione e festa. Il vino rallegra il cuore. Gesù, come ci dice Bach nella sua celebre cantata, è la gioia degli uomini e cerca la gioia degli uomini. Gesù è venuto per trasformare l'acqua insapore dei nostri cuori in vino gustoso”.

Una domanda: È il cristianesimo la religione dei tristi oppure la fede dei felici?


 5.- Un Cammino: verso Compostela, verso di me.



           Homo viator. Uomo in cammino. È una delle più belle metafore per definire l’essere umano. Ryszard Kapuściński ha detto che gli alberi hanno radici, ma gli esseri umani hanno le gambe. Nell'anno 813, il ritrovamento del corpo di San Giacomo Maggiore in un villaggio di Galizia fu una notizia di portata universale, che sconvolse l'intero continente e ha rallegrato e incoraggiato la speranza di tutta l'Europa in un momento di grande pessimismo. Scriveva giustamente Goethe: "L'Europa è stata fatta pellegrinando a Compostela". Da San Pietroburgo, Palermo, Parigi, Colonia o Lisbona, i piedi di pellegrini tracciavano centinaia di cammini (pellegrino significa camminare per i campi, “per agros”). Al passaggio dei pellegrini sorsero città, monasteri, villaggi e cattedrali. Con i pellegrini arrivarono l'arte di altri popoli, la moneta, il cibo, i costumi, le canzoni, la poesia e le lingue. La prima globalizzazione del mondo è sorta sul Cammino di Santiago. "Gli 800 chilometri più transitati e più belli -secondo uno scrittore francese- d'Europa sono quelli che vanno da Roncisvalle a Compostela". Al grido di al di là e al di sopra, ultreia et suseia, i pellegrini hanno promosso un modo di stare al mondo e una spiritualità del camminante. Palencia è attraversata da est a ovest dal Cammino di Santiago. Nomi mitici dei villaggi della provincia di Palencia accolgono i pellegrini: Itero de la Vega, Boadilla del Campo, Frómista, Población de Campos, Villarmentero, Revenga de Campos, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes. Alcuni di essi sono già menzionati nel Codex Calixtino del XII secolo, che è la prima Guida del Cammino. Il percorso ha suscitato grande ospitalità come viene raccolto in un manoscritto trovato a Roncisvalle.

                                   La porta è aperta a tutti:

                                   ai malati e ai sani;

                                   non solo ai cattolici

     ma anche ai pagani,

                                   ebrei, eretici, vagabondi e,

                                   più brevemente,

                                   ai buoni e ai profani”.

            Il Cammino fece germogliare una delle benedizioni più belle:

             “Sii per loro un compagno nella marcia, guida agli incroci, incoraggiamento nella stanchezza, difesa nei pericoli, riparo sulla via, ombra nel caldo, luce nelle tenebre, conforto nel suo scoraggiamento e fermezza nei loro propositi, in modo che, con la tua guida, giungano indenni alla fine della sua strada.

 

Invito: Stupore di fronte alla natura, l’arte e la storia degli altri



            “Cammino verso me stesso" dice un pellegrino nel romanzo L'oeuvre au noir di Marguerite Yourcenar. Il Cammino di Santiago fa parte di questa terra. Ha disegnato l’urbanismo (alcuni paesi hanno una forma urbanistica soltanto vista in questo territorio: le case e altri edifici si ammuchiano ai due lati di un cammino), ha tracciato le strade, ha costruito città e paesi, ponti e piazze. La storia di San Giacomo è dipinta e scolpita in tutte le pale d'altare delle chiese. E ciò che è più importante ha plasmato qualcosa della sua anima. Affinché il Cammino non sia solo percorso, ma vissuto, il pellegrino ha bisogno dell'atteggiamento dello stupore. Lo stupore davanti alla natura, davanti all'arte e davanti ai racconti degli altri pellegrini

            Stupore di fronte alla natura. Sarebbe un peccato passare una media di sei, sette, otto ore al giorno camminando e non guardare, ammirare e contemplare alberi, fiori, nuvole, terra, fiumi, fenomeni atmosferici, erbe, raccolti, frutti, uccelli, bestiame, insetti. Ammirare la natura ci porta quasi senza volerlo ad amare il creato e a rispettarlo. Perché tanta varietà e tanta bellezza gratuita?

            Stupore di fronte all’arte. Passare accanto a cattedrali, chiese, bastioni, castelli, ponti, palazzi, sculture, quadri, libri e inni, opere di oreficeria, campanili, torri ci aiuta a stupirci davanti al lavoro degli uomini. I geni dell'ingegneria, dell'architettura, della pittura, della scultura hanno dato il meglio di sé. Sono morti, ma il loro lavoro rimane per il nostro gaudio e meraviglia. Guardare, ammirare, contemplare la bellezza dell'arte, specialmente dell'arte sacra, è una via privilegiata per accedere a Dio.

            Stupore di fronte all’altro. E ultimo ma non meno importante: lo stupore per i racconti di altri pellegrini. Stavo camminando da pochi chilometri quando un pellegrino olandese mi ha raccontato la sua storia: Veniva camminando dall’Olanda. Non era stato educato in nessuna religione. Anzi era un ateo convinto. Sua moglie, invece, era cattolica. Sfrattata dal cancro, era riuscita a riprendersi, secondo lei, "grazie alla sua fede e all’amore di Dio". E il marito aveva deciso di intraprendere il Cammino per ringraziare il Dio in cui non credeva per aver tenuto in vita sua moglie, alla quale lui amava tanto. Quella prima storia mi ha insegnato una cosa importante: ascoltare attentamente e con amore le storie degli altri pellegrini. Ogni essere umano è un nome, un volto e una storia. Solo se amiamo il suo volto, il suo nome e la sua storia, possiamo formare con lui una fratellanza umana.

            Risuona in noi il Salmo 8

                        Se guardo il tuo cielo, opera delle tue dita,
                        la luna e le stelle che tu hai fissate,

                        che cosa è l'uomo perché te ne ricordi
                        e il figlio dell'uomo perché te ne curi?

                        Eppure l'hai fatto poco meno degli angeli,
                        di gloria e di onore lo hai coronato:

                        li hai dato potere sulle opere delle tue mani,
                        tutto hai posto sotto i suoi piedi;

 Una domanda: Quale storie raccontate da altri mi hanno riempito di stupore?

 

6.- Un testamento: caramelle per i “buonifigli”.


            Il 9 ottobre 1971, un uomo morì in un piccolo ospedale di questa città. Un uomo che ha unito nella sua vita le città di Como e la città di Palencia. Era stato molte volte nella città di Como per inginocchiarsi presso la tomba di Don Guanella, nel Santuario del Sacro Cuore, in via Tommaso Grossi. Parlo del guanelliano fratel Giovanni Vaccari. Pochi mesi fà si è conclusa in questa città dove ci troviano adesso la fase diocesana del processo di beatificazione e canonizzazione di questo umile frate. La sua vita darebbe per scrivere una sceneggiatura televisiva o un romanzo. Nato a Sanguinetto in 1913 (provincia di Verona), gli fu impedito di diventare sacerdote a causa dei suoi clamorosi fallimenti negli studi, soprattutto in latino e greco. Abbandonò scrivania e libri, e per 20 anni, che coincisero con la seconda guerra mondiale e il terribile dopoguerra, fu cuoco dell'intero seminario guanelliano di Barza d’Ispra (Varese). Andava nelle fattorie e nei villaggi per comprare un po' di farina, burro, carote o fagioli. In seguito fu chiamato a Roma come domestico servitore del cardinale Clemente Micara. Questo lo trovò poco protocollare e poco consono alle sontuose sale del Palazzo della Cancelleria a Roma, e lo licenziò. Misteri della vita, due anni dopo lo ha richiamato. Poi s’iniziò la lunga malattia del cardinale. E a poco a poco il palazzo si spogliò di vescovi, cardinali, ambasciatori e ministri della Democrazia Cristiana. Alla fine, in quell'immenso Palazzo della Cancelleria, rimasero un cardinale ammalato e un servitore fedele.

            Alla morte del cardinale, fratel Giovanni fu inviato in Spagna. Non conosceva la lingua, né la cultura, né la storia, ma obbedì. Dovette andare di città in città, di paesino in paesino, di scuola in scuola, alla ricerca di seminaristi per il nuovo collegio di Aguilar de Campoo, un paese di questa provincia e prima fondazione dei guanelliani in Spagna. E allo stesso tempo, andava alla ricerca di un terreno in questa città dove poter costruire una casa per persone con disabilità mentale. Morì in un incidente stradale. Il giorno del suo funerale, il parroco rifiutò di intonare un canto di supplica e perdono per l'anima del defunto e cantò, cosa inappropriata nella liturgia del 1971, un noto canto spagnolo del Tempo di Pasqua: ¡Resucitó! È risorto. Poi con voce alta disse: Oggi è morto un santo! Fu seppellito nel cimetero di Como ed ivi restò fino all’anno 2013, quando le sue spoglie furono trasferite alla capella di Barza d’Ispra.

Invito: sapersi disabile e fragile


            Fratel Giovanni non ha visto finita la casa per disabili che tanto desiderava. È stata la prima casa aperta in questa città di Palencia per persone con disabilità mentale. Rimane ancora. Si chiama Villa San José.

            Fratel Giovanni ha lasciato un testamento piuttosto strano: dopo aver chiesto perdono per le sue colpe e implorare preghiere per la sua anima, ha ordinato che se ci fossero monete nelle sue tasche quando sarebbe morto, si doveva comperare caramelle per i ‘buonifigli’. Buonifigli è una parola guanelliana, nata a Como, ed è il modo affettuoso di nominare le persone con disabilità.

            Il contatto frequente con persone con disabilità ci aiuta a pensare alle nostre stesse disabilità, limiti, imperfezioni, fragilità. Chi di noi non è disabile? Pensi, per caso, che esistano solo i disabili mentali, cerebrali, neurologici, fisici? Sapere di essere imperfetti, limitati, fragili, vulnerabili ci aiuta a capire le imperfezioni degli altri, a conviverci, a non giudicarli rigorosamente. I superbi, gli arroganti, i critici, gli spietati e gli indifferenti hanno una disabilità maggiore: quella del cuore.

            Ogni 9 ottobre i guaneliani, ovunque si trovino, distribuiscono caramelle ad amici, vicini, colleghi di lavoro, parenti. Non solo per ricordare il fratello Giovanni Vaccari, ma anche per ricordare a noi stessi i nostri limiti e le nostre incapacità. Se mai passerete per Santa Maria di Lora, a Como, in uno dei suoi corridoi troverete disegnato il volto di fratel Giovanni Vaccari, con delle caramelle intorno.

Una domanda: Quale sono le tue disabilità? La disabilità altrui ti provoca rifiuto o empatia?


Finale: Sempre Teresa



Teresa d’Ávila, che abbiamo ricordato in questa conferenza, ha scritto: "Che cosa grande è l'anima... questo piccolo paradiso della nostra anima... questo piccolo palazzo della mia anima". Prima di finire, vorrei recitare una poesia di Teresa d’Avila. Forse la più conosciuta. Chiunque sia andato a Taizé l'avrà senza dubbio sentita.

            Niente ti turbi/Niente ti spaventi/tutto passa/Dio non cambia

La pazienza ottiene tutto/ a chi a Dio/niente gli manca/Solo Dio basta!

Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda,

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.


https://www.youtube.com/watch?v=go1-BoDD7CI&list=RDgo1-BoDD7CI&start_radio=1

E così, con queste parole di Teresa finisco. Grazie per il vostro ascolto. Se avete qualche domanda o qualche riflessione che volete condividere, fatevi avanti.

**

            Quando avevo 23 anni ho dovuto fare il servizio militare obbligatorio a Madrid. In quel momento la mia anima era perduta e anche il mio corpo. Ho bussato a una porta e, senza chiedere nulla, mi hanno servito da mangiare, un caffè, un dolce e una conversazione. Era la Casa di Santa Teresa delle suore guanelliane. Quando mi sono congedato, mi hanno detto: qui hai una stanza e delle amiche. Quel ricordo mi ha fatto dire di sì alla proposta ‘indecente’ di suor Sara Sánchez, cioè, tenere una conferenza in una lingua straniera. Suor Sara Sánchez (lo stesso cognome originale della famiglia di Santa Teresa), suora guanelliana, palentina e comasca, devota di fratel Giovanni, e amica da tanti anni.

            L’amore ci fa commettere tante pazzie, lo sapete bene. Ma anche per amicizia si fanno follie.










 

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: