jueves, 31 de diciembre de 2020

Existe también la alegría





¿De qué hablar el último día del año del peor año que ha vivido la humanidad desde hace muchas décadas? ¿De qué hablar después de 12 meses de dolor, muerte, derrumbe económico y colapso sanitario?

Me lo preguntaba mientras caminaba esta misma mañana entre los campos anchos de una ancha Castilla. Y al final he decidido despedir el año hablando de la alegría. Y la excusa es el recuerdo de un vídeo que me llegó a mediados de 2020: las imágenes de unos niños huérfanos africanos acompañando con sus bailes la canción de Jerusalema. 

Veo este vídeo y me hago muchas preguntas. ¿Existe la alegría sin alcohol? ¿Y sin las músicas atronadoras que descerebran? ¿Existe la alegría sin el vértigo de la velocidad y de los excesos? ¿Y sin el sexo convertido en pura gimnasia? ¿Existe la alegría fuera de los estadios y de los macroconciertos? ¿Existe la alegría sin las drogas? ¿Existe la alegría sin las compras compulsivas?

¿Existe la alegría porque sí? ¿Existe la alegría independientemente de nuestros pies descalzos, de nuestra historia personal renqueante, de nuestro plato escaso, de nuestra pobre ropa de segunda mano, de nuestro pasado imperfecto y de nuestro futuro nuboso, de nuestra enfermedad y de nuestro miedo?

Si lo tenemos todo, ¿Por qué no estamos siempre alegres, risueños, sonreídores, afables y amables? ¿Por qué nos quejamos de todo o de casi todo, desde la cola en la seguridad social, al aire acondicionado en la oficina, a la ropa que no nos conjunta, al metro que llega con dos minutos de retraso, a la lluvia imprevista…?

¿Por qué nos irritan tanto las cosas que no se ajustan a nuestros deseos y las personas que no se acoplan a nuestros sueños? ¿Por qué nos gusta tan poco nuestro cuerpo imperfecto, nuestra casa que no se parece a la del Hola, nuestra familia con sus enfados y sus cabreos? ¿Por qué andamos enfermos de tristeza en nuestras naciones opulentas?

¿Y por qué nos admira y nos causa asombro y maravilla la alegría de un niño pobre que baila alegre como unas castañuelas?

Y sin embargo, la alegría, que es el alimento para el alma, sin el cual esta desfallece y finalmente muere, estuvo, ha estado y estará en nuestras vidas. Incluso en 2020, ha existido la alegría. Quizás para verla, hay que deshacerse de tantas cataratas que turban y perturban nuestra miradas, y que nos hacen caminar como cegatosos por el mundo y por la existencia.

Existe también la alegría. En la mano que saluda al enfermo desde el otro lado de la mampara. En el silencio abrazante de quien perdona y acepta ese perdón. En el reencuentro de dos familiares después de un tiempo de olvidos y rencillas. En el sabor de un café que anima el corazón y la charla.

Existe también la alegría. En quien carga con una bolsa de alimentos para el vecino desvalido. En quien manda un whatsapp con un te quiero. En quien junta sus manos para bendecirte. En quien escucha humildemente las razones del otro. En quien te agradece de corazón el don de tu tiempo, tu palabra y tu vida.

Existe también la alegría en el petirrojo que gorjea en la rama. En el olor del romero al cruzar el jardín. En el atardecer de fuego y oro que despide al día. En la lluvia que empapa los terrones y hace brotar las semillas. En la flor del almendro que susurra delicadeza y ternura. En el perrillo que, loco, se pone de manos al verte entrar por la puerta.

Existe también la alegría. En quien alarga su jornada de trabajo para consolar a un moribundo. En quien llora de emoción al escuchar la voz de un padre anciano y lejano. En quien sabe mirar con esperanza el horizonte del mañana. En quien celebra lo que tiene y no se queja de lo que le falta. En quien busca la verdad, más allá del prejuicio y de sus intereses. En quien comparte algo de lo suyo con seres lejanos que jamás podrán decirle gracias.

Existe también la alegría. 

Feliz Año Nuevo. Feliz Alegría también en los tiempos oscuros.


jueves, 24 de diciembre de 2020

La vacuna de Belén.



En lugar del Adviento del Mesías, el Adviento de la Vacuna. Y no negaré yo que todos estamos esperando una vacuna contra el coronavirus que ha dejado una formidable cosecha de muertos y otra no menos formidable cosecha de heridos. Una pandemia que nos ha sumido a todos en una suerte de tristeza, de desangelamiento, de irritación y de desconfianza. En verdad, todos estamos esperando una vacuna que nos devuelva la alegría, la sociabilidad, los encuentros y los abrazos. Pero a uno ya le cansa este continuo vocerío sobre la maravilla de la vacuna: las dosis, los laboratorios, los precios, la distribución, la prioridad de los vacunados. Y ese mundo feliz y libre que tendrá la humanidad cuando todos estemos vacunados.

Uno, que es ateo del poder y agnóstico de los telediarios, vuelve a releer con una cierta melancolía las páginas de Lucas y Mateo donde se nos describe la Primera Navidad. Unos cuantos personajes intervienen en el relato, que son como el resumen del mundo y sus habitantes. A una muchacha de Nazaret se le anuncia una gran noticia, algo increíble y fuera de toda razón y sentido común: la encarnación y nacimiento de un Niño, destinado a ser Dios-con-nosotros. Y el anuncio, curiosamente, no se anuncia a los representantes ‘legítimos’ de Dios en el mundo judío, que lo estaban esperando generación tras generación.

A un hombre, José, se le invita a cuidar de este niño, que no es el suyo, que nada tiene que ver con su sangre y con su semen. Y José acepta esta paternidad de la ternura y del amor, sin pedir explicaciones, como han hecho siempre los pobres y los que se saben poquita cosa. Y en ese punto de la Historia, el emperador Augusto de Roma, el César del mundo, quiere saber absolutamente todo de sus súbditos: dónde viven, qué piensan y qué odian o aman. Y ordena un censo global. Pues el poder no admite que nada se oculte a su mirada de señor de vidas y haciendas. Y también el Niño que aún no ha nacido quiere ser sometido al control y a la estadística. El poder no admite un Dios-sin-control.

Y María y José se suman a la riada de personas que se someten al censo. Pero una nueva vida llama a la puerta, una vida que se escapará a todos los censos y a todos los archivos, que no pertenecerá a ningún señor, ni a ningún pueblo, ni a ninguna patria, porque Él viene a lo suyo: la instauración de un Reino de Paz y de Justicia. En Belén, una humilde pareja llama a puertas de posadas y mesones, pero las posadas se cierran, porque la vida, en su máxima fragilidad, difícilmente encuentra albergue en este mundo. Al recién nacido lo arroparán las estrellas y le darán calor los animales.

Y en la noche oscura, unos pastores vislumbran una pequeña luz para sus vidas apagadas y aplastadas. Y ellos también sueñan con mundos de paz y ríos de leche. Y se ponen en camino. Un caminar incierto por las periferias del mundo, hacia las chozas de los que viven a la intemperie. Y allí descubren, asombrados y atónitos, a alguien más pobre que ellos. Una mujer que acaba de dar a luz, un hombre que intenta hacer una hoguera, y un Niño aterido de frío. Y se ponen de rodillas, es decir se ponen a su altura, la altura propia de los mendigos y de los indigentes. Y comparten su pan escaso y su queso duro, y tal vez el tañido gozoso de una esquila. Y una alegría, más grande que ellos mismos, se apodera de ellos. Y luego reparten esa alegría por otras casas y la distribuyen a sus vecinos, como el pan recién salido del horno. Y se sienten salvados y redimidos.

Y más adelante, de muchas naciones, hombres sabios y de corazón justo se pondrán en marcha, seguirán una estrella, en busca del verdadero Sol, que ilumina horizontes de igualdad y de paz. Abrirán de par en par los cofres de su corazón: anhelos no saciados, hambres no satisfechas, dolores sin cuenta y amores traicionados. Pero también: los sentimientos de oro, la gloria de cada ser humano, el perfume de las buenas acciones. Y estos hombres sabios –reyes de sí mismos- se sentirán llenos de una paz sin ocaso y de una vida sin final. Y ellos, que nunca habían inclinado la rodilla ante nadie, lo harán ante un Niño.

Pero también hay Herodes que temen por su trono, que no soportan que nadie les haga sombra, que les diga las verdades o haga luz en sus sótanos hediondos. El poder, y todos los vicios, no admiten competencia. Y Herodes ordena segar vidas, como quien siega hierba en las cunetas. Y no escuchará ni el lamento ni el desgarro de una madre. El grito de mil madres acompaña y hiere como una lanza a María, a José y a su hijo en el destierro a Egipto. El pan amargo del destierro les espera. Y es el pan que espera a todos los desterrados, los excluidos, los sin patria, sin casa, sin lecho y sin mesa.

Belén es la lección más importante que podamos aprender. Belén es el teatro del mundo, en cuyos actores nos podemos ver reflejados. Cada uno de sus ropajes ha estado alguna vez sobre nuestros hombros.

Quién ha frecuentado Belén desde pequeño ya está vacunado para siempre contra la sed de dominio y de control del Cesar de turno. Y también contra la violencia de los Herodes de cualquier época. Y también contra la falta de ternura y de acogida de los posaderos que tienen en sus manos las llaves del dinero y las influencias, de los contactos y de las decisiones importantes. Belén nos vacuna contra las ‘buenas nuevas’ que nos prometen a cada instante y en cada tiempo y que, apenas prometidas, se convierten en la desdicha de siempre y en la desgracia de todos los días.

Quien ha frecuentado Belén sabe cómo funciona el mundo y sobre qué goznes de bruticie gira. Quien ha frecuentado Belén conoce la alegría de las cosas pequeñas, la dicha que se encuentra al compartir, la ventura que supone descubrir gracia y vida en la debilidad más absoluta.





miércoles, 16 de diciembre de 2020

¿Eutanasia o 'euvivasia'?


 

Con alevosía y ‘covividad’ se tramita en estos días la ley de la eutanasia y del suicidio asistido. Con inusual celeridad en la tramitación, sin ningún diálogo abierto en la sociedad, con una ciudadanía paralizada por culpa de la pandemia, sin atender al Comité Nacional de Ética que no aconsejaba su tramitación,  y –lo que es denigrante- en un año en que, de forma miserable, miles y miles de ancianos han muerto por causa del Covid-19, en parte porque desde las autoridades no se permitía el acceso de los mismos a los hospitales. ..

Como apuntaba José Jiménez Lozano en las páginas de su último diario ‘Evocaciones y presencias', este darwinismo filosófico y esta ingeniería social son una victoria de la ideología hitleriana, aunque ahora este movimiento de la eutanasia esté liderado por banderas bien distintas, banderas progresistas, según nos cuentan a cada momento. Pero en el fondo es el mismo programa: el descarte de los improductivos o la invitación a que no den más la matraca con sus penas y dolencias, y pidan esfumarse de este mundo. 

Sé que es un tema muy delicado, como todos los que atañen a la vida humana y a la ética. Desde hace algún tiempo, se viene presentando el suicidio asistido como un caso de compasión. Se ofrecen al público casos extremos (por ejemplo, el del tetrapléjico Ramón Sampedro) y, a partir de ahí, se intenta que se vea todo este asunto como un asunto de altruismo.

La eutanasia y el suicidio asistido pueden parecer un progreso en humanidad, y sin embargo, creo yo, es la derrota de la humanidad misma, porque estamos confesando nuestra incapacidad para cuidar y para curar. Hay enfermos incurables, pero no incuidables.

Otra cosa bien distinta es que no se tendría que darse un encarnizamiento terapéutico ni el uso de medios extraordinarios que alarguen agónicamente la existencia. No es de recibo. Me parece a mí. Como también me parece que cargar a jueces y médicos con la responsabilidad de suministrar la muerte, es poner un fardo bien pesado sobre sus espaldas.

¿Cuál es el mayor riesgo que corremos con leyes así? Pues que, poco a poco, se cree una conciencia, difusa pero extendida, de que algunas personas, por su enfermedad o vejez, suponen una carga para el erario público, y para esta sociedad perfecta de mujeres y hombres sanos, fuertes, potentes y brillantes. ¿Podemos imaginar la presión, sutil pero eficaz, que dentro de no mucho se puede ejercer social, política, e incluso familiarmente, sobre ancianos, discapacitados, enfermos crónicos, afectados por problemas de salud mental o depresión, es decir sobre ‘inútiles’ o 'incordiantes' por su debilidad física o psíquica?

En Holanda, país pionero en estas cuestiones, la ley de la eutanasia creo que no está resultando ningún éxito. Y hasta jóvenes afectados por pérdidas de seres queridos, crisis, enfermedades transitorias o fuertes depresiones, han solicitado –y obtenido- el suicidio asistido.

Ese es el drama de la eutanasia. La cuestión merecería mucha reflexión y mucha cautela, y muchas otras normas y praxis para invertir en cuidados paliativos.

Pero hay un campo, formidable, magnífico, todo un desafío y un compromiso, donde cada individuo puede actuar. Cada ser humano, en su inmensa fragilidad, en su terrible soledad, en su falta angustiosa de sentido vital, debe encontrar a otros seres humanos capaces de sostenerlo, cuidarlo, protegerlo, animarlo, curarlo, acompañarlo y amarlo. Que ningún ser humano, cercano o lejano, sienta la tentación de pedir licencia para morir. En lugar de la eutanasia, la ‘euvivasia’ (con perdón de la Real Academia de la Lengua). En lugar de la buena-muerte, la buena-vida.

Y esta es una responsabilidad de cada uno: que cada ser humano, por el hecho de experimentar el apoyo de otros seres humanos, sienta que la vida puede ser bella y que merece la pena disfrutarla y vivirla.


 

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jueves, 3 de diciembre de 2020

Un paseo por el jardín de mis emociones

 


“Era un día de verano, con un sol espléndido”
. Así comienza el último libro que acabo de leer. A la hora de comer, cuando he llegado a casa, había un sobre en el buzón. Dentro, un libro titulado ‘Un paseo por el jardín de mis emociones”. Un regalo que los autores del libro han tenido la deferencia de enviarme.

Era un día de verano, de flores y mariposas, macetas en los balcones, pájaros que cantan, niños que juegan, pero Azahar estaba triste. Así se abre este singular libro que hoy ha caído en mis manos. Los autores de este cuento son jóvenes con discapacidad intelectual del Centro Villa San José (Palencia). Hace unos años empezaron a frecuentar la Biblioteca Pública de Palencia. Leían, comentaban, exponían, dialogaban sobre las lecturas. Después, animados por su coordinadora, Alma Arconada, dieron el salto a la escritura. Ellos y ellas tenían cosas adentro, tal vez adormecidas o no expresadas. Lo vivido, leído y escuchado. Instantes, miedos, inquietudes, rostros, sueños, emociones… muchas sentimientos que necesitaban ser traducidos en palabras escritas.

Así ha surgido este libro. La historia de Azahar, una chica con discapacidad intelectual, tan cerca y tan lejos de cada uno de nosotros, con los mismos pesares y los mismos pensares que cada uno de nosotros. Con palabras sencillas, Azahar nos cuenta sus emociones: la tristeza por la pérdida de un ser querido, la necesidad de ser escuchada, la confusión de lo que siente, la difícil convivencia, el rechazo al otro, el cosquilleo de un enamoramiento, la alegría burbujeante de quien prueba el amor y la amistad. Pero también la ayuda de una ‘estatua’ que nos comprende, nos quiere, se preocupa por nosotros, nos enseña y nos ofrece consejo y consuelo… Esta estatua del jardín es todo un personaje del cuento: ¿Un amigo, un padre, una educadora, Dios, nuestra propia conciencia? Y lo que es más importante: La estatua del jardín mágico es el espejo que le hace comprender a Azahar que es en su interior donde verdaderamente puede hallar la fuerza y los recursos para afrontar el día a día, con sus penas y sus alegrías.

Elena, Mª del Rosario, Soledad, David, Sergio, Pedro Manuel, Consuelo, Alejandro, Estíbaliz, Marco Antonio, Jesús y José Antonio… todos ellos son Azahar. Y todos ellos somos nosotros. Estos ‘escritores’ de Villa San José, contándonos cosas de Azahar, nos cuentan cosas suyas. Descubriendo las emociones de Azahar, descubrimos sus propias emociones, no diferentes y no distintas de las nuestras, de las que bullen en el interior de cada lector.

El libro ha tenido una ilustradora muy valiosa y muy capaz, Esmeralda González Delgado, que ha sabido interpretar el texto escrito con acierto y belleza. Hay que valorar, no poco, la cuidada y esmerada edición en la que el libro se nos presenta.

Que en un proceso creativo, bien orientado y acompañado, unos jóvenes con discapacidad intelectual hayan sido capaces de expresar sus sentimientos, de hilar, frase a frase, un libro, de imaginar situaciones, de retratarse en Azahar, dice mucho de la ‘genialidad’ que perfuma a estos chicos y chicas de Villa San José. En su discapacidad capacitadora, en su diferencia, anida el ‘ángel’ de la grandeza de cada ser humano, valioso por el hecho de serlo y haber sido llamado a la existencia y a la convivencia con el resto de hombres y mujeres de este mundo, en igualdad de oportunidades y en diversidad de dones.

¿Es exagerado si pido para ellos el Nobel de Literatura? No lo sé. Creo que, por el hecho de haber tocado con sus manos y visto con sus ojos este libro tan bonito, recién salido de la imprenta, estos jóvenes escritores se sienten tan dichosos y tan felices como si hubieran ganado dicho galardón. 

Y para acabar: Se nos invita a leer este cuento con los pies descalzos. Y no es una tontería. Solo quien se descalza y está dispuesto a calzarse los zapatos del otro podrá entender su caminar, ligero o renqueante, cansado o alado, alegre o triste. Leer es dejarnos asombrar y fascinar por el alma de un libro. ¡Feliz lectura!

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Puedes adquirir el libro directamente en la tienda de Villa San José (Palencia): 9 euros.

Si deseas que te lo envíen: contacta con: https: //m.facebook.com/VillaSanJosePalencia/

https://fb.watch/28NPCLNvUW/








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