Adán Breca en camino
Apuntes de actualidad, humanidades y espiritualidad
miércoles, 30 de abril de 2025
Un selfie garrulo en el funeral del Papa
El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas
La muerte del Papa Francisco me pilló con el libro “El loco de Dios en el fin del mundo”
que acaba de publicar el escritor español Javier Cercas. En mayo de 2023,
mientras el escritor firmaba libros en el Salón del Libro de Turín, se le
acercó el responsable de la Editorial Vaticana, Sr. Fazzini, y le propuso algo
sorprendente: acompañar al Papa en su viaje a Mongolia para escribir un libro.
Javier Cercas, ateo, anticlerical y laicista, pensó que el Vaticano había
perdido los estribos si encargaba un libro a un escritor con ese currículum. La
propuesta le pareció disparatada y fuera de lugar. Pero también era un encargo
de los que nunca se presentan en la vida de un escritor, un regalo llovido del
cielo. Además, le dijeron que el Vaticano no pensaba poner ninguna condición,
ni siquiera pedían revisar el texto o que se publicase en su editorial.
Libertad total para escribir lo que quisiera y con la editorial que quisiera.
Durante un tiempo, Cercas habitó el territorio de la perplejidad y la duda.
Luego pensó en su madre, viuda,
católica, con los primeros síntomas de alzheimer, y que repetía en muchas ocasiones
que no la asustaba la muerte, porque cuando llegase, iría al encuentro con su
marido, el único y largo amor de su vida, porque ella creía sin dudas en la
resurrección de la carne y en la vida eterna prometida por Cristo.
Cercas cuenta que el libro de Unamuno San Manuel Bueno Mártir, leído a los
catorce años, le hizo perder la fe y la práctica religiosa. Desde entonces,
como tantos españoles de su época, se hizo ateo militante y anticlerical practicante.
Al final decidió aceptar la invitación vaticana, a condición de mantener una
conversación a solas con el Papa para preguntarle sobre la resurrección de los
muertos y poder llevar la respuesta a su madre de parte del Papa.
El libro es ensayo sobre un minúsculo
estado, el Vaticano, probablemente el único ‘estado’ planetario. Es estudio de
la Iglesia, el único imperio que lleva dos milenios en activo y con una fuerza inexplicable,
a pesar de la crisis de fe que ataca a Europa por los cuatro costados. Es crónica
del viaje papal a Mongolia, sucesión de entrevistas, resumen de lecturas sobre
el tema, biografía del Papa Francisco... Y todo ello salpimentado con recuerdos
y memorias del propio autor. El libro tiene su parte de intriga, de crítica
acerba, su mala leche, su elogio y admiración por aspectos luminosos de la
Iglesia, como la vida abnegada de los misioneros o el afán de Francisco por poner
en el centro de la Iglesia a Cristo y a los pobres.
Antes de llegar a Roma, Javier lee y lee sobre Francisco (periferia,
sinodalidad, discernimiento, alegría, misericordia), en un intento de entender
la figura de Jorge Mario Bergolio, que no deja indiferente a nadie: detractores
acérrimos y admiradores sin peros. Una frase de Michel de Montaigne: “Hay tanta diferencia entre nosotros y
nosotros mismos, que entre nosotros y los demás”, le sirve para buscar e
indagar en los muchos Bergoglios que han existido antes de marzo de 2013 cuando
fue elegido Papa: Bergoglio enamoradizo, Bergoglio próximo al peronismo, Bergoglio
jesuita, Bergoglio Provincial de jesuitas, Bergoglio alejado de los jesuitas,
Bergolio obispo y arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio defensor de los curas
villeros (curas que viven en los extrarradios paupérrimos de Buenos Aires,
compartiendo todo con los más pobres), Bergoglio crítico con el gobierno argentino.
Bergoglio conservador, bergoglio reformista, etc. Ese intento de acceder a las
distintas caras o épocas de Bergoglio creo que es lo más acertado del libro, porque
nadie es un círculo que se ve a primera vista, sino un poliedro de muchas
caras. Así es el ser humano. Todo yo debe ser matizado por otros yoes
contrarios y contradictorios.
El Vaticano le abre sus puertas y le
facilita encontrarse con altos cargos de la Santa Sede para entrevistarles y tratar
de entender al Papa y a la Iglesia del momento presente. Cardenales, obispos, consagrados,
laicos, hombres y mujeres. En los días previos y posteriores al viaje a
Mongolia, Javier Cercas pasa por los despachos, y comparte comida y café en el
comedor vaticano o en las trattorie romanas.
El viaje del Papa a ese lugar remoto del mundo, insignificante política,
cultural y económicamente hablando, ocupa un buen tramo del libro. En su
intento por llegar a los países periféricos, Francisco tiene la osadía de
visitar un país donde todos los católicos caben en una foto: apenas mil
quinientos fieles, incluido el pequeño grupo de misioneros presididos por el
cardenal Marengo. En el viaje se le abren las puertas de las misiones y es allí
donde comprueba el coraje, la fe, la luz, el heroísmo de estos misioneros que
no se dedican a convertir sino a ayudar a los más pobres en este país donde las
temperaturas alcanzan fácilmente los cuarenta grados bajo cero.
De vuelta a Roma, y antes de volver a
España, aún tendrá ocasión de realizar nuevas entrevistas y de completar su
búsqueda. El libro se lee con mucho interés. No es ni mucho menos -lo que se
agradece-, una hagiografía de Francisco o una visión edulcorada del Vaticano.
Hay crítica, pero también admiración. Es un libro muy distinto a lo que
habitualmente se escribe sobre el Papa, en plan argamasa turronera. Al mismo
tiempo, el hecho de que el libro haya sido encargado a un ateo, nos da una idea
de esa apertura que existe en la Iglesia que no es monolítica, secreta o
hermética, como se dice con frecuencia, sino un edificio construido con una
amplia gama de sensibilidades y puntos de vista (¿alguien se puede imaginar el
encargo de un libro sobre el presidente del Gobierno a un escritor
declaradamente antisocialista o antisanchista?). El loco de Dios en el fin del
mundo tiene el valor añadido de haber sido escrito por alguien que 'no es de la
casa', y que ha hecho un enorme esfuerzo para entender y comprender las luces, las
sombras y esas zonas de penumbra que son las que siempre pasan inadvertidas.
Al final del libro he pensado en la famosa sentencia de Baruch de
Spinoza: “Non ridere, non lugere, neque
detestari, sed intelligere”, traducida normalmente por “No reír, no lamentar ni detestar, sino comprender”. Lo que
significa una propuesta de compresión racional y de observación imparcial de
las acciones y del pensamiento humanos. La máxima spinoziana es, en el fondo,
una invitación a dejar de un lado nuestros prejuicios e intentar comprender las
causas detrás de los hechos y las razones que llevan a esos actos.
domingo, 27 de abril de 2025
Luisge Martín y José Bretón: El odio
A estas alturas, la publicación o no del libro El odio, de Luisge Martín, sobre el caso José Bretón, va a ocupar tantas páginas como las que en su día ocupó el propio caso: el asesinato de sus dos propios hijos, de corta edad, como una venganza infinita contra la madre de los pequeños. ¿Es lícito o no es lícito publicar un libro sobre un asesino? ¿Supone la publicación del libro una especie de victoria del asesino? ¿Debe prevalecer el derecho a saber o el derecho de la madre de los niños a que no se reviva una vez más su sufrimiento y el honor de los pequeños asesinados? Yo creo que todo depende del punto de vista que Luisge Martín haya dado al caso. Yo no he leído el libro y no sé si el escritor blanquea un poco la historia de José Bretón o, al contrario, es un alegato contra la crueldad insensata del padre y el misterio de la iniquidad que siempre acecha al ser humano.
Recuerdo haber leído algún otro libro que trataban casos similares. El más terrible, El adversario, de Enmanuel Carrère. Lo leí conmocionado y en ningún momento su lectura provocó en mí simpatía alguna hacia el protagonista, Jean-Claude Romand que asesinó a su mujer, hijos y padres para evitar que se descubriera la verdad sobre su doble vida. Mi simpatía fue hacia las víctimas que fue dejando a su paso por el mundo. Y sobre todo me enseñó una cosa: el adversario, otro de los nombres del demonio, puede en cualquier momento apoderarse de nuestro corazón y convertirnos en monstruos.
En toda esta historia de l publicación del libro El odio puede haber no poco del espíritu de esta época: angelismo generalizado, buenismo sentimental y anhelos de cancelación.
viernes, 25 de abril de 2025
Papa Francisco: un evangelio para los últimos
A pocos días de su fallecimiento, ocurrido el 21 de abril
de 2025, miles de artículos inundan los periódicos, y miles de imágenes las
televisiones de todo el mundo. Desde todos los puntos se analiza la figura de
este Papa, que no ha sido un Papa de transición ni un Papa más en la larga
lista de 266 pontífices, desde Pedro hasta nuestros días.
Lo primero que se puede decir es que la llegada de Jorge María Bergoglio
a la cátedra de Pedro fue una sorpresa para los que apenas sabemos algo de
media docena de cardenales, pero no para los, al menos, dos tercios de cardenales
que lo votaron en la Capilla Sixtina en marzo de 2013: lo conocían y admiraban
su estilo y su trabajo en Buenos Aires y su liderazgo en Latinoamérica. Y quisieron
trasladar esa forma de hacer y de pensar a la Iglesia Universal. Por lo tanto
la “revolución Francisco” ha sido posible porque un buen número de obispos pensaba
como él.
La elección de su nombre, Francisco, fue la presentación de un
programa que incluía varias reformas en los tejados eclesiásticos, a veces con
muchas goteras y con mucha suciedad encima. Un programa que incluía la
sencillez y la alegría del poverello de
Asís y el beso a los leprosos de este mundo.
Como buen hijo de San Ignacio de Loyola, el discernimiento formaba parte de su ADN y de su método. El
discernimiento observa la realidad del mundo tal y como es (no como nos
gustaría que fuese) y a partir de ahí elige la mejor decisión para transformar
la realidad.
Misericordia
fue una de las palabras clave en sus doce años de pontificado. La misericordia
acerca el corazón a los miserables del mundo para acariciarles. La misericordia
que Dios tiene frente a los pecadores (Francisco siempre pedía a los fieles que
rezasen por él), y que los cristianos deberíamos practicar frente a quien nos
ha ofendido, ha cometido errores o simplemente está en otra onda de
pensamiento.
También el clericalismo de obispos, sacerdotes y religiosos era para Francisco
el pecado más extendido en la Iglesia, un pecado que a su vez producía muchos otros pecados. El clericalismo, ese saberse o creerse cristianos superiores,
cristianos de primera clase, élite, casta privilegiada frente a los laicos, a
las mujeres y la masa anónima de fieles. Una élite que con frecuencia buscaba
honores, privilegios, status y púlpito desde el que evangelizar, en unos casos,
y adoctrinar, en otros, al pueblo ignorante.
A mi modo de ver Francisco en estos doce años ha escrito un evangelio para, sobre y de los últimos. Unas veces con palabras y discursos, y en muchas ocasiones con gestos clamorosos y llenos de poesía. El abrazo a un hombre, Vinicio Riva, con un rostro deformado por los cientos de tumores. La decisión de enterrar en el cementerio teutónico del Vaticano, en medio de príncipes y cardenales, a un mendigo que fue encontrado muerto en las cercanías de Plaza de San Pedro. La instalación de duchas y servicio de peluquería en el Vaticano para dar aseo y dignidad a los sin techo. El inicio en 2015 del Año Santo de la Misericordia que quiso inaugurar abriendo antes la puerta de la catedral de Bangui (República Centroafricana) que la de San Pedro. Consolar y asegurar a un niño, Enmanuel, que lloraba porque no sabía si su padre, ateo, tendría un sitio en el cielo, y al que el Papa aseguró que, puesto que había sido un papá bueno, Dios no lo abandonaría. Arrodillarse para besar los pies de los representantes de Sudán dispuestos a firman un acuerdo de paz. El lavatorio de los pies, año tras año, a los encarcelados de todas la religiones en la cárcel de Regina Coeli. Su primer viaje a la isla de Lampedusa para rezar y llorar por los emigrantes muertos en la travesía. La visita a Mongolia, un país de apenas mil quinientos católicos, pero con misioneros abnegados en medio de una mayoría budista y chamanista. La encíclica ‘Laudato si’ sobre el valor de la creación, el peligro del cambio climático, y la obligación de entregar a las generaciones venideras una Tierra no agotada en sus recursos. La declaración de Abu Dabi, sobre la fraternidad humana, que firmó junto al Gran Imán Al-Azhar. Los nombramientos de dos mujeres como altos cargos de la Iglesia: Simona Brambilli, prefecta de un Dicasterio y Raffaela Petrini, gobernadora del Estado-Ciudad del Vaticano. Su respuesta a un periodista que preguntaba sobre los gays: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntada, ¿quién soy yo para juzgar? O la bendición desde una plaza de San Pedro completamente vacía, a toda la humanidad que asistía, impotente y desolada al avance imparable del jinete apocalíptico del covid. O la visita a un Irak en ruinas para apoyar a la martirizada población cristiana, un viaje considerado de algo riesgo. La visita a tantos lugares periféricos de Roma y del mundo, barrios que no cuentan, naciones que nada significan. Y tantos otros gestos…
Tal vez en sus reformas llegó hasta
donde supo llegar y hasta donde le dejaron, porque la Iglesia es tan grande,
tan poliédrica y con tantas sensibilidades que lo que se opina en Roma no es lo
mismo que lo que se piensa en Manila, Accra, Lima o Quebec. Desde mi punto de
vista su pontificado ha sido altamente significativo, aunque sólo sea por subrayar, a tiempo y a destiempo, la enseñanza más importante de Jesús: Dios está en el
hermano que sufre. Sin embargo ha habido algunas zonas de penumbra.
En mi humilde opinión, la sombra más
dramática que el Papa Francisco deja a su muerte es una Iglesia bastante
dividida, tal vez la más fragmentada en mucho tiempo. Francisco tuvo, desde el
primer momento, una oposición feroz dentro de las propias filas. Las críticas
son legítimas y necesarias, pero cuando se pierde el respeto, la cortesía y la
civilidad, se pierde también la razón, y se entra en el terreno del odio. Como
ningún otro Papa sintió sobre su cogote la ira y los insultos de algunos
sectores de la Iglesia y sus medios de comunicación ruidosos (hubo grupos de sacerdotes que se reunían semanalmente para rezar por su muerte). Pero también es
cierto que el Papa y su entorno no supieron integrar y acoger las sensibilidades
conservadoras que existen entre los católicos. Como todos los impetuosos y
seguros de su punto de vista, el Papa caminaba deprisa, sin esperar a los
rezagados, los confundidos y los que se sintieron perdidos, que no fueron
pocos. La prohibición de la misa ad
orienten pudo ser el más clamoroso, pero también el castigo al Opus Dei, las
rebajas en la belleza y el misterio de la liturgia, el nombramiento de
cardenales excesivamente afines a su ideario, los comentarios agrios sobre política
migratoria norteamericana, pero no así sobre la persecución religiosa en
Nicaragua o los cinco millones de refugiados de Venezuela, o la falta de
derechos humanos en China. Este malestar quedó patente cuando la declaración “Fiducia supplicans” que abría el camino
a la bendición de los divorciados vueltos a casar y de las personas LGTBIQ+ fue
abiertamente desobedecida en muchos lugares del mundo.
Sucedió en muchos momentos de su pontificado que los de fuera de
la Iglesia le sintieron cercano y los de dentro le sintieron lejano. Nunca
llueve a gusto de todos, se podría decir, pero algunos pensaban que Francisco
se parecía al familiar que es muy simpático y hablador fuera de casa, pero más
bien serio con la familia. Tal vez, simplemente, Francisco tuvo que pagar un
precio: el de quien llama a las cosas por su nombre, da cuatro voces y zurriagazos a los que han convertido el templo en mercado, abre las ventanas para que
entre aire fresco, e invita al banquete de Jesús a los mendigos, a los
enfermos, a los migrantes, a los ateos, a los forasteros, a los creyentes de
cualquier religión, a los pobres. En fin, el enfermero que en su hospital de
campaña, cura las heridas y cauteriza las llagas, a veces con medicinas que
calman, y otras, con medicamentos que escuecen.
En ningún momento, podemos afirmar, perdió la alegría de ser
cristiano, salpicada aquí y allá de una buena dosis de humor, como pedía
constantemente Tomás Moro en su oración. Fue un Papa encantado de serlo, como
si toda la vida se hubiera preparado para esta misión. Esa, al menos fue la
impresión desde que apareció por primera vez en el balcón recién elegido Papa y
hasta su última bendición Urbi et Orbi pocas horas antes de morir.
miércoles, 23 de abril de 2025
El niño mutilado de Gaza
¡Miradlo! Se llama Mahmoud
Ajjour. Tiene nueve años. Es un niño de Gaza. La instantánea la firma el fotógrafo
palestino Abu Elou y ha sido elegida como la mejor fotografía del año según el World Press Photo, el más prestigioso
galardón en este campo.
El pequeño Mahmoud mientras andaba por una calle en ruinas de Gaza se giró para instar a su familia a
seguir caminando, pero una explosión le voló los brazos. Pudo abandonar la
franja de Gaza y recibir asistencia médica en Qatar. Ahora aprende a jugar con
el teléfono y a abrir las puertas con los pies.
“Esta es una fotografía
silenciosa que habla poderosamente: cuenta la historia de un solo niño, pero
también de una guerra más grande, cuyas consecuencias resonarán durante
generaciones”, comenta la
directora de World Press Photo.
Gaza ostenta, en este momento, un triste record: el de más niños
amputados por kilómetro cuadrado. Muchos terroristas de Hamás han huido de Gaza
o lo harán más adelante. Los gobernantes criminales de Israel seguirán viviendo
bien con sus sueldos abultados. Pero los mutilados recordarán siempre que hubo una guerra y que
esta guerra dejó bien jodidos a niños inocentes, como Mahmoud, a civiles
inocentes a los que la guerra les llovió del cielo, sin buscarlo y sin
proponérselo. E incluso a soldados forzados a defender en el campo de batalla
una idea de patria que los políticos idearon en sus Consejos de Gobierno, en
salones con aire acondicionado y agua mineral al alcance. Al final, son y serán
los mutilados los que paguen la amarga factura de la guerra.
Un gasto en armas por la puerta de atrás
Aprovechando que toda la información del día giraba en torno a la
Plaza de San Pedro por la muerte del Papa, el Sr. Sánchez, sin consultar al
Parlamento ni pedir su aprobación, ha dado a conocer su intención de aprobar una
cantidad astronómica para el rearme del Ministerio de Defensa, una vieja
exigencia de Europa, pero que él, por aquello del buenismo pacifista izquierdista, dilataba una y otra vez. El día
anterior a la divulgación de esta noticia, habíamos visto al propio Sánchez y a
sus ministras y ministros compungidos y llorosos por la muerte del Papa. Y sin
embargo, la ocasión les ha venido al pelo para hacer pasar de puntillas esta
noticia de gasto estratosférico. Un gasto aquí, siempre significa un recorte
allá, no nos engañemos. Nada más alejado del espíritu de Francisco que este
clima prebélico y esta incesante algarabía mundial de tanques, aviones y
tropas. Pero sobre todo, esta es una prueba –una más- de la cobardía de un
presidente que no se atreve a dar la cara en ningún momento, ni en el
Parlamento de España ni en el pueblo de Paiporta.
lunes, 21 de abril de 2025
Un Panettone de Oro para Leo Bigelli
El árbol generoso
The giving tree es un cuentecillo de apenas dos páginas.
Fue escrito por el prolífico autor norteamericano Shell Silverstein, para sus dos hijos, como una manera de entretenerles
pero a la vez de provocar en ellos la reflexión. En español se conoce como El árbol generoso. El P. Leo Bigelli
profesaba una admiración increíble por este cuento. Y en el internado de
Aguilar de Campoo, el cuento servía en campamentos y cursillos como material
para la reflexión. El cuento provocaba debate y discusión, análisis de actitudes, promesas y compromisos
de bondad y oraciones ingenuas y sinceras. En alguna ocasión se llegó a poner
en escena esta pequeña obra maestra, que Silverstein publicó en 1964, con
ilustraciones propias, y que fue traducido a más de treinta idiomas, y
utilizado hasta el infinito como material pedagógico en los colegios.
El cuento narra la relación
entre un niño y un árbol. Él árbol se siente feliz cada vez que puede ayudar a
su amigo en cada una de las etapas de su vida: al niño le regala sus ramas para
columpiarse y sus hojas para tejer una corona; al joven, le ofrece sus frutos
para que los pueda vender y ganarse un dinero; al casado le entrega sus ramas
para construir una cabaña donde vivir; al adulto desencantado le da su tronco
para hacer una canoa y recorrer el mundo; al anciano cansado le ofrece lo único
que le queda: un tocón donde descansar como cualquier viejecito al sol. Y en
todos los momentos, el árbol se siente feliz por poder ofrecer algo de lo suyo a
su amigo, para hacerle la vida más fácil y llevadera, sin reprocharle ni
exigirle nada a cambio.
Y cuando el cuento acababa de ser leído, llegaban en tromba las
preguntas: “¿Somos felices cuando damos y facilitamos la vida a los demás? ¿La
felicidad es dar, o mejor dicho, darse? ¿Nos acordamos del árbol únicamente
cuando nos van mal las cosas y necesitamos algo? ¿Quién es este árbol feliz? ¿A
quién podríamos compararlo? ¿Quién es el niño, el joven, el adulto y el anciano?
¿Con quién nos identificamos? ¿Qué significan el columpio, las manzanas, las
ramas, el tronco, el tocón? ¿Es el
cuento la relación entre un egoistón y un generoso hasta el extremo? ¿Es una
historia triste porque el niño se aleja continuamente del árbol? ¿O es una historia
luminosa, porque al final quedan los dos, el niño-anciano y el árbol-tocón,
enlazados para siempre?
Alrededor del fuego de campamento o a
la sombra de la chopera del Colegio San José, los niños y adolescentes meditábamos,
reflexionábamos, orábamos y escribíamos compromisos para el día siguiente o
para la vida entera. Los niños que en los años setenta del pasado siglo
escuchábamos el cuento ya somos sesentones o casi setentones, ¿Qué ha habido en nuestra vida de
árbol generoso y qué de niño? ¿Para quién hemos sido árbol generoso? ¿Ante
quién hemos sido eterno niño pedigüeño?
Lo que es cierto es que yo no me había vuelto a acordar de este
cuento en muchos años. Pero el pasado Viernes Santo, en los oficios de la Pasión
de mi parroquia, el P. Alberto Ruiz recordó en la homilía este cuento, poniendo en paralelo el árbol
generoso del cuentecillo y el árbol de la cruz donde pende el
Crucificado. Y en ese momento, como en el episodio de la magdalena de Marcel
Proust, me acordé del cuento, de los campamentos y cursillos del Colegio San
José, y del querido P. Leo Bigelli, que en todo ponía pasión, música y poesía.
En 2011, en un viaje a Italia, visité a
Leo Bigelli, mi antiguo educador. Por entonces trabajaba en Milán, en la Casa Gastone, una
casa de acogida para personas sin techo. Compartí la cena con Leo y sus amigos, y noté
al instante que todos ellos le querían como a un padre. ¿Pero cómo no iban a
quererle si había salido por las calles de un Milán inhumano a buscarlos, los
había llevado a su casa, les había devuelto la autoestima, les había llamado
‘amigos’, y preparaba cada noche el tupper de comida y el termo de café con
leche para aquellos a los que había buscado un pequeño trabajo que les
ocuparía parte del día y les devolvería la dignidad?
Leo Bigelli nos hizo descubrir muy
pronto El árbol generoso, pero también El Principito, un libro
que luego me ha acompañado tanto. No sé hasta qué punto, teniendo en cuenta las
cabezas atolondradas de adolescentes, este Árbol generoso haya sido semilla y
brote y fruto en nuestra vida. Quiero creer que algo habrá quedado de aquel
cuentecillo.
viernes, 18 de abril de 2025
"Sed tengo", de Gregorio Fernández
Sed tengo es el primero de los grandes pasos que Gregorio
Fernández realizó para la Semana Santa de Valladolid. Fue un encargo de la
cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, integrada por el gremio de los
pasamaneros, por entonces muy activos en la ciudad. Gregorio Fernández, con la ayuda de su taller, lo llevó a cabo
entre 1612 y 1616. Después de muchas vicisitudes históricas, el paso acabó
integrado en las colecciones del Museo
Nacional de Escultura, un museo que cada Viernes Santo abandona para
participar en la Procesión General de la ciudad del Pisuerga, portado por la Cofradía de las Siete Palabras.
El paso está compuesto por el Cristo clavado en la cruz y cinco
sayones: sayón de la escalera o del rótulo, sayón de la esponja de vinagre, soldado
vestido con armadura y lanza en mano, sayón descalabrado que lanza el cubilete con los dados y
sayón que mira al suelo para ver el resultado de los dados.
“Tengo sed” fue la quinta de las siete
palabras que cristo pronunció desde la cruz (las otras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hoy estarás conmigo en
el Paraíso. Mujer, ahí tienes a tu hijo. ¿Por qué me has abandonado. Todo está
consumado. En tus manos encomiendo mi espíritu). Las ‘Palabras’ constituyen,
por tanto, una especie de testamento o resumen de la vida de Jesús de Nazaret. Cada
Viernes Santo, la cofradía titular de las Siete Palabras convoca a
vallisoletanos y forasteros a acudir a la Plaza Mayor para escuchar a un orador
sagrado el Sermón de las Siete Palabras. Este acto, con toda su solemnidad y
teatralidad, conserva aún la atmósfera de los grandes autos sacramentales
llevados a cabo en la Plaza Mayor con motivo de las fiestas religiosas o de los
autos de fe que tuvieron lugar en este mismo escenario contra hombres y mujeres
acusados de herejía.
El paso Sed tengo tiene forma de pirámide, geometría de equilibrio y
perfección constructiva. Tiene una altura muy considerable, pues encaramado a
la escalera y por encima de la cabeza de Cristo, el escultor coloca un sayón. La
teatralidad barroca es la seña de identidad de los pasos de Gregorio Fernández.
El pueblo iletrado es capaz de leer estas imágenes y conmoverse hasta las
lágrimas, darse golpes de pecho, arrancar improperios contra los sayones o arrodillarse
conmovido. Desde todos los ángulos de la plaza o de la calle, los devotos
podían comprender el desarrollo de la Pasión de Jesús. En el caso concreto que
describo, el paso reúne varios momentos de la Pasión: el grito de Jesús que
clavado en la cruz, las manos crispadas por la el dolor y la fiebre, grita:
tengo sed. El momento en que un sayón acaba de fijar al madero el rótulo del
motivo de la condenación, resumida en el INRI, Jesús, el Nazareno, el Rey de los Judíos. La escena en que echan a
suerte la túnica de Jesús, tejida de una sola pieza de arriba abajo. Y
finalmente el instante en que un sayón, sirviéndose de una caña a modo de
hisopo, acerca una esponja empapada en posca, vinagre con agua, muy utilizada
por las legiones romanas, a los labios
de Jesús, mientras que otro sayón-soldado mira, curioso y burlón, al
crucificado.
El Cristo tallado por la magistral
gubia de Gregorio Fernández es uno de los más hermosos que salió de sus manos:
cuerpo esbelto y delgado, perfección anatómica, huellas de la flagelación en su
espalda, marcas de las tres caídas en sus rodillas, rostro hermoso, manos
crispadas que indican el momento en que el sufrimiento llega a su límite, expresión
de mansedumbre y compasión, ojos entrecerrados, regueros de sangre en la
espalda, brazos y piernas.
En cambio, Gregorio Fernández esculpió los sayones con todos los
estragos del vicio, la brutalidad y la fealdad. Esto es algo también muy
barroco, porque la idea de bondad-belleza y fealdad-maldad ha sido un artificio
del que se han servidos muchos artistas. Los fieles debían comprender, al primer
vistazo, quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero lo que verdaderamente
reflejan los sayones, no es la vileza ni el crimen, sino la indiferencia ante
el mal. Por costumbre, por supervivencia, por obediencia, por instinto a seguir
el juego a los que administran justicia y deciden sobre la vida y la muerte de
los demás. Los que echan a suerte sus ropas simplemente están ejerciendo su
derecho a quedarse con las vestiduras de los condenados. Una especie de salario
por su tarea ingrata de conducir a los reos hasta el lugar de la crucifixión.
El sayón encaramado a la escalera simplemente obedecía órdenes de clavar el
INRI en el madero. Era su oficio. Probablemente no conocía ni el latín ni el
griego ni el hebreo, las tres lenguas en las que estaba escrito el cartel. El
sayón que le da a beber la posca, le da a beber lo único que tiene a mano, una
mezcla de agua y vinagre, y que podía calmar la sed abrasadora que atacaba a
todos los crucificados, pero también provocar las náuseas y el vómito. Lo que
sí es cierto, como nos dicen los evangelistas, es que todo el mundo, los
sayones y soldados incluidos, se reía y hacía mofa de los crucificados. Los condenados eran, en su mayoría, pendencieros y bravucones, ladrones u
homicidas, rebeldes contumaces que habían desobedecido las leyes con altanería
y chulería, habían atropellado o habían desafiado la autoridad religiosa. Pero
en el momento de la crucifixión eran guiñapos de carne destrozada, cuerpos
desgarrados por la asfixia, atormentados por la sed o los huesos descoyuntados.
Simples piltrafas. Y por ello los sayones podían burlarse de ellos, recordarles
sus fechorías y, así, humillarles y vejarles delante de todos. Las masas, ya se
saben, son cambiantes y mudables. Bastan cuatro consignas para que cambien de
bando y de parecer. Por eso, en el fondo, el populacho acudía gustoso y festivo
a estos espectáculos.
Los sayones son el reflejo, no de nuestra maldad, sino de nuestra
capacidad para mimetizarnos con los deseos de los gobernantes y con los
eslóganes de la chusma en mayoría. No es la maldad, es la indiferencia la que
prevalece. O la obediencia ciega a quien ordena y manda. Hanna Arendt lo
resumió muy bien en su famosa expresión: “la
banalidad del mal”. El mal puede ser llevado a cabo por personas corrientes
y molientes que, en determinadas situaciones de embrutecimiento colectivo,
aplauden, gritan, lanzan piedras o bombas. Lo mismo que, en determinadas
circunstancias, fríos funcionarios o soldados ejecutan lo que se espera de
ellos en esa hora precisa.
El grito desgarrador de Jesús en la
cruz “Tengo sed” será siempre el
grito de los hombres y mujeres que sufren en cada momento. Tienen sed los migrantes que en cayucos arriban a
nuestras costas, y que esperan desesperadamente que un voluntario acerque a sus
labios una botella de agua. Tienen sed de pan, valga la contradicción, los niños desnutridos de tantos países del
llamado Tercer Mundo. Tienen sed de paz los soldados que, sin comerlo ni beberlo, tienen que ir al frente a
defender decisiones políticas tomadas en impolutos despachos. Tienen sed de
compañía los ancianos aparcados que
no reciben visitas, ni abrazos, ni un solo gesto de afecto. Tienen sed dignidad
los trabajadores a los que un
sistema injusto laboral condena a un trabajo de esclavos, incluso en nuestras
ciudades opulentas. Tienen sed de respeto tantas mujeres maltratadas en sus propios hogares o víctimas de
explotación sexual en burdeles de carretera. Tienen sed de cultura y
oportunidades niños y jóvenes de todas
las periferias, que desde pequeños se sentirán condenados a una cadena perpetua
de subclase.
“I thirst” estaba escrito por todas las
partes en la casa de Madre Teresa de
Calcuta, en el Congo. Este grito de Cristo en la cruz fue elegido por la
misionera de origen albanés para dar sentido a su vida y trabajo en medio de
los pobres más pobres. Tengo sed
escrito en inglés lo leí nada más llegar al orfanato de las Misioneras de la Caridad en Kinshasa en
1998. Lo vi escrito en letras grandes en el comedor donde más de dos centenares
de niños huérfanos devoraban su plato de fufú
y su vaso de agua. Escrita ahí, en este comedor de niños abandonados, tenía
todo su sentido y su valor.
También la Madre Verónica, fundadora de Iesu
Communio ha hecho de esta ‘quinta palabra” el centro de su vida. Ella lo
escribe siempre en hebreo, la lengua de Jesús. Y suena así: Tsajenà.
Y en su caso no se refiere a la sed material, sino a la sed de dignidad de
tantos seres humanos. Precisamente ella, nacida María José Berzosa, al emitir
sus votos religiosos, quiso llevar el nombre de Verónica, no por la mujer que
limpió, según los evangelios apócrifos, el rostro de Jesús en la Calle de la
Amargura, sino por la joven maltratada y explotada que conoció en Burdeos.
Ella, Véronique, gritaba llorando “nadie
me quiere, no tengo a nadie”, que es otra manera de gritar: “Tengo sed”.
Cada Viernes Santo en la ciudad de
Valladolid, el paso Sed Tengo, de
Gregorio Fernández, no es solamente una simple evocación de una escena ocurrida
en Jerusalén hace dos milenios, sino una fotografía exacta de nuestro mundo. Y
tal vez de nuestro corazón.
martes, 15 de abril de 2025
La vegetariana, de Han Kang
No conocía a Han Kang antes de que la academia sueca le concediese el premio Nobel. La vegetariana es el primer libro que leo de esta escritora surcoreana. He de confesar que me ha gustado mucho. Y espero hincar el diente a algún otro texto. De la noche a la mañana Yeonghye decide dejar de comer carne. Y no lo hace por dieta o por motivaciones medioambientales. La única razón que nos da es que "tiene sueños" que la inquietan y que sufre por su causa. Pero apenas conocemos el punto de vista de la protagonista. En la primera parte es la voz del marido quien da su versión de los hechos. En la segunda parte es el su cuñado, marido de su hermana, el que nos habla de Yeonghye. En la tercera parte, es la voz de la hermana, sin lugar a dudas la única persona que permanece a su lado en este proceso inexorable de autodestrucción.
Estamos ante una novela inquietante y desasosegante, pero es una novela que capta la atención y que te sumerge en el cuerpo y el alma atormentados de la protagonista. En la segunda parte hay un momento en que se vislumbra la redención o una posible sanación de Yeonghye, pero es una historia que no podía acabar bien: lanzarse al fuego y creer que este no nos devorará.
Las novelas son espejos en los que nos reflejamos, porque todo relato habla del ser humano. Unas veces salimos bien parados y otras no. Vale la pena leer esta novela.
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