Italia es un país donde las noticias religiosas aún
tienen cabida en el día a día informativo, más allá de la muerte de un Papa y
la elección de otro. El pasado 5 de julio la noticia del suicidio de un joven
sacerdote fue recogida ampliamente por todos los medios y comentada ad infinitum en las redes sociales del
país transalpino y más allá aún.
Ha sido la propia diócesis
de Novara la que ha preferido contar la verdad, cancelando rumores e
hipótesis descabelladas, y confirmando el suicidio de Matteo Balzano, de apenas 35 años, y párroco de Cannobbio.
Si un suicidio es siempre un misterio que deja un
sabor a ceniza en la boca de todos los amigos y conocidos, tal vez lo sea más
en el caso de un sacerdote que ha predicado cada domingo que Dios no abandona
nunca a sus hijos, que la esperanza es un virtud teologal, que la vida no nos
pertenece, que Dios es el único Señor de nuestra vida y de nuestra
muerte...
No sabemos –ni necesitamos saber- que es lo que
condujo a Matteo a quitarse la vida. Sólo podemos intuir que en su personal
noche oscura no vio, ni siquiera en lejanía, una pequeña candela que le animase
a dar un paso más en el camino de su corta existencia.
Los sacerdotes, como los consagrados, no son superhéroes con
alzacuellos o hábito. Y la unción sagrada y la gracia no les convierte, por
arte de magia, en personas de una sola pieza, inasequibles al desaliento,
inalterables en su carácter, impasibles ante el sufrimiento. Como todo hijo de
vecino, los sacerdotes conocen la vulnerabilidad de su cabeza y de su corazón, las
costuras rotas de su túnica, las frustraciones y los periodos de bajón y de
inestabilidad. Como todos, necesitan la gratitud, la sonrisa y el abrazo y el
café de la amistad. Con el resto de los humanos, comparten el mismo barro del
día de la creación.
Cuento entre mis amigos a varios sacerdotes. Más de
una vez he hablado de educadores sacerdotes que me han marcado con su bondad y
su alegría. Conozco también las debilidades y las soledades de algunos. Y por
esto mismo, más cercanos a mi amistad.
El suicidio de este joven sacerdote italiano me ha
dado que pensar y me ha hecho reflexionar:
¿En qué inmensa soledad vivimos, nos
movemos y existimos? ¡Qué inmensa es la pobreza de alguien que no encuentra
un hombro sobre el que llorar, unos oídos para confesar su fragilidad, y unos
brazos para sentirse abrazado! Una vez un cura me comentó: “Ha habido momentos
en mi vida en que hubiera necesitado algo más que la absolución de mis pecados
en el confesionario. Hubiera querido tener un amigo ante el que poder llorar y
que luego me abrazase y me dijese: “quédate,
porque el día atardece”.
Conozco y también intuyo la soledad afectiva en la que
viven algunos sacerdotes. Les enseñaron en el seminario a ser perfectos, a no
dejarse arrastrar por las emociones, a no mostrar nunca sus debilidades, a no
parecer demasiados cercanos, a mostrarse siempre impecables, ejemplares,
“superiores”, para no dar mal ejemplo, para hacerse respetar, para ser
admirados, para no dar qué hablar, para no ser objeto de murmuración.
Conozco y también intuyo esa presión que los
sacerdotes sienten sobre sus vidas y sus conductas. Si van de vacaciones,
parecen holgazanes; si se toman una copa, son un vivalavirgen; si se muestran
cariñosos, pecan de sentimentales; si acarician a un niño, se les mete en el
saco de la pederastia; si pasean junto a una mujer, se cree que tienen la
querida; si reciben a un amigo en casa, se sospecha que le pueden gustar los
chicos. Si la misa es larga, es un pesado. Si la misa es corta, va con el
acelerador puesto. Si el cura es joven, está verde. Si es mayor, ya chochea. Si
dice no a alguien, es un intransigente; si dice sí a todos, es un pasota. Y así
sucesivamente: que si juega a hacerse el simpático, que si es muy serio, que si
es carca, que si es progre, que si no es como el anterior, que si no predica
bien… Muchas veces su comportamiento es escudriñado hasta el extremo, y todas
sus acciones son vistas con una lupa de aumento.
Y entre esa formación recibida para ser héroes de
Cristo en el mundo y esa presión social que les juzga con poca misericordia,
algunos sacerdotes se van aislando cada vez más en su soledad no compartida ni
abrazada, hasta el punto de vivir y habitar una cárcel. Una jaula de ¡tanto decoro
y tan intachable conducta! que les
impide compartir con un amigo de verdad sus heridas, sus rasguños y sus
hemorragias internas.
Quizás la tragedia de Matteo Balzano no es ajena a
ese malestar en el que transcurre la vida de muchos jóvenes y a esa fragilidad
psicológica en la que ha crecido la última generación. La sociedad actual empuja
a vivir en estado de permanente felicidad y dicha, en sublime autorrealización,
con sonrisa permanente en los labios, con éxito en el trabajo, en las redes
sociales, entre los amigos. En un ambiente así, no es de extrañar que los más
frágiles y débiles se vayan rompiendo poco a poco, sin que nadie se dé cuenta,
sin que nadie perciba nada, obligados hasta el último minuto de la vida a
sonreír, a aparentar felicidad y a salir guapos y jóvenes en el selfie nuestro de cada día.
Tal vez Matteo
Balzano -y otros muchos jóvenes como él- son los eslabones débiles. Las cadenas siempre se
rompen por el eslabón más débil. La mañana del 5 de julio el cuerpo sin vida de
este joven sacerdote fue encontrado muerto en los locales de la parroquia. La
noche anterior había compartido con sus feligreses una tómbola solidaria que él
mismo había organizado. Nadie notó nada. Nadie se dio cuenta de nada. ¿Tan
disfrazados vamos por la vida que los demás sólo ven nuestra máscara y no las
llagas de la vida sobre nuestro rostro? ¿Tan malos lectores del corazón somos
que el otro se ha convertido en una escritura ilegible, en un jeroglífico
indescifrable?
Sin duda, “Nuestro
Padre de las vidas rotas” habrá estado aquella noche a su lado en el
momento más oscuro de su existencia de apenas 35 años. Una semana antes de su muerte, comentando con
una parroquiana del pueblo el suicidio de otro joven de una localidad cercana,
Matteo Balzano, el rostro ensombrecido, le había dicho: “Nadie sabe qué infierno se puede llevar dentro para llegar a ese
extremo”.
Cuanta tristeza habría en su corazón...Padre nuestro que estas en el Cielo.
ResponderEliminarGracias siempre por tus reflexiones . Sin duda es la gran lacra a la que se enfrenta nuestra sociedad. Donde para los que nos quedamos siempre se genera ansiedad , dudas ... Podría haber hecho...Podría haberle hablado.... D .E .P
ResponderEliminarCuantas penas puede llevar el alma q no puede soportar
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