viernes, 22 de marzo de 2024

Oxford. Niños. Y hojas

 


El escritor castellano José Jiménez Lozano y el profesor inglés C. Stuart Park hubieran querido viajar juntos a Oxford con parada en Port Royal des Champs, en París, en Canterbury y en Londres. No pudo ser. Y sustituyeron este periplo por unas “charletas” en Alcazarén, Olmedo y Valladolid. Y de este diálogo tranquilo y casero en torno a la Biblia, el libro por el que ambos sentían pasión, surgió un delicado librito titulado “El viaje a Oxford que nunca tuvo lugar”. Y estas conversaciones empiezan por Qohelet que nos enseña que la vida es niebla, humo, vaho, vapor, es decir algo efímero, pero increíblemente hermoso, como la vida. Y siguen con aquellas Biblias en español que tuvieron que imprimirse en el extranjero, en el exilio, porque en el suelo patrio la Biblia en romance estaba prohibida. Y en estas charletas, no falta el recuerdo para George Borrow (Don Jorgito el inglés), agente de la Sociedad Bíblica Británica que recorrió España vendiendo Biblias que “sólo podían ser útiles para el bien de la sociedad”. Y tampoco podía faltar un melancólico recuerdo para los heterodoxos españoles que, en su día, no comulgaron con la ortodoxia imperante hispana, por lo que muchos de ellos fueron enterrados en cementerios separados. Ambos ‘conversadores’ lamentan la falta de una presencia netamente bíblica en la literatura española, algo que no sucede en la inglesa. Este casero diálogo alrededor de la Biblia tiene el sabor de un trozo de paz y la frescura de un vaso de agua. Algo verdaderamente raro en este país de escasos lectores bíblicos.

 Una amiga italiana me envía su última reflexión, que suscribo y rubrico: “Niños a los que organizan fiestas grandiosas de cumpleaños, con tartas gigantescas que no comen, animadores pagados a los que no escuchan. Padres-taxistas, pegados a su móvil, listos para recoger a sus hijos y llevarlos de un sitio para. Padres que vigilan, ansiosos, la comida, la bebida, el sueño, los pasos y la respiración de sus pequeños. Padres convertidos las 24 horas del día en monitores de ocio y tiempo libre porque los niños están instalados en un continuo aburrimiento. Niños sin fantasía que no saben qué hacer si les quitas la tablet de las manos. Niños incapaces de dar las gracias, de saludar o pedir perdón. Niños a los que se suplica un beso. Niños que no aceptan un no como respuesta. Niños sin ninguna capacidad para sobrellevar un contratiempo, una frustración. Niños que no aguantan más de diez minutos haciendo la misma cosa, o que no sienten la mínima simpatía hacia quien no tiene zapatillas de marca o el último juguete tecnológico. Profesores a los que se culpa de todo y a los que se abronca si al hijo se le ha puesto una nota baja o se le ha afeado un mal comportamiento. Todos, niños, padres, profesores, insatisfechos y preocupados, hartos y tristes. Pero todos incapaces de pararse un momento y empezar a educar en serio, educar con el estilo con el que la vida nos educa, porque la vida está hecha de síes y noes, de pequeñas derrotas y victorias, de alegrías y penas, de paciencia y de espera, de esfuerzo y perseverancia, de cortesía y de respeto, de breves momentos de exaltación o breves momentos de bajón, en medio de un larguísimo camino de rutina”.


En Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg, Cenzo Rena, refiriéndose con humor a la protagonista de la novela con la que terminará casándose, dice: “Ana es un insecto pequeño, perezoso y triste encima de una hoja”. También nosotros somos hojas sobre las que de vez en cuando se posa un insecto. Nos hace un poco de compañía. Nos alegra un poco el corazón o nos sumerge en la zozobra. Y luego, nos abandona. También nosotros somos insectos que nos posamos un buen día sobre una hoja nueva, bajo el sol o la lluvia. Una hoja a la que vamos descubriendo, una hoja que nos enternece o nos bombea el corazón. O nos hace reír o soñar; también sufrir. Y luego, abandonamos. Durante un tiempo amamos las hojas sobre las que nos posamos. Y durante un tiempo amamos los insectos que llegan a nuestra vida. Y así comprobamos que la vida tiene su dicha y su desgracia: La esperanza linda con la desilusión. Y la alegría hace pared con el llanto. La ternura y la aspereza crecen en el mismo tiesto. Y el rosal tiene punzantes espinas y olorosos pétalos. Solo al buen lector del corazón humano le aguarda eso que llamamos serenidad.

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