Desde hacía años Jesús Martínez Herguedas andaba
garabateando, como un alumno aplicado, cientos de hojas, buscando información
en los lugares más variopintos, y recopilando datos para escribir un libro
sobre su pueblo, que es también el mío: Quintanilla
de Arriba.
En el otoño de 2024, el libro
vio la luz. Un libro con una edición muy digna, con centenares de ilustraciones,
y una cuidada edición en papel y en tipo
de letra. Y yo diría que, además de libro, es diccionario, enciclopedia,
ensayo, cancionero, etc. Hay muchos
libros en este libro. Y es justo reconocer y valorar el tesón y la ilusión por
recopilar muchos saberes dispersos que atañen a la geografía, la historia, el
lenguaje, el folclore, la gastronomía, la forma de ganarse la vida de un pueblo
de Castilla donde el autor nació y al que sigue apegado, unido y encariñado. El
título del libro: Quintanilla de Arriba – Cultura y tradiciones de mi pueblo.
Como
nos dice el autor, lo más probable es que ‘Quintanilla’ signifique “granjilla, aldeahuela”, y su etimología
sería de origen romano. Tal vez por ese motivo Quintanilla da nombre a muchos
pueblos de España. Encontramos Quintanilla de Abajo, del Agua, del Molar, de
Somoza, de Trigueros, de Urz, etc.
El primer nombre del pueblo fue Quintanilla de Albar Sacho; después,
Quintanilla de Suso y, finalmente, Quintanilla de Arriba. Hay que remontarse al
siglo XI para hablar de los inicios de esta población. Estaríamos hablando de
mil años seguidos de gente viviendo en este terruño, lamido por el Duero, y
limitado a levante y a poniente por las típicas cuestas que conforman un valle.
El
libro está dividido en 17 capítulos.
Y para mí uno de los más interesantes es el que dedica al vocabulario quintanillero (o ruchel, según la tradición o la leyenda
de la que también se habla). Hay palabras que uno sólo usa cuando está en el
pueblo o se encuentra con paisanos. Aquetón, amos, amurriarse, cachupiar, marrotar,
estorrundir, dalequetepego, guarradilla, gurriato, santanilla, sansironé,
jopelines, arrejincles, botagueño, canguingos, cinielgo, coscorón, hocicón,
mormeras, morroña, mataduras, pingoleta, ringurrangos, zanguango… y así hasta
1871 palabras y expresiones. No me cabe duda de que si comprendes estos
vocablos o los utilizas es que más de una vez has ido de la Turruntera al
Gollón, de Samasín a Valdemuertos, de la las Santanillas al Cabañón, de la
Cotarras a las Peñas de Rondán.
Hace
no mucho, en una reunión en la que participaban varios expertos en la obra de
Miguel Delibes, se dijo que, dentro de no mucho, las novelas rurales de este
escritor vallisoletano se tendrán que leer con diccionario en la mano, para
entender el argumento del libro. Jesús Martínez dedica un largo capítulo a los aperos de la labranza, de los animales,
los utensilios y enseres. Y el autor se ha tomado la molestia de fotografiar in
situ todos estos aperos, de manera que fácilmente podamos identificar la
palabra con el objeto: fardel, colodra,
zoqueta, bieldo, hemina, garia, camizadera, estrinque, celemín, colleras,
artesa, cinchos de queso y un larguísimo etcétera. Palabras hermosas sin las
cuales no se puede nombrar el mundo rural como fue y existió hasta ayer mismo.
Probablemente,
la mía fue la última generación que vivió a caballo entre ‘el tiempo siempre, de siglos y siglos’ en que las costumbres
apenas variaron, y el vertiginoso cambio que llamamos progreso. Hemos conocido el
trabajo de la siega a mano, del trillo en las eras y las cosechadoras
mecanizadas. Hemos conocido el arado romano y el tractor, el lavadero comunal y
el agua corriente en las casas, el corral y el aseo, la cocina de leña y la de
gas butano, la compra de todos los electrodomésticos, uno tras otro, en el giro
de pocos años. La llegada de la
televisión que revolucionó tantas cosas; por ejemplo, aprendimos a ver el mundo
que se colaba día y noche por la pequeña pantalla. Hasta ese momento, los
juegos tradicionales ocupaban todos los recreos, todas las veladas, toda la
vida de la infancia. En un mundo sin juguetes, los juegos rústicos y baratos, llenos de imaginación y fantasía,
llenaban todas las horas del día: el hinque, el marro, las trancas, el pañuelo, el
perdigallo, zorro, pico, tallo, zaina, la comba, la goma, la peonza, las tabas,
las chapas, el corro las patatas, pase misí, pase misá…
Decía, al inicio de este
artículo, que esto era más que un libro, y lo demuestra bien el cancionero que
ocupa todo el capítulo VI, dedicado a las canciones
infantiles. Una verdadera recopilación. Uno creía que había olvidado letras
y músicas, pero es suficiente ver impresas las palabras para saber que nada de
la infancia se pierde del todo: El jardín de la alegría, A mí me gusta lo
blanco, Caracol col col, Aserrín, aserrán, Dónde están las llaves, La tarara,
Tengo una muñeca vestida de azul, Ya se murió el burro…
En verdad es un libro completo.
El autor nos habla de las fiestas más populares de Quintanilla, como la
Función, los Quintos, La matanza del cerdo, la chocolatada compartida en las cuestas para
ver salir el sol cada 24 de junio, el pelele. El libro habla también de los
platos tradicionales, de los cultivos, de las bodegas, de la resina de los
pinares, del tren de Ariza y su melancólica estación que estuvo en
funcionamiento hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, de la
acequia de riego, de la variante de la carretera y de decenas de cosas más.
Pero
Jesús Martínez, fiel a su vocación de investigador, también nos ofrece en este
libro el Interrogatorio que se hizo a la Villa de Quintanilla en 1751 con
motivo del conocido como Catastro del Marqués
de la Ensenada, así sabemos que Quintanilla fue villa de señorío y que
perteneció a la Casa de Osuna y a la Diócesis de Palencia. Sabemos que había
una taberna donde se vendía vino y también un mesón propio de Atanasia García,
viuda. Y que el cirujano respondía al nombre de Raimundo Cerezo y el maestro de
niños era Francisco García Sacristán. Saberes que pueden ser inútiles, pero
hermosos, como un recuerdo familiar o un santo en madera tosca en la iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción.
El
libro nos enseña que en el año 1900 Quintanilla de Arriba tenía 854 habitantes;
en 1970 la población había mermado hasta los 496. Y en 2022, tan solo 158
personas vivían en el pueblo. También sabemos que el pueblo está situado a 741
m de altitud y que su término municipal se extiende por 28,4 kilómetros
cuadrados, un territorio 60 veces más
grande que el Vaticano (aunque quizá no alberga tantas obras de arte en sus
edificios, bromas aparte)
Y
la investigación de Jesús Martínez nos ofrece una notable documentación sobre
las relaciones, a veces complejas y tirantes, entre la Granja Monviedro, en el término municipal de Quintanilla de Arriba,
y el poderoso Monasterio de Santa María
de Valbuena, de los monjes cistercienses.
El
libro no podía dejar de mencionar al hermano Diego, cuya sombra cruza una y
otra vez el río Duero, entre Quintanilla de Arriba y el Monasterio de Valbuena.
Un hermoso crucero situado en las eras del pueblo es testigo de la increíble,
romántica, caballeresca y pecadora y arrepentida vida del hermano Diego, cuya leyenda
ha llegado hasta nuestros días
El
último capítulo del libro es una transcripción
de un documento de 1505, cuyo original se encuentra en el Archivo de
Quintanilla de Arriba y en el que se detalla que Quintanilla de Suso y
Manzanillo arriendan unas dehesas a la Villa de Cuéllar para pastar con rebaños
durante un número de años. No había pasado mucho tiempo cuando los cuellaranos
quisieron arrebatar estos terrenos de pasto. Tuvo que intervenir la justicia,
para dar finalmente razón a los quintanilleros y manzanilleros y sancionar al
Concejo de Cuéllar. Un documento muy valioso, en un delicioso español antiguo, que
nos hace entender algo de la historia pretérita del pueblo.
Creo
que es de justicia agradecer
públicamente a Jesús, el de la Clara y el del Luis, por este impagable
trabajo. Me ratifico en lo que decía al principio este libro es diccionario,
cancionero, hechos de historia, recopilación de datos, investigación judicial,
fotografía, leyenda, antropología, etnografía... y mucho más.
Un
pueblo no es la suma de tierras de labrantío, monumentos, casas, riberas y
cañadas… Es sobre todo el recuerdo de las personas que lo habitaron y de cuyas
vidas aún están impregnadas las paredes de adobe o de piedra. Y es en fin, la
suma de los hombres y las mujeres que lo engrandecieron
con su trabajo, con su bondad y con su sabiduría. En fin, esto es
Quintanilla de Alvar Sancho, de Suso y de Arriba.
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