miércoles, 22 de enero de 2025

Quintanilla de Arriba, según Jesús Martínez



Desde hacía años Jesús Martínez Herguedas andaba garabateando, como un alumno aplicado, cientos de hojas, buscando información en los lugares más variopintos, y recopilando datos para escribir un libro sobre su pueblo, que es también el mío: Quintanilla de Arriba.

En el otoño de 2024, el libro vio la luz. Un libro con una edición muy digna, con centenares de ilustraciones, y una cuidada edición  en papel y en tipo de letra. Y yo diría que, además de libro, es diccionario, enciclopedia, ensayo, cancionero, etc. Hay muchos libros en este libro. Y es justo reconocer y valorar el tesón y la ilusión por recopilar muchos saberes dispersos que atañen a la geografía, la historia, el lenguaje, el folclore, la gastronomía, la forma de ganarse la vida de un pueblo de Castilla donde el autor nació y al que sigue apegado, unido y encariñado. El título del libro: Quintanilla de Arriba – Cultura y tradiciones de mi pueblo.

                Como nos dice el autor, lo más probable es que ‘Quintanilla’ signifique “granjilla, aldeahuela”, y su etimología sería de origen romano. Tal vez por ese motivo Quintanilla da nombre a muchos pueblos de España. Encontramos Quintanilla de Abajo, del Agua, del Molar, de Somoza, de Trigueros, de Urz, etc.

El primer nombre del pueblo fue Quintanilla de Albar Sacho; después, Quintanilla de Suso y, finalmente, Quintanilla de Arriba. Hay que remontarse al siglo XI para hablar de los inicios de esta población. Estaríamos hablando de mil años seguidos de gente viviendo en este terruño, lamido por el Duero, y limitado a levante y a poniente por las típicas cuestas que conforman un valle.

                El libro está dividido en 17 capítulos. Y para mí uno de los más interesantes es el que dedica al vocabulario quintanillero (o ruchel, según la tradición o la leyenda de la que también se habla). Hay palabras que uno sólo usa cuando está en el pueblo o se encuentra con paisanos. Aquetón, amos, amurriarse, cachupiar, marrotar, estorrundir, dalequetepego, guarradilla, gurriato, santanilla, sansironé, jopelines, arrejincles, botagueño, canguingos, cinielgo, coscorón, hocicón, mormeras, morroña, mataduras, pingoleta, ringurrangos, zanguango… y así hasta 1871 palabras y expresiones. No me cabe duda de que si comprendes estos vocablos o los utilizas es que más de una vez has ido de la Turruntera al Gollón, de Samasín a Valdemuertos, de la las Santanillas al Cabañón, de la Cotarras a las Peñas de Rondán.

                Hace no mucho, en una reunión en la que participaban varios expertos en la obra de Miguel Delibes, se dijo que, dentro de no mucho, las novelas rurales de este escritor vallisoletano se tendrán que leer con diccionario en la mano, para entender el argumento del libro. Jesús Martínez dedica un largo capítulo a los aperos de la labranza, de los animales, los utensilios y enseres. Y el autor se ha tomado la molestia de fotografiar in situ todos estos aperos, de manera que fácilmente podamos identificar la palabra con el objeto: fardel,  colodra, zoqueta, bieldo, hemina, garia, camizadera, estrinque, celemín, colleras, artesa, cinchos de queso y un larguísimo etcétera. Palabras hermosas sin las cuales no se puede nombrar el mundo rural como fue y existió hasta ayer mismo.

                Probablemente, la mía fue la última generación que vivió a caballo entre ‘el tiempo siempre, de siglos y siglos’ en que las costumbres apenas variaron, y el vertiginoso cambio que llamamos progreso. Hemos conocido el trabajo de la siega a mano, del trillo en las eras y las cosechadoras mecanizadas. Hemos conocido el arado romano y el tractor, el lavadero comunal y el agua corriente en las casas, el corral y el aseo, la cocina de leña y la de gas butano, la compra de todos los electrodomésticos, uno tras otro, en el giro de pocos años. La  llegada de la televisión que revolucionó tantas cosas; por ejemplo, aprendimos a ver el mundo que se colaba día y noche por la pequeña pantalla. Hasta ese momento, los juegos tradicionales ocupaban todos los recreos, todas las veladas, toda la vida de la infancia. En un mundo sin juguetes, los juegos rústicos y baratos, llenos de imaginación y fantasía, llenaban todas las horas del día: el hinque,  el marro, las trancas, el pañuelo, el perdigallo, zorro, pico, tallo, zaina, la comba, la goma, la peonza, las tabas, las chapas, el corro las patatas, pase misí, pase misá…

Decía, al inicio de este artículo, que esto era más que un libro, y lo demuestra bien el cancionero que ocupa todo el capítulo VI, dedicado a las canciones infantiles. Una verdadera recopilación. Uno creía que había olvidado letras y músicas, pero es suficiente ver impresas las palabras para saber que nada de la infancia se pierde del todo: El jardín de la alegría, A mí me gusta lo blanco, Caracol col col, Aserrín, aserrán, Dónde están las llaves, La tarara, Tengo una muñeca vestida de azul, Ya se murió el burro…

En verdad es un libro completo. El autor nos habla de las fiestas más populares de Quintanilla, como la Función, los Quintos, La matanza del cerdo,  la chocolatada compartida en las cuestas para ver salir el sol cada 24 de junio, el pelele. El libro habla también de los platos tradicionales, de los cultivos, de las bodegas, de la resina de los pinares, del tren de Ariza y su melancólica estación que estuvo en funcionamiento hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, de la acequia de riego, de la variante de la carretera y de decenas de cosas más.

                Pero Jesús Martínez, fiel a su vocación de investigador, también nos ofrece en este libro el Interrogatorio que se hizo a la Villa de Quintanilla en 1751 con motivo del conocido como Catastro del Marqués de la Ensenada, así sabemos que Quintanilla fue villa de señorío y que perteneció a la Casa de Osuna y a la Diócesis de Palencia. Sabemos que había una taberna donde se vendía vino y también un mesón propio de Atanasia García, viuda. Y que el cirujano respondía al nombre de Raimundo Cerezo y el maestro de niños era Francisco García Sacristán. Saberes que pueden ser inútiles, pero hermosos, como un recuerdo familiar o un santo en madera tosca en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

                El libro nos enseña que en el año 1900 Quintanilla de Arriba tenía 854 habitantes; en 1970 la población había mermado hasta los 496. Y en 2022, tan solo 158 personas vivían en el pueblo. También sabemos que el pueblo está situado a 741 m de altitud y que su término municipal se extiende por 28,4 kilómetros cuadrados, un territorio 60 veces  más grande que el Vaticano (aunque quizá no alberga tantas obras de arte en sus edificios, bromas aparte)

                Y la investigación de Jesús Martínez nos ofrece una notable documentación sobre las relaciones, a veces complejas y tirantes, entre la Granja Monviedro, en el término municipal de Quintanilla de Arriba, y el poderoso Monasterio de Santa María de Valbuena, de los monjes cistercienses.  

                El libro no podía dejar de mencionar al  hermano Diego, cuya sombra cruza una y otra vez el río Duero, entre Quintanilla de Arriba y el Monasterio de Valbuena. Un hermoso crucero situado en las eras del pueblo es testigo de la increíble, romántica, caballeresca y pecadora y arrepentida vida del hermano Diego, cuya leyenda ha llegado hasta nuestros días

                El último capítulo del libro es una transcripción de un documento de 1505, cuyo original se encuentra en el Archivo de Quintanilla de Arriba y en el que se detalla que Quintanilla de Suso y Manzanillo arriendan unas dehesas a la Villa de Cuéllar para pastar con rebaños durante un número de años. No había pasado mucho tiempo cuando los cuellaranos quisieron arrebatar estos terrenos de pasto. Tuvo que intervenir la justicia, para dar finalmente razón a los quintanilleros y manzanilleros y sancionar al Concejo de Cuéllar. Un documento muy valioso, en un delicioso español antiguo, que nos hace entender algo de la historia pretérita del pueblo.

                Creo que es de justicia agradecer públicamente a Jesús, el de la Clara y el del Luis, por este impagable trabajo. Me ratifico en lo que decía al principio este libro es diccionario, cancionero, hechos de historia, recopilación de datos, investigación judicial, fotografía, leyenda, antropología, etnografía... y mucho más.

                Un pueblo no es la suma de tierras de labrantío, monumentos, casas, riberas y cañadas… Es sobre todo el recuerdo de las personas que lo habitaron y de cuyas vidas aún están impregnadas las paredes de adobe o de piedra. Y es en fin, la suma de los hombres y las mujeres que lo engrandecieron con su trabajo, con su bondad y con su sabiduría. En fin, esto es Quintanilla de Alvar Sancho, de Suso y de Arriba.








 



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