Hubo momentos en que parecía posible que dos pueblos,
como el israelí y el palestino, pudiesen convivir con un mínimo de civilidad y
de seguridad. Estuvo cerca de conseguirse. Ahora parecen cosas lejanas,
lejanísimas incluso.
La Franja de Gaza ya no existe. No existen las casas
ni los mercados. No existen los hospitales ni las escuelas. No existen las
carreteras ni los puentes. Sólo escombros sobre escombros. Ciudades y aldeas
trituradas por la furia del ejército israelí, con Netanyahu a su cabeza, el apoyo
incondicional de Estados Unidos, el desentendimiento de Europa, el abandono de
los países árabes y la indiferencia del resto del mundo.
Ahora sólo quedan los escombros. Y el hambre. Y los
disparos contra los gazatíes
desesperados que buscan algo que llevarse a la boca cuando un camión de víveres
pasa cerca. ¡Y que imploran con sus cacerolas vacías a un cielo que parece
haberlos olvidado!
Mikel Ayestaran hubiera querido estar ahí, para contar, como periodista, lo que allí
sucede, pero no le ha sido posible, porque los periodistas no pueden entrar. Y
cuando los periodistas no pueden entrar difícilmente podemos enterarnos de las
víctimas concretas con sus nombres, sus rostros y sus historias personales. El
continuo goteo de muertos desde que empezó el ataque a Gaza es un goteo de
números, sólo números, diez, veinte, cuarenta. Mikel Ayestaran conoce bien la
zona y ha escrito mucho al respecto. En una entrevista reciente declaraba: “La palabra “guerra” no define lo que pasa
en Gaza. ¿Cuál es esa palabra? No lo sé, me quedo sin ellas. Pero una guerra no
es, no hay un ejército enfrentándose a otro ejército. Gaza es un lugar que
antes ya estaba cercado, ahora está totalmente cercado y tenemos un superejército
que… Yo ya no sé qué está bombardeando, bombardea sobre lo bombardeado”.
La matanza de 1200 personas y el secuestro de otras
250, a manos del grupo terrorista Hamás (7 de octubre de 2023), ofreció la
excusa perfecta a Netanyahu para lanzar su ofensiva total contra los
terroristas, pero también contra la población civil, contra sus casas, sus
tierras, sus animales y sus pertenencias.
Ya no queda piedra sobre piedra en esa franja. La
última fase de esta sinrazón y de esta impiedad es conseguir una victoria total
y definitiva rindiendo a la población por hambre, obligando a Palestina a la
capitulación e imponiendo el control militar israelí en todo ese territorio.
Los camiones cargados de víveres son detenidos en la
frontera, mientras que los niños lloran de hambre. Los pocos camiones a los que
se permite el acceso, se las ven y se las desean para distribuir los alimentos
en medio de la balacera y de todo tipo de obstáculos por parte del ejército de
Israel. Muchas panaderías y más de un centenar de comedores, gestionados por
asociaciones humanitarias, y que proporcionaban pan y un plato de comida
diaria, han tenido que cerrar por falta de harina y otros alimentos. En Gaza se
han llegado a pagar 500 dólares por un saco de 25 kilos de harina.
De nada valen las súplicas de la ONU o del Vaticano.
De nada sirven los lloriqueos de las autoridades de tantos países que con la
boca pequeña dicen sentirse avergonzados. De nada sirven las resoluciones
internacionales que deben aplicarse en tiempos de guerra con los enemigos. León XIV ha dicho una frase muy
elocuente: “Matar de hambre a la población
es una forma muy barata de hacer la guerra”.
Palestina pudo ser otra cosa. Estuvo a punto
de serlo. Luego, el grupo terrorista de Hamás se hizo con las elecciones, con
las armas, fanatizó al pueblo y empezó a tomar decisiones verdaderamente
nefastas. Palestina no sólo tiene un enemigo en Israel, lo tiene también en
Hamás. Tal vez por todo ello, Palestina es un pueblo sin amigos. Palestina es
un territorio indeseable para sus propios vecinos, para los países árabes que
deberían compartir con ella un destino común de fe, lengua e ideales.
Pero condenar el terrorismo de Hamás no puede
justificar en ningún caso esta “hambruna deliberada y planificada”, como
ha declarado un responsable de la Ong Oxfam. ¿Son acaso los ciudadanos
corrientes y molientes de Gaza culpables de las decisiones de unos gobernantes
fanáticos o corruptos? Cuando se identifica a los ciudadanos con los que tienen
el poder y las armas, se llega a estas situaciones inhumanas. Un niño, un
anciano, una mujer que tienen hambre no pueden ser castigados por crímenes de
los que no son autores. Por esa misma razón, me niego a identificar a los
ciudadanos israelíes con la práctica genocida del Gobierno de Netanyahu.
¿Dónde están los justos de Israel de los que se habla
a menudo en los Salmos o en el Libro de la Sabiduría? ¿Dónde están las mujeres
y hombres judíos justos que deberían llevar en su corazón la misericordia y la
compasión de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento? ¿No les dirá
nada José que perdonó a sus hermanos que lo habían vendido como esclavo y llenó
los sacos de trigo para saciar su hambre en tiempo de sequía? ¿No les dirá nada
David que, aunque tuvo la oportunidad de matar a Saúl que lo perseguía a muerte,
no lo hizo por el temor sagrado a Dios? ¿No les dirá nada Ruth, la moabita, que
no abandonó a su suegra por compasión y que junto a ella salía a espigar cada
mañana de verano? ¿No les dirán nada Tobías, Zacarías y otros tantos, hombres
justos que practicaron la misericordia y ayudaron a los necesitados?
Hemos pasado de la paz de los valientes, implorada por
Rabin y Arafat, a la guerra de los cobardes. Parece que el objetivo de
Netanyahu es hacer de Gaza un inmenso solar, sin vida y sin habitantes, y
recluir a todos los gazatíes en campos de refugiados de los que luego tendría
que encargarse la ONU. Los gazatíes tendrían –cruel sarcarsmo- la libertad de
escoger entre la muerte o la deportación al campo de refugiados. A estas
alturas, da la sensación de que estamos asistiendo a la ejecución milimétrica
de un plan de destrucción total. Hacer desaparecer Gaza. Hacerla invisible.
Reducirla a polvo y ceniza. Desde muchas sensibilidades e instancias se habla claramente de genocidio.
Solo cabe esperar que aún queden justos en Israel. Y
que cuando pase esta “generación perversa”, ellos sean levadura, para hacer
crecer la convivencia pacífica en la tierra que habitó Jesús, porque en el Salmo 1 está escrito:
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
Ni entra por la senda de los pecadores,
Ni se sienta en la reunión de los cínicos
Será como un árbol plantado al borde de la acequia.
Da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas.
Y cuanto emprende tiene buen fin.
Porque el Señor protege el camino de los justos.
Pero el camino de los impíos acaba mal.
Juan, las palabras de Jesús, a los zionistas /nazis se las traen al pairo. De hecho en Cisjordania y en la propia Jerusalén, están atacando a las comunidades cristianas. Ojala su Dios, Jehová, les envié a una Diáspora eterna por tanta falta de humanidad...
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