domingo, 12 de enero de 2025

Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli

 


“¡Sí!, toda nuestra vida es  como una bella fiesta. / Y para todos puede ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás  / lo mejor que hay en él con sonrisa y esperanza.”

Estos versos de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7 de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.

Hay personas cuya desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación, tan personal como subjetiva.

¡La vida es bella!

Teníamos 17 ó 18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes, creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar, dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel pessimiste”.  Y entonces un día nos armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben ser  respetadas.

La respuesta llegó en la homilía del domingo siguiente: “La vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel Marcel)”.  Y llevando la contraria a Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas, lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto, sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía.  Era la primavera de 1977. El lugar, la capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia. Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”. Adelio nos dijo algo más: “la vida será bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.  

Optimismo, entusiasmo, esperanza…

Adelio Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?

Siempre le recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta, a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la mesa,  P. Adelio nos insuflaba ilusión y energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues. Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún caramelo de menta o limón en la mano

Solamente le vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971, cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y también, en otro momento, le vimos apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.

Con la música a todas partes

“La música –está escrito con hilos de seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines. Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli (bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.

En la capilla colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada, continuar con la jota Por el Puente de Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción, A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera de todas O bella ciao, pero también La domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.

Educar desde el corazón

Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo,  a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo.  Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón. 

En su época aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud. Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas, conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a la ‘Operación ladrillo’ que tenía como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.

Años después, ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante el mes de agosto.

Cuando ni en colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.

Le recuerdo en mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio, oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos, curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.

El don de la amistad

Adelio fue un cura increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear lazos, fortalecer vínculos y  cuidar a las personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez, acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración, aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.  

Era el más italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo, cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.

La amistad la cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.

La curiosidad por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos como un relámpago, haikus delicados, destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En 2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia” (Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema titulado ‘Felicità’

Alba radiante, / ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, / amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas. / Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.

En su existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo. Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.


Colegio San José: Concurso Cultural

Al lado de Bruno Capparoni

El equipo de fútbol de los curas y profesores


En una reunión de ex alumnos de Aguilar 

En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos

Bendición de coches en el patio del Colegio

Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini

Un libro con los mejores poemas de P. Adelio

En una entrega de premios en Colegio San José

Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan

Ejerciendo de cortador de jamón. Roma

    

Con José Ángel Villegas y sor Clelia

Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez

En Roma, transcurrió sus últimos años

2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan

Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe

El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.

Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez 




 



4 comentarios:

  1. Gracias por esta evocación de nuestro querido P Adelio. Como siempre, Dios te ha dado la capacidad de esbozar palabras que nos ayudan a todos a manifestar sentimientos que compartimos pero por nuestra torpeza no sabemos expresar de mejor manera. Me uno a esta semblanza de un sacerdote guaneliano que pasó también por mi vida y con quien compartí mis últimas escapadas por Roma. Sin quererlo ni proponérnoslo, era mi compañero de visitas a Sor Clelia, otra hermanita querida de los años de Aguilar. Encuentros cargados de recuerdos y de compartir una amistad que permaneció en el tiempo.
    Cuando conocí la noticia sorpresiva de su fallecimiento fui enseguida a revisar el último mensaje recibido de él: fue en vísperas de la fiesta de don Guanella y enviaba una estampa de buenos días. Curiosamente la estampa era sobre la amistad, esa amistad que tanto se pone en evidencia en este artículo, y decía: La amistad es como un libro.../hay amigos que ocupan una página/otros un capítulo entero/ y luego están los que están presentes a lo largo de toda la historia.
    P Adelio es uno de esos sacerdotes italianos guanelianos que han formado parte del libro completo de los guanelianos en España y de los que tuvimos la suerte de conocerlo y compartir parte de la vida con él.
    Siempre presente y atento a la vida de los demás, los últimos años pasados en Roma, aunque no tuvo una tarea específica él "si diede da fare" escribiendo pensamientos que luego imprimía en pequeñas postalitas y las distribuía entre los trabajadores del Centro Don Guanella de Via Aurelia Antica. Era su modo de seguir regalando vida y optimismo y llenar un poquito el espíritu y el alma de unos trabajadores entregados a los preferidos de don Guanella. Siento curiosidad por saber los frutos dados por esas semillas sembradas con amor y optimismo.
    A mi me enviaba también por whatsapp poesías que escribía e incluso sus dibujos (algo que nunca me hubiese esperado de él).
    El último "bigliettino" que recibí, como un preludio, contenía dos pequeñas poesías que tenían que ver con la finitud de la vida, pero siempre enmarcada en el optimismo y la esperanza:
    "Incluso/ la flor más bella/ se marchita y muere./ El atardecer anuncia/ la oscuridad de la noche/ que borra los colores/ y los sueños/ del hombre extasiado./ La oscuridad convierte/ las sombras en gigantes/ que son siempre/ vestidos/ que el viento aletea."
    "La estrella,/ incluso/ en su esplendor/ se eclipsa y desaparece/ tras el torbellino/ de la tormenta de granizo./ De nuevo el cielo/ se enciende de luces/ y guía al hombre/ en su destino/ desesperado./ La vida es un canto/ que no se apaga en el llanto."
    Le doy gracias a Dios por distribuir de manera estratégica a personas como P Adelio en el mundo y en concreto en mi vida.

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  2. Tu comentario, amigo José Ángel, es, más que un comentario a mi artículo, un bonito testimonio sobre la existencia de P. Adelio, escrito con palabras aladas y mucho cariño. Y sí, con la sencillez de sus frasecitas, dibujos, poemillas, distribuidos entre los trabajadores y otras amigos, ha hecho, sin duda, una buena siembra. Es un episodio muy hermoso de su vida.

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  3. Os agradezco a los dos este bonito semblante de P Adelio con esas "palabras aladas". Formó parte importante de nuestra niñez, de nuestra vida. Somos privilegiados. Que nos siga cuidando.

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  4. Gracias, Alberto. Estoy seguro que se llevaron al más allá nuestros nombres y nuestros rostros. Nos seguirán cuidando!!!

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