“¡Sí!, toda nuestra vida es como una bella fiesta. / Y para todos puede
ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás / lo mejor que hay en él con sonrisa y
esperanza.”
Estos versos
de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio
San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del
carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7
de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.
Hay personas cuya
desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de
una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del
encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador
confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación,
tan personal como subjetiva.
¡La vida es bella!
Teníamos 17 ó
18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos
de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes,
creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar,
dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de
campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión
inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El
infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos
fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del
Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel
pessimiste”. Y entonces un día nos
armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas
lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo
francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante
razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la
representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata
fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó
que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben
ser respetadas.
La respuesta
llegó en la homilía del domingo siguiente: “La
vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente
cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del
otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar
también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel
Marcel)”. Y llevando la contraria a
Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la
canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo
os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que
vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas,
lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto,
sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía. Era la primavera de 1977. El lugar, la
capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia.
Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un
sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos
para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y
maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez
cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque
a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”.
Adelio nos dijo algo más: “la vida será
bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.
Optimismo, entusiasmo, esperanza…
Adelio
Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó
como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de
ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa
aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una
sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?
Siempre le
recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es
hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una
chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta,
a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el
optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra
vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las
distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los
compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la
mesa, P. Adelio nos insuflaba ilusión y
energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de
generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues.
Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho
pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida
entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se
irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún
caramelo de menta o limón en la mano
Solamente le
vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971,
cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para
comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de
carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que
sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y
también, en otro momento, le vimos
apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un
peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de
ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba
y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.
Con la música a todas partes
“La música –está escrito con hilos de
seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma
a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines.
Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música
espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El
órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido
a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli
(bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su
pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.
En la capilla
colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones
de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada
o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease
tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en
su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y
en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña
palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada,
continuar con la jota Por el Puente de
Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción,
A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva
España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera
de todas O bella ciao, pero también La
domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y
algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para
la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir
que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La
fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black
is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos
de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.
Educar desde el corazón
Había nacido
un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de
Tagliacozzo, a unos 100 kilómetros de
Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres
guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de
Aguilar de Campoo. Y se hizo cargo de la
dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de
música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de
Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo
de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y
manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían
recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció
varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en
Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde
fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en
Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el
asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de
vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los
numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón.
En su época
aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud.
Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas,
conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró
traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes
conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que
empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los
setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a
la ‘Operación ladrillo’ que tenía
como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún
en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.
Años después,
ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la
parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el
colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la
Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante
el mes de agosto.
Cuando ni en
colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual
en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el
amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos
ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.
Le recuerdo en
mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta
primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le
gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro
Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le
importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se
empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio,
oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las
puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño
cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger
setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos,
curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en
el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A
veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de
invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba
a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.
El don de la amistad
Adelio fue un cura
increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear
lazos, fortalecer vínculos y cuidar a las
personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela
de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y
Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue
una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez,
acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía
encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración,
aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un
entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.
Era el más
italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de
su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo,
cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos
sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.
La amistad la
cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca
un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su
carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp
de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que
había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida
canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.
La curiosidad
por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el
asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura
encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos
como un relámpago, haikus delicados,
destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para
tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del
artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se
acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la
escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error
ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En
2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia”
(Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema
titulado ‘Felicità’
Alba radiante,
/ ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, /
amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas.
/ Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.
En su
existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde
había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo.
Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en
diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue
fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes
cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La
más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de
Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo
nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le
abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.
Colegio San José: Concurso Cultural
Al lado de Bruno Capparoni
El equipo de fútbol de los curas y profesores
En una reunión de ex alumnos de Aguilar
En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos
Bendición de coches en el patio del Colegio
Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini
Un libro con los mejores poemas de P. Adelio
En una entrega de premios en Colegio San José
Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan
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Ejerciendo de cortador de jamón. Roma
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Con José Ángel Villegas y sor Clelia
Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez
En Roma, transcurrió sus últimos años
2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan
Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe
El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.
Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez