Los vencejos no desmienten este último
elogio. Creo que el mayor acierto de esta novela de 700 páginas (que no asusten
a nadie, por favor) es retratar muy bien nuestra época de desconcierto, confusión,
inseguridades, frustraciones y cansancio vital. O por resumirlo en una palabra:
hastío.
El
libro se inicia en el momento en que un hombre corriente y vulgar, profesor de
filosofía de secundaria, Toni,
decide fijar la fecha para acabar con su vida: el 31 de julio de 2019, o sea,
justo doce meses después de tomar la decisión. No es un hombre desesperado ni
sufre trastornos mentales. Es un hombre indiferente, al que la vida le pesa, no
por un motivo particular ni por una razón poderosa. Toni pone fecha a su muerte,
y a partir de ahí, inicia a escribir un diario sincero y sin paños calientes. En
las 365 entradas que Toni escribe nos va sirviendo la crónica de su día a día,
pero también los recuerdos de una vida, parecida a tantas vidas, y por eso
‘ejemplar’. Las peripecias, chungas, degradantes, risueñas, eróticas,
mezquinas, altruistas, ramplonas, humillantes, vergonzantes, desternillantes…se
suceden y el desencanto turbio y confuso de vivir también. Y, así, el diario nos
va presentando esas otras vidas que se han cruzado con la suya: sus padres, su
mujer, su hijo único, su mejor amigo, su exnovia reencontrada, algún compañero
de trabajo y su perra.
Poco
a poco, como en un rompecabezas, el lector va conociendo al futuro suicida, y sus recuerdos almacenados en
la cabeza, el corazón o la bragueta a lo largo de cincuenta y pico años. Y, a la
vez que conocemos la trayectoria existencial de Toni, bastante banal, vamos
conociendo esta sociedad nuestra que nos ha tocado vivir. Nada hay seguro ni
duradero en esta época. Las personas van de acá para allá buscando un sentido a
la vida, una felicidad en mil experiencias distintas. Pero la dicha esperada no
llega, y, en su lugar, aparece e cansancio de vivir, el agotamiento existencial,
el afán de nihilismo, la frustración provocada por esos sueños que no se
cumplen, por ejemplo, el hijo sobre el que tantas ilusiones se había hecho el
propio Toni, y que se van desinflando a medida que Nikita crece y no es, ni por
asomo, como su progenitor había soñado. Pero también el amor, que confundimos
con los efluvios eróticos de los primeros tiempos, los viajes románticos y la
carne joven, pero cuando el tiempo pasa, el desamor llega puntualmente y se
convierte en una pesadilla (basta ver las cifras de divorcios y cómo el ser más
amado pasa a convertirse en el ser más odiado, el que más nos hace sufrir). También
las difíciles relaciones con los padres y con los hermanos son una muestra de
nuestras familias cada día más desestructuradas, fuente continua de conflictos.
La casa convertida en “nido de víboras”,
como nos había dicho François Mauriac.
El sexo, al que una sociedad pansexualizada atribuye altísimas expectativas de
felicidad, y que no tarda mucho en diluirse en desencanto y frialdad. Un sexo
que va pasando de la pareja al burdel y de éste a la muñeca hinchable. Sexo
banal, venal, exento de ternura y compromiso.
Al acabar la
novela se tiene la sensación de que todos los temas de nuestro tiempo están
ahí. Las trifulcas políticas y la confrontación. A abuelos comunistas les
suceden nietos que se tatúan la esvástica. A padres santurrones les nacen hijos
que no pisan la iglesia y que se niegan a bautizar a sus hijos. Los padres,
laboralmente exitosos, son incapaces de educar a sus hijos. A veces se tiene la
sensación de que Aramburu, buen oyente, buen lector, ha escuchado las noticias
o ha leído los periódicos y todo ello le ha servido de humus de donde ha
surgido una contundente novela sobre nuestra historia más reciente. La vida va
por ahí repartiendo maltratos, mobbing escolar, ideologías, fracasos amorosos,
okupas, familias rotas, borracheras y desequilibrios mentales varios. El “futuro
suicida” describe sin tapujos y sin piedad a sus congéneres, empezando por su
padre, su mujer, su hijo, su exnovia o su mejor amigo (al que durante toda la
novela le nombra con un apodo insultante) y sobre todo a sí mismo. Pero también
es capaz de quitar hierro a las situaciones calamitosas y, como cualquier
indiferente, ver el lado jocoso y cómico de la existencia. Por ello, a lo largo
de la novela, el lector se identifica, bien con Amalia, bien con Toni, con
Nikita, con Raulito, con Águeda, o con el amigo.
La novela, sobre
todo, nos habla de un hombre vacío, cansado, hastiado, frustrado. Un hombre al
que la vida le ha decepcionado totalmente: desde sus padres, sus compañeros de
trabajo en un instituto, hasta su papel como padre o como marido, sus
relaciones sexuales, o la filosofía que enseña. La compañía de sus congéneres
saca de quicio a Toni, aunque, al mismo tiempo, no puede pasar un día sin
buscar un vino compartido con su amigo o acostumbrarse a la dulce verborrea de
su bondadosa ex novia.
La perra Pepa es la única referencia a la
ternura y a la compañía que todo ser humano reclama y exige como una súplica
desesperada. Y también este punto refleja, con toda su fuerza poética o su
sociología demoledora, nuestro mundo, donde tantos y tantos ciudadanos cuidan
más y mejor a sus mascotas que a sus padres. Donde tantos y tantos solitarios
encuentran en la compañía de un chucho un poco de humanidad y de compañía, que
no pueden o no saben hallar en el trato con su propia familia, con sus amigos o
compañeros. Ese ‘amor’ a los animales en un tiempo de ‘desamor’ a los propios
humanos no es uno de los temas menores de este libro.
No contaré nada
más, pero así son las primeras líneas correspondientes al 1 de agosto de 2018: “Llega
un día en que uno, por muy torpe que sea, empieza a comprender ciertas cosas. A
mí me ocurrió mediada la adolescencia, quizá un poco más tarde, pues fui un
muchacho de desarrollo lento…”
Los vencejos no
paran de volar. Comen, copulan e incluso duermen durante el vuelo. Y solo se
posan cuando entran o salen del nido donde incuban y alimentan a sus crías.
Pasan los inviernos en África y los veranos en Europa. Pueden parecer aves
corrientes, vulgares, pero tienen una característica única: no paran de volar.
Los vencejos son para el escritor una imagen poética para acompañar al ser
humano en tiempos de hastío, desazón, aburrimiento y sinsentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario