martes, 18 de octubre de 2022

Santillana de Campos y Puentes


Cuando mi buen amigo, Jorge Antolín, me dijo que sus niños de catequesis habían elegido el proyecto “Tepetzintan” para una actividad altruista, me hizo una especial ilusión.

Había conocido este proyecto en diciembre de 2010. Desde Amozoc, donde estaba situada la misión guaneliana, me acerqué con otros voluntarios a la comunidad indígena náhualt que vivía en Tepetzintan, un lugar muy apartado de la Sierra Norte del estado de Puebla, en México. El paisaje era de una hermosura sobrecogedora. Era un día húmedo y caluroso. Por el bosque, fui recorriendo los senderos que conducían a las casas desperdigadas aquí y allá. Humildes cabañas. Un catequista local nos guiaba hacia donde había personas enfermas, muy ancianas o totalmente pobres y para las que los voluntarios traían bolsas de alimentos y medicinas. Era verdaderamente conmovedor  ver la pobreza de las casas, el dolor de los enfermos, que aún sacaban fuerzas para hablar, sonreír, agradecer u ofrecer unas tortillas de maíz o una infusión. Nosotros les llevábamos algo; ellos compartían lo poco que tenían. En una casa, pedí a una familia numerosa que accediese a fotografiarse conmigo. De repente la abuela, con un rostro de arrugas como una corteza de árbol, se escabulló y se alejó. Volvió un minuto después y me entregó un huevo que acababan de poner las gallinas.

En el último censo, de enero de 2021, se dice que Santillana de Campos, pedanía palentina dependiente del ayuntamiento de Osorno la Mayor, tiene 67 empadronados. Cuenta, eso sí, con algunos matrimonios con hijos que cada fin de semana, puntualmente, llegan al pueblo.

            La actividad altruista consistió en un “Pincho solidario” organizado el pasado 16 de octubre. Cuando el coche llegó a la carreterilla que conducía al pueblo, nos encontramos con la flecha “Pincho Solidario”. Luego veríamos otras repartidas por las calles, para que nadie se perdiese. Y no estaban de más las flechas, porque otros vecinos de los pueblos limítrofes se acercaron, al igual que un numeroso grupo de amigos de Puentes y de amigos de los propios vecinos de Santillana.

            El momento del “pincho” fue precedido por una Eucaristía en la iglesia parroquial de Santa Juliana, donde un coro compuesto por niños y adolescentes animó musicalmente la celebración. Encontrar niños en una parroquia es algo insólito en la España vaciada, aunque no más que en las parroquias de las grandes ciudades. Viendo a esos niños y adolescentes pensé que no está tan cerca el fin del cristianismo por estas tierras, como muchos auguran o temen. Chicos y chicas leyeron las lecturas del domingo desde el atril, pasaron el cestillo, hicieron de monaguillos y pidieron en la oración de los fieles. El guaneliano, P. Santi, misionero por tierras de Congo, Guatemala, México, Colombia o Brasil era la persona más indicada para hablar de cristianismo y solidaridad.

            La nave agrícola que acogió el pincho no podía estar mejor equipada para hacer de bar durante unas horas. Pero es que, además, estaba muy bien adornada con carteles y con fotografías de los proyectos solidarios que atiende Puentes en países como Ghana, Nigeria, Congo, Colombia, Guatemala, México, India, Filipinas... Una mesa alargada exponía pequeños objetos de artesanía local y misionera para la venta.

            La organización de una actividad benéfica no es una novedad ni en las parroquias ni en los pueblos, lo que sí llama la atención es que, pequeños y grandes, vecinos y residentes de este pequeño pueblo palentino, se implicasen tanto en la preparación y el desarrollo del “Pincho Solidario”. En un mundo de individualidades, la unión resplandece como una joya. Desde los que cocinaron tortillas y empanadas, hasta los que, al pie de la plancha, lidiaron con chorizos, pancetas o morcillas. Desde las mujeres que hicieron manualidades hasta los que acondicionaron los espacios, desde los que adornaron la iglesia o la nave donde se sirvió comida y bebida, hasta los que hicieron de camareros en la barra, de tenderos en la mesa de artesanía o cobraban en la caja.

El tiempo benigno y un sol espléndido pusieron también de su parte para el éxito de la jornada. Y también el Ayuntamiento de Osorno la Mayor quiso aportar su ayuda, costeando la bebida (un detalle que tiene su importancia, porque los ayuntamientos, que suelen ser manirrotos con festejos y verbenas, son bastante cicateros a la hora de la solidaridad).

Es de justicia, hacer una mención especial a Jorge Antolín que animó a todos y sumó voluntades para que el pincho fuese un ‘acontecimiento’ en su patria chica. Pocas veces había visto tanta ilusión y tanta generosidad en un pequeño pueblo. Por ello, nada más llegar a  Santillana, supe que el “Pincho Solidario” ya había triunfado antes de empezar.

            Personalmente, me sentí un poco desbordado por tanta generosidad, compromiso, ilusión y simpatía (me pasa lo mismo en el pueblo vallisoletano de Quintanilla de Arriba). Pensaba en los habitantes de Tepetzintan que, en circunstancias de enfermedad o paro, sin subsidios y sin ayudas, tienen que enfrentarse a la pobreza o al abandono. El dinero recaudado ha sobrepasado los dos mil euros. Una cantidad muy abultada para un pequeño pueblo. Y ese dinero llenará muchas bolsas de alimentos y pagará muchas medicinas.

            Durante la Santa Misa se pudo escuchar la canción “¿Dónde está la juventud, si la tenemos? Pues sí, la infancia, la adolescencia y la juventud, pero también la madurez y la ancianidad de Santillana de Campos estaban ahí, detrás de la barra de un bar, sirviendo pinchos y detrás de la mesa, vendiendo artesanía y en los bancos de una iglesia. Pero estaban, sobre todo, en la ilusión por hacer algo juntos para personas lejanas, que no conocen y que nunca les pagarán lo que han hecho, ¿o sí?

¿Podremos añadirle un apellido más a Santillana? ¿Santillana de Campos y Puentes, por ejemplo?

Gracias de corazón.











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