El 7 de enero
de 2015 era el día elegido para el lanzamiento de la última novela, por
entonces, del que es considerado uno de los mejores escritores franceses del
momento, Michel Houellebecq (para
algunos el nuevo Sartre). Pero a primera hora de ese fatídico día de enero,
unos yihadistas irrumpieron violentamente en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo y mataron a 12 personas. Una
ola de consternación sacudió Francia y Europa. Michel Houellebecq se vio
obligado a cancelar la promoción de su libro, para no encender más los ánimos
de muchos franceses.
El libro en
cuestión, que acabo de leer en mi retiro de Quintanilla, es Sumisión, una ficción política. Es el
año 2022 y en Francia es elegido Presidente de la República un musulmán que
recibe el apoyo del partido socialista, para así aislar al Frente Nacional de
Le Pen. A través de la mirada de un profesor de la Universidad de La Sorbonne, François, vamos conociendo todas las
vicisitudes personales y los cambios que se operan en la propia Universidad y
en la sociedad francesa.
François, el
protagonista, bien puede ser ese europeo al que nunca ha faltado de nada en la
vida, y que puede permitirse el lujo de vivir en un buen distrito de París.
Cuarenta y pico años, buen nivel económico, hijo de padres separados, soltero
empedernido que no acepta ningún compromiso de pareja, y sin hijos. Un hombre
completamente desapegado de sus padres, a quien su muerte deja indiferente y
frío; un hombre que vive sin desgarro el exilio al que, por judía, tiene que
someterse Miriam, su última amante; el hombre que dedica sus días a su trabajo literario
en la universidad, a sus múltiples y variados escarceos sexuales, y al saboreo
de excelentes bebidas espirituosas. Un hombre que no se siente comprometido con
ninguna idea política ni solidaria, acunado únicamente por un lánguido
fatalismo. François representa al individuo hedonista, indiferente, que espera
poco del mañana. En fin, con François pudieran identificarse, más o menos,
muchos de los europeos que transitan por las calles, las escuelas, las fábricas
y los cafés de cualquier ciudad del Viejo Continente.
Considerada,
por unos, como una novela no muy alejada de la realidad y como una seria
advertencia a esta Europa confusa y paralizada ante el empuje del islamismo, y,
por otros, como un relato catastrofista, una provocación, Sumisión causó verdadero estupor y escándalo en Francia, y el autor
fue acusado de oportunista y de islamófobo.
El título de
la novela hace referencia a una doble sumisión,
como se nos dice en una de sus páginas: “La
idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con fuerza, de que la
cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta. Para mí hay
una relación entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre, tal y como la
entiende Historia de O, y la sumisión del hombre a Dios, tal como la entiende
el islam”. La novela, implícitamente, nos habla de otra sumisión, tal vez más
peligrosa y más vergonzante: la de Europa al islamismo.
Hay un momento
en que en la novela se menciona al escritor Toynbee que afirmaba que las civilizaciones no mueren asesinadas,
sino que se suicidan, y que esto mismo es lo que sucedió al Imperio Romano en
el siglo V. Europa, alegre e
inconsciente, reniega de su pasado, se siente abochornada por su Historia, desprecia
y ridiculiza sus raíces cristianas, siente una dulce y abierta tolerancia por el
resto de religiones, en nombre de la multiculturalidad, la globalidad, el
respeto a las creencias ajenas y un largo etcétera de bondades, pero también de
‘buenismos’. Europa, al igual que el protagonista, parece aceptar, sin drama y
sin escándalo, su propia decadencia, al mismo tiempo que trabaja, sin pausa,
por su suicidio.
En una escena,
el nuevo rector de la Universidad de la Sorbonne,
Mr. Rediger, hace proselitismo con
el protagonista y le explica dónde radica el éxito del islam: “El individualismo liberal podría llegar a
triunfar si se contentara con disolver las estructuras intermedias que eran las
patrias, las corporaciones y las castas, pero si ataca a esa estructura última
que es la familia, y por lo tanto a la demografía, firmaría su fracaso final,
entonces llegaría, lógicamente el tiempo del islam”
En la novela
se nos dice que “El verdadero golpe
genial del líder musulmán que llega a ser Jefe del Estado había sido comprender
que las elecciones no se jugarían en el terreno de la economía sino en el de
los valores. En lo concerniente a la restauración de la familia, de la moral tradicional
e implícitamente del patriarcado, se abría ante él un amplio camino que la
derecha no podía tomar, y tampoco el Frente Nacional, sin ser tildados de
reaccionarios o de fascistas por los sesentayochistas, momias progresistas agonizantes,
sociológicamente exangües pero refugiados en ciudadelas mediáticas desde las
que aún eran capaces de lanzar imprecaciones sobre la desgracia de los tiempos
y el ambiente nauseabundo que se abatía sobre el país; solo él estaba al abrigo
de todo peligro. Paralizada por su antirracismo constitutivo, la izquierda
había sido incapaz de combatirlo.” Y a continuación: “El verdadero enemigo de
los musulmanes, lo que temen y odian más por encima de todo, no es el
catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo”.
Con la fórmula
“Doy fe de que no hay sino un Dios y
Mahoma es su profeta”, el profesor de la Sorbona, que rastreó durante toda
su carrera intelectual la aventura existencial del escritor francés convertido
al catolicismo, Joris-Karl Huysmans,
se convertirá, sin dolor y sin culpa, en un musulmán, un paso imprescindible
para continuar como profesor de la Universidad, con derecho a la poligamia y
con un alto sueldo, pagado por las petromonarquías, los nuevos patronos de la
Sorbona. Sin grandes escrúpulos de conciencia, sino con lánguida indiferencia,
el protagonista se rinde a una religión fuerte, “una religión de hombres”. La
reducción de derechos y la merma de libertades son, quizás, poca cosa, parece
indicarnos el profesor François.
Michel Houellebecq nos ofrece material
suficiente para hacernos reflexionar sobre el europeo de este siglo XXI. El
ciudadano europeo medio, alejado de la fe y de los ideales humanistas de sus
mayores, aspira únicamente a su propio placer y rehúye, en nombre de un
hedonismo elevado a la categoría de dios, a cualquier limitación: ya sea la
paternidad, el matrimonio, el cuidado de los padres, los deberes cívicos o los
valores humanos. Al mismo tiempo, más acá y más allá de las fronteras del Viejo Continente, el suicidio de Europa
es visto como una oportunidad única, una auténtica ganga para los especuladores
procedentes de otras maneras de pensar y de creer.
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