De las muchas fotografías que me han
llegado de las celebraciones en Palencia y Aguilar de Campoo con motivo del 50
Aniversario del fallecimiento del Hermano Juan, me quedo con esta: al finalizar
la eucaristía, tres chicos de la Villa, Jesús, José Antonio y Luis, posan con
el obispo de Palencia, D. Manuel Herrero, con el obispo emérito y premio
Príncipe de Asturias, Mons. Nicolás Castellanos, con el Superior General, D.
Umberto Brugnoni y con el P. Adelio Antonelli (quien hace 50 año comunicó a los
alumnos del Aguilar la triste noticia). El grupo, curiosamente, queda enmarcado,
en su lado derecho, por la fotografía del Hermano Juan, y en el lado izquierdo,
por un crucificado de hermosa factura, el mismo que, hace casi dos décadas, un
loco intentó y casi logró convertirlo en astillas a fuerza de hachazos.
Esta podría ser la foto de este
evento, porque, además, tiene un trasfondo: durante toda la eucaristía, José
Antonio Alcalde, aguilarense de pro y uno de los primeros chicos que llegaron a
Villa San José, compartió presbiterio y altar con los obispos y los sacerdotes.
Es una escena que ya hemos visto en otros escenarios guanelianos: José Antonio,
sin salirse del guión, sin desentonar, imita los gestos y realiza los mismos
movimientos que cualquier sacerdote, con la gravedad y la seriedad propias de
tan alto ritual. No está de más afirmar que a los obispos y al párroco de
Aguilar, Óscar de la Fuente, ni les ha escandalizado ni les ha estorbado esta
presencia de un ‘buonfiglio”. Con exquisita delicadeza admitieron al
‘celebrante’ José Antonio a su lado. Podemos decir, con permiso del derecho
canónico, que en esta Eucaristía, José Antonio ejerció de ‘obispo in pectore’. Su
sonrisa y su satisfacción –fíjense bien- en medio de tan ilustres acompañantes
mitrados, son un poema y un canto a la vida y a la religiosidad de los más
sencillos, de los ‘inocentes’, como nos enseñó a nombrarlos Miguel Delibes.
Esta fue una de las imágenes del día.
Una foto que es una homilía en sí misma. El sermón adecuado para hablar del
hermano Juan. Desde mi punto de vista, la imagen que mejor habla de una iglesia
que hace visibles a los invisibles, y se siente a gusto y cómoda entre los
descartados.
Pero hubo más:
La
multiplicidad de los testimonios que hablaron en el incomparable marco de la
ermita románica de Santa Cecilia, y bajo el fascinante capitel de la matanza de
los inocentes, que es siempre una relectura en piedra de nuestra actualidad
violenta, nos hablan de un canto coral: El Superior General de los Guanelianos,
los mencionados obispos, el postulador de la causa, Bruno Capparoni, P. Adelio
que había convivido con él en Aguilar, exalumnos de la primera hornada, como
José Ignacio o Jesús Núñez, sacerdotes, como Andrés y Jesús Aparicio que, en
parte, deben su vocación a su influencia benéfica, su sobrina Daniela, que
aseguró que la figura del ‘tío Giovanni’ era una figura mítica en la memoria
familiar. De él se dijo en esos días: Un hombre bueno, un hombre pacificador y
mediador, una fervoroso orante, un enamorado de María, un hombre humano y
comprensivo con las faltas ajenas, un hombre cuya presencia invitaba a la
oración, un ser humilde, un asceta, un hombre sacrificado, un fraile que se
desvivía por los demás, un simple hermano, ni siquiera sacerdote, un religioso contento y alegre de su vocación …
Las jornadas nos han hecho comprender que el Hno. Juan es una
‘fortaleza” de y para los guanelianos españoles. Poco significativa en el
mapamundi de los Siervos de la Caridad, España ocupa un papel secundario en el
panonama guaneliano mundial, pero esta celebración ha servido para entender que
el Hermano Juan es un buen aglutinante, un
pegamento, el puente que une diversas realidades, sensibilidades e incluso “islas”.
Hay personas que no encajan bien en algunas o en muchas de las realidades de la
España Guaneliana, y sin embargo sienten al Hermano Juan como ‘identidad’, como
nexo de unión: una figura a la que admiran y una figura con poder de
convocatoria.
Las celebraciones en torno al Hermano Juan no han sido una cosa de la ‘secta guaneliana’, sino de la Iglesia. Significativo que las eucaristías se celebrasen en templos de la diócesis, que acudiera el obispo de la iglesia en Palencia, al que se sumó el obispo emérito, Nicolás Castellanos; significativa y valorada la buena acogida por parte de los párrocos que fue más allá de una correcta cortesía entre presbíteros, puesto que supieron expresar, de bastantes modos, calidez, espíritu de servicio y sintonía con la causa.
No podían faltar los versos y la
música. Aunque en esta ocasión los versos estaban tejidos, como tapiz, con los
hilos de las oraciones del Hermano Juan, a los que Alfonso Martínez había
puesto música. Un apasionado Andrés cantó e hizo cantar a todos la canción. El
canto resume elocuentemente una forma de ser y de estar en el mundo, una forma
de entender la oración y una manera de dirigirse a Dios. “Enamórame” habla de
alegría pura, de metal abrasado, de necesidad de oír la voz de Jesús, de amar
con corazón, de vaciamiento, de saciar la sed, de luciérnaga: “Entonces me quedo, allora rimango /Soy todo
tuyo. Ya no me pertenezco / Enamórame, Señor. Enamórame”.
La actualización del Testamento del
Hermano Juan, conocido como el Testamento de los Caramelos, porque en él pedía
que “si el día de mi muerte encontraseis algunas monedas en mis bolsillos,
comprad caramelos para los buonifigli de
Roma”. En Buenos Aires, Madrid, Galicia, Valladolid, Palencia, Manila, Lora,
Porto Alegre… se ha repetido el gesto, porque un caramelo representa el anhelo
de hacer más fácil y más dulce la vida a los demás, porque nuestras múltiples
“discapacidades” nos hacen merecedores de un humilde caramelo. El hecho de que
el ‘protocolo’ en la ermita de Santa Cecilia empezase precisamente por el
reparto de los caramelos a los ‘buonifigli’ de Villa San José, supuso empezar
con buen pie la jornada.
Existen
crónicas antiguas de los primeros siglos del cristianismo donde se relatan
‘canonizaciones por aclamación” (vox
populi). Los primeros cristianos, reunidos en el atrio de una iglesia hacían
memoria, recordaban palabras y hechos de un cristiano y lo proclamaban santo
por aclamación. Un santo no era una persona absolutamente divina, sino un ser
humano absolutamente humano que había seguido a Dios con pasión y se había
entregado a los hermanos con generosidad. Y por lo tanto, los que le habían
sobrevivido pensaban que era alguien a imitar y a seguir. El santo, aunque sin
lograrlo nunca del todo, se había parecido algo a Jesus, y había desbrozado y
abierto un sendero, tal vez no muy ancho, pero por el que era posible caminar
hasta alcanzar la verdadera calzada, el verdadero camino de Jesús.
Luego, a
partir del siglo V, la proclamación de la santidad de un creyente correspondió
al obispo. Finalmente, en el siglo X, la proclamación quedó reservada al Papa.
Desde ese momento, diversos decretos y normas fijaron los requisitos para la
canonización: llegaron los largos procesos, los dicasterios, los plácets, la
exigencia de milagros ratificados por un equipo de expertos, algunos de los
cuales no creyentes, los informes y más informes. Incluso el “abogado del
diablo”…
Las cuarenta ocho horas de Palencia y Aguilar han sido “memoria sanctitatis” del hermano Juan, es decir el recuerdo de una vida ejemplar y virtuosa. Con sinceridad de pobres creyentes y con pasión de admiradores, podemos decir que este encuentro ha sido una segunda aclamación de santidad, vox populi. La primera, no debemos olvidarlo, la realizó con voz temblorosa y solemne don Ciriaco Pérez, párroco de Aguilar de Campoo, y la confirmó el pueblo con un canto “incorrecto e inapropiado” para un funeral, pero que a todos pareció oportuno y merecido: ¡Resucitó!
Las naves
góticas de la Colegiata de San Miguel, que será siempre la catedral de la
Familia Guaneliana en España, volvió a ser testigo de esta “aclamación de
santidad”. La vida del Hermano Juan puede ser admirada, propuesta e imitada. El
pequeño sendero de humildad y de alegría, de devoción y de entrega que abrió a su paso por tierras de Sanguinetto,
Fara Novarese, Barza d’Ispra, Roma y Aguilar de Campoo es un sendero fiable y
seguro que conduce y desemboca en el Camino de Jesús.
Nota: Julián Cabuérniga es el autor de las fotografías del Encuentro en la ermita de Santa Cecilia y de la Eucaristía en la Colegiata de Aguilar de Campoo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario