Pocas veces la concesión de un premio
literario, en este caso el Princesa de
Asturias a Enmanuel Carrère, me
ha dado tanta alegría. Tal vez porque creo haber leído todos los libros
importantes de este autor, al que conocí por casualidad en las páginas de un
suplemento cultural mientras esperaba el menú del día en Casa Manolo, en
Santiago de Compostela.
Carrère, me ha dado buenas horas de lectura,
por lo que me siento agradecido a su pluma. Un escritor bastante
inclasificable, porque en cada novela te sorprende y de él puedas esperar lo
inesperado. He de decir que la autoficción abunda en los escritos de este autor
francés. Las novelas de Carrère son Carrère. Él mismo ha confesado que no sabe hacer
ficción y que, por eso, su vida y la vida de los que lo rodean aparecen mucho
en su escritura.
Enmanuel Carrère (París 1957), nieto de un
ruso que emigró a Francia e hijo de la sovietóloga y Secretaria de L’Académie
Française, Hélène Carrère d’Encausse, ha conjugado su tarea de escritor de
novelas, ensayos, reportajes y biografías con la labor de realizador de cine. Complejo,
contradictorio, con muchas aristas y muchas sombras, con muchos fulgores y
muchos infiernos en su existencia. Los conocemos casi todos, porque si de algo
hace gala el autor de Vidas ajenas es que no tiene pudor a
la hora de escribir, ya sea de sus relaciones sexuales, ya sea de sus sonoras
depresiones e internamientos hospitalarios. Lo pude comprobar en su último
libro, Yoga, donde da buena cuenta
de su experiencia con la depresión, de la ruptura de su propio yo en muchos
pedazos, pero también de la desolación experimentada cuando perdió a su buen
amigo y periodista Bernard Maris en los atentados yihadistas contra el
periódico satírico Charlie Hebdo, o de sus intentos perseverantes de buscar la
serenidad y la paz a través del yoga en un monasterio budista estricto y
severo.
Sirva de homenaje este artículo en que citaré,
aparte del mencionado Yoga, algunos de los libros suyos que he leído. Empezaré
por El adversario, para mí su más
logrado libro. En él nos cuenta la biografía de un impostor con el que llegó a
entrevistarse en la cárcel para intentar captar todos los detalles de un alma laberíntica
y mefistofélica: Jean-Claude Romand. Un mentiroso patológico, que se inventó
una carrera, un trabajo, un montón de influencias, que dejó sin un duro a sus
padres y que quemó su propia casa con su mujer y sus hijos dentro cuando pensó
que había llegado muy lejos en su impostura y se sintió acorralado. Sin juzgar
en absoluto, Carrère nos presenta la vida de un hombre demasiado real. “Una novela apasionante y una reflexión de
escalofrío” (David Trueba).
En El
Reino nos habla de su conversión a la fe católica. Una conversión
enfebrecida, apasionante como suelen ser las conversiones. Pero, más tarde,
sintió la desesperanza y su fe entró en crisis. Se alejó del catolicismo, no
sin antes escribir una oración conmovedora: “Te
abandono, Señor, pero tú no me abandones”. Su paso por la Iglesia le empujó
a meterse de llenos en los primeros tiempos del cristianismo, cuando todo
estaba por hacer y un potente y desbordante San Pablo marcó, para bien o para
mal, la marcha del cristianismo. “El
Reino desafía
todos los géneros: narración, indagación, ensayo, libro de historia y de
introspección; resulta apasionante de principio a fin. Carrère sale triunfante
de una increíble proeza. Muestra, en estas páginas soberbias, el poder
iluminador de la literatura» (François
Busnel, Lire).
En Limónov
nos cuenta la vida estrafalaria y rocambolesca del poeta ruso, pendenciero,
estrafalario, maldito, camaleónico,
escurridizo, odioso y amable al mismo tiempo. Limónov fue disidente en la Unión
Soviética, exiliado en Nueva York donde vivió como un mendigo y terminó como
mayordomo respetable de un millonario. En Nueva York viviría noches salvajes de
sexo y alcohol. Instalado en París, escribió un libro autobiográfico que
escandalizó –ya es decir- a los lectores francés. Y del París- La nuit se
marchó a Los Balcanes, donde daría su apoyo sin fisuras y hasta las últimas
consecuencias a los serbios. Volvió a la Rusia poscomunista y su valiente
oposición al nuevo zar ruso, Putin, le
llevó a la cárcel. “Mucho más que el
retrato de un hombre inverosímil, es una historia de los últimos cincuenta años
de Rusia. Y contiene páginas memorables” (Bernard Pivot, Le Journal du
Dimanche).
¿Con qué nos sorprenderá Carrère en su próximo
libro? Ha recibido todos los grandes premios de las letras francesas, y este Premio Princesa de Asturias lo consagra
internacionalmente. En su último internamiento psiquiátrico fue diagnosticado
como bipolar. No faltan estudios sobre literatura y locura, escritura y
problemas mentales. Su obra representaría bien a esta sociedad nuestra que se
mueve entre la exaltación y la represión y que no siente pudor alguno a la hora
de exhibir su desnudez y sus miserias. Siempre he creído que Enmanuel
Carrère es un escritor que sabe hacer escritura de cuanto siente en su
corazón y cuanto ven sus ojos. El autor francés es un ser frágil pero brillante
que intenta explicarse para comprenderse y alcanzar una cierta cordura. No está
tan lejos de Alonso Quijano. En una entrevista a El Cultural decía que “Escribir es el centro de mi vida. Mi
objetivo es ser un poco más libre, más inteligente, comprender mejor las cosas
y entenderme mejor a mí mismo. Y escribir ha sido mi vehículo para lograrlo”.
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