jueves, 28 de octubre de 2021

Los retratos de Lita Cabellut




A una niña gitana le faltaba poco para los 13 años cuando visitó por primera vez el Museo del Prado. A esa edad malamente sabía leer y escribir. Pero los cuadros de Goya, Velázquez, Ribera, Rubens y Rembrandt  entraron por sus grandes y negros ojos y ya nunca la abandonaron. La niña respondía al nombre de Lita.

"Me impresionó tanto la visita al Museo del Prado, que convencí a mis padres para que me pusieran un profesor de dibujo. Me dejaban pintar siempre en el garaje después de hacer los deberes. A los 16 años tuve mi primera exposición en el Ayuntamiento de Masnou (Barcelona)”.

Lita Cabellut había nacido en 1961 en un pequeño pueblo de Huesca, Sariñena. Nunca llegó a conocer a su padre y su madre la abandonó cuando era un bebé. Muy pronto dejó su aldea natal y recaló en Barcelona para vivir con su abuela Rosa. Una gitana que mendigaba por las calles y distraía alguna que otra cartera a turistas distraídos en la Plaza Real. A ella misma, a la pequeña Lita, una niña disléxica, le gustaba más corretear por las calles y pedir limosna que ir a la escuela, donde era la última de la clase y no conseguía juntar cuatro letras seguidas como Dios manda. Cuando la pequeña tenía 10 años, la abuela Rosa murió. Y ella entró en un orfanato, donde permaneció algo más de dos años y medio, hasta que una pudiente familia catalana la adoptó, la sacó de allí, y le permitió ver el mundo y verse a sí misma de otra forma. Fue entonces cuando hizo su primera visita al Museo del Prado. Hay momentos que fundan una vida. Y para Lita, la visita al Prado fue uno de ellos. "Con 13 años, recién adoptada, sin saber leer ni escribir, sentí cómo Rubens, Rembrandt, Goya y Bacon me contaban mi primer cuento. Sus cuadros me abrieron el alma".

Empezó a estudiar con aplicación y en el garaje de la casa montó su primer estudio. En 1978, sus primeros cuadros colgaban de las muro de una sala de exposiciones. A los 19 años consiguió una beca para la Gerrit Rietveld Academy, de la ciudad de Amsterdam. Allí siguió la estela marcada por los grandes pintores holandeses e inauguró un lenguaje pictórico propio y unas propias señas de identidad: Lita Cabellut creó a Lita Cabellut. "Era donde se habían formado los grandes maestros, la luz allí es diferente para pintar, fue una buena decisión porque me pude desarrollar intelectual y técnicamente". Desde entonces reside en los Países Bajos donde tiene su taller de pintura.

Desde hace algún tiempo, sus retratos -he de reconocerlo- me fascinan. Sus retratos tienen una potencia que es difícil de olvidar después de haber visto media docena de ellos. Conquistan, subyugan, interrogan, fascinan. Son a veces caricia, a veces bofetada. En este sentido es deudora de los grandes retratistas holandeses y españoles que aún nos siguen hipnotizando en las paredes del Museo del Prado o en el Rijksmusem.

De ella ha escrito el crítico Heberto de Sysmo: "El color negro enfatiza la relación entre el estigma y su visión de la belleza; sus obras tiene el volumen de un relieve telúrico, la cartografía de un caos que conforma con naturalidad el atlas, terreno y celeste, de la mirada o el cuerpo. La piel es pieza clave en las obras de Cabellut: órgano externo que revela las experiencias, que muestra las cicatrices del dolor, las marcas del paso del tiempo. En definitiva, la fuerza, el carácter y la angustia consustancial a la existencia del ser humano”. Hermosa definición.

Esta gitana de melena negrísima y enmarañada, de ojos profundos y grandes, como su raza, tiene una presencia rotunda y una mirada apasionada y enigmática. Por un momento, una pensaría que tal vez Lita Cabellut está a punto de lanzarse a bailar flamenco, taconeando hasta la extenuación o se va a poner a declamar, con voz ronca,  los versos de Medea en un teatro griego.  Esta gitana es hoy la artista viva española más cotizada del momento, a la altura de Miguel Barceló.

Sus monumentales retratos no dejan a nadie indiferente. Cabellut consigue aumentar el impacto visual mediante la aplicación de una innovadora técnica de craquelado. Además, la paleta de colores que utiliza para dar piel y carne a sus personajes hace de ella una artista reconocible. Los trazos desgarrados de sus pinceladas no disimulan su admiración por Lucien Freud: "Con esas pinceladas neuróticas Freud es un maestro en describir la crueldad", y afirma también que representa el "lado más olvidado de la sociedad", con el que "empatiza especialmente”.

No está de más decir que mantiene con sus propios recursos la Fundación Arnive de ayuda a infancia necesitada ya que, según sus palabras “son el lado más olvidado de la sociedad, porque yo no me olvido de quién fui y dónde estoy”.

Cuando el periódico El Mundo le preguntó qué es lo que más le gustaba de su obra, esta fue su respuesta: “Una serie que pinté hace 10 años sobre prostitutas y borrachos. Quería que el público viera lo que yo sentía en la calle durante mi infancia”.

Nunca ha renegado de su etnia, y algunos de sus cuadros son un homenaje a su pueblo: "Quiero mostrar las miles de caras que tenemos, no sólo las cosas malas que siempre sacan de nosotros. Somos un pueblo lleno de magia, las penas las cantamos con alegrías"

Seres anónimos, despojos humanos de cualquier barrio degradado ocupan sus grandes lienzos, pero también personajes que, por su fuerza o por su vida, la han conquistado: Coco Chanel, Frida Kahlo, Nureyev, Stravinsky, García Lorca, Madre Teresa de Calcuta, Charlot. Los retratos de Lita Cabellut, ya sea por la delicadeza de su poesía o por su arrebatada pasión nos seguirán cautivando durante mucho tiempo.











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