A una niña gitana le faltaba
poco para los 13 años cuando visitó por primera vez el Museo del Prado. A esa edad malamente sabía leer y escribir. Pero
los cuadros de Goya, Velázquez, Ribera, Rubens y Rembrandt entraron por sus grandes y negros ojos y ya
nunca la abandonaron. La niña respondía al nombre de Lita.
"Me impresionó tanto la visita al Museo del Prado, que
convencí a mis padres para que me pusieran un profesor de dibujo. Me dejaban
pintar siempre en el garaje después de hacer los deberes. A los 16 años tuve
mi primera exposición en el Ayuntamiento de Masnou (Barcelona)”.
Lita Cabellut
había nacido en 1961 en un pequeño pueblo de Huesca, Sariñena. Nunca llegó a
conocer a su padre y su madre la abandonó cuando era un bebé. Muy pronto dejó
su aldea natal y recaló en Barcelona para vivir con su abuela Rosa. Una gitana
que mendigaba por las calles y distraía alguna que otra cartera a turistas
distraídos en la Plaza Real. A ella misma, a la pequeña Lita, una niña
disléxica, le gustaba más corretear por las calles y pedir limosna que ir a la
escuela, donde era la última de la clase y no conseguía juntar cuatro letras
seguidas como Dios manda. Cuando la pequeña tenía 10 años, la abuela Rosa
murió. Y ella entró en un orfanato, donde permaneció algo más de dos años y
medio, hasta que una pudiente familia catalana la adoptó, la sacó de allí, y le
permitió ver el mundo y verse a sí misma de otra forma. Fue entonces cuando
hizo su primera visita al Museo del Prado. Hay momentos que fundan una vida. Y
para Lita, la visita al Prado fue uno de ellos. "Con 13 años, recién adoptada, sin saber leer ni escribir, sentí
cómo Rubens, Rembrandt, Goya y Bacon me contaban mi primer cuento. Sus cuadros
me abrieron el alma".
Empezó a estudiar con
aplicación y en el garaje de la casa montó su primer estudio. En 1978, sus primeros
cuadros colgaban de las muro de una sala de exposiciones. A los 19 años
consiguió una beca para la Gerrit Rietveld Academy, de la ciudad de Amsterdam. Allí siguió la estela
marcada por los grandes pintores holandeses e inauguró un lenguaje pictórico
propio y unas propias señas de identidad: Lita Cabellut creó a Lita Cabellut. "Era donde se habían formado los
grandes maestros, la luz allí es diferente para pintar, fue una buena
decisión porque me pude desarrollar intelectual y técnicamente".
Desde entonces reside en los Países Bajos donde tiene su taller de pintura.
Desde hace algún tiempo, sus retratos -he de reconocerlo- me fascinan. Sus retratos tienen una potencia que es
difícil de olvidar después de haber visto media docena de ellos. Conquistan, subyugan, interrogan, fascinan. Son a veces caricia, a veces bofetada. En este sentido
es deudora de los grandes retratistas holandeses y españoles que aún nos siguen hipnotizando en las paredes del Museo del Prado o en el Rijksmusem.
De ella ha escrito el crítico
Heberto de Sysmo: "El color negro
enfatiza la relación entre el estigma y su visión de la belleza; sus obras
tiene el volumen de un relieve telúrico, la cartografía de un caos que conforma
con naturalidad el atlas, terreno y celeste, de la mirada o el cuerpo. La
piel es pieza clave en las obras de Cabellut: órgano externo que revela las
experiencias, que muestra las cicatrices del dolor, las marcas del paso del
tiempo. En definitiva, la fuerza, el carácter y la angustia consustancial a la
existencia del ser humano”. Hermosa definición.
Esta gitana de melena
negrísima y enmarañada, de ojos profundos y grandes, como su raza, tiene una
presencia rotunda y una mirada apasionada y enigmática. Por un momento, una
pensaría que tal vez Lita Cabellut está a punto de lanzarse a bailar flamenco,
taconeando hasta la extenuación o se va a poner a declamar, con voz ronca, los versos de Medea en un teatro griego. Esta gitana es hoy la artista viva española
más cotizada del momento, a la altura de Miguel
Barceló.
Sus monumentales retratos no
dejan a nadie indiferente. Cabellut consigue aumentar el impacto visual mediante
la aplicación de una innovadora técnica de craquelado. Además, la paleta de
colores que utiliza para dar piel y carne a sus personajes hace de ella una
artista reconocible. Los trazos desgarrados de sus pinceladas no disimulan su
admiración por Lucien Freud: "Con esas pinceladas neuróticas Freud
es un maestro en describir la crueldad", y afirma también que
representa el "lado más olvidado de
la sociedad", con el que "empatiza
especialmente”.
No está de más decir que mantiene
con sus propios recursos la Fundación Arnive
de ayuda a infancia necesitada ya que, según sus palabras “son el lado más olvidado de la sociedad, porque yo no me olvido de
quién fui y dónde estoy”.
Cuando el periódico El Mundo
le preguntó qué es lo que más le gustaba de su obra, esta fue su respuesta: “Una serie que pinté hace 10 años sobre
prostitutas y borrachos. Quería que el público viera lo que yo sentía en la
calle durante mi infancia”.
Nunca ha renegado de su etnia,
y algunos de sus cuadros son un homenaje a su pueblo: "Quiero mostrar las miles de caras que tenemos, no sólo las cosas
malas que siempre sacan de nosotros. Somos un pueblo lleno de magia, las penas
las cantamos con alegrías"
Seres anónimos, despojos humanos
de cualquier barrio degradado ocupan sus grandes lienzos, pero también
personajes que, por su fuerza o por su vida, la han conquistado: Coco Chanel,
Frida Kahlo, Nureyev, Stravinsky, García Lorca, Madre Teresa de Calcuta,
Charlot. Los retratos de Lita Cabellut,
ya sea por la delicadeza de su poesía o por su arrebatada pasión nos seguirán
cautivando durante mucho tiempo.
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