jueves, 21 de febrero de 2019

Calentar las calles. Calentar las casas.




Se nos repite, y con razón, que muchas personas sufren pobreza energética. Apenas pueden calentar sus hogares en los largos meses de invierno. Tienen que pasar con un braserillo o con un pequeño calefactor y arroparse con mantas y cobertores. Y al lado de esta pobreza energética bastante invisible, existe una exhibición de abundancia energética. Han proliferado por doquier las terrazas de invierno que se pueden sostener gracias a las chimeneas o quemadores instalados en ellas. Ocupan las aceras de cualquier calle. La gente se sienta en ellas como si fuera pleno verano.  En medio de estos gélidos días, ahí los vemos disfrutando de un vino, una ración de jamón, un café o un cigarrillo. A primera vista, parece un sinsentido. Tenemos las cafeterías calentitas, pero vamos a sentarnos en las terrazas, donde la temperatura es de cero grados. Así somos de contradictorios los humanos. Muchas personas no pueden encender una hora al día la calefacción, mientras decenas de terrazas invernales tienen la calefacción encendida todo el santo día. Calentamos las calles, cuando la gente no puede calentar las casas.

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