martes, 25 de marzo de 2025

El niño que se enfadó con la muerte, de Enric Benito

 


Cuando su abuelo Sebastián, albañil, un hombre hecho a sí mismo, murió en medio de dolores devastadores, Enric Benito tenía 10 años. Sus padres estaban volcados en su hermano, Tito, con una discapacidad severa, y el abuelo era el único que le hacía caso, así que cuando la muerte se lo arrebató, sintió una tristeza inmensa. Y se enfadó. La muerte se llevaba a quien más quería y él se quedaba ahí, rumiando esa manera tan dolorosa de morir.  

Creyó que hacerse médico sería una forma de vengar la muerte de su abuelo, porque él se dedicaría a curar a los enfermos. Se decidió por la oncología que era la enfermedad que había acabado con su abuelo. Enric tuvo que aplicarse y estudiar como un loco para seguir manteniendo la beca, gracias a la cual estudiaba. El trato asiduo con pacientes con cáncer le enseñó muy pronto que las derrotas eran su pan de cada día (por entonces el cáncer era una auténtica guadaña que, imparable, segaba las vidas de los pacientes). Tuvo que aprender a lidiar con más fracasos que éxitos. Y aprendió que lo peor no era la enfermedad; lo peor era enfrentarse a la muerte. A los enfermos les dolía el cuerpo, la carne y los huesos, perdían facultades físicas, no podían caminar o hacer la digestión, perdían la visión. Pero era su alma y su mente las que sufrían atrozmente, llenos de miedo y angustia. El cuerpo dolía; el corazón sufría. Y esto era increíblemente más angustioso. Enric extrajo una moraleja: había enfermedades que no se dejaban curar, pero que podían paliarse, cuidarse, ‘sanarse’.

Al llegar a los cuarenta y tantos años, los nervios de Enric se rompieron. Sintió que su vida no tenía sentido y que había tocado fondo. Depresión por estrés, le dijeron. Como tantos de su generación empezó a practicar yoga. Hizo un viaje a la India, en busca de un nirvana que le aportara serenidad. Un día con todo el grupo con el que viajaba fue a conocer a un maestro hinduista, para una audiencia exclusiva. Pero el maestro les descolocó. Les preguntó de dónde eran. Y al saber que eran españoles, les dijo: “¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no escuchan a sus maestros, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola. Vayan a su tierra, busquen los lugares sagrados, en lugar de venir a una tierra extraña buscando dioses desconocidos en una lengua que no es la suya”.  Esto fue una lección para Enric. De vuelta a España, pasado un tiempo, se atrevió –por vez primera en los últimos 30 años- a recitar el Padre Nuestro. Unos meses después, y ante la incomprensión de sus colegas de hospital, Enric abandonaba el departamento de oncología y se ponía a trabajar con los enfermos terminales. Había oído que en Inglaterra habían surgido “unidades de cuidados paliativos”. Cuando la enfermedad era incurable, había que cuidar y ‘sanar humanamente’ a los enfermos que iban a enfrentarse a la muerte, y también a las familias que, en la mayoría de los casos, se sentían perdidas.

El libro de Enric es una lección sobre la muerte y el morir, en definitiva sobre la vida. No está escrito desde la pena o el desgarro, sino desde la compasión, el respeto a la dignidad de cada ser humano, para que el moriturus, afronte el “morimiento”, con la misma naturalidad con la que el nasciturus afronta el nacimiento.

Enric nos cuenta historias hermosas de hombres y mujeres que han sabido afrontar este viaje con paz y serenidad. Historias de sanación espiritual y humana, cuando ya el cuerpo era un guiñapo. Historias de perdón y de consuelo, de agradecimiento y de celebración. Juan, al que su mujer había llevado de aquí para allá, de consulta en consulta y de hospital en hospital. Solamente cuando los dos aceptaron lo inevitable, pudo irse en paz. Francisca que solamente cuando supo el poco tiempo que le quedaba de vida, quiso irse a su casa, ordenar sus cosas, despedirse de los seres queridos y preparar el funeral. Pablo, 24 años, que decidió vivir sus últimas semanas recibiendo en la terraza del hospital a sus amigos, y al que sus familiares, después de tantas resistencias para aceptar lo inevitable, le dieron ‘permiso para irse’. O Roy, que pidió a los de cuidados paliativos cómo era eso de morirse, qué tenía que hacer, cómo iba a apagarse su cuerpo. Y que al final recordó cómo en el servicio militar había ido un día a hacer limpieza en una ermita abandonada y que allí había encontrado una paz que nunca volvió experimentar: “Cuando acabe esto de la enfermedad, voy a ir allí. Estoy seguro”. O Miguel, enfermo terminal de sida, maltratado y apaleado por la familia y la vida, con un rencor y un odio que le salía por los poros y por la garganta. Y que solamente, cuando notó que el personal de cuidados paliativos le trataba humanamente: “tú eres una buena persona”, pudo llorar durante horas, perdonar y perdonarse, antes de partir en paz. En 1992, se creó Asociación Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), a la que Enric ha dedicado lo mejor de su inteligencia y su corazón, pues “el enfermo terminal o que entra en paliativos pasa desde el caos interior y la negación que hace sufrir a la aceptación y el abandono de esa realidad que produce paz y otorga trascendencia”.

La resistencia a aceptar la realidad, aumenta el sufrimiento. La mayoría de los enfermos terminales tienen alguna cosa por lo que quisieran pedir perdón y alguna persona a la que les gustaría dar las gracias. A veces lloran por un dolor antiguo, por una incomprensión, por una herida de décadas. La cercanía de la muerte, les ayuda a sanar estas heridas y a enfrentarse con una mayor dignidad y elegancia al viaje definitivo.  

En estos tiempos en que la muerte ha dejado de ser un hecho natural, para convertirse en un tabú, probablemente el único tabú que queda, podemos caer en la cuenta de que el “morimiento” es consustancial a nuestra naturaleza, y que, si bien no podemos evitar el dolor, podemos evitar o atenuar el sufrimiento. Prepararnos para morir ‘sanos y sanados”, es un reto y a la vez un consuelo. Cuando se logra alejar el miedo a la muerte, se entra en otro estado de conciencia. Todos tenemos experiencia de haber acompañado una agonía, y sentirnos tristes y a la vez llenos de paz y de gozo, agradecidos a la vida por haber dado la mano hasta el último momento, por haber ayudado a pasar al otro lado a un ser querido: “La compasión es el nombre que toma el amor cuando se encuentra con el sufrimiento”.

Enric Benito escribió este libro en 2024, cuando ya contaba 75 años, y había dedicado los últimos treinta años a cuidar enfermos terminales, a dar conferencias, a programar audios y vídeos, a encontrarse con auditorios ansiosos de saber cómo es esto del morir, cómo comportarnos cuando sabemos que el ‘morimiento’ nos está pisando los talones, cómo actuar cuando debemos acompañar a un ser humano y cómo debemos dejarle partir hacia otro lugar. Enric dice que la muerte es mucho más llevadera cuando una persona ha vivido para el ser, en lugar de hacerlo para el tener. Lo que se tiene (propiedades, honores, amigos, familia, fama) da miedo perderlo, en cambio lo que se es (el buen corazón, los valores, la interioridad), uno puede llevárselo allá donde vaya. El cuerpo del ser humano acaba como acaba, como una planta, como una animal, pero el bagaje de humanidad, espiritualidad y transcendencia no desaparecen, se sea creyente o no, se pertenezca a una religión o a otra.

En muchas ocasiones le han preguntado cómo se puede morir bien y he aquí su respuesta: “Teniendo la confianza de que el universo está bien organizado y de que la muerte no es un fracaso, es un traspaso. Y en armonía y en paz con la vida vivida”. Y resume en unas pocas lecciones el morir: “Morir es normal y además es seguro. Morir nos abre a la verdad. Morir no duele. ¿Qué necesitamos saber para morir bien? Haber vivido bien. El sentido nos abre el camino. Podemos morir sanos. Acompañar y estar ahí tiene premio”. 

            El libro empieza citando la famosa frase de Martin Heidegger: “el hombre es un ser para la muerte”. La muerte segura y certera acecha al ser humano desde que nace. Y acaba con una frase luminosa de Rabindranath Tagore: “La muerte no es la oscuridad, simplemente es apagar la linterna, porque ha llegado el amanecer”.

Portada del libro de Enric Benito





Enric Benito con la cómica Paz Padilla, con la que ha colaborado en muchas ocasiones







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