¿Alguien se acuerda del revuelo nacional que se armó cuando
una ciudadana española se contagió de ébola? Un auténtico desmadre de
acusaciones, de improperios, de supuestos derechos, de supuestas negligencias,
de supuestas ineficacias. Pocas semanas después, la paciente abandonó el
hospital y pudo hacer vida normal.
¿Y alguien se acuerda del escándalo que montaron asociaciones
animalistas cuando las autoridades sanitarias decidieron sacrificar al perro
cuya dueña había contraído el ébola? Un despropósito que llevo a los propios
dueños de Excalibur (nombre del perro) a querellarse contra Sanidad y solicitar
una indemnización de 150.000 euros por "los daños morales provocados por el
sacrificio".
El ébola, una vez más (es una epidemia recurrente en África),
se declaró a primeros de agosto de 2018 en el noroeste de la República
Democrática del Congo. Desde entonces han muerto ya unas 550 personas, y han
sido diagnosticados y derrotados otros tantos casos. Los hospitales tercermundistas, los voluntarios,
los médicos y los misioneros, están haciendo lo que pueden, que no es mucho,
con más voluntad que recursos.
A la actual epidemia de ébola en Congo, se unen otras dos
epidemias, sarampión y cólera. ¿Pero alguien habla en España de esta epidemia? ¿No son acaso hombres y mujeres los congoleños
que mueren o que luchan en silencio contra el mal? ¿Era Excalibur más
importante y más valioso que cualquiera de los africanos que han muerto y que
morirán en las próximas semanas?
El jinete apocalíptico del ébola sigue cabalgado por tierras
del Congo ante la más absoluta indiferencia de todos.
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