La catedral de la Fe. La catedral de Mejorada
del Campo. La catedral de Nuestra Señora del Pilar. La catedral de Justo. Diversos nombres que el pueblo ha ido dando a
un edificio que desde hace 60 años crece, ladrillo a ladrillo, en el pueblo
madrileño de Mejorada del Campo.
Todo esto se debe al empeño sin desalientos de un solo hombre: Justo Gallego.
Justo Gallego acaba de morir a los 96 años de
edad, y la noticia de su muerte ha saltado a todos los medios de comunicación.
¿Era acaso un arquitecto-estrella, un ganador de Premio Pritzker de
Arquitectura? No, simplemente era un humilde creyente que creía que la fe puede
mover montañas y también construir catedrales.
La gente no admiraba tanto el edificio cuanto la
voluntad de un hombre por mantenerse fiel a una promesa realizada y por su
dedicación exclusiva a un objetivo: construir una capilla para el Creador, a la que él atribuía la
curación de su tuberculosis.
Se dice pronto y bien: sesenta años de una
vida dedicada a poner un ladrillo tras otro con la fe sencilla de quien quiere
honrar a María. Casi siempre trabajó
él solo en tan gigantesca tarea, aunque en los últimos tiempos, grupos de voluntarios
se acercaban, admiradores y estupefactos, a echarle una mano.
La iglesia ocupa
unos 4.700 metros cuadrados de
superficie. Tiene una altura de 35
metros y una planta central de 50 metros, una cripta subterránea, dos
claustros, un baptisterio, doce torreones de 60 metros, 28 cúpulas y más de
2.000 vidrieras.
Hace bastantes años, y para no tener que
hablar más de la cuenta, debido a sus problemas de afonía, Justo Gallego colgó un cartel a la entrada del edificio para
explicar la razón de este quijotesco empeño:
“Me llamo Justo Gallego.
Nací en Mejorada del Campo el 20 de septiembre de 1925. Desde muy joven sentí
una profunda fe cristiana y quise consagrar mi vida al Creador. Por ello
ingresé, a la edad de 27 años, en el monasterio de Santa María de la Huera, en
Soria, de donde fui expulsado al enfermar de tuberculosis, por miedo al
contagio del resto de la comunidad. De vuelta en Mejorada y frustrado este
primer camino espiritual, decidí construir, en un terreno de labranza propiedad
de mi familia, una obra que ofrecer a Dios. Poco a poco, valiéndome del
patrimonio familiar de que disponía, fui levantando este edificio. No existen
planos del mismo, ni proyecto oficial. Todo está en mi cabeza. No soy
arquitecto, ni albañil, ni tengo ninguna formación relacionada con la
construcción. Mi educación más básica quedó interrumpida al estallar la Guerra
Civil. Inspirándome en distintos libros sobre catedrales, castillos y otros
edificios significativos, fui alumbrando el mío propio. Pero mi fuente
principal de luz e inspiración ha sido, sobre todo y ante todo, el Evangelio de
Cristo. Él es quien me alumbra y conforta y a él ofrezco mi trabajo en gratitud
por la vida que me ha otorgado y en penitencia por quienes no siguen su camino.
Llevo cuarenta y dos
años trabajando en esta catedral, he llegado a levantarme a las tres y media de
la madrugada para empezar la jornada; a excepción de algunas ayudas
esporádicas, todo lo he hecho sólo, la mayoría de las veces con materiales
reciclados… Y no existe fecha prevista para su finalización. Me limito a
ofrecer al Señor cada día de trabajo que Él quiera concederme, y a sentirme
feliz con lo ya alcanzado. Y así seguiré, hasta el fin de mis días, completando
esta obra con la valiosísima ayuda que ustedes me brindan. Sirva todo ello para
que Dios quede complacido de nosotros y gocemos juntos de Eterna Gloria a Su
lado”.
Probablemente, poco más se pueda añadir a este
resumen existencial hecho por el propio interesado. En un momento de
descreimiento generalizado, en un momento de obsesión por los expertos, los
arquitectos estrella, las grandes empresas que llevan a cabo, a cargo del
erario público, fabulosos edificios que a los pocos años están achacosos, causa
asombro y estupor el loco empeño de un agricultor, que se exigió a sí mismo
hacer de albañil para construir una pequeña capilla en honor de la Virgen. Este
hombre que estuvo al pie de obra hasta los 94 años, que no conoció el
desaliento, ni se dejó amilanar por el frío o el calor, por las críticas
acerbas de muchos sectores, se mantuvo firme en su propósito y en su promesa. Sin
planos, sin proyecto de obra, sin recursos, sin asesores, sin el visto bueno
del municipio o de la Iglesia… pero él tenía ideas en la cabeza y, cuando
llegaba cada mañana a la obra, al amanecer, hacía una masa de cemento y se ponía a la tarea. Solo los
libros antiguos, algunos de ellos en latín, donde se daba cuenta de la
construcción de las “sacras moles”, fueron su Universidad.
No ha podido ver su obra acabada, pero sí a
gentes de los cuatro puntos cardinales que se acercaban a Mejorada del Campo
con el único fin de conocerle de cerca y ver su catedral, especialmente desde
que su proyecto apareciese en un anuncio de Aquarius y de que el Patio
Herreriano de Valladolid y el Moma de Nueva York hablasen de su obra.
Cuando un hombre sabe bien lo que quiere, nada
le detiene en su camino. Este hombre trabajador, afable, risueño, que madrugaba
para recoger los ladrillos desechados de la cerámica, que encendía cuatro
astillas en un bidón para calentarse en invierno, que ha desafiado a
arquitectos y a expertos, que se ha mantenido imperturbable en su fe cuando
arreciaba la incomprensión a su alrededor… nos habla de una cierta forma de
entender la vida, la fe y el trabajo.
Hace apenas tres semanas había donado a la
organización de Mensajeros de la Paz su
catedral. El P. Ángel se ha
comprometido a poner fin a este singular edificio que lleva en construcción
sesenta años. Algunos ya han ofrecido recursos para que así sea. Un estudio de
arquitectura ha avalado la solidez de la construcción, en contra de los
agoreros que pensaban que Justo construía sin pies ni cabeza. Los arquitectos
han certificado que “sorprendentemente” la obra es muy sólida y que, salvo pequeños detalles, todo lo demás
está bien calculado, y que la cúpula, el elemento más difícil, está bien
resuelto.
El lema
de Justo Gallego, como el mismo afirmaba, era “servir primero a Dios, luego al prójimo y por último a mí mismo”. Justo Gallego que quiso ser fraile y
que fue expulsado de la orden monástica por contraer la tuberculosis, le
bastaba con que con que a Dios y a María
le gustase su trabajo. Él no construía para los hombres o para ganar una
bienal de arquitectura. Construía para Dios, que es el gran arquitecto. Sólo
así se entiende esta obra de titanes, levantada por un fraile descartado. Un
albañil visionario. Un humilde creyente.
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