Una invitación especial
de 50 cumpleaños.
De un tiempo a acá, se
ha puesto muy de moda la celebración de los 50 años o, como canta Tontxu, 50
vueltas al sol. Lali Maestro López envió hace unas semanas la invitación para
la fiesta, y más de uno se quedó algo perplejo cuando leyó que la tarde de
celebración empezaría con una misa en la iglesia de San Antonio, de Palencia.
El
asombro duró poco, porque el viernes, 22 de agosto, a la hora acordada, en
seguida se creó en la iglesia un ambiente de gratitud, respeto, celebración y cercanía
litúrgica (empezando por el altar que se había puesto a ras de suelo y no en lo
alto del presbiterio), que, incluso los que al principio pudieron mostrarse algo
reticentes a este tipo de celebración religiosa, se sintieron, no sólo cómodos,
sino también envueltos en una cálida sensación de bienestar y serenidad.
Ya
en el cartel de convocatoria de la fiesta de 50 años, la anfitriona había
dejado claro el objetivo de la misma: “Celebramos
la vida y el camino recorrido juntos”.
Y fueron suficientes las palabras de César al inicio de la eucaristía, para
que todos nos sintiésemos transportados a esa casa común de la fe en la que
cabemos todos: “Todos sois alegría, luz, compañía y
fuerza. Nos sentimos profundamente bendecidos por todo lo vivido, por el amor
compartido, por vuestro cariño, por vuestras manos que sostienen, palabras que
alientan y abrazos que sanan”.
En la mesa del altar hubo
dos celebrantes: Pedro, el cura de San Antonio, que presidió la Eucaristía, creando
calidez y cercanía, reconociendo y valorando el trabajo de Lali en la familia
de sangre, en la familia guaneliana, en la parroquia, en la escuela, destacando
sus virtudes y valores, y
llevando a cabo una especia de encuesta a mano alzada entre los asistentes.
Las lecturas de
la misa reforzaron el hilo conductor de la celebración.En la primera lectura: “Que compartas tu pan con el hambriento, que
recibas en tu casa al pobre sin techo, que vistas al que ves desnudo y que no
te desentiendas de tu hermano”.
Y aún un tono más alto
en el Evangelio: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros
y vuestra alegría sea plena. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a
otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.
Pero también pudimos ver a otro celebrante en el altar: Dani. Dani es un adolescente con síndrome de Lowe. Lo vimos, con mirada incierta y movimientos torpes, colocarse al lado del cura durante buena parte de la misa, repitiendo, a veces, los gestos litúrgicos del sacerdote. Dani es hijo de Trini y Pedro, pero también es hijo de toda la “tribu de los Crespo” y de sus respectivas familias. Todos ellos, pequeños o grandes, padres, abuelos, tíos, hermana, primos, lo cuidan, le dedican tiempo, pensamiento y afecto. Y lo educan con el lenguaje del corazón, que es el único lenguaje comprensible para todos, como escribió Luis Guanella.
Si
miramos detenidamente las cosas presentadas durante el ofertorio, podrían
servir para escribir la vida de Lali hasta su 50 cumpleaños. ¿No era la
esculturilla de Don Guanella y los tres
huérfanos el símbolo de unos valores guanelianos vividos en cientos de
reuniones, misas, cantos, en el Centro Juvenil o en los campamentos de
Salcedillo? ¿No eran las pulseras de Puentes y de San Antonio la señal de un
voluntariado entendido como gratitud, donación de tiempo y energías,
pensamiento y afecto hacia los pobres, sean de la nación que sean? ¿No era el
cestillo con las hortalizas una manifestación de la vida sencilla y cotidiana,
como es el cuidado del huerto, y también de una casa abierta a la familia y a
los amigos en el pueblo de Castromocho? ¿No era
el rosario una metáfora de una confianza, de un crecimiento en la fe, de
una profundización en la vida del espíritu compartido con otros fieles? ¿No era
el libro Cosas que soy y siempre seré (de
Aida Acitores y Laura R. Lázaro) la más viva imagen de un trabajo vocacional de
maestra, vivido sin mirar al reloj, y con una empatía grande por los alumnos necesitados
de una atención especial? ¿No eran el cáliz y la patena una alegoría del sentido
de pertenencia a una iglesia universal
que se esfuerza, no obstante las imperfecciones, por seguir a Jesús?
Con su juventud
-a pocos meses de cumplir 18 años- y con su sencilla naturalidad, Rodri se puso
delante del micrófono para ofrecernos un discurso emotivo, no exento de toques
de humor irreverentes: “Eres la que se
acuerda de todo, incluso de lo que yo intento olvidar, como “ayuda sin que te
lo tenga que pedir”, “friega ya los platos”, “esa toalla no se dobla sola”. Y también: “Gracias por todo. Te quiero. Y
aunque a veces no haga lo que me pides… te escucho, más de lo que crees”.
Rodri se centró
en el verbo “estar”. La madre es la
que “está”. La madre es una presencia, y nunca una ausencia: “Estás en los momentos importantes, al
salir de la habitación tras estar estudiando, en los paseos tranquilos, en las
conversaciones después de comer, tras la puerta del baño para que salga ya de
la ducha y apague la música... Siempre estás”. Y terminó diciendo: “Y gracias por ser tú. Gracias por
transmitirme la fe y el amor por la familia, ese gran tesoro que tanto quiero”.
El segundo
discurso, el más esperado, correspondió a la protagonista del día. Antes de
entrar a la iglesia había asegurado que ya “venía
llorada de casa y que no quería emocionarse” como una quinceañera, ni hacer
pucheros. Pero el inesperado discurso de Rodri cambió el guión, rompió los
diques de los ojos y entrecortó su voz, más de lo deseado. Antes de ceñirse al
discurso preparado, dijo algo así; “veo
vuestras caras, cada uno de vuestros rostros, y me convenzo de que soy la suma
de lo que me habéis dado”.
Y ya con el papel en la mano: “Gracias a Dios, por mis padres que me cuidan y por el resto de mi familia. Gracias por los amigos… por los niños, por enseñarme y recordarme día a día lo que realmente es esencial. Gracias por la salud y el trabajo, por Puentes Ongd, por la parroquia San Antonio que me acoge y me impulsa a servir y por tantas y tantas asociaciones que luchan por la investigación, la conciencia social y la promoción de la persona. Gracias a Don Guanella por enseñarme a educar desde el corazón. Gracias a Pedro y Antonio por la cercanía y alegría.
Gracias por lo que soy,
por lo que tengo,
por lo vivido,
por la salud,
por las enseñanzas,
por los dones recibidos,
por lo que está por venir.
Gracias.
Y gracias a todos
por ser parte de este camino.
Y en un rato brindaremos por ello”.
No
hay encuentro sin un café. No hay festejo sin un pincho. No hay celebración sin
una copa. A veces, se dice, casi como un reproche, que todo se celebra comiendo
y bebiendo. Y sin embargo es bueno que todo se celebre compartiendo comida y
bebida, porque esto es también una eucaristía de fraternidad. La comida y la
bebida alegran el corazón del ser
humano. Y son la máxima expresión de la hospitalidad, la acogida y la
celebración. En el Bar Level para eventos, tuvo lugar la segunda parte de la celebración.
Y de nuevo, todos pudimos comprobar que la comida no sólo era comida, sino
comida amorosamente presentada, creativamente expuesta, primorosamente
ofrecida. Nada más llegar al bar se formaron los primeros corrillos. Presentaciones
de aquellos que no conocíamos. Saludos efusivos a los conocidos de toda la vida.
Charletas con unos y con otros, copa o pincho en la mano. Abrazos y achuchones,
palmadas en la espalda o un par de besos Conversaciones ligeras o reflexiones
en voz alta. Puesta al día desde el último encuentro. Los más pequeños que
corren por la sala o dan buena cuenta de las gominolas.
A mitad de la velada y
antes de que los más pequeños pasasen bandejas de dulces, Lali abrió su álbum personal
de fotos, mostrando en un audiovisual diferentes capítulos de su vida. En la pantalla se
sucedían imágenes de la infancia y juventud, estudios, pertenencia al
movimiento guaneliano, noviazgo y boda con César, vida doméstica con Rodri, voluntariado
en San Antonio y en Puentes, trabajo y compañeros, viajes, celebraciones familiares
y encuentros de amistad…
Entonces se escuchó fuerte
la canción Hermandad del grupo Love os Lesbian.
Es tiempo de agradecer
Que en tiempos tan
solitarios
En lealtades aún
podamos creer
Y casi todo está por hacer
Y un rayo cabrón de honestidad
Me lleva a la verdad
Que os queda a mi lado muchos años
Viva la hermandad
A esas horas, animados
por una alegría sincera, por una copa alzada en brindis, por una confidencia
echa al oído, por unos recuerdos desempolvados, por unos pies bailones, ya se podía brindar de prisa y beber despacio
por la hermandad.
A
las siete y media de la tarde, en la iglesia, se nos recordó que se trataba de
la vida misma, de agradecerla y celebrarla. Pasada la media noche, era el momento
de escenificarlo con los brazos alzados apuntando al cielo, las manos en el
hombro del más cercano, las voces algo roncas y la música que giraba y giraba…
Viva la hermandad
Después de grabarlo en nuestra piel
No nos cuesta de entender
Brindemos deprisa, bebamos despacio
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
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