domingo, 24 de agosto de 2025

Lali: celebrar la vida, ahora y siempre


Una invitación especial de 50 cumpleaños.

De un tiempo a acá, se ha puesto muy de moda la celebración de los 50 años o, como canta Tontxu, 50 vueltas al sol. Lali Maestro López envió hace unas semanas la invitación para la fiesta, y más de uno se quedó algo perplejo cuando leyó que la tarde de celebración empezaría con una misa en la iglesia de San Antonio, de Palencia.

            El asombro duró poco, porque el viernes, 22 de agosto, a la hora acordada, en seguida se creó en la iglesia un ambiente de gratitud, respeto, celebración y cercanía litúrgica (empezando por el altar que se había puesto a ras de suelo y no en lo alto del presbiterio), que, incluso los que al principio pudieron mostrarse algo reticentes a este tipo de celebración religiosa, se sintieron, no sólo cómodos, sino también envueltos en una cálida sensación de bienestar  y serenidad.

            Ya en el cartel de convocatoria de la fiesta de 50 años, la anfitriona había dejado claro el objetivo de la misma: “Celebramos la vida y el camino recorrido juntos”.

Y fueron suficientes las palabras de César al inicio de la eucaristía, para que todos nos sintiésemos transportados a esa casa común de la fe en la que cabemos todos: Todos sois alegría, luz, compañía y fuerza. Nos sentimos profundamente bendecidos por todo lo vivido, por el amor compartido, por vuestro cariño, por vuestras manos que sostienen, palabras que alientan y abrazos que sanan”.

 

Dos celebrantes en la misa.

En la mesa del altar hubo dos celebrantes: Pedro, el cura de San Antonio, que presidió la Eucaristía, creando calidez y cercanía, reconociendo y valorando el trabajo de Lali en la familia de sangre, en la familia guaneliana, en la parroquia, en la escuela, destacando sus virtudes y valores, y llevando a cabo una especia de encuesta a mano alzada entre los asistentes.

Las lecturas de la misa reforzaron el hilo conductor de la celebración.En la primera lectura: “Que compartas tu pan con el hambriento, que recibas en tu casa al pobre sin techo, que vistas al que ves desnudo y que no te desentiendas de tu hermano.

Y aún un tono más alto en el Evangelio: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Pero también pudimos ver a otro celebrante en el altar: Dani. Dani es un adolescente con síndrome de Lowe. Lo vimos, con mirada incierta y movimientos torpes, colocarse al lado del cura durante buena parte de la misa, repitiendo, a veces, los gestos litúrgicos del sacerdote. Dani es hijo de Trini y Pedro, pero también es hijo de toda la “tribu de los Crespo” y de sus respectivas familias. Todos ellos, pequeños o grandes, padres, abuelos, tíos, hermana, primos, lo cuidan, le dedican tiempo, pensamiento y afecto. Y lo educan con el lenguaje del corazón, que es el único lenguaje comprensible para todos, como escribió Luis Guanella.


 Un ofertorio que podría escribir la biografía de Lali:

            Si miramos detenidamente las cosas presentadas durante el ofertorio, podrían servir para escribir la vida de Lali hasta su 50 cumpleaños. ¿No era la esculturilla de Don Guanella y los tres huérfanos el símbolo de unos valores guanelianos vividos en cientos de reuniones, misas, cantos, en el Centro Juvenil o en los campamentos de Salcedillo? ¿No eran las pulseras de Puentes y de San Antonio la señal de un voluntariado entendido como gratitud, donación de tiempo y energías, pensamiento y afecto hacia los pobres, sean de la nación que sean? ¿No era el cestillo con las hortalizas una manifestación de la vida sencilla y cotidiana, como es el cuidado del huerto, y también de una casa abierta a la familia y a los amigos en el pueblo de Castromocho? ¿No era  el rosario una metáfora de una confianza, de un crecimiento en la fe, de una profundización en la vida del espíritu compartido con otros fieles? ¿No era el libro Cosas que soy y siempre seré (de Aida Acitores y Laura R. Lázaro) la más viva imagen de un trabajo vocacional de maestra, vivido sin mirar al reloj, y con una empatía grande por los alumnos necesitados de una atención especial? ¿No eran el cáliz y la patena una alegoría del sentido de  pertenencia a una iglesia universal que se esfuerza, no obstante las imperfecciones, por seguir a Jesús?


 Dos discursos con alma, corazón y vida

Con su juventud -a pocos meses de cumplir 18 años- y con su sencilla naturalidad, Rodri se puso delante del micrófono para ofrecernos un discurso emotivo, no exento de toques de humor irreverentes: “Eres la que se acuerda de todo, incluso de lo que yo intento olvidar, como “ayuda sin que te lo tenga que pedir”, “friega ya los platos”, “esa toalla no se dobla sola”.  Y también: “Gracias por todo. Te quiero. Y aunque a veces no haga lo que me pides… te escucho, más de lo que crees”.

Rodri se centró en el verbo “estar”. La madre es la que “está”. La madre es una presencia, y nunca una ausencia: “Estás en los momentos importantes, al salir de la habitación tras estar estudiando, en los paseos tranquilos, en las conversaciones después de comer, tras la puerta del baño para que salga ya de la ducha y apague la música... Siempre estás”. Y terminó diciendo: “Y gracias por ser tú. Gracias por transmitirme la fe y el amor por la familia, ese gran tesoro que tanto quiero”.

El segundo discurso, el más esperado, correspondió a la protagonista del día. Antes de entrar a la iglesia había asegurado que ya “venía llorada de casa y que no quería emocionarse” como una quinceañera, ni hacer pucheros. Pero el inesperado discurso de Rodri cambió el guión, rompió los diques de los ojos y entrecortó su voz, más de lo deseado. Antes de ceñirse al discurso preparado, dijo algo así; “veo vuestras caras, cada uno de vuestros rostros, y me convenzo de que soy la suma de lo que me habéis dado”.

 Y ya con el papel en la mano: Gracias a Dios, por mis padres que me cuidan y por el resto de mi familia. Gracias por los amigos… por los niños, por enseñarme y recordarme día a día lo que realmente es esencial. Gracias por la salud y el trabajo, por Puentes Ongd, por la parroquia San Antonio que me acoge y me impulsa a servir y por tantas y tantas asociaciones que luchan por la investigación, la conciencia social y la promoción de la persona. Gracias a Don Guanella por enseñarme a educar desde el corazón. Gracias a Pedro y Antonio por la cercanía y alegría.

 

Gracias por lo que soy,

por lo que tengo,

por lo vivido,

por la salud,

por las enseñanzas,

por los dones recibidos,

por lo que está por venir.

Gracias.

Y gracias a todos

por ser parte de este camino.

Y en un rato brindaremos por ello”.

 El canto final de la misa fue como un agradecimiento por parte de Lali a los 70 invitados congregados en la iglesia. “Gracias a ti, a ti, a ti / Gracias a ti, a ti, a ti”. Gracias a los niños sentados en el primer banco y a los adultos, a la familia y a las amistades, a los llegados de cerca y a los venidos de lejos, a los conocidos desde hace décadas y a los incorporados recientemente, a los compañeros de trabajo o de voluntariado, a los que se ve cada día y a aquellos que se ve cada mucho tiempo, a los que han prestado su hombro para llorar y aquellos a los que se ha servido de pañuelo de lágrimas. Desde el presbiterio, unos ojos miran y un dedo apunta a cada uno: un nombre, un rostro único, una mochila de alegrías y penas, visibles o invisibles. “Gracias a ti, a ti, a ti / Gracias a ti, a ti, a ti”.


 Alegría: una copa, un pincho y una olla solidaria

            No hay encuentro sin un café. No hay festejo sin un pincho. No hay celebración sin una copa. A veces, se dice, casi como un reproche, que todo se celebra comiendo y bebiendo. Y sin embargo es bueno que todo se celebre compartiendo comida y bebida, porque esto es también una eucaristía de fraternidad. La comida y la bebida alegran el corazón del  ser humano. Y son la máxima expresión de la hospitalidad, la acogida y la celebración. En el Bar Level para eventos, tuvo lugar la segunda parte de la celebración. Y de nuevo, todos pudimos comprobar que la comida no sólo era comida, sino comida amorosamente presentada, creativamente expuesta, primorosamente ofrecida. Nada más llegar al bar se formaron los primeros corrillos. Presentaciones de aquellos que no conocíamos. Saludos efusivos a los conocidos de toda la vida. Charletas con unos y con otros, copa o pincho en la mano. Abrazos y achuchones, palmadas en la espalda o un par de besos Conversaciones ligeras o reflexiones en voz alta. Puesta al día desde el último encuentro. Los más pequeños que corren por la sala o dan buena cuenta de las gominolas.

             Encima de la barra del bar, estaba depositada una olla de barro: La olla de la solidaridad. Desde el primer momento, Lali había pedido a todos sus invitados que no quería regalos por su 50 cumpleaños, y que colocaría una hucha solidaria para quien deseara dejar un donativo. Y como Lali tenía el ‘corazón partío’ entre varias causas solidarias, al final se decidió, salomónicamente, por estas tres: La Parroquia de San Antonio, donde desde hace años concretiza su compromiso cristiano, colaborando y animando la comunidad parroquial. La Asociación fibrosis quística, que lucha contra una enfermedad crónica que requiere muchos cuidados y rutinas diarias para evitar complicaciones. El rostro visible de esta enfermedad es Candela, una niña de su colegio. Y Puentes, la ongd guaneliana, de la que Lali es socia fundadora, y a la que ha dedicado tiempo y afanes, formando parte de la Junta Directiva, primero como vocal y, actualmente, como vicepresidenta.



 Un camino recorrido juntos en hermandad

A mitad de la velada y antes de que los más pequeños pasasen bandejas de dulces, Lali abrió su álbum personal de fotos, mostrando en un audiovisual diferentes  capítulos de su vida. En la pantalla se sucedían imágenes de la infancia y juventud, estudios, pertenencia al movimiento guaneliano, noviazgo y boda con César, vida doméstica con Rodri, voluntariado en San Antonio y en Puentes, trabajo y compañeros, viajes, celebraciones familiares y encuentros de amistad…

Entonces se escuchó fuerte la canción Hermandad del grupo Love os Lesbian.

             ¿Qué tal, sisters y hermanos?

Es tiempo de agradecer

Que en tiempos tan solitarios

En lealtades aún podamos creer

 Fue la canción más tarareada y coreografiada de la noche. La palabra ‘hermandad’ muy bien podría resumir el espíritu de la celebración de los 50 años y el espíritu de Lali: la vida se compone de los diferentes grupos o personas que nos forman y conforman: la familia de Lali y la familia de César, los amigos procedentes del ámbito guaneliano, los socios y amigos de Puentes, los compañeros de trabajo en los colegios de Villalón (Valladolid) y Padre Claret (Palencia), los alumnos y alumnas con sus familias, los fieles de la Parroquia de San Antonio, los amigos de encuentros y viajes compartidos con  Los de Antaño, las amistades hechas en el camino de la vida… 

Y casi todo está por hacer
Y un rayo cabrón de honestidad
Me lleva a la verdad
Que os queda a mi lado muchos años
Viva la hermandad

A esas horas, animados por una alegría sincera, por una copa alzada en brindis, por una confidencia echa al oído, por unos recuerdos desempolvados, por unos pies bailones,  ya se podía brindar de prisa y beber despacio por la hermandad.

            A las siete y media de la tarde, en la iglesia, se nos recordó que se trataba de la vida misma, de agradecerla y celebrarla. Pasada la media noche, era el momento de escenificarlo con los brazos alzados apuntando al cielo, las manos en el hombro del más cercano, las voces algo roncas y la música que giraba y giraba…

                         Que os queda a mi lado muchos años

Viva la hermandad
Después de grabarlo en nuestra piel
No nos cuesta de entender
Brindemos deprisa, bebamos despacio
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad





























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