miércoles, 17 de noviembre de 2021

El mal invisible


El escritor italiano Cesare Pavese anota en una de las entradas de su diario: “Hoy tampoco nada”. Y en estas tres palabras está el vacío de una existencia que, aparentemente, era exitosa como escritor. Diez días antes de quitarse la vida en una pensión de Turín anota: “No deseo nada más en esta tierra. Este es el balance del año no acabado, que no acabaré. No escribiré más”. En la habitación encuentran un poema: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. ¿Eran los ojos de la mujer amada y nunca conseguida o eran los ojos de esa ‘nada’ que era el paisaje de su alma? Nunca lo sabremos.

Una tarde de la primavera de 1988, al acabar las clases de lengua que por entonces daba en el colegio de los italianos de Aguilar de Campoo, bajé a la cocina a prepararme un café. Era ya una costumbre. Un par de minutos más tarde, aparecieron por allí el director del Colegio y un antiguo alumno de ese internado, al que yo también conocía, aunque no era de mi curso. Compartimos un café. El ex alumno traía unas bolsas de patatas fritas para compartir. El tono de la conversación era ligero y alegre, tal vez algo melancólico. Se traían a la memoria travesuras de infancia, partidos de fútbol, excursiones. Este joven compañero de colegio tenía esa tarde 25 años y recuerdo aún perfectamente los hoyuelos de su cara cuando se reía, y su pelo rizado. A la mañana siguiente, supimos que, dos horas después de haber compartido un café en su antiguo colegio, se había arrojado a las vías del tren. Creo que la suya fue una despedida en el lugar de su infancia donde él había sido feliz, según nos había confesado durante el café.

Y si ahora recuerdo estos dos suicidios, el de un escritor famoso y el de un compañero de colegio, es porque en los últimos días la noticia del aumento de suicidios en España ha ocupado las páginas de muchos diarios. Cada día se suicidan diez personas en España. Cada dos horas una persona se quita la vida en este país. Unos datos preocupantes, porque las muertes por suicidio superan desde 2008 las ocasionadas por accidentes de tráfico, siendo ya la primera causa de muerte no natural.

Hay que señalar que, más allá de las frías estadísticas y de los datos asépticos, se esconde un drama: la incapacidad para encontrar un sentido a la vida, la angustia insuperable, el callejón sin salida en el que muchos seres humanos, tal vez cercanos a nosotros, se sienten. Además, y al contrario que otras muertes, el suicidio de un familiar, de un amigo, de un compañero de trabajo deja en los que le conocían una sensación de culpa, de impotencia, de preguntas y de fracaso muy dolorosos. Todos coinciden: el duelo por un suicida se prolonga eternamente.

El suicidio sigue siendo un tema tabú. Un mal invisible del que apenas los medios de comunicación hablan. Los hay que afirman que hablar del asunto puede llevar a la imitación; los hay que piensan que sólo si se pone encima de la mesa el problema, sería posible, en parte, atajarlo.

Las estadísticas aparecidas en los periódicos han ido acompañadas de análisis. En algunos puntos coinciden los expertos.

Uno. Los suicidios se producen en mucha menor medida en los países pobres. Todo parece indicar que el suicidio podría ser uno de los ‘daños colaterales” del bienestar. La lucha por la supervivencia, por ganarse el sustento cada día, el cobijo para el invierno, la escuela para los hijos funciona como un ‘plus’ que potencia el sentido a la vida. No se puede renunciar a ella porque causaría un grave quebranto a los seres queridos. En cambio, en los países del bienestar, los ciudadanos son educados desde pequeños en esa idea de que tienen que alcanzar continuamente y como sea la felicidad, y por lo tanto se asume mal el fracaso, la pérdida de bienestar. El sentido de la vida parece estar más en el tener que en el ser. Y esto genera presión y angustia. Las nuevas generaciones que han crecido sin frustraciones, sin sacrificios, sin trabajo duro, se encuentra muchas veces desprovistos de una piel dura que les haga más soportable el helador vaivén de la existencia y la insoportable rueda de la fortuna que un día nos sonríe y al otro nos hiere.

Dos. La falta de un sentido trascendente de la vida va unido, cuando los vientos soplan desfavorables, a la falta de un sentido del mañana. Quien no tiene fe o quien no está asentado en unas fuertes creencias puede carecer –no digo que siempre- de una falta de esperanza en el mañana. Cuando uno está en un túnel puede pensar que esa oscuridad será definitiva y que la luz no aparecerá ya en ningún momento. Para la religión, el suicidio supone una grave falta que atenta contra los designios de Dios, Señor de la vida y de la muerte, y por lo tanto, considera que quitarse la vida es una falta de fe y de esperanza en Dios. Y lo cierto es que si no queda ninguna esperanza, ¿qué otra alternativa hay, cuando uno está en el túnel, sino la de quitarse de en medio? En momentos de total desamparo, de desgarradora soledad, de sufrimiento atroz, muchos creyentes se aferran a esa fe que les dice que Alguien, de forma misteriosa, cuida de ellas y que no les abandonará.

Tres. La salud mental es la pata coja de la sanidad. Por un lado, aún no nos creemos del todo que los problemas mentales son problemas reales de salud. Cuando oímos que alguien tiene depresión, trastorno bipolar, o cualquier otro problema mental, tendemos a rebajar la gravedad o a ponerlo en duda. Y así, seguimos juzgando con total severidad el comportamiento ‘raro o especial’ de algunas personas, sin ser conscientes de que precisamente ese comportamiento ‘raro’ se debe a su tambaleante salud mental. Cuando uno tiene una cojera no le exigimos que camine con toda normalidad, porque sabemos que es imposible. Los trastornos mentales están en la base, según estadísticas, del 63% de los suicidios. La pandemia no ha hecho sino empeorar esta situación. La pérdida de seres queridos de forma inesperada, la imposibilidad de despedirlos como se merecían, el aislamiento, la prolongada soledad, la inestabilidad económica, la angustia ante una plaga desconocida han disparado la necesidad de asistencia psicológica en un momento en que esta asistencia estaba cerrada a cal y canto. Y justo en el peor momento, la atención a la salud mental ha dado el cerrojazo, en aras de la atención del asunto covid,

Prevenir el suicidio no es fácil. Y lo será aún menos mientras sea un tema tabú. Quien más y quien menos ha tenido a lo largo de su vida alguna idea suicida. Un porcentaje bastante alto ha pensado seriamente en abandonar este mundo. Otros, lo han planeado concienzudamente. Otros se han atrevido a confesar sus pensamientos suicidas, y tal vez no han sido escuchados y nadie se ha tomado en serie su demanda de afecto, protección y cuidados. Muchos de los que suicidan han dado señales de su situación emocional precaria, y tal vez sus más cercanos han pensado que no eran para tanto, o han preferido pasar de puntillas. Lo que es cierto es que por cada persona que se suicida, otras seis personas quedan tocadas para siempre precisamente por ese suicidio de un ser querido.

Debemos preguntarnos ante este mal invisible y escondido si efectivamente somos más vulnerables de lo que pareceremos y más frágiles de lo que aparentamos. Debemos preguntarnos cuál es nuestra idea de la felicidad, de una vida lograda, de una existencia exitosa, porque tal vez andemos un poco errados. Debemos saber que, cada vez que cuidamos al otro, lo respetamos, lo animamos y lo apoyamos, estamos reforzando la fragilidad constitutiva de cada hombre y de cada mujer, de cada familiar y de cada amigo. Debemos ser conscientes de que con nuestras actitudes de esperanza, de fe, de compasión hacia los demás, en el fondo estamos insuflando razones para resistir, para levantarse, para luchar. En definitiva, razones para vivir esperanzados sus vidas y nuestras vidas, aunque sean imperfectas y no carezcan de sombras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

A destacar

Héctor & Friends: 50 vueltas al sol

       Una mañana te levantas de la cama y empiezas a recordar las cosas que hiciste para que alguien se sintiera mejor, pudiera vivir mejor...

Lo más visto: