En 2015, el grupo radical yihadista, Boko Haram,
saltó a los titulares de prensa de medio mundo cuando secuestró a 276 niñas en
una escuela de Nigeria. Desde entonces, este grupo terrorista y algunos otros traen
en jaque a los cristianos de este inmenso país africano de más de 200 millones
de habitantes.
Ya desde el periodo colonial, el Norte de Nigeria
contaba con una población básicamente musulmana. Sin embargo, muy pronto el
cristianismo prosperó en esas regiones. Durante muchas décadas hubo paz y
convivencia entre musulmanes y cristianos, como recuerda el obispo Habila Daboh,
originario de la región: “Nosotros
crecimos junto con las diferentes grupos étnicos. La vida transcurría con
normalidad. Compartíamos la comida de Navidad con los musulmanes y durante sus
celebraciones ellos compartían su comida con nosotros. Comíamos juntos,
jugábamos al fútbol, acudíamos a los mismos mercados y nos bañábamos en los
mismos ríos. Entonces, llegaron los extremistas (en los primeros años del siglo
XXI) afirmando que si no eres musulmán no deberías estar vivo, y allí es donde la
vida se volvió terrible para los cristianos. Los extremistas creen que no
deberíamos estar en esta región, y como ven que estamos creciendo, nos
consideran una amenaza para la comunidad musulmana”.
Aunque los cristianos representan el
45% de la población nigeriana (porcentaje muy similar al de musulmanes), sim
embargo el poder político y social lo ostentan cada vez más los musulmanes,
empezando por el presidente de la República Federal. La mayoría de los estados
del Norte de Nigeria han introducido la Sharía, es decir la aplicación del
islam más restrictivo a las leyes civiles, lo que se traduce en la
discriminación sin ambages de los cristianos y una amenaza continua para sus
tierras, sus bienes, la práctica de su fe y sus propias existencias. Con razón se
dice que Nigeria es el país más peligroso del mundo para practicar el
cristianismo.
Los atentados terroristas contra cristianos difícilmente llegan a
ser noticia en Occidente. Y sin embargo rara es la semana en que no se produce
un atentado en una iglesia cristiana, o un secuestro en un colegio o en un
seminario. En los últimos años ha habido un continuo goteo de muertos, heridos,
mujeres violadas y niños secuestrados. La persecución contra los cristianos
arroja cifras escalofriantes. Según la Ong Interiocity, que opera en la zona y
que se ha convertido en portavoz de esta persecución silenciada, entre enero y
agosto de 2025, alrededor de 7 500 cristianos han sido masacrados por motivos
religiosos en Nigeria, lo que da una media de 32 cristianos asesinados cada
día. Otros tantos han sido secuestrados en el mismo periodo. Mientras, en los
últimos años, las iglesias que han sufrido algún tipo de ataque arrastra una
media de cien al mes. Y se habla asimismo de que 2 000 escuelas cristianas han
sido destruidas. Varias ongds hablan de seis millones de desplazados por los
continuos ataques a la población, a sus casas y cultivos.
Ante estas cifras y
ante esta persecución que dura ya casi dos décadas, son muchos los que
denuncian un plan sistemático para expulsar a los cristianos del Norte de
Nigeria. Según el padre Chimaobi Clément Emefu, se trata de un “proyecto de islamización que dura desde hace tiempo, y que es sistemático.
Dicho de otra forma, los cristianos nigerianos sufren un genocidio ante la
indiferencia del mundo occidental”.
El número
de asesinatos y secuestros se ha cebado en los últimos años en los líderes cristianos
de la región, sacerdotes, religiosos, laicos consagrados, catequistas, maestros
y seminaristas. Como recordaba el obispo Matthew Kukah en el funeral del
seminarista asesinado, Michael Nnamdi: “El
Norte de Nigeria es un gran cementerio, un valle de huesos secos, la parte más
desagradable y brutal de Nigeria”.
Y sin
embargo, por imposible que parezca, los cristianos del Norte de Nigeria no se
rinden. Muchos seminaristas han sido masacrados, pero muchos más han decidido
defender con sus vidas, si fuese necesario, la voz compasiva y misericordiosa
de Jesús en el Norte de Nigeria.
Como
ya sucedió en 2023, cuando Azerbayán invadió las zonas habitadas por los
cristianos armenios, la mayor parte de los poderes políticos y de los medios de
comunicación occidentales eluden hablar de esta persecución sistemática de
cristianos en Nigeria, y, mucho menos, calificarlo de genocidio.
El
sacerdote Patrick Akpabio, nigeriano, en una reciente conferencia en España
decía que “En Nigeria se mezclan la sangre con el vino de alegría, las balas con el
pan y el dolor con la esperanza. Los seguidores de Cristo pagan un alto precio
por su fe, sufriendo torturas físicas y psicológicas, aislamiento, violación,
esclavitud, robos, cosechas destrozadas, discriminación en mucho aspectos
legales, tráfico de órganos… todo con el fin de desanimar a la gente a vivir en
sus poblados y evitar que puedan servir a Dios”.
Pero en medio de esta persecución sistemática, los
nigerianos no abandonan su fe. Si renunciasen a ella, renunciarían también a su
dignidad de seres humanos, a su alma y a su libertad: “Donde las iglesias han sido quemadas, la gente se reúne bajo los
árboles de mango para celebrar la misa”.
Europa, mientras tanto, calla. ¿Un silencio culpable? ¿Un
difuso odio a Cristo?
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