viernes, 29 de junio de 2018

Viktor Frankl: sentido de la vida, sentido del sufrimiento




En 1940, Viktor Frankl, vienés, judío, joven, y con una prometedora carrera en el campo de la neurología, tenía en sus manos un visado para trabajar y estudiar en Estados Unidos y, de esta forma, salir cuanto antes de una Austria devorada ya por el nazismo. Pero Víktor sabía que sus padres, ya mayores, no contaban con este visado y que no podía dejarles abandonados a su suerte en un mundo que se había vuelto loco con los judíos. Dejó caducar el visado y así, poco tiempo después, llegó a Auschwitz.
Ya en el primer control no le dejaron pasar el manuscrito de sus investigaciones y que luego se conocería como Logoterapia. Ante sus narices hicieron trizas sus apuntes, fruto del trabajo de varios años.
Ante la brutalidad y la inhumanidad reinantes en el Lager, Viktor se preguntaba ya en las primeras semanas de prisión si, en estas condiciones, tenía sentido la vida y si era posible buscar un sentido a la vida.

El prisionero 119.104 se dedicó a observar el comportamiento de todos cuantos le rodeaban:  los oficiales nazis, los kapos, capataces de los barracones,  los prisioneros, veteranos o novatos…. Tomó distancia frente a cuanto sucedía a su alrededor y se preguntó una mil veces por el sentido de este sufrimiento. Fue así como el campo de concentración se convirtió en un motivo de madurez personal pero también en el laboratorio de sus investigaciones.  El filósofo Baruch de Spinoza, también judío como él y perseguido como él, le había enseñado lo siguiente: “Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam” (el sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él”.
Frankl intentó formarse una idea clara y precisa de este sufrimiento. Observó la mezquindad y la crueldad de los kapos, pero también la generosidad de un oficial nazi que compraba medicinas de su propio bolsillo y las distribuía entre los enfermos. Los propios prisioneros protegieron a este oficial cuando llegó el momento de la liberación. Observó el sadismo de muchos prisioneros con otros más débiles o recién llegados. Observó el hundimiento moral de otros tantos que simplemente se volvían apáticos, se resistían a comer y se entregaban a la muerte como quien se entrega a una liberación. Observó el fenómeno de la ‘despersonalización’, que es ese momento en que una persona se vuelve incapaz de ser persona, de actuar con la dignidad de una persona. Se conciencia de que es una cosa, a la que han arrebatado cualquier sentimiento de humanidad o incluso han incapacitado para la alegría, algo que sucedería por ejemplo en el momento de la liberación: los prisioneros ya no eran capaces de experimentar la alegría, porque creían que no era cierta, que era una patraña más de su mente enferma.

En las circunstancias más dramáticas, el hombre aún puede conservar una llama de humanidad y creer que su vida y su sufrimiento tienen un sentido, una enseñanza, un chispa que puede iluminar la noche más oscura. Viktor Frankl salió con vida del Lager. No así su familia, incluida su joven mujer. Prosiguió sus estudios, su trabajo y sus investigaciones de Logoterapia.
El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias…, todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana: “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en que se encuentra”

En el prólogo de Benigno Freire, leemos: “En el Campo, Frankl pudo experimentar situaciones impensadas e insospechadas para ahondar en el conocimiento del hombre. El sufrimiento estaba presente en el lager en todas sus modalidades e intensidades. Estudió con detalle sus efectos en el psiquismo y observó cómo algunos reclusos se abatían o degradaban ante el sufrimiento, mientras otros parecían madurar interiormente. De esa observación dedujo que no es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento”.
Viktor Frankl pudo resumir: “El sufrimiento, en cierto sentido, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido…”

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