Si verdaderamente se
confirma que hubo safaris humanos en Sarajevo, tendremos que admitir que el ser
humano ha descendido un peldaño en lo que entendemos por humanidad.
En este momento la fiscalía
de Milán ha abierto una investigación al respecto, después de recibir denuncias
verosímiles que hablan del asunto. Al parecer durante el cerco a la ciudad
bosnia de Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes, entre 1991 y 1994, se
celebraron safaris humanos. Turistas ricos pagaban cantidades exorbitantes al
ejército serbio para situarse en las montañas que rodean la ciudad de Sarajevo
como francotiradores y disparar y “cobrar una pieza humana” contra cualquier
ciudadano que atravesase una calle o una plaza. Según las denuncias, los
turistas francotiradores partían de la ciudad italiana de Triste y llegaban a
Sarajevo a pasar el fin de semana, con la misma tranquilidad y adrenalina que
el que se marcha a cazar un oso en Rumanía o una cabra hispánica en Las
Batuecas salmantinas.
Y
lo mismo que en una cacería de animales no se paga lo mismo por cualquier
pieza, también existían diferentes precios dependiendo del ser humano abatido. Los
más cotizados, los niños; luego, las mujeres; después lo soldados y, por último,
los ancianos. A veces se producía un tiroteo en una plaza. Los vecinos acudían
a socorrer a los heridos y entonces esos mismos vecinos se convertían en un blanco
fácil para los tiradores apostados en sus puestos de tiro.
Los
rumores sobre este tipo de prácticas circulaban cada poco tiempo. La exalcaldesa
de Sarajevo, Benjamina Karic, presentó una denuncia en este sentido en
2022, pero parece ser que fue papel mojado. En el mismo año, se presentó el
documental ‘Sarajevo safari’, dirigido por Miran Zupanic, en el que varios
testimonios hablaban abiertamente de esto. A las montañas de Sarajevo, habrían
acudido ‘cazadores de humanos’ canadienses, estadounidenses, italianos, rusos y
otros países
Ahora
se sabe también que esta práctica de caza se llevó también a cabo en la guerra
del Líbano y en otras guerras africanas. Que en las guerras se cometen todo
tipo de atrocidades por parte de los combatientes es algo sabido. Con razón se
dice que “en las guerras se abre la veda”,
es decir se suspenden las normas y se da permiso para matar, y no solamente por
ideas gloriosas de defensa de la patria, la revolución, los ideales y los
valores, sino que en las guerras se abre la veda para las venganzas, los
inconfesables motivos y todas las aberraciones posibles.
Pero
lo de ‘cacerías humanas” para turistas adinerados, no entraba hasta ahora en el
vocabulario bélico. En un artículo de Conversation, firmado por Fernando Díez Ruiz,
de la Universidad de Deusto, se habla de la ‘anatomía
psicológica de los cazadores de Sarajevo”. Según este profesor, el perfil de
estos turistas es el de personas aparentemente normales en su vida familiar o
laboral, pero con pasión por las armas y la caza, necesitadas de dosis extremas
de adrenalina, capaces de deshumanizar a un ser humano que cruza una calle,
proclives al sadismo que ellos revisten de aventura, rebosantes de un
narcisismo psicópata y que identifican, sin problema, placer y poder.
Hanna
Arendt ya habló hace tiempo de la ‘banalidad
del mal’. Cuando la conciencia, la ética y la espiritualidad desaparecen de
nuestras vidas, basta el anonimato y la sensación de impunidad, para
devolvernos a la selva y, como el lobo, matar por el placer de la sangre, y no
por la necesidad de alimentarse o defender a las crías.
De
momento no se ha puesto nombre y apellidos a los ‘cazadores’, tal vez nunca se
les ponga. Tal vez no se encuentren pruebas contundentes. Tal vez haya
intereses en no remover el fango de aquella guerra. Las familiares de los
muchos hombres y mujeres que murieron en el cerco de Sarajevo a manos de los tristemente
famosos tiradores, ahora saben o mañana sabrán que no murieron a manos de soldados
enemigos, sino a manos de unos turistas que, al volver de la cacería, dieron un
beso a su mujer, cenaron tranquilamente con música de fondo de Mozart, y
entregaron algún souvenir del duty free del aeropuerto a sus hijos. ¡La
banalidad del mal!






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