La muerte del Papa Francisco me pilló con el libro “El loco de Dios en el fin del mundo”
que acaba de publicar el escritor español Javier Cercas. En mayo de 2023,
mientras el escritor firmaba libros en el Salón del Libro de Turín, se le
acercó el responsable de la Editorial Vaticana, Sr. Fazzini, y le propuso algo
sorprendente: acompañar al Papa en su viaje a Mongolia para escribir un libro.
Javier Cercas, ateo, anticlerical y laicista, pensó que el Vaticano había
perdido los estribos si encargaba un libro a un escritor con ese currículum. La
propuesta le pareció disparatada y fuera de lugar. Pero también era un encargo
de los que nunca se presentan en la vida de un escritor, un regalo llovido del
cielo. Además, le dijeron que el Vaticano no pensaba poner ninguna condición,
ni siquiera pedían revisar el texto o que se publicase en su editorial.
Libertad total para escribir lo que quisiera y con la editorial que quisiera.
Durante un tiempo, Cercas habitó el territorio de la perplejidad y la duda.
Luego pensó en su madre, viuda,
católica, con los primeros síntomas de alzheimer, y que repetía en muchas ocasiones
que no la asustaba la muerte, porque cuando llegase, iría al encuentro con su
marido, el único y largo amor de su vida, porque ella creía sin dudas en la
resurrección de la carne y en la vida eterna prometida por Cristo.
Cercas cuenta que el libro de Unamuno San Manuel Bueno Mártir, leído a los
catorce años, le hizo perder la fe y la práctica religiosa. Desde entonces,
como tantos españoles de su época, se hizo ateo militante y anticlerical practicante.
Al final decidió aceptar la invitación vaticana, a condición de mantener una
conversación a solas con el Papa para preguntarle sobre la resurrección de los
muertos y poder llevar la respuesta a su madre de parte del Papa.
El libro es ensayo sobre un minúsculo
estado, el Vaticano, probablemente el único ‘estado’ planetario. Es estudio de
la Iglesia, el único imperio que lleva dos milenios en activo y con una fuerza inexplicable,
a pesar de la crisis de fe que ataca a Europa por los cuatro costados. Es crónica
del viaje papal a Mongolia, sucesión de entrevistas, resumen de lecturas sobre
el tema, biografía del Papa Francisco... Y todo ello salpimentado con recuerdos
y memorias del propio autor. El libro tiene su parte de intriga, de crítica
acerba, su mala leche, su elogio y admiración por aspectos luminosos de la
Iglesia, como la vida abnegada de los misioneros o el afán de Francisco por poner
en el centro de la Iglesia a Cristo y a los pobres.
Antes de llegar a Roma, Javier lee y lee sobre Francisco (periferia,
sinodalidad, discernimiento, alegría, misericordia), en un intento de entender
la figura de Jorge Mario Bergolio, que no deja indiferente a nadie: detractores
acérrimos y admiradores sin peros. Una frase de Michel de Montaigne: “Hay tanta diferencia entre nosotros y
nosotros mismos, que entre nosotros y los demás”, le sirve para buscar e
indagar en los muchos Bergoglios que han existido antes de marzo de 2013 cuando
fue elegido Papa: Bergoglio enamoradizo, Bergoglio próximo al peronismo, Bergoglio
jesuita, Bergoglio Provincial de jesuitas, Bergoglio alejado de los jesuitas,
Bergolio obispo y arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio defensor de los curas
villeros (curas que viven en los extrarradios paupérrimos de Buenos Aires,
compartiendo todo con los más pobres), Bergoglio crítico con el gobierno argentino.
Bergoglio conservador, bergoglio reformista, etc. Ese intento de acceder a las
distintas caras o épocas de Bergoglio creo que es lo más acertado del libro, porque
nadie es un círculo que se ve a primera vista, sino un poliedro de muchas
caras. Así es el ser humano. Todo yo debe ser matizado por otros yoes
contrarios y contradictorios.
El Vaticano le abre sus puertas y le
facilita encontrarse con altos cargos de la Santa Sede para entrevistarles y tratar
de entender al Papa y a la Iglesia del momento presente. Cardenales, obispos, consagrados,
laicos, hombres y mujeres. En los días previos y posteriores al viaje a
Mongolia, Javier Cercas pasa por los despachos, y comparte comida y café en el
comedor vaticano o en las trattorie romanas.
El viaje del Papa a ese lugar remoto del mundo, insignificante política,
cultural y económicamente hablando, ocupa un buen tramo del libro. En su
intento por llegar a los países periféricos, Francisco tiene la osadía de
visitar un país donde todos los católicos caben en una foto: apenas mil
quinientos fieles, incluido el pequeño grupo de misioneros presididos por el
cardenal Marengo. En el viaje se le abren las puertas de las misiones y es allí
donde comprueba el coraje, la fe, la luz, el heroísmo de estos misioneros que
no se dedican a convertir sino a ayudar a los más pobres en este país donde las
temperaturas alcanzan fácilmente los cuarenta grados bajo cero.
De vuelta a Roma, y antes de volver a
España, aún tendrá ocasión de realizar nuevas entrevistas y de completar su
búsqueda. El libro se lee con mucho interés. No es ni mucho menos -lo que se
agradece-, una hagiografía de Francisco o una visión edulcorada del Vaticano.
Hay crítica, pero también admiración. Es un libro muy distinto a lo que
habitualmente se escribe sobre el Papa, en plan argamasa turronera. Al mismo
tiempo, el hecho de que el libro haya sido encargado a un ateo, nos da una idea
de esa apertura que existe en la Iglesia que no es monolítica, secreta o
hermética, como se dice con frecuencia, sino un edificio construido con una
amplia gama de sensibilidades y puntos de vista (¿alguien se puede imaginar el
encargo de un libro sobre el presidente del Gobierno a un escritor
declaradamente antisocialista o antisanchista?). El loco de Dios en el fin del
mundo tiene el valor añadido de haber sido escrito por alguien que 'no es de la
casa', y que ha hecho un enorme esfuerzo para entender y comprender las luces, las
sombras y esas zonas de penumbra que son las que siempre pasan inadvertidas.
Al final del libro he pensado en la famosa sentencia de Baruch de
Spinoza: “Non ridere, non lugere, neque
detestari, sed intelligere”, traducida normalmente por “No reír, no lamentar ni detestar, sino comprender”. Lo que
significa una propuesta de compresión racional y de observación imparcial de
las acciones y del pensamiento humanos. La máxima spinoziana es, en el fondo,
una invitación a dejar de un lado nuestros prejuicios e intentar comprender las
causas detrás de los hechos y las razones que llevan a esos actos.
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