The giving tree es un cuentecillo de apenas dos páginas.
Fue escrito por el prolífico autor norteamericano Shell Silverstein, para sus dos hijos, como una manera de entretenerles
pero a la vez de provocar en ellos la reflexión. En español se conoce como El árbol generoso. El P. Leo Bigelli
profesaba una admiración increíble por este cuento. Y en el internado de
Aguilar de Campoo, el cuento servía en campamentos y cursillos como material
para la reflexión. El cuento provocaba debate y discusión, análisis de actitudes, promesas y compromisos
de bondad y oraciones ingenuas y sinceras. En alguna ocasión se llegó a poner
en escena esta pequeña obra maestra, que Silverstein publicó en 1964, con
ilustraciones propias, y que fue traducido a más de treinta idiomas, y
utilizado hasta el infinito como material pedagógico en los colegios.
El cuento narra la relación
entre un niño y un árbol. Él árbol se siente feliz cada vez que puede ayudar a
su amigo en cada una de las etapas de su vida: al niño le regala sus ramas para
columpiarse y sus hojas para tejer una corona; al joven, le ofrece sus frutos
para que los pueda vender y ganarse un dinero; al casado le entrega sus ramas
para construir una cabaña donde vivir; al adulto desencantado le da su tronco
para hacer una canoa y recorrer el mundo; al anciano cansado le ofrece lo único
que le queda: un tocón donde descansar como cualquier viejecito al sol. Y en
todos los momentos, el árbol se siente feliz por poder ofrecer algo de lo suyo a
su amigo, para hacerle la vida más fácil y llevadera, sin reprocharle ni
exigirle nada a cambio.
Y cuando el cuento acababa de ser leído, llegaban en tromba las
preguntas: “¿Somos felices cuando damos y facilitamos la vida a los demás? ¿La
felicidad es dar, o mejor dicho, darse? ¿Nos acordamos del árbol únicamente
cuando nos van mal las cosas y necesitamos algo? ¿Quién es este árbol feliz? ¿A
quién podríamos compararlo? ¿Quién es el niño, el joven, el adulto y el anciano?
¿Con quién nos identificamos? ¿Qué significan el columpio, las manzanas, las
ramas, el tronco, el tocón? ¿Es el
cuento la relación entre un egoistón y un generoso hasta el extremo? ¿Es una
historia triste porque el niño se aleja continuamente del árbol? ¿O es una historia
luminosa, porque al final quedan los dos, el niño-anciano y el árbol-tocón,
enlazados para siempre?
Alrededor del fuego de campamento o a
la sombra de la chopera del Colegio San José, los niños y adolescentes meditábamos,
reflexionábamos, orábamos y escribíamos compromisos para el día siguiente o
para la vida entera. Los niños que en los años setenta del pasado siglo
escuchábamos el cuento ya somos sesentones o casi setentones, ¿Qué ha habido en nuestra vida de
árbol generoso y qué de niño? ¿Para quién hemos sido árbol generoso? ¿Ante
quién hemos sido eterno niño pedigüeño?
Lo que es cierto es que yo no me había vuelto a acordar de este
cuento en muchos años. Pero el pasado Viernes Santo, en los oficios de la Pasión
de mi parroquia, el P. Alberto Ruiz recordó en la homilía este cuento, poniendo en paralelo el árbol
generoso del cuentecillo y el árbol de la cruz donde pende el
Crucificado. Y en ese momento, como en el episodio de la magdalena de Marcel
Proust, me acordé del cuento, de los campamentos y cursillos del Colegio San
José, y del querido P. Leo Bigelli, que en todo ponía pasión, música y poesía.
En 2011, en un viaje a Italia, visité a
Leo Bigelli, mi antiguo educador. Por entonces trabajaba en Milán, en la Casa Gastone, una
casa de acogida para personas sin techo. Compartí la cena con Leo y sus amigos, y noté
al instante que todos ellos le querían como a un padre. ¿Pero cómo no iban a
quererle si había salido por las calles de un Milán inhumano a buscarlos, los
había llevado a su casa, les había devuelto la autoestima, les había llamado
‘amigos’, y preparaba cada noche el tupper de comida y el termo de café con
leche para aquellos a los que había buscado un pequeño trabajo que les
ocuparía parte del día y les devolvería la dignidad?
Leo Bigelli nos hizo descubrir muy
pronto El árbol generoso, pero también El Principito, un libro
que luego me ha acompañado tanto. No sé hasta qué punto, teniendo en cuenta las
cabezas atolondradas de adolescentes, este Árbol generoso haya sido semilla y
brote y fruto en nuestra vida. Quiero creer que algo habrá quedado de aquel
cuentecillo.
Qué recuerdos tan bonitos!!
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