Estuvo desde muy joven al lado de los crucificados. Pero solo más tarde supo que su amor por los aplastados de este mundo le venía directamente del Gran Crucificado. Simone Weil (París, 1909-Ashford, 1943) es una de las figuras femeninas más interesantes del siglo XX. Y también una de las más grandes místicas cristianas. Y sin embargo, durante toda su vida rehusó recibir el bautismo, como solidaridad con todos aquellos que no tenían cabida en la Iglesia. Fue una cristiana de verdad y de corazón. Una cristiana sin iglesia.
viernes, 12 de septiembre de 2025
Simone Weil: en el umbral de la Iglesia
jueves, 11 de septiembre de 2025
Un colegio para niños de papá
Que el ser humano es pura contradicción lo observamos cada día. Si estamos atentos lo observamos también en nosotros mismos. Lo que pensamos hoy, ya no lo pensamos mañana. Las cosas que ayer deseamos con ahínco, hoy nos resultan indiferentes. El ser humano es cambiante. No sólo "la donna è mobile", que diría Giuseppe Verdi. También el hombre es voluble. Y es especialmente contradictorio entre lo que dice y lo que hace, lo que predica y lo que actúa. Pero cuando estas contradicciones las vemos en los políticos aún nos asombran un poquito más. Y este es el caso de la noticia aparecida en estos días que daba cuenta de la elección del ex político Pablo Iglesias de un colegio privado para sus hijos. Y comprendo perfectamente que un padre quiera lo mejor para sus hijos. Y por supuesto que todo progenitor tiene el derecho constitucional de elegir para sus hijos el tipo de educación que cree más conveniente.
Pero molesta un poco que el político en cuestión haya dado la turra durante años, por activa y por pasiva, a favor de la escuela pública y haya demonizado a todos los padres que llevaban a sus hijos a una escuela privada. Decía sentir desprecio por los señoritos y pijos que matriculaban a sus hijos en colegios privados porque así se distanciaban del resto.
Y si tiramos de hemoroteca nos encontramos con algunas perlas: "Los colegios privados son un mecanismo de segregación social, donde las familias con más recursos se separan del resto". "El colegio privado no está pensado para que vaya todo el mundo, está pensada para una minoría que se lo puede permitir".
Y también ironizó en una entrevista con que "mamá y mamá quisieran llevar al niño a un colegio superespecial para que no conviva con niños gitanos o con hijos de emigrantes marroquíes o ecuatorianos o hijos de gente obrera en general. Llevan a sus niños al privado porque no quieren que se mezclen con los niños de la clase obrera".
Cuando fue diputado y vicepresidente del Gobierno despotricó contra la escuela privada y contra la escuela concertada, y propició o secundó campañas a favor de la escuela pública.
Se ve que ahora ha cambiado de parecer. Se ve que la escuela pública -que nadie puede desmentir que va de mal en peor, precisamente por la injerencia y la desidia continuas de los sucesivos gobiernos- ahora le parece insufrible para sus pequeños, a los que quiere ofrecer una escuela bilingüe, eco, de excursiones a la nieve, talleres ultramodernos. Una escuela para dar en los morros a los paletos, los obreros, los marroquíes y los ecuatorianos.
Sólo nos cabe el consuelo de la filosofía: "hay que saber que el ser humano es contradictorio por naturaleza". Y también el consuelo de Natalia Ginzburg: "Cuando a un hombre se le mira de cerca, siempre da un poco de pena".
La Vuelta de España y Gaza
¿Son los ciclistas israelíes los culpables del asedio y hambruna de Gaza? Las convocatorias de estas manifas durante la Vuelta dicen que el objetivo es que el equipo israelí de ciclismo sea expulsado de la carrera ciclista. Una de las proclamas y eslóganes de las manifestaciones que tienen lugar a lo largo de la Vuelta Ciclista a España dice así: "Hamás no es Palestina". Y con toda razón. Y así lo he dejado escrito en este blog en varias ocasiones. No se puede identificar al grupo terrorista con los ciudadanos del pueblo palestino. Pero a renglón seguido habría que decir que el Gobierno de Netanyahu tampoco es Israel. Porque, de lo contrario, no estamos buscando la verdad, sino otro tipo de intereses, no sé si oscuros o no.
No creo que los corredores ciclistas con nacionalidad israelí sean los responsables de la intolerable situación que se está viviendo en Gaza. Los boicots deportivos en el fondo no son un castigo a los países, sino a los profesionales del deporte que se han pasado años de duro entrenamiento y largos sacrificios para competir en unos Juegos Olímpicos o en una carrera ciclista de primer rango. Y esto es así desde Berlín, Moscú o Los Ángeles.
Creo que castigar a los profesionales del deporte o a los profesionales de la música, la danza o el arte no es la mejor forma de solucionar las cosas. Los deportistas o artistas, independientemente de su nacionalidad o de sus ideas, tienen derecho a expresar su talento y su valía. Pero esta cultura de cancelación reinante lo mismo suprime un concierto de un director de orquesta ruso que una compañía de danza israelí. Es decir, en lugar de castigar a los gobiernos, castigamos a los ciudadanos.
No creo mucho en las manifestaciones espontáneas de la gente y menos en este país donde ni siquiera los trabajadores se manifiestan por la subida de los salarios o los precios desorbitados de las viviendas. Cuando las manifestaciones coinciden en el tiempo con las decisiones y posturas de un gobierno, como mínimo hay que sospechar de la sinceridad de las mismas. Ya sabemos que el poder busca siempre los aplausos del pueblo a sus leyes y decretos. Confundir los intereses del Gobierno con los intereses de la nación es algo habitual en las dictaduras, pero últimamente vemos que también en las democracias. Las relaciones diplomáticas sirven para que los ciudadanos de un país que viven en otro puedan sentirse seguros, protegidos y puedan desarrollar sus actividades libremente. Las embajadas de Israel y de España dan protección a los ciudadanos de uno y otro país. Tristemente, observamos que el síndrome de Luis XIV -aquel que dijo "El Estado soy yo"- sigue vivo y de actualidad también en estos palacetes de ministros y ministras.
Lo que sí sabemos es que la Vuelta está saliendo la mar de cara al erario público (algo que pagamos entre todos), por las medidas excepcionales de seguridad que se están necesitando en cada ciudad y pueblo por donde la carrera pasa. Y también es verdad que las caídas provocadas a los ciclistas por algunos de los manifestantes no debería ser un asunto menor. Y, si no, que se lo pregunten al ciclista Javier Romo que se ha visto obligado a abandonar la Vuelta, como consecuencia de la caída producida por un manifestante.
La desgarradora crisis humanitaria sufrida por el pueblo palestino es Gaza no puede obviar algunas preguntas: ¿Quién está detrás de estas manifestaciones? ¿Por qué se dan ahora justo en este momento en el que el Gobierno de España tensa las relaciones con el Gobierno de Israel? ¿Es justo condenar a los ciudadanos de un país por las decisiones de su gobierno? ¿Cómo se justifica ese odio a unos ciclistas que nada tienen que ver con el genocidio, simplemente por la nacionalidad de su pasaporte?
Desde el primer momento de la guerra, Cáritas abrió una cuenta a favor de la Franja de Gaza. Y desde el primer momento la iglesia de Gaza acogió a cristianos y musulmanes, sin hacer ninguna distinción, ofreciéndoles comida, consuelo, albergue y un espacio seguro. Por eso la parroquia de Gaza fue bombardeada, precisamente por se un lugar de fraternidad y acogida universal. Pero el bombardeo y los muertos que provocó no logró cerrar este espacio de acogida, un espacio sostenido económicamente por Cáritas. Es de esperar que, además de manifestaciones ruidosas -a veces con la presencia de radicales- los simpatizantes de Gaza también aporten, no sólo sus voces y sus banderas durante la Vuelta, sino también su ayuda concreta al pueblo gazatí.
lunes, 8 de septiembre de 2025
Danos un poco de Quijote cada día...
Han pasado apenas dos horas desde que he abandonado el Palacio Butrón, mi lugar de trabajo de los últimos tres años. Mi jubilación acaba de empezar. La alarma de las 06:20 h ha sido desactivada. Uno de los pocos propósitos: dedicar un poco de tiempo a la relectura de los libros que más me han gustado, impresionado o marcado. Empecemos por el principio y empecemos bien. Y claro, debería elegir la Biblia. Pero la Biblia es un libro para tener siempre debajo de la almohada, siempre a mano, como el cuerpo de la persona amada. Siempre cerca para sentirse querido, acariciado, interrogado, cuestionado e incluso herido, juzgado o avergonzado. La Biblia no es un libro. Es el Otro. Y el Otro no es un alguien para releer, sino para convivir, confrontarse y medirse. Por lo tanto, descartada la Biblia como relectura, elijo el Quijote. No podría ser otro. ¿No es acaso El Quijote otro evangelio? Podría serlo. O debería serlo.
Todos los libros empiezan en un lugar de la Mancha, al menos desde que Cervantes escribiera 'vale' al final del último capítulo. Siempre habrá molinos de viento. Siempre habrá gigantes, cueros de vino, ejércitos de ovejas y carneros. Siempre habrá Marcelas y Grisóstomos. Siempre habrá duques que usen a los quijotes como pasatiempo. Siempre habrá galeotes que susciten compasión. Siempre tendremos días para hacer quijotadas y días para hacer sanchopanzadas. Siempre habrá ínsulas baratarias y corregidores tan sabios como Salomón. Siempre habrá Dulcineas que se truequen en aldeanas y aldeanas en Dulcineas. Todo está en El Quijote. Y todos los hombres y mujeres de buena voluntad pueden reconocerse en sus páginas. Reír y llorar con ellas. Y hacerse preguntas. Como la Biblia, es un libro que casi está en todas las casas, aunque muy pocos lo hayan leído. Poco importa. ¿O sí? ¿Seríamos de otra manera en esta Mancha nuestra, más altruistas, más compasivos, más locosensatos si hubiéramos leído y masticado El Quijote? Puede que sí.
Siempre habrá quijotes que lean y relean El Quijote. Tampoco esto importa mucho, bien es verdad. Porque el ingenioso hidalgo Don Quijote y su leal escudero Sancho Panza son más reales que cuantos encumbrados hombres hayan existido en este solar patrio a lo largo de toda su Historia. Más reales y verdaderos que los monarcas, los escritores, los conquistadores, los generales, los cardenales, los pintores de España. Es suficiente darse un garbeo por plazas, tabernas, museos, bibliotecas y paisajes... para comprender que Don Quijote y Sancho Panza son más de carne y hueso que todos nosotros, más incluso que su propio padre, creador y criador, don Miguel de Cervantes.
Danos, Señor, un poco de don Quijote cada día...
domingo, 24 de agosto de 2025
Lali: celebrar la vida, ahora y siempre
Una invitación especial
de 50 cumpleaños.
De un tiempo a acá, se
ha puesto muy de moda la celebración de los 50 años o, como canta Tontxu, 50
vueltas al sol. Lali Maestro López envió hace unas semanas la invitación para
la fiesta, y más de uno se quedó algo perplejo cuando leyó que la tarde de
celebración empezaría con una misa en la iglesia de San Antonio, de Palencia.
El
asombro duró poco, porque el viernes, 22 de agosto, a la hora acordada, en
seguida se creó en la iglesia un ambiente de gratitud, respeto, celebración y cercanía
litúrgica (empezando por el altar que se había puesto a ras de suelo y no en lo
alto del presbiterio), que, incluso los que al principio pudieron mostrarse algo
reticentes a este tipo de celebración religiosa, se sintieron, no sólo cómodos,
sino también envueltos en una cálida sensación de bienestar y serenidad.
Ya
en el cartel de convocatoria de la fiesta de 50 años, la anfitriona había
dejado claro el objetivo de la misma: “Celebramos
la vida y el camino recorrido juntos”.
Y fueron suficientes las palabras de César al inicio de la eucaristía, para
que todos nos sintiésemos transportados a esa casa común de la fe en la que
cabemos todos: “Todos sois alegría, luz, compañía y
fuerza. Nos sentimos profundamente bendecidos por todo lo vivido, por el amor
compartido, por vuestro cariño, por vuestras manos que sostienen, palabras que
alientan y abrazos que sanan”.
En la mesa del altar hubo
dos celebrantes: Pedro, el cura de San Antonio, que presidió la Eucaristía, creando
calidez y cercanía, reconociendo y valorando el trabajo de Lali en la familia
de sangre, en la familia guaneliana, en la parroquia, en la escuela, destacando
sus virtudes y valores, y
llevando a cabo una especia de encuesta a mano alzada entre los asistentes.
Las lecturas de
la misa reforzaron el hilo conductor de la celebración.En la primera lectura: “Que compartas tu pan con el hambriento, que
recibas en tu casa al pobre sin techo, que vistas al que ves desnudo y que no
te desentiendas de tu hermano”.
Y aún un tono más alto
en el Evangelio: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros
y vuestra alegría sea plena. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a
otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.
Pero también pudimos ver a otro celebrante en el altar: Dani. Dani es un adolescente con síndrome de Lowe. Lo vimos, con mirada incierta y movimientos torpes, colocarse al lado del cura durante buena parte de la misa, repitiendo, a veces, los gestos litúrgicos del sacerdote. Dani es hijo de Trini y Pedro, pero también es hijo de toda la “tribu de los Crespo” y de sus respectivas familias. Todos ellos, pequeños o grandes, padres, abuelos, tíos, hermana, primos, lo cuidan, le dedican tiempo, pensamiento y afecto. Y lo educan con el lenguaje del corazón, que es el único lenguaje comprensible para todos, como escribió Luis Guanella.
Si
miramos detenidamente las cosas presentadas durante el ofertorio, podrían
servir para escribir la vida de Lali hasta su 50 cumpleaños. ¿No era la
esculturilla de Don Guanella y los tres
huérfanos el símbolo de unos valores guanelianos vividos en cientos de
reuniones, misas, cantos, en el Centro Juvenil o en los campamentos de
Salcedillo? ¿No eran las pulseras de Puentes y de San Antonio la señal de un
voluntariado entendido como gratitud, donación de tiempo y energías,
pensamiento y afecto hacia los pobres, sean de la nación que sean? ¿No era el
cestillo con las hortalizas una manifestación de la vida sencilla y cotidiana,
como es el cuidado del huerto, y también de una casa abierta a la familia y a
los amigos en el pueblo de Castromocho? ¿No era
el rosario una metáfora de una confianza, de un crecimiento en la fe, de
una profundización en la vida del espíritu compartido con otros fieles? ¿No era
el libro Cosas que soy y siempre seré (de
Aida Acitores y Laura R. Lázaro) la más viva imagen de un trabajo vocacional de
maestra, vivido sin mirar al reloj, y con una empatía grande por los alumnos necesitados
de una atención especial? ¿No eran el cáliz y la patena una alegoría del sentido
de pertenencia a una iglesia universal
que se esfuerza, no obstante las imperfecciones, por seguir a Jesús?
Con su juventud
-a pocos meses de cumplir 18 años- y con su sencilla naturalidad, Rodri se puso
delante del micrófono para ofrecernos un discurso emotivo, no exento de toques
de humor irreverentes: “Eres la que se
acuerda de todo, incluso de lo que yo intento olvidar, como “ayuda sin que te
lo tenga que pedir”, “friega ya los platos”, “esa toalla no se dobla sola”. Y también: “Gracias por todo. Te quiero. Y
aunque a veces no haga lo que me pides… te escucho, más de lo que crees”.
Rodri se centró
en el verbo “estar”. La madre es la
que “está”. La madre es una presencia, y nunca una ausencia: “Estás en los momentos importantes, al
salir de la habitación tras estar estudiando, en los paseos tranquilos, en las
conversaciones después de comer, tras la puerta del baño para que salga ya de
la ducha y apague la música... Siempre estás”. Y terminó diciendo: “Y gracias por ser tú. Gracias por
transmitirme la fe y el amor por la familia, ese gran tesoro que tanto quiero”.
El segundo
discurso, el más esperado, correspondió a la protagonista del día. Antes de
entrar a la iglesia había asegurado que ya “venía
llorada de casa y que no quería emocionarse” como una quinceañera, ni hacer
pucheros. Pero el inesperado discurso de Rodri cambió el guión, rompió los
diques de los ojos y entrecortó su voz, más de lo deseado. Antes de ceñirse al
discurso preparado, dijo algo así; “veo
vuestras caras, cada uno de vuestros rostros, y me convenzo de que soy la suma
de lo que me habéis dado”.
Y ya con el papel en la mano: “Gracias a Dios, por mis padres que me cuidan y por el resto de mi familia. Gracias por los amigos… por los niños, por enseñarme y recordarme día a día lo que realmente es esencial. Gracias por la salud y el trabajo, por Puentes Ongd, por la parroquia San Antonio que me acoge y me impulsa a servir y por tantas y tantas asociaciones que luchan por la investigación, la conciencia social y la promoción de la persona. Gracias a Don Guanella por enseñarme a educar desde el corazón. Gracias a Pedro y Antonio por la cercanía y alegría.
Gracias por lo que soy,
por lo que tengo,
por lo vivido,
por la salud,
por las enseñanzas,
por los dones recibidos,
por lo que está por venir.
Gracias.
Y gracias a todos
por ser parte de este camino.
Y en un rato brindaremos por ello”.
No
hay encuentro sin un café. No hay festejo sin un pincho. No hay celebración sin
una copa. A veces, se dice, casi como un reproche, que todo se celebra comiendo
y bebiendo. Y sin embargo es bueno que todo se celebre compartiendo comida y
bebida, porque esto es también una eucaristía de fraternidad. La comida y la
bebida alegran el corazón del ser
humano. Y son la máxima expresión de la hospitalidad, la acogida y la
celebración. En el Bar Level para eventos, tuvo lugar la segunda parte de la celebración.
Y de nuevo, todos pudimos comprobar que la comida no sólo era comida, sino
comida amorosamente presentada, creativamente expuesta, primorosamente
ofrecida. Nada más llegar al bar se formaron los primeros corrillos. Presentaciones
de aquellos que no conocíamos. Saludos efusivos a los conocidos de toda la vida.
Charletas con unos y con otros, copa o pincho en la mano. Abrazos y achuchones,
palmadas en la espalda o un par de besos Conversaciones ligeras o reflexiones
en voz alta. Puesta al día desde el último encuentro. Los más pequeños que
corren por la sala o dan buena cuenta de las gominolas.
A mitad de la velada y
antes de que los más pequeños pasasen bandejas de dulces, Lali abrió su álbum personal
de fotos, mostrando en un audiovisual diferentes capítulos de su vida. En la pantalla se
sucedían imágenes de la infancia y juventud, estudios, pertenencia al
movimiento guaneliano, noviazgo y boda con César, vida doméstica con Rodri, voluntariado
en San Antonio y en Puentes, trabajo y compañeros, viajes, celebraciones familiares
y encuentros de amistad…
Entonces se escuchó fuerte
la canción Hermandad del grupo Love os Lesbian.
Es tiempo de agradecer
Que en tiempos tan
solitarios
En lealtades aún
podamos creer
Y casi todo está por hacer
Y un rayo cabrón de honestidad
Me lleva a la verdad
Que os queda a mi lado muchos años
Viva la hermandad
A esas horas, animados
por una alegría sincera, por una copa alzada en brindis, por una confidencia
echa al oído, por unos recuerdos desempolvados, por unos pies bailones, ya se podía brindar de prisa y beber despacio
por la hermandad.
A
las siete y media de la tarde, en la iglesia, se nos recordó que se trataba de
la vida misma, de agradecerla y celebrarla. Pasada la media noche, era el momento
de escenificarlo con los brazos alzados apuntando al cielo, las manos en el
hombro del más cercano, las voces algo roncas y la música que giraba y giraba…
Viva la hermandad
Después de grabarlo en nuestra piel
No nos cuesta de entender
Brindemos deprisa, bebamos despacio
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
Por nuestra hermandad
viernes, 22 de agosto de 2025
Philippe Besson recuerda a Thomas Andrieu
Marguerite Yourcenar decía que se llega virgen a todas las experiencias importantes de la vida. Y así es. La primera vez es la primera vez: el hierro candente que marca la piel. Philippe Besson escribe un libro autobiográfico para narrar la historia del primer hombre al que amó, Thomas Andrieu. Eran los dos estudiantes en el Instituto de Barbezieux en Charente (Franci)
En ese tiempo, en un ambiente como el liceo, en una zona rural de Francia, ese enamoramiento y esas relaciones sexuales se deben vivir en secreto. No se pueden tener deslices, si uno no quiere convertirse en el hazmerreír de todos y en el blanco de crueldades. Es más, ambos en el aula o en la cancha de deporte deben ignorarse, no hablar, ni siquiera mirarse: deben parecer dos compañeros de instituto que se caen mal o que son invisibles el uno para el otro. Acaba el Instituto, Thomas abandona el pueblo, y abruptamente la relación acaba. No se volverán a ver.
Veinte tres años después de aquella relación escondida, Philippe Besson es un escritor conocido en Francia, que vive abiertamente su homosexualidad, tiene pareja y frecuenta con mucha asiduidad el Palacio del Elíseo, donde reside el presidente la República Francesa. Se dice que ha redactado más de un discurso de carácter cultural para Enmanuel Macron. Y un buen día, mientras está concediendo una entrevista en la cafetería de un hotel de París, ante él aparece un joven de facciones idénticas a las de su antiguo compañero: Thomas Andrieu. Lo aborda. No se ha equivocado. Es el hijo de su primer amor. Conversan durante horas, al principio de forma genérica; más tarde, llegando a lo profundo.
Philippe Besson, gracias a este encuentro, va reconstruyendo los diferentes capítulos de la vida de su amor de adolescencia: una vida trágica, marcada por la falta de valentía para leer el propio corazón y aceptarse como es, con sus virtudes, taras e inclinaciones. La novela, como va de suyo, está dedicada a la memoria de Thomas Andrieu.
Portada del libro con el retrato de Thomas Andrieu
jueves, 21 de agosto de 2025
La buena letra, de Rafael Chirbes
Una pequeña obra maestra cabe en apenas un centenar de páginas. La muerte se llevó muy temprano a su autor, Rafael Chirbes (1949-2015), del que aún esperábamos grandes cosas. Hay autores que ya habían dicho todo cuando Caronte les condujo en su barca por la laguna Estigia. Y hay autores que se llevaron a su tumba grandes libros aún no escritos. Chirbes fue uno de ellos.
Sobre un fondo de guerra civil y de los llamados años del hambre, se inicia esta novela La buena letra. Con el sonido de los fusilamientos aún cercanos y la miseria en la mesa a todas las horas, Ana es la mujer que escribe o cuenta su vida y la de la familia a un hijo que ya considera perdido para su corazón.
La frustración de la vida. La decepción que causan las personas a las que entregamos parte de nuestra existencia. Lo poco que fructifica el sacrificio y el esfuerzo sembrados. Las vidas galantes, románticas, heroicas que suceden en la pantalla del cine y que nos hacen soñar durante un par de horas. Los deseos inconfesados a los que no sabemos poner nombre y que ponen en tumulto el corazón durante unos segundos. La culpa por pecados aún no cometidos. La sensación de la inutilidad de la vida. La tristura que se va colando por todas las rendijas de nuestro ser. La irrupción de una mujer en una familia que pone patas arriba la convivencia pacífica. La muerte y el deseo de morir presentes desde el inicio al final de la novela. El dolor de tantas ausencias, de tantas vidas con las que nos encariñamos.
Ana está sola en la vieja casa llena de goteras, y todos los personajes borrosos que aparecían en la única fotografía de su boda ya no están. La muerte ha hecho su cosecha implacable. Y ella, convertida en filósofa de la vida, reflexiona sobre los hechos acontecidos y saca amargas conclusiones. Recuerda la pobreza de la posguerra, el trabajar como mulos de noria para comer un trozo de pan negro o un puñado de algarrobas. Recuerda los trenes llenos de mujeres que vendían una garrafa de aceite. Recuerda las sábanas bordadas de su noche de bodas con Tomás. Recuerda la cárcel miserable donde su cuñado Antonio penaba y al que había que llevar algo de comida que ella misma se quitaba de la boca. Recuerda la demencia del abuelo Pedro, convertido en un niño que sentía envidia de los juguetes de la propia nieta. Recuerda las horas ante la pantalla de cine acompañada de su hija. El café de achicoria. El retrato que de ella hizo su cuñado Antonio y que un día descubrió con culpa entre las páginas de un cuaderno. Recuerda a Isabel, la manipuladora y ambiciosa mujer de Antonio que envenenó tantas cosas en la familia. Recuerda el carácter iracundo y borrachín de su cuñada Gloria. Recuerda a su marido, Tomás, un ser silencioso y sacrificado que sentía un inmenso cariño por su hermano, Antonio, al que la "cárcel le había hecho polvo", y cómo la tristeza y el amargor se apoderaron de su alma hasta destruirla.
Una mujer sola, al final de su vida, llora por ella y llora por todos. La novela empieza con una imagen potente que nos da la clave de toda la novela:
"El año pasado le regalé a tu mujer un juego de sábanas bordadas con los nombres de tu padre y mío. Le gustaban mucho y, cada vez que venía por casa, me insistía para que se las diese. Hace un mes me dijo de pasada que se las dejó en un baúl del trastero del chalet, que se le han enmohecido y echado a perder. Te parecerá una tontería, pero me pasé la tarde llorando. Miraba las fotos de tu padre y mías, y lloraba. Así toda la tarde, ante el cajón del aparador en el que guardo las fotografías".
Y Ana cree que lo mismo pasa con las vidas de los hombres y mujeres: las abandonamos en el trastero, se enmohecen y se echan a perder.
Dicen que Rafael Chirbes podó y desbrozó los borradores de La buena letra, hasta dejarla en su sustancia y en sus huesos descarnados. Y tal vez es así. Pero Chirbes nos ofrece las palabras justas, los gestos justos, para que el lector entienda las vidas inútilmente desgastadas de unos cuantos seres humanos en el Levante español.
Tres párrafos de La buena letra sirven para ilustrar esa sencillez luminosa de la escritura de Rafael Chirbes.
Sobre Antonio, el cuñado de la narradora:
"... Antonio me gustó mucho, aunque, no sé, luego, con el tiempo, al recordar cómo han ocurrido las cosas, a veces pienso que algo anunciaba en él lo que iba acabar siendo. Y lo anunciaba, no en los defectos, sino en sus virtudes. Del mismo modo que un huevo lleva encerrado un pollo ya desde el principio, las actitudes de la gente llevan dentro lo que van a acabar siendo, e incluso en sus rasgos más generosos pueden adivinarse el embrión de sus defectos peores".
Sobre la delicadeza de la abuela María a la hora de tratar a su esposo, con demencia:
"Tu abuela sufría. Se acostumbró a dejarle algunos ratos los juguetes de la niña. Una mañana, me encerró con ella en la habitación y bajó el tono de voz para decirme que le había comprado un chupete y un biberón al abuelo, para que dejase en paz los de la niña. "No se lo digas a nadie", me pidió, "no quisiera que alguien pudiera hacer burla con esas cosas, ni que le perdiera el respeto al abuelo".
Sobre el sentimiento al que Ana no sabe ni siquiera poner nombre:
"Una vez entró (Antonio) de improviso en su habitación mientras yo hacía la limpieza, y me sorprendió con el cuaderno de dibujo en las manos. Entonces sacó otro que guardaba escondido en el doble fondo del baúl y me enseñó diez, veinte retratos míos. Me eché a llorar, de angustia, o de miedo, justo en el momento en que tu padre, de vuelta de trabajo, abría la puerta de la calle. Fue sólo una reacción nerviosa, pero, a partir de ese momento, creo que los dos supimos que ya no podríamos quedarnos a solas en casa. Teníamos que evitarnos".
¿Es pesimista y derrotista La buena letra? Tal vez sí. Pero la vida tiene también sus largas noches oscuras. Y en esas noches oscuras no queda ni siquiera el consuelo de una luna llena.
Tal vez cuando conozcamos la vida de Ana, que ella misma nos relata, podemos entender mejor ese pesimismo amargo de la protagonista.
Le dice a su hijo:
"La idea de ese sufrimiento inútil se me metió dentro en el momento en que tu mujer y tú cerrasteis la puerta de la calle y oí el motor del automóvil arrancar... Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha, y he llegado a saber que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora, espero".
Roberto López: la sensatez de un ganadero
En 2022, un ganadero
gallego, Roberto López, en una entrevista en una cadena de televisión lamentaba
la situación de abandono en que está el campo, criticaba las políticas
medioambientales de despacho, y daba su punto de vista sobre las causas de
tantos incendios. Creo que es una opinión sensata, aunque podamos estar o no de acuerdo. Esto decía:
“¿Por qué hay incendios? ¿A que en las ciudades no hay? No, porque hay gente.
¿Por qué arden los pueblos? Porque no hay gente. Hay un abandono. Es muy bonito llegar aquí y decir, qué bonito está todo,
hay muchos árboles… Reserva de la Biosfera. Parque Natural de no sé qué… Aquí
no podéis hacer nada. Los que llevabais 2.000 años cuidando esto lo hicisteis
fatal. Ahora nos vamos a encargar nosotros que somos mucho más listos. No
podéis cortar un árbol, no podéis cortar una zarza. No podéis sembrar aquí. No
podéis tal… ¿Qué hacemos? Todo abandonado. Ahora viene un rayo, un pirómano,
que también los hay, prende fuego, y cuatro mil hectáreas quemadas. Vienen
medios de extinción, helicópteros, hidroaviones, la UME, no sé qué, no sé qué
más. Vamos a ver, ¿Tan mal lo estábamos haciendo? Lo conseguimos gestionar
durante dos mil años. Ahora vienen estos iluminados a echarnos de los pueblos,
porque no queda gente en los pueblos. A mí que me expliquen por qué antes, con
gente en el campo, manteníamos el monte limpio y no le cobrábamos a nadie, no
se nos pagaba por hacer ese trabajo. Y ahora pagamos a brigadas, le pagamos a
todo este mundo, a toda esta gente, y sale de nuestros impuestos. Y se está
quemando el monte y nadie puede imaginar el coste de apagar un incendio. Eso lo
pagamos entre todos. Y antes que lo hacíamos gratis, nos echaron. Y esta gente
que se cree tan inteligente dice que lo hace por nuestro bien. No te
equivoques: lo hacen por su bien, por mantener un puesto de trabajo por el que
ganan lo que no está escrito. Simplemente para hacer prohibiciones. Ahora aquí
en este país todo está prohibido. Tú quieres hace cualquier cosa, tienes que
pedir un permiso, y tardarán dos años en darte el permiso. No hombre no, yo me
voy. Gano mil euros en cualquier cosa. No quiero ningún tipo de
responsabilidad. Cuando salgo, apago mi teléfono. No, hombre, esto no funciona
así. Lo que está pasando lo vemos cualquiera. Estáis hablando de la sequía,
estáis hablando de los incendios.. Todo esto, todo esto antes no pasaba”.
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