viernes, 12 de septiembre de 2025

Simone Weil: en el umbral de la Iglesia


        Estuvo desde muy joven al lado de los crucificados. Pero solo más tarde supo que su amor por los aplastados de este mundo le venía directamente del Gran Crucificado. Simone Weil (París, 1909-Ashford, 1943) es una de las figuras femeninas más interesantes del siglo XX. Y también una de las más grandes místicas cristianas. Y sin embargo, durante toda su vida rehusó recibir el bautismo, como solidaridad con todos aquellos que no tenían cabida en la Iglesia. Fue una cristiana de verdad y de corazón. Una cristiana sin iglesia.

        Simone Weil procedía de una familia judía que “no respetaba el sabath”. Profesora de filosofía en un liceo. Afiliada al partido comunista francés. Miembro de las brigadas internacionales que participaron en la Guerra Civil Española. Trabajadora, por decisión propia, en la embrutecedora cadena de montaje de Renault en París. Participante en la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Escritora lúcida, pensadora profunda. …                 Tuvo el valor de descender al mundo de la esclavitud y de la pobreza, donde la fuerza aplasta la debilidad, sin contemplaciones y sin miramientos. Para el gran escritor y premio Nobel, Albert Camus, Simone Weil fue “el único gran espíritu de nuestro tiempo”.

    Descubrió a Cristo en tres momentos. Y desde entonces, supo y escribió que el cristianismo es una religión de esclavos y que los aplastados no podían dejar de identificarse con el Gran Crucificado.

        Momento 1. Simone había dejado la fábrica y sentía sobre sí la marca de la esclavitud (idéntica al hierro con que son marcadas las reses y los esclavos). Se dirigió a la aldea portuguesa de Póvoa de Varzim. “Entré en esta pequeña aldea portuguesa en un estado físico miserable. De noche, sola, bajo la luna, en el día de la fiesta patronal. Las mujeres de los pescadores giraban en torno a los barcos en procesión, llevando cirios y entonando cánticos muy antiguos y de una tristeza punzante… De pronto, tuve la certeza de que el cristianismo es, por excelencia, la religión de los esclavos, que los esclavos no pueden no adherirse a ella, y yo entre ellos”.

        Momento 2. En 1937 viaja por Italia. Le encanta la belleza del país. Pero “cuando vi Asís, todo el resto de Italia se me borró”: “Estando sola en la capilla románica del siglo XII de Santa María de los Ángeles, incomparable maravilla donde San Francisco rezó muchas veces, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.

    Momento 3. Abadía benedictina de Solesmes-Francia. Simone sufre migrañas insoportables que, en ese espacio, se unen a la belleza del canto gregoriano. Es Semana Santa y la pasión de Cristo se rememora una vez más: “Es evidente que en el curso de estos oficios, el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mi de una vez para siempre”. En esta Semana Santa lee el poema Love, de George Herbert. La poesía habla del banquete que prepara Amor y al que invita al pecador a compartir su mesa. Este se niega alegando indignidad. El Amor le responde que él ha asumido sus faltas y sus culpas para poder servirle ese banquete. El invitado se sienta; el Amor le sirve y él come: “Con frecuencia, recitaba con atención este poema y me adhería con toda mi alma a la ternura que encierra. Creía recitarlo solo como un bello poema, pero tenía la virtud de una plegaria. En uno de los recitados, Cristo en persona bajó y me tomó”.

        Murió sola en el sanatorio de Ashford (Inglaterra) donde había ingresado consumida y débil, en parte por su negativa a comer más de lo que establecían las cartillas de racionamiento para los obreros en tiempo de guerra. Era el 24 de agosto de 1943. Siete personas asistieron a su entierro. El sacerdote que tenía que rezar el responso perdió el tren y no llegó a tiempo. Su amigo Schumann, de rodillas, rezó la oración de los muertos. Unos días antes de morir, pidió a su amiga y enfermera que la bautizase. Esta tomó agua del grifo y la derramó sobre la cabeza de Simone Weil.










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