jueves, 21 de agosto de 2025

La buena letra, de Rafael Chirbes

         


    Una pequeña obra maestra cabe en apenas un centenar de páginas. La muerte se llevó muy temprano a su autor, Rafael Chirbes (1949-2015), del que aún esperábamos grandes cosas. Hay autores que ya habían dicho todo cuando Caronte les condujo en su barca por la laguna Estigia. Y hay autores que se llevaron a su tumba grandes libros aún no escritos. Chirbes fue uno de ellos.

    Sobre un fondo de guerra civil y de los llamados años del hambre, se inicia esta novela La buena letra. Con el sonido de los fusilamientos aún cercanos y la miseria en la mesa a todas las horas, Ana es la mujer que escribe o cuenta su vida y la de la familia a un hijo que ya considera perdido para su corazón.

    La frustración de la vida. La decepción que causan las personas a las que entregamos parte de nuestra existencia. Lo poco que fructifica el sacrificio y el esfuerzo sembrados. Las vidas galantes, románticas, heroicas que suceden en la pantalla del cine y que nos hacen soñar durante un par de horas. Los deseos inconfesados a los que no sabemos poner nombre y que ponen en tumulto el corazón durante unos segundos. La culpa por pecados aún no cometidos. La sensación de la inutilidad de la vida. La tristura que se va colando por todas las rendijas de nuestro ser. La irrupción de una mujer en una familia que pone patas arriba la convivencia pacífica. La muerte y el deseo de morir presentes desde el inicio al final de la novela. El dolor de tantas ausencias, de tantas vidas con las que nos encariñamos. 

  Ana está sola en la vieja casa llena de goteras, y todos los personajes borrosos que aparecían en la única fotografía de su boda ya no están. La muerte ha hecho su cosecha implacable. Y ella, convertida en filósofa de la vida, reflexiona sobre los hechos acontecidos y saca amargas conclusiones. Recuerda la pobreza de la posguerra, el trabajar como mulos de noria para comer un trozo de pan negro o un puñado de algarrobas. Recuerda los trenes llenos de mujeres que vendían una garrafa de aceite. Recuerda las sábanas bordadas de su noche de bodas con Tomás. Recuerda la cárcel miserable donde su cuñado Antonio penaba y al que había que llevar algo de comida que ella misma se quitaba de la boca. Recuerda la demencia del abuelo Pedro, convertido en un niño que sentía envidia de los juguetes de la propia nieta. Recuerda las horas ante la pantalla de cine acompañada de su hija. El café de achicoria. El retrato que de ella hizo su cuñado Antonio y que un día descubrió con culpa entre las páginas de un cuaderno. Recuerda a Isabel, la manipuladora y ambiciosa mujer de Antonio que envenenó tantas cosas en la familia. Recuerda el carácter iracundo y borrachín de su cuñada Gloria. Recuerda a su marido, Tomás, un ser silencioso y sacrificado que sentía un inmenso cariño por su hermano, Antonio, al que la "cárcel le había hecho polvo", y cómo la tristeza y el amargor se apoderaron de su alma hasta destruirla.

    Una mujer sola, al final de su vida, llora por ella y llora por todos. La novela empieza con una imagen potente que nos da la clave de toda la novela: 

    "El año pasado le regalé a tu mujer un juego de sábanas bordadas con los nombres de tu padre y mío. Le gustaban mucho y, cada vez que venía por casa, me insistía para que se las diese. Hace un mes me dijo de pasada que se las dejó en un baúl del trastero del chalet, que se le han enmohecido y echado a perder. Te parecerá una tontería, pero me pasé la tarde llorando. Miraba las fotos de tu padre y mías, y lloraba. Así toda la tarde, ante el cajón del aparador en el que guardo las fotografías".

    Y Ana cree que lo mismo pasa con las vidas de los hombres y mujeres: las abandonamos en el trastero, se enmohecen y se echan a perder.

    Dicen que Rafael Chirbes podó y desbrozó los borradores de La buena letra, hasta dejarla en su sustancia y en sus huesos descarnados. Y tal vez es así. Pero Chirbes nos ofrece las palabras justas, los gestos justos, para que el lector entienda las vidas inútilmente desgastadas de unos cuantos seres humanos en el Levante español. 

    Tres párrafos de La buena letra sirven para ilustrar esa sencillez luminosa de la escritura de Rafael Chirbes.

    Sobre Antonio, el cuñado de la narradora: 

    "... Antonio me gustó mucho, aunque, no sé, luego, con el tiempo, al recordar cómo han ocurrido las cosas, a veces pienso que algo anunciaba en él lo que iba acabar siendo. Y lo anunciaba, no en los defectos, sino en sus virtudes. Del mismo modo que un huevo lleva encerrado un pollo ya desde el principio, las actitudes de la gente llevan dentro lo que van a acabar siendo, e incluso en sus rasgos más generosos pueden adivinarse el embrión de sus defectos peores".

    Sobre la delicadeza de la abuela María a la hora de tratar a su esposo, con demencia:

    "Tu abuela sufría. Se acostumbró a dejarle algunos ratos los juguetes de la niña. Una mañana, me encerró con ella en la habitación y bajó el tono de voz para decirme que le había comprado un chupete y un biberón al abuelo, para que dejase en paz los de la niña. "No se lo digas a nadie", me pidió, "no quisiera que alguien pudiera hacer burla con esas cosas, ni que le perdiera el respeto al abuelo".

    Sobre el sentimiento al que Ana no sabe ni siquiera poner nombre: 

    "Una vez entró (Antonio) de improviso en su habitación mientras yo hacía la limpieza, y me sorprendió con el cuaderno de dibujo en las manos. Entonces sacó otro que guardaba escondido en el doble fondo del baúl y me enseñó diez, veinte retratos míos. Me eché a llorar, de angustia, o de miedo, justo en el momento en que tu padre, de vuelta de trabajo, abría la puerta de la calle. Fue sólo una reacción nerviosa, pero, a partir de ese momento, creo que los dos supimos que ya no podríamos quedarnos a solas en casa. Teníamos que evitarnos".

    ¿Es pesimista y derrotista La buena letra? Tal vez sí. Pero la vida tiene también sus largas noches oscuras. Y en esas noches oscuras no queda ni siquiera el consuelo de una luna llena.

    Tal vez cuando conozcamos la vida de Ana, que ella misma nos relata, podemos entender mejor ese pesimismo amargo de la protagonista.

    Le dice a su hijo:

    "La idea de ese sufrimiento inútil se me metió dentro en el momento en que tu mujer y tú cerrasteis la puerta de la calle y oí el motor del automóvil arrancar... Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha, y he llegado a saber que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora, espero".

 

Rafael Chirbes


Reciente adaptación cinematográfica de la novela







     

    

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